Victor Serge - Resistencia

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¡y las puramente amadas! —qué deseables, las camareras del Albergue del Lago Salado... Se acabó, —las cocinas al pimentón y ese vinito tinto un poco áspero que bebíamos entre pordioseros contándonos buenas anécdotas... ¿Pero tal vez eran justos, tal vez eran santos, los compañeros del pequeño café de Brăila adonde iban de contrabando bajo la insignia del Paraíso los manumisos de riñones firmes? Ni uno, ¿sabes?, ni uno, ni uno, hubiese dejado tirado al otro —no eran escritores. Se acabó, los libros que admiramos como, siendo niños, los guijarros maravillosos que recogemos en la orilla del mar, venidos del fondo del mar... Se acabó, —los libros que escribimos... Las copias, ¡Dios mío! Los que no las hacen no saben lo que son ni lo que pueden hartar. 17


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