El Summum 33

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En su último montaje, Rodrigo García realiza una peculiar conmemoración del segundo centenario de las Cortes Constituyentes de Cádiz de 1812 en lo que supone el último capítulo de una propuesta escénica que no deja a nadie indiferente.

TEXTO DE BONI ORTIZ

Versus es el tercer espectáculo de Rodrigo García visto por estas tierras. El primero fue Compré una pala en IKEA para cavar mi tumba, que a pesar de exhibirse en un lugar inadecuado, tenía su gracia con aquella crítica de lo cotidiano, mostrándonos la depravación que contienen nuestros gustos, nuestras pulsiones y compulsiones consumistas desde una poética arriesgada, heredera de todas las heterodoxias teatrales del siglo pasado, con los modos del happening sesentón. En aquella ocasión apuntaba ciertas dudas sobre la valentía y la honestidad de Rodrigo García, reprochándole que no llevaba a las últimas consecuencias su propuesta, en la que sí confiaban a pies juntillas sus actores y actrices. No me estaba equivocando mucho. Cuatro años después La Carnicería nos volvió a visitar con Arrojar mis cenizas sobre Mickey, y mis dudas se vieron reforzadas después de que, durante hora y media nos atiborrara de palabras atormentadas de adolescente, de topicazos antitodo y de nihilismo barato. Además, algunas de las figuras poéticas, basadas ya exclusivamente en lo plás-

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tico, recordaban en exceso su anterior espectáculo, dando la impresión de ya visto y con una duda esencial tomando nuestras entrañas por asalto: ¿Existía Rodrigo García? ¿o será un producto del tipo Milli Vainilli, creado por un consorcio de multinacionales –Adidas, Ikea y The Walt Disney Company–? Tenía la impresión de que se trataba de una especie de telepredicador que en realidad escondía –de manera aviesa– los objetivos de una teletienda. Daba la impresión de tratarse de una vuelta de rosca más a esas fórmulas publicitarias que se ríen del producto anunciado. En aquella ocasión le vimos en la misma opción pequeña del Teatro de Laboral que esta vez: un espacio reducido y que asegura la cercanía entre público y actores. Al fondo del gran escenario se monta una grada con 150 plazas, y donde se desarrolla la acción es en el espacio sobrante hasta el telón cortafuegos de boca, cubierto por completo con una gran pantalla en la que se irán proyectando imágenes a lo largo de toda la función, más o menos en relación con ella.

VERSUS Cuando la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales le encargó este espectáculo a Rodrigo García, él mismo confiesa que el tema le daba pánico y no le interesaba en absoluto, para seguir diciendo que «tenía que llevarlo a un punto en el que pudiera sentirme honesto». No dudo que lo intentara, pero no lo consiguió. El resultado es un espectáculo de conveniencia por lo dicho. Confuso, contradictorio y aburrido por la profusión de letreritos durante las dos horas que dura, con adagios, paridas, refranes, greguerías de producción propia en las que se dice una cosa y la contraria, hechas con palabras que según pare-

ce sí valen, y no las que contienen los libros del suelo a los que se mea, desprecia, destroza (como hicieron aquí en 1937 los falangistas con los del Ateneo Obrero de Xixón) y que acaban siendo arrojados al guaje y pegados con adhesivo en su cabeza. Machista por la exasperante adoración y exaltación de los genitales masculinos y patriarcal por el papel de la mujer, a la que se machaca, humillándola, y con la que se erotizan las cosas, como la pelea de dos varones a lo Paquito el Chocolatero, por ejemplo. Podría decirse algo sobre la grosería gratuita de Versus, pero lo dejaremos. Desconexo, porque a lo largo del espectáculo pueden verse la planilla de ensayos seguramente realizados a kilómetros de distancia: los diferentes monólogos; las escenas de a dos; alguna coreografía... Todo ello hilvanado con los dibujos animados, las proyecciones, las músicas de Chiquita y Chatarra, y las alegrías y cantes jondos (que parecían una broma macabra semejante al Gremlin del microondas) de David Carpio y David Pino, dos cantaores jóvenes de calidad que dan el toque gaditano, junto a un par de guiños goyescos absolutamente prescindibles, completando así –con mucha honestidad– su contribución al II Centenario de las Cortes Constituyentes de Cádiz de 1812. Proyecciones que sirven para encolar los sueltos, en las que vamos viendo imágenes monitorizadas de una ecografía de un feto en el vientre materno; volar al coche de Carrero Blanco de la Operación Ogro, mezcladas con las cabriolas y saltos de unos Monster Trucks, en una secuencia pretendidamente divertida, aunque no tanto para quienes resistían al franquismo en los 70, en los tajos, los barrios o agrupaciones culturales y que no estaban a salvo dentro de una estructura militar superclandestina como ETA; vimos un mono que


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