Ánima Barda nº17 verano 2014

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JUDAS, EL MISERABLE

como si se tratara de serrín. Frustrado, se levantó de golpe lanzando la silla hacia atrás, y rodeó la barra para servirse un trago. Seleccionó una botella de contenido ambarino y virtió el líquido en un vaso estrecho. Apuró la copa de un trago. Después se sirvió otra más, y otra, y otra. El alcohol quemaba su garganta al fluir hacia sus entrañas, pero no alcanzaba la apacible sensación de adormecimiento que le era tan familiar. Acabó por beber directamente de la botella, hasta acabarla, sin obtener mejor resultado. Presa de un acceso de ira, estrelló el vaso contra el suelo de madera, provocando una lluvia de esquirlas de cristal. Como una centella, atravesó el salón a grandes pasos en dirección al exterior. En aquel momento, se percató de que, después de todo, no estaba solo en aquella maldita ciudad. Al otro lado de la calle había un hombre sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared de lo que parecía ser la oficina del sherif. —¡Oiga! —llamó Judas, mientras cruzaba la calle directo a él—. ¡Usted! ¿Puede decirme qué demonios está pasando aquí? —El anciano, notoriamente borracho, se despertó al ser zarandeado. —¡Aléjate de aquí mientras estás a tiempo! —imploró—. Él todavía no te ha cogido. —¿De qué estás hablando, viejo? Dime a dónde se han ido todos. —Eso ya no importa... No tiene remedio. Pero tú todavía puedes escapar. —Entonces, el anciano le miró por primera vez a los ojos. Su rostro se tornó sombrío y desapareció de su voz todo rastro de embriaguez—. Espera... No, ya es demasiado tarde para ti. Él ya te ha marcado como suyo. Lo siento de veras... —¡Estás loco! No me vas a servir de mucha ayuda, por lo que veo. ¡Apártate de mi vista! Le dio un puntapié y el anciano desa-

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pareció entre las sombras de un callejón. La luz comenzaba a desvanecerse para dar paso al crepúsculo. Judas se sintió invadido por el cansancio de todo un día de cabalgar bajo el sol y decidió buscar un lugar para pasar la noche. El salón donde había comido y bebido infructuosamente debía de tener alguna habitación en el piso de arriba. Encontró unas balas de alfalfa para alimentar a su caballo, que bebía agua en el abrevadero. Las noches estaban siendo suaves durante la primavera y decidió dejar al caballo pernoctar al raso. Tal y como había previsto, encontró varias habitaciones vacías escaleras arriba. Se decidió por una de ellas, que tenía una cama con dosel que le pareció el mayor de los lujos en comparación con el montón de paja sobre el que había dormido la noche anterior. Se quitó trabajosamente las botas antes de tenderse en el colchón y, sin tan siquiera deshacerse de la ropa, se quedó profundamente dormido. Abrió los ojos en mitad de la oscuridad. ¿Cuánto había dormido? ¿Una hora? ¿Tres? No sabría decirlo. Solo tenía la vaga sensación de haber sido despertado por algún ruido. Aguardó en silencio, conteniendo la respiración para captar cualquier sonido anormal. Esta vez sí, creyó distinguir el roce de unos pies descalzos en el pasillo, como si alguien se deslizase a hurtadillas. Se incorporó en la cama, maldiciendo el chirrido de los muelles, y recorrió la habitación para pegar la oreja a la puerta. No volvió a escuchar nada más. ¿Acaso se habría equivocado antes? Solo había un modo de saberlo. Tomando el picaporte con sigilo, lo giró lo más cuidadosamente que fue capaz y asomó la cabeza al exterior. Se le heló la sangre en las venas al distinguir una silueta recortada contra el ventanal del final del pasillo. Parecía una

Ánima Barda - Pulp Magazine


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