IntroducciĂłn La tentativa con estas mis pobres lineas es dar un homenaje al director de cine A. Kurosawa y a su obra maestra, Rashomon. He ambientado la historia en un cuartel militar, porquĂ© ese mundo, me parece plausible para hilvanar una aventura sin tener que copiar el original. Asimismo, mientras que escribĂa, tuve las ganas de intentar de dar un final a lo que tenĂa ya la palabra fin. Tal vez se trate de una tentativa infantil, pero cuando era niño, viendo una pelĂcula, leyendo una historia, pero sobre todo con pelĂculas, siempre me he preguntado lo que pasarĂa despuĂ©s de la palabra fin. Que otro cuento podrĂa seguir si la ficciĂłn no hubiera impuesto la palabra fin? Y, siguiendo todavĂa mi ingenuidad, a menudo me cogĂa la idea de pensar, sobre todo en las historias con final feliz, si hubieran sobrevivido al pasar del tiempo, teniendo como punto de partida ese final. AquĂ intento de escribir el homenaje y continuar la historia despuĂ©s del final.
Parte Primera
UNO – General y Coronel “Soy, Barranco, el general Barranco. Estamos en un lĂo coronel Navarrete. Nunca se ha visto que mataran a un capitán, de esa forma, en tiempo de paz y en Jaca “ “Será difĂcil mantener las investigaciones cerradas a nuestro interior. El capitán no estaba solo. Estaba en compañĂa de una mujer” “QuĂ© me estás diciendo Navarrete? “ “Lo que acabo de decirle” Como el general seguĂa callado, subrayando el impacto de la revelaciĂłn, el coronel siguiĂł su frĂo relato. 1
“las novedades o el misterio, segĂşn los hechos se miren, no han terminado. Tenemos cuatro testigos del asesinato y los cuatro son militares nuestros.” El coronel se detuvo un rato porquĂ© le pareciĂł que al otro lado del cable el general quisiese decir algo, pero siguiĂł callándose, limitándose a ruidos que parecĂan carraspeos o gruñidos. Al coronel no le importaba un bledo de la opiniĂłn de su superior y continuĂł: “He puesto en estado de arresto a cuatro militares, dos mujeres y dos hombres. La cosa más extraña es que, a un interrogatorio preliminar, cada uno propone una versiĂłn distinta del acontecimiento”. “¿Pero que me estás contando coronel, estás de broma?” DespuĂ©s de un breve silencio cargado de odio hacia su superior, le repuso: “General, escĂşcheme bien, porque no lo voy a repetir, la situaciĂłn está como le he dicho, incluso se puede pensar que haya un hecho más peligroso aĂşn, es que no hemos avisado todavĂa a la policĂa. Añada al asunto que los cuatro que están en estado de arresto, son todos originarios de Jaca y de sus alrededores, como lo era el capitán, la consecuencia serĂa que tenemos encerrada una bomba a punto de explotar. En extrema sĂntesis esto es lo que tenemos en el cuartel. Los pocos originarios de esta zona son gente rica por el turismo o por la especulaciĂłn edilicia. Son como un clan cerrado, cuando se enterarán de lo ocurrido, tendremos problemas. Estoy convencido que hace falta avisar ahora la policĂa, que lleve ella el caso. Me paro, usted conoce mi idea y usted más que yo tiene medios para enfrentarse con este asunto, piĂ©nselo general, estoy a sus ordenes.” No esperĂł en linea la contestaciĂłn de su superior sino que la esperĂł, largo rato, despuĂ©s de haber colgado pero no llegĂł ninguna llamada. “Habrá ido a consultar su suboficial de servicio!” se dijo el coronel, pensando que se habĂa equivocado con certidumbre de la llamada de su superior. El coronel tenĂa en poca consideraciĂłn al general Barranco porquĂ© pertenecĂa a esos militares que
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habĂan hecho la academia por tradiciĂłn familiar sin tener la menor aficiĂłn a su uniforme. Para Ă©l era como vestir una capa de carnicero o en el caso mejor, lucir los grados en algunas fiestas. Palabras como patria, rey, naciĂłn, bandera, defensa, eran un sonido o garabatos escritos sobre papel. Los que están en estado de arresto son: Raquel: recluta, amante del capitán Cerezo – Merche: cabo, ha sido amante del capitán Pablo: cabo de primera, instructor. Marido de una mujer que tuvo una relaciĂłn con el capitán. RamĂłn: cabo.
Dos – El cuartel Estaban los cuatro en la parte a ellos reservada del patio de armas del cuartel, cada uno bastante apartado del otro. Sus caras delataban el profundo aburrimiento por la falta de actividad y la escasez de novedades. Pero el tiempo vino en su ayuda. MoviĂ©ndose rápido, las nubes formaron el cielo de un color gris uniforme como si fuera un mantel de plomo, roto por torbellinos a forma de rizos de color blanco, colgantes en varios puntos; hasta que no llegaron del norte nubes enormes de un color casi negro y antes que estuvieran en la perpendicular de donde se encontraban los cuatro, dejaron caer gotas gruesas que partĂan el aire con lineas oblicuas que iban a estrellarse al suelo como si fueran balas, formando un minĂşsculo cráter seguido de un ruido seco a cada llegada parecido al repiqueteo de un tambor. En unos minutos el cielo desapareciĂł dejando caer un chaparrĂłn de agua fina y frĂa. El coronel Navarrete decidiĂł meter los cuatro juntos y que tuvieran una buena posibilidad de movimiento por si, sin demasiado agobio, se decidieran a decir la verdad sobre el homicidio del capitán Cerezo. Hasta ahora no logrĂł ningĂşn resultado El mismo coronel era partidario de la imposibilidad de sacar la verdad a hombres mentirosos y, a veces pensaba que era imposible 3
escuchar la verdad de nadie. Estaba convencido que los hombres dicen mentiras durante toda su vida cambiando a menudo de opiniĂłn, que es de donde nace y crece la raĂz de todos los males. Casi no se acordaba de cuanto tiempo estaban encerrados, sin sus apuntes estaba perdido. De todas formas le parecĂa unos quince dĂas. Se puso a correr a la salida del edificio donde estaba su despacho para cruzar todo el patio de armas, bajo la lluvia insistente. Le gustaban esos dĂas grises y lluviosos. LlegĂł empapado en la zona donde se habĂan, por casualidad, casi reunido los cuatro militares que se movieron simplemente para saludarlo correctamente y luego se pusieron en la misma posiciĂłn de antes como si fueran estatuas. Iba subiendo y bajando lentamente los peldaños del patio, diciendo de vez en cuando: “no entiendo”, lo repitiĂł varias veces, “no entiendo como se pueda vivir en la mentira” una pausa y continuĂł sin que le hicieran caso, aparentemente. “No entiendo porquĂ© la mentira tenga que ser la dueña de nuestras acciones, tambiĂ©n arraigada encima de jĂłvenes como vosotros que tienen un porvenir. Además, siendo militares no sois como la gente comĂşn, yo incluido somos el ultimo baluarte contra el enemigo. Sea ese enemigo, Francia o cualquier persona que quiera estropear el orden establecido. Los civiles hacen muestra de querernos, en realidad nos odian porque a menudo hacemos el trabajo sucio que ellos ni quieren saber. Nosotros tenemos la misiĂłn de defender la naciĂłn, sea o no sea buena, las ordenes son nuestros principios e si no sabemos obrar juntos nos derrotarán.” La más atrevida de todos, Raquel, le dijo: “Perdone coronel, pero yo me he ido de casa para no sentir los sermones de mi padre, entonces le ruego de preguntarnos lo que quiere, sin discursos filosĂłficos” Nadie se maravillĂł de la contestaciĂłn al coronel, porquĂ© estaban convencidos de estar encerrados por un capricho del superior sumamente injusto. Por su parte el coronel no le hizo caso a las palabras de la mujer, pero le lanzĂł una mirada tan helada y cargada de desprecio que si hubiera
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tenido su espada le habrĂa cortado la cabeza en el acto. Al coronel no le gustaban las mujeres soldado a pesar de que habĂan pasado ya muchos años de su entrada en el ejercito, decĂa que estropeaban la figura del militar, lo ablandaban, contribuĂan a hacer la caricatura de los soldados que gustaba tanto a los falsos de algunos periodistas que conocĂa bien, repetĂa, a veces. Se contuvo con grande esfuerzo y siguiĂł con su refrán. No lo decĂa ligeramente, sus palabras eran la expresiĂłn de una convicciĂłn que lo hacĂa sufrir en el alma y fĂsicamente. Su rostro era lo de un hombre triste y sin consuelo por estar delante de personas tan dĂ©biles. “QuĂ© tenemos que hacer, coronel, repetir lo que hemos ya dicho en el primer interrogatorio?” dijo la cabo Merche. “Es un trabajo inĂştil” “Nada es inĂştil, si se trata de la verdad y en vuestro caso me temo que pronto tendrĂ©is que presentaros delante de un juzgado civil. Será un fracaso para el cuartel, pero antes que eso ocurra os mandarĂ© a la calle. Os lo prometo” Como contestaciĂłn al coronel se oĂa e repiqueteo de la lluvia, nadie se atreviĂł a pronunciar palabra. Continuando su paseo hacia arriba y hacia abajo por recorrer los peldaños, el coronel se callĂł. Fue Merche, otra vez, que tuvo el valor de hablar, los demás no se movieron mucho de su posiciĂłn inicial, apoyados al muro o a una columna o sentados en el peldaño mas alto, como hizo el coronel, para protegerse de la lluvia que seguĂa cayendo fina y frĂa.
Tres – Testigos – I “Yo tenĂa que defender la parte sur de una dehesa y me habĂa apostado justo al lĂmite derecho, detrás de una grande encina. Al poco rato me llamĂł la atenciĂłn, entre los arbustos, una parte de uniforme de camuflaje y pensĂ©: he aquĂ el gamberro de turno que se mete con las bromas! Quise acercarme más antes de marcarlo con la punterĂa láser de mi ametrallador y me di cuenta que no habĂa nadie y, peor aĂşn que se trataba del uniforme del capitán Cerezo. La dejĂ© enseguida y empecĂ© 5
a preocuparme, porquĂ© segĂşn mis cálculos el capitán Cerezo no tenĂa que participar a esa maniobra. Pues continuĂ©, encontrĂ© un pañuelo de nuestro regimiento que dejĂ© donde lo vi. En ese mismo instante oĂ un ruido de frondas y de ramas rotas que se estaba acercando, me agachĂ© entre los arbustos y vi pasar corriendo, casi desnuda a Raquel, con la uniforme de camuflaje abultada al pecho, se fue hacia el norte. A mi no me vio, porquĂ© estaba corriendo en el sentido contrario al mĂo. Me quedĂ© perpleja por la situaciĂłn que, en ese momento, me pareciĂł grotesca. AvancĂ© con más animaciĂłn pensando de encontrarme con algo diferente. En un claro, en medio de los arboles, estaba el capitán Cerezo en calzoncillos y camiseta, con las mano atadas en la espalda, la cabeza hacia delante y con una grande brecha en la garganta. Por el susto me habrĂa puesto a huir, pero en el mismo instante, apareciĂł de la nada un hombre, me asustĂ© y di un salto atrás resbalando, me caĂ. El hombre, me parecĂa un vagabundo, se arreglĂł los pantalones en la cintura y se puso a reĂr por mi caĂda y porquĂ© no lograba ponerme de pie. De repente enfocĂł una senda, medio escondida, se lanzĂł corriendo y lo perdĂ de vista, oĂa tan solo los ruidos de las ramas que se alejaban. Me detuve un rato todavĂa en el suelo y luego decidĂ de volver a mi sitio. Pero cuando estuve allĂ donde me habĂan mandado, decidĂ volver a la base de encuentro de la compañĂa. Durante el recorrido intentĂ© de reflexionar sobre lo acontecido, a pesar del miedo que tenĂa, me vino a la memoria quien podrĂa ser el vagabundo, es un hombre muy conocido en el valle y en los alrededores, todos lo llaman Montero y a mi siempre me ha dado miedo. Sobre su persona, los mayores contaban cosas horribles, decĂan tambiĂ©n que era muy rico. Luego me dije tambiĂ©n que sĂ que vi al capitán, pero no estoy segura si estaba muerto o todavĂa con vida”. “Vaya ejercito” dijo el coronel, “afortunadamente que no tenemos que enfrentarnos con enemigos verdaderos. Luchamos tan solo contra nuestros fantasmas. Todo esto es difĂcil de entender!.” La lluvia continuaba a caer, a lo mejor habĂa aumentado de intensidad. En el patio de armas empezaban a formarse pequeños charcos de agua marrĂłn y en los muros blancos, reciĂ©n pintados, se formaban dibujos por la humedad que parecĂan seres monstruosos presos en las paredes. 6
Raquel, llamada en juego por Merche, no se moviĂł, siguiĂł acurrucada y apoyada a una columna con los brazos cruzados sobre el pecho para combatir el aire frĂo. “Las mujeres sois todas iguales” fue el comienzo de RamĂłn. “Cada una defiende la otra” tal vez asĂ juzgĂł el silencio de Raquel. “La verdad de los acontecimientos es otra y lo sabĂ©is perfectamente, pero nadie quiere admitirlo porquĂ© cada uno ha de encubrir a su diablito interior”. “Jajajajajajaj” lo interrumpiĂł con una sonora carcajada Pablo, “quieres saber una cosa? Hay un antiguo cuento de estos valles sobre la brujas que dice que hacĂan sus festejos propio en la zona donde han construido la parte trasera del edificio del cuartel y se marcharon porquĂ© no podĂan aguantar las mentiras de los hombres. TĂş que eres blanco como la nieve, entiendes?” RamĂłn no hizo caso a la provocaciĂłn de Pablo y empezĂł su relato, intentando de coger la mirada del coronel que, dándose cuenta de su intenciĂłn, bajĂł los ojos y se puso a mover algunas pequeñas piedras delante de Ă©l en el peldaño. “Yo era al mando de un pelotĂłn que tenĂa que penetrar en el bosque como exploradores. Vimos un grupo de enemigos en posiciĂłn lateral izquierda a la nuestra. TomĂ© la decisiĂłn de que empezáramos a movernos de forma aleatoria para no ser un blanco fácil, con intenciĂłn, si todo iba bien, de reunirnos en un claro del bosque que enseñé en el mapa. SeguĂ caminando en linea recta hacia el llano, cuando oĂ voces de un hombre y una mujer. Para mi no fue una grande sorpresa, porquĂ© sabĂa que ese bosque era frecuentado a menudo por las parejas que querĂan estar en intimidad. Lo lĂłgico habrĂa sido no organizar una maniobra en ese lugar, pero ahora es inĂştil quejarse. Total que vi al capitán Cerezo y a Raquel. Lo que me maravillĂł sĂ fue que ambos tuviesen el uniforme de camuflaje, pero luego, pensándolo bien, me di cuenta que hicieron una buena jugada. El capitán no tenĂa que estar en la maniobra, Raquel, al contrario sĂ, entonces eligieron el uniforme correcto. A parte de eso me parecĂa que estuviesen discutiendo, el capitán le tenĂa las manos, pero no como si
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las estuviese acariciando, sino con la intenciĂłn de sujetar a Raquel para que no se fuera. Me sentĂa incomodo y sorprendido de estar escondido detrás de un arbusto, tendido al suelo, con la intenciĂłn de escuchar lo más posible. El capitán estaba ligeramente rojo en la cara, tal vez por el esfuerzo de retenerla o por lo que le decĂa la mujer, que, al contrario era estupenda, nunca la vi con esa luz, aunque fuera de origen indiana, su piel parecĂa que emanara un brillo mágico, los ojos negros se fijaban sin miedo en el rostro del hombre que parecĂa asustado. Raquel quiso puntualizar: “Ahora te acuerdas de mi origen? Que importa? Acaso no hago lo mismo del trabajo que haces tĂş? No me lo esperaba que hablaras de mis orĂgenes! Además yo nunca he visto la India. Un golpe bajo que define más que otra cosa el hombre que eres!” He dicho solo la verdad, porquĂ© te molesta?” Raquel se callĂł volviendo la cara a otro lado sin dar ninguna otra contestaciĂłn. “Puedo continuar o tengo que esperar tu permiso?” Raquel no hizo ni un movimiento. Entonces RamĂłn reanudĂł su cuento. “Pues, me acerquĂ© más para entender mejor, fue entonces que oĂ de Raquel, con voz tranquila: “estoy harta de ti, me invitas solo cuando tienes ganas, yo quiero una vida cĂłmoda y esto tambiĂ©n quiero hacerlo bien y no cinco minutos para satisfacerte y luego adiĂłs” y el capitán, casi quejándose la rogaba que lo perdonara, prometĂa que terminarĂan pronto esos encuentros. Le hablaba intentando de besarle las manos que parecĂa que resbalaran al toque de sus labios. Finalmente se oyĂł una carcajada seguida de estas palabras: “aquĂ tenemos problemas? será Montero a solucionarlos? Jajajajajajaja” los dos se quedaron inmĂłviles y yo me escondĂ más que pude. Era una voz fuerte, el capitán, más pálido que nunca sacĂł del cinturĂłn la bayoneta, sin demasiada convicciĂłn, Raquel, no parecĂa asustada, su cara era la de una mujer curiosa, hizo un paso atrás y, apartando las frondas, saliĂł Montero con una sonrisa gris amarilla, con la barba mal afeitada que le daba un aspecto hosco, marcado tambiĂ©n por un pelo negro y medio sucio.
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QuĂ© estáis haciendo aquĂ a molestar mi reposo? Dijo como fuera una declaraciĂłn de posesiĂłn de esa zona. Raquel y el capitán se miraron a los ojos sin poder decir ninguna palabra. Fue Montero que hablĂł: Jajajajaj, ya entiendo, tĂş capitán no le hiciste nada y ella se queja de tu incapacidad, jajajajaj, se le ve en los ojos. Pues será Montero que te resolverá el problema, dĂ©jame la mujer, te la devolverĂ© como nueva, jajajajajaja. El capitán hizo un paso hacia Montero que retrocediĂł: tendrás que pasar debajo de esta y enseñó su bayoneta. “Ah, un duelo a la antigua por el amor de una mujer. Si gano yo, ella viene conmigo y si pierdo contigo. Uuuuhhhmmmm. Está bien, acepto, que no se diga que Montero es un cobarde! Raquel no dijo una palabra, no tenĂa ni miedo ni otra cosa, parecĂa divertida, su sonrisa estaba llena de ironĂa. Se puso de lado, tanto que con los pies casi rozaba mi hombro izquierdo. Aprovechando del alboroto que hicieron los dos en su lucha de mentira, parecĂan dos niños, uno se acercaba y el otro iba hacia atrás, tambiĂ©n yo me escondĂ mejor. Levantaron más polvo que enfrentarse de verdad, aunque Montero hubiese sacado una larga navaja, parecĂa que tuviese miedo de usarla. Luego, en este saltar de un lado al otro sin tocarse, el capitán resbalĂł y le cayĂł de la mano la bayoneta, Montero rápido como una serpiente se le echĂł encima y lo inmovilizĂł, poco despuĂ©s pudo atarle las manos detrás de la espalda. Se quedĂł el capitán con la cabeza gacha y humillado. Con una sonrisa de alivio y resoplando por los saltos, cogiĂł de la mano a Raquel que gritaba, no, no, por favor te lo pido , pero iba donde querĂa el vagabundo. Poco despuĂ©s desaparecieron y se hizo silencio. El capitán no tenĂa la fuerza o las ganas de levantar la cabeza. Yo casi no creĂa a lo que habĂa visto, me parecĂa de estar en medio de un cuento de brujas, no por el miedo, sino por lo que acababa de ver: un capitán cobarde y una mujer que iba con un desconocido, dejando al amante. Cuando volvieron donde estaba el capitán, Raquel se estaba vistiendo y Montero tenĂa el aire de un hombre satisfecho. La mujer lo abrazĂł diciĂ©ndole que la llevara consigo, pero el parecĂa perplejo.
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“QuĂ© hacemos con este hombre, a mi Ă©l no me ha hecho nada?” Ella insistiĂł: “lo dejamos aquĂ, alguien lo encontrará! Por favor no me dejes, quiero irme. Si me dejas me matará, no lo ves como me mira?” El capitán la miraba con la cara torcida y una media sonrisa cargada de odio, si hubiera tenido las manos libres es posible que la hubiera matado. Montero, a pesar de las insistencias de Raquel, seguĂa siendo dudoso y se rascaba la cabeza. Por fin se acercĂł al capitán y lo levantĂł: “No tengo nada contigo pero esta mujer me suplica y puede ser que con ella tenga la posibilidad de empezar una nueva vida, una vida legal, una vida que no sea de vagabundo” “Piensas que de una injusticia pueda nacer algo bueno? Lo digo a ti Raquel, has borrado en un momento todo lo que ha habido entre nosotros por la novedad que representa este tipo, creo que no lo lograrás.” “Dile que se calle, haz algo en vez de estar allĂ como alucinado” Sin decir una palabra pero excitado, levantĂł al capitán, lo desnudĂł, dejándolo en calzoncillos y camiseta, con las manos atadas detrás. “Ahora sĂ que eres un hombre. Te quiero, me gustan los hombres fuertes”, y la mujer intentĂł de acercarse a Ă©l que se le alejĂł de varios pasos. “Eh, los hombres! Vamos Tenemos prisa. Hay una maniobra militar en esta zona y quiero alejarme cuanto antes de la vida antigua.” Montero rabioso, con la navaja extendida hacia Raquel, le dijo: “no me provoques, todavĂa no sĂ© si vendrás conmigo”! “todos iguales los hombres, pero luego harás lo que digo yo”, y dio media vuelta dándole la espalda” Montero se lanzĂł hacia ella pero, desgraciadamente, tropezĂł en una raĂz que sobresalĂa del suelo y 10
cayĂł encima al pobre capitán, clavándole la navaja en el cuello. Los dos fueron presa del pánico, iban de un lado para otro, sobre todo Montero parecĂa un leĂłn en una jaula, se acercaba al capitán y luego iba hacia la mujer con las manos levantadas hasta que Raquel le cogiĂł de la mano y lo arrastrĂł hacia una senda en el bosque donde desaparecieron. Por lo que sĂ© yo no estuvieron demasiado rato juntos, porquĂ© Raquel la encontraron dos dĂas despuĂ©s, enfriada y hambrienta, a lado de una casa en ruinas. Supongo que ella, por lo menos esto lo podrá confirmar. De Montero creo que no se sepa nada hasta hoy.”
Cuatro – testigos II Se hizo silencio en la pequeña zona del patio de armas donde se habĂan establecido los cuatro y el coronel, se oĂa solo el tintineo de la lluvia que no paraba de caer de un cielo negro amenazador. “TĂş no dices nada Pablo? Además eras muy amigo del capitán, creo tambiĂ©n pariente por parte de su madre.” “estás bien enterado de todo, RamĂłn, te gustarĂa tambiĂ©n hacer el juez entre nosotros, para que tu rabia pueda golpear a cualquiera o más bien a todos! Eres un mentiroso a quien no confiarĂa ni un cĂ©ntimo.” “escuchad el CatĂłn del cuartel! Me parto de risa. TĂş que ibas con las mujeres que dejaba el capitán, tu grande amigo, nada más que prostitutos sois al sueldo de quien manda en esta mierda de ciudad”. “PorquĂ© no has hablado asĂ al coronel en vez de darte aire del buen soldado, todo sĂ señor, a sus ordenes señor. TĂş sĂ que eres un cobarde. Te contarĂ© mi historia de lo acontecido, pero no quiero que me interrumpas como es tu costumbre para que las personas se harten y te den la razĂłn a causa de tu molestia.” RamĂłn se limitĂł a una sonrisa irĂłnica, contento de haber obligado a Pablo a proponer su versiĂłn.
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Pablo parecĂa triste y con poca ganas de hablar, estaba apoyado a la columna central con los ojos mirando hacia el suelo. “Era el Ăşnico que esperaba de ver muerto al capitán” todos volvieron la cabeza hacia Ă©l afectados por lo que habĂa dicho. Solo RamĂłn siguiĂł mirándolo con dibujada en el rostro su sonrisa socarrona. SĂ, eso es, el capitán tuvo una historia, aunque corta, con mi mujer. Lo he odiado y me lo veĂa casi todos los dĂas en el cuartel. Amaba a mi mujer en aquel tiempo, se puede decir que compartĂamos todo.” Le escapĂł una risa a RamĂłn que contuvo enseguida. “No sĂ© como la conociĂł, supongo en una de esa malditas fiestas de regimiento. Desde entonces, por una temporada, mi vida fue un infierno. Luego mi dolor se suavizĂł, tuve ocasiĂłn de hablar con Ă©l y aclaramos muchas cosas y me separĂ©. Pero todo esto ya pertenece al pasado y que de vez en cuando se asoma y me hace sufrir. En el bosque yo procedĂa del lado norte hacia este y me encontrĂ© enseguida con ese llano donde vi claramente al capitán y a Raquel. Pero antes quiero poner en claro una duda. El comandante de la maniobra era el teniente coronel ValdĂ©s, un militar bueno, inteligente y querido por todos, pero ese dĂa creo que se equivocĂł o tenĂa un plan que desconozco, porque enviĂł varios pelotones hacia el lado este y la cosa carecĂa de sentido porquĂ© Ăbamos a dejar descubierto sobre todo el centro. Poco importa en referencia a mi relato, se trata de un simple pensamiento. Entonces me agachĂ© como un idiota, como si fuera yo que tenĂa algo de esconder. Pero ya era tarde para corregir mi tonterĂa porquĂ© oĂ que hablaban entre ellos de planes de huida y de amor. El capitán estaba sentado, apoyado a un árbol, y Raquel casi tumbada sobre sus rodillas, Ă©l la sujetaba con la derecha en un abrazo. Hubo un momento que se levantĂł el aire y por el ruido de las frondas no pude oĂr bien lo que se decĂan. Un aire fresco y agradable, como una ráfaga que, me pareciĂł, hizo 12
estremecer a los dos que se besaron con pasiĂłn. De repente saliĂł de mi lado izquierdo un vagabundo, ni me percatĂ© de su presencia antes que apareciera, se puso en medio del llano bostezando en la manera más indecente que haya visto. El capitán se levantĂł rápido y le dijo: “quĂ© quieres? Vete de aquĂ y no molestes!” “Jajajaja, veo que tienes una tĂłrtola, a lo mejor está blanca o no? Jajajajaja. Este es mi territorio, apuesto a que tĂş no lo sabias? Vete tĂş! O no, sĂ vete tĂş y dĂ©jame tu pajarito! Jajajajaj. Eres un cerdo y pagarás por tu desfachatez. SacĂł la bayoneta y por un momento el vagabundo se quedĂł sin saber que hacer. Luego Ă©l tambiĂ©n desenvainĂł una larga navaja y se puso en actitud de luchar. En mi cabeza tenĂa una maraña de pensamientos. Era verdad lo que veĂa o era un sueño? QuĂ© maldiciĂłn podĂa haber producido semejante situaciĂłn? Los dos empezaron a enfrentarse de verdad, lanzándose uno contra el otro con la intenciĂłn de hacer daño. Con un certero golpe, el vagabundo desgarrĂł el uniforme del capitán a lado del cuello, en la parte derecha, le brotĂł sangre pero la herida no era profunda. Con más furia se puso a luchar el capitán que logrĂł darle en las costillas, luego una esquivada, un lance, un ataque; poco a poco se alejaron del llano y los perdĂ de vista. Raquel en todo este tiempo no habĂa dejado de gritar, “por favor, parad, os vais a matar, que alguien me ayude. Estaba casi echada al suelo con las piernas dobladas, la cara en el polvo tapada por ambas manos. Gritaba y lloraba. Los dos habĂan desaparecido. Me puse a esperar bastante rato desde cuando no se oĂan ruidos de frondas y de metal junto a los gritos de los dos hombres, incluso Raquel se habĂa callado. No sabĂa si ir hacia la mujer y en aquel momento aparecieron los dos duelistas conversando y riendo entre ellos. Me quedĂ© asombrado de ver a los dos en esa actitud y tambiĂ©n Raquel se quedĂł atĂłnita, se quitĂł las manos de la cara sucia de polvo y lágrimas. No pudo salir ninguna palabra de ella. El vagabundo decĂa al capitán como viejos amigos: “Te lo aseguro, la tengo en mi refugio, es una daga antigua, tiene el mango tachonado de joyas. Si no me crees, ven conmigo que te la enseño, a lo mejor puedes hacer un buen negocio”. Os lo aseguro que no creĂa a lo que oĂa. Poco antes intentaban matarse y casi lo lograron. Dejando 13
asombrados a todos, ahora se iban a contratar un asunto como si lo de antes no hubiese ocurrido. Llegaron al refugio del vagabundo, una casucha bien escondida, que empezĂł a enseñarla al capitán, sobre todo las cajas donde, en algunas, sobresalĂan partes de tejido, pero, al agacharse para intentar de abrir una, con un movimiento rápido, se dio media vuelta y clavĂł la navaja en su cuello. SaliĂł la sangre a borbotones pero el capitán se quedĂł como paralizado por la sorpresa, tanto que asustĂł al vagabundo que dio un paso atrás, el capitán con los ojos ya vacĂos, cayĂł de rodillas y luego se doblĂł, lentamente, hasta a apoyar la cabeza al suelo, se quedĂł en la misma posiciĂłn en que estaba Raquel cuando suplicaba a que no se pusieran a luchar los dos. El vagabundo volviĂł adonde estaba Raquel, todavĂa de rodillas, le echĂł una mirada inexpresiva y se fue corriendo” El coronel se levantĂł lentamente, comprobĂł que seguĂa lloviendo y dijo: “para hoy es suficiente, las mentiras persisten y aunque sean evidentes las contradicciones, ninguno quiere ablandar su orgullo.” “Es usted que interrumpe nuestras declaraciones, nosotros estamos disponibles a decirle todo lo que ha ocurrido” “Ya, estáis disponibles a decir toda la verdad! TĂş Raquel decidida a confirmar que querĂas cambiar vida, que no fuera entre estas cuatro paredes del cuartel, pero no sabes decir que vida quisieras. Ya veremos los prĂłximos dĂas junto con un comisario de policĂa, mi deber me lo impone. Esto es todo.” Fue Raquel, otra vez, que se enfrentĂł al coronel: “ahora tiene que escuchar aĂşn mi versiĂłn, porquĂ© quiere marcharse? Primero nos ha empujado a hablar y ahora quiere irse sin que todos hayan presentado su historia! PorquĂ© coronel, tiene miedo de algo? Tiene miedo de una pequeña mujer indiana? El coronel se volviĂł a sentar sin decir nada. Sabe con quĂ© empiezo, con una gran carcajada, jajajajajajajajajaja, referida a quien? Está clarĂsimo, 14
referida a los hombres, sobre todo a esos dos que han intentado de estar entre mis piernas, pensando de ser muy majos y valientes, esta es mi respuesta: jajajajajajajajajaja. El capitán no podĂa estar dos dĂas sin una mujer a su lado, se hubiera sentido inacabado. A la desgraciada que le tocaba de estar con Ă©l, porquĂ© la naturaleza nos ha hecho una mala jugada, nos ha dado el sentimiento materno y esto es tan fuerte a pesar de los hombres, que nos empuja a estar a lado del los “machos”, que, sin cualquiera de nosotras habrĂan sentido demasiado la falta de valor que tenĂan. La incapacidad de escuchar era su caracterĂstica más evidente y el egoĂsmo la actitud más constante. Se envalentonaba detrás de su uniforme que limpiaba continuamente y el hecho de que lo hubieran nombrado capitán, ese que tiene el mando, le parecĂa de tocar el cielo. Solo le gustaba decir, “te quiero”, en la intimidad y marcharse cuando no la necesitaba más. SolĂa fardar con los amigos su capacidad de conquista. Nunca se ha dado cuenta que en sus “conquistas” de don Juan, a menudo, la ultima palabra era de las mujeres. No ha habido ninguna mujer que no fuera ella a dejarse conquistar. Tan solo en este mundo machista nos hacen pensar lo contrario. Del otro que decir! No es nadie, un perro de compañĂa que no sabe que camino coger si no se lo indicas. SĂ, un hombre fuerte que puede darte la ilusiĂłn de la novedad. La ilusiĂłn de poder empezar algo nuevo, partir de cero sin la sombra de la modernidad. Una ilusiĂłn infantil. PorquĂ© la realidad te enseña enseguida que es un hombre que huele como los demás, que tiene miedo a las enfermedades como un niño y que a ti te toca lo tuyo y lo suyo. No merecen la pena ni Ă©l ni el otro. Hay que aprovechar del momento mágico que dura un instante y saber que lo puedes repetir pocas veces. Ya está. Los hombres no merecen la pena. Otra mala jugada de la naturaleza. Pero estas cosas ya la sabĂ©is por experiencia y es inĂştil que lo repita. Los hechos de ese dĂa! A menudo lo que ves no es como aparece. Con el capitán estábamos allĂ para acabar con la relaciĂłn, el muy cerdo ya tenĂa otra. QuerĂa que pagara su traiciĂłn, lo querĂa con todo mi corazĂłn, pero cuando vi a Montero no tuve el valor de continuar con mi venganza y huĂ corriendo y corriendo sin volverme atrás. Hasta ahora el recuerdo de estos dos que se creĂan chulos 15
y que todas las mujeres tenĂan que caer a sus pies, me hace partir de risa y la imagen más clara que se me presenta en mi cabeza es su figura, de los dos, en calzoncillos con parte de la tripa que desborda junto con ese paquete inĂştil que tienen delante. El coronel se puso a reĂr tristemente y dijo: “Creo que Raquel tenga mucha razĂłn pero no es suficiente para solucionar el embrollo y creo que, cada uno de nosotros tengamos nuestras culpas. Ya veremos los prĂłximos dĂas.” Esta vez se fue definitivamente sin preocuparse de la lluvia que habĂa aumentado de intensidad y que iba salpicando la cara de los cuatro llevada por las ráfagas del viento.
Cuatro Bis – Testimonio del capitán Raquel, la más viva de los cuatro, comentĂł poco despuĂ©s de la ida del coronel: “Todos hemos escuchado la historia de cada uno, pero no sabemos lo que habrĂa dicho el capitán Cerezo! Bueno tampoco sabemos la opiniĂłn de Montero, pero creo que un dĂa de estos se dejará coger, no es un hombre que tenga valor.” La miraron de una manera que faltaba que añadiesen: “Estás loca, que vas diciendo? El capitán ha muerto, como se podrĂa llamarlo para que diese su testimonio? Pero nadie abriĂł la boca para decir algo. Entonces continuĂł Raquel: “Si estuviĂ©ramos en una pelĂcula o a teatro, ya habrĂa aparecido algĂşn truco para que hablara el capitán o se conocerĂa su historia. HabrĂa aparecido un espĂritu o una neblina
parlante, se habrĂa formado una luz o habrĂa bajado del techo algĂşn testimonio con la
apariencia del capitán. Por qué esto no puede ocurrir en un libro, en una novela? Aquà también pertenecemos al mundo de las mentiras, quien decide cual es la verdad? No me contestáis nada porqué nadie os ayuda a hablar. Pero si lo pensáis bien tenemos un testigo privilegiado que puede contarnos todo lo que quiere y de quien quiere. Silencio total de vuestra parte! Os lo digo yo: es el 16
narrador, Ă©l sabe todo. Es Ă©l que inventa las mentiras y las verdades, si es que existen. Ha tambiĂ©n inventado a nosotros, no estarĂamos aquĂ sin Ă©l, por lo tanto, si quiere, puede decirnos la versiĂłn del capitán.” Cada uno se quedĂł en su sitio sin decir una palabra y parecĂa que estuviesen envueltos en un sopor que no les permitĂa casi de moverse. Los colores de la tarde cambiaron del todo, el gris oscuro se transformĂł en un indefinido gris amarillo y la atmĂłsfera quebrada por relámpagos y truenos. El capitán Cerezo era un buen chico, sĂ le gustaban mucho las mujeres, creo que nunca lo haya visto pasear en la calle sin que tuviese una chica a su lado. Pero volviendo al acontecimiento que nos interesa, hay que decir que el capitán llegĂł en el bosque mucho antes que los demás, pero es mejor que lo diga Ă©l. “Tuve que ir mucho antes porque con las maniobras en acto y al mando del teniente coronel Alonso, tenĂa miedo que me descubrieran. Aunque, no estoy del todo seguro, pero, en esa zona, alguien estaba al acecho ya cuando lleguĂ© yo. Luego tuve la clara sensaciĂłn que alguien se fue en el momento en que llegĂł Raquel. Mi deseo me decĂa de ir persiguiĂ©ndolo y por un rato lo hice. Raquel me llamaba, casi me imploraba de volver a ella y perdĂ la estela del mirĂłn. Ya antes me habĂa quitado el uniforme de camuflaje para no tener tanto calor y mientras volvĂa a donde estaba Raquel encontrĂ© a Montero que estaba intentando de acosar a Raquel. Me lancĂ© encima de Ă©l, pero sin uniforme no tenĂa la bayoneta, tuve que luchar contra Ă©l solo con mis manos, al contrario Montero tenĂa una grande navaja. LuchĂ© hasta a agotarme y, en un momento de cansancio, Montero, por casualidad, acertĂł un gran golpe que me hiriĂł a la garganta. Yo no parĂ©, no sentĂa dolor, pensaba solo en defender a mi amor. Montero cayĂł varias veces por el susto y lo habrĂa vencido, pero se puso en medio la naturaleza, empezaron a aflojarme las rodillas y no veĂa casi nada, pude decir, adiĂłs mi querida, antes de desmayarme definitivamente.” Hubo un trueno más fuerte que los demás que hizo temblar todos los cristales de las ventanas seguido por un relámpago que dejĂł en el aire una instantánea de los cuatros militares como si se 17
tratara de un poderoso flash. Decidieron de marcharse, pero todos se quedaron, por varias horas, con la fotografĂa, sacada por el relámpago, grabada en la retina.
Parte segunda Cinco – Las vacaciones Una pequeña serpiente iba desplazándose lenta y ondulante, sobre las baldosas desiguales de la acera, a pocos centĂmetros de la tierra a lado de las casas donde alguien habĂa aprovechado para plantar rosales preciosos que trepaban en las paredes. El movimiento sinuoso evidenciaba sus escamas de color marrĂłn claro a los lados, que se transformaban en marrĂłn oscuro, casi negro, en el dorso. Por sus recuerdos infantiles, Ă©l hubiera sabido que hacer. Un golpe seco en la columna, partiĂ©ndosela, con un pequeño bastĂłn que ya habĂa podido recuperar o, como segunda opciĂłn, cogerla con el mismo bastĂłn y llevarla
a algĂşn sitio donde no serĂa un peligro. Su primer
pensamiento fue de matarla, era como un instinto que tenĂa dentro desde pequeño que le traĂa malos presentimientos. Las serpientes hay que matarlas, sus apariciones repentinas dan miedo, ese siseo que hacen cuando están enfadadas o tienen miedo, asusta. Son animales que hacen parte de nuestros temores ancestrales, recordĂł a si mismo como si fuera un refrán escuchado cuando era pequeño. Acercándose a esa maravilla de la naturaleza perteneciente a los animales de los más inquietantes, se dio cuenta que era una vĂbora, no del todo desarrollada, pero su cabeza triangular, la pupila vertical y la inequĂvoca evidencia de la cola, confirmaban que era una serpiente venenosa. No le importaba mucho si fuera peligrosa o no, le habrĂa gustado cogerla con las manos para poder notar el estremecimiento de los fuertes mĂşsculos de ese pequeño ser. De repente pensĂł, porque matarla? Ni se habĂa percatado de su presencia, ella continuaba su camino. Para Ă©l ningĂşn peligro, pero decidiĂł cogerla con el trozo de madera que habĂa encontrado, para llevarla adonde? En el glacis, podĂa ser peligroso, con toda la gente que pasaba por allĂ, entonces, despuĂ©s de varias
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protestas de la serpiente que no se decidĂa a dejarse coger, la depositĂł en un campo cultivado. “Vete pequeña, habrá ratones o saltamontes en abundancia”. PensĂł con una sonrisa de complacencia para si mismo. Eran las nueve de la mañana, el aire fresco traĂa olores de perfumes suaves que, mezclados con el frescor, daban una sensaciĂłn de bienestar a cuerpo y alma. DecidiĂł seguir su caminata con la esperanza de volver a casa y encontrar a todo el mundo con los planes para la jornada ya preparados. Cerca del mirador de las Canteras donde se abre la mirada hacia el valle y se perfilan las montañas al sur, sudoeste, notĂł, en alto en el cielo, el vuelo planeado y circular de algunas aves rapaces. Nunca lo supo a ciencia cierta, pero le gustaba pensar que se tratara de quebrantahuesos. TenĂa una particular simpatĂa para esa ave, por el nombre y por su rara manera de alimentarse. A Martinez le gustaba mirarse alrededor siempre que estaba en montaña. Le gustaba poder encontrar algo nuevo, no hacĂa falta compartir lo que podrĂa descubrir, lo importante era maravillarse, emocionarse. Pero pensándolo bien, se trataba de una actitud natural en Ă©l, solo que estando de vacaciones se sentĂa más relajado y le parecĂa una novedad en su manera de ser. Cada vez que seguĂa avanzando en su paseo, desaparecĂan los pensamientos sobre si mismo para concentrarse en lo que habĂa a su lado e inevitablemente se asomaban en su cabeza los recuerdos de su mujer. Aunque hubieran pasado más de dos años de su fallecimiento, el recuerdo era vivo, presente y cada lugar tenĂa en si su presencia. A veces suavizaba sus angustias pensando a una persona que no podĂa ni nombrar, ni imaginar en su futuro. Por lo tanto era preciso volver a la realidad y enfrentarse con ella sin demasiadas ilusiones y sin mentiras aunque fueran hacia si mismo.
Seis – Vacaciones en familia Martinez habĂa aceptado de ir de vacaciones con toda la familia, hijos, cuñados y sobrinas, para dar satisfacciĂłn a los chicos. Libre del trabajo, se sentĂa como aliviado de un peso, tambiĂ©n más ligero 19
en la mente pensando que tenĂa por delante una decena de dĂas de relajamiento. Pero, poco despuĂ©s, se infiltrĂł en Ă©l una leve sensaciĂłn como de pánico que se apoderĂł de su cabeza: “en una pequeña ciudad como Jaca no habĂa muchas cosas que hacer, cĂłmo pasarĂ© todos estos dĂas?” se dijo. Por la tarde, despuĂ©s de una cena en compañĂa y hablando de los planes para los dĂas siguientes, habĂa cambiado, otra vez, completamente de idea. DespuĂ©s de un paseo nocturno por el parque del centro y una parada en el bar de la plaza principal, la idea se le habĂa borrado del todo, no habĂa existido nunca. Los dĂas siguientes transcurrieron en la manera más tranquila que pudiera esperar. VisitĂł todo lo que se podĂa visitar en unas vacaciones tan cortas. De todas formas, no pensaba que sus recuerdos fueran tan persistentes evidenciando una carga de angustia y tristeza, solo en parte aliviados por la ternura. Mientras todo el grupo subĂa en alegrĂa a la peña Oroel, hizo voto a la Virgen de no hablar más de su mujer. SabĂa perfectamente que estarĂa siempre con Ă©l. En cada paso que recorriera en los sitios donde habĂan estado juntos, el voto no le quitarĂa la nostalgia del recuerdo, pero, por lo menos no aburrirĂa a los que estuviesen a su lado.. La peña es una excursiĂłn fácil, para mayores y pequeños, una caminata sin dificultad que permite, una vez llegados a la cima, de poder gozar del gran espectáculo del valle donde parece descanse Jaca, hasta divisar las cumbres mas altas de los Pirineos. Si se tiene la suerte de un dĂa despejado, dando media vuelta hacia el sur, se puede reconocer la zona donde está el Monasterio de San Juan de la Peña. DespuĂ©s de la frescura en la punta por ese alegre aire que la roza suavemente y a veces con fuerza hasta doblando la hierba reseca como si fuera la melena rubia de un enorme caballo listo para dar el salto. Los dĂas que siguieron fueron dedicados a los niños, libres de cansarse cuanto quisiesen en la pista de hielo. Martinez quiso dedicar un poco de tiempo a si mismo y cada uno hizo lo que le apetecĂa sin
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depender de planes o de ideas extravagantes. Él casi se escondiĂł en el frondoso parque del centro con la idea de disfrutar del ambiente sin hacer nada y con en mano un libro: “El Juicio” de Kafka. DespuĂ©s de una hora pasando las hojas con atenciĂłn, se dio cuenta que a lo mejor no era el libro adecuado para poder descansar. DejĂł por fin las angustias del señor K. Para ir a pasear por el centro y distraerse mirando la gente y los escaparates. Pero a punto de cruzar la carretera principal, cambiĂł de idea, quiso seguir adelante con la intenciĂłn de llegar hasta el Cuartel Militar, atraĂdo por antiguos recuerdos. No siendo un militar ni pidiĂł si pudiera entrar por ser yerno del coronel C., pero lo que vio desde fuera le fue suficiente para renovar los recuerdos de las tantas veces que habĂa entrado a comer, en el comedor de los Oficiales. Pudo darse cuenta que habĂan arreglado la fachada y renovado el color. La construcciĂłn era bonita, adecuada con el sitio veraniego de Jaca. De los tantos, quiso renovar la memoria de un recuerdo divertido cuando lo grabĂł en la cabeza y ahora le daba alegrĂa pensando en el. “Estábamos comiendo y, como siempre, con su innata cautela e ironĂa mi suegro nos indicĂł que en una mesa casi a lado de la salida de la sala, se habĂa sentado un general. Para nosotros una simple curiosidad mientras que para mi suegro, a lo mejor, era algo más, porque estuvieron compañeros de curso para el alto grado. Tanta premisa para decir que, aunque estuviĂ©semos en un cuartel, la presencia de un general tenĂa siempre su efecto, porquĂ©, cada militar que salĂa por haber terminado de comer, se veĂa obligado a saludarlo y Ă©l, naturalmente, a contestar el saludo. El general lo hacĂa con un gesto de la mano con aire de bonachĂłn y una sonrisa que no era una verdadera sonrisa, abrĂa la boca a medias y se quedaba allĂ como en suspenso, subrayando el gesto con dos o tres movimientos de la cabeza. Lo divertido, simplemente para mi, que hasta ahora no he compartido con nadie la anĂ©cdota, era que a intervalos regulares los militares dejaban la sala
saludando al
general y Ă©l contestaba, encontrando bastante difĂcil su deseo de comer, si a cada uno lo saludaba de 21
esa forma. La cosa me hizo reĂr tambiĂ©n pensando que: o el señor general lo habĂan puesto allĂ porque no habĂa sitio, a mi no me parecĂa, o Ă©l habĂa elegido de sentarse allĂ para que todo el mundo lo viera y lo saludara. Yo creo en la segunda hipĂłtesis, pero resultĂł que el general usĂł una táctica equivocada, fallĂł el objetivo de comer en paz. “
Siete – El cuartel y la ciudad Se quedĂł bastante rato delante de la entrada del cuartel. Respecto a sus antiguos recuerdos le parecĂa que no hubiera cambiado nada, solo habĂan renovado las fachadas de los edificios, por lo que le permitĂa ver de su posiciĂłn. DecidiĂł seguir un poco adelante porquĂ© vio un agrupamiento de militares que le parecĂa en agitaciĂłn, a lado de una ambulancia. No se equivocĂł porquĂ© entreviĂł que subĂan una camilla que llevaba seguramente una persona y en seguida la UCI se puso en movimiento con la sirena a tope, el tráfico se parĂł en la carretera y el militar a guardia de la entrada le dio paso con rapidez. Martinez hizo los pensamientos de siempre, en esos casos, “esperemos que no sea nada para la persona que llevaban”, aunque nunca pudo librarse del escalofrĂo que le producĂa la sirena. DecidiĂł dar un largo paseo para olvidar la tristeza que le habĂa entrado en la cabeza a causa de la ambulancia. Se fue hasta el nuevo centro deportivo, pero como la estructura de los edificios no le decĂa nada y no lo invitaba a quedarse más: o eres un deportista o que vienes a hacer por aquĂ? Entonces empezĂł a trepar la carretera que lo hubiera llevado al centro de la ciudad. Llegado al lado de la entrada del parque central, estaba, otra vez, indeciso si meterse en el centro de la ciudad o continuar y dar un paseo en el verde prado de la ciudadela. Se conformĂł con la segunda opciĂłn. Mientras se encaminaba hacia el monumento identificativo de Jaca se puso a pensar, sin un orden lĂłgico o cientĂfico, sobre esa ciudad y los que vivĂan allĂ. Los dĂas que pudo pasear en las calles del centro, para comprar pan o otras cosas, le parecĂa de estar en una calle de Zaragoza. Se veĂan personas vestidas con ropa de veraneo, se notaban olores tĂpicos de las cremas de protecciĂłn solar, se veĂan muchas personas con gorro, las mujeres, por lo menos en 22
el mediodĂa, vestĂan ligero y coloreado, siempre, o casi, con algĂşn artilugio en el atuendo que permitiese enseñar un poco de piernas. O sea, era del todo evidente que la mayorĂa de la gente eran veraneantes. Entonces donde estarĂan los jaqueses? Seguramente trabajando o a su vez de vacaciones a disfrutar de los beneficios del crecimiento de la ciudad. O eran tan rápidos al salir de casa y volver enseguida en su guarida para que no se contaminasen con los bárbaros de la ciudad? Ideas y consideraciones desordenadas tal vez sin sentido. Puso los pies en el glacis a lado de la entrada principal de la ciudadela. El verde oscuro y brillante de la hierba hacĂa contraste con el color marrĂłn y gris de la fortaleza. Le llegaban ecos lejanos de soledades en las guardias interminables de los militares que, durante siglos, en largos caminos entre un baluarte y el otro esperando a un enemigo que nunca se atreviĂł a atacar. Ordenes gritados por sargentos o oficiales
orgullosos de estar en un punto estratégico muy importante en los
enfrentamientos con Francia. Ahora monumento muerto a un tiempo y a hombres que nadie recuerda, simplemente un rastro para turistas distraĂdos. Posiblemente tambiĂ©n a los jaqueses interesan más las urbanizaciones que los recuerdos del pasado. Para demostrarlo serĂa suficiente trasformarse en una de esas aves rapaces que voltean a menudo en cielo y dar tan solo dos vueltas por encima de la ciudad para darse cuenta de que Jaca ha desaparecido, se ha ido a otro lugar. Ahora existe un conjunto de casas con colores y de formas extravagantes, grupos poligonales o grupos zigzagueantes, o sea nada que ver con las ideas y las tradiciones de la jacetania. Continuaba su camino entorno a la ciudadela y consideraba que para que no se reflexionara sobre el monumento, pusieron
enjaulados en el foso, una decena de ciervos. Todo para el gozo de los
turistas. Con esas imágenes en la cabeza prefiriĂł tomar la vĂa hacia casa. Casi por una especie de premoniciĂłn quiso comprar un periĂłdico, cosa que no habĂa hecho hasta ahora. En la portada, bien evidenciado se leĂa: Capitán del Galicia muere en circunstancias poco claras. Luego otro articulo de refuerzo: Es caza al hombre. El vagabundo Montero parece sea la clave del enigma. Iba caminando y leyendo el relato del crimen intrigado por la presencia de un 23
vagabundo, que llamaban bandido, “mezclado” con un grupo de militares de cuartel de Jaca.
Ocho – El general jubilado Estaba para llegar a la entrada del edificio donde tenĂa el apartamento cuando vino a su encuentro un señor mayor que, por lo visto, lo conocĂa porquĂ© lo llamĂł por nombre. Los dos decidieron de ir hacia el bar central para poder charlar tranquilos. Durante el recorrido, Martinez supo que el señor que lo necesitaba era el general Cerezo, jubilado, y que le pedĂa su ayuda profesional por la muerte de su hijo, el capitán del Regimiento de Jaca.. “AquĂ no tengo autoridad para meterme en las investigaciones y además tendrĂa que pedir permiso a mi jefe, estoy de vacaciones y las termino dentro de unos dĂas.” “Por eso no encontrará grandes dificultades, me he permitido de sondear la situaciĂłn con su jefe, sin decidir nada por supuesto, tambiĂ©n con el jefe del cuartel y de la policĂa local que estarĂan encantados de su colaboraciĂłn. Usted está en plena libertad de aceptar o no. Pero a mi me harĂa un grande favor. EntĂ©rese bien del asunto y luego, mañana, me dirá sus decisiones.” Martinez no quiso contestar nada, pero sabĂa, por experiencia, que en un grupo o un equipo de trabajo que se encuentra a colaborar con una persona ajena, habrĂa algo de sospecha hasta que no entraran en confianza. Seguramente esto lo sabĂa perfectamente el general que quiso disimular una mentira para facilitar la decisiĂłn del comisario. El general le contĂł solo unos detalles del asunto porquĂ© preferĂa que fuera Ă©l a penetrar en la situaciĂłn sin ser condicionado por un padre que querĂa solo que la memoria del hijo no estuviera ensuciada por ese extraño acontecimiento. Estaba convencido que su hijo no era del mismo nivel bajo de los otros militares testigos del asesinato. SubrayĂł la palabra testigo como se tratase de algo asqueroso. A Martinez no le hizo gracia que lo hubieran buscado a casa y estando de vacaciones. Dijo claramente al general que no era su costumbre aceptar cargos fuera de su actividad
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institucional. Pero como habĂa ya hablado con su jefe, el asunto podrĂa ser distinto. No le dijo al general enseguida que se ocuparĂa del homicidio, le dijo que estaba de acuerdo en contactarlo al dĂa siguiente. Pero, en serio a Martinez le intrigaba la situaciĂłn, tener que investigar sobre un asesinato en un sitio que conocĂa poco, sobre todo donde no tenĂa ninguna relaciĂłn con las personas de ese lugar y, por lo que habĂa podido leer, parecĂa envuelto con algo de misterio entre un grupo de soldados. Tampoco descartaba el interĂ©s de tener que meterse en medio de militares que, por tradiciĂłn, se portaban como un circulo cerrado, como una asociaciĂłn secreta, con sus ordenes que no podĂan ser contradichos, con sus sobres cerrados y sellados. Poco despuĂ©s se dio cuenta de estar todavĂa en compañĂa del general e intentĂł de recuperar una actitud profesional. “Comisario, creo que la policĂa hará todo lo necesario, pero lo que pido a usted es que vigile para que no se dejen arrastrar por las relaciones de largas amistades o intereses que puedan haber nacido en una pequeña ciudad. No sĂ© si me explico bien! “Perfectamente, entiendo lo que me quiere decir, general” “Le dejo este sobre con mis datos, donde puede encontrarme y algunas noticias de mi persona y de mi familia, por si quiera averiguar algo.” Se saludaron con cordialidad. Martinez se quedĂł y abriĂł el sobre. General Cerezo originario de Vigo con mandos en muchos lugares de España y varias misiones al exterior, estuvo en Jaca cuando era un joven capitán. Se casĂł aquĂ con una joven del lugar, de la que tuvo cuatro hijos, el capitán asesinado era el solo macho. Cuando se jubilĂł decidiĂł de venir a vivir aquĂ. Las noticias que le daba el general no eran de gran ayuda. Entonces decidiĂł de coger todos los periĂłdicos del dĂa que podĂa encontrar y de buscar si habĂa algo en Internet. DecidiĂł tambiĂ©n que al dĂa siguiente habrĂa ido a hacer visita al comandante del cuartel y a la policĂa local.
Nueve – Al cuartel y a la policĂa
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Fue fácil llegar a la comisarĂa en la avenida Zaragoza, justo delante de la ciudadela. ElecciĂłn muy oportuna del lugar, pensĂł Martinez, pero muy decepcionado cuando llegĂł al portal del edificio. Una construcciĂłn que no delataba lo que habĂa adentro si no fuera por un coche patrulla aparcado y la bandera de España en el asta. Fue atendido por el vice comandante porquĂ© el jefe acababa de irse de vacaciones. Una conversaciĂłn muy amable donde el oficial confirmĂł la total disponibilidad a la colaboraciĂłn del departamento y le darĂa como referencia al inspector M. que ha seguido directamente el caso. Desde allĂ se fue hacia el cuartel militar con la esperanza de encontrar el comandante. HacĂa un dĂa esplendido que evidenciaba los colores y las sombras de todos los seres animados e inanimados. Era imposible ir en direcciĂłn del sol sin bajar la cabeza por los reflejos de los rayos. Esta vez pudo entrar en el cuartel sin problemas porquĂ© habĂa pre advertido al comandante. Vino a su encuentro un cabo mayor que se presentĂł saludándole militarmente, para acompañarlo al despacho del coronel. Pasaron a lado del patio de armas, un rectángulo, con a lado construcciones pintadas de blanco, con puertas y ventanas que se asomaban a la plaza de color verde. Enseguida entrĂł en el despacho del coronel. “He podido hacerme una idea relativa a todo lo que ha acontecido alrededor de la muerte del capitán Cerezo, pero me gustarĂa escuchar de usted lo que piensa de lo sucedido y si ha creado angustia entre sus hombres y los vecinos”. “Comisario, usted está tocando el meollo de la cuestiĂłn. Su pregunta, por lo menos en una parte, es embarazosa. Me pide lo que pienso yo? Lo que pienso yo creo sea poco importante, aunque se lo dirĂ©, lo que cuenta, para mi, es lo que está pasando en este cuartel donde parece que algunos hombres hayan perdido la orientaciĂłn, que estĂ©n tanto llenos de odio o de rabia de no poder ver los acontecimientos como tal son” Martinez intentĂł de interrumpir al coronel que, cortĂ©smente y con autoridad, le hizo entender de
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dejarlo continuar: “Hace bastante que tengo angustia, dĂ©jeme continuar. Son todos buenos militares, con experiencia, excepto una, me parece, y por lo visto al confrontarse sobre un hecho que parece evidente, han empezado a contradecirse y no hay manera ni que puedan pactar una declaraciĂłn comĂşn.” “PorquĂ© lo afecta tanto esta actitud? Cada uno tiene una responsabilidad personal y responderá de sus actos antes los jueces o antes Dios.” “Ha empezado a enfrentarse con el asunto en una manera racional y profesional. Al fin y al cabo es posible que sea la Ăşnica manera de solucionar el embrollo, pero hay algo más que me impide de analizar frĂamente lo sucedido. Estos jĂłvenes representan todos los militares de España y gran parte de la comunidad de Jaca. Se acuerda del Juramento a la bandera?” Martinez, viendo al coronel tan “inspirado” no quiso interrumpirlo. “Hay un momento que el jefe de la unidad dice: «¡Soldados! ÂżJuráis por Dios o prometĂ©is por vuestra conciencia y honor, cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la ConstituciĂłn como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?» Los soldados contestan: «¡SĂ, lo hacemos!». Y luego:«Si cumplĂs vuestro juramento o promesa, la Patria os lo agradecerá y premiará, y si no, merecerĂ©is su desprecio y su castigo, como indignos hijos de ella», y añadirá: «Soldados, ¡Viva España!» y «¡Viva el Rey!» Este juramento no es un cuento de hadas o una historieta, está de acuerdo comisario?” “SĂ, ha sido muy claro y en este momento no sĂ© que contestarle. No quiero evitar sus consideraciones pero ahora hay que obrar frĂamente y tambiĂ©n teniendo en cuenta que, si sirvo de
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algo, acabo de empezar a conocer el asunto por lo tanto necesito noticias y ayudas concretas. ” El coronel le hizo seña que continuara. “Quiero ver el lugar del asesinato y entrar en contacto, uno a la vez, con los testigos, aunque todavĂa no sĂ© si hará falta para todos, pero la cosa más urgente serĂa hacer un esfuerzo para encarcelar a Montero. Los periĂłdicos, si son fiables, dicen que está viviendo en una zona fronteriza con Francia. ??????¿¿¿¿¿¿ (col du Pourtalet) Fabreges “Claro” dijo el coronel y como si estuviera hablando por si mismo dijo: “Es una situaciĂłn en la que parece que a mis soldados no les importe mucho que una persona haya muerto ni tampoco saber que exista un responsable, quieren actuar como si estuvieran en un teatro donde la verdad o la mentira es solo un pensamiento” “Perdone coronel pero mi idea es más fĂştil, dirĂa casi carnal; es posible que sus soldados estĂ©n encubriendo algo o alguien.” En ese momento tocaron a la puerta y, sin esperar, entrĂł un teniente coronel que se disculpĂł en cuanto no sabĂa de la presencia de Martinez y en al acto de marcharse, el coronel lo hizo entrar y lo presentĂł al comisario como el vice comandante del cuartel. SaludĂł en manera muy formal al comisario y se fue. “Es un buen oficial, tal vez demasiado reservado.” fue el Ăşnico comentario del coronel. ??????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????
Diez - Quien es Montero? Un pobre tipo que los Ăşltimos años ha vivido al margen de la pobreza, alguien y no pocos afirman que lo hace por elecciĂłn, otros por quĂ© siempre ha huido de la policĂa, otros mas porque huye de
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una mujer y de sus hijos. Parece que venga de Francia, de la ciudad de Toulon o de Aix-enProvence. No se sabe bien. Dicen que hace unos veinte años se instalĂł en Benasque y luego se fue a vivir en Sabiñanigo, zona más cĂ©ntrica por su trabajo y menos cara. Sin molestar a nadie en aquellos tiempos estaba metido en un trabajo extraño o mejor dicho antiguo que hacĂa con una perfecciĂłn que, pronto, fue requerido por todas partes. Se encargaba de arreglar mantas, colchones y todo lo que era tejido de lana o similar. Le iba bastante bien, daba la vuelta a todos los pueblos de los Pirineos. Nadie sabĂa con certidumbre su nombre, probablemente se llamaba Abdul Mantara., alguien dice que es un nombre de origen Libanes otros de origen italiana, pero su tez oscura, el pelo rizado y los brazos y piernas largos traicionaban su origen árabe. Todos lo querĂan por su manera amable de portarse y porque sus obras eran buenas y ninguno de los montañeses las despreciaba. Lo recuerdan como un tipo callado no acostumbrado a los bares y a las juergas. Los miedosos o los envidiosos que hay por todas partes, chismeaban sobre Ă©l cuando lo veĂan descansar dando largos paseos. Las malas lenguas se atrevĂan a decir que podĂa ser peligroso para las muchachas y las mujeres, pero nunca hubo una queja, que fuera verdadera, sobre Mantara. Pronto, los más inteligentes, que hay tambiĂ©n de esos, como señal de simpatĂa, le cambiaron el nombre y, poco a poco, Mantara fue acogido tambiĂ©n por el apellido, trasformado en Montero. A Ă©l le hizo gracia y nunca corrigiĂł a nadie que lo llamara asĂ, entendĂa perfectamente que era una manera de acogerlo en ese mundo, bastante cerrado, de los montañeses de los Pirineos. PasĂł años buenos y una temporada en que tenia amigos. Acostumbraba reunirse los fines de semana en un bar del centro donde se jugaba a naipes y a domino. Todo iba muy bien, pero, se sabe como son las cosas, a veces uno toma un vaso de vino, otro un segundo y un tercero, alguien que desafĂa al primero, tambiĂ©n llegan algunas chicas y acaban todos medio bebidos. Los más atrevidos ponen en medio a las chicas, la atmĂłsfera cambia, las chicas participan con gusto. Uno toca, el otro abraza, se baila un poco, el erotismo con el humo del alcohol flota en el aire y todos lo respiran sin darse cuenta. Al final se trasladan fuera del local y poco a poco se va esfumando el efecto del vino, algunos se
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marchan, las chicas tambiĂ©n lo intentan, pero una es casi desnuda con a lado Montero. Los gamberros empiezan a tomarle el pelo con frases picantes y a veces injuriosas, Montero en vez de quedarse y ponerse a reĂr haciendo camaraderĂa con los demás, se mete a correr como si fuera culpable de algo, Los gritos y las risas suben de intensidad y Ă©l corre hasta que no oye nadie más. No volverá jamas a ese pueblo, piensa entre si. Fue un error de orgullo o de timidez? Quien puede saberlo. En el pueblo no se hablĂł nunca de ese episodio, nadie echĂł la culpa a Montero y, por lo visto no pasĂł nada, nadie fue perjudicado, solo en su cabeza hubo daño que lo llevĂł a vivir apartado de todo y de todos por mas de un año. Durante este tiempo hizo de todo, se escondiĂł en los bosques y, a menudo, comĂa lo que le ofrecĂa la selva, hasta pescaba peces y ranas. Pero el hambre hizo que se acercara cada vez más a los pueblos donde la gente, un tiempo lo acogĂa con la sonrisa. Algunos lo reconocĂan y le daban algo de comer, sobre todo las mujeres solas que, de vez en cuando, cedĂan al deseo de un hombre forajido, de un bandido. HabĂa algo que lo iba convirtiendo en un hombre deseado por las solteronas o las amargadas de una vida solitaria y sin novedades. Cuando volviĂł al pueblo ya no existĂa Montero, se habĂa transformado en otra persona. Llevaba un abrigo negro como el carbĂłn, fuera invierno o verano, pelo largo y barba mal afeitada, a menudo zapatos rotos, una expresiĂłn de la cara como si estuviera siempre rabioso. Mientras tanto habĂa perdido el trabajo y la casa donde vivĂa, tuvo que refugiarse en una construcciĂłn en ruina y siguiĂł tirando adelante de lo que le regalaban y de los pocos trabajos que lograba. Se habĂa convertido en un vagabundo. Con la paradoja de que seguĂa siendo muy conocido y muchos, que un tiempo, eran amigos suyos, no se atrevĂan a hablar con Ă©l, se dirĂa que le tenĂan miedo y su fama de vagabundo huraño e intratable crecĂa. Algunos, a veces, lo oĂan repetir: “Un dĂa, todos sabrán quien es Montero”.
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Once – “La captura” Al dĂa siguiente Martinez volviĂł a la policĂa para tratar de coordinar los esfuerzos e intentar de perseguir a Montero. Como no se fiaba mucho de la policĂa local quiso que Suelves se pusiera en contacto con la gendarmerie de Fabreges, en Francia, para que organizaran la persecuciĂłn de Montero. Los franceses dieron toda clase de informaciĂłn a Suelves y, por lo visto, no era un hombre que vivĂa escondido. Cuando se lo contĂł al comisario, Martinez no se quedĂł muy perplejo, se puso sombrĂo pensando a toda la historia, no llegaba a considerar todo una broma, porque estaban implicadas personas mayores y de un ambiente donde no se admitĂan las bromas. Aunque no se tratase de eso, se sentĂa acorralado por un grupo de jĂłvenes que tenĂan sus claras intenciones para portarse de esa forma pero Ă©l no tenia ninguna idea esclarecedora. HabĂa leĂdo con atenciĂłn los relatos de cada militar sin tomar parte por ninguno. Para Ă©l la conclusiĂłn era evidente, los cuatro defendĂan algo con el riesgo, fuerte, de perder mucho de su carrera militar. Pero, quien estaban o quĂ© estaban defendiendo? Cual serĂa la fuerza que los empujaba a mentir, cual podĂa ser un interĂ©s tan fuerte? Martinez no llegaba a darse cuenta. Mientras razonaba entre sĂ de estas cosas, para distraerse, quiso ir a saludar a sus hijos y parientes que se preparaban para volver a Zaragoza. Él se quedarĂa el tiempo necesario para intentar de desembrollar el asunto. DespuĂ©s de un corto paseo al centro del parque gozando del aire y de la sombra, llegĂł al despacho que le habĂa puesto a disposiciĂłn la policĂa y mientras se sentaba con la intenciĂłn de llamar a Suelves, sonĂł el telĂ©fono. Era Ă©l mismo. “He llamado varias veces y usted no estaba” “Ya, habĂa ido a por unos recados. Hay novedades?” “SĂ, tenemos a Montero.” hizo una pausa de suspensiĂłn esperando las felicitaciones del comisario, pero ninguna palabra, entonces continuĂł:
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“Está todavĂa en Francia pero parece que no haya ningĂşn problema para que venga a España” “Como lo cogieron?” “Fue una tonterĂa comisario que casi no merece la pena” “No te preocupes, a este punto, estoy dispuesto a escuchar tambiĂ©n las tonterĂas” “Primero hay que añadir que Ă©l vivĂa tranquilo en Laruns, no tenĂa ni la menor idea que lo buscasen en España. AquĂ viene lo divertido de como le pidieron los documentos” Martinez estaba esperando que se decidiese a venir al grano, ya no tenĂa ganas de discutir con su inspector. “Bueno resulta que Montero, en compañĂa de un amigo estaba en un bar tomando algo. Hay que decir que estaban en un local con bastante movimiento de gente porque es el ultimo bar de ese pueblo, en Francia, antes de empezar el col du Pourtalet. De repente a Montero le entrĂł ganas de ir a la toilette, allĂ se llama asĂ. EntrĂł pero no salĂa, los minutos pasaban y se formĂł una pequeña fila para entrar, este no salĂa y mientras tanto entraron dos guardas forestales a tomar un refresco. Montero no salĂa, probablemente se quedĂł encerrado por quince minutos. Por fin saliĂł y su amigo le dijo: “C'etait dur eh Montero!” Y todo el mundo se puso a reĂr sin rechistar por el retraso.” Viendo que Martinez no se reĂa ni decĂa palabra, continuĂł: “Fue entonces que los dos gendarmes franceses le pidieron los documentos, “Les documents s'il vous plait!” Y amablemente y sin protestas de parte de Montero, se lo llevaron a la gendarmerie.” Por toda respuesta Martinez le dijo: “Muchas gracias” y colgĂł el telĂ©fono. Suelves se quedĂł casi ofendido porquĂ© el jefe no le dijo nada mas, ningĂşn cumplido por la rapidez con que lo habĂa encontrado y sobre todo por que no le dijo nada de su francĂ©s. Martinez un poco lo hizo adrede de no halagar a su inspector al fin de que no creciera demasiado su amor propio y porque no querĂa parecer el profesor con las notas, aunque la verdad era que se le
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habĂa ocurrido de pensar sobre el porque habrĂa aceptado ese encargo y se habĂa puesto negro. TenĂa miedo que se cerrara en un fracaso con perjuicio por su carrera. No quiso seguir desanimándose, volviĂł a llamar a Suelves para que viniera a Jaca a recogerlo para ir juntos a Laruns y decidir si era el caso simplemente de interrogarlo o invitarlo a venir en España.
Doce – ExcursiĂłn a Laruns Puntual como un reloj suizo, Suelves se hizo encontrar a lado de la cafeterĂa central de Jaca, el coche lo habĂa aparcado a lado del parque. Desayunaron con gusto y en silencio disfrutando del aire fresco y de croisants muy ricos. En una pausa de la alimentaciĂłn Martinez le dijo: “Te lo agradezco que hayas venido, porque prefiero tu compañĂa a la del vice comandante de la policĂa local y además, con tu francĂ©s, puedes ser Ăştil si no entendemos algo”. Suelves, sin exagerar, para no dar demasiada satisfacciĂłn a su jefe, cambiĂł de cara, parecĂa hasta más joven. EmpezĂł a soltarsele la lengua, tanto que a su vez agradeciĂł al comisario de haberlo llamado, porque nunca habĂa estado en los Pirineos. Se pusieron en marcha y todo era una novedad para Suelves. A Martinez le daba gusto porque el viaje se puso muy agradable. Comentaban, los dos, los lugares que atravesaban. Biescas hubo una atenciĂłn mayor por la tragedia de antaño donde murieron muchas personas en un camping, por una inundaciĂłn. Bajo el sol de un verano que se estaba acercando al final, los valles parecĂan espolvoreados de estrellitas de oro casi invisibles que centelleaban por todas partes dando vida nueva a los árboles y a la hierba de todos los valles. HabĂa tambiĂ©n, entre ellos, largos ratos de silencio para contemplar lo que veĂan, el embalse de BĂşbal, todas las poblaciones que parecĂa que trepasen el valle de un lado al otro. Antes de empezar la subida hacĂa Francia pararon un rato en Sallent de Gállego. Se dirigieron a un bar en la plaza central y se sentaron en la terraza a tomar el almuerzo a base de jamĂłn y tortilla con dos cañas. “QuĂ© piensas de Montero que vive tranquilo en Francia?” 33
“Mi sensaciĂłn, comisario, por lo que me ha contado usted, es que los militares utilizan a Montero como tapadera” “Me quieres decir que están escondiendo algo y que todos están de acuerdo, o sea que se han puesto de acuerdo antes de hablar?” “No dirĂa eso, pienso que las circunstancias han jugado en su favor y han empezado a mentir porque ninguno querĂa ser involucrado en algo que temĂan” “Lo que dices tiene sentido! Pero lo que me deja confundido y molesto es la mentira estudiada, organizada para despistar, para borrar la verdad sobre lo acontecido” “Creo que un poco de verdad haya en todos los cuentos, porque sino estarĂan locos perdidos si hubiesen inventado todo. Montero, puede que nos de una pista” “Correcto, Suelves, veo que el aire de montaña acelera tus ritmos cerebrales” Se rieron de buenas ganas mientras se encaminaban hacia el coche. Pero Martinez tenĂa ganas de hablar y siguiĂł con sus pensamientos en voz alta en cuanto se pusieron en marcha. “El hecho que haya venido a buscarme el padre del capitán, que es un militar aunque retirado, por una parte lo entiendo y por otra me sienta a raro. Salvar la honorabilidad del hijo creo que lo haya dicho simplemente por decir, tengo la sensaciĂłn que no se fĂa de los militares actualmente al mando del cuartel, de la policĂa local no digamos y es posible que haya intuido que algo no marcha en el relato de los, dichos testigos y de todo el teatro que ha armado ese coronel con el arresto y al mismo tiempo la repeticiĂłn de un juicio contra los soldados que no es precisamente de su incumbencia.” “La idea de haberlos puestos todos juntos podrĂa ser buena, porque si hay algĂşn problema entre los soldados, incluso el odio, saldrĂa a la luz. La cosa que más me afecta es que pienso que no haya
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obrado segĂşn la ley y me parece raro que nadie se haya rebelado.” ContestĂł Suelves. La sola respuesta de Martinez fue un leve gruñido sin añadir palabras. Probablemente estaba persiguiendo un pensamiento que no tenĂa claro del todo o que no querĂa compartir con Suelves. “Si lo piensas bien, el teatro del cuartel, lĂłgicamente es grotesco, dirĂa inĂştil, pero en su sencillez es de una verdad sorprendente.” “No entiendo” “No entiendes que los hombres mientan? Nuestras jornadas, nuestra vida están llenas de mentiras. Mentiras de todo tipo.” “SĂ, es verdad, pero se trata de mentiras inocentes!” dijo con ingenuidad Suelves. Martinez se quedĂł un rato pensativo como si no quisiese añadir nada, luego soltĂł: “Te acuerdas de la potente frase de la Biblia, - Vuestro hablar sea sĂ, sĂ y no, no El discurso no continua haciendo distinciones entre mentiras inocentes y mentiras peligrosas, por eso que la frase es tan formidable. Estoy seguro que no la cumplen ni los creyentes ni los otros, pero queda el hecho, en toda su verdad y firmeza” Estaba conduciendo Suelves y recorrieron varios kilĂłmetros sin decir una palabra. Volviendo a su realidad de hombres dĂ©biles, fue Martinez a romper el silencio con una noticia tĂ©cnica: “Dentro de poco pasaremos el puerto y estaremos bajando el Col du Pourtalet, es una carretera muy estrecha y con muchas curvas, ten cuidado”. Por toda respuesta Suelves se limitĂł a mover la cabeza.
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Trece – Martinez y Montero Les costĂł una hora llegar a aparcar delante de la gendarmerie, una construcciĂłn no muy grande con la bandera francĂ©s ondeando colgada a un asta. Los policĂas franceses los acogieron con amabilidad y un oficial explicĂł a Martinez que, como no recibieron ninguna orden de arresto, dejaron que Montero hiciese su vida, por otra parte, durante todos los años que lo conocieron, nunca tuvieron que reprocharle nada. Martinez, por su parte, explicĂł, con la ayuda de Suelves, la situaciĂłn que se estaba viviendo en el cuartel de Jaca y en toda la ciudad. A continuaciĂłn el oficial francĂ©s les ofreciĂł un cafĂ© de maquina que no tuvieron el valor de rechazar y se vieron obligados a sorber de mala gana, tanto era asqueroso. El francĂ©s de vez en cuando levantaba el vaso de plástico diciendo: “Bon” y Suelves y Martinez le devolvĂan una sonrisa amarga no antes de haberse mirado de reojo. DespuĂ©s de varios “bon” el oficial francĂ©s acompañó a Martinez y Suelves en un cuarto que les puso a disposiciĂłn para interrogar a Montero donde se presentĂł poco despuĂ©s de quince minutos. Se sentĂł a un lado de una mesa rectangular, el más lejos posible de los dos policĂas, quedándose en un silencio total. TambiĂ©n Martinez y Suelves estaban callados, pero, aparentemente, no lograron debilitar la coraza de Montero que los desafiaba con la barbilla hacia el alto y los ojos fijos en las manos de Martinez, como si de ellas pudiera nacer el peligro. “La vida es muy desigual” dijo Montero en voz baja. Suelves echĂł una mirada a su jefe que con un cerrar y abrir de ojos le contestĂł que lo dejara continuar. “Solo Dios sabe porque la vida es asĂ. Porque un pobre desgraciado como yo que no tiene nada y nunca ha hecho daño a nadie, ha de ser acusado de homicidio?” “Quien te acusa? Los franceses, por lo visto, no. Los españoles tampoco, hasta ahora” “Dice bien, hasta ahora. He leĂdo algĂşn periĂłdico español y lo ponen claramente” 36
“Los periĂłdicos no son los jueces” “Eso es verdad pero es como si me hubieran ya condenado”. Martinez quiso ponerse más rĂgido porque se iba a dar cuenta que la conversaciĂłn no llevaba a nada. “Vale de quejas Montero. Estuviste presente cuando muriĂł el capitán Cerezo? Lo has matado tĂş?” “Yo no he matado a nadie y el capitán, si es que habĂa un capitán, ni lo he visto” “QuĂ© pasĂł ese dĂa, en el bosque? TĂş estabas allĂ y además ocurriĂł a lado de la casa donde te refugias? Todos los testigos te vieron, quieres decirme que pasĂł ese dĂa?” “Esta vez no voy a echarme encima una culpa que no tengo, como ocurriĂł antaño y me estropeĂł la vida. No huirĂ© como hice entonces. Pagar los errores puede que sea justo, pero pagarlos dos veces sin haber hecho nada es de idiotas. QuĂ© ocurriĂł ese dĂa?” Montero parecĂa más seguro de si mismo y no le importaba enfrentarse con el policĂa. “Ese dĂa no pasĂł nada de lo que tenga que avergonzarme.” “Y como es que todos los testigos te indican a ti Ă©l que ha matado al capitán?” “PorquĂ© mienten y lo saben. En mi vida caĂ una vez en los juegos de estos niños de papá. Han crecido pero son siempre los mismos. Niños, chicos ricos y malos. Pregunte en la ciudad, vaya a los otros sitios de veraneo a ver lo de que son capaces estos defensores de la patria.” HablĂł con firmeza y un poco tembloroso, porque se daba cuenta que habĂa entrado en un camino donde no habĂa vuelta atrás. Martinez entendiĂł la situaciĂłn de Montero y le hablĂł con calma: “No me estás contestando a lo que te pregunto, que es lo que viste?” A Montero le habrĂa gustado, otra vez, intentar de postergar la respuesta, pero no habĂa remedio, los dos policĂas estaban esperando de Ă©l algo sensato. “Yo sabĂa que ese dĂa habĂa una maniobra militar, no me preocupĂ© porquĂ© mi casa, digamos, estaba 37
fuera de las posibles acciones de los militares y me quedĂ© a descansar. SalĂ cuando se oyĂł una especie de alboroto y cuando vi un gran polvo levantarse de esa parte del bosque. Al comienzo pensĂ© que eran los movimientos de las tropas, me acerquĂ© y me di cuenta con grande sorpresa, que solo un grupo de militares, con las botas y con algunas frondas procuraban que se levantara todo ese polvo. De repente logrĂ© apenas distinguir un militar que se puso a correr, era un oficial, desapareciĂł enseguida del polvo al bosque. Pero puedo asegurar que no era un capitán.” “TĂş no tuviste la curiosidad de ver lo que estaba pasando?” “Claro que la tuve, si se lo estoy contando.” “QuerĂa decir si no fuiste a donde estaban los militares para pedirles explicaciones?” Suelves se dio cuenta que el jefe hizo una pregunta inoportuna que habrĂa podido dar ventaja a Montero, pero este pareciĂł no darse por aludido y Martinez, a pesar de la mirada de Suelves, no le dio importancia. “Ir a pedir explicaciones a esa gente? No estoy loco, lo estuve hace años, pero no quiero repetir el error. Claro que me acerquĂ©, ellos me vieron claramente sin que mi apariciĂłn los molestara. Tuve la impresiĂłn de que sabĂan que estaba allĂ cerca y no se maravillaron cuando me vieron aparecer en medio del polvo. Por otra parte yo me quedĂ© a una distancia de seguridad, listo para largarme en caso de necesidad. Cuando vi el grupo me fui inmediatamente de ese lugar. El mismo dĂa me fui tambiĂ©n de Jaca, porque presentĂa algo raro.” “Ha sido una sensaciĂłn o viste algo en concreto que te asustĂł?” “Señor comisario, he pasado años muy malos y, ahora que tengo la oportunidad de recuperarme, con el trabajo y psicolĂłgicamente, no voy a mentirle. He visto lo que le he dicho, muy poco, pero es la verdad.” “No te pusiste en contacto con los militares y no participaste al asesinato de capitán Cerezo?”
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“Ya se lo he dicho, no vi a ningĂşn capitán, pero sĂ que vi a dos del grupo que conocĂa muy bien y que me hicieron mucho daño, con sus bromas pesadas, los años pasados. Fue uno de los motivos que me empujĂł a no acercarme y a largarme cuanto antes.” “Puedes demostrar lo que me estás diciendo?” “No del todo, lo que vi se lo he contado y es mi verdad clara como el sol. Puedo decirle que antes de las cinco de la tarde estaba en Benasque, a casa de una amiga, que el dĂa siguiente me acompañó en Francia a Laruns. El nombre de la mujer se lo darĂ© si me promete de no meterla en este asunto.” Sin decir una sola palabra, el comisario le pasĂł su libreta de notas y un boli. Los dos se miraron a los ojos unos instantes y luego Montero escribiĂł algo en la libreta del comisario. “Quienes son los del grupo de los que desconfĂas? “Son Pablo y RamĂłn. Participaron antaño a una broma pesada contra de mi que me hizo ir fuera de cabeza. Son hombres malos que quieren divertirse y no le importa el daño que puedan procurar. Pregunte usted mismo a la gente del pueblo. Pregunte cuantas veces tuvieron que intervenir los padres.” “Descuide Montero lo harĂ©.” “Tienen locales favoritos donde a menudo se reĂşnen, ellos con su pandilla e con mujeres, por supuesto, me han dicho que a veces van en sus propias casas” Martinez tenĂa la cara seria de sus peores momentos. SentĂa que algo no encajaba en toda la historia de los militares y Montero que lo hicieron pasar por vagabundo y casi loco le parecĂa el más equilibrado. En ese momento le surgiĂł la idea de utilizar a Montero. No estaba del todo seguro del hombre pero tenĂa que mover algo, tenĂa que hacer una jugada arriesgada. “Montero, le pido un favor, está libre de no aceptar. TendrĂa que quedarse unos dĂas en Francia,
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digamos cinco dĂas, donde yo pueda encontrarle y luego volver a Jaca en el lugar que le indicarĂ©. A partir de ese momento, como no hay nada en contra de usted podrá ir donde quiera.” Se dio cuenta Martinez de tratarle de usted pero le saliĂł natural. Montero, por su parte con media sonrisa, se lo pensĂł un rato y luego le dijo que sĂ a Martinez e hizo seña que le devolviera su libreta donde anotĂł algo.
Catorce – Martinez se enfrenta con el coronel El dĂa siguiente a la “excursiĂłn” a Francia y despuĂ©s del interrogatorio decepcionante con Montero, Martinez fue a ver al coronel del cuartel. No querĂa revelarle el trato hecho con el mismo Montero, pero por ser correcto, querĂa decirle algo y sobre todo de sus planes para el futuro. El comandante lo hizo esperar demasiado, tanto que Martinez se puso nervioso llenando la cabeza con malos pensamientos hacia el coronel Navarrete. DespuĂ©s de cuarenta minutos cronometrados fue admitido al despacho del militar, que como escusa de tanta espera, dijo simplemente: “lo siento, un general”. Martinez querĂa marcharse por la larga espera que, en ese momento, considerĂł una ofensa. LogrĂł tranquilizarse pensando que podrĂa ser verdad que algĂşn general lo hubiera puesto bajo presiĂłn. Además se dio cuenta que estaba presente tambiĂ©n el teniente coronel ValdĂ©s que era el vice comandante. Se dijo Martinez: “a ver que sacan los dos juntos.” El coronel Navarrete no tenĂa la actitud de disponibilidad que habĂa demostrado en otros momentos, su mirada era dura y reforzada por dos profundas arrugas en la frente. Aunque hubiera saludado al comisario con aparente amabilidad, esos rasgos delataban que algo habĂa cambiado. Martinez se sentĂa satisfecho de haber pedido a su jefe un encargo oficial, por parte de la jefatura de policĂa de Zaragoza de acuerdo con la de Jaca. TenĂa el papel en el bolsillo que le daba plena autoridad y autonomĂa en las investigaciones sobre la muerte del capitán Cerezo, como si el homicidio lo hubiese abogado la ComisarĂa de Zaragoza.
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En el caso que el coronel le hiciera dificultades estaba dispuesto a echarle a la cara el documento. “Entonces me dicen que ha encontrado al bandido Montero!” dijo con aire irĂłnico y continuĂł: “Estaba de vacaciones en Francia sin que nadie lo molestara! Vaya jugada de la policĂa, aquĂ tenemos un muerto y el asesino está de juerga en Francia!” Martinez ni se molestĂł en contestarle y esperĂł el siguiente movimiento. El coronel se quedĂł un poco sorprendido por la falta de reacciĂłn del comisario. “Ha podido arrestar a Montero comisario o le han dado problemas las autoridades francesas?” “Todo a su tiempo coronel” dijo Martinez El coronel se puso rojo, molesto de no tener de frente a un oficial sometido a sus ordenes: “ “Que coño me está diciendo?” “Le digo que lo tendrĂ© aquĂ cuando lo necesite.” “Le recuerdo que tengo personas en estado de arresto y que el presunto asesino está libre como el aire. Que manera es esta de actuar?” “Vea coronel, yo no me meto en sus responsabilidades de comandante militar, pero un asesinato es una cosa muy grave y usted faltĂł a su deber de avisar a la policĂa y todavĂa nadie ha juzgado a Montero. De eso se trata. Yo me encargarĂ© de interrogar a los militares, que para mi tienen que estar libres.” “Usted, un civil, viene a enseñarme lo que tengo que hacer en este cuartel?” “No, en absoluto, pero los militares están sometidos a las leyes como todos, no existen preferencias” “No se pase de la raya comisario, aquĂ usted es un huĂ©sped y como tal puede volver de donde ha venido!”
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Martinez sacĂł el papel de encargo oficial y lo puso en la mesa del coronel. “Otro error coronel, aquĂ está mi encargo, y como le veo poco dispuesto a la colaboraciĂłn, hoy por la tarde le enviarĂ© la lista de las personas que quiero interrogar. Ese documento es una copia, puede tenerlo” Se levantĂł Martinez pero no se fue enseguida en cuanto el coronel le dijo, casi gritando, “Los civiles pensáis que los militares sean una imperfecciĂłn de la sociedad moderna, pero no es asĂ. Si no estuviĂ©ramos nosotros dispuestos a tomar las decisiones incomodas, vuestra sociedad se caerĂa como un castillo de cartas. Si no estuviĂ©ramos nosotros a luchar contra el enemigo, sin discusiones, de vuestra sociedad no quedarĂa rastro.” Martinez no contestĂł para que el coronel no se alterara más, pero dispuesto a cumplir su deber a pesar de las palabras del militar. “Señor coronel, donde prefiere que interrogue a sus hombres y, si hace falta, usted mismo, aquĂ en su cuartel o con convocatoria oficial, en un despacho de la policĂa local?” “Le pondrĂ© yo a su disposiciĂłn un cuarto adecuado” Martinez se marchĂł dejando enfurecido al coronel. Mientras Martinez cerraba la puerta, Navarrete se volviĂł al teniente coronel que parecĂa adormilado: “Y tĂş no digas una palabra sino te mando a esperar la jubilaciĂłn a Melilla, ya sabes que soy capaz de hacerlo” “Siempre he hecho lo que me has pedido” contestĂł irritado ValdĂ©s “Mi problema es saber si aguantarĂas un interrogatorio sin contradicciones. Ahora vete que no quiero ni verte”.
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Quince – El Paqui Sin duda una reacciĂłn fuera de lo normal, pensĂł Martinez, mientras salĂa del cuartel y se encaminaba hacia el centro de Jaca. Es posible que estĂ© agobiado o que quiera encubrir algo. Y si hubiesen montado el teatro, todos de acuerdo entre ellos? Que interĂ©s podrĂan tener? Porque propio ese pobre diablo? Si la culpa fuera de Montero …. Ya, porque no tiene nadie que lo defienda, está claro. Avanzaba hacia la ciudad y seguĂa pensando al mal trato del coronel, por lo tanto decidiĂł que, si hubiera necesidad, harĂa los interrogatorios en los locales de la policĂa. Se fue a preparar una nota oficial para el coronel Navarrete donde ponĂa los nombres de los militares que querĂa encontrar y la comunicaciĂłn que la PolicĂa no tenĂa motivo para retener, de momento, a ningĂşn soldado por el asesinato del capitán Cerezo. Hizo una copia para la policĂa de Jaca, otra para la Jefatura de Zaragoza y otra para el comandante del cuartel Galicia que enviĂł por medio de un agente encargado de la policĂa local. Suelves que se habĂa quedado en Jaca como refuerzo, tenĂa el encargo de ir buscando cuales eran los locales donde se reunĂan los jĂłvenes del lugar y con un ojo de atenciĂłn a los sitios antiguos . Al final se dio cuenta que los bares de ahora coincidĂan con los de antaño, más modernos, por supuesto, y con nuevos grupos de clientes veraneantes que hacĂan de corona a los verdaderos “jefes” del local, en algunos casos. Personas que eran de referencia para los reciĂ©n llegados y porque eran los más alegres o mejor que otros sabĂan estar en compañĂa. SegĂşn Suelves, aparentemente, nada de muy interesante, jĂłvenes de varias edades que llenaban las terrazas para tomar un trago, escuchar mĂşsica y para ligar. Más que otros, le llamĂł la atenciĂłn un local, no de los más grandes, pero siempre lleno que se llamaba: El Capitán de la CompañĂa. Esta vez, a Martinez le tocĂł meterse en las entrañas de la pequeña ciudad. Caminando con placer en 43
la calle principal, con sus adoquines bien cuidados, se sentĂa presa de pensamientos nostálgicos de cuando la modernidad todavĂa no se habĂa adueñado de los pirineos y los pueblos eran pequeños, donde la vida tenĂa un ritmo pausado sin dejar de ser duro. Ahora todo parecĂa adormilado y desganado, gracias a los millares de veraneantes de la ciudad. Al comienzo del desarrollo de la ciudad, los montañeses sentĂan como vergĂĽenza hacia los “nuevos” que venĂan desde las llanuras y estaban a la defensiva, luego se dieron cuenta que tenĂan a su alcance las vacas gordas y el actitud cambiĂł en un desprecio velado contra los que se daban aire de señores. Nunca ha sido una convivencia pacifica entre el nĂşcleo antiguo de jaqueses y los veraneantes procedentes de la ciudad. Finalmente llegĂł en la plaza donde habĂa una grande concentraciĂłn de bares y restaurantes, grandes y pequeños, pero todos llenos de clientes, aunque hubiera pasado la cumbre de la estaciĂłn. Se levantaba de la plaza un murmullo incomprensible, a Martinez, sonriendo, le vino a la memoria algunas imágenes de documentales sobre el paso de las langostas. Dio un paseo entorno para darse cuenta del ambiente. Le parecĂa de ser una persona invisible en medio de tanta gente sonriente y en medio del griterĂo casi ensordecedor, si uno se fijaba en el. Se sentĂł a una mesa que acababan de dejar libre y que le permitĂa de ver el movimiento en el bar El Capitán de la CompañĂa, aunque pronto se dio cuenta que los aficionados lo llamaban simplemente El capitán. La terraza estaba llena, le pareciĂł distinguir un grupo de unos cinco o seis chicos que destacaba de los demás, tenĂan el modo de estar allĂ más seguro que otros, se quedaban de piĂ© delante de la entrada, charlando entre ellos y algunos con el cigarrillo en los labios, casi tapando la corta escalera que servĂa de acceso al bar. De repente le pareciĂł, cruzando los ojos con un tipo, probablemente, el más mayor del grupo y que este quiso sostener adrede la mirada del comisario, como si quisiera desafiarlo. En medio de los amigos parecĂa el que tenĂa más autoridad, porque a menudo los otros le echaban miradas como esperando una señal de su aprobaciĂłn. VestĂa una camisa blanca que resaltaba su bronceado de todo un verano sin hacer nada, en conjunto con un par de jeans a la moda 44
con varios cortes hechos con estilo, se supone. TenĂa el pelo largo, bien cuidado, a mechones de color rubio y castaño. Un chico que habrĂa podido encontrarse en cualquier revista de moda, lo que las mujeres dirĂan un chico guapo. Mientras estaba pensando de como pudiera ser que el tipo ese se hubiera dado cuenta de su presencia en la ciudad, estaba tambiĂ©n juzgando que los jĂłvenes, hoy en dĂa, tenĂan bien poca fantasĂa si se agrupaban todos los dĂas como en una colmena con la esperanza que ocurriera algo que los quitara del sopor o del tedio De repente entraron en su cerco visual, dos personas que estaban gritando entre ellos. No les hizo caso porquĂ© pensĂł que se tratara simplemente de una riña que pronto acabarĂa, pero no fue asĂ. Se dirigĂan hacia el grupo que estacionaba delante del Capitán y el mayor de los dos, un hombre pasados lo cincuenta, con un puño levantado gritaba: “Paqui te arruinarĂ©, estate seguro. Mi hija está enferma por ti!” El Paqui, entonces se llamaba asĂ el jefe, se riĂł echando la cabeza de lado como si estuviera listo a soportar otros ataques. No mucha gente se dio cuenta realmente de lo que ocurrĂa, era un griterĂo más que se añadĂa a lo que ya se levantaba de la plaza, pero a Martinez no le escapĂł ningĂşn detalle. El señor mayor se acercĂł más y los amigos del Paqui, involuntariamente quizás, se estrecharon más junto a Ă©l como a protegerlo. “Eres un mal nacido y un gran hijo puta” la sonrisa de antes se le borrĂł del todo al Paqui porque temĂa de perder autoridad a los ojos de los amigos. ContinuĂł el hombre: “pasarĂ© mi vida a estropearte la tuya como lo has hecho con la de mi hija, no lo dudes” El hombre más joven logrĂł sacarlo de en medio de la gente que estaba delante del bar y con esfuerzo lo enderezĂł fuera de la plaza. El Paqui intentĂł buscar espacio para largarse, pero, probablemente sus amigos más jĂłvenes no habĂan entendido su estado de ánimo y se puede decir que lo bloquearon para festejarlo por haber sabido enfrentarse a un “enemigo”. He aquĂ el sufrimiento de los jefes! Martinez no sabĂa si acercarse al grupo o dejarlos. Pero no pudo quedarse allĂ parado en la espera
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que pasara algo, se levantĂł y al mismo tiempo vio que salĂa del bar, empezando a bajar la escalera una mujer todavĂa joven, un poco sobrepeso que la obligĂł a dejar tambalear sus pechos generosos mientras pasaba de un peldaño al otro con cuidado. Se dirigiĂł hacia el Paqui y los amigos le dejaron paso como a una señora, le apoyĂł el brazo derecho en el hombro y se notaba que le estaba diciendo algo al oĂdo, mientras Ă©l tenĂa la mirada clavada en algo que estaba muy lejos de Ă©l o que se fijaba en el vacĂo de su alma. Martinez dejĂł cinco o seis euros en la mesa y se fue hacia el bar El Capitán. No podĂa perderse el efecto que procurarĂa, llegado a la entrada de la escalera, el ligero roce de su cuerpo pasando a lado de los dos. Se acercĂł sin hacerles caso y se dio cuenta que se miraron a los ojos, con sorpresa, sin decir palabra y con cara tiesa. En el bar reinaba la penumbra pero era un ambiente confortable, más amplio de lo que se podĂa pensar del exterior. No quiso sentarse y como era de suponer el Paqui y la chica entraron con el codazo de los amigos y se fueron a sentar en un rincĂłn que parecĂa a ellos reservado. A Martinez no le quitaron los ojos de encima, pero Ă©l no tenĂa ninguna intenciĂłn de seguir provocándolos, como primer contacto podĂa ser suficiente. El grupo y los dos ahora tenĂan de que hablar. Se le acercĂł el barman con un trapo en las mano, con la escusa de limpiar la barra que parecĂa un espejo, y le susurrĂł: “son delincuentes, no se meta con ellos” y se fue a limpiar a otro lado para disimular Martinez le pidiĂł, en voz alta, un cortado y cuando se le acercĂł para ponĂ©rselo, le preguntĂł: “cuando puedo hablar con usted?, soy policĂa.” Le contestĂł en voz baja: “lo sĂ© comisario, por la mañana temprano” y se fue a atender otros clientes.
Dieciséis – El bar El Capitán – El grupo
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Martinez decidiĂł de ir a desayunar a el Capitán para tener todo el tiempo que le hiciera falta de hablar con el dueño. A pesar de que era todavĂa verano, hacĂa bastante frĂo, era temprano segĂşn los ritmos lentos de la ciudad y el sol no tenĂa aĂşn la fuerza de calentar todo. LlegĂł a la plaza de los bares que, sin el vocerĂo de los turistas, parecĂa un lugar distinto, casi triste donde destacaban tan solo los carteles de colores que pregonaban bebidas y comidas. Pudo disfrutar del desayuno sin discursos. Lo atendiĂł el dueño que se fue a sentar a la misma mesa del comisario cuando terminĂł de retirar los restos para volver con un mantel blanco de rayas de un color verde delicado, junto a dos cafĂ©s solos humeantes. Sin que Martinez le hiciera preguntas, el dueño del Capitán empezĂł a contarle la historia de su vida en Jaca. Fue asĂ que el comisario se enterĂł que el dueño actual, originario de Mainar, vino a trabajar en la ciudad hace treinta años, propio al Capitán y gracias a la enfermedad del antiguo propietario y con la ayuda de la herencia de su mujer pudo comprarse el local, hace veinte años. “Perdone Toni,” asĂ quiso que lo llamara Martinez, “su vida es una historia muy interesante y me quedarĂa a escucharla con gusto, pero el tiempo corre y, no se olvide que estoy aquĂ para que me cuente algo del Paqui y de sus hazañas.” “El Paqui es como muchos de los que se hacen llamar jefe de bar, con la diferencia que Ă©l es un verdadero delincuente, los demás piensan a jugar y a divertirse. A este le gusta hacer daño respaldado por su digna pareja Rosangel.” “QuĂ© quiere decirme Toni? Han hecho algo ilegal, han hecho daño a alguien? Si es asĂ, porquĂ© nadie lo ha denunciado?” “Le he dicho lo que quiero que sepa. Es una tradiciĂłn antigua la de los grupos que se reconocen en un bar, los famosos tienen su grupo fijo y su cabecilla. En general nada de mal, pero a veces nacen personas como estos que serĂa mejor que no existieran. Usted me mira con desconfianza, por una parte tiene razĂłn, pero lo que le digo es cierto.”
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“CuĂ©nteme algĂşn hecho para que pueda entender” “Los dos han empezado pronto a estar juntos como pronto han entendido que el amor dura poco y que de su relaciĂłn y de su adicciĂłn al sexo podĂan sacar provecho. Creo que Ă©l es hijo del propietario de casas y terrenos mas rico de Jaca y nunca se ha acercado a ningĂşn trabajo, mientras la otra es de buena familia con padres que se desentendĂan totalmente de la chica, asĂ que vivĂa mucho rato en la calle y en los bares con el Paqui. Para hacerle un ejemplo del tipo que es la madre, esta, a menudo, recibĂa sus amigas a casa y las invitaba a tumbarse en la cama, bajo las sábanas, para estar más cĂłmodas y calientes. El padre un sibarita de origen italiano que no pensaba en otra cosa que jubilarse de un empleo estatal y, una vez logrado el santo grial, iba a lucirse con coches siempre nuevos en busca de cincuentonas y, hay que decir que no le faltaban.” “La madre de Rosangel era una fulana?” “Yo no lo sĂ© pero tampoco lo descartarĂa. Más que fulana, dirĂa que le gustaba la vida libre, pero muy libre” Martinez estaba dudoso por haber querido contactar a ese hombre que tenĂa delante que no hacĂa otra cosa que hablar con discursos que no se sabĂa donde iba a parar y sobre todo si le hubiera servido por su investigaciĂłn. “Usted comisario se preguntará que tiene que ver todo esto con su capitán Cerezo? El capitán era muy amigo del Paqui, era el Ăşnico que podĂa enfrentarse a Ă©l sin que el otro se enfadara, el Paqui seguĂa todo lo que le decĂa el capitán.” “Por fin!” se dijo Martinez, “Pero no me queda claro lo que hacĂan y quĂ© daño podĂan dar” “Estos se habĂan dado cuenta del sencillo que era el convertir en chicas fáciles un gran nĂşmero de veraneantes procedentes de la ciudad. Cuando empezaba la temporada, sea de verano, sea de invierno, estas daban el asalto a los bares buscando compañĂa y con ganas de diversiĂłn, el Paqui y sobre todo el capitán tenĂa la capacidad de atraerlas, como las flores llaman a las abejas. De ahĂ el 48
paso no era difĂcil. Organizaban de todo, de la simple excursiĂłn a la reuniĂłn privada en casa para jĂłvenes y para adultos. PorquĂ© hay que decir que los adultos siempre han desempeñado un papel determinante.” “No entiendo.” “Ellos eran listos y la gente participaba a gusto, sabĂan elegir chicas de mayor edad o las que tenĂan más ganas de librarse del aburrimiento por una vida de ricachones que los padres les concedĂan y esas que fĂsicamente podĂan parecer ya mayores. Luego con el tiempo manejaban a las personas como a un grupo de clientes que tenĂan que fidelizar. Las chicas mismas eran el mejor seguro para el Paqui y compañĂa, eran ellas mismas, a menudo, que llevaban el negocio y convencĂan a otras. HabĂan caĂdo en un abismo tan hondo que ya no se acordaban de su realidad, vivĂan con mucho dinero en un ambiente artificial como si se tratara de una pelĂcula. Los mayores! La mayor parte de los padres tiene su vida paralela a la legal, viven con amantes, por lo tanto los hijos son un engorro. Ellos, sin guĂa, es difĂcil que puedan resolver el montĂłn de problemas que llega a esa edad, aunque tengan dieciocho años o casi. Lo que no admitĂan en el grupo, por lo que sĂ© yo, eran las relaciones homosexuales. El Paqui y el capitán hablaban del ello con menosprecio, con racismo dirĂa, con odio.” “una pregunta, Toni, como supo usted de todas estas cosas y porquĂ© quiere contármelo?” “Comisario llega un momento en la vida en que uno no puede borrar el daño hecho, pero sĂ puede descargar su alma, para aliviar el peso. Yo, hace años, he sido uno de ellos, distintos jefes pero mismo bar y mismas hazañas.” “De Montero que puede decirme, lo ha conocido?” “Le digo una cosa, desconfĂe de los que proceden de esa zona del mundo, por ser claro, de los árabes. Son mentirosos y a menudo malos. Montero no es árabe pero ha crecido en ese humus y recuerde, son personas vengativas, pueden esperar una vida pero se vengarán.” 49
“pero a Ă©l antaño le hicieron una broma muy pesada que lo afectĂł mucho!” “No es verdad, una broma que no era nada de especial, Ă©l gozaba de esos juegos con chicas blancas, como decĂa Ă©l, ha sido su orgullo a que se alejara de los amigos, desconfĂe de ese hombre comisario. Voy a por unos refrescos, quiere? Se me ha secado la garganta.” Martinez hizo una señal como para decir que le importaba poco. Intentaba de dar una orden a todas las sensaciones que le daban vuelta en la cabeza como si fuera un remolino de viento que desaparecĂa por dejar sitio a otro más fuerte. AllĂ se quedĂł bastante rato, a veces mirando afuera a la plaza que se encendĂa de una luz casi naranja y empezaban a notarse sombras largas deformando la perspectiva de los objetos. Toni no volvĂa, habĂa pasado más de un cuarto de hora. Se levantĂł y preguntĂł a un camarero que acababa de pasar, donde estuviera el dueño y Ă©l contestĂł: “Mire, acaba de llegar, lo he oĂdo en la cocina” Mientras tanto saliĂł un hombre, probablemente cerca de los cuarenta que habĂa oĂdo la conversaciĂłn con el camarero y contestĂł: “DĂgame, en quĂ© puedo ayudarle?” Cogido de sorpresa, Martinez se presentĂł como comisario de policĂa y le hizo unas preguntas sin importancia a fin de que pudiera marcharse cuanto antes. Se fue del bar, necesitaba respirar aire fresco, se sentĂa como defraudado, como si lo hubiesen estafado, pero en esa investigaciĂłn donde no habĂa nada que fuera claro, podĂa caber un dueño de mentira. Todas mentiras a partir del comienzo, una fotografĂa del mundo de hoy. Necesitaba estar solo para reflexionar, se fue a encerrar en el pequeño despacho que le habĂan dado los de la policĂa local. Se sentĂł detrás de la mesa echándose hacia atrás en el respaldo. Con los ojos cerrados, experimentĂł un vacĂo en su cabeza como nunca y sin lograr pensar en nada se adormilĂł.
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Le parecĂa que alguien le hablase en el sueño y que Ă©l rechazara de escuchar intentando de apartar la voz que le decĂa: “se trata de Montero” y seguĂa moviendo un brazo para alejar la voz o la persona que continuaba a hablarle, “se trata de Montero, comisario” no estaba seguro de haberlo oĂdo, finalmente una mano lo agarrĂł en el hombro y se despertĂł: “se trata de Montero comisario, parece que haya raptado a una mujer”. El agente de policĂa tenĂa la cara tan cerca de la suya que lo veĂa deforme y notaba su aliento cálido, hizo un movimiento rápido de lado para evitar el contacto.. “Lo siento haberle despertado pero nos han avisado que Montero ha raptado a una mujer que se llama Rosangel y que iba a menudo en un bar del centro de Jaca.”
Diecisiete – Montero y Rosangel “En esta vida nada es lo que parece y las personas tampoco son como las ves No hay equivocaciĂłn más grande como la de juzgar a una persona segĂşn lo que aparece. A mi me han siempre considerado un árabe y no soy árabe, en algunos casos la gente tenĂa miedo de mi porque vestĂa un abrigo negro y tenĂa la barba descuidada. Nada más falso! En esa temporada yo estaba mal, no habrĂa podido hacer daño a una mosca. Un mundo al revĂ©s que corre hacia un destino olvidado y que ya no tiene importancia. Me gustarĂa desaparecer antes de entrar a ser parte de esta “compañĂa humana” que ha perdido la orientaciĂłn”. HacĂa un calor muy confortable en el Ăşnico cuarto de la casa de madera que podĂa llamarse “el chalet de los enanos”. No era grande, la luz penetraba al interior por dos ventanas pequeñas pero bonitas y enriquecidas por el color rojo de los geranios puesto en el alfeizar verde y con el marco color azul y los postigos marrĂłn oscuro. La puerta era diminuta pero dejaba el paso sin problemas a una persona adulta. Para entrar habĂa que subir tres peldaños de granito, porque toda la construcciĂłn estaba anclada a una base de piedra. Era muy bonita vista del exterior, por sus colores brillantes, azul, rojo, marrĂłn rojizo y tejado color ladrillo. Estaba resguardada de los vientos por estar bien 51
pegada a la colina y dispuesta hacia el sur. Completaba la entrada una acogedora balconada, de madera oscura, que rondaba toda la parte anterior. En el interior estaba funcionando una chimenea donde se consumĂan despacio, rojos de brasa, dos troncos chisporroteantes que, a parte del calor, infundĂan una sensaciĂłn de intimidad y quietud que daba sosiego al alma. La reina del cuarto era sin duda Rosangel, desnuda, tumbada encima de una piel blanca y marrĂłn, tapada hasta el pecho por una manta de lana y seda hecha con el estilo patchwork, se dejaba calentar su hombros blancos y deseables con una naturalidad de parecer la dueña del lugar. No contestĂł a las palabras de Montero, posiblemente ya oĂdas muchas veces, se limitĂł a lanzarle una sonrisa y a incorporarse un poco, como si estuviera en un triclĂnico, a la espera del desayuno que esparcĂa olores apetitosos en todo el cuarto. “No me lo esperaba que hubiĂ©ramos podido estar otra vez juntos y en esta casa!” Dijo Rosangel como si hablara consigo misma y acercándose más al fuego como un gato buscando caricias. “Al Paqui se lo he prometido, lo voy a vencer, a lo mejor no le harĂ© daño fĂsico pero lo afectarĂ© en la cosa a la que está más ligado, su orgullo. Quiero verlo con la cara abatida y sabrĂ© que he dado en el blanco. Ya por el hecho que no sepa donde encontrarte es una gran satisfacciĂłn, me falta ver su rostro, pero me lo imagino como si le tuviera delante”. Rosangel, con una taza de cafĂ© en mano, le contestĂł con una mueca de preocupaciĂłn: “Seguramente ese policĂa ha obligado al Paqui a quedar a la defensiva y a dejarme más libertad de movimientos, por eso que he podido encontrarme contigo. Lo que me preocupa pero es si el comisario todavĂa no se ha percatado de nada y está navegando en aguas profundas o lo hace adrede de parecer un poco despistado.” Montero dejĂł su tostada en el plato y se acerco a la chimenea para avivar el fuego. No dijo nada por un largo rato: 52
“Estoy convencido que el policĂa non es un tonto, cuando me encontrĂ© con Ă©l en Francia me dio la impresiĂłn de tener los reflejos como un lobo, creo que no se dejará engañar por cuatro niñatos.” “No están solo ellos, hay coroneles y hasta generales” dijo Rosangel “SĂ, tienes razĂłn, pero creo que será propio su formaciĂłn militar que los cegará con respecto a la verdad.” “A partir de ahora cada uno tendrá que pagar sus deudas”, dijo Montero pensando en voz alta. “Yo sĂ© el motivo de tanta mentira!” “CĂłmo tĂş sabes?” Repuso Rosangel con la boca llena de croisant y que casi se atraganta. “Claro, yo sĂ© …. Yo era uno de ellos antaño y conozco los pensamientos del grupo. Te dirĂ© más, que ese grupo no sabe pensar y todo lo que han dicho y hecho ha sido por juego, sin pensar a las consecuencias y, sobre todo, sin un plan definido.” “Me estás diciendo que inventaron tambiĂ©n tu presencia allĂ en ese lugar?” “No, eso no lo inventaron, pero estaban tan cegados por el odio que ninguno pudo ver los acontecimientos reales.” “no me lo puedo creer, la realidad es la realidad, no se puede mentir sobre los hechos!”
“Tu ingenuidad me emociona! Me atrevo a decir más aún, el capitulo de las mentiras de los militares es una parte cerrada, mejor dicho, ya no importa a nadie que cuatro “niñatos” hayan hablado de un asesinato y tampoco importa a toda la ciudad lo ocurrido, será el olvido el sentimiento dominante. “De que odio me hablas?” le repuso Rosangel como si preguntara la cosa más sencilla del mundo. “Eres una buena chica! Vives envuelta en una nube. Hablo del odio al extranjero, el odio de los ricos para los pobres, el odio que permite a algunos de tener un mótivo de referencia en esta vida. El
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odio al otro, al viajero, al moreno, al que es distinto de los demás.”
En la ciudad no hubo ninguna eco de la desapariciĂłn de Rosangel. Pero fue una desapariciĂłn verdadera? Ni sus amigos intentaron buscarla y la familia ni se enterĂł que no habĂa vuelto a casa. Montero lo habĂa calculado bien, le gente de la ciudad habĂa vuelto o más bien habĂa continuado con sus negocios y su vida rutinaria sin pensar en otra cosa. DIECIOCHO – MARTINEZ CONVOCADO POR EL ALCALDE
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