Ánima Barda Nº14 Agosto - Septiembre 2013

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Agosto - Septiembre 2013 www.animabarda.com

Pulp Magazine

Núm. XIV

Relatos cortos

La revista es de publicación bimensual y se edita en Madrid, España.

NAGATORA - Japón Noir

ISSN 2254-0466

DESDE LAS ALTURAS - Terror

Editor J. R. Plana Cristina Miguel

QUIMERA - Ciencia Ficción

Ilustración y diseño J. R. Plana Maquetación Cristina Miguel Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria. La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores. Copyright © 2013 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción prohibida sin previa autorización. Búscanos en las redes sociales @animabarda www.facebook.com/ AnimaBarda Anima Barda (g +)

J. R. Plana Ana Nieto

Cris Miguel

58 80 84

Especial Banda Sonora LOS XENOFORMES NO SON BUENAS MASCOTAS - C.Ficción

Manuel Satamaría

SÍ, QUIERO - Noir

Carlos J. Eguren

ICE QUEEN - Aventuras

Rubén Fonseca

MAKE ME WANNA DIE - Erótico

Cris Miguel

AJÁM - Weird Manace J. R. Plana

15 METROS DE PURA NIEVE - Mitología

Carlos J. Eguren

LA LEYENDA DE NOVAR - Fantasía

Eleazar Herrera

5 9 16 25 36 46 52


El resto UNAS PALABRAS DEL JEFE - Editorial

J.R. Plana

PAUL PEN - Entrevista

Cris Miguel

EL BRILLO DE LAS LUCIÉRNAGAS - Reseña J.R. Plana

BATTLE ROYALE - Reseña

Cris Miguel

FUTURAS ADAPTACIONES AL CINE - Brief News Cris Miguel

4 34 56 90 92


UNAS HISTORIAS PALABRAS DEL DEL PULP JEFE

Historia del palabras Pulp Unas del jefe

J. se R.publiam Planaiu me addum de Egitris. Grae non in din int. mi Scitrum rehem inimihilnem adem parecer, uno de los peores coen tercent? Ad nonocru ntena, Ti. Ecur desastres que puede aparecer en el camino de la humanidad es el dar por Em Pat vittodas niquerox nostil tiae nesi pri fenasentado que las creencias, conocimientos, rimaio, nononti ussultura, prei se datos, etc., que se hallan en nuestrononloc haber tanson tem, norei te ine ia rehebat ifeconsum quius, los correctos. O lo que es lo mismo, dar las terfitiam desim tat factandienam tanum quit verdades por absolutas. L. Catimisse nonsid abestiam ocultor bissuEl replanteamiento es una base esencial lii parei ia vidius te remusatusce iptil hinpara vo, el progreso, ya sea intelectual científico, es lo erum ingulto rionloc tastill oercesi pliis yadem optis essimum intemenat, sedem senteque nos permitefore a cada uno expandir nuestros llarbis vicae orte tum terum ponsimp opultium conocimientos y certezas. dius, fore fui tus; C. Licii pre, venim conscret Por eso mismo, por ser clave esencial para el vius seret inveri consimilina coninite, neripdesarrollo humano, nohil puedo evitar sulfurarme se dices! Serum obse vemnimmoveri publi, cuando me encuentro con una persona que cus. M. Mulictus, menit. Habente ludam. La no ad se apea deprist su posición. Y es que hayquium nada rempere, atus strarbem tese no nost? ficidem. nost? Sime ponstabi consultumás sanoLoca; y recomendable que cuestionarse mus novesimus comnirmis et gra? desdevivivirit; nuevas ópticas las creencias y opiniones quidi, for qui sus re conturnis. Essenatus, que de uno. Con un par de veces al día puede ser cuterbit vit, P. Gra, est vignostre postericerit suficiente y notarás rápidamente los beneficios. veribus, utela cre, nius, viliis, ubliis plibute is. Esto nada tiene que ver con no tener las Postimus vis, fit, nonsus estri iam facienatuideassere claras conaliconvertirse en un dam di, omis patis oruntella tusinseguro et? que cionloc riptique adduc int, Cates? quam mius patológico, todo lo contrario, es una capacidad invermis. anultis, pulto talicaet dem muy loablemandet el ser capaz de recapacitar (fiesta de consussultum inati, praedem senam iam prae capazos). En más de una ocasión esta habilidad fachuce rricat, clerfina pula pret publi, es scric nos abrirá a un nuevoquidetilnes mundo de ina, posibilidades moverfe cridemurniu quemum y variantes quenonvo, antes ubliam, no podíamos ver, y a buen in iam ia din nos cupionsus est seguro creceremos poco más como personas. egerebem quame inun Itabenatum ocriaes forbit. Ed in dium, quis reni publiconvest faceperY, si no, siempre puedes replanteártelo al día num denatum horum siguiente y elegir otroauconsultor camino. locultum fecturo, tum ines consupi endiess enatifere co tem A menudo me encuentro en mi día a día con ponsi inte essed ne ortis culibunum perox nox situaciones en las que hay de moene tem nius prorimus virencontronazos urbis, nos simpoopiniones. Yo tengo por costumbre (aunque no res virmanum nordicaet Castreis etia ret, conse meAdnote muchopubliae por mihorsuli cara deentemus, mala leche) diis. inatudet sedepoterei temque int L.planteamiento Gulatquod C. Fuidium meterme siempre en el del otro. ad dem cae atus liquam. Sum hi, contua quid Me separo por un instante de mis creencias y mis, vid iae, ne quam furnit opubi pat pro, quit, trato de ver si lo que dice es lo cierto. Esto te lleva

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a darte cuenta de que a veces se está diciendo lo mismo pero de otra forma, o bien que dos ideas no tienen por qué ser incompatibles. Y si el otro tiene la razón y yo no, no dudaré en Lina, fauces erebatu stionfirit, et pror ate teceder y asumir que estaba equivocado. Iluso de mus, que ceps, di ius. Irmaciam sendent urnimí pensar por que yoegiliis haga iam una noximaxicosa va a quista rem que ta re, Pateres hacerla todo el mundo, pero bueno, de ilusión mis. también se vive.propossedem tum senam talis Unti, querei ceridit. furbisreplantearse vivendam poent inumus visComoDie os decía, las cosas siempre sentiesti pore que fachum tinc vertus, quidesceris; ayuda. Hay enfrentarse con aspectos Cationsula re ad forius mora essica vitatum nidesagradables, como el orgullo, y siempre se ritio nsulatam inte, ego et; hiciam ditum tanpuede dar el casovolum de que el otro etimis. sea un Solmal tum issenatorio, verudam ganador y se dedique a vanagloriarse de tener tum consulere fue fortistis addum talicae facit razón (cosa que me irrita sobremanera). O que feret; ena, C. Mul henam. tus novemnit. seaHiliqua un malque perdedor y no quiera admitir nada, publica (salvo udemus ficus por et? deOpiorte manera ridepost que la discusión renuncia Ebatesentem hum ommoruntesis fatque temulhartura) se perpetuará indefinidamente. Y digo ti libunte rideo, con ia destem lium abessi conyo, ¿nocrum sería nonfect el mundo un poquito al su qua urbesti suntem mejor tem in si sulmenos cuarta parteala de nequamq nosotros fuéramos tia Sciduna dicentio vidiem uoditabit capaces de cuestionarnos nuestras verdades vid resus, videps, fuerceporum moltus, Castre conesci enductem dem vem abunihi, iam terabsolutas? num vituam quone prae cleDeinequitin sabios espost? errar An y también recapacitar, así go horurnit L. Aperi fachum ternica; nostanum que, si me permitís el consejo, la próxima vez morum nonorica imorbis, sulto nenit virtum is que creáis estarauctum totalmente seguros que el intius consilin adesta ad reidetervivili otro no tiene razón, replantearos lo que sabéis poenihil vastra, uteribustrum obus omner ut y lo que derfenam sabe él, y oc si aun así sigue equivocado, videffre remente menemor at occist qua issesictus et, mundo es publiam iactusa molhacedle un favor al y enseñadle las turn ihictus vis, et atis. Sensultie mordiorum maravillas de repensarse las cosas.


LOS XENOFORMES NO SON BUENAS MASCOTAS

LOS XENOFORMES NO SON BUENAS MASCOTAS Pet the Destroyer

por Manuel Santamaría

C

iudad Nueva Caixa, año terrestre 3050, dejo esta holo-grabación como legado, como advertencia a futuras generaciones, si es que las hay, que sepan que solo hay algo tan grande como el ego de la humanidad: su estupidez. Atrapado en mi bunker noto como corretean las malditas criaturas por fuera, solo es cuestión de tiempo que la acumulación de mis propias heces les indique que aún les queda algo de carne fresca por consumir. Un metro de hormigón y puertas de triple acero no es barrera para los Xenoformes, les he visto sacrificar a congéneres para que su sangre fundiera los obstáculos que interponían sus objetivos: piedra, cemento, metal, tecno-plástico… solo los generadores de barreras de plasma les frenan, pero claro, sin electricidad son tan inútiles como una valla de PVC. Hace tres días que, afortunadamente, las cámaras de vigilancia exterior están inactivas, al carecer de fuente de alimentación. Me volvería loco, si es que no lo estoy ya, viendo a esos esqueléticos seres, con sus enormes cabezas, babeando, desgarrando, trepando por paredes… no hay nada que pueda detenerlos, hemos desatado el apocalipsis sobre el planeta. He de centrarme, si quiero que esta prueba sirva para algo a otros seres, he de intentar ser más frío y preciso, comenzando versión dos de holo-grabación Ciudad Nueva Caixa 28 julio 3050: En el año 3045 la tierra sufrió un boom económico y tecnológico sin precedentes, algo que es normal después de que la mayoría de los países quedaran arrasados durante la guerra de 2090, no era otra cosa que cumplir el eterno círculo de crisis-guerra-prosperidad. La exploración espacial no conocía límites: intercambios culturales con otras especies, planetas balnearios, recursos naturales de asteroides sin vida por los que nadie protestaba por su explotación… Todo el mundo tenía créditos para gastar: el lujo, robots que les hacían las tareas, realidad virtual… la población se volvió fofa y snob. Cada nuevo avance era adquirido inmediatamente como si no hubiera mañana: implantes tecnológicos Apple 3000, coches último modelo de la Anima Barda - Pulp Magazine 5


MANUEL SANTAMARÍA

BMWercedes y, el detonante de todo, la gente quiso volver a tener mascotas. Con la gran mortandad del diluvio radiactivo, la guerra de los continentes y el invierno nuclear, los animales terrestres se redujeron a los insectos gigantes que nos servían de alimento y las alimañas radiactivas de la zona yerma. Los intentos de traer especies exóticas de otros planetas habían sido, o bien inútiles, ya que morían por inadaptación como los hermosos peces aéreos de Hykraius, o bien se volvían extremadamente inaguantables como los crustáceos de Decapod 10. Los consumidores querían animales de compañía y las grandes empresas querían beneficios, la ley oferta demanda en su más pura esencia. Esto quedó arreglado, o eso creyeron, cuando un científico de Stark-Wayne dio con la solución: utilizando la capacidad de adaptabilidad ADNreflect de los especímenes de Acheron, se diseñaron los perfectos compañeros de juego: duraderos, inteligentes, comían prácticamente cualquier cosa, incluso alimañas de la zona yerma, no dejaban muchos residuos… todo perfecto. Sencillamente le suprimirían la ferocidad y ¡Abracadabra! 6 Anima Barda - Pulp Magazine


LOS XENOFORMES NO SON BUENAS MASCOTAS

Todo el mundo feliz como un Skrull en un funeral Kree. La producción se daba en la torre científica Natasha Stark. Una reina daba a luz huevos que se colocaban cerca de replicantes con una cadena de ADN codificada, los atrapa-caras emergían a los pocos minutos y, en dos días, una hermosa criatura al mercado. ¡Qué error, como dicen en Aldebarán: “Puedes arrancarle a un Primigenio sus alas pero no por ello dejará de estrujarte con sus tentáculos”! Fue una locura, ganaron millones, todos querían su propio Linguafoeda Acheronsis a la carta. Daba vergüenza ver lo que encargaban la gente: de color rosa; con lunares; tamaños mini, aptos para los micro pisos de 5 metros cuadrados que patrocinaba el BBV-Santander… Y más sonrojo lo que les obligaban a hacer o ponerse. Emergió una industria de cara a los nuevos amigos favoritos de los humanos: falditas, abrigos de piel de lagarto Zenliano, pintura para garras, sombreros… repugnantemente grotesco. En unos pocos años la población del “Linguafoedea Acheronsis Domesticis” alcanzó los 5 millones, parecía que no iba a tener freno. Todo el mundo estaba radiante: las firmas tenían ganancias, los niños un nuevo aliado, los adultos compañía y los xenoformes comida…o eso opinábamos. Al principio fueron casos aislados. Donde hay humanos la corrupción campa a sus anchas, en círculos de juego de las ciudades periféricas los empezaron a usar para peleas clandestinas. Los dejaban una semana sin comer, y castigándolos mediante lanzas electrificadas, adquirían un amago de su antigua fiereza. El uno de julio de 3050, todo se fue a tomar por el culo. El presidente planetario, William Gates III, en su último discurso narró el desencadenante de la plaga. Afuera del despacho se escuchaban los arañazos de su pareja de Xenoformes. Apenas pudo terminar su discurso con un “Dios Bendiga a la Bolsa, y me perdone por la parte que me toca”, mientras un ridículo insectoide con los colores de la confederación europea esparcía sus sesos, formando un precioso mural con la bandera de la Federación de Bancos que presidia el estudio. La catástrofe no pudo ser más sencilla y a la vez terriblemente precisa: la emperatriz esclavizada para procrear entró en producción masiva de huevos, en una sola semana centuplicó la producción, los operarios no dieron abasto por lo que los dejaron a su lado, tal y como ocurre en su hábitat. En el último día se desplomó agotada y cuando un equipo de técnicos entró a examinarla, su cuerpo estalló en una orgía de ácido y feromonas, que escaparon por los orificios creados por su sangre. Sobra decir que de los científicos no quedó nada. Las feromonas se dispersaron en la atmosfera, nunca se había visto este comportamiento en ninguno de los planetas infectados, pero tampoco nunca se les había sometido a esta aberración. Creímos controlar a estas magnificas entidades, pensamos que dominábamos un ADN que llevaba miles de años adaptándose. Por todo el planeta algunos individuos tenían codificada la misma señal, estallaban quedando tan solo una huella de humanos disueltos, heridos y hormonas en el aire. En tres horas el planeta quedó cubierto por la señal que activó el instinto depredador. Lo que siguió solo puede ser clasificado como una carnicería: mascotas de guarderías Anima Barda - Pulp Magazine 7


MANUEL SANTAMARÍA

devorando a bebés, ancianos mutilados por su Xeno-lazarillo, policías disparando contra sus antiguos “perros”, Xenoformes moribundos que aprovechaban su sangre para abrir huecos en las casas… Parecían ensañarse más con las humillaciones sufridas, en la retina se me quedó la imagen de uno de estos engendros con un tutú rosa decapitando con su lengua a una vieja arpía, poco a poco, la cabeza seguía viva ya que su propio acido cauterizaba las heridas y no tocaba la espina dorsal. Los Xeno-Mc-King, icono de la célebre cadena de comida rápida, se lanzaron contra las freidoras de grasa provocando un estallido de ácido y aceite hirviendo. No hubo rincón donde no se recogieran casos similares. En una semana, la población humana había quedado en un mero reducto, quienes sobrevivían al ataque eran llevados antes los atrapa-caras para que “parieran” a nuevos individuos. Nuestra civilización se precipitó a la nada. Sobrevivimos a cinco guerras mundiales, al calentamiento global, al invierno radiactivo y vamos a morir por el mero capricho de un montón de pijos. Es para descojonarse. Ya los escucho, arañando la entrada del bunker, será cuestión de minutos que comprendan que no pueden acceder por ellos mismos y decidan sacrificar a un espécimen débil. En mi mano el viejo sable luz de mi abuelo, pero por desgracia el dispositivo de seguridad no permite utilizarlo contra humanos y regalarme una muerte limpia y rápida, así que lo único que me queda es llevarme a unos pocos por delante y enfurecerlos para que ni piensen en utilizarme de anfitrión. Ya huelo ácido comiéndose el metal, mi hora llegó…ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja.

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SÍ, QUIERO

Si, quiero Demolition Lovers

por Carlos J. Eguren

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o me gustan las bodas. No me gustan los finales. No me gustan los recuerdos. No me gustan las lágrimas. No me gusta saber que he perdido lo que nunca tuve, como aquella noche que a saber si existió. La noche era completamente oscura. Vaya, no acabo de escribir nada realmente ingenioso con esa frase, pero era la verdad. No, esperad. No había estrellas ni luna porque la mugre venenosa del cielo estaba violando la luz bajo un manto negro, pero entonces aquel mugriento hotel se rebeló mostrando los rayos de dos mentes iluminadas ya fuera por el amor y la pasión o por un cóctel de anfetas mezcladas con whisky. Para aquella pareja, aquella noche, donde el cielo gemía como un moribundo, era perfecta. Todas las noches lo son. Gideon (que se hubiera cargado a sus padres por su nombre, sí) caminó descalzo sobre las revistas viejas con las que uno podía aprender historia si se ponía a leerlas o quedarse embarazada si se recurría a exprimir el jugo del resto de los clientes que se hundieron en aquel abismo. Tuvo que dar un par de patadas al aire para librarse del trozo de papel que se le quedó pegado en el talón izquierdo. El chico apartó los cabellos negros de Diana, con ternura, luego le dio un beso en la frente y le entregó un objeto: —Es algo viejo y prestado. Ella sonrió pero sus carnosos labios pintados de negro añadieron algo más: —Falta lo nuevo, G. Gideon sacudió una caja que sacó de su bolsillo. —Las balas. Diana no pudo contener una risa lunática, que recordaba a la de una bruja que acababa de felar a un sapo. Luego, contempló la magnum que le había dado Gideon. Le encantaba aquella pegatina Anima Barda - Pulp Magazine 9


CARLOS J. EGUREN

en el mango, la que simulaba un corazón azul. La lamió antes de cargarla. La adoraba. Era una locura, pero todas las parejas jóvenes y que se aman de verdad acaban haciendo una locura de vez en cuando, si no, no hay amor ni hay nada más que una forma de retener a dos imbéciles haciendo chocar sus vidas. El hecho de que Gideon y Diana decidieran inaugurar su libro de la gilipollez con cargarse a los padres de ella mientras quemaban el orfanato donde se crió él solo fue una pequeña casualidad, la verdad. Aunque quizás solo era una mentira que se habían creído. Una historieta de los dos, que se habían inventado aquello para poder follar sin remordimientos de conciencia por no tener ningún trauma al que aferrarse por sentirse tan condenadamente bien. —Dime, Diana. ¿Harías todos lo que hicimos pese al premio que nos han dado? —¿Insultaría a toda esa gente? ¿Conduciría puesta hasta las cejas? ¿Secuestraría, heriría y mataría a gente? ¿Robaría un banco y un par de explosivos? ¿Haría que tanta gente sufriera para que nosotros pudiéramos casarnos? —Esa respuesta no ha sonado natural. Diana le colocó la magnum en la frente a G. —¿Y esta? —Perfecta. —Lo sabía –contestó la chica y empezó a reír. —Diana, dime, ¿lo harías todo de nuevo? —Acaso ¿puedes dudarlo? Gideon sonrió, arrugando su barba de tres días, mientras Diana bajaba su arma. Luego, tomó todo el vodka que quedaba de un solo ataque que hubiera hecho palidecer al séptimo de caballería. Diana le besó y le obligó a compartirlo. ¿Quién se había creído que era? 10 Anima Barda - Pulp Magazine

El amor es compartir los abrazos, las caricias, el vodka robado y las enfermedades venéreas, ¿no? Los dos rieron sin parar. A menudo, lo hacían sin razón. Estaban enamorados, maldita sea. ¿Qué más les hacía falta aparte de eso? —Podríamos cambiar, G. –dijo Diana y, de repente, pareció serenarse. Eso no le gustó a ninguno de los dos–. Somos jóvenes. —Jodidamente jóvenes. —Podríamos decidir ser otra cosa. —¿A alguien le ha funcionado eso, Diana? —A Sputnik. —¿Ese hijo de puta de tu barrio? —Sí, ese que se chutaba tanto que parecía una coladera; ahora se llama Jeremy Yardin IV y trabaja como vendedor de seguros. —Puto Yardin IV. Seguro que tiene una mujer gorda y dos hijos retardados. No todo puede salirte bien cuando te pinchas hasta en la punta de la… —G., luego estaba Erika la Sin Bragas. —Me trae recuerdos. Aún me pica. —Recuerda que hacía cualquier cosa por conseguir un pico. —¿Ya la ha palmado de sobredosis, Diana? —No, ahora trabaja de profesora en un colegio religioso cuando lo más cerca que estuvo de un hábito fue el hábito de meterse todo. —Te ha quedado muy bien esa metáfora. —No… ¿Y qué me dices de Will Cuatro Dedos? — ¿Ese mafiosillo de turno que le partió las piernas a su vecina porque su perro cagaba en su jardín? —Sí, el que dicen que luego asfixió a aquella vieja metiéndole la cabeza cortada del cachorro en la boca.


SÍ, QUIERO

—Mierda, sí que tenemos memoria para la basura. —Creo que ahora es William Hands y se ha presentado a la alcaldía. ¿Qué te parece? —Que me alegro de no votar a ningún hijo de la gran puta sidoso de mierda. —Pero G., mi querido poeta, ¿por qué no cambiar? ¿Por qué no decidir ser algo difícil? Sé que la gente normal temerá algún día que cualquier desconocido en el que pueda creer en el pasado en realidad sea un pedazo de hijo de la gran puta, pero ¡que le den a la gente normal! —Créeme, ahora mataría sin ningún tipo de compasión. Ahora pienso que todos los mamones se lo merecen por mucho que lo oculten. Ahora es defensa propia… ¿Robar un banco? No hicimos nada tan malo con esa mierda. —¿Qué piensas en realidad, G.? —Que hemos vivido en un lugar jodido y no deberíamos dejar que nos joda más, Diana. —¡Pongamos el mundo a cuatro patas y démosle lo mejor de nosotros, G.! Los dos se besaron como si fuera la última vez que lo hicieran. Las lenguas chocaron y los dientes mordieron. —¿Cómo estoy, G.? ¿Cómo está la novia? –se dijo Diana sobre sí misma, separándose unos instantes, pero como la gravedad, la chica volvió a él. Los ojos de Gideon brillaban mientras veía el vestido de boda de Diana: los harapos de fiesta blancos que le regaló su madre antes de que Diana decidiese que aquella tipa estaba mejor muerta. Igual que el pescuezo de su madre, segado con rapidez, estaba el final del vestido: todo para lucir sus esbeltas piernas. También había conseguido unos tacones blancos de aquella prostituta que atropellaron. Luego

estaba el velo, que bien podría haber sido un trozo de cortina. Aún así, Diana con la noche en sus cabellos negros, sus labios húmedos, su nariz respingona y sus grandes ojos grises era perfecta. Siempre lo había sido, nunca fallaba cuando disparaba. G. la besó y sus manos acariciaron la cintura de ella, que se contoneó como la última gota de una botella caída de whisky. —Como siempre, sabiendo a alcohol y fuego, Diana. —Perfecta entonces, ¿no? Diana dejó sus manos jugasen con el pecho de él, oculto por aquella camisa blanquecina y, a la vez, tan sucia. Llevaba la chaqueta negra de algún hombre muerto, los zapatos de piel de serpiente y los vaqueros negros que a saber si alguna vez fueron de otros. No necesitaba mucho más. Era su traje de muerto, ¿no? La joven intentó quitarle la ropa una vez más, pero él solo sonrió. —¿Ni un último polvo, G.? ¡Podríamos echarlo en la bañera! ¡Eh, eh, eh! ¡He tenido una idea! ¡Podríamos echarlo mientras nos cortamos las venas! ¡Es romántico! —No nos queda agua caliente y el agua fría es una mierda. —Con agua fría duele menos desangrarse. —¿Queremos que no duela? —Joder… Entonces, ¿nada? —Nada. Ya… nada. —Echaré de menos los polvos en el cadillac. –Echaremos de menos los polvos en cualquier parte, Diana. —Echaremos de menos muchas cosas –dijo la joven y miró a través de la ventana, salpicada de sangre–. ¿Han llegado ya los testigos? —Sí, ¿no los oyes? Creo que deben estar impacientes. Anima Barda - Pulp Magazine 11


CARLOS J. EGUREN

—Hay que ver qué presuntuosos son. Se apuntan a todo. Hacen resonar su música como si valiera la pena. ¿Tengo ramo que tirarles? G. asintió. Había estado una hora preparando el ramo en toda la habitación. Diana se acercó a Gideon. Le abrazó. Los dos colocaron sus rostros uno frente a otro y entonces Gideon dejó escapar un par de lágrimas. Diana se las secó con su lengua de serpiente y le apuntó con la pistola de nuevo. Ella escupió cada una de sus palabras creyéndoselas. —Siempre supimos esto. Siempre lo supimos. Vamos con la sonrisa, ¿vale? -Vale. —No les dejaremos cadáveres tristes. ¿Vale? —No les dejaremos cadáveres tristes, D. —¡Así me gusta, G.! ¡Esa es la jodida buena actitud! —Ese es el jodido espíritu. Los dos dieron un par de pasos. Gideon no tenía ojos para la habitación del motel donde habían estado atrincherados las últimas horas. Solo contempló a Diana, que no tardó en darse cuenta. Apartó uno de sus rizos con un suspiro. —¿No da mala suerte ver a la novia antes de la boda? –preguntó Diana. Dibujó en su rostro aquella sonrisa de chica mala que siempre volvió loco a Gideon, la sonrisa que era la traducción perfecta de aquella chica que deja ver parte de su sujetador negro cuando no lo esperas y te sientes el hombre más jodidamente importante del mundo. —Querida, nosotros nunca hemos tenido suerte. Ambos se dieron un breve beso. Luego, Gideon ayudó a Diana con su velo. Ella le puso bien la corbata (a Gideon no le gustaban porque le recordaban a las cuerdas de los ahorcados). 12 Anima Barda - Pulp Magazine

Dieron un paso atrás, se observaron durante unos instantes. Estaban perfectos. Escucharon la marcha nupcial compuesta de gritos y sirenas de coches. Luego, Gideon dio la patada a la puerta de la habitación y la pareja salió fuera. Estaban ante un aparcamiento rebosante de gente inquieta y nerviosa. ¿Qué opinarían de los novios? —¿Me aceptas por esposo, Diana? —Te acepto por todo lo que eres. ¿Me aceptas por esposa, G.? —Te acepto por nuestro futuro como fantasmas. Y ambos dijeron al unísono. —¡Follaremos con el diablo! Insuflados por el colocón de rock and roll y los tragos de alcohol, con las venas llenas de aquel veneno que era el amor y la locura, D. y Gideon cabalgaron hacia los espectadores de su boda. Cuando un sacerdote dice lo de “si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre” y toda esa mierda, casi nunca nadie suele responder. Pocas veces alguien dice: —¡Las manos arriba! Cuando los policías prepararon sus rifles de asalto, Gideon y Diana se besaron largamente y sin mirar a nadie que no fuera ellos mismos. Luego, abrieron fuego con sus pistolas. Eran ellos contra el mundo. Nunca les separarían, jamás les atraparían. Un par de sesos volaron por parte de la policía. Los prófugos de la ley giraron sobre sí mismo y dibujaron dos anillos de muertos. Lo que ellos querían. Pero su historia no acabaría bien, ellos lo sabían. Lo aceptaron con el largo beso hasta que


SÍ, QUIERO

se tiñó de sangre y supo a la más dulce de las muertes. I´m trying Los cuerpos de aquellos Bonnie y Clyde I´m trying to let you know just how much you puestos de anfetaminas volaron hechos pedazos. mean to me El novio vistió de pellejo, la novia lució un traje And after rojo como la nieve ensangrentada. Lo único All the things we put each other through. que quedó de ellos fueron pedazos de piel y huesos que parecían besarse. And I would drive on to the end with you Ahora, que comenzase la Luna de Miel. A liquor store or two El hotel voló en mil pedazos, cientos de Keeps the gas tank full dólares volaron por la ciudad reducidos a And I feel like there´s nothing left to do cenizas. Habían repartido el ramo con hermosas But prove myself to you flores de metralla y nitroglicerina. And we´ll keep it running. Por último sonó la canción favorita de la pareja: Demolition Lovers y quedé yo, un But this time escritor intentando buscar algo de sentido en I mean it una noche de verano que no encontraba el I´ll let you know just how much you mean to me respiro. As snow falls ¿Por qué recordaba a los padres que nunca On desert sky tuve? ¿Por qué recuerdo el amor que nunca Until the end of everything. tuve? ¿Por qué ahora tengo la misma pistola de Diana -¿o es la de Gideon?- en mi mano I´m trying derecha y no hay más salida que sonreír y decir I´m trying to let you know how much you mean “adiós”? As days fade No me gustan las bodas. No me gustan los And nights grow finales. No me gustan los recuerdos. No me And we grow cold. gustan las lágrimas. No me gusta saber que he perdido lo que nunca tuve, como aquella noche Until the end, que a saber si existió. Until this pool of blood. Until this. Demolition Lovers, de My Chemical Romance I mean this. I mean this. Hand in mine Until the end of... Into your icy blues And then I´d say to you I´m trying. We could take to the highway I´m trying to let you know how much you mean. With this trunk of ammunition, too As days fade I´d end my days with you And nights grow, In a hail of bullets. And we go cold. Anima Barda - Pulp Magazine 13


CARLOS J. EGUREN

But this time, We´ll show them. We´ll show them all how much we mean As snow falls On desert sky, Until the end of every... All we are... All we are is bullets. I mean this. All we are... All we are is bullets. I mean this. All we are... All we are is bullets. I mean this. All we are... All we are is bullets. I mean this. As lead rains Pass on through Our phantoms, Forever forever. Like scarecrows That fuel this flame, We´re burning, Forever and ever. Know how much I want to show you you´re the only one. Like a bed of roses there´s a dozen reasons In This Gun. And as we´re falling down, And in this pool of blood, And as we´re touching hands... And as we´re falling down, 14 Anima Barda - Pulp Magazine

And in this pool of blood... And as we´re falling down, I´ll see your eyes. And in this pool of blood, I´ll meet your eyes. I mean this. Forever.


La Página Escrita Nº 4 Julio 2013

Revista literaria on-line de las Fundaciones Jordi Sierra i Fabra

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Cada trimestre en la Red

La Página Escrita Nº 1 Octubre 2012

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RUBÉN FONSECA

Ice Queen Ice Queen

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por Rubén Fonseca

a visita diplomática de la reina Veröandi de Asgard ocasionó un gran tumulto en La Urbalita. Por orden del Gran Duque Raffaello, se limpiaron las calles, se adecentaron los edificios con guirnaldas de vivos colores y se ordenó a los carabinieri que empujaran a todos los drogadictos y delincuentes hacia los suburbios, donde en teoría la comitiva de la reina nórdica no tendría que pasar. Así mismo, en los muros de la Ciudadela se colgaron los blasones de todas las casas nobles y se ordenó a los sacristanes que revisaran las campanas de los templos para repicarlas en armonía al paso de Veröandi. Detrás del Gran Duque Raffaello, la Gran Duquesa Consorte había revisado en persona el complicado peinado de su hija Raffaella, intentando que luciera lo más hermosa posible, algo que era difícil, pues la belleza de sus rasgos seleccionados y de su blanca cabellera, que revelaba su pertenencia a la Casa Ducal, se encontraba a sus dieciséis años en todo su esplendor. A su lado, su hermano Michele presentaba un porte igual de atractivo, y en su caso lo que más fascinaba de él era su gallardía, resaltada por su armadura de plata y su capa azul turquesa que le daba el aspecto de un ángel de las historias antiguas. Cuando tomaron la posición que debían adoptar frente a la reina Veröandi, el joven príncipe se mantuvo apartado de su madre, pues debía estar junto a su padre, según su deber como futuro Gran Duque. Así, junto a su progenitor, desde La Plaza de San Marco, lugar de recepción de los dignatarios extranjeros en la Ciudadela, Michele contemplaba los ejércitos de las grandes casas, estratégicamente organizados según su grado de importancia para ofrecer la mejor recepción a Veröandi. Como todos los presentes, el Gran Duque Raffaello se hallaba nervioso y su hijo pudo escuchar parte de sus protestas. —Espero que no haya venido con todo su séquito. No es normal este retraso. Michele sonrió, imaginando los cálculos de su padre para ahorrar lo máximo posible en banquetes y recepciones. Contrario a su abuelo, su progenitor cuidaba mucho las arcas de La Urbalita, pues vivían una época difícil por los escasos tratados comerciales que habían sobrevivido tras una nueva epidemia en los campos. No obstante, La Urbalita era una de las ciudades más prósperas, ya no 16 Anima Barda - Pulp Magazine


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sólo de la Toscana, sino de toda Italia, y podían permitirse una semana de lujos, sobre todo porque contaban con el apoyo económico de las demás casas nobles, que, aunque vilipendiaran a la reina Veröandi haciéndola partícipe de infinidad de escándalos, no deseaban enemistarse con ella. —Dentro de poco sonarán las campanas de la Santa Maria, padre. Y, en efecto, al ocaso, como si la reina hubiera estado esperando esa hora, las Puertas de Santa Maria se abrieron y repicaron las campanas de sus torreones. Ante ese hecho, la Gran Duquesa Consorte perdió parte de su compostura a causa de los nervios, y su hija temió por ella a causa de su frágil corazón, que la atormentaba desde hacía meses. No obstante, la atención de los habitantes de La Urbalita se centró en la nave que entró por las Puertas de Santa Maria: un crucero estilizado, de esbeltas alas, propulsado por unos cohetes que escupían humo y fuego, y mantenido a flote por un motor antigravitatorio. Jaleando a aquella nave, la multitud arrojaba flores de carácter simbólico y una patrulla de jinetes del Gran Duque, que cabalgaban a lomos de caballos mecánicos, escoltaba a la nave de la reina Veröandi mientras unos fuegos de artificio, de colores fríos, azules, violetas y verdes, estallaban en el cielo. Michele se mantuvo firme y solemne mientras la comitiva de Veröandi atravesaba los sectores más importantes de la ciudad. Primero desfiló por los Arrabales, hogar de los ciudadanos más humildes, y el Puente Vecchio, el puente más importante del Arno, que unía los Arrabales con la Barriada de Plata, residencia de los ricos comerciantes y funcionarios. A medida que se acercaban a las Puertas de Brunelleschi, entrada a la Ciudadela, donde todos los nobles aguardaban, Michele se contagiaba del nerviosismo de su madre, que ya había hecho mella también en Raffaella e incluso en algunas importantes damas de la corte y sus maridos. Ciertamente, el cortejo de Veröandi era intimidante, no tanto por la fastuosidad que dedicó su paso, que corría a cargo exclusivamente de la generosidad del Gran Duque, sino por la austeridad del crucero. La nave era sencilla; no había ni una sola seña de decoración. Ni siquiera habían pintado el escudo de Asgard en su casco, y, a pesar de eso, los habitantes de La Urbalita eran conscientes de que allí se encontraba una de las personas más influyentes y peligrosas del planeta. Cuando atravesó las Puertas de Brunelleschi, adentrándose en la Ciudadela, el crucero se detuvo en la Plaza de San Marco, posándose con suavidad en las limpias baldosas de mármol. Tras acomodarse convenientemente la caballería del Gran Duque, se abrió una plataforma de descenso y por ella salió en primer lugar una escolta de soldados de Asgard, ataviados con flamantes corazas metálicas, que no habían sido mancilladas con ningún color, y armados con poderosas espadas y lanzas imantadas. El Gran Duque Raffaello se acercó con paso cauteloso a la guardia de su invitada, que ya había formado un seguro pasillo entre la plataforma del crucero y el centro de la plaza, y aguardó a que descendiera la reina de Asgard. Michele se situó rápidamente a su lado, sudando ligeramente por la tensión, y cuando apareció Veröandi, hermosa, misteriosa, envuelta en un grueso y lujoso abrigo de piel, se arrodilló, alegrándose así de poder ocultar su rostro. Las trompetas y tambores marcaban el ritmo de la marcha de la reina, ante la que todos se arrodillaron, a excepción del Anima Barda - Pulp Magazine 17


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Gran Duque Raffaello, quien, cuando la tuvo frente a él, le besó con elegancia la mano. —Es siempre un honor y un placer recibiros, mi reina. —Me agradan tus respetos, Raffaello, y las atenciones de tus súbditos. Michele se levantó, pues así lo indicaba el protocolo, y besó también la mano de aquella mujer de piel perlina, larga cabellera albina, que se había trenzado en un aparatoso peinado, y porte siniestro, reflejado en sus profundos ojos azules. —Mi reina —la saludó Michele. —Es la primera vez que te veo, mi príncipe. Me alegra comprobar que tu madre no mentía sobre tu aspecto; seréis un digno Gran Duque —vaticinó—. Mi hermana anhelará a partir de ahora el día en que tengáis que partir a Asgard a buscar esposa. Cualquiera de mis hijas os aceptará como marido con mucho gusto. Michele le dedicó una sencilla genuflexión por el cumplido y sonrió, tratando de fingir placer con la compañía de su tía. Al menos esperaba disimular mejor que su padre. —¿Dónde están mi hermana y mi querida sobrina Raffaella? Malditos D’Angeli, siempre tan escrupulosos con las tradiciones. Ante esa mención, se acercaron las dos damas de la familia ducal, que como norma, siempre debían presentarse en último lugar. La Gran Duquesa Consorte se dispuso a arrodillarse ante Veröandi, un respeto que la reina no consintió, besándola en ambas mejillas. A continuación, saludó a la princesa Raffaella con el mismo afecto, y la muchacha se mostró agradecida ante ese gesto. Al parecer, era la única persona que no temía a Veröandi. —Creo que ya deben terminarse los formalismos —indicó la reina al Gran Duque—. Si he de esperar a que me presentes a todos tus nobles, aún estarán besándome las manos el día que deba volver a mi hogar. Aquellas palabras fueron una enorme falta de respeto, pero nadie se atrevió a cuestionarlas, e incluso el Gran Duque sonrió e hizo una seña para que los principales nobles que se habían acercado, regresaran a sus posiciones. Observando a aquellos personajes a los que tan bien conocía, Michele supo que Veröandi no se había ganado la simpatía de ninguna de las grandes familias. No obstante, todos siguieron al Gran Duque y a su invitada hacia el Palacio Ducal, donde se celebró un gran banquete en honor a la reina de Asgard. No se escatimó en vino ni en ricas viandas, que la reina del norte probó con apetito, acostumbrada a otros manjares en su frío palacio. Mientras, su escolta permanecía imperturbable a su espalda, sin tomar asiento. —¿Habéis tenido buen viaje, mi reina? —preguntó el Gran Duque en la comodidad de la mesa. La música de las violas, las arpas y los clavicordios, junto con las voces de las conversaciones de otros comensales, ofrecían una gran intimidad al Gran Duque y a Veröandi. Michele podía escuchar, pues se había sentado a la derecha de la invitada. —Apenas nos han atacado los bárbaros de las llanuras —respondió la reina—, así que puedo declararme afortunada, aunque me desagrada alejarme de Asgard; Europa es gris y desoladora. —Te aconsejé que realizaras escalas por diversas ciudades, querida Veröandi; es peligroso internarse por los campos. 18 Anima Barda - Pulp Magazine


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Veröandi sonrió con aire misterioso antes de beber un pausado sorbo de su copa de vino. Cuando saboreó la bebida, respondió al Gran Duque de forma enigmática. —El tiempo vuela, Raffaello. Y deseaba llegar cuanto antes a La Urbalita. Poco después, la conversación su sumió en una interminable charla política, muy vacía de sentido en realidad, y Michele se refugió en la música del salón de banquetes. Aburrido, pues no le permitían sentarse al lado de su hermana, y sus amigos se encontraban en la mesa de sus respectivas familias, se dedicó a contemplar la fiesta. Todos parecían haber olvidado la presencia de Veröandi; disfrutaban de los placeres con los que les había obsequiado el Gran Duque, y se entretenían con sus juegos del día a día. Disgustado, Michele se percató de que su hermana aceptaba, a pesar de lucir una sonrisa incómoda, regalos y halagos de sus pretendientes, tal y como era la costumbre desde que ella cumplió catorce años. —¿Nervioso, Michele? Veröandi había pasado un brazo alrededor de los hombros del príncipe. El Gran Duque se reía de una broma que le había gastado a su mayordomo, al que había llamado para que le entretuviera y dispusiera un espectáculo de teatro cuando finalizara el banquete. —No os comprendo, mi reina. Veröandi señaló con la mano, que segundos antes había apartado un níveo mechón de la mejilla de Michele, a los nobles que habían acudido a la mesa especial donde las damas disfrutaban del banquete. —¿Quiénes son esos caballeros que tratan de cortejar a tu hermana? Son demasiado viejos para una joven que apenas ha florecido. Michele tragó saliva. —El caballero que viste de negro con bordados blancos en las mangas es Giulio Medici, el de verde y borgoña es Ettore Sforza y el de blanco con bordados negros es Vito Sanzio. Veröandi suspiró. Luego jugueteó con la larga y sedosa melena de Michele. —Demasiados nombres hay en La Urbalita, y todos quieren algo distinto. Aunque este caso tal vez sea la excepción que confirme la regla. ¿Confías en alguno, Michele? Sé sincero; nadie nos escucha ahora. Era cierto. Su padre aún continuaba conversando con el mayordomo, y a la derecha de Michele nadie se sentaba, pues no había nadie de un rango similar al suyo que mereciera compartir mesa con él en un evento tan especial. —Son nuestros brazos armados; mi deber es confiar en ellos. Veröandi le acarició la nuca antes de apartarse de él. Con ese gesto, la piel del joven se erizó. —Tu deber es desconfiar de ellos, mi príncipe. Y me temo que tus palabras traslucen que piensas que tu deber es desconfiar de mí. No hablaron más durante el banquete, ni durante el espectáculo de después, ni cuando repartieron más vino y el Gran Duque propuso un brindis para despedir a la fiesta y recibir a su invitada, pero a pesar de ello, Michele no pudo dejar de pensar en Veröandi, su tía, en teoría sangre de su sangre, pero que era un auténtico secreto para él. Aunque al anochecer, al acostarse Anima Barda - Pulp Magazine 19


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en el lecho de su alcoba, Michele tuvo otros motivos para preocuparse, pues un repentino dolor agudo le recorrió el estómago y su garganta comenzó a arder poco después. Sin perder tiempo, agitó la campanilla de su mesilla de noche y pronto aparecieron sirvientes que le preguntaron qué le sucedía y que, al percatarse de los ronchones morados que habían aparecido en la piel de su señor, llamaron aterrorizados a un médico. No obstante, la primera persona que apareció fue un caballero de Asgard, sirviente de Veröandi, que le administró sin vacilar un suero a través de una jeringuilla. —Antídoto —fue lo único que se digno a explicar al príncipe. A la mañana siguiente, lo sucedido a Michele fue el motivo de la ira del Gran Duque, que ordenó una investigación y exigió la cabeza del responsable al atardecer, señalando en primer lugar como responsables a los cocineros de su palacio. La Gran Duquesa Consorte y Raffaella visitaron a Michele en su lecho de convaleciente y le desearon la más pronta de las recuperaciones, acompañadas de Veröandi. No obstante, las mujeres debieron de salir de la habitación del príncipe cuando se presentó el Gran Duque en persona, que habló así a su hijo: —Michele, no permitas que ningún caballero de Veröandi se acerque a ti. Y mucho menos permanezcas a solas con la reina. —Pero, padre, han sido ellos los que me han salvado la vida. —Confía en mí, hijo —pidió el Gran Duque—. Yo conozco bien los secretos de palacio. Tras su marcha, sólo los sirvientes de Michele y sus amigos entraron al cuarto. Deseando saber lo que insinuaba su padre, el príncipe pidió al más cercano de ellos, Luigi Medici, que le hablara sobre lo que se rumoreaba en los palacios. —Están todos furiosos. Eres muy querido en el pueblo y las grandes familias te aprecian mucho. —Soy el príncipe… Ése es su deber —dijo Michele, que quería que su amigo se saltara lo innecesario. —Ya, pero esto es un ataque político. Tu madre ya no puede dar a luz a más herederos. Si mueres, habría un grave problema en la sucesión al trono ducal y se rumorea que la persona que más se beneficiaría de eso es la reina Veröandi. Michele recordó la conversación con la reina durante el banquete, sus alusiones sobre en quién debía confiar, y respiró con dificultad, angustiado por el miedo. —Ella es una extranjera; esto parece más un cuchicheo de las mujeres que elucubraciones de los nobles. —Escucha bien, Michele. Las reinas de Asgard siempre se han limitado a proveer de esposas a los Grandes Duques, pero Veröandi quiere más. ¿No recuerdas que no permitió a tu padre escoger esposa? Quería que se casara con su hermana para poder tejer su influencia alrededor de La Urbalita. —Si estás insinuando que mi madre está relacionada con mi intento de asesinato, puedes marcharte —le espetó el príncipe, que se sentía entre humillado y furioso. Luigi Medici se apresuró a disculparse ante su amigo, que antes de eso era su señor, y se limitó 20 Anima Barda - Pulp Magazine


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a poner voz a los rumores de palacio, que pusieron sobre aviso a Michele, quien, sin embargo, tenía la certeza de que, si no hubiera sido por el caballero de Veröandi que le inyectó el antídoto, habría muerto la noche anterior. Por si aquella fechoría no sirviera para que todos los nobles de La Urbalita recelaran, poco después empezaron a caer más víctimas a causa del mismo veneno que los médicos indicaron que había estado a punto de acabar con la vida de Michele. El señor de una casa noble menor, un primo de Luigi, un importante oficial de la caballería de los Sanzio, y después cayeron muchos más en el transcurso de los días, hasta que pronto todas las casas nobles tuvieron al menos un asesinato entre sus filas, a excepción de los D’Angeli, aunque tampoco era mucho consuelo para el Gran Duque, pues Michele había sido el primero en caer bajo los efectos del veneno. Con esos asesinatos, el príncipe ya no hubo de recurrir a Luigi para que llegaran a sus oídos las acusaciones contra Veröandi. Pronto, los caballeros de Asgard tuvieron que cerrar filas en torno a su señora a causa de las amenazas veladas y manifiestas que recibía. Los nobles exigían vendetta, y Michele solicitó, cuando recobró parte de las fuerzas, que le permitieran de nuevo empuñar la espada. No deseaba que nadie más atentara contra su vida; sospechaba que si Veröandi era la responsable de todas aquellas muertes, no se valdría otra vez del veneno para tratar de eliminarlo. Mientras, la reina era inmune a los cuchicheos; se encerraba con la Gran Duquesa Consorte y la princesa Raffaella en sus aposentos y conversaban durante largas horas, ajenas a las maledicencias. Aunque Michele sabía que aquella situación no se postergaría eternamente. El Gran Duque Raffaello también anhelaba la vendetta, al igual que sus súbditos, y reunió a su consejo con el objetivo de debatir sobre tan indeseada invitada, aunque fue ella la que movió su ficha en el tablero en primer lugar. Una noche, tranquila, sin luna, en la que no corría viento. Una noche de muerte y oscuridad, en la que Michele dormía desapaciblemente, la puerta de su alcoba se abrió con cuidado. Los guardias no avisaron de la llamada de nadie; yacían muertos frente a la puerta y Michele se despertó cuando Veröandi le besó en la frente. Cuando el príncipe abrió los ojos, llevó la mano a su cinto, a la funda de su espada, aunque poco después descubrió que se hallaba junto a la mesa, ajena a las amenazas, sin haber sido imantada convenientemente para proteger a su dueño. —Percibo tu miedo, mi príncipe, y me afligen tus sospechas. ¿Acaso no fue mi caballero el que te protegió? Michele le sostuvo la mirada, el azul del D’Angeli contra el azul de Asgard. —Las intrigas son impredecibles, mi reina, y corren rumores sobre usted. La reina sonrió. —Me alegro de que los nobles recibieran mi mensaje. Los siguientes en morir serán los grandes señores si continúan con sus planes. Michele se quedó estupefacto ante la confesión de Veröandi. Si hablaba tan tranquilamente sobre sus crímenes, eso significaba que pronto iba a matarlo. —Mi padre os detendrá si continuáis con vuestras fechorías. Anima Barda - Pulp Magazine 21


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—¿Eso crees? —preguntó la reina—. Michele, recuerda los orígenes de tu ciudad. Cuando tu mundo estaba derruido bajo un manto de ceniza, fue una hija de los reinos de hielo la que os rescató. Nuestra fuerza no reside en nuestro orgullo, sino en nuestras naves y espadas. Si vosotros levantasteis una ciudad de las ruinas de un mundo devastado, fue porque nosotros os entregamos la tecnología requerida para ello. —Un criminal siempre muere —rebatió Michele. —Es cierto, y he estado bastante atareada dirigiendo a mis caballeros, sobornando a tus súbditos e introduciendo veneno en gargantas de serpientes; pero tu padre sabe que si muero, la noche y el frío de Asgard se abatirán sobre La Urbalita y no veréis otro amanecer. Ésa es la razón por la que me temen todos. Michele miró de reojo su espada; ponía sus esperanzas en su agilidad y su experiencia en el combate, experiencia de la que carecería Veröandi, experta en venenos. —Pero tú no debes temerme; tienes mi sangre y te desposarás con una hija de mi reino para fortalecer la alianza entre los D’Angeli y Asgard. Recuerda quién es tu verdadero enemigo, recuerda cuál es la debilidad de tu familia, que es lo que puede amar tanto tu madre para llamarme y pedirme que viniera aquí, a la otra punta del continente. Le había pedido que recordara. No le desvelaba nada. Tenía que recordar. Michele sólo tuvo que cerrar los ojos para rememorar la única conversación que había mantenido con Veröandi, donde habían hablado de su hermana y de los nobles que la cortejaban. —Raffaella… —Un hombre sólo necesita una mujer si quiere entrar en una casa ajena —explicó la reina. Michele trató de reincorporarse en su lecho. Veröandi le ofreció su brazo como apoyo. —Es imposible… —balbuceó él. —Tu madre calla, las paredes oyen, yo actúo. Quienquiera que hubiera tratado de asesinarlo, siempre considerando que Veröandi dijera la verdad, anhelaba quitarlo de en medio para desposarse con su hermana y alcanzar el título de Gran Duque a la muerte de su padre. Un ataque político como había dicho Luigi. —¿Pretendéis matar a todos los nobles de La Urbalita? A partir de ahora, la sangre se derramará en un torrente sin fin. La reina de Asgard le besó en los labios y lo abrazó. Su aroma era salvaje, a animal. Aunque tal vez se debiera a que Veröandi se vistiera con pieles y no con ricas sedas como las damas de la Ciudadela. —Dentro de poco debo regresar a mi hogar; la amenaza del miedo se basa en la fugacidad, en lo repentino, y si permanezco mucho tiempo aquí, descuidaré mi reino y mi protección decaerá. Eres tú, Michele, quien debe empuñar la espada y sostener el escudo. —¿Qué me pedís? Veröandi fue a la mesa del cuarto, tomó la espada de Michele y se la entregó. —Solicito al Príncipe de La Urbalita, futuro Gran Duque, que permita a su hermana que me acompañe a mi reino. Un convento no es un lugar para una dama tan hermosa, ni tampoco se 22 Anima Barda - Pulp Magazine


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merece un marido que planee asesinar a su hermano. Michele consideró la oferta de Veröandi. Si aceptaba, su padre se enfurecería, pero al ser el sucesor, las relaciones con Asgard regresarían a la normalidad cuando ascendiera al trono, y, además, habría eliminado el peligro de las conspiraciones de los nobles. Sin embargo, el amor que sentía por su hermana le aconsejaba que no la entregara a aquella reina tenebrosa y letal, que basaba en la dulzura del veneno la eliminación de sus enemigos. —Huid de mi ciudad, preguntad a mi hermana qué es lo que desea y, si os pide auxilio, concedédselo, pero apartaos de mi vista. Es una orden. Creía haber actuado correctamente, pero su instinto le decía otra cosa. No obstante, no podía actuar de otro modo. Era cierto que su madre había llamado a la reina de Asgard. Veröandi había acudido por petición de la Gran Duquesa Consorte, a causa de su estado delicado de salud. Su madre había esgrimido que deseaba estar con su hermana en esas terribles horas, por si su destino era la muerte. —Tarde o temprano acudirás a mí, Michele. Tus antepasados quisieron una ciudad, y tu familia siempre querrá que la provea de esposas. Tras decir eso, Veröandi desapareció en medio de la oscuridad de la noche. Michele se asomó a la ventana, buscando las luces de la enorme ciudad que se extendía a sus pies, pero no había nada. Todos dormían, menos él. Al amanecer, la alarma cundió de nuevo en el palacio. La reina Veröandi había desaparecido; no había ni rastro de ella ni de sus caballeros, tampoco de la princesa Raffaella. Y cuando se descubrió que los guardias del príncipe Michele habían sido asesinados, el Gran Duque en persona exigió justicia y registró el crucero de la reina de Asgard, que continuaba estacionado en la Plaza de San Marco. Pero no hallaron allí rastro de presencia humana, y Michele, que pensaba en un viaje inhóspito de su hermana, primero a través de las enormes calles de la ciudad y después en los agrestes caminos del continente, se cuestionó de nuevo su actitud. Pero no tuvo tiempo para culpabilizarse. Al cabo de pocos días, su madre murió, y no fue a causa de veneno como temieron todos, sino de su débil corazón. La enterraron con gran pompa en la principal catedral de la ciudad y repicaron las campanas durante todo el día. Tras el conveniente luto, el Gran Duque Raffaello falleció también, aunque él sí fue víctima del veneno. Y a partir de ahí, Michele se vio obligado a asumir su deber como Gran Duque con la conciencia atormentada por los remordimientos. Y lo primero que debía hacer como señor de La Urbalita era buscar esposa. —Gran Duque, los D’Angeli siempre han contraído matrimonio con las princesas de Asgard. A pesar de las actuales circunstancias, sería desastroso romper la tradición. Contactad con las princesas al margen de la pérfida Veröandi. Devolvedle la afrenta y raptad a una dama —le aconsejaron desde su corte, pero Michele se negó. Recordó el vaticinio de la reina de Asgard: «Tarde o temprano acudirás a mí, Michele. Tus antepasados quisieron una ciudad, y tu familia siempre querrá que la provea de esposas». Podía haberle mentido. Todas las maquinaciones de las que le había hablado podían haber Anima Barda - Pulp Magazine 23


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sido perfectamente engaños con tal de ganarse su confianza. Pero no podía desahogarse con nadie del alcance de su decisión. Michele no quería desvelar a nadie que tal vez fuera un traidor a su familia y a su ciudad. Y con ese pesar, respondió a sus consejeros. —Cuando perdone la maldad de Veröandi, acudiré a Asgard en persona. Hasta entonces, gobernaré La Urbalita en solitario. Y transcurrieron los años, y las crónicas de La Urbalita hablaron de Michele D’Angeli como un Gran Duque melancólico, que sólo al final de su vida, muchos años después de la muerte de Veröandi, acudió a Asgard para regresar con una jovencita, cuyos rasgos eran familiares para los más viejos del lugar, y con la que contrajo nupcias y tuvo un heredero que gobernó la ciudad del Arno con prudencia y sabiduría.

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MAKE ME WANNA DIE

Make me wanna

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Make me wanna die

por Cris Miguel

uiero morir. Es complicado y a la vez sencillo de explicar. Quiero morir. Tengo un buen motivo, un gran motivo, él es el motivo. Cada vez que recuerdo como empezó todo me da vértigo. Coincidía siempre con él cuando salía de la oficina, en el tren, de regreso a casa. Ahora tengo dudas de si fue una casualidad o forzó dichos encuentros aparentemente azarosos. Iba leyendo, ensimismada con el móvil quizás, pero cada vez que levantaba la mirada ahí estaba la suya, contemplándome. No soy muy dada a describir mi vida como si de una novela romántica se tratara, pero en este caso es cierto. Sus ojos podían ver dentro de mí, era una sensación abrumadora y en la misma medida atrayente. Todos los días me lo encontraba ahí, enfrente, mirándome. Al principio no le di importancia, era un hombre guapo, sí, entre la multitud. Según pasaban los días me sorprendía buscándole. Y una desazón me invadía si algún día no lo encontraba en su asiento; en esos días, por fortuna sueltos, llegaba a casa de mal humor, apenas cenaba y me aburría soberanamente todo hasta que me iba a la cama y mal dormía. Sin saber por qué me sentía así, ni la forma de evitarlo. Sin embargo, cuando estaba donde debía estar, sentado, con sus ojos en mí, esos ojos… No podía quitarme de la cabeza que si una mirada era así de intensa cómo sería lo demás. Él se bajaba antes que yo, cuando pasaba a mi lado dirigiéndose a la puerta me miraba de soslayo sin hacer el mínimo ademán de acercarse. Llegué a desesperarme, ¿por qué si me miraba tanto no rompía la distancia y se presentaba? Primero pensé que era tímido y valoré la posibilidad de acercarme yo, o sentarme más cerca. La deseché. Aunque me mirara, el miedo al rechazo estaba

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latente, esperando a abalanzarse sobre mí. Así que empecé a acostumbrarme a su presencia, anhelando algo más que no llegaba. Hasta que un día se acercó. —Nikolay —me dijo. Su pelo era casi platino y tenía los ojos de un tono gris. No me extrañó que fuera del este. Lo que me sorprendió fue que cogiera mi mano y se la llevara delicadamente a los labios. —Ana. —Me avergoncé del nombre tan vulgar que tenía. Sonrió de soslayo. Y creo que en ese momento me enamoré de él. Por el cristal del tren sólo veíamos nuestro reflejo de lo oscuro que estaba fuera. Como si pudiera mirar algún sitio que no fuese a él, a esos ojos… A partir de ese día, los que le siguieron adoptó esa rutina, me besaba la mano y se sentaba en frente de mí. Me pedía que le hablara de lo que hacía, de lo que me gustaba… Aunque lo cierto es que apenas tenía nada que contar. Quizás con otra persona me hubiera esforzado y hubiese sacado lo más interesante de mis aficiones, como pintar o mi gusto por las series japonesas. Pero con él no podía, me nublaba el cerebro y de mi boca sólo salían las más comunes de las frases y las más ordinarias de las preguntas. Cuestiones que se limitaba a no responder, en su inmensa mayoría. A mí, su presencia, su cercanía, me bastaba. Hasta que se iba. Lo que quedaba de noche lo pasaba inquieta y el día se me hacía eterno hasta la salida del trabajo, cuando lo volvía a ver. Intenté expresarlo con palabras una vez, a Helena, pero me tomó por una idiota y me dijo que puede que fuese un acosador, que me alejara de él. Yo estaba en lo opuesto a alejarme de Nikolay, su nombre era música para mis oídos, soñaba con él casi todas las noches, con él y con su cuerpo fundido con el mío. No podía más, estuve semanas con este juego de charlas intrascendentes, pero había llegado a un acuerdo conmigo misma y no iba a permitir que esta situación estancada continuara. Me estaba matando. —Hasta mañana —se despidió de mí con otro beso en la mano. Sin embargo, hoy estaba decidida. En el trayecto casi no le había mirado a los ojos. Necesitaba pensar con claridad. Me levanté casi de un salto y le seguí hasta la puerta. —¿Dónde vas Ana? —La manera que tenía de pronunciar mi nombre era la misma que la que tenía mi padre, como si hubiera hecho algo malo. Miré al frente. —Contigo, creo que es un buen día para que nos tomemos algo juntos, ¿no te parece? —No podía creer que hubiese hecho una frase tan larga. Lo miré de reojo. ¿Sonreía? El corazón me latía con fuerza y que el tren frenara con más fuerza de lo habitual, haciéndome perder el equilibrio, no me ayudó. Porque posó sus finas manos en mi hombro y en mi cadera, sujetándome. Balbuceé un pseudo-gracias y me bajé casi saltando del tren. Necesitaba aire fresco con urgencia. Salimos de la estación y eché andar. Él me seguía un paso por detrás sin separarse de mi lado. Mi cabeza estaba embotada y en una plaza me di cuenta que no conocía en absoluto ese barrio y no sabía dónde me dirigía. Él sonrió percibiendo mi duda. Como no quería ceder por miedo a que esa cita improvisada se estropeara, me fijé que al final de la calle resaltaba una gran M amarilla. Así que armándome de valor me dirigí hacia allí. Él no dijo nada, sólo me observaba. Cuando nos tocó pedí el clásico longchicken, al que llevaba 26 Anima Barda - Pulp Magazine


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abonada desde que tenía once años. Nikolay quiso sólo un helado. Genial, me vería comer, esto sólo podía ir hacia arriba. —Si no te gustaba el McDonald´s haberlo dicho, hubiésemos ido a otro lado… —dije casi en un susurro avergonzada. —No… —Me cogió la mano para reconfortarme—. Está siendo la mejor cita de mi vida. —¡No te burles! —le dije al ver que sonreía. —Es la verdad. Se colocó el moño descuidado que le sujetaba su pelo rubio. Era mejor que la tele. Me hizo hablar, algo que no compaginaba demasiado bien con cenar. Aún así me las ingenié para contarle anécdotas divertidas que incluían hamburguesas y manchurrones. Sin embargo, conforme acabé de comer, nos quedamos callados y de repente pensé en cómo iba a volver a casa y si no me había equivocado. Porque, a pesar de todo, él no parecía dar señales de que quisiera… joder, de que le gustara, de que le atrajera tanto como él a mí. La ilusión se fue convirtiendo en impotencia. Salimos a la calle y me dejó de nuevo que le guiara. Y seguía sin saber a dónde. Opté por volver a la plaza por donde habíamos pasado y me senté en un banco, de cualquier forma, ahora estaba enfadada. Él me miraba fijamente como si no comprendiera el problema de matemáticas aplicadas en el que llevara pensando toda la noche. Esa fue la chispa. —¿Qué quieres de mí? Porque, sinceramente, estoy confundida. Me miras, siempre estás ahí, te acercas, te presentas, hablamos… Parece que te gusto, pero no dices ni haces nada. Te he arrastrado a un McDonald´s y no has comido, como si fuera un castigo, y no sé… no sé cómo voy a volver a casa. —Fui levantando la voz, no era consciente, pero la última frase era casi estridente. Verborrea de la máxima petarda, aunque lo sentía así. Habló mi impotencia, mis miedos, mi vergüenza… Él, como respuesta, me cogió la cara con sus manos, delicadamente y me besó. Lo primero que pensé fue: soy gilipollas, lo he presionado como una niña insegura y mimada que quiere que la pidan matrimonio. Claro que eso fue cuando mis pies volvieron a posarse sobre la tierra. Algo que tardó en suceder. Sus labios estaban fríos y su lengua, que se abrió paso lentamente pero con firmeza, tenía un sabor que no supe identificar pero que me embriagó hasta la punta de mis dedos. Al separar nuestras bocas nos quedamos frente con frente, ojalá pudiera saber lo que estaba pensando. —No quería… —El estómago se me contrajo al escuchar aquello. Yo sí quería—. No quiero darte problemas… y te los voy a dar. —Estoy… —No quería soltarme de su cuello. Respiré hondo, me daban igual los problemas, yo solo quería estar besándome y todo con él—. Soy mayorcita para los “te voy a hacer daño”, no te preocupes. —Ojalá fuera tan sencillo… —Noté que eran las primeras palabras sinceras que me decía. Lo primero que se salía de la norma, del código de afabilidad que había establecido él mismo. Sin embargo, en ese momento me daban igual los problemas, o la complicación que tuvieran. Anima Barda - Pulp Magazine 27


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Lo quería a él, dentro, fuera y, sobre todo, lo quería cerca. Me daba miedo que se rompiera el hechizo y no volviera a verle. —Te vas a arrepentir de esto… —me susurró en el oído. —No, por ti me he levantado cada mañana desde que te vi. Tú me has dado… me das vida. —No sabes la ironía que albergan tus palabras. —Sin esperar una contestación me volvió a besar, ahora más intenso—. ¿Confías en mí? —me dijo separándose apenas un centímetro de mi cara. Asentí, cómo no iba a confiar en él, estaba entregadísima a la causa. Resultó que la pregunta era una propuesta en ciernes. Algo que primero me asustó y luego deseé con todas mis fuerzas. Me llevó a su casa. Un edificio antiguo de dos pisos y paredes de piedra, con una decoración que contrastaba con él y con el exterior. Ya que predominaban los colores pastel en… Sus labios. Me cogió como si no pesara nada y subió las escaleras con mis piernas rodeándole la cintura. Le quité el jersey y la camiseta de una vez, era casi tan blanco como yo. Realmente me dio igual su tono de piel, sólo me importaban sus manos, su boca y su… Me reí yo sola. Nikolay me observaba tras haberme echado sobre la cama, aunque en vez de dibujarse en su cara una expresión tipo: “¿De qué se ríe esta loca?”, sonreía como si fuera una broma privada. Esa familiaridad y la complicidad que emanaba de él me dio confianza. Y dejé de pensar tonterías para fundirme en su cuerpo. Disfrutando y saboreándolo. Aunque admito que esa primera vez con él fue como si ya supiera dónde tocarme con exactitud porque en tiempo record ya estaba paseando por las nubes. Contraída y luego relajada como la más ajada muñeca de trapo. Antes de quedarme dormida vi que Nikolay iba con urgencia al baño. No le di más importancia, claro que ahora que lo sé todo encaja. A esa primera cita tan improvisada le sucedieron muchas. Él se iba abriendo más a mí y yo disfrutaba con la relación más intensa que he tenido en mi vida. A veces notaba una parte oscura, como si me ocultase algo, como si volviésemos a esa noche y a sus palabras “te vas a arrepentir de esto…”. Pero ese día aún no ha llegado . Empecé a arreglarme más, me perfilaba los ojos, fui a la peluquería y me aclaré el pelo, ya de por sí rubio, para tener un tono parecido al de Nikolay. Cuando estábamos tumbados jugábamos con nuestro pelo, yo lo tenía un poco más largo que él, pero se reconocía por el color, ya que los dos lo teníamos igual de ondulado. Nos duchábamos juntos sólo por lavarnos la cabeza mutuamente, algo que de lo que desconocía su alto erotismo. Tras la novedad y el bullicio del principio noté que se alejaba de mí. Como si me estuviera preparando para cortar conmigo. Yo era adicta a él, lo necesitaba. El resto de mi vida me daba igual. Sólo importaban las noches que pasábamos juntos, así que le preparé una cena romántica en su casa después de haber hecho una copia de sus llaves sin que se enterara con el propósito de reconquistarlo y que dejara sus dudas. —¿Y esto? —dijo sorprendido nada más abrir la puerta. Había hecho la compra, porque su nevera siempre estaba vacía y había cocinado. Nada muy elaborado pero sí vistoso. Estaba orgullosa de mi labor como mujercita. Claro que su reacción fue ir corriendo al baño a vomitar. Obviamente, no entraba en mis planes. Me acerqué sigilosamente para discernir sangre en la taza del váter. Me asusté y le acribillé a 28 Anima Barda - Pulp Magazine


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preguntas sobre su historial médico. Que fue respondiendo con paciencia mientras me llevaba al dormitorio. —¿Qué te pasa? ¡Háblame! —Estaba enfadada porque no sabía qué hacer para ayudarle y seguía sin confiar en mí cuando yo le había dado la mano a ciegas. —Mírame —me dijo. Fije mi vista en sus ojos grises que estaban más oscuros de lo habitual. Me cogió la mano y la besó, un gesto que se había convertido en familiar. Luego la giró besándome la muñeca. Sentí su respiración contra ella, alterada, y me mordió. Fue más el susto que el dolor, desvíe un segundo la mirada a mi muñeca por la que caía un hilillo de sangre. Con la otra mano me sujetó la barbilla obligándome a mirarle a los ojos. Mientras succionaba, despacio. Me lamió la gota díscola que casi había llegado hasta el codo. Y me besó, esperando una reacción. —Esto es lo que soy —dijo. Era la primera vez que le oía titubear. Pero yo no quería oírle, no había estado tan excitada en mi vida. No quería molestarme en pensar que los vampiros existían y mi novio o mi amante o lo que fuéramos era uno de ellos. No. Quería más de él. Le besé y sentí el sabor de mi propia sangre en su boca. No era en absoluto

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desagradable. Todo en la escena era embriagador. Tardó unos segundos en reaccionar como si esperara una bofetada en vez de un beso. Y cuando lo hizo, cuando me lo devolvió, le eché sobre la cama y me puse encima. Le desnudé ávida de placer. Como si me debiera algo. Quería entregar sin remisión cada centímetro de mi piel. Le recorrí y le comí, no tan literalmente, pero si gráficamente. Aulló de placer y yo me derretí ante ese sonido. Le provoqué, tomando las riendas, pero no me dejó, estaba demasiado excitado. Me penetró sin contemplaciones, sin preliminares. Fue intenso, fue duro y fue pleno. Llegué al orgasmo entre gritos y él culminó mordiéndome en el cuello. Estremeciéndome. Le tenía dentro por dos partes y esta vez el éxtasis llegó con tanta intensidad que me agarré a sus hombros y tuvo que sujetar mis fuertes espasmos. Me sentía plena y feliz. Nunca había aprovechado tanto el invierno en toda mi aburrida vida. Desde que me lo contó y lo acepté sin contemplaciones noté que su mirada era más limpia, se había quitado un peso enorme de encima, estaba entregado a mí. No me molesté en pensar cuántos años tendría realmente, sólo bromeábamos al respecto, o cuántas mujeres habría estado, me daba igual ahora era mío y yo era suya, éramos uno. Me presentó a un amigo suyo de su misma condición, por llamarlo de alguna manera. Por aquel entonces ya me había entregado a la causa y parecía una barbie gótica que encajaba a la perfección con la naturaleza de ellos. Lo primero que pensé cuando conocí a Victor fue en el sexo, algo que Nikolay notó apretándome fuerte la mano con semblante serio. Estábamos en el apartado de una discoteca cualquiera hablando de la muerte y Victor me cautivó. La forma que tenía de hablar de sus creaciones, se había hecho un rebaño según nos contó. Nikolay estaba tenso, era su amigo, pero no compartía en absoluto el modo de vida de su congénere. Qué típico, el bueno y el malo. Mi cerebro estaba embotado por el alcohol y por la cercanía de ambos, que seguía siendo perturbadora como si parte de mis sentidos dejaran de funcionar, así que me limité a pensar con esa ligereza que te da la inconsciencia. Pensé en la sangre, en su naturaleza y fue la primera noche que deseé morir. De vuelta a casa le acribillé a preguntas, Nikolay me contestaba con paciencia infinita, aunque notaba que estaba de mal humor. Yo seguía bajo los efectos del alcohol y de ellos, por lo que prácticamente gritaba por la calle que me matara y me convirtiera. Ya en la cama esa misma inconsciencia logró cautivarle, le hice todo lo que le gustaba más. Llevábamos ya tanto tiempo juntos que nuestros cuerpos estaban completamente compenetrados. —Déjame probar tu sangre —le susurré cayendo rendida después de montarle. Él, que tenía la cabeza entre mis muslos succionándome, se incorporó. Era el mejor momento para proponérselo, su naturaleza estaba a flor de piel, se estaba alimentando después del sexo, me sentí perversa, pero quería probarlo, quería ser como él, quería estar con él eternamente. —No sé con exactitud los efectos que puede tener en ti… —dudó. Le mostré la sonrisa más dulce y encantadora que pude. —Sólo un poco… ¿no te parece injusto que tú puedas y yo no? —bromeé. —No te puedo negar nada… Guardé esa información en un rinconcito de mi cerebro y me senté. Él se mordió la muñeca 30 Anima Barda - Pulp Magazine


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izquierda mientras que la otra mano continuaba entre mis muslos. Me volví a sentir húmeda como si no acabara de experimentar un orgasmo hacía unos minutos. Era la mezcla de lo prohibido y lo terriblemente erótico de la situación. La primera gota no me gustó, lamí su muñeca agarrándome a su fuerte antebrazo y me fui acostumbrado al sabor. Era indescriptible. No se parecía en nada al sabor de la sangre que emana de una rebelde herida hecha por el papel y que tú chupas inconscientemente. Sabía bien, casi era dulce, podría acostumbrarme. De hecho, estaba succionando cuando Nikolay se apartó de mí. Me sorprendió y mi primer impulso fue enfadarme por quitarme mi caramelo. Pero luego lo acepté sin rechistar. Aunque empecé a sentirme revitalizada, viva, eufórica. Le besé apasionadamente. Valorando el vínculo que poseíamos, tanto simbólico como literal. Estábamos completamente unidos. Los siguientes meses son un borrón en mi mente. Salíamos de vez en cuando con Victor, pero la mayoría de las noches nos quedábamos en casa, en la cama. Cada vez le insistía en que me dejara beber más, a veces se resistía, pero otras lograba que cediese. No sabíamos muy bien el efecto que tenía en mí, aunque Nikolay afirmaba que era adictivo. Y ahora quiero morir. Se lo llevo repitiendo semanas cada vez con más insistencia. Quiero que me convierta, quiero ser como él, su compañera para toda la eternidad. Le había jurado que no me importaba vivir de noche, ni siquiera en verano, que nos iríamos de vacaciones buscando el frío y las pocas horas de luz. Que cambiaría de vida, que trabajaría de camarera aunque fuera, o de freelance desde casa… Obteniendo la misma respuesta, un rotundo no. Mi mente juega con la idea de decírselo a Victor. Aunque las pocas veces que había surgido el tema de “beber” de la novia de otro, habían reaccionado como machitos ante una competición de quién meaba más lejos. Los días pasan, o mejor dicho las noches, que ya son más cortas. Pero su negativa me está aburriendo y tengo hasta menos ganas de acostarme con él. Lo hago sólo para poder beber, que es el único momento que me deja. Sí, puede que tenga un problema de adicción. Pero no quiero desintoxicarme, quiero morir. —Si me pasará algo grave… como un cáncer, ¿me dejarías morir? ¿Serías capaz de ver cómo mi vida se apaga? —digo temerosa de mis propias palabras. —Eso no va a pasar… —¡Pero puede pasar! —digo casi chillando—. Y también que envejezca… siempre voy a ser inferior a ti, seré una carga hasta que te canses de mí y te cambies de ciudad. Sueno dramática y es que lo siento así de verdad. Intenso, vivo. Qué ironía cuando quiero la muerte. —Yo moriría por ti. Debería ser mi decisión. ¿O es que no quieres estar conmigo toda la eternidad? —Mi voz está más serena. —Ana… No es tan fácil, no quiero esto para ti. —Pareces una película mala adolescente… —¡Joder! No te burles. ¿Crees que esto es sencillo para mí? Por eso no podemos tener relación Anima Barda - Pulp Magazine 31


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con humanos… —¿Cómo que no podéis? Llevamos meses juntos y, aunque se había abierto a mí, nunca me contaba nada detallado sobre su mundo. Un mundo del que me quería apartar. Me enfado y le doy la espalda apagando la luz. Con una decisión tomada. Cuando me despierto se que algo va a mal. La calma, el olor… Subo corriendo hasta el primer piso, la sala de estar, tiene que ser ahí. Sigo el rastro. El espanto, mezclado con el hambre, que me provoca cada bocanada de aire que tomo, se aúnan en mi interior. Me asusto y la busco el pulso. Es débil pero puedo ir los latidos de su corazón perezoso luchando por sobrevivir sin ya casi sangre que bombear. Mi primera reacción es de rabia. Por su falta de juicio, por tener el afán de convertirse. Mi segunda reacción es la culpa, porque si se lo hubiera explicado mejor, o si no me hubiese acercado a ella en el tren, esto no hubiera sucedido. La cantidad de problemas que me puede acarrear convertirla son innumerables, pero ha jugado conmigo, confiando en mi imposibilidad de dejarla morir. Sin embargo mi decepción hacia ella es tan alta… esto es chantaje. No puedo unirme a alguien así. Llamo a Victor. —¿Estás seguro? —me dice ya en mi salón, ha venido en tiempo récord—. Si lo hago yo, no te lo va a perdonar… —No quiero unirme a alguien así. La quiero, pero es inconsciente, impulsiva… si era así de humana imagínate ahora, recién convertida, será incontrolable… —Me pongo las manos en la cara. No sé que me creía que iba a pasar enamorándome de una humana, desde luego esto no. Debería haber hecho caso a Victor, hipnotizarla más, aumentar su trance, controlarla… Aunque entonces no fuese ella. No debería haber llegado a esto. —Hazlo, está casi desangrada. —Tomo una decisión—. Victor, prohíbela verme. —Joder, eres muy dramático. Tío, no es necesario, después del primer año podréis volver a la sociedad, llevar una vida normal… no es tanto tiempo. Os puede funcionar, ella está hasta los huesos por ti. Es hasta romántico, una tragedia, Shakespeare fliparía… —No. Toda la eternidad es mucho tiempo. Hazlo, me debes un favor, estaremos en paz. —Como quieras… Ver cómo la alimenta, con su sangre, me da asco… Es mi compañera y la está mancillando. Victor, que tiene un séquito de humanas y otro de convertidas para él solo. Pero la estrategia sucia de Ana la ha condenado. Cedo a que se queden allí. La primera noche siempre es la peor. El resurgimiento. Aunque no debí hacerlo. Encontrarme con ella, tan pálida, mirando el rastro de su propia sangre al día siguiente, sentada en el salón, da un vuelco a mi estático corazón. —Confié en ti como tú me pediste… —Yo no quería que murieras —ladro. —YO quería morir por ti, y no podías darme esto. —Se mueve tan rápido hacia mí que me sorprende, acostumbrado como estoy a sus andares—. Ahora pertenezco a ¡OTRO! —Amaba tu vida, Ana. Tu vitalidad, no en lo que te has convertido, y no me refiero a lo de esta noche. 32 Anima Barda - Pulp Magazine


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No me da tiempo a reaccionar, me estampa contra la estantería. Mi peso hace temblar la pared y rompo algunas baldas, genial… —No te voy a perdonar en la vida. Yo sólo quería estar contigo… ¿no lo entiendes? —Venga, vámonos, Ana. —Victor la sujeta. Me levanto torpemente. No porque me falte agilidad, sino porque un fugaz remordimiento se queda en mi cabeza. —Te voy a hacer la eternidad imposible. Hasta pronto Nikolay. Su voz inmutable me da un escalofrío. Sé que cumplirá su amenaza, pero estaré preparado para acabar con ella. De igual a igual y para siempre.

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ENTREVISTA A PAUL PEN

Entrevista a

PAUL PEN

Conocemos tus libros, pero descríbete. ¿Cómo es Paul Pen, qué dirían tus amigos más allegados de ti? Te dirían que escribo muy bien y que no entienden cómo es posible que aún no venda tanto como Dan Brown.

Stephen King y Roald Dahl los defines como tus más claras influencias. Recomiéndanos un libro, o un relato, que no lo firme ninguno de los dos. Cualquier relato de Richard Laymon: su colección ‘Dreadful tales’ es espectacular. De libros, últimamente me ha gustado mucho ‘El insólito peregrinaje de Harold Fry’, de Rachel Joyce. De algún autor español, sin duda, los relatos de Marc R. Soto, que se autopublica en Amazon. El brillo de las luciérnagas es tu segundo libro después de El aviso. ¿Te ha resultado más fácil escribirlo que el primero, o tenías una presión añadida después del éxito que tuvo tu debut? Presión añadida ninguna. Saber que había gente esperando leerla era en realidad un incentivo. Además ya había comenzado ‘El brillo de las luciérnagas’ cuando se publicó ‘El aviso’, así que el camino estaba iniciado y sólo tuve que completarlo. Has mencionado la alegoría que hay oculta, o no tan oculta, en El brillo de las luciérnagas. Cito textualmente: “¿No vivimos todos en el sótano de nuestras limitaciones y obligaciones?”. ¿Qué situaciones cotidianas, los llamados pequeños placeres, te hacen desconectar de la rutina? 34 Anima Barda - Pulp Magazine

Una hora corriendo en exteriores con música a todo trapo suele quitarme todos los males. Tu forma de estructurar el libro a la hora de escribirlo, es similar al de un guión de una serie de televisión. ¿Qué series policíacas son tus preferidas? Recientemente, el final de la segunda temporada de ‘The killing’ me ha marcado como hacía tiempo que no me marcaba una serie. Desde que lo vi, reviso cada cierto tiempo la escena en la que se descubre al asesino de Rosie Larsen y no deja de emocionarme. ‘Dexter’ también me tiene completamente entregado. Son series en las que, como ocurre en mis novelas, los crímenes no son más que un punto de partida para contar dramas humanos.


ENTREVISTA A PAUL PEN Voces infantiles, thrillers psicológicos… Dijiste que te propusiste el reto de no escribir nombres propios en esta novela. ¿Tienes algún reto para tu próximo libro, tienes pensado cambiar de género? El reto que me marco para el próximo libro es que sea mejor que los dos anteriores. Tengo la idea, pero aún estoy decidiendo en qué nivel de misterio y suspense voy a moverme. Para ambas novelas se está preparando la adaptación cinematográfica, por Morena Films, ¿quién te gustaría que hubiese en el reparto, en qué papel? Fíjate que no me he parado a pensarlo detenidamente, aunque creo que Clara Lago o Leticia Dolera harían un estupendo papel como la Andrea de ‘El aviso’.

Has repetido que no te considerarás escritor hasta ver tu libro en formato de bolsillo en cualquier tienda de aeropuerto. ¿Qué libro te has comprado en un aeropuerto y te ha sorprendido positivamente? Desde que existen las reviews de Amazon y GoodReads ya es prácticamente imposible que compre un libro a ciegas, así que es más difícil que se produzcan sorpresas. Como te dije, la revista la formamos mayoritariamente, autores aficionados. ¿Qué te impulsó a escribir tu primera novela, la idea, tu disponibilidad, el azar…? ¿Te ha ocurrido algo curioso que no esperabas desde el momento de mandar tu novela hasta publicarla, algún requisito editorial…? Me impulsó a escribirla el ver que iba a llegar a los treinta sin cumplir la promesa interna de escribir una novela (promesa que me hice siendo adolescente). Así que a los veintisiete, y

disponiendo sólo de los fines de semana, decidí ponerme a ello. No hay otra. Escritor es el que escribe, no el que sueña con escribir. Ha habido muchas sorpresas en el camino, la más llamativa quizá los tiempos con los que se trabaja en el sector industrial. Que son muy lentos y a ratos desesperantes. Mantienes un blog, en tu última entrada nos cuentas que utilizas el ebook para una segunda corrección. ¿Y cuando se trata de terceros, cómo llevas las críticas y las correcciones? ¿Confías en alguien que te dé su opinión o lo corriges tu solo y que sea lo que tenga que ser? Llevo muy bien escuchar opiniones sobre mi trabajo de la crítica y los lectores. Incluso las negativas, si tienen justificación. Aunque, por suerte, hasta ahora han sido en su mayoría opiniones muy positivas. Un poco más complicado es el momento en el que el editor termina de leer el primer borrador de la novela y sugiere cambios, porque los escritores tendemos a aferrarnos a lo escrito, a considerarlo como definitivo, y dar una vuelta más a la novela supone un gran esfuerzo. Pero hay que aprender a escuchar y valorar la lectura del editor porque ellos hacen una lectura limpia y objetiva, no como la del propio autor que lleva un año leyendo y releyendo las mismas páginas. Anima Barda - Pulp Magazine 35


J. R. PLANA

Ajám

Ajám

por J. R. Plana

1 arvin Ame Zillik regaba las plantas en el jardín de detrás. Era de noche. Siempre lo hacía así porque se sentía más a gusto: las estrellas brillando en el cielo, los grillos dando la tabarra, sólo con la luz de los porches traseros, a oscuras, sin que los vecinos le observaran.

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AJÁM

Apuntó la manguera hacia las petunias y puso el dedo en la boquilla, dejándolo entreabierto. El agua formó un arco de pequeñas gotas que más que mojar salpicaba a las plantas. Marvin se atrevió a canturrear por lo bajo. Un destello verde proyectó en el suelo las ramas del sauce que tenía en la esquina. Marvin alzó la vista a tiempo de ver un intenso brillo que surcaba el cielo y que llenó su jardín trasero de un extraño verde fluorescente. El bólido pasó de largo y se perdió hacia la mitad del firmamento, apagándose como una luciérnaga moribunda. Marvin permaneció contemplando el cielo, a la espera de algún detalle que le aclarara qué acaba de pasar. Pero, pasar, pasar, no pasó nada. Y allí se quedó cinco minutos hasta que cayó en la cuenta de que estaba ahogando a las petunias. Había quitado el dedo gordo de la boquilla y la manguera echaba agua a destajo en la tierra removida. Farfulló un “mierda” y apartó corriendo la manguera. Ya casi no pensaba en el destello verde cuando cerró el agua y se metió en casa. 2 Los espárragos se churruscaban en la plancha, pero eso no era lo que sonaba por detrás. Marvin aguzó el oído. El vecindario era un sitio tranquilo y silencioso, quitando alguna fiesta de barbacoa esporádica, y aquello hacía mucho, mucho ruido. Marvin desatendió la plancha un instante y fue hacia la ventana. Lo oyó mejor. Aspas cortando el aire, el molesto traqueteo de los motores de un helicóptero. No, espera, uno no. ¿Dos? Vaya, ¡tres! Tres helicópteros pasando por encima del vecindario, un sitio lejos de tráfico, accidentes, incendios, maleantes, un sitio que, en general, estaba a las afueras del mundo. Los observó pasar por encima, sintiendo como el cristal vibraba según se acercaban. Cuando desaparecieron de su vista, Marvin se encogió de hombros y volvió a sus espárragos. Era un tipo práctico, y aquel era el momento de cenar, no de pensar en helicópteros. Ni por un momento se le ocurrió relacionarlo con el destello verde. 3 Retazos de una conversación apasionada, un aburrido debate, un policía disparando a un coche que explota, un documental de pesca. Marvin resopló. Tantos canales para nada. O eran reposiciones o programas insustanciales. Santo cielo, ni siquiera el documental era bueno. ¿Dónde habían quedado esos sobre África que se dedicaban a seguir leones? O los que se dedicaban a viviseccionar la vida cotidiana de las profesiones más raras de América. Al menos era cultura general. El rastrillo golpeando contra el empedrado del porche le indicó que alguien andaba husmeando en el jardín de atrás. Malditas alimañas emparentadas con los roedores. Se iban a enterar. Marvin salió afuera y encendió la luz. Una polilla revoloteó a su alrededor en un trance de éxtasis luminiscente. Marvin la miró con asco antes de agacharse a recoger el rastrillo. Había estado apoyado de mala manera en la pared, y ahora descansaba en el límite de piedra y césped. Anima Barda - Pulp Magazine 37


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Lo asió con las dos manos y la punta hacia abajo. Era hora de cazar alimañas. Lo primero que miró fue el cubo de la basura. Pero allí no había nada. Después hurgó entre los parterres, y también en el rincón de las almácigas. A ciertos bichejos les encantaba mordisquear los brotes. Nada por aquí, nada por allá. Se estaba acercando al rincón del sauce cuando reparó en una cosa: la puerta de la caseta de herramientas-garaje para motos estaba abierta. Y él no la había dejado abierta. 4 Con el rastrillo en ristre, llegó hasta la caseta. Inspeccionó con cierto nerviosismo los alrededores. La tierra enfrente a la puerta estaba algo removida. Usando las púas como palanca, y con más asco que miedo, Marvin empujó cuidadosamente la puerta para dejarla completamente abierta. La caseta de herramientas-garaje para motos no era lo suficientemente grande para montar un bar clandestino, pero tampoco tan pequeña como para que no te cupieran un par de estantes, una mesa de carpintería e incluso una cama estrecha. Alguna vez se había planteado construir un refugio nuclear abajo. Quizá algún día. La puerta chirrió en el último tramo y la entrada quedó despejada. El problema era que estaba oscuro, la bombilla seduce-polillas estaba en un ángulo raro y no llegaba a iluminar el interior. Y Marvin tenía claro que no iba a entrar a un sitio cerrado, bloqueando la única salida, sin poder meter algo de luz antes. Así que, de nuevo usando el rastrillo como suplemento alargador para brazos, y apoyándose como podía en la puerta abierta para no tener que pisar la tierra removida y tampoco acercarse demasiado a la oscura entrada, Marvin estiró el brazo del rastrillo y tras uno, dos, tres y cuatro intentos consiguió acertar en el interruptor blanco de los que suben y bajan y que encendía la raquítica y desnuda bombilla de la caseta de herramientasgaraje para motos. Sonó un “Oh” que no dijo él, y Marvin se quedó petrificado en aquella postura, una especie de fuente de Cupido, de puntillas, sin arco y con rastrillo, no tan rechoncho pero sí con rizos en el pelo. Y, claro, con algunos años más. Unos treinta, quizá. El caso es que se quedó paralizado en una situación muy incómoda. Había una mujer pelirroja desnuda en su caseta para herramientas-garaje para motos. 5 Una mujer desnuda. Y parecía guapa. Y de pechos bonitos, ni grandes ni pequeños, aunque Marvin procuró no mirar mucho rato a los pechos. Se esforzó en ello. Pero, un momento. La mujer tenía un color raro, así como amoratado. Púrpura, diría su madre. ¿O era la luz? No, no era la luz. La piel era morada. Aquella mujer era una enorme berenjena. Una enorme y bellísima berenjena desnuda. Sin brazos … 38 Anima Barda - Pulp Magazine


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¿Sin brazos? Oh, espera. No tiene brazos. Tiene hombros, pero no brazos. No son muñones, simplemente parece natural que no hubiera brazos ahí. Es una especie de busto griego bien esculpido en piedra morada sin brazos. Sin brazos. Y con tentáculos en lugar de piernas. Joder, tenía una mujer pulpo morada en su caseta para herramientas-garaje para motos. Marvin no aguantó más la tensión. La gravedad hizo su trabajo y perdió su elegante postura de fuente de Cupido. Cayó de morros contra el suelo, con la mitad del cuerpo dentro de la caseta y las piernas pataleando en el aire fuera. Aunque no lo parezca, todo esto pasó en cuestión de diez segundos. 6

—Hola —dijo la berenjena con tentáculos. Y Marvin, que siempre se había tenido por un hombre preparado, perdió el conocimiento con un ridículo quejido de niña. 7

—¡Eh! Despierta. Algo le sujetaba por detrás, manteniéndole la cabeza para que no se venciera. Sus ojos no se querían abrir, estaban más cómodos así. Pero la voz quería que se despertara, así que Marvin se esforzó por despegarlos. La fuerte luz de la raquítica bombilla le cegó, y Marvin pensó que así debía de ser cuando uno moría y se despertaba al otro lado. O al menos así lo ponían en las pelis. La berenjena con tentáculos le recibió con una sonrisa. —Menos mal, qué susto me has dado —le dijo. Y él se tuvo que esforzar por no volver a desmayarse. —¿Qué haces en mi caseta-garaje? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar. —¿Garaje? —La berenjena miró hacia los lados, confusa—. Aquí no hay coches. —Es que es para motos —repuso Marvin encogiéndose un poco al darse cuenta de que lo sujetaban los tentáculos morados. —Ni motos. —No tengo moto. —¿Y por qué no lo llamas caseta a secas? Marvin tenía cara de pánico. —¿Por qué sabes qué es una moto? —le preguntó a la berenjena. —¿Perdona? —Ella parecía desconcertada. —No eres de aquí, ¿verdad? —Marvin sintió que temblaba un poco. La pregunta le salió más aguda de lo normal. —Oh, no —respondió ella. Le sonrió abiertamente. Tenía los dientes normales, y blancos, y Anima Barda - Pulp Magazine 39


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quedaban muy bien con su pelo rojo. No tanto con el color berenjena, era un contraste raro—. Soy de fuera. De ahí arriba —añadió, llevando los ojos al cielo. Marvin se dio cuenta de que los tenía azules oscuros, del color de algunos mares al atardecer. Pero no tenía pupilas. —... —Marvin quería preguntar de qué planeta exactamente, y si estaba en el sistema solar o de esta galaxia. En lugar de eso le salió un chirrido muy parecido al ruido que debe de hacer un conejo si le pisas la colita. —¿Estás bien? —La berenjena hablaba bastante bien, por no decir muy bien. No tenía ese acento raro, entre ruso y checoslovaco, que ponen a algunos alienígenas en las películas. La cabeza de Marvin se estaba empezando a llenar de estúpidas referencias de películas—. ¡Oye, no te vuelvas a dormir! Un tentáculo lo zarandeó un poco. —Nonono, no me duermo más —dijo Marvin—. ¿Me dejas en el suelo, por favor? Ella asintió y Marvin descendió con la suavidad de una pluma. Le sorprendió no sentir el efecto ventosa de los tentáculos, ni verse lleno de baba verde. Verde. ¡Verde! —¡Eh! —exclamó con exaltación—. ¿Eras tú la de la luz verde? —¡Sí! —respondió ella con la misma ilusión. —¡Vaya! Te he visto pasar hace un rato. —Marvin siguió atando cabos—. ¿Los helicópteros te perseguían a ti? —Sí… —La berenjena hizo una especie de puchero forzado, como hacen los niños cuando quieren dar pena. —Oh, vaya… Y por eso te escondes aquí, ¿no? —Claro… ¿Te importa? —Hm… —Era una pregunta importante, aquella—. ¿Me vas a comer? —¡¿Comer?! —exclamó ella, visiblemente asqueada—. Puaj, ¡no! ¿Por quién me tomas? —No sé… Perdona… —Iuj, comer gente… Qué asco… —¿Y qué comes entonces? Ella le miró un poco irritada. —¿Y eso que más da ahora? —No, claro, claro, tienes razón… Si no me vas a comer a mí supongo que da igual… Bueno, puedes quedarte, entonces. Por mí no hay problema. Siempre puedo decir que me obligaste a esconderte si me llevan a juicio por ocultación de fugitivos espaciales. —Marvin reparó en que la berenjena le miraba con cara de no saber muy bien qué pensar—. Hm… Mejor olvídalo, puedes quedarte. No creo que vengan a buscarte aquí. —¡Muchas gracias! —respondió ella muy contenta. Se creó un momento de silencio incómodo. Marvin se preguntaba por qué estaba asimilando con tanta calma que alguien se había colado en su caseta para herramientas-garaje de motos. 40 Anima Barda - Pulp Magazine


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Se sintió inseguro. Tenía que revisar las medidas defensivas de su jardín. —Bueno… Pues yo me voy. Estaré en casa, por si necesitas algo. Aunque será mejor que no andes mucho por ahí fuera o un vecino podría verte. —Vale. —Le miraba con cara alegre, como aguardando que hiciera de un momento a otro una pirueta. —Ehm… Buenas noches, entonces. Que duermas bien… Esto… —Iba a llamarla berenjena. Era hora de ponerle un nombre. Se frotó la palma de la mano contra el pantalón—. No me he presentado. Yo soy Marvin. ¿Y tú? —Canela. Otro silencio incómodo. —Vaya. Que nombre tan curioso. Me esperaba algo con muchas consonantes y algún sonido gutural. —Y que también comiera humanos, ¿verdad? —Vaya, hasta sabía ser irónica. —Sí, supongo que sí. Bueno, pues que duermas bien, Canela. Si quieres algo de comer, avísame. —Gracias. Supongo que podrías dejarme darte un lengüetazo en la cara. —¿Qué? —Nada, nada, era broma. Puedes dormir tranquilo, de momento no tengo hambre. —Sí, vale… Esto… Hasta mañana. ¿Te dejo la luz encendida? —Puedo apagarla yo, gracias. —Claro, claro, tienes tentáculos, qué tonto soy. En fin, adiós. Recogió el rastrillo y se dirigió a la puerta. Antes de salir se volvió a mirarla una última vez. Ella le dijo adiós mientras sonreía de oreja a oreja. Marvin asintió con una sonrisa desvaída. Salió de la caseta-garaje y, cuando entró en casa, bloqueó todas las ventanas y echó el cerrojo a las puertas. 8 Se podría decir sin temor a equivocarse uno que la vida de Marvin cambió ligeramente a partir de ese día. Los dos siguientes se asomó solo un par de veces por allí para ver si todo iba bien. Ella estaba en el mismo lugar, casi en la misma posición, sonriendo de la misma forma que sonreía la noche que le dijo adiós. Le llevó algo de comer. Resultó que Canela tenía más o menos la misma dieta que una mujer normal de veintiocho años sin afán por contar calorías y carbohidratos. Y como Marvin no quería ser descortés y preguntarle acerca de cuánto tiempo pretendía esconderse en su caseta-garaje, decidió acondicionarla para Canela. Sacó todos los trastos y herramientas que estorbaban y metió una cama, aunque ella insistía que estaba muy cómoda tal y como estaba. Marvin prefirió no saber qué hacía con los excrementos. Y así se acostumbró a ella. Todos los días se pasaba tres veces, una al irse a trabajar, otra al llegar y una última antes de acostarse. Resultó que Canela era una gran conversadora, con muchas historias interesantes que contar, cosa que, por otro lado, no debería sorprender a nadie Anima Barda - Pulp Magazine 41


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con dos dedos de frente. ¿Por qué? Hombre, tenía una nave espacial. Seguro que eso da para un par de buenas anécdotas. 9 Un noche, Marvin encontró a Canela especialmente taciturna. Eso le sorprendió, pues ella era más bien estoica, y el único signo emocional que mostraba era una sonrisa permanente, igual de expresiva que la que puede tener una bola de bolos si tú se la dibujas. —¿Ocurre algo? —preguntó Marvin tímidamente desde la puerta. —No… Nada —susurró Canela, suspirando con fuerza al final. Por lo que Marvin sabía de manuales sobre chicas, aquello quería decir que realmente SÍ ocurría algo. Se acercó hasta sentarse en la cama. Ella nunca parecía usar la cama. —Me estás engañando, sé que te pasa algo —dijo él, usando el mismo tono que usaría para hablarle a una nutria herida—. Puedes confiar en mí. Venga, cuéntamelo. Te escucharé. Canela levantó la cabeza para mirarle, sonriendo. —Gracias, Marvin. —Para eso están los amigos. Canela se escurrió desde su puesto de alerta felina hasta la cama. Acomodó los tentáculos lo mejor que pudo, tratando de no enrollar a Marvin con ninguno. —Verás… He estado pensando —empezó ella—. En la noche que nos encontramos, en cómo pasó todo... Los hombres, Marvin, son los hombres. No tú, claro, si no el resto de los hombres… Desde que llegué aquí, todos me han tratado igual. Cambia la forma de hablarme al principio, la manera en que me engatusan… Pero luego… No lo soporto, Marvin, no puedo más. Estoy cansada de los hombres. Consiguen que pierda la paciencia. Marvin no sabía que decir. ¿Qué se suponía que quería decir con eso? —Bueno, Canela… Hm… No todos somos iguales, como bien has dicho tú. —Ya, ya lo sé. —Canela agitó la cabeza, negando—. Es sólo… Es sólo que me cuesta creer que haya alguno diferente. Me cuesta creer que tú puedas no ser así. —No soy quién para decir cómo soy, pero lo cierto es que creo que soy mejor que ellos — bromeó Marvin. La broma parecía la única salida seria—. Me tengo en muy buena estima. —Y razones tienes —dijo ella, sonriendo aún más. Un tentáculo se deslizo, acercándose suavemente hacia Marvin, como si quisiera darle un abrazo. Él, inconsciente de ese movimiento, posó su mano en el equivalente a una pierna de Canela. —Tú no te preocupes, Canela. Mientras esté en mi mano, impediré que te vuelvan a apresar. —Gracias Marvin. —Voy a cenar. ¿De verdad que no quieres…? —No, no, gracias. Estaré bien. —De acuerdo. Pues hasta mañana. —Hasta mañana, Marvin. Que duermas bien. 42 Anima Barda - Pulp Magazine


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—Igualmente. 10 Esto ocurrió y Marvin no le dio la mayor importancia. Al menos no se la dio durante los tres días siguientes, hasta otra ocasión en la que volvió a charlar con Canela. Estaban tranquilamente hablando de lo bien que crecían los pimientos del parterre cuando Canela dijo: —Si pudiera, me gustaría tener un jardín como el tuyo. —La verdad es que es muy agradable, sí. Le da frescor a la casa, y es muy entretenido. —Creo que es fundamental. A mí me gustaría tener uno, y una casa grande, de dos pisos. —Las casas grandes tienen mucho encanto. —Oh, claro que sí. Además los niños lo agradecen. —¿Los niños? —Sí, los hijos. —Aaah, los hijos. Sí, sí, los hijos lo agradecen seguro. —También me gustaría tener hijos. Marvin se quedó un momento sin saber qué decir. Al final dio con la pregunta que le estaba carcomiendo por dentro. —¿Tú puedes tener hijos? —¿Yo? ¡Claro que sí! —Oh, bueno… Sí, no sé, supongo que es una pregunta tonta. Lo siento. —No, no, tranquilo, es normal que te lo preguntes. Mi anatomía es muy similar a la tuya, quitando estos amigos—dijo, moviendo los tentáculos—. Así que sí, puedo tener hijos. De hecho quiero tener hijos. Hijos y una casa grande, para que jueguen. —Eso sería maravilloso. —Ya lo creo que sí —dijo, sonriéndole tiernamente. Cuando Marvin entró en casa, no pensó mucho en el tema. La pregunta le asaltó mientras veía la televisión, sin ninguna relación aparente. ¿Qué había querido decir Canela con eso de los niños? ¿Querría marcharse ya a su planeta? 11 El siguiente día que estuvieron hablando, aprovechó un momento de silencio para armarse de valor y plantearle sus dudas a Canela. —Oye, Canela… ¿quieres irte ya? Ella le miró con ojos asustados. —¿Irme? ¿Quieres que me vaya? ¿Me echas ya? Marvin boqueó como un pececillo. No se había dado cuenta de lo mal que sonaba la pregunta. —No, no, no, no es eso. —Entenderé si quieres que me vaya. Mi presencia aquí puede ser muy incómoda. —No, de verdad que no quería decir eso. —Marvin estaba muy azorado—. No sé ni por qué Anima Barda - Pulp Magazine 43


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lo he pensado, olvídalo. Es solo que me daba la sensación de que a lo mejor querías volverte a tu casa. —¿Yo? No, qué va. Al menos no de momento. —Ella le sonrió—. Si no te importa, aquí estoy muy a gusto. Contigo me divierto. Y me tratas muy bien. —Qué menos —balbuceó Marvin seguido de una retahíla de expresiones del tipo “faltaba más” y “uno es un caballero”, y algo que sonó a “aquí tienes un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…”. Pero esto último no está muy claro. Y, con las dudas aclaradas, siguieron hablando del tiempo en el borde exterior de la galaxia. 12 Pero aún así Marvin no terminó de entender qué quería decir Canela con todo eso. No fue hasta aquella tarde en la que, tras quejarse él amargamente de lo estúpido que era su jefe, su compañero y el tipo de la cafetería del trabajo, ella dijo: —Personalmente, encuentro que la gente es bastante idiota. —Sí, a esa conclusión he llegado yo también. —Cuesta mucho encontrar alguien con el que te lleves bien casi todo el tiempo. —Vaya que si cuesta. —Al final siempre acabas encontrando mil cosas que te irritan. —El odio es el único final que conozco en muchas de mis relaciones. —Sí, cuesta bastante aguantar a los demás. Es curioso. —Se ponen de lo más insoportable. Si todos fueran como yo, sería todo más fácil. —Esto último lo dijo medio en broma. —Esa es la verdad más cierta que he oído en mucho tiempo. —Gracias, gracias, no es para tanto. Aunque en nuestro favor he de decir que nos llevamos bastante bien. —Sí, nos soportamos mutuamente más que muchos matrimonios. —Ciertamente sorprende. —Yo me atrevería a decir que somos almas gemelas. —Ajám. —Marvin había asentido sin pensar. Y entonces cayó en la cuenta de lo que Canela había dicho—. ¿Almas gemelas? —Sí, ya sabes. Almas gemelas. Por eso nos llevamos tan bien. Por eso aguantamos sin discutir viéndonos todos los días. —La mirada de Canela se iban dulcificando a cada palabra que decía—. Por eso no me quiero ir. —¿Qué quieres decir con almas gemelas? —Somos tan parecidos... —¿Almas gemelas? —Llegué aquí, en mitad de la noche, a casa de un extraño… Y desde el principio me has tratado tan bien… Estamos conectados, es la única explicación. Pensamos igual, opinamos lo mismo… 44 Anima Barda - Pulp Magazine


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—Ajám… ¿gemelas? —Estábamos destinados a encontrarnos. Marvin se recompuso y dejó de repetir “almas gemelas”. —Hm… Sí es verdad que nos llevamos especialmente bien… Pero, no sé… Tampoco creo que… —¿Es que ella no veía la enorme diferencia? —Sé que parece extraño, Marvin, pero no te cierres a la posibilidad. Piénsalo, estamos hechos el uno para el otro. —Los tentáculos empezaron a enrollarse alrededor de Marvin. —¿Qué me quieres decir con eso? —Ya lo sabes. Tú y yo. —¿Tú y yo? —Marvin miraba con nerviosismo la aproximación lenta y sensual de cuatro pares de tentáculos. —Tú y yo. —Explícamelo, por favor. No lo entiendo. —Ahora lo entenderás —dijo ella con un ronroneo. Y lo que Marvin jamás hubiera pensado es que ocho tentáculos podían dar tanto juego.

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CARLOS J. EGUREN

15 metros de pura nieve Fifteen feet of pure white snow

por Carlos J. Eguren

Esta es una historia sobre el nuevo origen. Nos lleva a los Largos Días, pero para comprenderlo, hemos de saber qué hubo antes. Cuando se comenzó el gran relato del universo, solo había agua, incontables gotas de lluvia amarga. Luego, el cielo dejó caer grandes rocas y la tierra flotó sobre el llanto, pero como no hubo amor, los primeros seres que estuvieron vivos fueron desdichados. Hubo un día en que los humanos de allende del hielo perpetuo escalaron tan alto que amenazaron al auténtico dios. En sus incontables siglos, veintitrés desde la cronología de Los Otros, nunca había ocurrido tal gracia. El dios les devolvió lo que se merecían. No hubo piedad. Todos muertos o perdidos. Solo el pueblo inuit se enfrentaba a las amenazas venidas de lejos. Ahora que la Gran Guerra ha instaurado un hielo perpetuo, la muerte cabalga hacia su destino. Y allí estaba el lobo blanco Amarualik, la niña sin nombre y el monstruo. Esta es una historia sobre los últimos días del viejo mundo.

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l frío era una zorra aullante buscando a su cría y el gran lobo blanco Amarualik atravesó la página en blanco, la nieve, la nada. ¿Qué podía estar buscando un lobo que lo ha perdido todo? ¿Qué podía hacer que una bestia con los pulmones llenos de escarcha siga arrastrándose? ¿Qué movía a alguien cuya piel se convierte en símbolo de muerte? ¿Qué abría unos ojos cuyas lágrimas se habían convertido en puñales helados? La respuesta era sencilla. Amarualik, el lobo, buscaba lo que buscamos todos: la salvación. El lobo blanco llevaba una niña pequeña sobre él, una humana desgraciada. Y mientras avanzaban 46 Anima Barda - Pulp Magazine


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hasta las luces del cielo, Amarualik aguardaba que su fe fuera cierta y el majestuoso dios de los lobos Amarok fuera justo, que cuidase del mundo, y la gran madre Kaila no los hubiera olvidado. Lo necesitaban. Más allá de las montañas, que crearon los gigantes tuniqs luchando por un pequeño inuit, se encontraba el fin del camino. Las estelas de fulgor en el cielo iluminaban la caverna bajo la que estaba el palacio de hielo, el gran iglú. Era la conclusión tras un camino tan lleno de desdichas. Habían perdido tantas cosas como huellas en la nieve habían dejado y mientras que los nuevos copos cubrían sus pasos, no cerraban sus heridas. No importaba nada más. Amarualik debía llegar y terminar. Eso era todo. Por el viejo dios, ¡tiene un destino que cumplir! Pero el monstruo viene a por ellos. Allí estaba el Ijiraq, el Ladrón de Niños, el demonio caribú que no habita del todo en este mundo ni en el otro. Venía a por la niña, pero Amarualik no le iba a permitirle que se llevase a la pequeña perdida, ya no lo estaba. Y de pronto, como las fauces de un monstruo, apareció la entrada al palacio iglú y no muy lejos debía estar la señal mágica hacia el mundo de la niña que no era de este lugar. El Lobo Blanco Amarualik entró en la caverna con la niña, mientras el demonio les perseguía bajo la nieve. —¡Ya hemos llegado, ya hemos llegado! — dijo la pequeña mostrando su rostro bajo las capas de piel que la recubrían. La cueva brillaba como si sus paredes estuvieran hechas de diamante y hubieran sido talladas por gigantes. En el centro, estaba la señal. El pueblo de las nieves solía hacer pequeñas construcciones de piedra para

recordarles el camino de regreso a casa a los niños extraviados. Pero ¿quién la había hecho bajo tierra y con tal magnificencia? ¿Cómo sabría la niña donde estaba su hogar ahora? Al menos, el lobo blanco la protegía. La niña descendió del lomo de Amarualik y le acarició la cabeza. Era un lobo valiente. Habían cruzado desiertos de nieve y siempre se mostró fiel y valeroso. La familia de Amarualik había sido asesinada por cazadores venidos de fuera de la nieve, Los Otros, aquellos monstruos surgidos tras la Gran Inundación. Los dioses le habían prometido que recuperaría a su pareja y sus cachorros si llevaba a la niña hasta el camino marcado. Y allí estaban, al final de tantos caminos, en la encrucijada después de tantos peligros. La pequeña se acercó lentamente hasta el símbolo. El lobo la observaba y ya no pudo disimular más la sangre que lo convertía en rojizo. Tras tantas lágrimas y dolor: la meta. —Vuelvo a casa… Madre Hacedora, ¿me escuchas? Una garra la atrapó y no era de la Madre. Fue entonces cuando el suelo se quebró y antes de que Amarualik pudiera hacer algo, lanzar una dentellada al intruso o salvar a la cría, el monstruo apareció de las profundidades y atrapó a la cría. Era el Ijiraq, la bestia que cazaba niños perdidos y había seguido a aquella especialmente. La niña dio un puntapié a las patas del demonio y consiguió que este retrocediese, golpeándose contra la marca divina de piedra. La piel de la bestia ardió, lanzó un chillido y la niña se zafó. El lobo, rápidamente, se pudo delante de ella, protegiéndola. El Ijiraq se vino hacia delante, su cornamenta se agitó. Apestaba a sangre muerta. Sus largas Anima Barda - Pulp Magazine 47


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garras rozaron el suelo quebrado, rodeó el círculo roto y observó a sus adversarios con la fuerza de un depredador. En una de sus zapas portaba una vara de poder incalculable, su cuerpo deforme era cubierto por tela oscura y su rostro estaba coronado por grandes cuernos llenos de sangre, su rostro de pelo y sus ojos por la negrura de mil noches sin estrellas. —¿Por qué? ¿Por qué haces esto, monstruo? —preguntó la niña y no pudo contener las lágrimas. —Venía detrás de ti y no porque precisamente seas una pequeña perdida más, sino porque atrapándote, evitaría el fin del mundo —narró Ijiraq y luego dio un salto como si fuera el primer paso de un baile—. ¡De tal forma, Ijiraq, el gran villano, la fuerza oscura maldita durante docenas de siglos, aquello al que los padres y los hijos temen, se convertiría en el brillante héroe de una nueva raza dorada que no teme a los dioses! La cría secó sus lágrimas y con una voz sombría preguntó: —Amarualik, ¿sabes cómo se creó el Ijiraq? El lobo no lo sabía ni quería, pero la niña sí. —Los Ijiraq fueron los primeros inuit que fueron en busca del fuego. Se perdieron tanto que entraron en la tierra de los muertos. El frío era tan terrible que se unieron a una vieja bestia en busca de calor, pero encontraron algo más. Entonces nació el demonio. El Ijiraq soltó una risotada y, señalándose a sí mismo, dijo: —¿Quieres que narre cual cuentacuentos tu origen, Sedna, diosa de los mares y la muerte? Ijiraq dio un paso adelante, pero Amarualik emitió un gruñido y mostró sus grandes dientes, afilados como cimitarras. Sus cabellos se encresparon, llevados por la rabia incontrolable. 48 Anima Barda - Pulp Magazine

Entonces, la bestia supo que debía contestar a aquel engañado animal. —¿Sabes, criatura pálida, con quién has cargado a tus espaldas? —preguntó el monstruo moviendo sus largos dedos—. Pensarás que es una niña inocente y que su feliz destino es el más afortunado para todos. Oh desgraciado, ¿te puedes imaginar, acaso, quién es? Una risa babosa escapó de las fauces del Ijiraq. Sin embargo, el lobo respondió con un aullido. El Ijiraq prosiguió: —Ella es Sedna, la nueva muerte. Su viejo mandato expiró y en su ciclo de destrucción, su vejez regresa a la juventud y clama que se vuelva a repetir el genocidio del pasado. Pero ¿y si algunos estamos hastiados de eso? El aullido se tornó en palabras: —Lo sé. El Ijiraq arqueó una de sus horribles cejas si es que se les podía llamar así. —¿Los lobos pueden hablar? —Sí, pero hasta hoy no habíamos tenido nada importante que decir. Las carcajadas asfixiantes del monstruo cesaron, se alejó con un golpe a la nieve. Emitió una especie de gruñido de odio. —Entonces, ¡sabes a quién portabas y la ayudabas a escapar pese a que era una diosa y no una cría inocente! —No escogimos a Amarualik solo por su valor, Ijiraq —dijo la niña, pero su voz ahora sonó como una fuerza antigua, de antes de que los grandes bloques de hielo se quebrasen, cuando el mundo era joven. —¡No hablo contigo, oh gran portadora de falsedades y vileza! —contestó el Ijiraq removiendo su cuerpo malformado. Sus garras señalaron al lobo—. Creerás que los avatares te ha elegido por tu nobleza en un buen acto,


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pero ¿y si te digo que te mienten? —Los actos buenos o malos son solo una visión limitada, existe algo más… —empezó a decir Sedna. —¡No! ¡Yo hablo a la bestia mortal no a la inmortal! ¡Que conteste el lobo! Un aullido fue la respuesta. El Ijiraq se lamió las fauces y se meció la perilla. —¡Pobre lobo que ha trotado sobre la vida para solo portar a la muerte! ¿Qué? ¿Qué te prometieron? ¿La venganza sobre los que mataron a tu familia? Claro, ¿qué si no? Resucitarlos sería imposible por dos motivos: ¡todos vamos a morir y ellos nunca existieron! —¡No le escuches, lobo! ¡Ellos sí existieron! El lobo movió su cabeza hacia las manos de la cría, como suplicando una caricia. —¡Deja de mentir! El lobo debe saber que su pareja y sus cachorros solo fueron un sueño, ¡un falso pensamiento instaurado en su mente por vosotros, los dioses, sabiendo que él era el único que podía tenerte a salvo por su deber, por su vocación! Lobo, ¿por qué querrías el fin cuando sabes que la familia por la que luchas nunca existió y aún podrías hallarla? El lobo alzó su hermoso rostro pálido y, con sus ojos clavados en el demonio, la criatura blanquecina bramó: —Precisamente por eso, porque nunca han existido y no veo motivo para que la vida permanezca si carezco de lo que más quise. Entonces, el Ijiraq vio la sangre del lomo de la criatura. Estaba muriéndose. —¿Lo sabías? —preguntó Ijiraq—. Entonces, ¿esto qué es? ¿El gran acto de suicidio universal? —¿Hay algo por lo que merezca la pena luchar que no sea empezar de nuevo?— preguntó la niña.

—¿Muriendo? —clamó el Ijiraq. —Todos morimos cada día, el que despierta cada mañana no es el mismo que se fue a dormir —dijo la diosa niña—. El ciclo acaba y empieza, la serpiente se devora y se escupe a sí misma. Quizás, en el nuevo mundo, todo sea mejor cuando las aguas se aparten y la escarcha se aleje de los corazones. El Ijiraq golpeó la tierra con sus patas monstruosas y levantó la cabeza dejando escapar la bilis. Negó con ella. No iba a permitir que Sedna y el lobo blanco llegasen hasta su destino. —No, hermano de las nieves, hijo de Amarok —dijo el Ijiraq al lobo—, te equivocas con tu aciaga elección. ¿No te has dado cuenta de que quizás estamos cansados de empezar de nuevo y solo queremos proseguir el sendero desde el lugar donde yacemos? —No, demonio —susurró el lobo. —Arrepiéntete, ladrón de niños —exigió la diosa. —¿Ladrón de niños? ¿Es condena comparable con la que vosotros ejercéis con brazo firme? ¡El dolor que causo es bueno! ¡Le recuerda al mundo que la vida es cruel, vuestro dolor extermina todo! ¡Siempre pensé que la nieve era la droga de los dioses y el viento el ruido de sus narices al intentar esnifarlas! El Ijiraq movió sus garras y apareció una vara, el lobo mostró su dentadura y la niña cayó antes de que los enemigos se matasen. Todo fue confuso, pero el Ijiraq y Amarualik miraron a las aguas bajo el agujero, la niña se había hundido y congelado en ella. El ser de la cornamenta, hijo de los primeros hombres, no podía creerlo. —¿He matado a una diosa sin querer? —No, la diosa ha vuelto a casa —contestó el Anima Barda - Pulp Magazine 49


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lobo. Estaba hecho. El mundo tembló, el hielo se resquebrajó, el Ijiraq lanzó un grito a la nada y el lobo suspiró. Todo había terminado… … Para empezar de nuevo. Una luz cegadora apagó el resto.

mundo? Mucho tiempo después, cuando las eras fueron suspiros, se contaba la leyenda de que en el momento en que mueres, si hay un futuro cachorro y recibe tu nombre, lo mejor de ti vivirá para siempre en él y cambiarás el mundo más allá de la muerte. Desde entonces, todos los lobos blancos se llaman Amarualik. Y también la esperanza de los dioses. Del Ijiraq no se ha vuelto a saber nada. Es una página en blanco de una historia no escrita. Es el fin. Y nada más se cuenta de los tiempos olvidados.

—Nos congratula que hayas vuelto, Sedna. Llegamos a pensar que te habíamos perdido. Parece que esta regeneración en niña ha sido… complicada. —Aquí, en la casa de los dioses, me hallo. Todo se encuentra bien ahora. ¿Ya habéis pensado en el mundo nuevo, Madre? La pregunta de Sedna resonó en la mente de la Hacedora, cuya voz de trueno resonó. —Sí. He tenido una eternidad para ello. Sedna empezó a llorar. Fifteen feets of pure white snow de Nick Cave —No hallo alegría en ti, hija. ¿Qué ocurre, & The Bad Seeds Sedna? —¿Amarualik tendrá una familia real en este Where is Mona? She’s long gone nuevo mundo? Where is Mary? She’s taken her along —Amarualik será el nuevo sol y perseguirá But they haven’t put their mittens on a la luna alcanzándola solo en los eclipses. Las And there’s fifteen feet of pure white snow? estrellas serán sus hijas. Where is Michael? Where is Mark? —Poético, pero trágico. Where is Mathew, now it’s getting dark? —Como todos los mundos. Where is John? They are all out back Sedna continuó llorando pues su desconsuelo Under fifteen feet of pure white snow era infinito. Would you please put down that telephone? —Sedna, a lo mejor le doy una vida normal. We’re under fifteen feet of pure white snow Dependerá de lo que me plazca. I waved to my neighbor, my neighbor waved to La diosa Sedna asintió con su rostro de luz. me —¿No preguntas por el Ijiraq? But my neighbor is my enemy —¿Y el Ijiraq, Madre? I kept waving my arms till I could not see —He convertido al Ijiraq en una tormenta Under fifteen feet of pure white snow de hielo. Quince pies de pura nieve. El ocaso. Is anybody out there please? Nuestra droga según él. It’s too quiet in here and I’m beginning to freeze —Poético, pero trágico. I’ve got icicles hanging from my knees —Pero ¿quién sabe lo que será de este nuevo Under fifteen feet of pure white snow 50 Anima Barda - Pulp Magazine


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Is there anybody here who feels this low? Under fifteen feet of pure white snow Raise your hands up to the sky Raise your hands up to the sky Raise your hands up to the sky Is it any wonder? Oh my Lord, oh my Lord Oh my Lord, oh my Lord Doctor, doctor, I’m going mad This is the worst day I’ve ever had I can’t remember ever feeling this bad Under fifteen feet of pure white snow Where’s my nurse? I need some healing I’ve been paralyzed by a lack of feeling I can’t even find anything worth stealing Under fifteen feet of pure white snow Is there anyone else here who doesn’t know? We’re under fifteen feet of pure white snow Raise your hands up to the sky Raise your hands up to the sky Raise your hands up to the sky Is it any wonder? Oh my Lord, oh my Lord Oh my Lord, oh my Lord Save yourself, help yourself Save yourself, help yourself Save yourself, help yourself Save yourself, help yourself.

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ELEAZAR HERRERA

La leyenda de Novar The Battle of Maldon

por Eleazar Herrera

La flecha atravesó la armadura y se clavó en lo más profundo de su espalda. Novar, el guerrero legendario, había caído. O eso fue lo que pensaron sus enemigos. Novar se inclinó hacia delante, sintiendo cómo el acero quemaba su piel. Hincó la espada en el barro e intentó apoyarse en ella, pero un brote de sangre abandonaba su cuerpo con cada esfuerzo. Miró a su alrededor, buscando a sus compañeros de batalla. Necesitaba ayuda para ponerse en pie y seguir luchando. Su batallón lo necesitaba. Pero él sentía un inmenso calor en el pecho, una sensación de ahogo y un dolor punzante allí donde se hallaba la flecha. Entre torpes movimientos se quitó el yelmo y sus labios rozaron la tierra húmeda, bañada por el frenesí de la guerra y la molesta llovizna. Sentía los músculos atenazados, tirantes ante el dolor; su vista se había nublado un poco y le era imposible entornar los ojos. Apenas fue consciente del silbido que provenía del cielo, augurando nuevas saetas. Reconoció las botas de tres de sus amigos aproximándose hacia él, gritando su nombre. Notó sacudidas en el brazo, el contacto cálido de una mano sobre su costado, y de nuevo aquel pinchazo agudo en la espalda. Hubo movimientos rápidos: dos le cogieron de los pies y el tercero intentó aferrarle por los hombros. Soy demasiado pesado, observó para sí como si estuviera viviendo la escena en tercera persona. Abrió la boca para decir algo, pero tan solo exhaló un silencioso gemido. Sus camaradas le pusieron en pie y le condujeron a la retaguardia del batallón, donde habían improvisado un pequeño botiquín. La retirada fue ardua y peligrosa. Novar fue vagamente consciente de los espadazos que volaban a su alrededor como destellos curvos de luz, a veces teñidos de rojo. Ninguno de ellos, sin embargo, había logrado cernirse en torno a él; seguía levitando entre sus enemigos como un ángel que observa la batalla y decide no intervenir. El bando enemigo se había embravecido al saber que el gran Novar, leyenda más allá de los mares, había sido abatido por una 52 Anima Barda - Pulp Magazine


LA LEYENDA DE NOVAR

flecha. Una simple flecha. Postraron al guerrero tras las frías piedras que formaban una barrera natural, y el más veterano de los tres amigos, Halrich, tanteó la flecha. —Necesitará un médico enseguida. Si le extraemos la flecha perderá tanta sangre que morirá. Y no —añadió ante la mirada de los presentes—, no puede volver al campo de batalla. Los demás, que se hacían llamar Jown y Ben, se miraron con cara de circunstancias. —El ánimo de las tropas ha caído. Todos se han enterado de que Novar no está luchando. Todos —insistió el primero, denotando su inquietud por el bando enemigo. —¡Acabáramos! ¿Es eso más importante que la vida de un amigo? —gruñó Halrich—. Ayudadme a quitarle la armadura, vamos. Vamos. Novar, que había escuchado la conversación sin ni siquiera pensar en intervenir, se removió. Carraspeó y notó el sabor de la sangre en su boca, pero lo ignoró. —Aenea… Aenea… Un susurro débil. —Aenea… De nuevo, los tres guerreros intercambiaron miradas significativas. —¿Habla… de la princesa? —¿De quién si no? —refunfuñó Ben. Ocultaba la honda tristeza que sentía bajo una máscara de acritud. Si existía algún guerrero que odiara la contienda, ese era él. Halrich se agachó junto a Novar, compasivo. —¿Qué ocurre con la princesa? ¿Quieres que hagamos algo por ti? Novar dejó caer lentamente los párpados y, por un momento, todos pensaron que había

muerto. Sin embargo habló con voz muy débil, rasgada y húmeda. —El bosque… Aenea me espera… Debo ir… ella… —Novar, eso es imposible —replicó Jown tan apenado como los demás—. Ya estás perdiendo mucha sangre, y… —Debo ir —arguyó en voz más alta, intentando incorporarse. La flecha se hundió más en su piel. Gimió y volvió a recostarse de lado—. Le prometí que iría. Los tres amigos se alejaron del guerrero y discutieron acaloradamente su próximo paso. Novar no podría pelear más; de hecho, dudaban de que viera un amanecer más. Ellos tampoco podían abandonar a sus compañeros a merced del enemigo para acompañarle, pues el código de honor no se lo permitía. La decisión parecía un sinsentido, un sendero sin salida. Ninguna opción era plausible a excepción de la que propuso Ben en uno de sus arrebatos irónicos. Halrich incluso se atrevió a soltar una risotada. Novar se reuniría con Aenea en el claro del bosque. Volvieron con su amigo, que yacía cada vez con peor rostro, y le despojaron de la armadura con sumo cuidado. Querían que la flecha permaneciera dentro de Novar, así que rasgaron la cota alrededor de la herida y fueron eliminando las capas que cubrían al guerrero. Después hicieron lo mismo con la escarcela, los guanteletes y las grebas. Novar quedó reducido a un hombre ataviado con una túnica y una flecha en la espalda. El guerrero no entendía el propósito de sus amigos. Sin la escarcela, los guanteletes y las grebas, el sofocante calor había dado paso a un frío gélido que penetraba en sus huesos. Anima Barda - Pulp Magazine 53


ELEAZAR HERRERA

Se abrazó como pudo para conservar su temperatura y giró lentamente la cabeza para mirar a Jown, que daba vueltas a la coraza, pensativo. A su lado, Halrich señalaba la parte agujereada y Ben gruñía en voz baja. Ninguno de los tres se percató de las miradas del herido, que empezaba a lamentar la pérdida de sangre. Dio gracias a que la flecha taponara el torrente de sangre. Cerró los ojos con fuerza. Sabía que su situación era precaria, que no aguantaría mucho más: debía marcharse cuanto antes. El rostro de la princesa, claro y puro, acudió a su mente. Era tan dulce como su corazón. Sostenía entre las manos la flor que Novar le había regalado antes de partir a la batalla. En su delirio, el guerrero revivió las últimas palabras de Aenea, tomadas por el sufrimiento. «Prométeme que volverás, Novar. Prométemelo…». Así fue, se dijo, y así se hará. Las manos de Halrich le devolvieron a la realidad. El paisaje se había aclarado sobremanera; todo relucía de un blanco inmaculado. Los gritos sonaban lejanos y ya no oía nuevas flechas. ¿Habría terminado la batalla? ¿Serían los ganadores? Encontró consuelo en su propia muerte, pues no tendría que dar el pésame a las familias de los caídos. Parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la sensación de abandono que le había poseído tras la visión de Aenea. —Vas a volver con ella. El rostro del hombre-leyenda se suavizó. Sin duda, sus amigos tenían un plan para él. —Debes confiar en mí.

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El bando hostil había adquirido una gran ventaja. El valle se encontraba prácticamente sometido a sus deseos. Las espadas entrechocaban, brillando cada vez más en la prominente oscuridad del anochecer. En poco más de media hora, antes de que el sol se metiera por completo, el valle, y por consiguiente el reino, serían suyos. La minoría combatiente luchaba presa del desánimo. Tras la muerte de Novar el valor y la firmeza se habían esfumado de sus estocadas. Parecían autómatas esperando una muerte rápida. Uno de estos paladines, luego de cercenar una cabeza, soltó su espada y se arrodilló. Había oído historias en las que unos poderosos guerreros, al ver muerto a su señor, se quitaban la vida en un acto de honor. Al principio no lo había entendido y dudaba siquiera de que fuera verdad. Pensaba en ello como una falta de respeto, pues si seguían con vida podrían seguir luchando por los ideales de su superior. Sin embargo, en aquella batalla su mente se había abierto a otros puntos de vista. ¿Merecía la pena vivir si la persona que sostenía los ideales más firmes, es decir, Novar, había muerto? ¿Acaso no se sentían ellos perdidos? ¿Acaso no habían sido derrotados ya? El suicidio era tan solo un camino para seguir a su señor. Por eso él se había arrodillado. Seguiría a Novar allá donde fuera. Entonces una figura a caballo se alzó a lo lejos. Su capa granate, hecha jirones, hondeaba al son de la bandera que portaba. Cabalgaba velozmente, dando fin a los que osaban interponerse en su camino. Llegó pronto al frente del reducido batallón, y sin mediar palabra, levantó su espada y gritó. Hubo un instante de silencio.


LA LEYENDA DE NOVAR

El guerrero anónimo se levantó, atónito, y recogió su espada antes de que la muerte fuera a por él. Cien espadas se elevaron a la vez, entonando un solo nombre. Novar había vuelto. Y con él, el aliento de sus aliados.

Novar se dejó caer en la hierba. Al borde de la muerte y sin apenas visión, contempló los bellos colores de la princesa Aenea. Incluso desdibujadas, sus facciones eran hermosas. Por suerte no alcanzó a ver que lloraba. La princesa acarició su rostro y Novar sintió que estaba en el paraíso. Alargó la mano para disfrutar una vez más de su dulce contacto, La batalla desapareció de su campo de visión, con el que tantas noches había soñado, y aunque hacía tiempo que no veía más que un extrajo, con un último gran esfuerzo, la flor borrón de colores. El sonido de la guerra había que llevaba guardada. cambiado; ahora podía escuchar el cantar de Aenea lo abrazó hasta que su respiración se los pájaros y el siseo de la brisa, que lo alejaban convirtió en un murmullo inaudible. Después del dolor. Los cascos de su caballo redujeron la besó sus labios con suavidad, como si no velocidad al adentrarse en el bosque, tratando quisiera despertarlo. de llevar a su jinete vivo a su destino. Novar, el guerrero legendario, apoyó Los árboles, tan altos que no distinguía su la cabeza en el regazo de la princesa y se final, enfriaron aún más su cuerpo. Su vida se sumergió en el sueño eterno. desvanecía en la frondosa oscuridad, su alma se le escapaba de las manos. Nadie sabe con certeza qué fue de Novar. «Prométeme que volverás». Unos dicen que el hombre-leyenda se reunió Apenas notaba el rugoso tacto de las riendas con una bella princesa al borde de la muerte. en sus manos, enfundadas en unos familiares Otros, que murió y volvió a la vida para llevar guantes de cuero. Había dejado de oír otra a su ejército a la victoria. Solo unos pocos cosa que no fuera la voz de su amada princesa, supieron la verdad. recordándole que debía aguantar para volver a Novar cumplió su promesa, y a su alrededor, verla una vez más. se forjó una leyenda eterna. Perdió la noción del tiempo. Cabalgó durante ¿horas?, ¿días?, hasta que su caballo aminoró el trote y se detuvo. Había llegado al claro del bosque.La oscuridad se había adueñado del lugar. Las últimas luces del día se filtraban por los lánguidos recovecos a los que la negrura todavía no tenía acceso. Entre contornos brillantes, el guerrero creyó distinguir una figura elevada, del tamaño de un árbol, pero aquello que cubría la copa no eran ramas de sauce, sino cabello liso de mujer. Allí estaba ella. Anima Barda - Pulp Magazine 55


RESEÑA: EL BRILLO DE LAS LUCIÉRNAGAS

EL BRILLO DE LAS LUCIÉRNAGAS por J. R. PLANA en un mundo de tensiones y violencia enLeer El brillo de las luciérnagas equivale cubierta, donde cada miembro de la familia a entrar de lleno en los rincones más oscupara ocultar oscuros y desagradables secretos ros de la vida de una familia. a los ojos de los demás. Y, por si los conflictos del día a día familiar El brillo de las luciérnagas es, por lo tanto, no fueran suficientes, Paul Pen nos presenta una novela de detalles, detalles que hemos de un escenario de lo más perturbador. El britener en mente para comprender toda la hisllo de las luciérnagas cuenta la historia toria. Durante la narración, seguimos de un niño que apenas ha llegacon cierta tensión cómo nuesdo a los diez años, un niño tro protagonista empieza a aficionado a los bichos y descubrir poco a poco la que se sabe de memoverdad sobre la famiria los diálogos de lia. Desde sus ojos un montón de pelíveremos cómo su culas de vaqueros, padre deja de ser pero que, a pesar la figura paternal de estar en la pleque había sido nitud de la niñez, siempre para conno sabe lo que es vertirse en un ser jugar una mañahuraño, violento na soleada en el y en algunas ocaparque. Ni siquiera siones asqueroso. sabe lo que es el sol. También nos tendrá Este niño, junto con en vilo qué se esconEl brillo de las luciérnagas toda su familia, vive rePaul Pen de tras la máscara de su cluido en un tétrico sótano Plaza & Janés hermana mayor, que se cu368 páginas. 17,90 €. habilitado como si fuera una bre con una prótesis de plástico casa. No sabemos si están forzados o un rostro supuestamente monstruoso. es por elección propia, pero lo que sí conoceY su madre y su abuela, cuyos motivos para mos es que, diez años antes, el fuego devoró guardar silencio ante el brutal acoso que sula piel de su padre, de su madre, de su abuela, fre la hermana por parte del padre se nos esde su hermana y de su hermano. Él, que aún capan totalmente. En fin, cada miembro de no había nacido, fue el único que se salvó de esta peculiar familia parece tener una doble estar deformado por las llamas. Y ahora, tras cara que, junto con la espeluznante pátina de toda una vida encerrado en el lúgubre sótano, sexualidad rancia e incesto que parece flotar este niño quiere ver la luz del sol. en el hogar, te instalará en el estómago unas Con este planteamiento nos adentramos permanentes náuseas. 56 Anima Barda - Pulp Magazine


RESEÑA: EL BRILLO DE LAS LUCIÉRNAGAS

Madrid, 1971. Paul Pen Escritor y licenciado en Comunicación Audiovisual, ha trabajado para diversos medios, tanto en prensa escrita, Zero o FHM, como en televisión, Supervivientes. Tras publicar relatos en diversas antologías,

Paul Pen dio el salto a la novela en 2011 con su obra El aviso.El brillo de las luciérnagas es su escalofriante segunda novela, de la cual se prepara una versión cinematográfica, y que le confirma como el más prometedor autor de thriller psicológico del panorama español.

A pesar de haberme mantenido interesado, hay momentos que la historia avanza lentamente, una suerte de sacrificio a favor de crear ambiente y tensión. Realmente no es problema de la narración, si no de que no terminas de ver un horizonte, no comprendes a dónde quiere llegar con todo esto, y por eso, el día a día del protagonista puede, a veces, volverse algo tedioso. Y luego, cuando la historia empieza ya a desvelar secretos, llega el momento del flashback para explicar cómo era la vida de esta familia antes del sótano. A partir de ahí la historia coge ritmo y los acontecimientos se suceden unos a otros, aunque particularmente no soy muy partidario de los flashbacks, sobre todo cuando están ubicados en un momento álgido. La técnica del cliffhanger seguido de un flashback (o bueno, el cliffhanger en general) hace que maldiga al autor, pese a que comprendo que crear esa tensión y enganche es parte de la gracia. Dejando de un lado el ritmo de la narración y la estructura, mencionaba antes que este es un libro de detalles. Uno amplia-

Paul Pen

mente reconocido es que Paul Pen se propuso hacer la historia sin nombres propios y, efectivamente, lo ha conseguido. De ahí que me refiera al niño como “nuestro protagonista”, ya que ningún personaje de esta historia tiene nombre (salvo uno, el temible Hombre Grillo). Otro detalle interesante son los diálogos de películas del Oeste que el niño escucha desde la cama y que se sabe de memoria. Dejo a placer de cada uno el tratar de desvelar de qué películas se trata. Y por supuesto está la obsesión de nuestro protagonista con los bichos (y de ahí el título del libro). Es esta, por lo tanto, una novela de suspense, un thriller psicológico que te consigue intrigar, pues la vida en el sótano es francamente rara. La principal pega para mí es la lentitud en el avance de la historia, que provoca que haya momentos que se te hagan cuesta arriba, pero a pesar de eso estoy seguro de que la novela gustará a todos aquellos aficionados a los thriller y los ambientes enranciados.

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J. R. PLANA

Nagatora por J. R. Plana quel parecía un día más, otro cualquiera del ciclo en el que se había convertido mi vida. Hotaru preparaba sus famosos fideos detrás de la barra, llenándome de vez en cuando la jarrita de sake. No penséis que soy un borracho, las jarras de Hotaru son realmente pequeñas. —Nagatora, no deberías beber más —me dice al ponerme el recipiente lleno hasta la mitad—. Y tampoco deberías lucir tan alegremente esa katana. Llama a lo funesto. Al viejo tabernero no le suele gustar que la gente ande con espadas por su local, dice que para lo único que sirven son para provocar duelos entre espadachines borrachos, pero conmigo se tiene que aguantar, la katana es la mejor forma de dar a entender a la gente que soy un ronin sin empleo dispuesto a trabajar. —¿No te cansas de repetírmelo? —¿Acaso te cansas tú de beber? Como iba diciendo, aquel era un día más. Era. Los tablones crujieron levemente bajo el peso de unas pisadas rápidas y cortas. No me hizo falta girarme, identifiqué claramente la forma de andar de una mujer del pueblo, y no noté en su presencia la más leve amenaza. Hotaru saludó y yo seguí con mi sake. Los pasos se pararon a poco más de un metro de mí. Aparenté indiferencia hasta que el gesto irritado de Hotaru me indicó que la espera empezaba a hacerse incómoda. Quien quiera que fuera la mujer que había entrado, venía a verme a mí. Volví la cabeza lentamente y la miré por el rabillo del ojo, sin girarme del todo. Era una mujer del pueblo, de unos 50 años, de lo más vulgar y corriente. No me miraba a mí sino a mis pies. —¿Si? —pregunté con un gruñido. —Nagatora-san, quisiera hablar con usted —respondió al instante la señora inclinando la cabeza y con la vista clavada en el suelo. —Pues hable. —Dejé de mirarla y volví la cabeza a mi sake. —Nagatora-san, no quiero ofenderle, pero usted es un hombre sabio, ha viajado mucho y conoce muchos lugares, además de ser un gran espadachín y… —Al grano. —Era típico de los aldeanos ponerte por las nubes antes de pedirte algo, aunque

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NAGATORA

luego escupieran a tu espalda. La mujer perdió el ritmo durante un instante, sin saber muy bien qué decir. Probablemente llevaba aprendiéndose el discurso de memoria un par de días antes de atreverse a venir, y al cortarle había perdido el hilo. —Nagatora-san… Se trata de mi hija Rika… —La mujer se volvió a callar. —¿Y bien? ¿Qué ocurre? —Me empezaba a impacientar. —Ha desaparecido, Nagatorasan. Hace una semana que se fue a Shirakawa junto con el hijo de la señora Mai, Isao, para vender el azuki que cultivamos las dos familias. Ninguno de los dos ha vuelto. —¿Y por qué me lo cuenta a mí? —Nagatora-san, usted es un hombre de mundo. Búsquela, por favor. Le pagaremos, le pagaremos con dinero y comida. —Se acercó apresuradamente a la barra y de una de las mangas sacó un saquito de cuero que tintineo al caer—. Por favor, ayúdenos, Nagatora-san. Miré a la bolsa y a la señora. —No me dedico a eso. Vaya a decírselo a los yoriki, ellos se encargan de eso. —Ya hemos acudido a ellos, Nagatora-san, y se ríen de nosotros y nos apalean. Nadie quiere ayudarnos. Por favor, es nuestra última esperanza. No conocemos a ningún otro samurái, y usted es muy hábil. Somos una familia muy humilde, Anima Barda - Pulp Magazine 59


J. R. PLANA

pero le pagaremos, le pagaremos. —Vació la bolsa sobre el mostrador. No era una fortuna para alguien normal, pero sí para unos desgraciados campesinos. Sin embargo, no podía aceptar. No me dedicaba a buscar a niñas perdidas. Yo era un guerrero hábil, bastante deshonroso era proteger a comerciantes y matar bandidos pulgosos por dos platos de arroz al día. —He dicho que no. Y ahora vete antes de que me hagas enfadar. —No encontraba ningún placer en ser rudo, pero había que mostrar cierta autoridad frente a los pueblerinos. Ellos te temen y odian al mismo tiempo y no sabes cuándo se pueden envalentonar y abrirte el cuello mientras duermes. La mujer metió sus monedas en la bolsita de cuero rápidamente y salió de la taberna entre sollozos. Incómodo, apuré de un trago mi vaso de sake. Después miré a Hotaru. Este se había apartado un poco y llevaba los ojos de la señora a mí y al revés. Nunca le había visto con gesto tan serio. —Están desesperados —dijo. —Lo sé. —Y son muy pobres. Serán todos sus ahorros, les habrá llevado años reunirlos. —Hotaru, ese no es mi trabajo. —¿No? ¿Y cuál es? ¿Estarte sentado aquí esperando a que llegue algún gordo temeroso de los bandidos? —Hotaru no era como los demás aldeanos. Él no me tenía miedo—. Tienes una buena cuenta que pagar y ni una sola moneda en tus mangas, y aún así te atreves a rechazar un trabajo sencillo. Es el orgullo lo que te ciega, y eso no te dará de comer. —No te consiento que me hables así. —Apreté los puños sobre la barra. —Y yo no te consiento que estés aquí sin pagar ni un día más, y menos luciendo esa espada si no piensas emplearla en algo útil. —Golpeó la barra con las palmas abiertas—. ¡Diablos, Nagatora, es una muchacha indefensa! ¿Dónde está el Gi? ¿Eh? ¿La justicia? ¿Y la benevolencia? ¿Dónde están las siete virtudes de tu Bushidō? De haber sido otro, su insolencia le habría costado la cabeza. Pero Hotaru, si bien no era samurái, era un veterano de guerra y sabía cómo hacer sentir culpable a uno. Él me respetaba y yo le respetaba, y eso le daba cierto poder sobre mí. Agaché la cabeza, apreté los dientes y farfullé una maldición. —Tú lo has querido, viejo loco. —Agarré la botellita de saque y me levanté. Me la bebí de un trago, la dejé con un golpe sobre la mesa y me fui detrás de la mujer. Rika era una joven campesina de diecisiete años. Aún vivía con sus padres, aunque era algo agraciada, el padre no había dado su permiso a ningún pretendiente. Sospechaba que las continuas negaciones del padre tenían que ver con el miedo a quedarse solo con su mujer y no ver a su hija a menudo. Casi podía comprender esa actitud. Rika había salido acompañando a Isao, el chico de los vecinos. Ambas familias cultivaban juntos azuki y, después de quedarse con lo básico para sus necesidades, lo vendían por la zona. Pensando en las distintas posibilidades por las que una joven desaparecería en los alrededores, 60 Anima Barda - Pulp Magazine


NAGATORA

cogí el camino a Shirakawa al amanecer del día siguiente. No me llevé gran cosa aparte de mi katana, la espada corta y el cuchillo que siempre llevaba metido en la manga. Un poco de dinero y un minúsculo hatillo con lo básico para aguantar un par de días, eso era todo. Shirakawa no estaba muy lejos, a buen paso y sin percances llegaría antes del anochecer. Los caminos por aquella región eran, como en todas partes, inseguros, pero al menos los vigilantes de la zona hacían bien su trabajo y los bandidos por allí eran menos osados y habituales que en otros sitios. Era poco probable que tuviera algún encontronazo por el camino. Anduve unas cuantas horas, casi hasta el mediodía, y entonces hice un alto al margen para descansar. Siempre con los sentidos alerta pero sin que se me notara, me senté en un tocón cercano, quité la katana de mi cinto, dejándola al lado, y saqué un trozo de la comida que llevaba guardada. Mascaba el bocado pensando en lo que me enseñó mi maestro sobre no dejar traslucir en qué está tu mente cuando me llegó una canción a lo lejos. Paré de masticar para oír mejor. Efectivamente, un hombre cantaba, y parecía venir por donde había venido yo. En poco tiempo entraría en mi línea visual, así que adopté una postura relajada y casual en la que un brazo, apoyado con indiferencia en mi pierna, tapaba la mano con la que agarraba la empuñadura de la espada. Algunos bandidos son famosos por sus astutas estratagemas para hacer que los caminantes se confíen. No pasó ni un minuto cuando una figura voluminosa y bajita apareciera en el camino. Seguía cantando. Se aproximó más sin verme y yo pude estudiarlo con más detenimiento. Era un hombre delgado, cerca de los cuarenta, hecho al camino pero de espíritu alegre. A la espalda llevaba un fardo de telas envolviendo lo que serían sus enseres. Pensé que podía ser un campesino, por el aspecto descuidado y ajado de sus ropas, pero por el fardo de la espalda asomaban cachivaches y no legumbres o verduras. —¡Oh! ¡Hola, señor! —El hombre se percató de mi presencia e interrumpió bruscamente su canción para saludarme con una amplia sonrisa—. ¡Qué día tan bueno para pasear! —Eso parece —contesté, devolviéndole el saludo con una inclinación de cabeza. —Vaya que sí. —Se detuvo a mi altura, a unos metros de distancia, y dejó caer el fardo al suelo—. Esto pesa como un buey de Kobe. ¿Le importa que me detenga con usted a descansar? —No me importaría, pero yo ya me voy. He de seguir mi camino. —Mi entrenamiento me había enseñado a sospechar de ciertos tipos de amabilidad, y esta era una de ellas. Al levantarme, volví a ponerme la katana en el cinto. El hombre lo vio y abrió los ojos en una fingida sorpresa. Ya se había dado cuenta antes de que iba armado. —¡Oh, vaya! ¿Es usted espadachín? —Sí. Muy prudentemente, no dijo samurái, ni tampoco mencionó ronin. La katana y la espada corta decían de mí que era, o había sido, un samurái, pero mi pelo cortado sin seguir ningún protocolo me delataba como mercenario. Si me hubiera llamado ronin, podría haberme ofendido y desembocado en un derramamiento de sangre, pues siempre existía la posibilidad de que fuera Anima Barda - Pulp Magazine 61


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un samurái que, por cualquier motivo, no llevaba el peinado tradicional. Aquel hombre sabía lo que se hacía. —Siempre es un honor conocer a un espadachín —me aduló—. Me hubiera gustado sentarme a charla con usted, señor, pero la prisa no espera a nadie, ¿eh? Ya lo creo que no. Yo debo llegar a Shirakawa antes del anochecer, o si no estos bosques empezaran a ponerme muy nervioso. ¿No irá usted en esa misma dirección, verdad? Dudé un instante qué responder. Me encontraba en el dilema de decir la verdad y enfrentarme por lo tanto un posible ofrecimiento a acompañarme el resto del viaje, o mentir y arriesgarme a encontrarme con él en Shirakawa, lo que llevaría a que el hombre pudiera sentirse ofendido y empezara a hablar mal de mí, cosa que no convenía si necesitaba andar haciendo preguntas a la gente. Opté por decir la verdad. —Sí, yo también me dirijo a Shirakawa. —¡Vaya, qué bien! —El hombre sonreía abiertamente a pesar de que yo mantenía el gesto adusto—. Oiga, no quisiera ofenderle ni molestarle, pero… —Fingió dudar. Ahí venía la proposición—. ¿Le importaría que le acompañara el resto del camino? Ya sabe que es una senda peligrosa, y me quedaría más tranquilo con un buen guerrero como usted al lado. Suspiré, sabiéndome de nuevo entre la espada y la pared. Si le decía que no, ocurriría lo mismo que si le hubiera mentido. No me quedaba otra solución. —Está bien, iremos juntos. Pero vámonos ya, se hace tarde. El hombre rió con risa estentórea y sonrío aún más si cabe. Asintió dos o tres veces seguidas a mis órdenes de movernos y recogió su macuto. —Gracias, buen señor, muchas gracias. Yo me llamo Toshiki. —Nagatora. —Oh, buen nombre, sí, sí, buen nombre. Pero no lo usó, porque empezó a llamarme sensei. Supongo que lo hizo tratando de mostrar respeto y agradar al mismo tiempo, aunque a mí me daba más bien igual. Para mi sorpresa, el camino trascurrió sin mayor problema. No hubo asaltos ni emboscadas, y Toshiki no resultó la compañía extremadamente fastidiosa que yo esperaba que fuera. Hablaba de vez en cuando y sabía tratar temas ligeramente interesantes, sobre viajes y caminos. Aunque eso no implicaba que yo participara en la conversación, me limité a permanecer callado y dejarle hablar exclusivamente a él. No parecía el típico campesino, y me irritó no averiguar a qué se dedicaba. Cuando ya llevábamos un buen rato, aproveché para preguntarle si era de Shirakawa o solo estaba en su camino. Él me dijo que siempre estaba de allá para acá, que no vivía en ningún sitio fijo. Empecé a sospechar que se trataba de un comerciante, probablemente un embaucador, de ahí sus alabanzas y halagos, su habilidad para cautivar y caer bien a la gente, aunque algunos detalles de él no me terminaban de cuadrar en ese papel. Por eso mismo no le pregunté acerca de Rika e Isao, preferí esperar a llegar a Shirakawa y hablar con una persona menos misteriosa.

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NAGATORA

Estaba ya anocheciendo cuando entramos en la población. Mi improvisado compañero de viaje y yo nos despedimos, él con alegría y empeñado en seguir llamándome sensei, yo aliviado por no tener que seguir prestando atención por educación. Me paré un segundo a decidir qué haría a continuación. Shirakawa era un pueblo grande más que una pequeña ciudad, pero las minas cercanas lo elevaban al estatus del pueblo más importante de la zona, con decenas de personas trabajando en la extracción, un mercado e incluso un par de casas de citas. Si Rika e Isao habían venido a vender sus productos, a la fuerza tendrían que haberlo hecho en el mercado. Aprovechando que aún quedaban unos rayos de sol, me dirigí a toda prisa hacia el centro con la esperanza de coger a los mercaderes antes de que cerraran sus puestos. Tuve suerte, aunque empezaban a recoger, la mayoría todavía seguía allí. Me acerqué a un hombre que vendía verduras. —Disculpe. —Aunque mi estatus social me permitía ser rudo con él, preferí un acercamiento más cordial. Bueno, todo lo cordial que puedo llegar a ser, no soy muy bueno con las palabras—. Estoy buscando a una pareja, un chico y una chica, jóvenes aldeanos, que estuvieron vendiendo azuki en el mercado la semana pasada, ¿los ha visto? El hombre me miró con forzada hostilidad, tan habitual entre mercaderes y verduleros cuando alguien se les acercaba y no era para comprar. Se rascó la barba sin dejar de fruncir el ceño, miró hacia un lado de la plaza y llevó el dedo índice en esa dirección. —Pregunte a la señora Nabora, ella está siempre aquí. —Gracias. Crucé la plaza en dirección al puesto que me había señalado. La señora Nabora era una vieja de piel apergaminada, ojos curiosos y aspecto de entrometida. Vendía telas, y estaba enrollándolas para irse cuando llegué. —Disculpe, señora. Estoy buscando a una pareja de jóvenes que vendieron azuki en el mercado la semana pasada. El hombre de las verduras —dije señalando al otro lado— me ha dicho que le preguntara a usted. ¿Sabe algo de ellos? —Ese condenado sapo de Hajuro me tiene por una vieja cotilla, ¡como si no me bastara con mis propios problemas para encima interesarme por los de los demás! El súbito arranque de ira de la mujer me dejó sin saber muy bien qué decir. Por las arrugas de expresión de su cara supuse que la señora Nabora tenía tendencia al mal humor, así que decidí insistir más. —¿Pero los ha visto o no? —¡Yo veo a mucha gente! —La señora Nabora seguía hurgando entre sus telas, simulando que estaba muy ocupada en recoger. —¿Y a ellos en concreto? —No lo sé. —Vamos a ver… Haga memoria. Una pareja, chico y chica, de unos diecisiete años, campesinos vendiendo azuki… ¿Los recuerda? La mujer resopló, dándose por vencida. Se dio la vuelta para mirarme con los brazos en jarras. Anima Barda - Pulp Magazine 63


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Un hombre pasó por la plaza encendiendo farolillos de papel y piedra. El sol estaba cada vez más bajo. —¿Una pareja, dices? —Sí. —Hm… —Dirigió la vista al suelo y después al cielo—. Una pareja… Azuki… —Dio una palmada en el aire—. ¡Claro que sí! Ya los recuerdo, ya. Aunque mi cabeza es vieja… Quizá si la ejercito contando algunas monedas… El chantaje me enervó y llevé la mano a la katana. —Inténtelo otra vez, vieja, y el único metal que verá será este. —No se atreverá —me desafió. Era una vieja muy imprudente. Un golpe de ira me empujaba a matarla allí mismo, pero eso me complicaría la vida innecesariamente. Opté por el duelo de agresividad. —Claro que sí. La acusaré de timadora. Los samuráis del Shogun no lo pondrán en duda. Aquello pareció amedrentarla. Una cosa es meterse con un vagabundo con espadas y otra distinta a un antiguo samurái que sabe qué decir y a quién para salir airoso de cualquier acusación. —Eso no será necesario… —La vieja cedió, bajando los brazos a lo largo del cuerpo. Me pareció fácil, pensaba que iba a ser más dura—. Esos dos jóvenes llegaron la semana pasada con su azuki y se instalaron tres puestos más allá de donde está aquella calle. Vendieron su mercancía durante dos días y luego se fueron. —¿Se fueron? ¿A dónde? —Y yo qué sé. Sólo sé que se fueron. Lo lógico sería pensar que se marcharon de vuelta a casa. —¿Vendieron mucho? —Oh, sí, vaya que sí, vendieron casi todo. —Ya veo… ¿Y no oyó nada que le indicara dónde pudieron ir? La vieja se frotó el mentón con una mano llena de arrugas y dedos torcidos. —No hablaban mucho con los demás… Pero ahora que recuerdo… Hubo un día que discutieron. Sí, discutieron. Yo estaba por allí —explicó, señalando una de las esquinas cercanas—, hablando con una vecina, cuando oí como la chica se ponía nerviosa. No entendí lo que decía ella, pero por el tono daba a entender que se estaba negando a algo. —Los ojos le brillaban por el entusiasmo de compartir sus cotilleos. —¿Qué más oyó? —¡Ah! ¡Sólo entendí un poco más! —Rió como reiría una ardilla vieja—. Hablaba el muchacho, y aunque no entendí todo, hubo una palabra que fue muy significativa. Dijo dados. —Dados… —murmuré, empezando a hacerme una idea de a dónde podían haber ido a continuación. Los dados sólo conllevan una asociación: apuestas. —Sí, sí—continuó la vieja—, dados, el chico dijo dados. Solo son suposiciones mías, pero apuesto mi diente sano a que ese joven estaba pensando en probar suerte con el bakuto. Seguro que pensó que si le iba bien podría duplicar, como poco, lo que habían ganado en esos dos días. 64 Anima Barda - Pulp Magazine


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La juventud y su avidez de juego y fortuna. —No es exclusivo de la juventud… —farfullé inconscientemente, mientras pensaba qué hacer a continuación. Lo cierto es que es habitual encontrarse varios jugadores empedernidos allá donde haya un bakuto, revoloteando alrededor como moscas, siempre buscando quien les preste dinero para volverlo a perder frente a sus hábiles manos. La suerte del bakuto es siempre mucho más que suerte. —Yo me tengo que ir ya —se quejó la vieja, empezando otra vez a recoger. —¿Dónde puedo encontrar aquí a un bakuto? —Sólo hay uno y no está siempre. Viene cada semana, se está un par de días y luego se vuelve a ir. Cada semana. La presencia semanal de un bakuto significaba muchas cosas. La primera, que no temía a la autoridad, por lo cual se podía deducir que tenían intereses compartidos. La segunda, que había un flujo habitual de jugadores, probablemente trabajadores de las minas. Y tercero, sí no temía a la autoridad y tenía jugadores fijos, eso indicaba con toda seguridad que el gobierno local estaba conchabado con él para sacarles la paga a los trabajadores, dinero que luego repartirían entre todos. Eso añadía nuevos matices de peligro al asunto. —¿Está ahora mismo en el pueblo? —Que yo sepa, no. —¿Y sabe cuándo vendrá? —No lo sé, pero, si viene cada semana, es de suponer que estará al caer. —Ya, claro… Pero no me ha dicho dónde está. —¡Haces demasiadas preguntas! —Pegó una patadita al suelo—. ¡Te contesto a esta y te vas! ¿Entendido? —Asentí mirándola con el ceño muy fruncido—. El bakuto suele estar en la taberna Bambú Seco. Ve por esa calle y luego tuerce a la derecha. Allí pregunta a alguien, no tardarás en encontrarla. La vieja me dio la espalda y se puso a enrollar telas refunfuñando. No me molesté en dar las gracias pues sabía que no me estaba escuchando, así que me encaminé hacia la calle que me había dicho pensando en qué demonios habían acabado metidos Rika e Isao. Bambú Seco debía de ser una de las tabernas más populares del lugar. Estaba bien iluminada, la estructura era sólida y se oían el alboroto y las voces de la gente desde la calle. Efectivamente, no me costó mucho encontrarla. Por dentro poco se diferenciaba del resto de las tabernas, salvo por la cantidad de luz y la gente. Tenía una gran zona central, un horno redondo en el medio, que servía para calentarse en invierno, y al fondo, detrás de la barra, plagada de botellas y artilugios de cocina, unas escaleras que subían al segundo piso. El techo era alto y desde las habitaciones seguro que se podría husmear qué ocurría abajo. Lugareños y trabajadores de las minas comían y bebían en las mesas distribuidas con amplitud. De toda la gente que había dentro, únicamente el dueño y otros dos tipos se fijaron en mí. El primero apartó la vista en cuanto me hubo analizado brevemente, pero Anima Barda - Pulp Magazine 65


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los otros se detuvieron a conciencia hasta que quedó meridianamente claro que estaban muy pendientes de mí. Llevaban katanas en la cintura y un cuchillo atravesado sobre el vientre. Por sus caras y sus ropas quedaba claro que no eran samuráis sino matones. Cuando me cansé del duelo de miradas, eché una ojeada alrededor en busca de alguna señal del bakuto. Me consideré afortunado, pues en seguida lo vi, o, más bien, lo intuí. Había tenido suerte y el bakuto ya había llegado al pueblo. Un populoso grupo de personas se abarrotaba de pie y de cualquier manera entorno a una mesa. Daban voces y gritos de alegría, y también de decepción, y todos parecían muy alterados. A todas luces, allí se estaba jugando a algo. Me acerqué esquivando mesas y lugareños y conseguí llegar hasta el grupo. A base de empujones, me abrí paso hasta el centro. Allí estaba el bakuto. Sentado frente a la mesa con las piernas cruzadas y repartiendo cartas entre los que había allí con él. Llevaba un grueso trozo de tela enrollado en la cabeza y estaba desnudo de cintura para arriba. Su espalda y sus brazos, delgados pero no por el hambre, estaban cubiertos completamente por tatuajes, la marca de identidad de todos los jugadores ambulantes. Dragones, grullas, samuráis, geishas, cartas, monedas… Su espalda era un panel de pinturas viviente. Decidido a hacerme notar, pasé dando empujones hasta ponerme a un lateral. Estaba ya dispuesto a levantar a uno en vilo para sentarme yo cuando los ojos del bakuto se cruzaron con los míos. —¡Vaya, vaya! ¡Sensei! ¡Qué alegría verte! Siéntate, siéntate, juega un rato con nosotros, en mi mesa siempre habrá lugar reservado para un gran espadachín. ¡Apartaos y dejarle sitio, mulas de carga! Me quedé estupefacto mirando a mi ocasional compañero de viaje, Toshiki. Era él, el mismo que me había acompañado en el trayecto hacia donde nos encontrábamos. Y seguía empeñado en llamarme sensei. —Siéntate, siéntate. ¿A qué quieres jugar? Sentarme con tanta gente a mis espaldas no me parecía buena idea. En general, sentarse a la mesa de un bakuto nunca era buena idea. Pero tenía que averiguar el paradero de los chicos, y aquella era la única forma que se me ocurría por el momento. Aquel encargo empezaba a complicarse estúpidamente. Los hombres sentados recogieron las cosas y se levantaron protestando, visiblemente molestos. Algunos vieron mis armas y tuvieron la prudencia de callarse. Me senté frente a él. —Eran unos pueblerinos perdedores, seguro que tú sabes hacer una partida interesante, ¿verdad, sensei? ¿Te parece que juguemos a Hanafuda? Hanafuda. Juego de cartas. No me parecía nada bien, pero tenía que aceptar. Dejé las monedas de la apuesta sobre la mesa. Toshiki empezó a barajar y el juego comenzó. Es usual que los bakuto traten de ganarse la confianza del jugador, no sólo con palabras agradables, sino también haciéndole creer que tiene un día de suerte. Por eso contaba con un margen relativamente amplio de amabilidad por parte de Toshiki, así que decidí no preguntar 66 Anima Barda - Pulp Magazine


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nada más empezar. Dejé que transcurrieran unos minutos del juego, observando a Toshiki y su manera de mover las cartas. El tatuado parecía disfrutaba con los vítores del público, aplaudían cuando yo llevaba una buena mano. Yo fingía estar ensimismado en el juego mientras atendía a la charla banal de mi contrincante. En una de las veces que Toshiki recogió las cartas para barajar, aproveché para lanzar mi primera pregunta con el aire alegre del ganador. —Dime, Toshiki, ¿por qué ciudades sueles pasar? —Como ya sabes, voy de aquí para allá, sensei —respondió dándome largas. —Ya veo, ya —dije como si comprendiera lo que quería decir. Nunca perdía la desproporcionada sonrisa—. Tengo algunos conocidos a los que les gusta el juego, y sería divertido poder jugar todos juntos. —Eso será un placer para mí, sensei. —Pude ver el brillo del oportunismo en sus ojos. —¿Y dónde podríamos encontrarnos? —Aquí mismo. Suelo pasar por aquí de vez en cuando, quizá cada dos semanas. —Me mentía. Sabía por la señora que venía cada semana, y viendo a los tipos de la barra quedaba claro que las autoridades le querían allí con asiduidad. Ocultándomelo se estaba cubriendo la espalda, por si yo resultaba ser alguien problemático. Así solo tendría que estar alerta cada dos semanas. —Perfecto entonces. Dentro de quince días vendré con mis amigos. —Di una palmada sobre mi pierna con alegría. Toshiki repartió y yo fingí centrarme de nuevo en el juego mientras dejaba caer la siguiente pregunta—. Quizá ya conozcas a uno. Es un muchacho joven, de unos diecisiete años, llamado Isao. ¿Te suena? Los dedos de Toshiki se alteraron levemente antes de proseguir como si no hubiera pasado nada. Aquel pequeño gesto hubiera pasado desapercibido a cualquiera que no estuviera acostumbrado a interpretar el lenguaje corporal en los demás. Un samurái debía ver y sentir cualquier ataque antes de que se produjera. —No, la verdad es que no —repuso. Le miré a los ojos. Una sombra de seriedad pasó volando por su rostro antes de que su impostada sonrisa volviera a la superficie. Sentí pasos a mi espalda y la gente empezó a irse de nuestro alrededor—. Sensei, si te parece bien, ahora jugarán unos amigos con nosotros. Podía sentir la tensión en el ambiente. Los dos matones de la barra estaban detrás de mí, aproximándose para sentarse a mi izquierda y mi derecha. No percibí amenaza por el momento, así que me quedé sentado con aspecto indiferente. —Por mí perfecto, cuantos más seamos, mejor. Los dos hombres entraron en mi campo visual. Me miraban con la boca torcida y el ceño fruncido, en abierta hostilidad. Yo les sonreí y saludé con la cabeza, adoptando el papel del primo tontaina. No era raro ver a hombres hechos y derechos perder la razón cuando estaban cerca de unas cartas, así que el papel era creíble. Al menos por el momento. Toshiki repartió, y las cartas empezaron a ser duras conmigo. Perdía una vez tras otra, y lo que había ganado se iba con la misma rapidez con la que había llegado. El bakuto quería librarse de Anima Barda - Pulp Magazine 67


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mí pronto, había decidido que ya no era compañía agradable. Como de todas maneras se me estaba agotando el tiempo en la mesa, opté por la estrategia agresiva. —Pues me resulta extraño que no te suene —dije manteniendo mi tono alegre y despreocupado—. Estuvo por aquí la semana pasada y, por lo que sé, anduvo jugando a los dados con un bakuto en esta taberna. Pregunto por él porque no le he vuelto a ver. Aunque, claro, si tú vienes cada dos, es probable que no le vieras, sería otro. Pero… ahora que lo pienso, los bakutos no soléis pisaros el terreno entre vosotros, ¿verdad, Toshiki? —Los matones no me quitaban el ojo de encima. El tahúr, por su parte, se centraba en el juego, sonreía y procuraba ignorarme—. En fin, no sé. Pero es raro, ha desaparecido como si nada. A lo mejor a tus amigos les suena, ¿eh, chicos? Un joven, diecisiete años. Se llamaba Isao, ¿no? Quizá me falta un detalle. Iba acompañado de una chica, también de diecisiete. Rika. ¿Eso os refresca la memoria? Dónde están los dos. Dónde está la chica. —Añadí esto último con una nota de agresividad a mi voz. —No quieres seguir haciendo preguntas —dijo el matón de mi izquierda. —Yo creo que sí —le contradije, inclinándome hacia él. —Por favor, calma —intervino Toshiki, con la enorme y forzada sonrisa en el rostro—. No quiero peleas en mi mesa, sensei, por favor. Acabemos el juego y ya está bien por hoy, ¿vale? El matón se relajó y yo permanecí con la mirada llena de ira clavada en él. Toshiki movía las cartas sobre la mesa. —Me temo que no sabemos nada de tu amigo y la chica, sensei —iba diciendo el bakuto—. Por aquí no los hemos visto, y no sé con quién jugaría, pero no era yo. A lo mejor fueron a otro pueblo, deberías acercarte a Uchiko. Desvié mi atención del matón a sus manos. Había hecho un movimiento raro y ahora tenía otras tres cartas en su mano. Él pensaba que no me había dado cuenta y siguió el juego. Al final ocurrió lo que me temía: las tres cartas me tocaron a mí. Cuando quedaron boca arriba la vista de todos, sentí el amargor de una certeza desagradable en la boca del estómago. —¡Vaya, qué mala suerte, sensei! —exclamó Toshiki fingiendo tristeza. Señaló las tres cartas—. Ocho, nueve y tres, sensei. Ya, ku, za. Has perdido, sensei. Tienes la peor mano. Salí del pueblo aquella misma noche por el camino por el que había venido. Pero no pensaba volverme. Los dos matones me seguían escurriéndose entre las sombras, y no se acercaron lo suficiente hasta que no hube abandonado las calles del pueblo. No sé cómo se lo tragaron, ¿quién en su sano juicio recorrería los caminos en plena noche y a oscuras? Debieron asumir que estaba tan muerto de miedo que había preferido largarme cuanto antes. Por supuesto, no iban a dejar que llegara a mi destino. Tuve un poco de mala suerte, tardé en encontrar un recodo donde esperarles agazapado y eso me obligó a alejarme de Shirakawa más de lo que tenía previsto. Antes de enfrentarme a ellos, tenía que asegurarme de que eran sólo dos. 68 Anima Barda - Pulp Magazine


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Aguardé en la oscuridad, entre los árboles del bosque, con la atención fija en la suave claridad del camino de tierra. Al poco se oyó el suave roce de la ropa y el susurro de unos pies al pisar la arena. Los dos matones de la taberna aparecieron por el recodo y pasaron frente a mí sin descubrirme. Habían acelerado el paso, temiendo perderme de vista entre las curvas del camino. No esperé más. Cuando se hubieron apartado unos metros, salí al camino con una piedra en la mano. Chisté con fuerza y los dos se volvieron sobresaltados. Lancé la piedra y esta impactó con un crujido en la frente del que estaba a la izquierda. El hombre gritó y se llevó las manos a la frente, doblado por el dolor. Desenvainé mi katana y me quedé plantando, ofreciéndome al otro matón. No hicieron falta palabras. Él desenvainó su arma, se puso en guardia y vino hacia mí con pasitos cortos y rápidos. Cuando estaba a un par de metros, respondí a su guardia con la contraria y le planté cara. Él frenó. Nos quedamos los dos estudiándonos. Ambos sabíamos manejar una espada, pero nuestro aspecto no ayudaba a dilucidar quién era mejor espadachín. Él cambió su guardia lentamente, alzando la espada por encima de su cabeza, y yo respondí bajando la mía y llevándola hacia atrás, ofreciéndole mi costado izquierdo para que atacara. Detrás de él, el otro sangraba profusamente por la frente, pero los gemidos se reducían y parecía empezar a recuperarse. Miré en su dirección con un marcado e intencionado movimiento de cabeza. Eso y la guardia expuesta provocaron lo que quería: el matón se abalanzó sobre mí con un fuerte grito nacido desde el hara. Su espada descendió en un arco mortal hacia mi cuello. En el mismo instante, me moví hacia atrás y a un lado, girando mi costado y elevando la espada con un poderoso golpe de cadera. La espada del matón surcó el aire vacío, no rozándome por apenas un pelo. Mi katana estaba ahora arriba, por encima de nuestras cabezas, y un pequeño surco rojo oscurecía el reflejo de la luna en la hoja. El matón se desplomó en el suelo. Mi hoja había llegado donde la suya no. Sin darme tiempo a moverme, el compañero cargó contra mí, con el rostro bañado de rojo. Alzaba la katana y descargó dos barridos seguidos, que tuve que esquivar desplazándome hacia atrás de nuevo. En el tercero, aprovechando su acercamiento y su convicción de que seguiría moviéndome de espaldas, cuando él llevaba la espada hacia atrás para lanzar otro golpe horizontal, avancé rápidamente hacia la empuñadura de su espada. Intercepté la base de su hoja con mi katana, justo encima de la guarda, donde el golpe apenas tenía fuerza, pero en vez de pararlo simplemente lo acompañé. Sujetando la espada con una mano, usé la otra para agarrarle las suyas, y entonces giré con él, siguiendo la inercia de su movimiento y haciéndolo mío. El barrido siguió y yo lo acompañé, forzándole a seguir más allá del golpe y desequilibrándole. Él tropezó y quedó frente a mí, sujeto aún a la espada que yo dirigía. Y entonces cambié el peso del cuerpo, modificando la dirección como si fuera parte del mismo movimiento, llevando sus manos y su espada al suelo, y luego trazando un arco hacia el aire que incluía mi espada y la suya. Sus muñecas no soportaron la tensión y soltó el arma. Mi hoja subió al cielo y luego bajó con todo el poder del movimiento acumulado. Su torso quedó en medio de la trayectoria y el segundo matón cayó muerto al instante. Anima Barda - Pulp Magazine 69


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Aguardé unos segundos alerta, por si aparecía alguien más. Tenía la inquietante sensación de que una flecha envenenada iba a salir de un momento a otro de entre los arbustos para atravesarme el cuello, pero nada ocurrió. Cuando estuve seguro de que los hombres estaban muertos y de que no había nadie más por allí, limpié mi hoja y deshice el camino hasta Shirakawa. El siguiente día lo utilicé en observar desde una posición segura la actividad del Bambú Seco. A lo largo del día vi entrar y salir, entre otras personas, a varios matones con el mismo aire que a los que había matado, pero Toshiki, si es que seguía ahí dentro, no se le vio por ningún lado. Mi intención no era solo ver con cuántos esbirros contaba aquel demonio tatuado, sino quedarme con la cara de alguno de los muchos jugadores empedernidos que rondaban por allí. Empezaba a atardecer cuando vi el mismo rostro contorsionado por la mala suerte salir de la taberna. Era un pueblerino, alguien de la zona, y las tres veces había entrado sonriendo y salido con el gesto torcido por la rabia. Daba patadas a todo lo que se le cruzara y fuera más débil que él, y se iba refunfuñando por un callejón hacia quién sabe dónde. En esta ocasión le seguí. Tuve buena fortuna: el desgraciado parecía disfrutar caminando por las callejas menos populosas. Cuando estuve seguro de que andábamos solos, le alcancé en tres zancadas y le agarré con un fuerte empujón. Había valorado ser amable, tentarle con dinero o ganarme su confianza, pero un jugador de mal humor podía ser muy irritante e inaccesible. Así que decidí forzar su creencia de que tenía una mala racha amenazándole con el cuchillo. —Haz lo que te diga o seguirás de mal en peor —le dije en un susurro, apretándole contra una pared de madera. El hombre estaba pálido. —No me mate por favor, yo no soy nadie —balbució. —¿Has estado en la taberna? —Sí, sí. —¿Y has jugado? —No, no, yo no juego. —No soy del gobierno, idiota. No me mientas. —Apreté el cuchillo—. ¿Has jugado? —Sí, sí, he jugado tres veces hoy, y ese condenado bakuto me ha desplumado todas. —¿Le ves a menudo? —Cada vez que viene. Por favor, no me mate. —¿Le viste la semana pasada? —¡Sí, sí! —No grites. —Golpe en la cara con la empuñadura—. Haz lo que te digo y no te pasará nada. La semana pasada, ¿estuviste todo el día? Su nariz sangraba y los ojos le iban a salir disparados de lo abiertos que los tenía. —Sí, todo el día. Menos de madrugada, todo el día. —¿Viste jugar a un muchacho joven, de unos diecisiete? —No lo sé, juega mucha gente. —¡Haz memoria! 70 Anima Barda - Pulp Magazine


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—¡Voy, voy, voy! Se lamió los labios y tragó saliva, mirando a los lados como un animal acorralado. —Te mataré antes de que alguien te ayude. Piensa en lo que viste. —Creo que sí, que había un joven… Pero no sé muy bien qué hizo, ni a dónde fue, ni… —¿Y una chica? ¿Viste a una chica? —¿Una chica? —Apreté el cuchillo un poco más contra su vientre—. ¡Aiiiihiiiii! ¡No, no, no vi ninguna chica, no, por favor! —¿No te dice nada el nombre de Isao? Sus ojos se abrieron, pero no de miedo, sino de comprensión. —¡Isao! ¡Sí! ¡Conozco un Isao, y es joven, un muchacho joven! —¿Qué sabes de él? —¡Trabaja en la mina, con nosotros! ¡Sí, es verdad! ¡Lo trajo el jefe porque había hecho algo y no podía pagar su deuda, y trabaja para saldarla! Aquello sí que era un golpe de suerte. No esperaba conseguir la información por esa vía. —¿Y dónde está? —Cuando no le tienen picando está atado en una caseta, como si fuera un perro, cerca de la entrada la mina. —¿La vigila alguien? —¡No, no, no! ¡Nadie la vigila, nadie se va a enfrentar al jefe por ayudar al muchacho! ¡A nadie le importa Isao! Relajé un poco mi presa. —Está bien, iré a comprobarlo. —Volví a apretar el cuchillo, esta vez con más fuerza que antes, como si fuera a clavárselo de verdad muy lentamente—. Pero como sea mentira, o le cuentes esto a alguien, me encargaré de buscarte y hacerte un bonito zurcido, ¿lo entiendes? El hombre no pudo ni hablar, se limitó a asentir. Oí el ruido de un goteo contra la arena del suelo. Un líquido le caía pierna abajo. —Desaparece. Y cuidado con lo que dices. Le solté. El hombre salió corriendo como un poseso, dejando tras de sí huellas húmedas en la arena. Apenas había luz en el cielo cuando encontré a Isao atado en un cuchitril apestoso, una minúscula construcción de madera cerca de la entrada de la mina. Se echó a temblar al verme entrar armado, pero después de cortar sus ataduras y explicarle quién era recuperó levemente el aplomo. El chico estaba deseando salir de allí, de huir como fuera, y tuve que imponerle calma para que entendiera que no nos íbamos hasta encontrar a Rika. Al tercer bofetón comprendió que no iba a conseguir nada gritando. —Rika… Ella… Traté de ganar más dinero jugando con el bakuto, pero esa serpiente usa dados trucados, y se llevó todo nuestro dinero. Yo… debí ver que iba a ganar de todas maneras, pero Anima Barda - Pulp Magazine 71


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confié en que tendría un golpe de suerte y le propuse una apuesta final… —Gruñí para mostrar mi desaprobación, y el chico se encogió en el suelo, avergonzado—. Le dije que echáramos una partida más. Si ganábamos, nos devolvía nuestro dinero más el doble. Si no… Bueno, si no… No podíamos volver con las manos vacías. Nosotros dos trabajaríamos para ellos hasta pagar la deuda. —¿Ellos? ¿Quién más es ellos? —El bakuto… No es uno más… Él es el jefe, y el gobierno local hace lo que quiere. Controla el juego, la usura y las casas de citas. Además tiene parte de la mina. Me temí lo peor. —Si tú estás aquí… ¿Dónde está Rika? ¿Cómo está saldando ella su deuda? El chico miró al suelo, avergonzado. Maldije por la forma tan tonta de complicar las cosas. —Vámonos de aquí. Nos organizaremos en otro sitio. ¿Sabes dónde la tienen? —Asintió—. Bien. Necesitamos aceite de lámpara, brea o cualquier cosa inflamable. Observando el burdel disimuladamente desde las sombras de un callejón, llegué a la conclusión de que la única forma de entrar allí era por la fuerza. En la puerta, tres matones desarmaban a aquel que quisiera entrar con katana, y como allí se iba a por el placer y la muerte era mala para el negocio, todo el mundo entraba tranquilo. Si lo hiciera yo, probablemente esperarían a tenerme a solas en una habitación para atravesarme el corazón con una aguja. Así que descarté la entrada pacífica. Tirar de katana y matar a los de la puerta también era complicado. No creía que fueran solo ellos, y a buen seguro Toshiki les había advertido sobre mi interés por la muchacha y la ausencia de los matones de la taberna, así que usar la espada pondría en peligro a Rika. Lo mejor era mantenerles en la ignorancia hasta que tuviera a la chica a buen recaudo o, por lo menos, la hubiera encontrado. Isao esperaba a las afueras del pueblo, listo para ayudarme incendiando algo si era necesario. Realmente su función era prescindible, lo había mantenido conmigo por si era necesario guiar a la chica por el bosque, y lo único que impedía al muchacho huir despavorido a su casa era el temor a mis amenazas, entre las que se incluía una maldición a toda su descendencia y una muerte horrible cuando consiguiera alcanzarle. Estaba ya entrada la noche y la calle la iluminaban los faroles, así que me escurrí por las sombras hasta la parte de atrás del burdel. Un guardia patrullaba la parte trasera sin mucha gana, mordiéndose las uñas mientras iba de acá para allá a oscuras. Esperé a que diera un par de vueltas y a la tercera me moví rápido como el rayo y le atravesé la garganta con la espada. Escondí el cuerpo en un rincón apartado, por si venía alguien a relevarle. El edificio tenía tres pisos y un balcón en el segundo. Nada que no hubiera hecho antes ya. Los burdeles no eran fortalezas, y yo estaba bastante acostumbrado a colarme en las segundas. Una vez arriba, una breve inspección me dejó claro que el segundo piso, el del balcón, estaba reservado para las habitaciones donde las mujeres hacían sus artes. Por lo tanto, sus dormitorios 72 Anima Barda - Pulp Magazine


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tenían que estar en el piso de arriba, desde donde podían espiar a través de los agujeros, ya fuera para vigilar o aprender. De nuevo la escalada fue fácil. Antes de entrar, atravesé cuidadosamente la pared con el cuchillo, haciendo una abertura para ver quién había dentro. En la habitación había una chica dormitando en el suelo. Como no había ventanas, localicé los puntos débiles de los paneles y los forcé con la hoja hasta que uno se desprendió dócilmente. Me deslicé en la habitación con el sigilo de una sombra y llegué hasta la concubina. Con un raudo movimiento, le tapé la boca y le sujeté la muñeca. Solían dormir con un arma a mano, así que es mejor ser precavido. La chica se despertó asustada y con un grito sofocado. —Ssh. No te voy a hacer daño. Busco a una chica. Esperé a que dejara de forcejear. Cuando se hubo calmado un poco, insistí. —No vengo a hacerte daño, busco a una chica. Tiene diecisiete años, se llama Rika, ¿la conoces? Ella asintió. —¿Está aquí? De nuevo dijo que sí. El sonido de una campanilla me hizo dar un brinco. Miré alarmado en la dirección del ruido. Una pequeña campana, en la esquina de la habitación, era movida por un cordel que se perdía en el suelo. Un cliente reclamaba a la chica. —De acuerdo. Te voy a soltar lentamente, no hagas movimientos rápidos. Me indicarás dónde está Rika, podrás bajar y yo me iré como he venido, ¿vale? Ella se mostró conforme. Dudé unos instantes. En mi mente se dibujaba perfectamente lo que ocurriría a continuación: yo la soltaría, ella se apartaría suavemente, después gritaría y la habitación se llenaría de guardias y muerte. A pesar de eso, hice lo prometido y la dejé libre. Durante unos instantes, los dos nos miramos expectantes, aguardando el fatal desenlace. Pero nada pasó. —Muy bien —dije, satisfecho—. Dime dónde está Rika. —Dos habitaciones para allá, al otro lado del pasillo. —¿Estará en su cuarto? —Creo que sí, no he oído su campanilla. —Gracias. —Me iba a ir cuando me paré en seco—. Será mejor que no bajes. —¿Por? —preguntó sorprendida. Me dio la sensación de que me había tomado por un cliente encaprichado que no quería pagar. Volvió a sonar la campanilla de su habitación. —Va a ser peligroso. Puso ojos de susto. —¿Qué vas a hacer? —Será mejor que salgas por donde he entrado. Haz una cuerda con telas fuertes que tengas por aquí y baja hasta la calle. Una vez ahí corre. La chica asintió realmente asustada y se puso a reunir telas. Yo me sorprendí de lo obediente y dócil que se había mostrado, y no supe a qué, de todos los motivos que se me ocurrían, podía Anima Barda - Pulp Magazine 73


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atribuirlo. No le di más vueltas y me quedé satisfecho al ver que empezaba a anudar vestidos para conseguir escapar. Abrí el panel que daba al pasillo y me asomé con precaución. Afuera no había nadie. De abajo llegaban conversaciones sofocadas gemidos. Conté dos habitaciones y me paré frente al cuarto que debía de ser de Rika. Abrí el panel y me asomé al interior con sigilo. Una joven se peinaba de espaldas a la puerta. Entré y cerré haciendo ruido para que supiera que había alguien más. Ella se giró. No era una belleza, pero sí poseía cierto atractivo nada desdeñable en una hija de campesinos. Si eligiera el camino del arte del amor, podría llegar a ser una geisha de la corte. —¿Quién eres? La pregunta me sacó de mis reflexiones sobre el hipotético futuro de la chica. —Vengo a llevarte a casa. Isao te espera a las afueras del pueblo. Los ojos se le iluminaron de alegría y casi rompió a llorar. Dejó el peine en el suelo y sin pensárselo dos veces corrió a abrazarme. —Está bien, está bien, cálmate. Ahora es el momento de salir de aquí, ven conmigo. La cogí del brazo y salimos de nuevo al pasillo. La señalé la habitación por la que había entrado con un dedo y dije en un susurro: —Ve hacia allí. Una de tus compañeras está haciendo una cuerda para huir. Saldremos por la ventana. —¿Tú qué vas a hacer? —Crearé una distracción. Ella me miró dudando y yo la insté a que siguiera. Cuando vi que entraba en la habitación, me volví hacia el otro lado del pasillo, donde estaba la escalera al piso de abajo. Atado a la cintura, llevaba un tarro sellado que contenía aceite de lámpara. Descolgué el farolillo de pasillo y, pertrechado con una cosa en cada mano, grité a pleno pulmón: —¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! Empecé a pegar patadas en las puertas de las habitaciones, rompiendo algún que otro panel. Las chicas salían a toda prisa, algunas medio desnudas, dando gritos de pánico. Abajo se interrumpieron algunos gemidos. Cuando creí que habían salido todas las chicas, estrellé el tarro con todas mis fuerzas en mitad del pasillo, y desde una distancia prudencial arrojé el farolillo. Las llamas crecieron con violencia, lamiendo el techo. El ardor del fuego me resecó la cara, y seguro que tenía un aspecto temible sonriendo en medio del pasillo. Ahora nuestra única salida era la parte de atrás, pero a cambio teníamos la espalda cubierta. Retrocedí hasta la habitación del fondo haciéndome aire con la mano. El fuego me había dejado los ojos un poco secos. Encontré a Rika con el cuerpo fuera y descolgándose con lentitud. —¡Vamos! —la apremié—. Esto está ardiendo. Salí afuera y pasé por encima de ella, usando la fachada para descolgarme. Me asenté por encima del piso de abajo y puse los brazos para que ella se dejara caer. Le costó, pero al final se soltó cuando estaba cerca y yo la sujeté. Hicimos lo mismo para el siguiente tramo hasta quedar en el balcón. Vi que la otra chica ya había bajado a la calle, obediente, y que ahora echaba a 74 Anima Barda - Pulp Magazine


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correr en dirección contraria a donde teníamos que ir nosotros. —¡Eh! ¡Fuego! ¡Hay que salir! Una voz nos llamaba desde el otro lado del largo balcón. Miré hacia allí. Un hombre nos hacía gestos donde el balcón hacía esquina. Iba armado. Al ver que nos quedábamos petrificados, tardó unos segundos en relacionar la cuerda improvisada, mis armas y la actitud de la chica. —¡Alto! ¡Alto! ¡Ayuda! ¡Hay una fuga! —Vamos, corre, tú sola. Empujé con delicadeza a Rika para que siguiera bajando y lo apremiante de la situación le otorgó la osadía que le faltaba un minuto antes. El guardia no esperó a los refuerzos, desenvainó su katana y se lanzó a por mí gritando y con la punta por delante. Yo me quedé como estaba, aguardando su llegada, fingiendo hallarme paralizado. En el último momento, cuando su aguzada punta iba directa a mi corazón en su violenta carga, me hice a un lado y le dejé pasar, empujándole a seguir su trayectoria. El hombre no pudo frenar y el grito de batalla se convirtió en un alarido cuando rompió la barandilla y se precipitó de cabeza al suelo. No esperé a ver si venía alguien más, salté al otro lado y me descolgué veloz como un mono usando la cuerda de telas. Rika ya estaba abajo, mirando hacia arriba con gesto de preocupación. A un metro del suelo, las telas cedieron y caí de golpe. La cuerda se desparramó a mis pies. —¡Ahí! ¡Ahí! ¡Huyen! Me levanté frotándome la espalda y levanté la vista. Un hombre nos señalaba con la espada en la mano. Él había cortado las telas. Otro más se asomo a su lado. En el piso de arriba, una oscura nube de humo empezaba a recortarse en el cielo únicamente iluminado por una tenue luna. Saqué mi cuchillo y se lo tendí a Rika. —Tómalo. Úsalo como creas conveniente si te ves rodeada. —Me miró con comprensión y horror—. Vámonos. Agarré a Rika del brazo y salimos corriendo casi a tientas. Desde atrás nos llegaban las voces de pánico de la gente del burdel mezclada con los gritos de alarma de los matones. Creía que lograría llegar más o menos raudo hasta las afueras, pero los hombres del burdel empezaron a cercarnos, siendo cada vez más y más. —¿De dónde salen tantos? —pregunté al aire después de tener que girar en redondo al encontrarnos con dos de cara. Recorrimos las calles dando requiebros e intentando despistarles, pero su número aumentaba y cada vez había menos posibilidades. Se estaban acercando peligrosamente. —¡Rika! ¡Aquí! —La voz nos llegó desde un pequeño callejón a un lado. Miré sorprendido en esa dirección y vi a Isao sujetando un farolillo—. Rápido, venid por aquí. —¡Isao! —exclamó Rika entre jadeos. No nos lo pensamos dos veces y fuimos con él. —Pasad, rápido, pasad —nos decía, agitando la mano. Llegamos a su altura. Detrás se volvía a oír las voces de los hombres. Anima Barda - Pulp Magazine 75


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—¡Eh! ¡Tú! ¡Detenlos! —le gritaban a Isao. El muchacho se había quedado un poco rezagado, y Rika se detuvo para llamarle angustiada. Isao miraba en dirección a los hombres y no se movió hasta que casi los tuvo encima. Entonces estrelló el farolillo a sus pies y una enorme columna de fuego cortó al instante el callejón, convirtiendo en antorchas a los dos hombres más adelantados, que gritaron y se retorcieron de dolor. Isao corrió como una liebre hasta alcanzarnos y los tres juntos corrimos hacia el bosque. —Ya casi estamos. —Les di los ánimos que a mí me faltaban. El callejón nos obligaba a salir a otra calle un poco más ancha por la que tuvimos que avanzar y volver a girar en el mismo sentido por el que habíamos venido, para volver a dirigirnos hacia el límite del pueblo. Hacia atrás y a la derecha se veía el resplandor de las llamas del burdel, cuyo tercer piso ya estaba ardiendo al completo. La gente salía de sus casas y gritaban alarmados, corriendo algunos con cubos de agua. Si las llamas se extendían, todo el pueblo podía arder. Entre la confusión de carreras y gritos, llegamos a una de las calles principales que nos sacaban del pueblo. —¡Allí está! —gritó Isao—. ¡Vam… Ah! —Su exclamación se convirtió en un grito de pánico. —No tan deprisa, sensei. Toshiki nos cerraba el paso flanqueado por otros dos matones. Iba armado con una espada, igual que los otros dos. —Tú, rata usurera, déjanos ir y te perdonaré la vida —le amenacé. Toshiki se echó a reír con ganas. Su pecho tatuado se convulsionaba con las carcajadas. A la luz de los faroles y el fuego adquiría un matiz extraño, como si él entero estuviera embadurnado de aceite. —Me temo que no estás en condiciones de proferir amenazas, sensei. —El bakuto seguía sin perder la sonrisa—. Mira lo que has hecho a mi burdel. Eso me costará mucho dinero. Pero seré benevolente contigo, sensei. Por el camino que un día recorrimos juntos. No mataré a la chica. —Los hombres de Toshiki desenvainaron sus katanas—. Matad al ronin y al muchacho. Los hombres gritaron y se lanzaron a por nosotros. Estaban muy cerca, así que tuve que actuar deprisa, sin tiempo para ponerme en guardia. Empujé a Rika e Isao a un lado. El primero de los matones llegaba con la espada en alto, lista para segarme la cabeza. Antes de que llegara a descargar el golpe, le sorprendí avanzando como un rayo hacia él y desenvainando mi katana. Pasé pegado a su costado. Su katana cortó el aire donde un instante antes estaba yo, y mi hoja abrió un tajo mortal entre sus costillas. El segundo llegó un momento después y lanzó un golpe vertical con todas sus fuerzas. Siguiendo el movimiento, fluyendo como si se tratara de agua, lo desvié trazando un arco con la katana y desplazándome hacia el exterior de mi rival. Él había quedado desequilibrado al no encontrar freno para su golpe, así que quedó vendido a mi espada, que, después de acompañar a la suya hasta el suelo, ascendió seccionando una arteria de su cuello. Terminé el movimiento encarando a Toshiki, en la misma postura expuesta y desafiante con la que me enfrenté a los matones en el bosque: las piernas firmes, a la misma altura, de frente a 76 Anima Barda - Pulp Magazine


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mi adversario y la espada sujeta con una mano y a un lateral. A mi espalda, los dos matones se derrumbaron en sendos charcos de sangre. —Entones ahora lucharemos tú y yo, sensei —dijo Toshiki. No lo vi venir. En su mano izquierda apareció un pequeño arcabuz Tanegashima. No tuve tiempo de apartarme. Con un estallido, el arma disparó y yo sentí un fuerte golpe indoloro en el muslo derecho, que hizo que la pierna se me doblara involuntariamente. Toshiki soltó una risita irritante, tiró el arcabuz descargado al suelo y desenvainó su katana. Se dirigía hacia mí con paso tranquilo cuando conseguí volverme a poner en pie. Aquello le sorprendió tanto que perdió la sonrisa. Por lo visto, él creía que el disparo había sido fatal. Lleno de rabia, cargó contra mí lanzando un grito. Descargó su espada tres veces, y otras tantas pude detenerlo a duras penas. La herida de la pierna me hacía perder estabilidad y trastabillar en los momentos más inoportunos. Su rival estaba tocado y Toshiki lo sabía. Vi el mismo brillo en los ojos que cuando jugábamos a las cartas y él veía una ganancia fácil. Sonreía como un maníaco y descargaba golpe tras golpe con la certera habilidad de quien ha manejado la espada durante muchos años. Toshiki no era un bakuto cualquiera. La gente seguía corriendo a nuestro alrededor, en dirección al incendio, que cada vez alumbraba más la noche y rugía con más fuerza. Algunos se detenían a mirar qué estaba ocurriendo, y en cuanto veían los cadáveres, las espadas y el cuerpo tatuado de Toshiki, retomaban su carrera con la vista bien gacha. A un lado, Rika e Isao nos observaban aterrorizados. Toshiki no perdía ímpetu, cada vez golpeaba con más salvajismo y a mí me costaba más parar su envite. Hasta que consiguió pillarme con la guardia baja y tumbarme con una patada en la pierna izquierda. El suelo me golpeó con fuerza la espalda, bloqueándome el plexo solar y dejándome sin aire. Toshiki volvió a reír arrogancia. Yo me esforzaba por respirar, boqueando como un pez y mirándole con todo el odio del que era capaz, tratando al mismo tiempo de revolverme y ponerme en pie. Toshiki no me lo permitió y pisó mi brazo de la katana con fuerza, mientras llevaba la punta de su arma hacia mi tripa. Llevé la mano izquierda disimuladamente hacia la espada corta que permanecía junto a la funda vacía de mi katana. —Lo mejor será que no te lo pienses, sensei. Olvida tu espada y muere con honor. —Sentí la punta acerada clavarse un poco más en mi vientre—. Te dije que tenías mala mano. Debías haberte ido por donde vinimos. Y, sin añadir nada más, levantó la katana y la bajó con fuerza. Una sombra pasó por encima. La hoja se clavó con un silbido junto a mi oreja. Toshiki cayó al suelo con un bufido, dejando la katana clavada en el suelo, bamboleándose de un lado para otro y reflejando los destellos del incendio. El bakuto gritó una vez, y otra, los pies pataleando el suelo cerca de mi cabeza. Algo hacía ruido de succión una y otra vez. Entonces las piernas se detuvieron y Toshiki dejó de gritar. Anima Barda - Pulp Magazine 77


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Rodé en el suelo a duras penas y conseguí enderezarme apoyándome con las manos. Toshiki yacía a medio metro de mí, completamente inerte. Rika estaba sobre él, con sus ropas de burdel y el rostro blanco salpicados de sangre. En la mano sostenía mi cuchillo, goteante. De la garganta del bakuto salían tres cascadas de líquido rojo y espeso. —¡Rika! ¡Rika! ¡¿Estás bien?! —Isao llegó junto a ella. La agitó por los hombros—. ¿Te ha hecho daño? ¿Estás herida? La joven negó con la cabeza, sin emitir un solo sonido. Tenía el rostro paralizado por el horror. Me puse en pie apoyándome en la espada de Toshiki. Recogí la mía y ayudé a Isao a levantar a Rika. El muchacho desclavó la katana del bakuto y se la quedó. —Vamos antes de que llegue alguien más. Recorrimos la calle hasta el linde del bosque. Los tres parecíamos fantasmas salidos del infierno, congestionados por dolor, manchados de sangre y hollín, tres siluetas terribles recortadas contra el fuego que se extendía de edificio en edificio. El bosque nos dio la bienvenida con el olor fresco que desprenden los árboles por la noche. Allí, entre unos arbustos, Isao había dejado un pequeño hatillo con lo que podían necesitar para regresar a casa. Lo recogió. —Debemos irnos ya —dijo el muchacho, visiblemente nervioso. —Ellos no nos dejarán ir muy lejos. —Rika señaló al pueblo. Entre el gentío de pueblerinos asustados destacaban las figuras de los hombres armados de Toshiki. —Ahora que hemos matado a su jefe, tratarán de vengarla haciendo todo lo posible por buscarnos —les expliqué. Era lo que solía pasar—. Si en unas horas os pierden de vista, les podrá la pereza, buscarán a un nuevo señor y os olvidarán. —Si nos internamos en el bosque no nos encontrarán —dijo Isao con énfasis. Él quería salir de allí cuanto antes. —Son muchos y llevamos toda la noche corriendo. Conseguirán encontrarnos, seguirán el rastro —añadió la muchacha demostrando una gran capacidad de análisis. —Hay que distraerles. Los dos me miraron, comprendiendo al instante. Asentí sin mirarles y empecé a contar cuántos eran. —Vosotros corred, seguid el camino del bosque hasta que no podáis más. Entonces apartaros de la ruta que hayáis llevado y esconderos bien entre la maleza. —¡Pero hay bandidos! —exclamó Isao. —Con todo este follón y un montón de hombres armados persiguiéndoos no se atreverán a salir. Preferirán quedarse donde estén. —¿Y tú? ¿Qué haras? —preguntó tímidamente Rika. —Yo os alcanzaré cuando pueda. —Los tres sabíamos que probablemente eso no ocurriría—. Llegad a casa y esconderos durante un tiempo. Con mi cuchillo y la katana de Toshiki tendréis suficiente si os alcanzan. —Los matones empezaban a organizarse y venían en nuestra dirección, mirando por todos los callejones—. Vamos, no hay tiempo. 78 Anima Barda - Pulp Magazine


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—Por favor, ven —suplicó Rika. —¡No! ¡Vamos! Sin darles tiempo a decir nada más, salí de la maleza, recorrí renqueante el poco bosque en el que nos habíamos adentrado y aparecí en mitad de la calle del pueblo. Los hombres se detuvieron asustados al verme y luego recuperaron lentamente la actividad. Todos desenvainaron sus katanas y avanzaron despacio, cercándome. Saqué mi espada corta. La sujeté con la mano izquierda. En la derecha llevaba la katana. Me puse en guardia, una apuntando al aire, enfrente de mí, y la otra alzada por encima de mi cabeza. La herida de la pierna protestó. Los hombres se arracimaban entorno a mí, los rostros deformados por la ira, el miedo y la promesa de violencia. Agarraban sus katanas con las dos manos, los nudillos blancos, las posturas tensas. —Venid a morir —dije. Y, con un gritó, se lanzaron a por mí.

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ANA NIETO

Desde las alturas D

por Ana Nieto

esde las alturas, todo lo que parecía tener sentido a ras de suelo, carecía de él. En mi escondite, un árbol milenario de raíces profundas y hojas rugosas, el mundo se presentaba ante mí como un cuento macabro. O quizá podía tratarse de un cuadro tenebrista. En el centro de la escena un sinuoso camino atravesaba el desangelado bosque de las afueras del pueblo. A lo lejos se alzaban las montañas, amenazadoras y al mismo tiempo grandiosas. Desde niño soñaba con alcanzar alguna de aquellas cimas, donde poco o nada se sabía del hombre y sus prodigios de muerte y metal. A los pies de aquellos pétreos gigantes se hallaba la pequeña población, a la cual solo podía accederse mediante el camino anteriormente mencionado. De allí provenía ella. Avanzaba con deliberada lentitud y se ayudaba de un cayado de madera, que, probablemente y dado su estado actual, expiraría antes de que la anciana caminante alcanzase su destino. Sin embargo aquello no parecía importarle lo más mínimo, como si aquel bastón no fuera más que una concesión amistosa a su propia vejez. Tenía valor, de eso no cabía duda, pues ninguna persona cuerda abandonaría el refugio de su hogar a semejantes horas. Por aquellos parajes no había ni un alma, y la villa quedaba ya varios kilómetros atrás. Con tal predisposición cabía esperar todo tipo de horribles y terroríficos acontecimientos por mi parte. En cambio, aquella mujer no sentía miedo alguno y, para saberlo, bastaba con observar su rostro, sereno y lleno de la seguridad del que se sabe un virtuoso en los inciertos caminos del misterio. Llevaba una bolsa de cuero colgada del hombro, tardé en verla porque la ocultaba con celo tras su chaqueta. Probé varias veces a imaginarme su contenido, pero desistí enseguida. Pues aquel dispar personaje no encajaba en ninguno de los arquetipos que mi mente infantil había establecido. 80 Anima Barda - Pulp Magazine


DESDE LAS ALTURAS

Sin previo aviso abandonó el ficticio amparo del camino y se internó en el bosque, a poca distancia de donde yo me encontraba. Miró a ambos lados para comprobar que nadie hubiera seguido sus pasos, y una vez estuvo segura se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol cercano. Fue entonces cuando la reconocí, se trataba de la vieja Úrsula. Tan solo la había visto una vez, por entonces tenía ocho años. Cuando le pregunté a mi madre por aquella insólita mujer, me dijo que en el pueblo corrían rumores sobre su familia y el mal que les asolaba desde hacía varias generaciones. Nunca me explicó de qué se trataba. Úrsula se colocó el equipaje entre las piernas, y comenzó a sacar unos bultos tan negros como la oscuridad que amenazaba con succionarlo todo. Con sumo cuidado descendí hasta una de las ramas más cercanas al suelo. Desde aquella distancia pude verlo con claridad: siete cuervos negros. Contuve una arcada al percatarme de la ausencia de vida en aquellos cuerpos. La anciana los colocó en un montón y después se llevó los dedos a la boca. Profirió un silbido tan agudo que estuve a punto de caerme debido al sobresalto. Maldije en silencio a aquella vieja lunática al ver como una sombra avanzaba hacia nosotros. Provenía de las profundidades, donde ni siquiera la luz de la luna se atrevía penetrar. Todo cuento que se precie necesita de una criatura asombrosa que le dé sentido a la trama, y aquel ser se encontraba ahora devorando las aves muertas. Tenía el cuerpo de una niña de unos doce años, era bastante delgada y el cabello negro y enmarañado le llegaba hasta la cintura. De

no ser por la garra peluda con la que aferraba su alimento, habría jurado que era una muchacha como las demás. Su apetito voraz no hacía distinciones entre plumas, carne o huesos, todo acababa en su interior. No pude evitar gemir angustiado cuando sus dientes ensangrentados brillaron bajo los destellos lunares. Olfateó el aire y alzó la cabeza, clavando sus ojos azules en los míos. Me había visto. La anciana siguió la mirada del engendro, percatándose al fin de mi presencia. Comenzó a hacer aspavientos y a gritar improperios, pero tan asustado

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ANA NIETO

como estaba, fui incapaz de entender una sola palabra. Entonces, la criatura subió de un salto. Por suerte la rama en la que yo me encontraba se partió en el momento preciso. De no haber sido así todo hubiese terminado demasiado pronto para mí. Me las arreglé para llegar al suelo ileso y eché a correr sin mirar atrás, pues de hacerlo sabía que no lo conseguiría. Segundos después escuché a mi espalda los gruñidos de la bestia, furiosa. Y supe que no me dejaría salir de aquel bosque con vida. A día de hoy ignoro cuánto tiempo duró aquella pesadilla, pero lo cierto es que corrí hasta el agotamiento. Estaba convencido de que iba a morir pero, por lo visto, mi hora todavía no estaba próxima, y cuando vi a lo lejos el río supe que, de algún modo, en él se encontraba mi salvación. Gracias a esa pequeña esperanza fui capaz de recorrer los últimos metros, sintiendo constantemente en la nuca el aliento de la muerte. Salté y dejé que las frías aguas engullesen mi cuerpo, preservándolo de aquel espectro. Al asomar la cabeza vi que ella seguía allí, pero sin acercarse. Por lo visto algún tipo de fuerza ancestral le impedía el paso. Sus ojos celestes me miraron con rabia y en ellos leí la promesa de que no habría una segunda oportunidad para mí. Si osaba adentrarme de nuevo en su territorio, sufriría el mismo destino que tantos otros incautos antes. Finalmente el ente desapareció, pero hasta que no amaneció no me atreví a salir del agua. El camino de regreso a casa se me hizo más largo de lo que esperaba, pues tenía las piernas agarrotadas y doloridas debido a la brutalidad de la persecución a la que me habían sometido. 82 Anima Barda - Pulp Magazine

Cuando me hallé por fin entre la protección de los míos, me introduje en la cama sin hacer el menor ruido. Todavía faltaban un par de horas para que el pueblo despertara. Fui incapaz de dormir, pues cada vez que cerraba los ojos mis sueños se llenaban de horrores inimaginables, donde aquella muchacha bestial me atrapaba una y otra vez. Fueron muchos años después cuando descubrí el sentido de aquella terrible aparición. Corría el año 1998, por aquel entonces yo acababa de cumplir los diecinueve y estaba inspeccionando los documentos de la antigua abadía. Allí encontré lo que buscaba, se trataba de un manuscrito bastante deteriorado que databa del siglo XVII. En él, un erudito hablaba sobre una abominable criatura, cuya existencia era anterior a la llegada de los actuales habitantes de estas tierras. También narraba cómo muchos valientes guerreros intentaron acabar con aquel ser, pero solo una anciana hechicera consiguió derrotarlo, con tan mala suerte que la agonizante criatura la maldijo. Pues desde ese momento ella habría de proteger a toda su abominable progenie para siempre. Se me heló la sangre al recordar cómo aquella mujer la estaba alimentando. A ella no había intentado atacarla, de hecho en su presencia se había mostrado bastante dócil. Las cosas se habían torcido cuando me había visto a mí, un extraño. Entonces comprendí el papel de Úrsula en aquella locura. Era su guardiana, su protectora.



CRIS MIGUEL

quimera por Cris Miguel

ajo las escaleras tan rápido como puedo. Detrás de Gunilla, una diosa rubia de piel blanca que corre delante de mí. Luhmid, el satélite más grande que reina estos cielos, está naranja, está llegando la noche. El corazón se me va a salir por la boca, sólo quedan diez pisos. No sé que nos hace pensar que en el suelo y fuera estaremos a salvo. Pero no seré yo quien niegue la eficacia de correr hacia delante. La única cuestión es ser rápido. Mikael empuja la gruesa puerta de metal con la mente y nos precipitamos todos al exterior. Ketu se apoya bien el arco en el hombro y, antes de salir detrás de nosotros, mira por el hueco de la escalera. —No nos ha visto. —Su voz suena grave, como siempre. Y se sujeta con una goma el enmarañado pelo negro en una coleta, que más bien parece un moño. —¿Detectas algo, Clively? —me pregunta Mikael. Niego con la cabeza. Estoy más ocupada en llenar de oxígeno mis pulmones. Miro a mi alrededor aún apoyada en mis rodillas. La calle está desierta. El toque de queda está a punto de sonar. Cualquier civil que salga después será bajo su responsabilidad, y los de seguridad estarán obligados a llevárselo y encerrarle. Medida más que necesaria desde que se abrió la brecha, desde que Él la abrió hace casi un año. Desde entonces le seguimos la pista, pista que va un paso por detrás. Da igual los mundos o lo rápidas que sean nuestras naves, Él siempre es más rápido. —Si su criatura está ahí, tendrá que volver. No la va a dejar en este mohoso edificio —dice Mikael. —¿Esperamos? —pregunta Ketu. La piel oscura se le contrae en los pectorales como un espasmo gracioso. —Voy a hablar con el Capitán a ver cuáles son las prioridades. Esa bestia parece capaz de destruir esta ciudad en dos minutos. Puede que quiera que nos deshagamos de ella. Antes de abrir el transmisor me acaricia la mejilla. Yo asiento mirándole a sus claros ojos, afirmando que estoy bien, que haga lo que tiene que hacer.

b

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QUIMERA

Mikael es el jefe de nuestra misión, su porte rígido y esas arrugas en la comisura de la boca, que cuando le conocí no estaban ahí, forman el marco y el precinto del hombre más valiente que conozco, además de un poderoso telequinético. Noto que Gunilla lo sigue con la mirada y los celos recorren mis entrañas. Intento no leerla pero, en su interior, sus hormonas están alborotadas, reaccionando a mi pareja, ansiándole. Ahora mismo me gustaría embotarle la cabeza, que sus células se colapsaran por una fracción de segundo para que apartara su mirada azul y felina de Mikael. Pero se lo he prometido. Además de no tener suficiente control sobre mi poder, podría matarla. —¿Por qué sonríes? —me pregunta Mitrajit el quinto que completa nuestro raro grupo. —Oh, por nada. —No me doy cuenta de que estoy sonriendo. Idiota. Mitrajit nos había sacado varios minutos, él ya estaba esperándonos en la calle cuando salimos atropelladamente del edificio. Tiene un extraño don, una velocidad innata complementada con su agilidad, contorsionismo y una corpulencia hindú. Repaso también a Ketu con la mirada, apenas he intercambiado dos palabras con él, es serio y me saca casi dos cabezas de altura. Es una enorme mole color chocolate y tan certero como letal con el arco, un instrumento mejorado con flechas de todos los tipos. Sigo viendo fallos en nuestro grupo. Nos falta alguien fuerte, hay una bestia de casi tres metros ahí arriba… —He hablado con el Capitán. Me ha dicho que la criatura es demasiado peligrosa como para arriesgarnos a que lleve a cabo el plan, sea cual sea, de Él. Así que vamos a destruirlo. Las luces de la calle verdosas se enciende como queriendo formar parte de la conversación

dando ambiente, con esa extraña tonalidad. Mikael me coge por los hombros y me lleva a parte. Le miro muy seria y me sujeta la cara entre sus manos. —Quiero que te quedes aquí. —¡No! —Veo que el resto del grupo nos mira, pero me da igual. —Clively… Eres la más vulnerable. No quiero que te pase nada. —Niego con la cabeza, mientras sigue con sus justificaciones—. Es enorme, pero podré controlarlo. Confía en mí. —Confío en ti, pero sé luchar, puedo ser útil… Si te pega, o te quedas inconsciente, tu poder no sirve para nada, ¿entonces qué? — Me besa para callarme y respondo vencida, agarrándome a su cuello. —Me comunicaré contigo, si no te digo nada cada cinco minutos ve a buscar a Cheuk-Yan, es el que está más cerca, a sólo dos manzanas. Pero no subas sola, ¿me oyes? —¡Vamos a patear ese culo metálico! —dice motivada Gunilla. La muy puta… Les veo cruzar la calle muy juntos. No tengo motivos para estar celosa. Me quiere. Gunilla es una pantera, no literalmente, pero casi. Es implacable con los cuchillos y se mueve igual de ágil y cautivadora que un felino. A su lado me siento torpe, aunque casi soy más alta que ella. No sé muy bien qué van a hacer sus cuchillos contra el gigante de acero de ahí arriba. Estaba hecho completamente de armadura y llevaba una espada de dos metros de largo con un resplandor rojo, como sus ojos. Y eso que sólo lo vi una fracción de segundo, antes de que saliéramos corriendo temerosos de haberlo despertado. Yo los había metido ahí. Soy capaz de detectar a las personas, sus células, su ADN, en lugar de reconocerlos por sus caras los reconozco por Anima Barda - Pulp Magazine 85


CRIS MIGUEL

sus códigos genéticos. Tengan poderes o sean los más comunes de los civiles. Sean humanos o cualquier tipo de criatura interestelar. Pasa por delante un Wuitburg, los habitantes de este planeta. Son peludos, redondeados y con una cola llena de pinchos, pero saben comunicarse y tienen una inteligencia superior a la media. Ironías de la naturaleza. Salvo ese transeúnte no hay nadie más. Estoy sola apoyada en la pared comprobando una y otra vez el transmisor que identifica la voz de Mikael y me llega en un escueto mensaje. Odio la incertidumbre y sentirme tan inútil. Intento relajarme mirando al cielo. Un cielo que está ya completamente oscuro, alumbrado por sus tres lunas de distintos tamaños y diferente resplandor. Llegaría a ser hermoso si esta ciudad, si este planeta, no estuviera en peligro. Si Él no hubiera decidido convertirla en su fábrica de monstruitos. El aire trae arena a su paso. Las dunas están lejos, pero al parecer no lo suficiente para que la fina arena no llegue a las calles ensuciándolo todo con el polvo casi imperceptible que se cuela a su antojo por cualquier recoveco. Nada desde hace siete minutos. Camino de un lado para otro, intento concentrarme, percibir algo. Estar alerta por si Él decidiera aparecer. Nada. Todo está en silencio, hasta el transmisor. Decido mentalmente que si llega a diez sin noticias iré a buscar a Cheuk-Yan. Y me inquieto aún más. Los barrios orientales son poco seguros, las familias son sobreprotectoras y muy cerradas. Miran mal a los forasteros. Y más si el forastero en cuestión viene de Olinktal, la capital del universo por este tiempo, donde está la sede del consejo intergaláctico y donde nacen los más… poderosos. Yo soy inconfundible, 86 Anima Barda - Pulp Magazine

si algo nos caracteriza a los ciudadanos de Olinktal es nuestro pelo rojo. Casi extinto en el resto de confederaciones. Cuando voy con Mikael, la gente se aparta a nuestro paso, dando por supuesto que somos importantes, que ocupamos algún cargo relevante en el consejo… chorradas. No hay tantos puestos importantes para albergar a todos los pelirrojos de Olinktal. Es solo una muestra más de las diferencias culturales, de desinformación, de un mal sistema educativo que potencia la existencia de clases. El barrio chino de Witburgtyn es como todos los demás, quizás más decadente. Me tapo la cabeza con una capucha. Tras el toque de queda solo se arriesga a salir la peor estirpe de maleantes. Voy confiada, puedo reconocer la ira o el miedo por los cambios hormonales de cualquier ser vivo, lo que me da tiempo a ponerme alerta o reaccionar frente a un ataque. Aunque que pueda hacerlo no significa que busque problemas, por lo que me centro en mi tarea intentando no llamar la atención. Afortunadamente casi no me cruzo con nadie y llego sin problemas y con los nervios de punta a la dirección donde debería responder CheukYan. Llamo a la puerta que se abre inmediatamente. En el umbral aparece un joven con los ojos rasgados y sin camiseta. Además de su delgadez, su constitución demuestra que hace algún tipo de arte marcial. Puesto en tópicos. —¿Cheuk-Yan? Soy… —Ya sé quién eres —me interrumpe. Y me agarra fuerte del brazo para hacerme pasar dentro. Cierra la puerta corredera en cuanto estamos los dos en el interior. Está nervioso y no hace falta que me concentre para verlo. Con gestos


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me dirige a una especie de cuarto, con colchones en el suelo por camas. —He oído… Dice alguien desde el marco de la puerta. No me da tiempo a verle la cara. Aunque sé que es un civil corriente. Cheuk-Yan se abalanza sobre él y lo saca de la habitación. Veo sus feromonas actuar. Miedo. Y no entiendo nada. Si él tiene miedo, a mí me corroe la impaciencia. Mikael no se ha comunicado y podría estar malherido en ese apartamento con un golpe en la cabeza. Aprovecho la coyuntura para volver a la entrada y salir de allí, pero Cheuk-Yan me alcanza. —Pero, ¿dónde vas? —Mikael quería que te encontrara, ya lo he hecho. Ahora voy a buscarle. —¿Eres idiota o qué? ¿Por qué crees que te pidió que me buscaras? No podemos ir allí con las manos limpias. Tardo dos segundos, voy a coger mis cosas. Respiro exasperada. Mikael no me ha dicho quién es este chico ni porque le sería de utilidad, si ni siquiera pertenece al equipo. Miro de nuevo el transmisor. Joder, nada. Cheuk-Yan aparece con un palo y nada más. —No me subestimes —responde a mi cara de incredulidad. No nos cruzamos con nadie. Las farolas dan una atmósfera extraña con ese resplandor verde al que no me acostumbraría nunca. Guardamos un sepulcral silencio. No suelo ser muy dada a la conversación y Cheuk-Yan parece contenerse. Veo bullir sus hormonas, cómo crece la adrenalina. Y me cuestiono si eso será normal en un practicante de Kung Fu que domina su mente y su cuerpo, y canaliza la energía. Demasiado nervioso. Subimos las escaleras que tan precipitadamente he bajado antes con mis compañeros.

El corazón bombea sangre con rapidez, por el esfuerzo físico, por el miedo… Cuando llegamos al piso la imagen de devastación nos responde por sí sola. La estancia es diáfana, una superficie lisa con pared, techo y suelo que la enmarcan. Sin muebles, sin nada más que el vacío y ahora los restos de lucha. Corro hacia el cuerpo de Mitrajit. Todo está a oscuras y el fulgor de las farolas no llega hasta aquí arriba. Para mí no es un problema, sigo el resto de vida de su cuerpo. —Mit, ¿qué ha pasado? —Sé que ya es tarde. Tiene una herida demasiado abierta en el estómago. Me aprieta fuerte la mano y su esencia se desvanece. Cheuk-Yan sujeta una potente luz en su mano izquierda, lo que nos permite ver nítidamente los restos de sangre y el suelo levantado por lo que ha sido una cruenta pelea. Mis sentidos están alerta. Intento distinguir la sangre de Mikael pero no hay nada, ni rastro. Pegado a la ventana de la fachada principal está el cuerpo sin vida de Ketu. Tengo ganas de aporrear algo y una rata que estaba escondida en un rincón chilla sobresaltándonos para caer muerta. Cheuk-Yan me mira asustado. Sabe que he sido yo. ¿Cuánto le habrá dicho Mikael sobre mí? No lo siento por la rata. Más bien agradezco controlar casi por completo mi ira y no resultar una amenaza para los humanos o el resto de especies más grandes. —¿Dónde están? ¿Y dónde está el monstruo? —pregunto a nadie en particular. Tampoco me pasa desapercibido que el cadáver de Gullina tampoco está. Una serie de imágenes se suceden por mi cabeza y sin que le dé tiempo a evitarlo, acorralo a CheukYan contra la pared, sujetándole con mi brazo izquierdo el cuello y enseñándole mi cuchillo Anima Barda - Pulp Magazine 87


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arrojadizo. —¡Habla! ¿Quién eres? ¿De qué conoces a Mikael? —¡Joder! Estás loca… Yo no conozco a ningún Mikael. Veo miedo en sus ojos, pero también determinación. Está intentando canalizar su energía contra mí. En los momentos de tensión no dudo, así que me concentro y hago que su cerebro deje de recibir oxígeno un segundo para luego reactivarlo como un electroshock. Las feromonas llenan su cuerpo de miedo. —Me aviso una mujer.Rubia —tartamudea—. Me dijo que vendrías a buscarme y que sólo tendría que acompañarte. Le aprieto más el cuello contra la pared. —¿Con qué propósito? —¡No lo sé! Me dio un puñado de billetes, Olinktos, los que sirven en cualquier parte. Y no pregunté más. De algún modo sé que dice la verdad. Así que le suelto con un montón de interrogantes agolpados en mi cabeza. El pensamiento que sobresalía por encima de los demás es que me han traicionado. En el que quiero pensar es que Gunilla es la mala de la película y ha tomado como rehén a Mikael. Aunque esto me parece del todo improbable. Estoy tan obcecada que no percibo los movimientos de Cheuk-Yan y acabo estampada contra la pared. Me levanto de un salto. Y veo que está preparando otra bola de energía, pero no le doy tiempo. Corro hacia él y le lanzó una patada a la cabeza. Lo suficiente para que tenga que esquivarla. Contraatacando, me agacho para que ni siquiera me roce y le asesto un puñetazo al levantarme. Se separa y nos miramos, en guardia. —Estate quieto. No tengo nada en contra de ti. Sólo eres un mandado. 88 Anima Barda - Pulp Magazine

—Me llevarás a la Orden. —Aprovecho que lo ha mencionado para pulsar el interruptor de mi cinturón con mi posición y la alarma. Tardarán segundos, sólo tengo que distraerle. —¿Qué le iba a importar a la Orden un especial que vive en este planeta dejado de la mano de Dios? No eres nadie, ¿no? Duda si atacarme o contestar. Esos segundos los aprovecho para contraerle las células, pero debo pasarme, porque cae desplomado. Por una fracción de segundo me asusto. Sin embargo, en seguida noto que su corazón late y que todo funciona, sólo duerme. Perfecto. Así te despertarás en la Orden. Sobrevolamos Witburgtyn. A Cheuk-Yan le están interrogando pero sé que no vamos a obtener las respuestas que necesitamos. Le he contado al Comandante mis más oscuras suposiciones, me ha escuchado y se ha limitado a asentir. Ahora tenemos dos fugitivos Él y Mikael. Pensar en su nombre, en su sonrisa... hace más hondo el agujero de traición que tengo en el pecho. Me siento culpable porque ha logrado engañarme de dos formas: diciéndome que me quería y ocultándome sus verdaderos planes. En mi compartimiento miro al techo tumbada en la cama. Todo ha sido una trampa, pero ¿por qué? No me cuadra nada. Respondiendo a mis interrogantes suena mi transmisor. El identificador muestra una hilera de número inconexos, contesto. —Clively. —Se me hiela la sangre. —Sabía que estabas vivo —digo sin inmutarme. —Volveré a por ti, con ellos eres vulnerable. —Y contigo débil —le espeto. —No digas tonterías. Sé que ahora no confías


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en mí, pero nunca te he mentido. Esta era la única forma de hacerlo. De salir de su red… La Orden no es lo que nos pintan. Él no es el enemigo… —Así que te ha reclutado, sólo quiere disponer del espacio a su antojo, ¿es que no lo ves? —¡Como ellos! —Su voz es apasionada. —¿Qué dices? La Orden lo regula, lo regulamos, mantenemos el orden. —Pero no la igualdad… Hay planetas que… ¡joder! Witburgtyn, mismamente. Son pobres. —¿Mikael, a qué viene este discurso moralista? —Estoy perdiendo la paciencia—. Ha matado a nuestros compañeros, me has engañado y te has llevado al monstruo. Eres un terrorista. —¡No! Eres temperamental, por eso no te he dicho nada, pero sé que en el fondo piensas como yo. —Creo que estás tremendamente confundido… —Clively —me interrumpe—. Te quiero. Era la única forma de hacerlo. Estaban lejos, sino no hubiese salido, y así tengo un billete dorado que me da tiempo. Cariño… Iré a por ti. —Ven a por mí y te mataré. —No hablas en serio… —Mikael tus motivos me dan igual, no puedo perdonarte lo que me has hecho, lo que has hecho a la Orden. Voy a matarte.

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RESEÑA: BATTLE ROYALE

Battle Royale L

por CRIS MIGUEL

o sospechaba. Pero, no voy a negar que Por esto precisamente, el libro se hace larme esperaba más. Me esperaba que go. Y era algo muy fácil de solucionar, oh, clano tuviese esa patina moral de Los Juegos del ro visto desde aquí y con perspectiva, pero se Hambre. Y no lo tiene. Aunque se apoya en hubiera facilitado simplemente poniéndonos una trama argumental tan débil que se queen la piel del que asesina no del asesinado. da vacía, y es un devenir de personajes donPorque el que prevalece es el asesino, así lo de sólo te preguntas “a ver cómo va a morir humaniza, o no. Hubiese sido más divertido. este”. Te dan igual. Cero implicación. Los personajes son demasiado esEstá lleno de buenas ideas. tereotipados. Hasta para nuesQue se quedan en eso, en tra limitada visión occidenbuenas ideas. Entientalizada de Japón y sus do que Suzane Collhabitantes. Mitsuko, ins haya cogido esta por ejemplo, es la tíobra y la haya “mepica niña japonesa jorado” para mudiabólica porque chos, y convertila han tratado do en leíble para mal desde su más todos, en un protierna infancia. O ducto consumiHiroki, un perble, vamos. Porsonaje que daba que Battle Royale para mucho más, no lo es. experto en artes Lo que más me ha marciales, tímido, fastidiado del asunto pero amable… Los Battle Royale es el esquema estático Koushun Takami despropósitos se acumuBooket que mantiene en sus, excelan. 688 páginas. 12,95 €. sivas, setecientas páginas. EsSin embargo, el trío protacrito en tercera persona, sabemos que gonista… ¿Por qué Shogo les ayuda? el protagonista es Shuya. Y según avanzamos Podía haber elegido a otros para ayudarles, también sabemos que si un capítulo empiees demasiado azaroso. La chica, Noriko, es za con otro personaje, uno que no conoceinsufrible, además está herida y es una carga mos, nos cuenta su historia y cómo se las ha desde el principio del libro. Y Shuya, el héroe, arreglado en lo que lleva de Juego, es SÓLO el protagonista, no deja de ser una suerte de PARA MATARLO AL FINAL DEL CAHarry Potter. A veces no titubea, otras sí, es PÍTULO. Una y otra vez. Y son 40 alumnos. demasiado bueno porque es el bueno… Lo Pero recurrentes son 8. El baremo, claramensiento, Katniss tiene más desarrollo y matices te, está muy desequilibrado. en el primer libro de Los Juegos del hambre, 90 Anima Barda - Pulp Magazine


RESEÑA: BATTLE ROYALE

Amagasaki, 1969. Koushun Takami se graduó en la Universidad de Osaka en Literatura, trabajó en el periódico de la prefectura Shikoku Shimbun, ejerciendo en distintas secciones, incluidas las de política, noticias policiales y economía. También realizó un curso a

distancia de artes liberales de la Universidad de Nihon, y consiguió el certificado de profesor de inglés para institutos. Battle Royale, terminada después de que Takami abandonara el periódico, fue su obra debut y la única novela que ha publicado hasta el momento.

en la mitad de páginas que este. Otro personaje que me chirrió fue Sho. Un chico gay, sacado de manual. Todo le parece vulgar… es casi paródico. He mencionado a Hiroki. Bien, en la segunda parte del libro se dedica a buscar a otra compañera. Kayoko, o como si digo Pepa la del quinto. Porque este personaje no lo introducen, no sabemos nada de ella. Y diréis para darle misterio, ¡un pepino, misterio! El misterio es de trama romántica adolescente. Joder, ya que un personaje guay va a buscarla, introdúcenosla antes, aunque no nos expliques la relación entre ellos. Por lo menos, para que sepamos que existe. Da igual, muere. La estructura argumental es básica, y para tratarse de un libro de estas características, la intriga, el suspense y sobre todo la tensión brillan por su ausencia. Lo que sí que hay es grafismo. Nos tiene que contar como saca Shuya el hacha de la cabeza semidestruida y con los sesos colgando de su compañero… No es que me moleste, no me molestaría si tuviera más ingredientes, como que los personajes me

Koushun Takami

importaran. Se convierte, así, en un desfile gore de muertes y asesinatos en una isla de chavales vestidos de uniforme escolar. Todo muy japo, ya sabéis. No os voy a engañar, el final me ha sorprendido, y las últimas doscientas páginas me las he leído de un tirón. Con una mezcla de acabarlo de una vez y otra de… ¡joder qué más va a pasar! El final de Shogo creo que no está a la altura, y no es un spoiler, porque esto es un Juego y sólo puede quedar uno. Lo dicho, el final de Shogo… Lo lógico hubiera sido un reconocimiento médico antes de llevarle a una habitación, pero si hablamos de lógica no hablamos de Battle Royale. No lo recomiendo. Ni para criticar el plagio de Los Juegos del hambre. Y digo plagio porque utilizar el reclamo del pájaro, en el de Suzanne el silbido, aunque sea más simbólico, es plagio igual. En serio, ni para criticar Los Juegos del Hambre. Se demuestra una vez más que no basta sólo con una buena idea. Que lo que Koushun ha sembrado, Suzanne Collins lo ha mejorado sin duda.

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BRIEF NEWS

BRIEF NEWS

1

Ellen Page page será Tara Chace en la adaptación a la gran pantalla del cómic Queen & Country de Greg Rucka. La protagonista será una agente del servicio secreto de inteligencia a las órdenes de la corona británica. Espías noir.

2

Ben Wheatley (Turistas) dirigirá la adaptación de Rascacielos, libro de J. G. Ballard publicado en 1975 y reeditado por Minotauro en el 2003. Cuenta la historia de los vecinos de un edificio ultramoderno de Londres, porque sigue siendo ciencia ficción, y cómo pasan de hacer fiestas a verdaderas batallas campales. Con la visión crítica de este autor, claro.

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BRIEF NEWS

3

Apocalipsis, para algunos el mejor libro de Stephen King, será dirigida y reescrita por Scott Cooper (Corazón Rebelde) en lugar de Ben Affleck, debido al compromiso que le supone interpretar al nuevo Batman.

4

Daniel Radcliffe ya se ha puesto los cuernos. La adaptación de Cuernos, de Joe Hill (El traje del muerto), ya está en marcha. Daniel Radcliffe encarna al perturbado protagonista Ig Perrish, un hombre traumatizado por el asesinato de su novia, que una mañana se despierta con unos extraños cuernos. El hijo de Stephen King, Joe Hill, sigue los pasos de su padre. La película está dirigida por Alexandre Aja (Las colinas tienen ojos), y de momento se desconoce la fecha de estreno. Anima Barda - Pulp Magazine 93


BRIEF NEWS

5

Disney adaptará la saga literaria Artemis Fowl. Michael Goldenberg (Harry Potter y la Orden del Fénix) firmará el guión de esta película juvenil. Harvey Weinstein la producirá y contará con Robert de Niro como productor ejecutivo. La saga de Eoin Colfer cuentan de momento con ocho volúmenes, el último publicado en el 2012, mientras que el primero se remonta al 2001. La película estaría basada en los dos primeros libros, que relatan la historia de un chico de doce años que descubre un mundo subterráne donde los duendes y las hadas, entro otras criaturas, distan mucho de lo que le habían contado en cuentos infantiles.

6

Marion Cotillard sustituye a Natalie Portman y será Lady Macbeth en la nueva adaptación que prepara Justin Kurzel (Snowtown), con Michael Fassbender como Macbeth.

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BRIEF NEWS

Mark Walhlberg producirá la adaptación al cine de The Amory Wars, un cómic de ciencia ficción creado por Claudio Sánchez.

7

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Oscuros ya tiene protagonistas: Jeremy Irvine (War horse) y Addison Timlin (Hora Cero). La pareja será Daniel y Luce, en la adaptación de los libros de Lauren Kate, y será dirigida por Scott Hicks (Cuando te encuentre). La película lleva demasiado tiempo en preproducción, algo similar le pasó a Cazadores de Sombras y mira cómo ha terminado.

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