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Actualidad: Nuevos retos de un nuevo año
Nuevos retos de un nuevo año
2021 es un nuevo año que arrastra retos viejos y nuevos. Los nuevos brotes del virus. Los potenciales cambios en el nuevo gobierno americano. Las expectativas del nuevo gobierno dominicano. Ante ellos, la sociedad civil y la religiosa deben poner cara y entrar en diálogo y crítica. La Iglesia puede tener una palabra y una acción.
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La palabra de la iglesia, aunque reducida en números y cuestionada por nuevos grupos protestantes y por la secularización, es opinión en la sociedad dominicana. No sólo el episcopado tiene palabra sino otras instituciones como la Conferencia de Religiosos, medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos. La palabra de cientos de púlpitos. Y la acción social diario del cristiano.
Nos deslumbran las candilejas de torres, hoteles y supermercados, jeepetas y el “modelo pelotero”, pero la pobreza está presente. La opción preferencial por los pobres, aunque cuestionada y cribada en pasados recientes, ha orientado opciones de mucha gente de Iglesia en cuanto a estilo de vida, servicios de educación y salud y fomento de la organización social. La pandemia, por la pérdida de puestos de trabajo asalariado y/o autogestionario ha aumentado los índices de pobreza y reducido los sectores de clases medias. Los últimos estudios dicen que la pobreza crecería hasta un 14.2. Se ve en el crecimiento del chiripeo en las calles. En la otra cara es el efecto multiplicador del modelo económico predominante que engendra corrupción, diferenciación social y delincuencia callejera.
La Iglesia puede aportar elementos a la sociedad dominicana para mejor articular el tema haitiano, las relaciones con Haití y con la presencia de haitianos en la República Dominicana. Para la Iglesia, el tema haitiano es primero divino y humano en cuanto somos hijos del mismo Dios y consecuentemente hermanos. Es un tema social y político en cuanto demanda una solución para la coexistencia pacífica y el desarrollo de ambos pueblos. El actual gobierno pone esfuerzos diplomáticos para abordar el tema desde una mejor comprensión y cooperación. La atención del haitiano desde la vida parroquial en la acogida y en el servicio de salud y alimentación y muy especial en la regularización de sus docu-
mentos amortiguaría la rispidez del tema. Pero aún más, se podría hacer el esfuerzo de clarificación de la verdad histórica de hechos injustos y vergonzantes como puerta para el manejo de las situaciones presentes.
Fortalecer la sociedad civil. Si acordamos que el porvenir de la sociedad y la democracia pasa por el fortalecimiento del concepto de ciudadanía y de los grupos intermedios de acción comunitaria, fortalecer la sociedad civil es tarea también para la Iglesia. Un fuerte de la iglesia dominicana contemporánea ha sido la mediación y el diálogo como acción subsidiaria. Se debería revisar y restaurar el acompañamiento de procesos, vigilar la ejecución de los planes, observar las instituciones y criticar los ilícitos.
La presencia misma de la iglesia en la sociedad dominicana, aunque privilegiada y favorecida por la opinión del pueblo, debe buscar una mayor calificación del creyente para que sepa dar más razón de su fe ante una sociedad que lo cuestiona en temas de ética sexual y social y económica. Que lo reta por la polémica y difusión de otros credos cristianos. Estos cuestionamientos proceden principalmente de sectores de la clase media y alta, de personas con calificación académica, con acceso a los medios. El católico dominicano ha sido tolerante, lo fue con los judíos, con los masones, con los hostosianos, con los protestantes, los marxistas,… El católico dominicano es naturalmente ecuménico. Pero ahora tendrá que entrar en relación con otros cuestionamientos en el contexto de una sociedad democrática. Temas como la nueva cultura gay con sus propuestas y folklore, la educación laica, el aborto, la reforma o suspensión del concordato de 1954 están y seguirán pendientes. Y tendrá que dar respuesta.

P. Osiris Núñez, msc
osirismsc@hotmail.com
El amor a Dios va necesariamente unido al amor al prójimo, es decir, no se puede concebir el amor a Dios si se rechaza al prójimo. Están tan unidos, que afirmar que se ama a Dios es una mentira si el hombre se cierra a la otra persona; el otro, el prójimo es también un camino para encontrar a Dios. De esta manera el amor cristiano no debe de entenderse como un amor único entre el creyente y Dios, sino que es un amor realizado en el prójimo y que se hace presente en la comunidad eclesial; es un amor que se hace vida junto a las demás personas, es decir, es un amor que se concretiza en las relaciones interpersonales de la comunidad eclesial. De esta manera, la caridad eclesial es una expresión de amor, un amor que busca el bien supremo del ser humano: “el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y necesidades, incluso materiales, de los hombres”. Por lo tanto, es una tarea de cada creyente y de cada comunidad eclesial, tener como principio el amor al prójimo fundamentado en el amor a Dios. Desde un principio esto fue uno de los pilares constitutivos de la iglesia. El núcleo central, y que se ha mantenido prácticamente intacto hasta el día de hoy es: “no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa”.
Es por esto que, en la labor pastoral de la Iglesia, siempre debe haber un espacio donde lo que oramos en cada Eucaristía y afirmamos del
Dios es amor
Evangelio se concretice en acciones concretas, donde las mismas acciones sean las que hablen del amor de Dios hacia los hombres y de la construcción de una sociedad mas justa. Sin embargo, la tarea política de realizar la sociedad más justa posible no es inmediatamente una tarea de la Iglesia, sino del Estado y de la sociedad, pero la Iglesia en ningún caso debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. La Iglesia se inserta en ella, pero “debe hacerlo por la argumentación racional y despertando fuerzas espirituales que allanen el camino de la justicia”.
Entonces la pregunta es: ¿Dónde queda la caridad? La caridad siempre será necesaria, inclusive en la sociedad más justa. Siempre se darán situaciones humanas que la requieran y además el Estado no puede asegurar lo esencial en la atención a los necesitados, esto es, una entrañable atención personal; la Iglesia es una de estas fuerzas vivas creadoras de la solidaridad y pretende una ayuda integral, cuya negación solo puede proceder del más grande materialismo. La caridad eclesial es llevada a cabo por las organizaciones caritativas de la misma Iglesia, las cuales son obras propias de la Iglesia, es decir, en ellas la Iglesia es sujeto directamente responsable y actúa conforme a su naturaleza de Iglesia de Jesucristo. Pero hay que aclarar que esta organización caritativa no anula la acción caritativa individual.
Ahora bien, la actividad caritativa de la Iglesia tiene un perfil característico. Es necesario que la acción caritativa no se convierta en una organización asistencial genérica más. Para evitarlo hay unos rasgos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial.
La caridad es una respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación, realizada por personal competente, convertidos al amor de Dios y mediadores de esa experiencia.
La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías, sobre todo la que sostiene que toda caridad inmediata y personal es alienante y justificación del statu quo. No hay que temer una caridad inmediata y urgente.
La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. Sino que es amor gratuito, no intenta poner la fe. La caridad como testimonio ya habla por sí misma de Dios. todos en la Iglesia, especialmente las organizaciones caritativas, tienen como cometido reforzar la conciencia creyente de sus miembros, para ser testigos creíbles de Cristo.

El valor de la Justicia

P. Juan Tomás García, msc
tomigapi@gmail.com
Febrero es un mes “corto” pero en esta ocasión se nos invita a promover un valor grande y fundamental: La Justicia. La justicia se suele definir como “darle a cada uno lo que le pertenece”. En realidad, hay demasiada gente que parece no pertenecerle nada, no cuentan con nada para vivir, para responder a sus necesidades básicas. ¿Cómo entender, entonces, la justicia? Todos tenemos las mismas necesidades esenciales que satisfacer. ¿Y entonces? Aquí entra la propuesta experiencial de Jesús, para él, lo justo es dar a cada cual lo que necesita para vivir, para responder a sus necesidades inmediatas. Garantizar el acceso a la realización digna como seres humanos.
En nuestro mundo se observa una gran sed de justicia a nivel global. Ha sido tal el crecimiento y la generalización de las injusticias que da vergüenza al grado que hemos llegado de impunidad, desigualdad, descaro y cinismo. La corrupción ha arropado a un gran número de instituciones, provocando escándalos tras escándalos hasta en las instituciones religiosas. El escepticismo nos invade a la hora de escuchar planes y proyectos de lucha contra las injusticias por parte de quienes están encargados de administrar justicia. La justicia es una realidad universalmente anhelada, pero difícilmente alcanzada para la mayoría de los habitantes del planeta. En la era de la globalización y la comunicación, las violaciones a la dignidad humana, lejos de ser erradicadas, crecen de manera exponencial como consecuencia de unos sistemas sociales y económicos injustos.
Nosotros desde nuestras comunidades cristianas seguimos creyendo en la justicia y en la posibilidad de avanzar en su práctica en general. La opción por la justicia es constitutivo del Evangelio de Jesús. Prueba de ello son sus gestos llenos de compasión y amor por los marginados. Es un don de Dios la obra de la justicia que fundamenta la plenitud de la vocación humana a la felicidad y anticipa la plenitud escatológica. Los seguidores de Jesús, una vez vivido un encuentro profundo y transformador con él, abrazamos la justicia como un estandarte fraterno que posibilita la convivencia justa que muestra la presencia del Reino. Tanto nuestras estructuras eclesiales y comunitarias como nuestra disposición personal, han de estar orientadas hacia la práctica de la justicia integral. Tenemos un compromiso claro frente a los millones de personas víctimas de múltiples violaciones y necesidades.
Trabajar por instaurar la justicia, en un ambiente donde se caricaturizan los procesos judiciales, cual si fueran irrelevantes, conlleva una gran sensibilidad y perseverancia. Nada fácil, el tema se politiza y se apuesta a la recuperación del tema a través de opiniones interesadas que dilatan las discusiones y hacen perder el interés y hasta la paciencia, a la hora de impulsar procesos revocadores de injusticias. Creemos que el mundo es “creación de Dios”, creemos que tanto el hombre como la mujer son “imagen y semejanza de Dios”; creemos en el Dios de Jesús que entró en nuestra historia, que se hizo humano, enseñándonos a humanizar. Esto nos impulsa y obliga en nombre del Evangelio, a traducir nuestra misión comunitaria en compromisos concretos orientados a la promoción de la justicia, para que toda persona alcance una vida digna.
La Biblia está llena de referencia al valor de la justicia, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento. La revelación de Dios como justo, le dio a las personas la conciencia de buscar y practicar la justicia sin desfallecer. En todos los bloques de libros de la Biblia encontramos alusiones concretas a favor de la justicia y del derecho. En el Pentateuco se fijan los fundamentos d la justicia, se describen los lineamientos a seguir para vivir en justicia y santidad. Los más radicales e insistentes son los profetas de la época de la monarquía, del exilio y post-exilio, quienes en nombre de Dios, enseñan, denuncian y exigen justicia para todos, especialmente para los pobres, acusando a los poderosos de todo tipo de maltratos hacia los dominados.
El Nuevo Testamento, no es menos interesado en el tema de la justicia. Los evangelios muestran una comprensión de la justicia divina muy marcada por la bondad, la misericordia y la compasión de Dios. Las parábolas de Jesús muestran una justicia rica en generosidad hacia los necesitados de todo género. La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: “Buscad el reino de Dios y su justicia”. Otra parábola que nos anuncia la justicia de Dios es la de los trabajadores que van a trabajar en distintos horarios del día y que sin embargo, todos cobran la misma paga. Jesús introduce la comprensión de la justicia como “darle a cada uno lo que necesita para vivir”.

Lo mismo pasa con nosotros en nuestras comunidades y en los ambientes donde nos movemos, escuchamos miles de clamores por justicia y derecho. Hoy asistimos al resquebrajamiento de las instituciones, la pandemia ha empeorado la situación de los más vulnerables de la sociedad, miles de personas han quedado sin empleo para ganar aunque sea la sobrevivencia. ¿Qué podemos hacer nosotros como comunidades cristianas para acompañar a nuestra gente en estas circunstancias? La respuesta tenemos que buscarla en conjunto, en comunidad, dialogando, sugiriendo y comprometiéndonos. Sabemos que también tenemos deberes, nos toca vivir nuestra parte, hacer nuestro aporte para que la cotidianidad sea llevadera para todos. El lema del mes nos invita a comenzar nosotros. No dice exijan, sino “practica la justicia y el derecho”.
Aunque tenemos la promesa de la justicia de Dios, no podemos cerrar los ojos y dejarle a él la tarea de nuestra justicia. Él hará justicia a quienes le gritan día y noche, pero esta esperanza ha de hacerse activa para nosotros hoy. Somos los seguidores de Jesús quienes tenemos que ir respondiendo hoy a las necesidades de nuestros hermanos, mientras se completa el Reino de Dios. Jesús nos ha dicho, “denles ustedes de comer”, eso quiere decir que tenemos la tarea de afrontar nuestra realidad, buscándole salidas a las situaciones inhumanas que nos agobian. Organicémonos cada día mejor para orar, exigir y practicar la justicia, personalmente y en comunidad.
FORJANDO VIVENCIAS
Juan Francisco Puello H.
jpuello@puelloherrera.com
“Al instante ordenó a un verdugo que le trajera la cabeza de Juan. Este fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Luego trayéndola en una bandeja, se la entregó a la muchacha y ésta se la pasó a la madre”.
Marcos 6, 27-28
Este fragmento del Evangelio narra como la fama de Jesús se había extendido y las opiniones diversas que se ciernen sobre su figura, revelando la inseguridad de criterios y, a la vez, la deficiencia de fe en la gran muchedumbre.
Cada cual ve a Jesús desde categorías puramente humanas, y aun siendo estas religiosas no son las más acertadas para definir a Jesús. Este hecho, sirve al evangelista para introducir la narración del dramático martirio de Juan con una intención bien concreta: su muerte violenta se convierte en signo premonitorio de la suerte que espera a Jesús, así como también a sus discípulos.
La fortaleza de Juan y su vida coherente constituyen den constituir para cada uno de nosotros un ejemplo a imitar. El martirio de Juan también nos muestra que podemos dar testimonio de fe, entregando la vida poco a poco para proclamar la verdad en cualquier ambiente por hostil que parezca. Oración: Impúlsanos Señor, a cumplir fielmente el deber que nos fuera impuesto, siendo coherentes con la fe cristiana mediante un ejemplo que arrastre y estimule a otros a seguir a Cristo. Amén.