Abril 2020

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NEGOCIOS

EXCELENCIA PROFESIONAL

El regreso de la ética profesional Salvador Leaños Flores salvador.leanos@iee.edu.mx

C

uando la visión de la educación se orientó hacia los saberes que nos generaran ganancias pecuniarias, la materias y carreras que saltaron al protagonismo fueron las de mayor demanda en el mercado laboral; pensamos en el estudio como un medio de generación de patrimonio material. Y claro que algo hay de cierto en eso, lo no tan acertado fue que se eliminaran de los planes y programas de estudio aquellas materias que se enfocaban en la formación de la persona en cuanto tal: antropología filosófica, civismo, filosofía, ética, entre otras pasaron al olvido académico. Y sin embargo alcanzamos a ver cuánta falta nos hacían cuando vimos a esos profesionistas con pocos escrúpulos pero grandes capacidades técnicas, que lograron que la desconfianza se convirtiera en la divisa de nuestras relaciones: desconfianza entre los gobernantes y gobernados; desconfianza entre nosotros mismos como integrantes de la sociedad, desconfianza aún de mí para conmigo mismo. Lo que nos hizo, como en todos los momentos de crisis, voltear a esas disciplinas que siempre han estado allí para auxiliar a la humanidad, entre ellas la ética. Sin entrar en grandes disertaciones filosóficas, pues la ética es parte de la filosofía, diremos que tiene que ver con el carácter, la forma de ser y las costumbres de una persona, pero más allá de lo que sea y abarque esta materia, su importancia radica en lo que genera, en su producto: la credibilidad de la persona que la practica. Y en tiempos de tanta desconfianza, justo necesitamos creer; en nuestras autoridades, en nuestros conciudadanos, en nosotros mismos. Para ello sirve la ética. Al igual que muchas creaciones del mundo occidental, esta materia fue una herencia de la Grecia clásica. Hasta antes de Sócrates, la filosofía se enfocó en tratar de entender la naturaleza que nos rodea, de manera que religión, ciencia y filosofía tenían pocas diferencias. El factor que desencadenaba el pensamiento fue el cambio, el movimiento, porque todo está en constante transformación. Heráclito nos resume este tema en su provocativa propuesta de que nadie se baña dos veces en el mismo río, porque el agua ya corrió y porque nosotros no somos los mismos de la ocasión anterior. En el mundo físico, que era el que se estudiaba, se buscó entonces el arjé o primer principio de todo: Tales de Mileto propuso que es el agua, Heráclito el fuego, Anaxímenes el aire, y Empédocles toma esos tres y añade la tierra para definir los cuatro elementos. El pensamiento debatía en torno a esos temas cuando apareció la figura de Sócrates y todo cambió, pues este filósofo ateniense concedió al ser humano atributos que no tiene ningún otro elemento de la naturaleza, entre ellos el libre albedrío y la posibilidad de desobedecer los instintos en aras de un bien mayor. Sócrates fue maestro de Platón, quien

fundó su Academia, primera institución de educación superior, en la que estudiaría como alumno platónico el tercero de la magna trilogía de la filosofía griega: Aristóteles. Sócrates (padre de la ética), Platón y Aristóteles cambian entonces el modo de pensar de las escuelas de ese momento y dejan un legado que vive con cabal salud en nuestros días. Para el tema del cambio permanente, la propuesta es que hay ideas que son fijas e inamovibles. Así como el mundo físico tiene su arjé o principio, también el mundo que no se puede tocar (metafísico) tiene los suyos: la verdad, la bondad, la belleza, la justicia, por ejemplo. El mundo físico está en constante transformación, pero el mundo metafísico ofrece esas anclas que no se mueven y que se consideran los principios a los que hay que apegar nuestro comportamiento. Vale la pena hacer tres comentarios aclaratorios del tema para cerrar los conceptos. Primero diferenciar entre principios y valores, que a veces suelen confundirse. Ya dijimos que los principios son justo eso, es decir que no tienen nada atrás, además que son externos a la persona, mientras que los valores descansan en los principios y los encarna un individuo; diremos que los principios son la raíz del árbol y los valores son su fruto. Así, un principio es la verdad, mientras que la honestidad, que se funda en ella, es un valor. Y lo mismo podemos decir del respeto (principio) y la tolerancia (valor), o de la justicia (principio) y la equidad (valor). Segundo, clarificar el concepto de ‘virtud’, que proviene de la misma raíz que ‘virilidad’, es decir que se relaciona con la fuerza. El virtuoso es el más fuerte, porque no tiene grandes necesidades. Mentimos o somos cobardes por debilidad, de manera que las virtudes son las fortalezas de la persona. Y con aportación de Aristóteles, ubicamos a las virtudes en el punto medio, justo entre el vicio por carencia y el vicio por exceso. Así, el valiente está en el punto medio; en un extremo –por defecto- está el cobarde mientras que en el otro – por exceso- está el temerario imprudente. El generoso, que es virtuoso, está a la mitad de avaro y del despilfarrado, y así sucesivamente. Para ubicarnos en ese anhelado punto medio será indispensable la prudencia. Tercero, que aunque la ética aplica para todas las personas, quienes tuvimos el privilegio de estudiar una carrera universitaria, tenemos más responsabilidad en estos temas, ya que los privilegios sólo se justifican cuando se regresan a la sociedad en nuestro actuar. No se trata de que nunca nos equivoquemos, sino en lo que hacemos una vez que eso ocurrió, en cómo se repara el error para seguir generando esa confianza tan necesaria en la actualidad. Diremos pues, para concluir, que la responsabilidad profesional nos incluye el tema ético de manera toral, además de los saberes técnicos que cada uno desarrolla. Es un tema de formación de la voluntad y no sólo de la inteligencia, para movernos a un deber ser en nuestro actuar. Estamos llenos de gente inteligente, ahora necesitamos gente buena, ese es el tamaño del reto que nos toca enfrentar.


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