SERIE LIFE VIDA
Plenitud. Alientos y latidos de expresión. ANDRÉS LÓPEZ DUEÑAS

Plenitud. Alientos y latidos de expresión. ANDRÉS LÓPEZ DUEÑAS
Control. La divisa de la vida.
Estela. Guía universal de un sendero común.
Para todo aquel que todavía no haya comprendido la vida; para todo aquel que todavía no haya aprendido a amarse; para todo aquel que todavía no haya encontrado su lugar; para todo aquel que todavía no haya sentido el amor; y para todo aquel que todavía no haya sentido estar vivo. Este libro es para vosotros.
La brevedad del presente, la duda del futuro y la certeza del pasado
Yoamaba la vida, hasta que empecé a vivir en este sitio. Para mí, el vivir, siempre había sido un sinónimo de felicidad, siempre me había entusiasmado. Todo el mundo pensaba de mí lo mismo, era de masiado fuerte para todo lo que me había pasado en la infancia. Prác ticamente, no entendía como podía seguir siendo feliz si cualquier otra chica de 18 años estaría completamente hundida en mis circuns tancias. Desde bien pequeña siempre había sido así. Aún recuerdo los consejos de mi abuela, la cual siempre había pensado que me excedía en ganas de vivir.
Y qué razón tenía… En incontables ocasiones podría haber acabado con todo. No sería extraño que cualquiera de las locuras que llevaba a cabo día sí y día también hubiesen puesto fin a amistades, noviazgos, incluso a mi propia vida. Parece que fue ayer cuando con tan sólo 13 años decidí escaparme de mi casa por puro aburrimiento, subirme a un bus del cual desconocía el destino, y, finalmente, aparecer a 300 ki lómetros de mi casa. Las broncas y charlas de mis padres habían sido infinitas, aunque todo mi eterno, incluyéndolos a ellos ya estaban to talmente acostumbrados. Tampoco soy capaz de contar cuántas veces habré escuchado a alguien decirme que frenase, que dejase de hacer lo que hacía. Siempre me he sentido muy incomprendida, siempre he considerado que todo el mundo era aburrido, no sabía disfrutar del regalo que es la vida. La gente, solía tener las mismas aspiraciones, el mismo modo de vida. Nunca me ha caído bien ese tipo de personas. La vida hay que disfrutarla sin que te importe el qué dirán o los prejui cios de la sociedad, pero nadie está preparado para aceptar esto. Los planes nunca salían bien, hay que dejar que el destino actúe, por eso
me suelo identificar con el viento.
El viento es y siempre será un elemento fundamental para mí. Creo que todos debemos aprender algo del viento, todos nos vemos re flejado en él. Nunca sabes hacia que dirección irá el viento, porque éste nunca decide conscientemente el qué y el dónde. Al igual que las personas, el viento nunca tiene una misma intensidad, nunca es muy suave, o no siempre azota los árboles con violencia. Nosotros tam bién somos así, no siempre estamos felices y calmados, no siempre es tamos enfadados y somos violentos, es una realidad. El viento puede ser beneficioso o muy perjudicial, cuando hace calor todo el mundo necesita un poco de viento que les ayude a proseguir, pero nadie sale a la calle cuando las ráfagas de viento superan los 40 kilómetros por hora. Ningún humano quiere encontrarse con una racha de viento que se lleve por delante todo lo que se antepone en su camino, sin diferenciar entre paraguas, rama de árbol o mobiliario urbano. Somos como el viento, nunca vas a encontrar uno igual. La gente no entendía mi obsesión con ello, nadie comprendía las similitudes, porque mi rafaga de aire era muy fuerte. Mi padre siempre decía lo mismo:
-El hecho de que seas así, que te comportes de esta manera, nos perjudica a todos, pero sobre todo a ti. Yo siempre le replicaba de la misma manera.
-Eres tú el que no sabe comprender lo que hago y su porqué, igual que yo no entiendo que nunca hayas sido capaz de disfrutar de lo que te rodea.
La bronca estaba servida. Otro día más me iba a la cama llena de lágrimas en los ojos. A pesar de esto, nunca le tuve miedo a nada ni a nadie, salvo a una cuestión. Era algo mío, algo que me pertenecía, pero me atormentaba. Sabía que había mucha gente que lo padecía, y lo padece, pero en mi ser era distinto, era especial. Cada vez que lo re cordaba o sentía que volvía a hacerlo me recorría un rápido escalofrío por mi cuerpo, me ponía pálida y se me caía el mundo encima. Estoy hablando de mi sonambulismo e insomnio.
Nunca supe llevarlo bien, y es que, no comprendía la razón o ra zones que me hacían tener esa sensación, que me llevaban a un pro fundo abismo durante segundos. Era un martirio, toda una tortura para mí y para mi cuerpo. La intranquilidad que me suponía el hecho de que fuese distinto, diferente al del resto, era capaz de no hacerme
dormir durante noches, y eso, claramente, no era beneficioso para mí. Era algo que únicamente sabían mis padres, y lo sabían por el simple hecho de que lo tenía desde pequeña. Según mi madre era escandalo so el ruido que hacía, estruendos que perpetraban sus oídos y hacían que mis progenitores se levantasen velozmente de la cama. Era muy complicado para ellos, no sabían cómo actuar en las situaciones en las que ocurría.
Con 4 años se dio mi primer episodio de sonambulismo, nunca an tes había tenido nada similar, o, al menos, no daba muestras de ello. Yo no lo recuerdo, era demasiado pequeña como para hacerlo, pero mi madre, Esperanza, lo tenía grabado en su memoria, un mal e im borrable recuerdo que mantendría para siempre. Eran las 3 de la ma ñana, cuando de pronto mis padres escucharon un fuerte ruido en la cocina de la casa en la que entonces vivía. Parecía haberse caído un plato o cualquier utensilio, por lo que mi madre decidió ir a ver qué había sucedido. Mi madre siempre fue una mujer muy asustadi za, había leído demasiadas novelas de ficción sobre espiritus y almas de fallecidos. Yo nunca las había dado ningún tipo de credibilidad, a pesar de que cuando entre en la adolescencia comencé a leerlas todas. Eso fue lo que llevó a mi madre a asomarse tímida y cobardemente a la esquina del pasillo que unía las habitaciones de la propia cocina, lugar donde parecía haberse oído el estruendo. Al no ver nada, por lo oscura que era aquella noche, mi madre decidió, de forma valiente y heroica, encender la luz que se encontraba a su izquierda. Cuando ésta se encendió, mi madre no daba crédito, era su hija, con un cuchillo en la mano tratando de alcanzar la barra de pan que se encontraba en la encimera, algo imposible teniendo en cuenta la baja estatura que siempre tuve, y más con esa edad. Al acercarse, para preguntarme qué ocurría o ver lo que intentaba hacer, yo, con los ojos totalmente cerrados y siendo totalmente inconsciente de lo que sucedía, me giré repentinamente con la intención de clavar aquel cuchillo afilado en su cuerpo. Rápidamente, mi madre entendió lo que sucedía y corrien do fue hasta su cuarto, para tratar de despertar a mi padre, que se encontraba intentando conciliar el sueño tras el fuerte e inesperado estruendo escuchado.
-Raúl, ¿puedes venir por favor?- gritó mi madre aterrada.
-¿Qué pasa? ¿No ves que hora es?.
Las lágrimas de mi madre se asomaban tras los cristales de las gafas que se había puesto poco antes de salir de la cama. Mi padre había leí do mucho sobre los sueños y el sonambulismo, era una de sus muchas y raras pasiones. Raúl, como yo siempre me había referido a mi padre, era un apasionado de las teorías del psicoanálisis de Freud, una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
-La niña, Raúl, la niña.
-¿Qué pasa con la niña?
-Fue ella la que hizo el ruido- dijo mi madre ligeramente cabreada al ver tranquilidad de mi padre.
-Dila que se vaya ya a dormir, no son horas para estar despiertacontinuó mi padre.
-Es sonámbula, ha intentado atacarme con un cuchillo.
Las lágrimas de mi madre se asomaban tras los cristales de las gafas que se había puesto poco antes de salir de la cama. Mi padre había leído mucho sobre los sueños y el sonambulismo, era una de sus mu chas y raras pasiones. Raúl, como yo siempre me había referido a mi padre, era un apasionado de las teorías del psicoanálisis de Freud, una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX. De sus hipótesis, mi padre solamente había leído sobre los sueños. Freud creía que en los sueños se podían descubrir las pretensiones o deseos más ocultos de las personas, lo que le había llevado a inducir a muchos de sus pacien tes al estado de sonambulismo, para así poderlos psicoanalizar. Y es que, para la psicología, el sonambulismo es un trastorno de vigilia, que tiene lugar durante el sueño N3, la fase más profunda del mismo. Por todo ello, mi padre, creía conocer los métodos de actuación, los cuales usó en aquel momento.
-Raúl, ¿qué estás tramando?- dijo con cierto miedo mi madre.
-Tú quédate ahí y déjame.
-No la líes, por favor. No hagas nada que pueda acabar mal.
-Voy a hacer lo que tengo que hacer- Finalizó la conversación mi padre de manera rotunda.
Al estilo del doctor Caligari, mi padre empezó a hablar conmigo. Yo no recuerdo nada, obviamente, pero lo que ocurrió no dejó indife rente a mi madre. Mi padre comenzó a realizarme preguntas, que no tenían ninguna contestación, pero hacían que actuase de una manera muy concreta. Parecía el coche teledirigido recién estrenado el día 6
Heaquí una historia que jamás fue contada, una historia que se perdió en el viento, entre el oleaje del mar, en una brisa de amor. Una historia que quedó en la memoria de unos pocos que ya no se encuentran entre nosotros, la historia del querer y el sufrimiento, del apego y el odio, del afecto y la tortura. La historia de dos jóvenes ena morados en una época donde el propio amor brillaba por su ausencia, la historia de la pureza en el reino de la hostilidad: la historia de Ana y Julián.
Ana, una joven de 22 años nacida en la fría mañana el 9 de enero de 1912. Una joven reprimida y frágil, pero a la vez soñadora. Ana era hija de los hijos de los famosos caciques de la Restauración, oligarcas que dominaron una provincia en el siglo XIX, y que su fortuna siguió latente con el paso de los años. Hija de padre y madre salmantinos, se crió en el seno de una familia inadaptada a su tiempo, una familia anclada en el pasado, con un padre de mentalidad ciertamente au toritaria y una madre maltratada pero valiente, que luchó contra las injusticias a pesar de conocer el castigo que la esperaba. Su padre, un poderoso burócrata de la provincia de la que era oriundo, se juntaba con la clase pudiente de su ciudad, denigrando a aquellos que hacían posible su cómoda y feudal vida, aunque el feudalismo hubiese desa parecido siglos atrás.
La figura paterna de Ana siempre había sido un obstáculo en su vida, un estorbo. El sueño de la joven era asistir a la Universidad, al igual que otras muchas mujeres de su generación que marcaron un antes y un después en la historia de nuestro país, sentando las bases de la igualdad académica universitaria que vivimos hoy en día. Su pa
sión era el Derecho, siempre le había fascinado el mundo de las leyes y la abogacía, todo lo relacionado con la justicia. Una de sus prácticas más habituales era pasear por las mañanas por el casco histórico de su ciudad, en dirección a la Facultad de Derecho, donde contemplaba atónita a todo el alumnado que se dirigía hacia su interior, intentan do escuchar las fugaces, pero interesantes conversaciones de aquellos jóvenes que envidiaba sanamente. El problema, como ya he dicho, lo tenía con su padre, el cual detestaba la idea de que su hija fuese a estudiar a la universidad. Antonio, su padre, era un fervor creyente de, por decirlo de alguna manera, todo lo tradicional. Creía que su hija Ana debía ser una recta madre de familia, cuya funcionalidad era única y exclusivamente el criarlos, como así lo había hecho su abuela y su madre. Los pequeños conatos revolucionarios que Ana había llevado a cabo en su casa siempre se habían saldado de la misma manera: con un severo castigo, y, generalmente, con la cara de la joven abofeteada. Era algo imposible. A pesar de ello, Ana contaba con el sigiloso apoyo de su madre, Esperanza, aunque esta defensa acérrima de los sueños de su hija tuviese que ser oculta y a las espaldas de Antonio.
Por otro lado, la familia de Ana se completaba con sus dos herma nos mayores, Javier, de 30 años y primogénito de la familia, y, por otro lado, José, el mediano de los tres hermanos, que a sus 26 años estaba destinado a heredar el imperio industrial de su padre, y es que, su her mano mayor había decidido seguir los pasos de su tío y enrolarse en el ejército. Javier era un joven, que como buen militar, era disciplinado y ordenado, aunque en muchas ocasiones hacía uso de la violencia, algo heredado de su padre. El primogénito ya había hecho abuelos a sus padres y vivía felizmente casado, con su mujer, María, en la capital del país. Sus pretensiones era alcanzar el máximo poder en los mandos del ejército, que en aquella época debía ser fiel a la República. Los contactos de su padre le habían servido hasta el momento para reci bir ciertos favores dentro de las tropas de las fuerzas armadas, pero, en estos momento, se encontraba en una época de frustrante estan camiento. Javier había participado en la represión de la Insurrección obrera en Asturias, un año atrás, ya que se encontraba en esos instan tes en la Legión. En Asturias había tenido un papel importante, que lo llevó a ser reubicado en Madrid, donde esperaba que su ascenso en el ejército fuese como la espuma, rápido y sin frenos, pero fue lo contra
rio. Por otro lado, su hermano pequeño José había preferido quedarse con su familia en Salamanca. José pretendía convertirse en el sucesor de su padre, un hombre de negocios cuya riqueza se basaba en los aspectos bancarios e industriales, pero había algo que le impedía serlo, su cabeza. Su rostro era de sobra conocido en los bares y tabernas de la ciudad, donde tenía fama el buen beber del joven. Todos los em brollos y enredos en los que José se metía por los efectos del alcohol eran defendidos por su padre, sin reprimenda alguna. Alejada de todo esto, Ana vivía una vida austera y sencilla, teniendo en cuenta la familia en la que le había tocado nacer. Diariamente lleva ba a cabo una rutina muy similar, que comenzaba por su paseo y café matinal por la céntrica Plaza Mayor de Salamanca. De allí, solía visitar a Paula, su amiga del alma. Paula era una joven de clase baja, que Ana había conocido al ser hija de Vega, una de las mujeres que su familia tenía contratada para el servicio del hogar. Todas las mañanas, Ana recorría las tranquilas y silenciosas calles de la ciudad para poder salu dar y charlar con la alegre y entusiasta Paula. Ambas compartían una característica, ser grandes soñadoras. Creían en un mundo en el que imperase la igualdad, donde reinasen las oportunidades, donde la feli cidad desbordase, pero la realidad del momento era muy distinta. En aquellos momentos, la discordia y los enfrentamientos prevalecían en la sociedad, una sociedad dominada por unas clases políticas que em pujaban a unos y a otros al radicalismo, a la disputa entre hermanos. Ambas caminaban por las calles alejadas a la casa de Ana, con la in tención de que Antonio no las viese juntas. Para el padre de la familia, era vergonzoso que la hija de un hombre tan poderoso fuese vista con personas humildes, lo que para Ana era un pensamiento propio de siglos pasados. La joven le solía explicar a su amiga durante los paseos como era su familia, los entresijos de la misma, algo que para Paula era sorprendente pero no lejano, puesto que su madre lo vivía cada día. La rutina de sus familiares, el servicio contratado, las personali dades que frecuentaban la morada de Ana, todo era algo desconocido y totalmente contrario a lo usual en la vida de Paula, aunque lejos de presumir de ello, Ana utilizaba estas conversaciones para desahogarse, un atentado contra su propia familia. Tras su acostumbrado paseo de amigas, Ana completaba su día a día con la escucha de la tertulia en el Café Novelty. Esta famosa cafetería, lugar de encuentros para mucho,
era una fuente de aprendizaje y conocimiento para Ana. Allí escucha ba los coloquios y debates de ilustres médicos, escritores, abogados, catedráticos universitarios, y muchos otros eruditos. Se trataba de un lugar lujoso y con cierto aire palaciego, que Ana visitaba únicamente por las tertulias que tanto amaba escuchar.
He aquí una historia que jamás fue contada, una historia que se perdió en el viento, entre el oleaje del mar, en una brisa de amor. Una historia que quedó en la memoria de unos pocos que ya no se encuen tran entre nosotros, la historia del querer y el sufrimiento, del apego y el odio, del afecto y la tortura. La historia de dos jóvenes enamorados en una época donde el propio amor brillaba por su ausencia, la histo ria de la pureza en el reino de la hostilidad: la historia de Ana y Julián. Ana, una joven de 22 años nacida en la fría mañana el 9 de enero de 1912. Una joven reprimida y frágil, pero a la vez soñadora. Ana era hija de los hijos de los famosos caciques de la Restauración, oligarcas que dominaron una provincia en el siglo XIX, y que su fortuna siguió latente con el paso de los años. Hija de padre y madre salmantinos, se crió en el seno de una familia inadaptada a su tiempo, una familia anclada en el pasado, con un padre de mentalidad ciertamente au toritaria y una madre maltratada pero valiente, que luchó contra las injusticias a pesar de conocer el castigo que la esperaba. Su padre, un poderoso burócrata de la provincia de la que era oriundo, se juntaba con la clase pudiente de su ciudad, denigrando a aquellos que hacían posible su cómoda y feudal vida, aunque el feudalismo hubiese desa parecido siglos atrás.
La figura paterna de Ana siempre había sido un obstáculo en su vida, un estorbo. El sueño de la joven era asistir a la Universidad, al igual que otras muchas mujeres de su generación que marcaron un antes y un después en la historia de nuestro país, sentando las bases de la igualdad académica universitaria que vivimos hoy en día. Su pa sión era el Derecho, siempre le había fascinado el mundo de las leyes y la abogacía, todo lo relacionado con la justicia. Una de sus prácticas más habituales era pasear por las mañanas por el casco histórico de su ciudad, en dirección a la Facultad de Derecho, donde contemplaba atónita a todo el alumnado que se dirigía hacia su interior, intentan do escuchar las fugaces, pero interesantes conversaciones de aquellos jóvenes que envidiaba sanamente. El problema, como ya he dicho,
Una joven inquieta, en busca de un lugar. Otra joven a la que la vida le arrebató. Dos épocas muy distintas. Un objetivo similar: valorar la vida.
La vida es un tesoro. Uno de los regalos que el azar pone al hombre en su camino, pero que todos no saben aprovechar. Quizás sea el destino quien corrompe la ilusión, quizás sea nuestro propio subsconsciente, pero, en todo caso, es algo a cambiar. Esta es la historia de Ana y Sofía, dos jóvenes de épocas muy dispares, totalmente opuestas, pero con un camino similar. La historia de dos mujeres que luchan por algo, luchan por la vida, buscando un lugar en el mundo.
He aquí una historia que jamás fue contada, una historia que se perdió en el viento, entre el oleaje del mar, en una brisa de amor. Una historia que quedó en la memoria de unos pocos que ya no se encuentran entre nosotros, la historia del querer y el sufrimiento, del apego y el odio, del afecto y la tortura. Ana, y su particular y dura lucha por aferrarse al mundo. Sofía, una joven castigada por el destino. Ambas, con múltiples obstáculos, tratarán de buscar la felicidad.
“Un libro de época. Lo tiene todo: tristeza, emoción, fuerza... Muy recomendable.”
Andrea Izquierdo(@andreaorowling)