© Ilustración de portada J. Makeba © Fotografía de Vicky Ospina
CC 21145
ISBN 958-04-5500-7
crónicas de viajeros precursores del turismo en los dos siglos precedentes ayan la misma sorpresa que se tiene hoy desde el avión, ante lo perado del paisaje. La Sabana (como se denomina familiarmente la icie donde se asienta la ciudad), tiene poco en común con el trópico nte que muchos creerían encontrar y que en efecto predomina en la or parte de Colombia. En contraste con el verdor húmedo y abigarrado de elvas; o con las vertientes andinas cubiertas por cafetales, plátano y mos; o con los valles y llanuras bajas, donde la reverberación del calor de la limpidez visual, la Sabana es plana, plácida y casi siempre sparente. Clima frío; poca humedad; colores en tonos suaves; campos se alternan entre cebada, papa, maíz, hortalizas, flores de exportación y s lecheros, hasta el último rincón de sus casi cinco mil Kilómetros rados, entre cotas de 2.600 a 2.800 metros s.n.m.. Cuando hace sol hay luminosidad soberbia, que se añora en otros largos períodos de bruma, e el gris acentúa un ambiente demasiado sereno, casi frailuno. Manchas osques nativos en las cumbres y cañadas: hayuelos, romerones, palmas, os, acacios, magnolios, uvos, sietecueros, curubos, chusques, alisos, hos sabaneros, arrayanes. Largas líneas trazadas por cercos o linderos en s de pinos, sauces, retamos, espinos, urapanes. Muy destacados por ma de lo demás, gigantescos eucaliptos, la más vigorosa entre las cies aclimatadas aquí desde la Colonia, hoy denostada por los ecologistas, indisolublemente asociada al paisaje.
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Guillermo Fernández de Soto Un testimonio sobre la política exterior colombiana
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