CABRERA INFANTE EL AMOR QUE NO SE AGTREVE A DECIR SU NOMBRE

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Letras, letrillas, letrones

las primeras lluvias primaverales. . El aprendizaje de la ciudad es largo, interminable, pero así son las ciudades que conservan su atractivo. Uno reflexiona a menudo sobre las razones de la excentricidad barcelonesa. Es una ciudad de coleccionistas curiosos, de personajes solitarios, obcecados. La acumulación obsesiva del dinero ha ido a parejas con el cultivo del arte llevado a extremos que podríamos llamar, precisamente, excéntricos. Han sido, quizás, para un país privado del pasatiempo o de la pasión de la política, formas de compensación. Es cierto que ahora la política deja de ser ocupación exclusiva de pequeños círculos madrileños, pero la Barcelona que conocemos se gestó en periodos de privación, de mutilación, salvo excepciones más bien breves. Por eso el impulso religioso y metafísico de Gaudí alcanzó una culminación torturada, retorcida. Por eso las columnas irregulares del parque Güell crean una. sensación extrañamente en-

fermiza, inquietante. Las historias de mis amigos barceloneses siempre están impregnadas por la nostalgia, pero no por la nostalgia de lo que fue y pasó, sino más bien por la nostalgia de lo que pudo ser: la del Ensanche tal como lo había imaginado Cerdá, con sus jardines interiores bien distribuidos; la de los edificios que hubieran construido para Barcelona Le Corbusier o José Luis Sert, si la historia les hubiera sido propicia; la de la Barcelona democrática y autonomista, laica y europea, que podría haberse desarrollado a partir de las realidades de los años treinta. Son historias estructuradas alrededor de un si condicional. La actividad utilitaria, determinante de! ritmo cotidiano de Barcelona, ha sido una máscara, un engendro de la insatisfacción frente a situaciones impuestas desde fuera de Cataluña. Las frustraciones nacionales se han descargado en el trabajo y la ciudad ha crecido como un hormiguero: se

ha prolongado hacia el norte, estrangulada por las montañas, abrumada por el humo y el polvo de sus fábricas, respirando mal, ya que la desidia municipal de los años de la dictadura ha tenido consecuencias graves, en muchos casos irreparables. No ha habido tiempo, todavía, para reflexionar sobre las consecuencias a nivel urbano de los acontecimi e n tos políticos recientes. Serán consecuencias profundas, seguramente revolucionarias. Así como los ciclos históricos de Cataluña se han inscrito, a manera de capas geológicas, en el aspecto de la ciudad, el proceso actual, que sólo se encuentra en sus comienzos, modificará también la fisonomía urbana. Ya hemos empezado a notarlo, aun cuando sólo sea en el bullicio colectivo, en la actitud más libre de la gente, en los mensajes escritos en los muros. Muchos de los secretos de Barcelona, muchos de sus misterios, saldrán a la luz en los tiempos que se avecinan.

El amor que (no) se atreve a decir su nombre por Guillermo Cabrera Infante EI notorio verso de un poema de Lord Alfred Douglas, el pervertido Bosie que perdió a Oscar Wilde, cantaba a “el amor que no se atreve a decir su nombre” y figuró prominentemente en el juicio por homosexualidad (entonces un delito penado por las leyes inglesas) en que se condenó a dos años de infamante cárcel al autor de El retrato de Dorian Gray. Ahora un poema que lleva por título una variante afirmativa de ese verso (“El amor que se atreve a decir su nombre”) ha sido el centro de uno de los más singulares procesos de la década. La revista en que se publicó el poema y su director han sido condenados por el delito de blasfemia. Hay que decir que hace cincuenta años que nadie es llevado a juicio por blasfemia en Inglaterra: el último precesado fue un tal John William Gott, cuyo único contacto con la inmortalidad literaria fue escribir un poema en el que Cris-

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to aparecía descrito como un payaso al entrar a Jerusalén -y resultar condenado a nueve meses de trabajos forzados. Pero la blasfemia ha sido siempre un delito grave para la justicia inglesa y hasta el siglo XVIII era castigada con pena de muerte. Mucho menor fue el castigo para el director Dennis Lemon y su revista para homosexuales Gay News -ambos recibieron respectivas multas de &400 y &1000. Pero el juicio fue el centro de atención legal y periodístico de la temporada. El poema que publicó Gay News fue escrito por un respetado poeta y profesor, James Kirkup, y describe la necrofilia activa de un centurión romano al ver bajar de la cruz el cuerpo semidesnudo de Jesús. No contento con mirar, el centurión toma el cadáver entre sus brazos y lo besa en la boca. Hasta aquí podía ser un poema místico que podría firmar un avatar moderno de San

Juan de la Cruz. Pero el acto siguiente del centurión es francamente sexual, al introducir su lengua en la boca de Jesús -lo que evidentemente tomaría su esfuerzo, con el rigor mortis presente. Luego sigue el poema relatando la vida sexual -o mejor dicho, homosexual- de Jesucristo, quien llega a cometer actos de sodomía (hay para ello una palabra inglesa muy precisa, buggery, que significa enculamiento) con quince personas diferentes, entre las que incluye no sólo a los apóstoles (sin excluir a Judas, memorable por su beso), sino anacrónicamente a San Pablo (“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? “) y a miembros de la guardia de Herodes! Kirkup, que no estaba encauzado, no fue castigado y ha recibido considerable publicidad, viendo publicado su poema en un cúmulo de revistas extremistas inglesas. El poema -es decir, el número de


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