Boletín de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico de Sevilla

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pero que bajo ningún concepto renunciarían a la restauración de la ciudad. Lo cierto es que la Asamblea popular decide ampliar hasta en unos 40 estadios (casi ocho kilómetros) el perímetro amurallado. Roma, sabedora de las noticias, y que además deseaba cualquier excusa para intervenir (Polibio) tuvo servido el casus belli para continuar su expansión. De ello, el autor de “Las Guerras de España”, Apiano de Alejandría, lo relata con precisión:

Por su parte, Polibio (que además de haber estado en la misma guerra al lado de los romanos y conocía de buena fuente los hechos), más práctico lo atribuye a las ganas que tenia Roma de meter mano en la expansión, de la búsqueda del casus belli. También analiza el comportamiento de los los gobernadores romanos, absolutamente corruptos , que miraban más hacia su enriquecimiento y por ende, al de la metrópoli, presionando hasta límites insoportables a los administrados, y obteniendo recursos que el mismo Graco cuantifica en 40.000 libras de plata al principio y ya, dos décadas antes de la insurrección de Segeda, hacia el 175 a.J.C., 10.000 de plata y 5.000 de oro, que traducido a precios actuales , serían aproximadamente unos 13 y 60 millones de euros respectivamente. Todo ello, aparte de la expoliación de los romanos, de las que se hizo eco el Senado, tenían a los hispanos enervados, logrando al menos, según Burillo Mozota “que los magistrados romanos no fijarían el precio del trigo, ni obligarían a los españoles a vender sus vigésimas al precio que señalasen, ni pondrían en las ciudades recaudadores encargados de recoger los impuestos”.

l acuerdo que con la poderosa Roma tenía era el compromiso de no construir nuevas ciudades – en una interpretación de Segeda no de no ampliar las murallas de las existentes - en su territorio y a cambio de tributos especiales, el Senado y en su nombre Sempronio Graco, mantendría la paz y no atacaría las propiedades de los celtiberos, respetaría asimismo su sistema político y jurídico a más de su hegemonía sobre las demás poblaciones controladas por la misma, permitiéndosele , además, acuñar moneda en su propia ceca. En general los pactos establecían para las ciudades o aldeas un tributo pagadero en plata o productos naturales. Cada ciudad o aldea debía aportar un contingente prefijado para el ejército. Solo algunas ciudades conservaron el derecho a emitir moneda, (entre otras cosas para pagar los estipendios de los legionarios y también para poder verificar los pagos a la República romana), ya que en el mismo oppidum era donde se emitían las monedas con permiso de la metrópoli, indicándose en cada unidad la leyenda con el nombre de la ciudad de emisión garantizando de esta manera la calidad de las mismas y la responsabilidad del fabricante. Muchas de estas monedas de plata y bronce con el sello de “Sekaisa” aparecieron en las excavaciones de Belmonte, de las que nos da cuenta Schulten y que le permitieron la localización del oppdidum de Segeda, pudiéndose más tarde determinar que la primera ceca estaba en la ciudad actual de Poyo de Mara (Segeda I) y que tras la destrucción realizada por el cónsul Nobilior en Belmonte de Gracián (Segeda II). Floro, Diodoro de Sículo y otros nos relatan diferentes visiones del por qué los segedenses amplían las murallas, pero todos coinciden en que esta fue la causa del nombramiento de Quinto Fulvio Nobilior como cónsul en sustitución del pretor Cneo Lucio Mummio , con el mandato sobre todo de solucionar manu militari la insurrección. Los legatti enviados informan a Roma de la negativa de parar las obras y ésta declara la guerra a Segeda. La voluntad del senado a partir de esta ruptura fue clara, firme y constante respecto a Hispania en todos estos años. Una política descaradamente de conquista dominaba el senado, que, a pesar de la enorme sangría de hombres y dinero que la guerra significaba, ni por un momento titubeó en que los indígenas debieran rendirse sin condiciones. Esta política de agresión queda bien patente en tres hechos, en el envío de cónsules al frente del ejército, de frecuentes y numerosos contingentes de tropas de Italia y en no ratificar los pactos que los generales logran. Polibio nos habla de una “guerra de fuego” la que se desató a cuenta de la excusa de unos metros más o menos de murallas. Cuando Roma envía a un Cónsul en el año 153 a. J.C., inmediatamente después de la ruptura de la paz, con un ejército de casi 30.000 hombres (Apiano, Iber. 45), que formaban dos legiones, cada una de 5.000 efectivos a las que se unía un contingente igual en número de itálicos ( componentes alae de aliados itálicos y el resto auxiliares ibéricos), es porque este ejército tan numeroso, mandado por un cónsul, manifestaba la voluntad decididamente de conquista del senado ya que habitualmente se mandaban a Hispania pretores con un ejército de 15.000 hombres. Sólo a partir del año 153 a.J.C. a la Provincia Citerior se mandan

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