MANZANILLO No. 6 -Centro de Historia de Itagüí-

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MANZANILLO

No. 6 diciembre de 2022-Centro de Historia de Itagüí (CHI)

ISSN: 2590-535X

Itagüí-Antioquia-Colombia

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Centro de Historia de Itagüí (CHI)

Mesa Directiva 2021-2022

Presidente: Jorge Alberto Morales Agudelo

Vicepresidente: Cristian Camilo Betancur Arboleda

Secretario: Henry Alberto García

Tesorera: Luz Marina Martínez Hernández

Vocal: María Amantina Osorio Ramírez

Revisor fiscal: Eladio Jaime Saldarriaga Gutiérrez

Miembros de número

Esteban Morales Estrada

Henry Alberto García

Jorge Alberto Morales Agudelo

Luis Guillermo Cardona V.

Luis Orlando Luján Villegas

Luz Marina Martínez Hernández

María Amantina Osorio Ramírez

William de Jesús Bustamante López

Manuela Salazar Colorado

Cristian Camilo Betancur Arboleda

María Camila Betancur Jiménez

David Mejía Peláez

Miembros eméritos

Luis Javier Villegas Botero

Luis León «Hugo» Mejía Pérez

Hernán Arboleda Restrepo

Mario Mejía González

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MANZANILLO

Revista del Centro de Historia de Itagüí (CHI). Personería jurídica del 15 de noviembre de 1989. Nit: 800123191-9.

ISSN: 2590-535X.

Directora

Amantina Osorio Ramírez

Comité Editorial

María Amantina Osorio Ramírez

Jorge Alberto Morales Agudelo

Luis Orlando Luján Villegas

Corrección de estilo

María Fernanda Noreña

Diseño y diagramación de portada

Martín Armando Múnera

Fotografías de la portada

Tríptico, óleo sobre lienzo (369x244) de Francisco Madrid. Ubicado en el Centro Administrativo Municipal de Itagüí, Secretaría General. Fotografía de Susana Micolta Jiménez, 2020.

Foto contraportada

Panorámica del Pico Manzanillo. María Elena Muñoz Jaramillo, 2014.

Centro de Historia de Itagüí (CHI)

Carrera 51 n.º 51-60, oficina 227, Centro Comercial de Itagüí

Itagüí – Antioquia – Colombia

Teléfono: (574) 604 373 89 75

chideitagui@gmail.com

El contenido de los artículos que se publican en Manzanillo es responsabilidad exclusiva de sus autores y el alcance de sus afirmaciones solo a ellos compromete.

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7 CONTENIDO Presentación ....................................................................... 9 ITAGÜÍ: DE SITIO A CIUDAD INDUSTRIAL Desarrollo histórico de Itagüí: de sitio a parroquia .......... 15 Amantina Osorio Ramírez Itagüí, 191 años. De distrito parroquial a ciudad industrial ......................................................................... 33 Henry Alberto García Himno al Pico Manzanillo ............................................... 46 Orlando Flórez PATRIMONIO CULTURAL LOCAL Itagüí: renacer de polines entre rieles .............................. 51 Orlando Luján Los hornos Hoffman de Itagüí: el patrimonio, un discurso que llegó muy tarde ...................................... 71 Cristian Camilo Betancur Arboleda
8 DIÁLOGO LOCAL Escuela Diego Echavarría: una institución memorable........................................................................ 89 Luis Guillermo Cardona V. Mi maestro de escuela ...................................................... 98 Hernán Arboleda Restrepo Un libro, un personaje y un sitio emblemático de Itagüí ........................................................................... 99 Jorge Alberto Morales Agudelo Museos para Itagüí ......................................................... 109 David Mejía Peláez Lanzamiento del libro “Petroglifos de Itagüí” ................117 José Alejandro Tamayo Maya EN PERSPECTIVA Más que conservas y jaleas: la importancia de los dulces y su relación con la mujer en el siglo XVIII en el Nuevo Reino de Granada ...................................... 125 María Camila Betancur Jiménez

Presentación

El territorio que conocemos actualmente como Itagüí está cumpliendo 191 años de haber sido erigido como distrito parroquial. Su historia comienza cuando el mariscal Jorge Robledo avista lo que sería el Valle de Aburrá; lugar con un ecosistema favorable para el paso y asentamiento de grupos humanos seminómadas, cazadores y horticultores, como los nutabes, que se encontraban en lo que hoy es Itagüí, Envigado y Sabaneta. Los escritos dejados por los cronistas dan cuenta de la existencia de estos grupos y, además, narran sus diversos modos de vida y estrategias de adaptación al entorno biogeográfico. En el municipio, y específicamente en el barrio El Rincón Santo (El Rosario), existen algunas muestras de los petroglifos o rocas grabadas que pertenecen a estas culturas ancestrales. Petroglifos que merecen el derecho a contar su historia, lo que significa incorporarlos a la memoria sociocultural de Itagüí (Osorio, A.).

Desde el descubrimiento y los posteriores asentamientos humanos que fueron configurando lo que posteriormente tomaría el nombre de sitio, curato o distrito parroquial, se dio todo un trasegar que, según el número de habitantes y de las características económicas, sociales, culturales y ambientales, permitió catalogar a dicho territorio en una u otra de estas denominaciones. Los escritos de las iglesias, los archivos notariales y los censos de población, son fuentes documentales y reseñas particulares que dan cuenta de los esfuerzos, las dificultades y las aspiraciones de los diferentes grupos de personas que aportaron a que esta conformación territorial se hiciera realidad (Morales, J.). Es importante señalar la composición poblacional que se conformó en dicho territorio; además de los españoles, mestizos y algunos indígenas, se unieron negros libertos, esclavos fugados de sus encomiendas, cargueros y arrieros venidos de las más remotas regiones. Camila Betancur señala la importancia de la presencia de mujeres afrodescendientes, y de su influencia en la cocina colombiana y relata cómo a través de dichas preparaciones se creaban espacios simbólicos donde se compartían

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historias, creencias, memorias, sabores y se configuraban prácticas de resistencia.

Durante los primeros años la ruralidad estaba a la orden del día y se reflejaba tanto en el aspecto de la localidad como en el pensamiento y comportamiento de sus habitantes. Solo en 1931, gracias a la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas de Itagüí (SMP), como organización de la sociedad civil en el municipio, se comenzó a trabajar en el desarrollo local (Morales, J.). Se emprendieron diversas acciones, muchas de ellas precursoras de una cultura que protegía el medio ambiente y de la convivencia ciudadana.

Con el objetivo de alcanzar la construcción ideal del territorio, y a través de las actividades desarrolladas por la SMP crean un nuevo sentido de pertenencia asociado a los conceptos de modernidad, urbanización, industrialización, planificación, ética, moral y participación. En ese sentido, se reconoce la importancia que tiene el ámbito socioespacial donde se desenvuelve una población, y se revela una estrecha relación con su marco simbólico-cultural que determina un habitus (Bourdieu); es decir, existe una relación indisociable con la cultura y la identidad.

El concepto de identidad se refiere a la idea que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás. El sentimiento que se despierta puede estar vinculado con las relaciones que se requiere establecer para ir a la escuela, el trabajo, el parque, la tienda, y los demás centros por donde circulan las actividades humanas y que, en conjunto, dan forma a nuestro sentido de pertenencia.

El lugar es el espacio en el que se instalan señas de identidad, relaciones e historias; para Guillermo Cardona la escuela Diego Echavarría Misas es un lugar de evocaciones: «¡Cómo olvidar las amenas charlas y los muchos ratos agradables que, aún por fuera de la institución, compartíamos con nuestros más cercanos amigos!».

En ese sentido, una construcción social se refiere a la manera en que los habitantes se apropian y recorren el territorio en el que viven; además, es una entidad que busca y ordena prioridades para asegurar

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un modo de vida y las garantías de calidad que dan la seguridad de pertenecer a algo: un espacio, un grupo, un territorio, un municipio.

En el siglo xx, y precisamente en 1955, el progreso del municipio empieza a despuntar debido a la acumulación de capital proveniente de la actividad minera y comercial. La abundancia de recursos hídricos y de mano de obra, que emergió de forma paralela a las transformaciones urbanísticas, el desarrollo del sector servicios, los medios de transporte (automóviles, trenes y tranvías) y la generación de energía, hicieron que el proceso industrial fuera viable. Es así como Antioquia pasó a ser un gran proveedor de insumos textiles, tabaco, lozas, ferrería, entre otros.

Se dinamizaron renglones de la economía como la construcción, ya que las empresas urbanizadoras privadas hicieron su ingreso al municipio. La construcción de los hornos Hoffman fue de gran importancia para el desarrollo urbanístico del Valle de Aburrá, ya que se estaba en pleno proceso de edificación y este tipo de hornos permitió levantar, «a punta de ladrillos», gran parte del territorio (Betancur. C). Dichos hornos, se puede decir que tenían y tienen valor histórico, simbólico y estético para ser considerados parte del patrimonio de la ciudad y, tal como lo plantea (Isaza), su reconocimiento hace que « las historias que se cuenten sean de como la ciudad progresó por medio de la industria, y no de como “el progreso” destruyó la historia de la industria».

Entre 1911 y 1987 la Estación Itagüí, conocida también históricamente como Estación Calle Negra o Estación Yarumito, propició el desarrollo del municipio en su etapa industrial a través del servicio del transporte de carga y mercancías; además, favoreció la movilidad y los intercambios humanos desarrollados a través de unas vías de comunicación (Luján, O.). En la actualidad dicho lugar es conocido como la Sala Cultural Estación Yarumito, y es un bien patrimonial de carácter nacional que se encuentra fuertemente arraigado a lo que es la historia y la tradición cultural y económica del barrio. El recuerdo del tren de carga y pasajeros aún sigue latiendo en la memoria de los habitantes del sector.

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En la actualidad se están realizando demoliciones de la arquitectura industrial en el Valle de Aburrá que responden a un proceso paulatino de decadencia de la industria, donde la anterior vocación económica ha sido reemplazada por una de servicios en la que prevalecen otras actividades. Es importante aludir al patrimonio cultural, ya que los lugares evocan un imaginario en el que acontecen episodios de lo cotidiano y se dinamiza una relación entre lo territorial y la vida social. En Itagüí, solo en las décadas de los 80 y 90, la institucionalidad cultural alude al patrimonio cultural de manera explícita. A partir de ese momento el tema adquiere relevancia pública y como lo señala Lorenc Prats (1997), el factor determinante del patrimonio es «su carácter simbólico, su capacidad para representar simbólicamente una identidad».

Los museos también son espacios que, a través de la educación, tienen un papel primordial en la reflexión y producción de conocimiento sobre el patrimonio y la cultura. Desde esta perspectiva, contribuyen a la integración del potencial económico, social y humano de las comunidades locales y de los grupos más vulnerables. Ellos encarnan nuestra historia compartida y nuestra identidad, un valor fundamental que genera otros valores sociales. David Mejía considera que con ellos se procuraría una mayor autoestima, un mejor sentido de pertenencia, se robustecería el imaginario colectivo y nos vincularíamos con las raíces y los sueños de cara al futuro de la ciudad.

El desarrollo y fortalecimiento del sentimiento de pertenencia en los habitantes de un territorio ayuda a construir conciencia de vinculación, favorece las actitudes participativas y de cooperación en el medio y en la comunidad, y facilita procesos de inclusión y cohesión social. La pertenencia a un lugar o a un grupo, aunque no todos tengan esta necesidad (como mínimo de forma consciente), interviene en la cobertura de una serie de necesidades básicas como la seguridad, la estima, el reconocimiento, el bienestar, el compromiso, las actitudes positivas, etc.

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Amantina Osorio Ramírez

ITAGÜÍ: DE SITIO A CIUDAD INDUSTRIAL

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Desarrollo histórico de Itagüí: de sitio a parroquia

Estudios arqueológicos del Valle de Aburrá

Los estudios arqueológicos que se han realizado en el Valle de Aburrá permiten determinar, según Santos (2010), una ocupación por parte de diversos grupos humanos que van desde cazadores y recolectores que llegaron al valle hace aproximadamente 10 000 AP, hasta los grupos de alfareros y agricultores encontrados por los conquistadores españoles en el siglo xvi.

Durante el periodo tardío, la ladera occidental (espacio donde se ubican el cerro El Volador, los barrios Belén Altavista y Guayabal, y el municipio de Itagüí) estuvo ocupada principalmente por los indios aburráes, hasta su contacto con los españoles en el siglo xvi (Aristizábal, 2015).

Los estudios arqueológicos pioneros realizados en los barrios periféricos donde se estaba iniciando una expansión urbana en el Valle de Aburrá fueron efectuados por el antropólogo Graciliano Arcila Vélez en el año de 1950. Existen reportes de estructuras funerarias en las inmediaciones de los barrios Simón Bolívar, La Castellana, Guayabal, El Poblado y el municipio de Itagüí.

La ladera occidental del Valle de Aburrá presenta varias estribaciones o cuchillas montañosas: la loma de Manzanillo en Itagüí

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y la cuchilla el Ajizal. Ambas descienden desde las cotas más altas (como el Alto Barcino, el cerro del Padre Amaya, el Boquerón, el Páramo de las Baldías, etc.), hasta las zonas planas del valle en las que hoy se encuentran los barrios de Guayabal y Belén, y los municipios de Itagüí y La Estrella. Dichas estribaciones están bañadas por quebradas torrenciales que vierten sus aguas al río Medellín. Entre ellas están las quebradas La Guayabala, Ana Díaz, Aguas Frías, Doña María, Iguaná, etc.

El contacto con las huestes conquistadoras españolas y las posteriores luchas que de ello se derivaron, sumado a la propagación de enfermedades, fueron eventos que condujeron a la pérdida de muchas vidas indígenas, lo que generó una ruptura cultural, social, y económica.

Maltratados [los indios] por los nuestros con daño considerable, huyeron tan escarmentados, que no volvieron más, y Robledo pudo llegar sin embarazo a la noticia de la abundancia de semillas, perros mudos, conejos y frutas que había en el país; y a éste, que aunque angosto tiene todas las calidades para ser bueno, y sus naturales llamaban de Aburrá, llamaron los españoles el valle de San Bartolomé, donde la riqueza de sus sepulcros ha sido grande y su fertilidad y temperamento ha obligado a que de presente se haya fundado una buena villa (Fernández de Piedrahíta, 1688).

Llegada de Robledo, descubrimiento del Valle de Aburrá

Lo poco que se sabe de primera mano acerca de las comunidades que lo habitaron durante la época de contacto se debe a los relatos escritos por los cronistas que acompañaron a Jorge Robledo en su segundo viaje desde Cali. Dicha información, que se reduce a una decena de párrafos, se encuentra en las Crónicas de Indias. La segunda expedición del mariscal Jorge Robledo partió de Cali el 29 de septiembre de 1540, siguiendo la ruta de la ribera occidental del río Cauca con rumbo norte, hasta la Villa de Anserma. El objetivo de dicha misión era el de fundar

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una villa en Buriticá. Durante este viaje, Robledo decidió desviarse hacia el oriente en busca de un rico valle llamado Arví, que le habían descrito y del que los indios le dicen que es tierra de gran riqueza y poblazón (Aristizábal, 2015).

Desde Murgia (que los españoles llamaron el pueblo de la Sal y que hoy corresponde al municipio de Heliconia), mirando hacia el norte, Jorge Robledo observó el 10 de agosto de 1541 que la cordillera presentaba cierta depresión; y como todo había que explorarlo, despachó enseguida a Jerónimo Luis Tejelo que fuera a descubrir aquellas partes … subió la cordillera central y encontró el Valle de Aburrá, a donde siguieron todos los españoles … con las primeras luces de la aurora los castellanos fueron vistos y atacados por numerosos enemigos que no dieron parlamento alguno, y cayeron sobre los visitantes por espacio de varias horas … fueron descubiertos, al parecer por centinelas que tenían apostados los indios del valle previendo las incursiones de sus inamistosos vecinos del otro lado de la montaña… pero luego entró tal espanto a los bitagüies —pues éste era el nombre de los habitantes de este valle— que no solo abandonaron el campo sino que se ahorcaban con sus propias mantas ante la visión, para ellos terrífica, de los hombres blancos, de lenguas barbas y mal agestados (Robledo, 1975, p.9).

El sitio de ingreso bien pudo ser el corregimiento de San Antonio de Prado, por donde va el trazado de la actual carretera Medellín-ItagüíHeliconia; por el corregimiento de Belén Altavista, que presenta huellas de caminos prehispánicos; o bien por La Estrella (Uribe Ángel, 1885, como se citó en Piedrahíta, 1984). La aldea indígena primigenia, por su parte, estaría situada en el centro del valle de Aburrá, actual sector de Guayabal.1

1 Desde mediados del siglo XX, las investigaciones arqueológicas han revelado la existencia de una importante aldea precolombina en Guayabal, extendiéndose sus casas entre el cerro Nutibara y la quebrada de Doña María, a la entrada de Itagüí (Caicedo, 2014).

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En este valle permaneció Robledo más de veinte días sin hacer fundación. El Valle de Aburrá fue un mero lugar de paso, por no contar con recursos auríferos (Caicedo, 2014, p. 8).

El Valle de Aburrá y su población

El Valle de Aburrá, a la llegada de los españoles en el siglo xvi, estaba poblado por numerosas tribus indígenas. Según Jorge Orlando Melo, se habla de cifras entre 500 000 y 1 000 000 de indios; según los registros arqueológicos, los caribes se habían extendido desde la zona antioqueña de la Costa Atlántica hacia el sur del departamento por los valles de los ríos Atrato, Cauca y Magdalena. Dicha etnia tenía varias familias en Antioquia, entre ellas están los tahamies2 y los nutabes3

En la región también habitaban grupos humanos seminómadas de cazadores, recolectores y horticultores, los cuales presentaron diversos modos de vida y desarrollaron múltiples estrategias de adaptación al entorno biogeográfico.

En su lengua, los indios llamaban al valle Avurrá, palabra que significa «pintadera»; los españoles lo llamaron San Bartolomé.4 En él se encontraron diversos alimentos; algunos de ellos provenían de la actividad agrícola (maíz y fríjol), y otros eran de origen animal como los curíes y los perros americanos (Caicedo, 2014, p.26).

2 Los tahamíes cubrieron vastísimas regiones de montaña de Antioquía. Además de Medellín, los actuales municipios de El Retiro, El Carmen de Viboral, Rionegro, Marinilla, Segovia, Amalfi, El Peñol, La Ceja, Puerto Nare, Guarne, La Pintada, entre otros.

3 Los relatos indican la presencia de esta tribu en el Valle de Aburrá en municipios como Itagüí, Envigado y Sabaneta, también en los municipios de Toledo, San Andrés de Cuerquia, Sabanalarga (corregimiento Orobajo) e Ituango así como otros territorios que mediando el siglo XVI fueron habitados por la tribu.

4 «Aunque los españoles llamaron a este valle San Bartolomé, este nombre no perduró, sino el original usado por los naturales, que traduce pintadera, tal vez por el oficio textilero que ejercían» (Jaramillo, 1996, p.107). Esta etimología proviene del Diccionario de la Lengua Katía publicado por el padre Constancio Pinto García en 1974: «Aburrá n. pintadera, marca para pintarse» (Piedrahita Echeverri, 1984, p. 37).

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El patrón de poblamiento consistía en pequeños núcleos dispersos de población. Estos grupos no producían oro, pero lo comerciaban con los urabaes, zenúes o habitantes de la región Quimbaya. El altiplano oriental y el Valle de Aburrá estaban ocupados por comunidades agrícolas relativamente pacíficas que no practicaban la antropofagia, poseían grandes campos de cultivo, y se puede inferir que cultivaban maíz en abundancia según la fertilidad de los suelos; igualmente, se han encontrado restos paleobotánicos de otros cultivos como batata, ñame, fríjol, ahuyama, aguacate, yuca y palmas. Domesticaban conejos y curíes.

Parece ser que los aburráes se dedicaron a la actividad textil, pero no producían su materia prima. El algodón era sembrado por las poblaciones asentadas en la cuenca del río Cauca, y lo intercambiaban con los grupos del Valle de Aburrá, quienes lo necesitaban para cubrirse del frío. Aun así, lograron especializarse en el hilado y la elaboración de mantas de algodón tejidas en telares y pintadas que luego comerciaban con otras poblaciones (Aristizábal, 2015).

El río Aburrá divide en dos el Valle de Aburrá, y la ocupación de las tierras que se denominan sitios se hizo de forma dispersa por hatos a lo largo y ancho. Alberto Bernal Nicolls (1976) señala que para el año 1614 ya existían, de norte a sur, los potreros de Barbosa, la Tasajera, Fontidueño y Hatoviejo; en la parte central del Valle se encontraban el sitio de Aná y el pueblo de San Lorenzo; en Envigado e Itagüí estaban los sitios de Guayabal, La Culata y Santa Gertrudis. Estas propiedades fueron el resultado, en su mayoría, de las adjudicaciones de mercedes por parte del Cabildo de Antioquia y de los gobernadores, siendo Gaspar de Rodas quien otorgó las primeras (Hoyos y Molina, 1994, p.19).

El poblamiento del valle se fue dando por medio de pequeños núcleos que sucesivamente se irían llamando capillas, sitios, parroquias, curatos, distritos o municipios. El censo ordenado por Miguel de Aguinaga, según Javier Piedrahita (2000) al examinar el censo realizado

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el 19 octubre 1675, dio un total de 288 cabezas de familia con más de 3 000 personas entre niños y adultos; además, reportó 186 familias de blancos, 32 de mestizos, 28 de mulatos, 32 de indios y 2 de negros. La población esclava de Itagüí, por su parte, estaba compuesta por 73 hombres y 62 mujeres.

Esta distribución demográfica estuvo relacionada con las actividades agrícolas, los potreros y los hatos. Las actividades laborales eran variadas y dan una idea de la composición social de aquel entonces: se censan carpinteros, empajadores de casas, herreros, jornaleros, vaqueros, traficantes de sal, entre otros. (Libro de actas del M y Cardo y rexmto de la Villa de Medellín 1675-1813).

Hoyos y Molina (1994) señalan que el valle, como unidad geográfica y ambiental, empezó a fragmentarse, primero por las mercedes de tierra y luego por las heredades y ventas. Así, a los primeros hatos siguieron las explotaciones agrícolas, que se dieron a la par de una ocupación del suelo que no obedecía a las leyes de poblamiento, pero sí a la concertación de propiedades. Es difícil determinar cuáles fueron las pautas de este poblamiento, pues los registros documentales generalmente apenas hacen referencia a los vecinos blancos. Solo en expedientes judiciales o en otros documentos que toquen con las castas, se podría realizar una mejor pesquisa, y esto para ciudades o villas, ya que en el Valle de Aburrá estos documentos eran escasos en el siglo xviii y casi inexistentes para el siglo xvii.

Sitio de Itagüí

El 6 de marzo de 1616, gracias al decreto emitido por el licenciado, oidor y visitador general de la provincia de Antioquia don Francisco Herrera y Campuzano (fundador de otros pueblos en las vertientes del río Cauca), se le entregaron a María de Quesada, viuda del capitán Juan Daza, las tierras de Itagüí y en el Ancón de los Yamesíes, con el fin de compensarle las tierras que se le quitaron para un

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resguardo en Sopetrán5. Es considerada la primera propietaria de tierras de la zona sur del Valle de Aburrá6. Dichos terrenos fueron destinados a la construcción de grandes hatos ganaderos y a explotaciones agrícolas en donde se cultivaba maíz, caña, plátano y fríjol. El río que atraviesa el territorio tomó el nombre de doña María en su honor, y fue reconocido como sitio de Itagüí.7

Las tierras que se le habían adjudicado a doña María de Quesada en 16168 empezaron a cambiar de dueño desde 1639. De allí que se exprese que en Itagüí la posesión de las tierras estuvo marcada por cierta movilidad, pues, aunque estas eran adjudicadas a herederos, también eran vendidas a otros personajes importantes que además tenían tierras y posesiones en otros lugares, a personalidades reconocidas o a hijos de cabildantes de la villa que eran importantes tanto por su riqueza, nombre y posiciones políticas.

Parece, sin embargo, que el interés por estos terrenos no consistía en habitarlos; sus propietarios vivían en la Villa de Medellín para administrar desde allí todas sus propiedades. Los lazos de continuidad entre los propietarios del Valle de Aburrá se mantuvieron, ya que en el siglo xviii algunas propiedades de la época de la colonia pasaron a manos de grandes comerciantes, mineros o terratenientes, por medio de la compraventa de tierras, los matrimonios entre familiares,

5 María de Quesada fue una excelente anfitriona que, además, mostró siempre una actitud generosa y caritativa ante los indios de sus dominios. En una de las frecuentes pláticas de don Francisco de Herrera Campuzano, el 19 de mayo de 1615, ante los indios de la provincia de Antioquia, les preguntó que: «donde era el buen sitio y la buena tierra para que hicieran población y dijeron que en el hato viejo de doña María de Quesada».

6 Los linderos que se le señalaron fueron: «Desde la Quebrada que está pasando el “Guayabal” toda la tierra que hay Valle arriba, orilla del río Aburrá y de la Sierra que llega al margen del Llano, hasta la otra banda de la quebrada que llaman de “Aguasal”, todas las sabanas, montes y cañadas que hay en dicho termino y llano» (Betancur, 1931).

7 El sitio de Guitagüí o Ytagüí se menciona desde el año de 1616.

8 A.H.A. «Tierras». Vol 183, doc. 4612.

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las herencias etc. Sin embargo, también hubo cierta movilidad en la posesión de las tierras que permitió a mestizos ricos y pobres acceder a ellas, como fue el caso de don José Bruno de Saldarriaga (Hoyos y Molina, 1994, p.28).

A partir de 1650 se inicia el poblamiento de negros libertos debido a la manumisión comenzada en 1631. De otro lado, a la zona sur del Valle de Aburrá empezaron a llegar esclavos fugados de sus encomiendas, cargueros, arrieros, e indígenas venidos de las más remotas regiones.

Nuevo curato y erección del distrito parroquial de Itagüí

El licenciado y visitador don Francisco de Herrera Campuzano, en las ordenanzas para indios que dictó, ordenó a los encomenderos que en cada una de las poblaciones se tuviera una «iglesia decente» con la imagen de «nuestra Señora» y los ornamentos necesarios para el servicio y la administración de los santos sacramentos.

En los tiempos de la colonia Itagüí tenía dos capillas. Para el año de 1743 se edificó la primera de ellas en el paraje de El Tablazo.9 Fue construida en la hacienda de campo de don José Bruno de Saldarriaga, clérigo y presbítero propietario de una considerable extensión de tierra que iba desde el piedemonte del Pico Manzanillo hasta los nacimientos de la quebrada Doña María10. Solicitaba que la capilla que fue consagrada

9 Dicha capilla obtuvo licencia en 1743, «concedida por el Ilustrísimo señor Obispo Dr. Francisco José de Figueredo y Victorias, a petición del Maestre de campo Dr. José de Saldarriaga». Este último, alférez de la villa y padre de don José Bruno. (A.H.A. Escribamos. Testamento de José Bruno de Saldarriaga. 1777. f.212).

10 La importancia que tuvieron las capillas en el desarrollo urbano es evidente; entre otros en la asistencia que los propietarios de hatos y estancias, muchos de los cuales eran clérigos, quisieron proveer a los pobladores de sus propiedades, y evitarse viajes fatigosos y difíciles al asistir a los actos religiosos en las iglesias de los poblados cercanos. (Área metropolitana, 2010, p.34)

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a Nuestra Señora del Rosario, y que tenía colocada en la capilla de la viceparroquia del Tablazo, se mantuviera con alhajas y ornamentos para que se le rindiera culto a la soberana reina de los ángeles, sin que se pudiera sacar adorno alguno (Betancur, 1931, p.14). Dicha capilla se arruinó totalmente.

La segunda fue edificada en 1755 por el presbítero Francisco José de Toro, quien residía en Envigado. Finalmente, a principios del siglo xix, los doctores Francisco de Saldarriaga y Francisco Reaza donaron a la Capilla del Rosario media cuadra de terreno; y esta fue la que sirvió después de parroquia, cuando Itagüí se convirtió en curato dependiente de Envigado.

La recién erigida parroquia enfrentaba nuevas responsabilidades. No solo debía encargarse de la construcción de la plaza pública, también le correspondía la edificación de la escuela, la cárcel, vías y puentes. Los tres primeros, considerados como espacios de socialización obligada, no encontraron fácil salida. Las exiguas rentas parroquiales no podían acelerar ni llevar a cabo la construcción de edificios públicos.

Con la creación de esta capilla se «oficializó», de alguna manera, el sitio de Itagüí. Además, su presencia acercaba a los habitantes de las regiones cercanas, ya que estos moraban a lo largo de toda la parte sur del Valle de Aburrá, en un hábitat rural tan disperso, que el cura de la parroquia de Medellín, que asistía a todos los feligreses de aquella zona, carecía de fuerzas y tiempo para atenderlos por lo que con esta nueva capilla se acercaba más a su inmensa feligresía.11

11 Estos «sitios» construían no sólo una realidad material articulada entre sí y con el exterior; su vitalidad trascendía y se cruzaba con lo espiritual. El comportamiento moral de los gestantes pobladores era cuestionado, sino por la lejana capital de la provincia, por su propio arreglo social que transgredía la ley escrita, en pos de una ley que les permitiera convivir (Hoyos, M. y Molina, A. 1994)

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El «Libro I de bautismos» de la Capilla de Nuestra Señora del Rosario de Itagüí12 comienza en diciembre de 1825 y es firmado por el cura Felipe de Restrepo (Hoyos y Molina, 1994, p.135).

El poder local no se caracterizaba por la oficialidad de sus representantes. Aunque algunos de los propietarios de tierras en Itagüí eran ricos exfuncionarios de la Corona, su papel en estas tierras no era oficial y sus móviles eran personales. Algunos de ellos, como doña María de Quesada, don Diego Muñoz de Bonilla y su esposa María de Alarcón, se avecindaron permanente o transitoriamente en el sitio de Itagüí, creando vínculos estrechos con la población de libres, indígenas, esclavos y españoles blancos que se asentaron alrededor de sus hatos, estancias y capillas (Hoyos y Molina, 1994).

Parece que quienes definitivamente ocuparon el sitio de Guitagüí eran hijos de cabildantes de la villa o personajes importantes por su riqueza, nombre y posiciones políticas. Tal es el caso del alguacil mayor Juan Jaramillo de Andrade, cabildante elegido por el gobernador Miguel de Aguinaga.

Todas estas familias tenían vínculos de sangre y alianzas con familias fundadoras de la villa. El sector comercial se había unido al poder político y a la sociedad local a través de múltiples compromisos, además, se transparenta y entrecruza con el de propietarios de minas, esclavos, haciendas y escaños en el Cabildo (Rodríguez, 1992).

El poder y la vida cotidiana del valle y del sitio de Itagüí estuvieron determinados por un proceso de expansión y colonización que a su vez fue estimulado por la fuerte demanda de alimentos de otras zonas. La gran cantidad de afluentes, algunos derivados de caudales de ríos como las quebradas Ayurá y Doña María, fueron la piedra en el zapato que impidió una continua comunicación con Itagüí, ya que el

12 A.P.I Archivo Parroquial de Itagüí, tomo I de Bautizos 1825-1830.

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camino que de la villa conducía a Itagüí iba primero a Envigado y de allí giraba a Itagüí y al pueblo de La Estrella, teniendo que cruzar el río Aburrá. Este relativo aislamiento generó una economía de autoconsumo con excedentes para el intercambio (la producción de maíz y caña de azúcar merecía la mayor atención, ya que sus ciclos productivos debían ser atendidos oportunamente para obtener la cosecha; el plátano, por su parte, no requería de tanto cuidado y su producción era silvestre).

Categoría de partido a distrito parroquial

El sitio de Itagüí fue elevado a la categoría de partido, así como otros seis sitios. Este cambio se dio en 1763, durante la gobernación de José Barón de Chaves (1755-1769), reformador de la administración de la villa que cambió, elevó, dividió e impulsó diferentes fracciones del valle (A.C.M, tomo 1763).

El partido de Itagüí, carente de contextura urbana, disemina su territorio en medio de campos de labranza y hatos. Para 1774, sus tierras ya habían dejado de ser un espacio cubierto de montes y cañaverales (tal como se mencionaba en los informes de 1639) y estaban dedicadas a la agricultura, con un predominio de cultivos de caña, plátano, maíz, fríjol, yuca, árboles frutales, hortalizas y otros. Su producción y abundancia se concentró en las vegas del río y lo restante estaría dedicado a pastos para la cría de ganado.

Durante la visita del oidor Juan Antonio Mon y Velarde en 1786, se levantó un censo de las familias del partido de Itagüí, que entonces estaba poblado por 2 103 habitantes. En él se brinda información variada que confirma la estabilidad conseguida por los libres y el mejoramiento material de las condiciones generales de vida, expresado en el grado de domesticación y explotación del territorio (A.H.A. censos. Tomo 337 documento No 1786). Allí también se registra a siete personas con «trapiche» y por lo menos tres eran «cañeleros». La población libre de Itagüí estaba formada por 1 021 hombres y 961 mujeres. De esta

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manera, en todo el valle había una presencia mayoritaria de pequeños propietarios alentados por el bajo precio de la tierra en algunas zonas como Itagüí.13

El 16 de abril de 1776, los alcaldes ordinarios, el alférez real y el procurador general de la Villa de Medellín pasaron al reconocimiento del sitio donde debería erigirse el curato de Envigado e Itagüí, y consideraron ser más conveniente el llano que comprendía el sitio de Envigado. Los habitantes deberían comprometerse con la apertura y composición del camino hacia Itagüí, y con la construcción de un puente de madera por donde se pudiera pasar a caballo. La distancia entre uno y otro sitio, lo mismo que las continuas avenidas del río dificultaron el comercio y beneficio espiritual de los habitantes; motivo que más tarde sería el elemento de mayor peso para que se erigiera un nuevo curato en el partido de Itagüí. Para ese momento no existía subordinación entre Itagüí y Envigado; ambos, como sitios y partidos, tenían la misma categoría.

Con esa decisión, el sitio de Itagüí quedaba relegado y perdía la importancia de partido que había adquirido entre los años de 1755 y 1769, cuando era gobernador de la provincia don José Barón de Chaves, quien inició la transformación borbónica cambiando y dividiendo diferentes fracciones del valle. La dependencia era total. En el partido de Itagüí ni siquiera había un cura permanente para que atendiera a la feligresía, y la capilla construida a principios del siglo xix estaba a punto de derrumbarse.

Desde 1773 se había solicitado la separación del curato de Envigado y la erección de la parroquia del sitio de Itagüí, petición que fue negada en varias ocasiones. Las razones que impulsaron dicha

13 La dinámica interna de Itagüí se generó desde cierta marginalidad, provocada en parte por su situación geográfica y sus características hidrológicas, hechos que determinaron en muchas etapas de su vida política, la vinculación con zonas más al sur y al suroeste.

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solicitud fueron de índole estratégica, espacial, económica, política y religiosa. El partido de Itagüí se vio aislado y casi que absorbido por el curato de Envigado14. La separación que producía el río era muy difícil de cruzar, y sus puentes «de a pie y de a caballo» eran deficientes; todo esto hizo que, desde fines del siglo xviii, se dividieran y repartieran en cada sitio algunos cargos como los de jueces, párrocos, etc

Debido al aumento del número de habitantes, a la distancia y a las dificultades que imponía el río durante el invierno, los vecinos de Itagüí juzgaron la conveniencia y necesidad de que se erigiera un nuevo curato independiente del de Santa Gertrudis. Así, el 29 de abril de 1825, algunos de ellos dieron poder «bastante y necesario» al Sr. Joaquín Velásquez, del mismo vecindario, para que los representara en todos los pleitos y negocios civiles y eclesiásticos. Esto se hizo con el fin de que Velásquez solicitara, ante quien correspondiera, un sacerdote que les facilitara los auxilios espirituales; comprometiéndose, a nombre de todos los exponentes, a paramentar la iglesia que tenían, o a construir una mayor en otro lugar, si se creía conveniente.

La solicitud de erección parroquial que se venía haciendo desde 177315 se volvió a presentar el expediente el 24 de diciembre de 1831 a don Juan Carrasquilla, personero del cantón de Medellín, quien encontró el expediente conforme a las leyes y ordenanzas sobre poblaciones, sugirió la conveniencia de la nueva creación y decretó la erección del partido de Itagüí en Distrito parroquial, desmembrando del curato de Envigado toda la zona comprendida a la izquierda del río Medellín. (Archivo Histórico de Antioquia, 1832 AHA). El 7

14 No importaba si el nombramiento era religioso o civil porque siempre implicó, primero, la rivalidad de las poblaciones, ya que el ascenso de un lugar implicaba la pérdida de poder de almas, población, territorio y rentas. En segundo lugar, se reflejó especialmente, la consolidación de las capillas, plazas que se asumían como centro de poder para esos sitios debido a que el poder religioso fue más dominante que el civil e iba de la mano de todas las actividades sociales y económicas (Área metropolitana, 2010, p. 33).

15 El partido de Itagüí comenzó su carrera independentista del curato y distrito de Envigado desde mediados de la segunda década del siglo XIX.

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de marzo de 1832, mediante la resolución 28, el vicepresidente del Estado comunicó a través del Dr. J. Francisco Pereira (encargado de la Secretaría del Interior y Justicia), la aprobación oficial del Decreto del 24 de diciembre de 1831, por el cual fue erigida la nueva parroquia de Itagüí. El 21 de marzo de 1832 se comunicaron el decreto, los límites y la aprobación del gobierno del concejo municipal y del señor obispo (Hoyos y Molina, 1994).

Las nominaciones que recibió Itagüí durante el siglo el siglo xix oscilaron entre parroquia, distrito, y distrito parroquial (Hoyos y Molina, 1994, p. 84). El señor Francisco Vélez fue nombrado primer alcalde municipal. Se nombró al señor José Apolinar Quiroz como primer mayordomo de fábrica de la nueva parroquia; y como cura, al presbítero Felipe Restrepo.

En 1850 apenas empezaba a conformarse un cordón urbano y se podían notar ciertos asentamientos poblacionales que eran conocidos como partidos entre los que estaban El Guayabal, La Salada, Prado y Rincón Santo. En el centro del distrito se habían conformado varias manzanas que daban la apariencia de un casco urbano definido.

En el proceso de erección de la parroquia de Itagüí fue menester, además de la construcción de la plaza pública16 que empezó a formarse en 1900, en frente del templo de Nuestra Señora del Rosario, que se iniciara la construcción de la cárcel, las escuelas, vías, puentes y espacios públicos. Paulatinamente, se fue conformando un casco urbano centrado en la plaza y la iglesia, con casas desperdigadas a lo largo de su vía principal. Los demás pobladores se ubicaron al occidente, en las laderas de la montaña, en zonas como el Rosario, Pedregal, el Rincón

16 La plaza es el legado español y su existencia no sólo es necesaria, sino que es una forma de mostrar que los sitios ascendieron como centro de poder religioso, político, social y económico. La plaza ha sido el lugar de intercambios de todo tipo: mercado, encuentros, discusión, festividades religiosas sagradas y de espectáculos (Área metropolitana,2010, p.34).

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y el Tablazo. El territorio fue adquiriendo su propio ritmo y moldeando sus particularidades con arreglo a la actividad de sus habitantes.

A diferencia de Medellín, Itagüí no tuvo una élite local que se preocupara por su desarrollo. A comienzos del siglo xix, aún era el lugar preferido por los «ricos» de Medellín para tener fincas de recreo como La Navarra, La Tulia, Camparola y Monteverde. Estos Terrenos contaban con ganado y con sembrados de plataneras, cañaduzales, yuca y frijoles.

En 1883, la población de Itagüí era de 6 448 habitantes, siendo la tercera zona más poblada del Valle de Aburrá después de Medellín y Envigado. La población iba en aumento gracias a las migraciones que se originaban en otras regiones del departamento17 y que llegaban atraídas por las posibilidades laborales que el municipio ofrecía. Itagüí también se convirtió en un sitio donde se recibía a aquellos pobladores provenientes de zonas rurales que habían sido desplazados por condiciones políticas de conflicto que, desde el siglo xix, han afectado la vida campesina en el país (Hoyos y Molina, 1994, p.67).

La población, mayoritariamente campesina, tenía precarias condiciones educativas y de salud pública. Itagüí contaba con escasos centros educativos, una atmósfera moral y existencial sesgada y provinciana. Para los gobiernos locales, la educación y la cultura no eran pilares de sus políticas. La intervención de la municipalidad en el ornato, higiene y adecuación de puentes y vías locales no fue muy notoria, su actividad estaba limitada a la reglamentación de estos asuntos y a su sanción.

17 Cada ola migratoria que se desplazó a poblar determinadas regiones de la Cordillera Central tuvo características específicas: unas espontáneas, otras institucionales y algunas empresariales. Pero todas tuvieron en común el desplazamiento de un crecido número de pobladores desposeídos, la formación de la amplia capa de pequeños y medianos propietarios, la apropiación de recursos naturales, la consolidación de pueblos como centros de intercambio y lugar desde donde se orientó la ocupación de nuevos territorios. (Valencia, 2017, p. 29)

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El sacerdote Juan Nepomuceno Cadavid Giraldo, quien llegó a la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario el 28 de junio de 1907 y fue párroco por más de treinta y cinco años, fue quien llevó el progreso en la década del 20. Solía reunirse con los patriarcas del pueblo, bien en la casa cural o en otro lugar, para pedirles que hicieran algo por Itagüí. Fue a quien le correspondió hacer una transición, tanto en las obras eclesiásticas como en las civiles.

El territorio fue adquiriendo su propio ritmo y moldeando sus particularidades con arreglo a las necesidades de sus habitantes. La iglesia católica logró penetrar desde la conquista y exorcizó, con oración y devoción, la incertidumbre, la enfermedad, el hambre, la pobreza y la muerte. A la par, se fundaron ciudades, aparecieron centros urbanos de manera espontánea, y se construyeron iglesias, catedrales, capillas y ermitas. Hasta los años 60, la educación y moral cristiana estaban fuertemente arraigadas en la mentalidad y las formas de actuar de los habitantes de Itagüí, y constituyeron el termómetro que midió lo escandaloso, lo prohibido, lo impío y la verdad. Los párrocos, desde el púlpito, exhortaban a la sociedad a llevar vidas acordes con la doctrina católica. Además, el clero alcanzó amplia influencia en las decisiones de la administración municipal.

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Referencias

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Itagüí, 191 años. De distrito parroquial a ciudad industrial

…Itagüí, un pequeño poblado que carece de importancia, permanece suspendido a los ojos extraños en una quietud entre lo conventual y el hastío…

Primer momento

En 1825 los vecinos de Itagüí se pusieron como tarea independizarse del curato de Envigado. Pero, es solo el 24 de diciembre de 1831, que se aprueba la erección del curato o distrito parroquial de Itagüí, que es confirmada el 21 de marzo de 1832 por el vicepresidente de la República. Felipe de Restrepo fue el líder natural de este proceso y, a su vez, el primer cura párroco de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario.

La erección de Itagüí como distrito parroquial coincide con la Ley Fundamental de noviembre de 1831, según la cual las provincias del centro de Colombia formaban un Estado con el nombre de Nueva Granada. En febrero de 1832, un mes antes de que se confirmara la erección de Itagüí, se suscribió, por los diputados de las provincias del nuevo Estado, la constitución que habría de regir su destino durante los once años siguientes. Territorialmente, la Nueva Granada quedó dividida en provincias, cantones y distritos parroquiales.

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18 Peyrat, 1916, como se cita en Hoyos y Molina, s.f.

Es así como se conformó la planta administrativa de Itagüí, integrada por un alcalde primero, un alcalde segundo, un síndico parroquial, dos comisarios de policía, el recaudador de rentas comunales, el personero y el secretario comunal. Estos miembros eran elegidos por el concejo comunal a través del voto restringido por quienes tenían las calidades para ser electores. Este cuerpo administrativo no varió, a pesar de los continuos cambios políticos de la República. Los distritos parroquiales, además de tener una jurisdicción eclesiástica, tenían una jurisdicción civil cuya administración estaba subordinada a un concejo municipal y a un jefe político, ambos de orden cantonal.

Sin embargo, la erección parroquial de Itagüí no implica su consolidación como municipalidad. A la parroquia y a sus vecinos les correspondía desarrollar las obras necesarias para su progreso. Así, debían encargarse de la construcción de la plaza pública, la escuela, la cárcel, las vías y los puentes. Las razones por las que se solicitó la división de Envigado son esencialmente religiosas, como se desprende del mismo decreto de erección:

12. Que el concilio de Trento … dispone que en donde por la distancia de los lugares, u otras dificultades, los fieles no pueden concurrir a recibir los sacramentos y ni los oficios divinos, se exijan nuevas parroquias aún en contra de la voluntad de los curas, y siendo la distancia de una parte de Itagüí a Envigado bastante grande para impedir a muchos fieles concurrir a recibir los sacramentos y asistir a los oficios, y quedando todos casi en la imposibilidad de hacerlo cuando una creciente destruya el puente que hay sobre el río de Medellín, lo que es muy fácil, es manifiesto que el partido de Itagüí se halla precisamente en el caso que señala el concilio de Trento y por lo tanto debe erigirse en parroquia (Hoyos y Molina, s.f)

Para la naciente parroquia, estos primeros años de vida republicana fueron de muchas penurias en relación con las rentas

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que ingresarían para favorecer el progreso de las obras públicas. En el transcurso del siglo, las autoridades civiles y eclesiásticas estaban en la obligación de persuadir a los vecinos de pagar los tributos; si esto no se lograba mediante la persuasión, había una serie de multas y castigos. La eficacia de estas medidas fue baja debido a la dispersión de la población, a la movilidad de los ciudadanos por las continuas guerras y a la ausencia de registros. Es por esto por lo que caracterizaron a Itagüí, hasta mediados del siglo xx, como una localidad pobre.

Cuando fue reconocida como distrito, Itagüí contaba con 2 103 habitantes. En 1839, y gracias a una colecta, se contrató al señor Alejo Escobar para que enseñara a los niños lectura, escritura, aritmética, sana moral, religión y principios de urbanidad. En el gobierno de Francisco de Paula Santander se hizo énfasis en la educación pública. La ausencia de escuelas en el distrito era evidente, lo que llevó a los vecinos a fundar tres escuelas privadas.

Durante el siglo xix, e incluso hasta bien entrado el siglo xx, la instrucción pública tenía un propósito más moralizador que educativo. Solo en 1871 se fundó la escuela primaria de niñas; y al igual que con las instituciones creadas para varones, se buscó establecer escuelas y colegios privados.

Segundo momento

Gracias al trabajo realizado en el archivo, se encuentran informes que demuestran que, el alcalde y el concejo municipal, debían mejorar, perfeccionar y extender la educación de los habitantes (sobre todo la instrucción primaria), fomentar la agricultura y el comercio, cuidar de la apertura de caminos, y procurar la construcción de puentes. En 1863 los Estados Unidos de Colombia, y en este caso la municipalidad, empezaron a reclamar autonomía frente al poder eclesiástico. El distrito no contaba con un holgado presupuesto que le permitiera atender las necesidades de la naciente cabecera: eran los vecinos quienes seguían

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costeando maestros, ayudando con la construcción de caminos y con el aseo en la plaza principal.

Lo anterior quiere decir que, 33 años después, el naciente municipio y sus administradores no avanzaban y la pobreza y el desorden se evidenciaban en peticiones como la que hacía el director de escuela Manuel Betancur:

Estados Unidos de Colombia-Estado Soberano de AntioquiaDirección de la Escuela, abril de 1865, Señor alcalde de Distrito: Suplico a usted tenga la bondad de ejecutar los medios posibles para que se me paguen mis sueldos que se me deben atrasados y que tengo asignados como tal director, pues soy pobre i no es justo este procedimiento … También suplico a usted se digne se provea la escuela de niñas de dos docenas de cartillas, y dos de cajones, unos lápices de primera, siquiera cien, pues son de urgente necesidad, urjo así mismo 20 doctrinas. Sobre la interrupción de la enseñanza sí que mal hay en hacerla y tantos niños matriculados y casi ninguno asiste, sino de 40 a 50, cuando más 60, ojalá pusiera usted remedio a este mal. Dígnese acudir a mi solicitud pues así evitaremos que yo tenga que dirigirme al señor prefecto sobre este negocio i esto será desagradable pero necesario sino hubiese otro remedio … Dios lo Guie a Usted.19

En virtud de la precariedad económica y administrativa, el alcalde de la época da respuesta a la circular de la Prefectura del 8 de septiembre, dando cuenta dentro de la misma, sobre el funcionamiento todos los ramos del gobierno. Cuando se refiere a los problemas de instrucción pública también da cuenta del estado de pobreza de los habitantes y de su incapacidad para sostener a las escuelas del distrito, aunque la municipalidad se encargaba del sostenimiento de una de ellas asegurando así el desarrollo de actividades educativas, tal y como lo evidencia el informe,

19 Alcaldía Varios, Tomo del año 1865. Archivo Histórico de Itagüí.

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En cuanto a la instrucción primaria ella se sostiene con las contribuciones directas decretadas anualmente por la corporación municipal. En cuanto a la escuela pública de niños que hay establecida en el distrito, pues, aunque existen otras de ambos sexos son sostenidas por los padres de familia que educan a sus hijos en ella … En éste distrito la educación de la juventud marcha en regular estado, sólo existe una escuela de niños costeada o sostenida de los fondos públicos y aunque las autoridades y sus habitantes aman de corazón la educación no ha sido posible procurar el establecimiento de otros planteles, ya porque los vecinos en lo general son pobres, ya en fin porque aunque con pena debo decirlo el estado de bancarrota en que hoy se encuentra el tesoro de Itagüí, es tal que apenas puede atender aquellos gastos muy precisos.20

Eran muchos los aspectos que había que cubrir y las rentas municipales eran escasas. Durante casi todo el período federal, la problemática más seria en Itagüí era la de las vías de comunicación, lo que hacía que se tuvieran que sacrificar los recursos del ramo de la educación y atender obras que, según el alcalde, embargaron el tesoro del distrito con particulares que prestaban recursos para terminar dichas obras de interés general:

Debido a que en otro tiempo las autoridades quisieron hacer lo que era materialmente imposible, construir un puente sobre la quebrada Doña María, para esa obra que confieso es de vital importancia cuando el tesoro del distrito pudiera subvenir a ella, de echo sobre sí, y causo a deber una enorme suma a interés a los señores Manuel Arango y Avelino Saldarriaga, que por el transcurso del tiempo se ha hecho imposible pagarla, sino es causando al distrito un sacrificio tal que a primera vista parece

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20 Alcaldía Varios, Tomo del año 1863. Archivo Histórico de Itagüí.

ruinoso pero que hay que hacerlo para salvar de ese inmenso caos en que hoy se ve sumergido21 .

Las funciones que se cumplían en materia de reparaciones y construcciones se ejecutaban en pozos y desagües que, debido a su mal estado, debían ser limpiados y rozados, sobre todo en las márgenes:

Sin embargo, en la actualidad debido a la estación del invierno sí se encuentran en ellos varios lodazales o charcos que no ha sido posible secar y encascajar, porque el mal tiempo no lo ha permitido y en vez de componerlo se empeora más y más. 22

Con el objetivo de que los lugareños continuaran con sus actividades agrícolas, el prefecto envió la semilla de la moreja para que se cultivara en el distrito, ya que el joven municipio no mostraba signos de urbanización: contaba con una plaza pública tardíamente configurada, a diferencia de otras ciudades en América Latina; y su territorialidad estaba repartida entre valles y montañas de cultivos de caña de azúcar y hatos ganaderos. Al parecer, en el detalle del alcalde de la época se explica cómo se efectuó la repartición de dicha semilla:

Se ha distribuido esta semilla, aunque en su totalidad las cantidades que con tal objeto se remitirá a este distrito que parece que sus habitantes prefieren el cultivo de la caña de azúcar, maíz, legumbres y que por la moreja demanda un cuidado más esmerado ... Poco intervenía El cultivo de las primeras producciones vegetales no lo ha permitido, sin embargo, varios han sembrado. 23

21 Alcaldía Varios, Tomo del año 1863. Archivo Histórico de Itagüí.

22 Alcaldía Varios, Tomo del año 1869. Archivo Histórico de Itagüí.

23 Alcaldía Varios, Tomo del año 1869. Archivo Histórico de Itagüí.

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Tercer momento

Atraso e ineficacia administrativa desde 1870 hasta 1955, con tenues desarrollos en lo social y en lo político mayormente impulsados por particulares. Esto fue lo que acaeció en la década de los años treinta del siglo xx, cuando se funda la Sociedad de Mejoras Públicas a través de la junta promotora de la conmemoración del centenario, hecho vital para consolidar el proceso de urbanización y ornato de la ciudad. Poco intervenía la municipalidad en temas de higiene y embellecimiento de las vías locales, pues estaba más dedicada a reglamentar y a sancionar que a liderar y construir.

El crecimiento demográfico también reflejó el estancamiento del municipio en relación con otras ciudades cercanas: en 1883 contaba con 6 448 habitantes, en 1905 disminuyó el número de pobladores censándose solo 5 027 personas, y en 1918 sigue la tendencia a la baja al registrarse un número de 4 528 personas. Pocos incentivos para vivir en una localidad que carecía de casi todos los servicios indispensables, y cuyas rentas tampoco aumentaban para el beneficio general. La modernización no aparecía por ningún lado y no se observaba liderazgo desde el concejo municipal y la alcaldía; ejemplo de ello es la facilidad con que San Antonio de Prado fue desagregado de Itagüí y anexado a Medellín sin que los gobernantes de turno tomaran medidas para evitarlo. Claro está que los habitantes de San Antonio de Prado, en su momento, se sintieron abandonados por la administración municipal y solicitaron, a través de sus líderes, que fuera declarado como municipio en el año de 1903. Cinco años después se deroga el acto administrativo y se convierte en corregimiento de Medellín.

La ruralidad, que estaba a la orden del día, no solo era evidente a nivel de infraestructura, sino que también se manifestaba en el pensamiento y la actitud de los vecinos que se quejaban ante el alcalde, como primera autoridad de policía, por problemas de convivencia. Estas dificultades entre los habitantes de la localidad absorbían la actividad

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del alcalde, impidiéndole ocuparse de la realización de obras para el beneficio social:

Señor alcalde del distrito: hace bastante tiempo que un vecino mío el señor Joaquín Escobar Trujillo me está causando daños con sus animales. Los perros me causan muchas molestias y actualmente estoy sufriendo perjuicios por un marrano pequeño que entra en una labranza de maíz que tengo y daña el maíz caído. Yo deseo evitar una desgracia entre dicho señor y yo, y por esto interpongo el recurso de la justicia antes de cometer una mala acción pues lo he reconvenido sobre esto varias veces y no he podido que contenga el animal y no me perjudique. En tal virtud y siendo prohibido por la ley tener dentro de las poblaciones perros y marranos sueltos solicito de usted obligue a dicho señor Escobar quite dichos animales. Los señores Ramón Restrepo y Dámaso Escobar hijo de Juan Antonio son sabedores del hecho en referencia relativo al perjuicio que me están causando con su cerdo, cerdo que no estoy obligado a sostener y que él no puede tener suelto viviendo como vive en la cabecera del distrito, Itagüí, junio 28 de 1870 … Fernando Saldarriaga. 24

Desde el siglo xviii, el partido de Itagüí careció de élite local. De los catorce vecinos, algunos tenían propiedades de Santa Fe, en San Nicolás, pero solo el capitán Juan Jaramillo y el doctor Luis Jaramillo tenían título nobiliario. Esto se evidenció en que, desde finales del siglo xix, no hubo quienes se ocuparan del desarrollo urbanístico y la modernización de aquel territorio. Tampoco se contó con personas que sugirieran a los gobernantes locales maneras de conducir la administración por buen camino.

A pesar de la intervención que los alcaldes y concejales hacían en el orden moral y material a través de acuerdos y decretos, la población

24 Alcaldía Varios, Tomo del año 1870. Archivo Histórico de Itagüí.

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de Itagüí veía cómo estos se convertían en letra muerta mientras no hubiese compromiso con lo que se hacía. Algunos alcaldes electos preferían renunciar antes que asumir posiciones que, contrario a lo que sucede hoy, los desacreditaban en lugar de otorgarles prestigio. Sin embargo, el esfuerzo se hacía desde la administración, y en un decreto sobre policía del año de 1871 se vislumbra que había un interés genuino por que se cumplieran las normas de convivencia:

El jefe Municipal considerando: 1. Que uno de los más preciosos deberes del jefe municipal del distrito es vigilar el cumplimiento de las leyes y decretos que arreglan los diferentes ramos de policía, para hacer efectivas de este modo las garantías individuales para conservar el orden público y la moralidad de los habitantes del distrito y para evitar la comisión de delitos. 2. Que las leyes de policía son conocidas ya por todos los habitantes del distrito que ellas contienen las disposiciones necesarias para conseguir el fin enunciado … Decreta: Art 1: Se invita a todos los habitantes del distrito a fin de que observen y cumplan todas y cada una de las leyes y demás disposiciones vigentes de policía y para que propendan a ser observadas y cumplidas por todos, para que unidos los esfuerzos de los vecinos a los de la autoridad se consiga fácilmente y sin necesidad de castigo, el mandamiento del orden, la tranquilidad pública, el amor al trabajo, la extinción de los delitos y la moralidad del pueblo. Art 2: Sin embargo, de expresarse al cumplimiento de la disposición del artículo anterior, el que infringiese cualquiera de las disposiciones vigentes sobre policía será castigado irreversiblemente con las penas propuestas por las mismas leyes … Art 3: La policía ejercerá especial y constante vigilancia sobre lo siguiente: 1. Sobre las casas de juegos permitidos, a fin de que no entren en ellas personas que no deben hacerlo, según las leyes y especialmente los hijos de familia … 2.Sobre los juegos de suerte y azar que son prohibidos por la ley y perjudiciales a la sociedad, respecto de los cuales se instruirá mes por mes, información sumaria para averiguar si

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se han ejecutado y se imponen las penas correspondientes a los culpables sin perjuicio de tomar todas las medidas convenientes para impedirlos … 3. Sobre el aseo de las aguas de que se provee la población de su curso, ni ensuciadas en manera alguna sin justa causa y con permisos del jefe de policía bajo la multa de cuarenta centavos a cuatro pesos … 4. Sobre los ebrios, los cuales no podrán presentarse en público en tal estado y el que lo hiciese será arrestado por primera vez doce horas … 5. Todo animal que se deje vagar pagará su dueño cuarenta centavos a cuatro pesos, tampoco se permite ganado vacuno suelto en la plaza y calles … 6. Sobre los pesos y medidas las cuales deberán estar arregladas con las dimensiones de peso y capacidad que determina la ley … 7. Sobre la vagancia que es la fuente y raíz de todos los males en consecuencia a los vagos se les perseguirá y se les aplicarán las penas correspondientes … 8. Sobre bailes, los cuales no podrán hacerse sin permiso de la autoridad y con intervención de la policía … Art 4 … Los Comisarios de Policía vigilarán a fin de que las disposiciones de este decreto y las demás que arreglan la policía sean estrictamente cumplidas … agosto 6 de 1871, Emigdio Zuleta alcalde. 25

A principios del siglo xx el municipio mostró muy pocos avances en materia de tecnología y desarrollo: el telégrafo llegó a fines de 1876 y la línea telefónica en 1927. Para entonces Itagüí seguía pareciendo más un corregimiento que una ciudad, pues desde inicios de 1900 contaba con muy pocas industrias, como la Cervecería Antioqueña y la empresa Curtiembres; eran pocos los colegios públicos y privados que se habían fundado; contaba con muy escasas obras de infraestructura; la presentación del plano futuro de Itagüí se realizó apenas en 1929; a finales de la década del cuarenta el incremento demográfico fue leve; y la administración pública estaba sumida en el desorden y la ignorancia de sus funciones y deberes:

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25 Alcaldía Varios, Tomo del año 1871. Archivo Histórico de Itagüí.

En 1911 Julián Saldarriaga, Personero municipal, rinde informes de actividades al gobernador … lo único que funciona es la tesorería de rentas. El concejo, aunque se reúne ordinariamente y muestra interés por los asuntos tratados, no tiene secretario, ya que quien les sirve, es el mismo de la alcaldía y es incapaz de cumplir ambos cargos. La junta municipal de catastro marcha muy mal, básicamente porque el alcalde la preside, forma indebidamente los cuadros de catastro y no los envía oportunamente. La junta municipal de caminos marcha con regularidad, pero la Alcaldía es la que peor anda. Se puede decir que actúa sin secretario, los sumarios se hacen mal, el desorden se nota a primera vista, no hay inventarios, se permiten bochinches en la cabecera, se hacen tiros de revólver, los niños entran a establecimientos de juegos permitidos, las calles y las plazas son potreros y el alcalde no ha puesto coto a esto (Hoyos y Molina, s.f., p. 93).

Asomos de desarrollo

El progreso del municipio en la década de los años cincuenta empieza a despuntar con el acuerdo 33 de 1955, mediante el cual se generaron todas las garantías para que las industrias se establecieran. La expansión industrial trajo como consecuencia una ola migratoria que se originó en los municipios cercanos, específicamente en la región del suroeste antioqueño. Esto aumentó el número de pobladores y, por ende, propició la expansión del centro a la periferia (desde el punto de vista urbanístico). Otras consecuencias de la industrialización son la contaminación de los afluentes y la presencia de todo tipo de gases contaminantes de la atmósfera que emanaban de múltiples calderas. También aumentaron los impuestos por concepto de industria y comercio, se generó una buena cantidad de empleos para los habitantes, y se dinamizaron renglones de la economía como la construcción, ya que las urbanizadoras privadas ingresaron al municipio, específicamente en el sector norte, desde San Fernando hasta el sector del Guayabo.

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Para concluir y como datos adicionales a este breve recuento la historia del municipio es necesario advertir que la municipalidad inició en el decenio de los años cincuenta la construcción del edificio para la Alcaldía y la plaza de mercado. A partir de los años 60 se dio inicio al sistema de valorización mediante el cual se pavimentaron varias calles. También se registró una mayor actividad en la tesorería de rentas, pues se pasó de $800 000 en 1950, a $15 000 000 en 1971. A pesar de que hubo dinamismo en los recursos del municipio y de las empresas, el desarrollo de obras en los sectores periféricos fue inexistente, exceptuando los barrios del centro. El descontento aumentó en el municipio, y en la década de los años setenta se convocó a la comunidad a paros cívicos en los que se reclamaba por el servicio de acueducto y por otras necesidades como la pavimentación de las calles. La administración no dimensionó los problemas que causaría la falta de planificación.

Pocas opciones para los jóvenes y los niños que encontraron en bares y cantinas espacios para diversión. De los 6 bares que había en 1948, se pasó a más de 80 en el decenio de los años sesenta… y la historia continua.

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Referencias

Hoyos, G. M y Molina A. (s.f). Historia de Itagüí.

Alcaldía Varios, Tomo del año 1863. Archivo Histórico de Itagüí.

Alcaldía Varios, Tomo del año 1865. Archivo Histórico de Itagüí

Alcaldía Varios, Tomo del año 1869. Archivo Histórico de Itagüí.

Alcaldía Varios, Tomo del año 1870. Archivo Histórico de Itagüí.

Alcaldía Varios, Tomo del año 1871. Archivo Histórico de Itagüí.

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Himno al Pico Manzanillo

Orlando Flórez Magister en historia

Aquel purpúreo monte, que tenía la formación más viva hacia el ocaso, desviado secreto de espesura, vuelve hacia mí, se instala ante mi amor, lo mismo, que un ser, una inmortal mujer dorada.

Sitio Perpetuo -Juan Ramón Jiménez Alturas verdes de vertientes aguas. Montañas sagradas de nativas razas. Peñascos dorados de invasoras almas. De celestes nubes onduladas crestas. De mulatos nietos y mestizos hijos.

Te habitan todavía tus originales huellas el olor a sangre del cacique abuelo y las cenizas florecidas de nuestras primeras madres.

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De tu vientre aún renace el manantial rocío de nuestros dulces sueños la flora vital de nuestros yertos cuerpos y los cantos tristes de nuestra fauna avícola.

Altar de truenos y relámpagos Teatro de sol y estrellas Danza de nubes y de lluvias Pintura de luces y colores Canción de mártires y pájaros.

Serás por siempre Musa de artistas y poetas Sanación de místicos y locos Observatorio asombroso de biólogos y astrónomos duendes, dioses y demonios.

Caminando por entre tus lapidados bosques vuelvo a ver y oír los juegos de los niños los ladridos de los perros los disparos de los invasores el zigzag de dardos y de flechas las huertas de caña y de comida

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el desempleo y el hambre ascendiendo al cielo de tus dos mitades: volver al rio de tu cruel batalla o superar la cima de tu infante historia. Seguir viviendo entre el estruendo de los cañones criollos o seguir subiendo des-esperanzados a las mamas de tus desnudos pechos.

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PATRIMONIO CULTURAL LOCAL

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Itagüí: renacer de polines entre rieles26

Introducción

En este artículo se expondrán las razones por las que la Estación Itagüí es considerada como un Bien de Interés Cultural. La primera de ellas describe las particularidades de dicho bien desde su funcionamiento, como parte integral del trazado del Ferrocarril de Amagá que operó como centro de desarrollo social gracias al servicio de pasajeros, y sirvió como centralidad de la actividad económica a través del servicio del transporte de carga y mercancías desde 1911 hasta 1987. La segunda razón tiene que ver con el marco conceptual en el que la estación y la línea férrea se encuentran alineadas al contenido conceptual e investigativo para darle apertura y difusión a la categoría patrimonial de Itinerario Cultural. La tercera razón se vincula con las publicaciones realizadas sobre la Estación Itagüí que presentan argumentos que dan cuenta de su funcionamiento como centro de desarrollo social y como centralidad de la actividad económica. En cuarto lugar, hay una evolución de tipo normativo y político que ha permitido explorar la cultura y el patrimonio, en el ámbito nacional y local, desde una perspectiva antropológica e histórica alineada a la multiculturalidad y diversidad que trasciende la actitud etnocentrista que imperó, con mayor fuerza, hasta bien entrado el siglo xx. En este orden de ideas, la Constitución y el devenir normativo que regula el ámbito cultural tienen una función destacada. Finalmente, el recuerdo del tren de carga y pasajeros aún sigue latiendo en la memoria de los habitantes del sector, prueba de ello es la composición del poema Renacer de la estación Yarumito, escrito por Hernán Cadavid, habitante del Itagüí.

26 Este artículo es parte de una investigación que se encuentra en curso: Luján, O. (2022). «Vagones de la Memoria».

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Las estaciones de Antioquia… son excelentes ejemplos de arquitectura rectangular, sobrepuesta a la planta tipo: así aparecen la teja de barro, el corredor perimetral, la carpintería en madera y en general las características de la arquitectura desarrollada durante la colonización antioqueña.27

Históricamente, la Estación Itagüí también es conocida como Estación Calle Negra o Estación Yarumito (como es nombrada hoy en día por los habitantes del sector28). Fue inaugurada en 1911 como parte integral del trazado del Ferrocarril de Amagá. En su época de esplendor, entre los años 1911 y 1987, funcionó como centro de desarrollo social gracias al servicio de pasajeros. También sirvió como centralidad de la actividad económica, a través del servicio del transporte de carga y mercancías del ferrocarril. En sus inicios funcionó como una empresa particular que gerenció el ingeniero Camilo C. Restrepo desde 1910 hasta 1922, y en 1927 pasó a manos del departamento de Antioquia.29

27 Programa de reciclaje de las estaciones del ferrocarril. Bogotá: Colcultura – OEA, 1994, p. 8.

28 Los habitantes del sector la llaman Estación Yarumito, en razón de la presencia del árbol de yarumo que a lo largo del siglo XX creció en la zona. A partir del año 2017, dicho espacio es nombrado Sala Cultural Estación Yarumito, en el marco del consenso logrado con la comunidad para activarlo con servicios artísticos y culturales. En la actualidad es administrado por la alcaldía en calidad de comodato, frente al Instituto Nacional de Vías (INVÍAS).

29 La empresa Ferrocarriles Nacionales de Colombia fue creada oficialmente en el año de 1954, cuando el gobierno colombiano se propuso unificar la red férrea nacional. A

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Estación Itagüí, 2018. Foto Handlin K. Estación Itagüí 1911. Foto Archivo del Centro de Historia de Itagüí.

Con la suspensión de la actividad férrea desde finales de los años ochenta, la estación quedó inactiva y fue abandonada por los entes gubernamentales. Frente a esta situación, se estableció una medida favorable a todas las estaciones del ferrocarril nacional. Se trata de la declaratoria de Monumentos Nacionales —hoy Bien de Interés Cultural del ámbito Nacional— mediante el Decreto 746 del 24 de abril de 1996 que, por supuesto, benefició a la Estación Itagüí30. Otra medida favorable se dio cuando el Gobierno nacional presentó, el 23 de abril de 2020, el Plan Maestro Ferroviario. Allí, comenta el Plan, se “establece la hoja de ruta y principal eje de política pública con los lineamientos técnicos, económicos, normativos, regulatorios e institucionales, para reactivar el modo férreo y potenciar sus ventajas competitivas”. Con respecto al tramo entre los municipios de Caldas y Barbosa, el gobierno departamental propone el proyecto Tren del Río.31

En el 2015, el Instituto Nacional de Vías (INVÍAS) invirtió en la restauración32 de la Estación Itagüí y, en el año 2017, la entregó en calidad de comodato33; al día de hoy es conocida como la Sala Cultural Estación Yarumito. Una vez la alcaldía recibió el espacio, la institucionalidad cultural y la comunidad del entorno identificaron el siguiente problema: hay una débil apropiación social y valoración histórica, estética y simbólica de la estación y de la línea férrea. A partir de entonces se realizó, junto a la comunidad, una intervención del entorno tendiente a construir una agenda de trabajo que fuera operada por un grupo de líderes que se hicieron llamar los Amigos de la estación.

partir de esta fecha se incorpora y administra las líneas férreas del territorio.

30 Ahora bien, unos años más tarde estos bienes se benefician gracias a la Ley 1185 de 2008 que busca garantizar la salvaguardia, protección, recuperación, conservación, sostenibilidad y divulgación del patrimonio cultural inmueble.

31 Ampliar la información en el siguiente enlace: https://www.ferrocarrilantioquia.com/

32 El cooperante operador de la restauración fue la Fundación Escuela Taller de Bogotá (FETB).

33 En el año 2003 se dio el primer intento de comodato. El libro publicado por el Área Metropolitana del Valle de Aburra lo expresa claramente (2010, p.101).

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En este punto es oportuno precisar que, cuando se nombra a la estación, se alude al espacio físico situado en el barrio Yarumito de la comuna 2, sector urbano ubicado al suroeste del municipio de Itagüí que limita al sur con Sabaneta y al suroeste con La Estrella. La estación está ubicada en una superficie de 1.604,70 m s.n.m. Se trata de un edificio de arquitectura modesta que exhibe el estilo campesino típico de la zona cafetera. La estructura rectangular cuenta con 11 puertas y una ventana (todas fueron fabricadas en madera), cubierta a cuatro aguas, techo de madera y tejas de barro. Está apoyada sobre pilares de madera; sus paredes, de aproximadamente 54 centímetros de espesor, fueron levantadas en tapia pisada; la superficie del piso está hecha de concreto. En la actualidad, la estación cuenta con focos de iluminación artificial interna y externa, y sus puertas son los únicos accesos de luz natural.

El área construida del predio es de 339.66 m2. Esta superficie la conforman largos corredores que anteceden a las puertas de acceso, tres salas de forma cuadrada y una rectangular. Además, en su parte frontal colinda con la calle 29A, al costado derecho con la carrera 50A, a su costado izquierdo con una servidumbre y, en su parte posterior, linda con el predio de una vivienda.

De otra parte, cuando se nombra la línea férrea se alude al recorrido que hacía el tren en su ingreso a Itagüí, en dicho tramo se destacan varios patrimonios culturales inmuebles y muebles que pueden ser estudiados en clave de salvaguardia y de su valoración histórica, estética y simbólica. Entre ellos están:

• Finca Mi Ranchito: fue propiedad del expresidente Mariano Ospina Pérez y su esposa Bertha Hernández de Ospina. Es un espacio reconocido por su arquitectura y su colección de orquídeas.

• Parque Cementerio Jardines Montesacro: en él reposa una importante colección de esculturas que hacen parte del patrimonio cultural mueble.

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• Casa Comunal Barrio La Finca: es un referente testimonial de la arquitectura y la ocupación del territorio.

Contenido conceptual

Los estudios e investigaciones sobre la estación y la línea férrea, así como el concepto en el que se inscribe el presente artículo, se encuentran alineados al contenido conceptual e investigativo que difunde y da apertura a la categoría patrimonial de Itinerario Cultural34. Al respecto, la Carta internacional sobre itinerarios culturales, de 2008, precisa que:

La innovación introducida por el concepto de Itinerarios

Culturales nos descubre el contenido patrimonial de un fenómeno especifico de movilidad e intercambios humanos desarrollados a través de unas vías de comunicación que facilitaron el flujo y que fueron utilizadas o deliberadamente puestas al servicio de un fin concreto y determinado. Un Itinerario Cultural puede basarse en un camino que fue trazado expresamente para servir a dicha finalidad especifica o en una ruta que se sirvió, en todo o en parte, de caminos preexistentes utilizados para diversos fines. Pero, más allá de su carácter de vía de comunicación o transporte, su existencia y significado como Itinerario Cultural propiamente

34 Los Itinerarios Culturales son conocidos en los textos internacionales de la UNESCO e ICOMOS; responden a una nueva categoría patrimonial, consolidada sobre todo desde que, en 2008, se aprobara por la Asamblea del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) la Carta internacional sobre itinerarios culturales. Un acercamiento al concepto de Itinerario Cultural, en un contexto de patrimonio férreo, se aprecia en el libro de Germán Jaramillo Uribe que se titula Acercamiento a un modelo de gestión patrimonial del ferrocarril de Antioquia y su activación como itinerario cultural: Trayecto Botero-Cisneros, publicado por la Universidad de Granada en el 2015.

Con respecto al Ferrocarril de Amagá, se podría avizorar un horizonte prometedor en esta misma dirección, toda vez que noticias recientes lo confirman: «Listos los recursos de interventoría para recuperar la vía férrea entre La Estrella y La Pintada».

Información tomada de: https://bit.ly/3WqA9mg

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dicho se explica únicamente por su utilización histórica para un fin específico y determinado y por haber generado elementos patrimoniales asociados a dicho fin que, surgidos del devenir de su propia y singular dinámica, reflejan inequívocamente la existencia de influencias recíprocas entre distintos grupos culturales durante un extenso período de la historia.

En relación con lo expuesto, es oportuno subrayar la aclaración que hace Lorenc Prats (1997) desde la antropología, cuando explica que el factor determinante del patrimonio cultural es «su carácter simbólico, su capacidad para representar simbólicamente una identidad. Lo anterior explica el cómo y el por qué se movilizan recursos para conservarlo y exponerlo» (p. 22). Así, a partir del hecho de que el factor determinante del patrimonio cultural es su capacidad para representar simbólicamente una identidad, resulta igualmente importante orientar esta iniciativa hacia el conocimiento de lo que Lynch llama «la ciudad en cuanto percibida por sus habitantes» (p. 11).

Barrio Yarumito (Comuna 2)

La estación se encuentra ubicada en el barrio Yarumito, perteneciente a la comuna 2; Hernando de Jesús Pérez Abad, uno de sus habitantes, y además miembro del grupo de los Amigos de la Estación, cuenta -en una entrevista realizada en el 2018- que el barrio Yarumito «fue poblado por mi bisabuelo Vicente Abad, en los registros de Itagüí figura como uno de los propietarios del barrio Los Yarumos; cuando pasó la línea del Ferrocarril de Amagá empezó a poblarse mucho más con gente de varias partes de Colombia». Narran otros líderes que, a partir de la década de los 50, del siglo XX, ingresaron las familias de apellido Londoño, Montoya, Ledesma, Toro, Osorio, Penagos, Jiménez, Aguirre. Estos grupos familiares provenían de Armenia (Antioquia),

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Don Matías, Amagá, entre otros35. Dichas familias se encargaron de promover los convites36 para la construcción de viviendas y calles.

Es oportuno mencionar que, en los inicios de la segunda mitad del siglo xx, prestantes y acaudalas familias instalaron sus fincas en los alrededores de Yarumito. Es el caso del expresidente Mariano Ospina Pérez y de su esposa doña Bertha Hernández de Ospina37, que compraron la propiedad denominada Mi Ranchito (hoy en día es considerada como un Bien de Interés Cultural y, recientemente, fue inaugurada como la Casa de las Mujeres). Dicho espacio estaba destinado a la cría y engorde de ganado, al cultivo de orquídeas, y a la recepción de importantes personalidades de la vida social y política de la época.

Publicaciones

La importancia de la estación es porque representa un testimonio vivo del progreso de un sector como el barrio Yarumito, y en general de un municipio como Itagüí que toda la vida se caracterizó por ser industrial, pujante, y vio crecer grandes industrias a través de lo que el ferrocarril traía y llevaba, y la estación era receptora de ello38.

Hernán González

35 Este aspecto es tratado en la transmisión del programa Arriba Mi Barrio, de Telemedellín, el 29 de julio de 2018.

36 El Diccionario folklórico de Jaime Sierra García (1983) define convite como un «trabajo gratuito colectivo en beneficio de obras sociales» (p.224). Por otro lado, Roger Brew (1977) precisa el concepto en relación con el desarrollo económico de Antioquia en los siguientes términos: «En el occidente de Antioquia, el área de colonización más antigua sobrevivió hasta finales del siglo XIX una forma de trabajo colectivo y voluntario llamado “convite”, que no involucraba pago de dinero» (p. 64).

37 La llegada de la familia Ospina-Hernández al territorio, a mediados del siglo XX, tendría dos implicaciones: de un lado, el transporte del ganado vacuno y porcino que ejercía la propiedad, y con ello, daría oportunidades laborales para los habitantes del barrio Yarumito.

38 Testimonio del señor Hernán González, 23 de agosto de 2018, en el marco del programa institucional «Itagüí sigue avanzando». https://bit.ly/3Ukvqkg

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A continuación, se presentan de forma cronológica las publicaciones que se han realizado sobre la Estación Itagüí, con contenidos explícitos o contextuales, que dan cuenta de su funcionamiento como centro de desarrollo social (servicio de pasajeros) y como centralidad de la actividad económica (transporte de carga y mercancías):

• Echavarría, G. (1979). Camilo C. Restrepo. Servigráficas.

• Molina Londoño, L. F. (1998). El ferrocarril de Amagá. Desarrollo de la ingeniería antioqueña. Programa historia empresarial. Comfenalco Antioquia. https://bit.ly/3WxLP6E

• Londoño Saldarriaga, L. S. (2004). Historia del transporte en Antioquia: el caso de la Compañía Ferrocarril de Amagá, (1907-1933). [Trabajo de grado como requisito para optar el título de historiadora, Universidad de Antioquia].

• Poveda Ramos, G. (2010). Carrileras y locomotoras. Editorial EAFIT.

• Laverde Vanegas, L. A. (2010). Del ferrocarril de Antioquia a ferrocarriles nacionales. Proceso de venta y debate público, 1958-1964. [Trabajo de grado como requisito para optar el título de historiador, Universidad de Antioquia].

• Álvarez Morales, V., Álvarez Múnera, J. R., Aristizábal Johnson, C., Jurado Jurado, J. C., Correa Londoño, D., López Díez, J. C., Marulanda Valencia, F. A., Suárez Quirós, J. A., González Salazar. N. y Ramírez Patiño, S. P. (2014). De caminos y autopistas: historia de la infraestructura vial en Antioquia. Gobernación de Antioquia

• Arrieta Neira, E. B. (2015). Hacia la recuperación de las estaciones del ferrocarril de Antioquia. Entornos urbanos y circuito regional. [Trabajo de grado maestría, Universidad Nacional de Colombia Medellín].

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• Luján Villegas, L. O. (2017). De las velas a las telas… Génesis y desarrollo de la próspera «Ciudad Industrial y Comercial de Colombia». En: ¡Entre campesinos, obreros y emprendedores! Hitos y huellas del desarrollo económico empresarial del Aburrá Sur, 1881-1992. Cámara de Comercio Aburrá Sur.

• Córdoba Marulanda, J. A. (2018). Antigua estación Yarumito de Itagüí: valor histórico como patrimonio cultural de la nación y proyección como espacio expositivo. [Trabajo de grado para optar el título de Maestro en Artes Visuales].

• Ocampo Ortiz, J. C. y Garzón Osorio, L. C. (2021). Yarumito terminal: la historia bien contada de un sector olvidado. Instituto Municipal de Cultura, Recreación y Deporte de Itagüí.

De estas diez publicaciones, las realizadas por Jorge Alberto Córdoba y Juan Carlos Ocampo desarrollan un tratamiento explícito de la estación. Las demás reflexionan sobre aspectos generales del Ferrocarril de Antioquia y Amagá, el contexto industrial, y el transporte en Antioquia. No obstante, esta selección de publicaciones en formato de libro no agota el tema: son una muestra indicativa cuyo alcance se alinea a los propósitos de promoción y divulgación que tiene el presente artículo.

Desarrollo normativo y político

El dinamismo cultural de la ciudad de Itagüí se encuentra asociado a hechos políticos, económicos y sociales que se constatan en cuatro monografías, dos libros sobre el proceso industrial y uno sobre el componente social y cultural39. Algunas de estas publicaciones

39 Los textos en mención son los siguientes:

Osorio Ramírez, A. (2018). Itagüí. Historia social y cultural, 1831-2018. Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia.

Betancurt, A. (1931). Monografía de Itagüí. Con motivo del primer centenario de su fundación. Imprenta oficial.

Asociación de Exalumnos Colegio El Rosario. (1986). Monografía de Itagüí actualizada.

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reflexionan sobre la calidad y el valor de los bienes y manifestaciones culturales que caracterizan a la ciudad.

También es oportuno indicar que en las décadas del 80 y 90 la institucionalidad cultural alude al patrimonio cultural de manera explícita; es a partir de ahí que el tema adquiere énfasis y relevancia pública después de promulgada la Ley General de Cultura (397 de 1997), y un mayor reconocimiento tras la formulación del primer Plan Municipal de Cultura, 2004-2013 «Hacia la construcción de la ciudadanía cultural itagüiseña». La evolución de lo anterior se evidencia en un derrotero de líneas de acción en las que Itagüí se involucró, y que se exponen en los siguientes párrafos.

En 1989, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá y la Cámara de Comercio de Medellín publicaron el libro Patrimonio cultural del Valle de Aburrá. En él se adopta el concepto de cultura formulado por la UNESCO en 1982, con el siguiente enfoque antropológico:

Como el conjunto de rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y efectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.

El libro tiene como propósito registrar objetos materiales que corresponden al área urbana y rural. También busca «valorar las obras

Asociación de Exalumnos Colegio El Rosario.

Hoyos, G. M. y María Molina A. M. (1994). Historia de Itagüí. Alcaldía Popular del municipio de Itagüí.

Upegui, J. C. y Espinosa Acosta, M. T. (1965). Monografía de Itagüí. Editorial CarpelAntorcha.

Luján Villegas, L. O. (2017). De las velas a las telas. Génesis y desarrollo de la próspera «ciudad industrial y comercial de Colombia». En: ¡Entre campesinos, obreros y emprendedores! Hitos y huellas de la historia del desarrollo económico del Aburrá Sur, 1881-1992. Litografía Secrea S.A.S.

Ovidio Rincón, O. y Velásquez, L. G. (1952). Itagüí Industrial. Imprenta Departamental.

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y los sitios que, por su interés histórico, religioso, arquitectónico, turístico, ecológico, de amoblamiento urbano y explícitamente cultural, merecen considerarse como patrimonio del Valle de Aburrá» (Área Metropolitana, 1989, p. 15). En este texto prevalece una valoración monumental del patrimonio cultural que deja desprotegido lo inmaterial.

Una década después de la publicación del anterior texto, el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, junto con otras entidades, construyó el Inventario del Patrimonio Urbanístico y Arquitectónico del Valle de Aburrá, Municipio de Itagüí. El contexto en el que aparece el Inventario se caracteriza por la promulgación de la Constitución Política de Colombia de 1991, la Ley General de Cultura (397 de 1997), y la Ley 388 de 1997 de Ordenamiento Territorial que, en términos de la planeación del territorio, implicó tener en cuenta determinantes históricos y culturales. Es decir, es un instrumento de trabajo que se tornó vinculante para los subsiguientes registros que se harán en relación con el patrimonio cultural del Valle de Aburrá y de la ciudad de Itagüí.

Los años 2005 y 2006 fueron fructíferos para el patrimonio cultural local, toda vez que la administración municipal, el Consejo Municipal de Cultura y la Fundación Diego Echavarría Misas (esta última funge como operadora del proyecto) se abocaron a realizar los inventarios del patrimonio cultural, en consonancia con las opiniones de la comunidad, desde su condición instituyente, y según lo dispuesto en la política y normativa emanada por el Ministerio de Cultura. En este sentido, el Manual para Inventarios de Bienes Culturales Inmuebles, publicado en el año 2005 por el Ministerio de Cultura, es claro en afirmar que:

La elaboración de inventarios es una labor que ha estado presente dentro de las funciones del Estado desde hace más de 30 años, cuando se creó el Instituto Colombiano de Cultura — COLCULTURA—, acción que luego retomó el Ministerio de Cultura desde su creación el 7 de agosto de 1997 por la Ley General de Cultura. Esta experiencia ha dado como resultado un

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importante número de bienes identificados y valorados en todo el territorio nacional (p. 7).

Dentro de este marco de actuación, en la ciudad se elaboraron los Inventarios (2005-2006) y el Informe Técnico (2006);40 documentos que brindan los argumentos para incorporar la línea sobre patrimonio en el Plan Decenal de Cultura, 2004-2013 «Hacia la construcción de la ciudadanía cultural itagüiseña», aprobado por el acuerdo 30, de diciembre de 2005.41

Por su parte, el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), acuerdo 020 del 7 de diciembre de 2007, declara patrimonio cultural, arquitectónico, histórico, arqueológico, ambiental y paisajístico a 31 bienes inmuebles, entre los que está la Estación Itagüí.

En el Eje Estratégico 2, el Plan Municipal de Cultura de 20042013 consigna El reconocimiento y apropiación del patrimonio, programa estratégico que apunta a la «promoción del reconocimiento, valoración, protección, fomento y desarrollo del patrimonio cultural mueble e inmueble, natural, ambiental y paisajístico». Así mismo, plantea un proyecto de «diseño del Plan Patrimonial, ligado a la actualización del inventario general del Patrimonio cultural local», con un indicador: realizar un plan especial de protección patrimonial, del cual se tiene, a

40 Cfr.:

Municipio de Itagüí. (2005). Inventario cultural. Aspectos Socioculturales del Municipio de Itagüí. Estadísticas del Inventario, Agrupaciones Artística, Literatura, Música, Entidades y Eventos Culturales. Mimeo.

Municipio de Itagüí. (2005). Inventario cultural. Bienes Inmuebles. Arquitectura, Urbanística, Paisaje y Arqueología. Mimeo.

Municipio de Itagüí. (2006). Informe técnico de actualización de inventario y propuesta de plan especial de protección patrimonial para el municipio de Itagüí.

Itagüí: Mimeo.

41 El actual Plan decenal de cultura —aprobado por el Acuerdo 08 del 31 de mayo de 2021— también es enfático en ello al incluir en el artículo 20 (con sus respectivos programas), Línea 4, lo relacionado con el patrimonio cultural local (Cfr. Plan Estratégico de Cultura, 2021-2031. Itagüí, Hacia una Visión Social de la Cultura).

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la fecha, un Proyecto Plan Especial de Manejo Patrimonial de Itagüí (PEMPI).42

La matriz de clasificación y registro de bienes inmuebles propuestos por el PEMPI en el 2012 presenta un total de 31 bienes, retomando lo refrendado en el POT; al respecto, el cuadro 1 muestra una matriz de clasificación que incluye, en la categoría de edificación para el transporte, a la Estación del ferrocarril.

Tabla 1

Matriz de clasificación y registro de bienes inmuebles del municipio de Itagüí. 43

Nota. Tomado del Proyecto Plan Especial de Manejo Patrimonial de Itagüí, documento técnico (p. 16).

42 Proyecto plan que, a la fecha, no ha sido aprobado por la administración municipal.

43 Es oportuno mencionar que, para el año 2017, algunos de los bienes señalados en la matriz han sufrido transformaciones o desaparecido por completo, es el caso del Preventorio de mujeres (360-067).

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Lo expuesto hasta este punto permite explorar la cultura y el patrimonio desde una perspectiva antropológica, en relación con la multiculturalidad y diversidad que trasciende la actitud etnocentrista que imperó hasta bien entrado el siglo xx. En este orden de ideas, la Constitución y el devenir normativo que regula lo cultural tienen una función destacada.

Finalmente, el recuerdo del tren de carga y pasajeros aún sigue latiendo en la memoria de los habitantes del barrio Yarumito. Las personas mayores lo vieron rodar por estas calles empolvadas, antes atravesadas por rieles de sur a norte: evocación traducida por don Hernán Cadavid L., uno de los Amigos de la Estación, en su siguiente poema, escrito en octubre del 2017:

Renacer de la estación Yarumito

Los muchachos de aquel tiempo se llenaban de emoción al llegar a la estación el tren de carga, repleto. Para ellos era un momento de trabajo y diversión, pues en más de una ocasión encontraban allí empleo, su distracción, su recreo y la dicha era completa.

Cuentan, Hernando y Javier, que la comida abundaba, que cada que el tren llegaba a la estación YARUMITO, les daban su mercadito y el hambre se ahuyentaba.

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Testigos fueron los rieles de sus juegos infantiles, de sus «hazañas» pueriles, de romances inocentes, de amoríos incipientes y riesgosas travesuras, y era una gran aventura ser polizón en el tren; el cual servía, también, pa´ transportar pasajeros, nacionales y extranjeros que entraban por Santa Marta.

Cuando el tren se aproximaba, anunciaba con su pito que faltaba muy poquito para cambiar la rutina y en actitud heroica casi exponiendo la VIDA le daban la bienvenida a la ESTACIÓN YARUMITO…

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Referencias

Alcaldía de Itagüí. Plan Decenal de Cultura, 2004-2013 «Hacia la construcción de la ciudadanía cultural itagüiseña».

Alcaldía de Itagüí. Plan Estratégico de Cultura, 2021-2031. Itagüí, Hacia una Visión Social de la Cultura

Área Metropolitana del Valle de Aburrá (1999). Inventario de patrimonio urbanístico y arquitectónico del Valle de Aburrá, Municipio de Itagüí. Corantioquia y otros.

Área Metropolitana del Valle de Aburrá. (2010). Patrimonio urbanístico y arquitectónico del Valle de Aburrá. Litoimpresos y Servicios.

Arrieta Neira, E. B. (2015). Hacia la recuperación de las estaciones del ferrocarril de Antioquia. Entornos urbanos y circuito regional. [Trabajo de grado maestría, Universidad Nacional de Colombia].

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En las primeras semanas de junio del año 2020 se inició la demolición de los hornos tipo Hoffman, los cuales estaban ubicados en el barrio Viviendas del Sur del municipio de Itagüí y habían sido construidos hace aproximadamente 95 años. En ese lugar, una empresa privada edificará cuatro torres de apartamentos. Meses antes, cuando se conoció la noticia, fueron muchas las voces que se alzaron en contra de la demolición. Entre ellas se destacan el Museo de Antioquia, la Fundación Ferrocarril de Antioquia, el Instituto de Patrimonio y Cultura de Antioquia, la Sociedad Colombiana de Arquitectos y la Sociedad Antioqueña de Ingenieros. Todas coincidieron en que los hornos eran referentes de la memoria y del patrimonio industrial del departamento; e insistieron en que no se destruyeran y, en cambio, fueran protegidos y declarados como patrimonio. Sin embrago, y a pesar de los llamados que se hicieron, los hornos fueron derribados y con sus ruinas se construirá, según el alcalde de Itagüí, un monumento conmemorativo.

Ahora bien, las razones que justificaron la demolición de los hornos fueron emitidas tanto por la empresa constructora como por la alcaldía de Itagüí. La compañía dijo que, por medio de un estudio44, se demostró que la estructura estaba en riesgo de ruina inminente debido al deterioro físico. Por su parte, la administración municipal sostuvo que

44 Este estudio fue encomendado por la Constructora Conconcreto a la empresa Estructura y Sísmica S.A.S, quien entregó un informe denominado «Estudio de vulnerabilidad Chimeneas Itagüí, el cual concluyó el deterioro y la ruina inminente de los hornos Hoffman». Jiménez González, D. (22 de junio del 2020a). Ni el polvo de ladrillo quedará de los dos hornos Hoffman, El Colombiano. https://bit.ly/3t0S1qq

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Los hornos Hoffman de Itagüí: el patrimonio, un discurso que llegó muy tarde

no era posible realizar una restauración integral, pues el proceso sería muy costoso (Jiménez González, 2020a); sin embargo, el argumento que llevó a la Curaduría Urbana Segunda de Itagüí a otorgar el permiso para la demolición tuvo que ver con que los hornos no estaban declarados por el municipio como un Bien de Interés Cultural (BIC). La constructora aseguró que «ninguna de las entidades interesadas en su declaratoria como patrimonio ha dispuesto recursos para el efecto o ha señalado su interés en hacerlo» (Jiménez González, 2020a). Argumento que, como se verá más adelante, se debe matizar.

Por lo tanto, la presente investigación busca analizar —más allá de la demolición— las causas que llevaron a que un referente industrial tan importante para el municipio y el departamento tuviera el fin expuesto anteriormente. De esta manera, las preguntas que guiaran el presente artículo son ¿qué factores influyeron en la demolición de los hornos Hoffman?, ¿hubo o no un interés por parte de los entes municipales en declarar los hornos como un bien de interés cultural?

Así pues, para responder a estos interrogantes, el presente trabajo se valdrá de fuentes orales y documentales. Entre las primeras, se expondrán una serie de entrevistas a personas conocedoras del patrimonio de Itagüí y de la situación que llevó a que los hornos Hoffman fueran destruidos. Entre ellas destacan Juan Pablo Diez Ramírez, arqueólogo y director de la Corporación SIPAH de Itagüí (Patrimonio-AmbienteHistoria); Edwin Bermúdez, coordinador de la Veeduría ciudadana al desarrollo territorial, medio ambiente y patrimonio de Itagüí; y Orlando Luján, historiador del municipio de Itagüí. En cuanto a las otras fuentes, se revisarán documentos oficiales, tanto de la administración municipal como de otros organismos regionales. Vale la pena aclarar que las fuentes primarias (orales y documentales) estarán acompañadas de una bibliografía acorde al problema de investigación.

En cuanto a la estructura, este trabajo estará dividido en dos partes. En un primer momento se presentará un breve contexto histórico

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sobre la construcción de hornos en las primeras décadas del siglo xx, además, se abordarán aspectos como su función, su importancia para el desarrollo urbanístico del Valle de Aburrá y su posterior declive. Luego se examinarán a fondo las razones que llevaron a la demolición de los hornos. Para ello se analizarán las distintas versiones otorgadas por instituciones como la alcaldía, las veedurías, las ONG, entre otros organismos y entidades; esto con la intención de dar una explicación amplia sobre lo que aquellas entienden por patrimonio, y sobre su postura ante el hecho de que los hornos Hoffman no hayan sido incluidos dentro de los BIC del municipio de Itagüí.

Antecedentes históricos y características de los hornos Hoffman

Las monografías e investigaciones sobre la historia de Itagüí no dan muchas pistas sobre la historia de las ladrilleras y tejares que funcionaron en el municipio. En los trabajos consultados solo se hace alusión al número de tejares que existían en el municipio a lo largo del siglo XX y su ubicación, pero no enfatizan en su funcionamiento, formas de trabajo o tecnología. Por ejemplo, en la Historia de Itagüí realizada por Gabriel Mauricio Hoyos y Ángela María Molina en 1994, se afirma que, para 1905, existían seis tejares en Itagüí; luego, en 1931, existían 12, la mayoría ubicados en la parte occidental del municipio.45 Incluso los mismos autores afirman que hay muy pocas referencias sobre las industrias extractivas y productos de ladrillos (Hoyos y Molina, 1994). Esto claramente dificulta la tarea de historiar sobre algo tan concreto como los tejares y las ladrilleras.

Por lo tanto, para aproximarse a la historia de los hornos Hoffman se debe recurrir a otro tipo de fuentes (no escritas), tales como

45 De la misma manera sucede en el libro de Agapito Betancur titulado Monografía de Itagüí y el de María Amantina Osorio Ramírez, Itagüí, historia social y cultural 18312018. El historiador Orlando Luján afirmó que no existe un texto que se enfoque en las ladrilleras y los hornos. Los trabajos que existen solo se han enfocado en mostrar los problemas ambientales que las ladrilleras han generado y generan, más no en su historia. Entrevista de Cristian Betancur a Orlando Luján, Itagüí, 6 de junio de 2022.

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las orales y visuales. En cuanto a las primeras, se pudo conocer un poco sobre los orígenes de los hornos gracias a Juan Pablo Diez, antropólogo de la Universidad de Antioquia y director de la Corporación SIPAH del municipio de Itagüí. Diez, quien trabajó para la constructora que compró el lote donde estaba la ladrillera, logró realizar varias visitas y entrevistas a personas que en algún momento trabajaron para el denominado Galpón Medellín o Galpón Guayabal. Estas persones le contaron que, de los dos hornos que se encontraban allí, el primero fue construido aproximadamente en 1928, y el segundo fue erigido en la década de los 40.

Juan Pablo Diez aseguró que: Ese es como el dato que logramos levantar con la comunidad; en la misma empresa no hay información, pues la empresa constructora compra el lote, pero no la historia. Y los propietarios dueños de la ladrillera, nunca hemos podido dar con ellos, entonces no tenemos a quien preguntarle con exactitud. Pero por relatos de comunidad, de personas que trabajaron en esas ladrilleras nos hablaron de eso (entrevista, 24 de mayo del 2022).

De hecho, la Figura 1 que podría confirmar que el primer horno se construyó en 1928, muestra las cámaras de cocción. En ella también se puede ver a los trabajadores con su respectiva vestimenta, a algunas mujeres, y a niños que posiblemente le estén llevando comida a los obreros.

Lo dicho anteriormente es todo lo que se pudo recuperar sobre la historia de los hornos Hoffman, pues Diez mencionaba que la falta de información se debía, por un lado, a que son muy pocas las personas que trabajaron allí y que aún viven; y por otro, a las reticencias de la comunidad para hablar del asunto, pues si bien desde lo arquitectónico y simbólico puede pensarse como un elemento patrimonial, desde lo ambiental genera mucho rechazo: «Entonces casi nadie quiere

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Figura 1

Trabajadores del Galpón Medellín en 1930

hablar del tema y al que le preguntas, lo que dice es que eso se tiene que acabar» (entrevista, 24 de mayo del 2022). Así pues, desde lo expuesto por Diez, se puede afirmar que se presenta un conflicto entre lo patrimonial y el problema ambiental que generan las ladrilleras en Itagüí, lo que posiblemente hizo que los habitantes del sector no reclamaran por el derrumbamiento de los hornos.; sin embargo, lo dicho por la comunidad también puede ser el reflejo de la falta de un trabajo, sea institucional o desde otros ámbitos, en la apropiación del pasado y su significado, pues los hornos ya no estaban en funcionamiento y fueron muy representativos en la construcción de gran parte del Valle de Aburrá. La ausencia de esa apropiación hizo que el problema del medio ambiente prevaleciera.

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Figura tomada de «Ni el polvo del ladrillo quedará de los hornos Hoffman de Itagüí», Jiménez González, D., 2020. El Colombiano. https://bit.ly/3fyoVeQ

Es poca la información disponible sobre el funcionamiento y la tecnología de los hornos Hoffman. Se sabe que fueron construidos con la misma técnica de ingeniería patentada en Alemania por Frederik Hoffmann en 1858, y que revolucionó la industria de la teja y el ladrillo puesto que permitía una cocción más uniforme y resultaba más económica en términos de consumo y trabajo, lo que generaba un aumento de la producción. Su funcionamiento, a grandes rasgos, era el siguiente:

El círculo interior se divide de 12 a 24 cámaras, que se encuentran conectadas interiormente y al mismo tiempo a un conducto que expulsa el aire hacia una chimenea. Las cámaras se cerraban de forma temporal con una puerta o pared de ladrillo hasta que finalizaba el proceso de cocción. En las cámaras se depositaban en torno a 25000 ladrillos, y se encendía fuego en cada una de las cámaras, el calor producido por estos focos no solo servía para cocer los ladrillos de una sola cámara, sino que también precalentaba las cámaras adyacentes. Mientras este proceso estaba en marcha, se impulsaba aire al interior, generando una corriente que circulaba a través de la puerta de la cámara en la que se habían descargado los ladrillos, pero en sentido opuesto de forma que se enfriaban las piezas ya cocidas de esta y de las cámaras adyacentes (Atlas, 2019).

A pesar de no tener datos sobre el origen de los hornos en el municipio, esta descripción permite dimensionar la tecnología con la que contaban. Es oportuno, además, resaltar la capacidad productiva de los mismos: para el momento de su construcción el Valle de Aburrá estaba en pleno proceso de urbanización y, gracias a este tipo de hornos, se logró levantar, «a punta de ladrillos», gran parte del territorio.

Sin embargo, sí se puede hablar de su unicidad. Juan Pablo Díez (2022) relató que Edgar Bolívar, antropólogo de la Universidad de Antioquia, se pudo contactar con la empresa alemana que fabrica los hornos Hoffman y compartir con ella las fotografías de los que estaban

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en pie en Itagüí, y que obtuvo mientras trabajó en la realización de un inventario del patrimonio del municipio (entre los años 1999 y 2007). La empresa manifestó sorpresa al ver las imágenes, pues según sus registros, aquellos eran los únicos hornos de ese modelo que, para ese momento, se encontraban en pie.

¿Por qué se demolieron los hornos Hoffman?

Las explicaciones y reacciones que surgieron ante el derrumbamiento de los dos hornos Hoffman son variadas. Por un lado, están los argumentos de carácter «oficial», en los que se justificó la demolición de los hornos debido a que no habían sido declarados Bienes de Interés cultural y tenían un deterioro que representaba un riesgo inminente de ruina. Por el otro, están las voces de los organismos y veedurías ciudadanas interesadas en la conservación del patrimonio. Estas entidades, a través de varios comunicados, defendieron el valor histórico y simbólico de los hornos; además, se valieron de razones jurídicas para demostrar que los argumentos de la administración local eran erróneos. No se trata aquí de buscar un culpable. Más bien, lo que se propone con este análisis es encontrar las causas que llevaron a que un referente industrial tan importante para el Valle de Aburra llegara a su fin.

En el 2014, y luego de nueve décadas de funcionamiento, los hornos quedaron en desuso. En el año 2016 una empresa constructora compró el lote donde estaban ubicados con la intención de llevar a cabo un proyecto urbanístico denominado “PUG Las Chimeneas”, y que consiste en la construcción de una urbanización multifamiliar de cuatro torres, cada una con 26 pisos (Jiménez González, 2020a). Este es un fenómeno que no solo está ocurriendo en Itagüí. Según Ospina Betancur (2022), las demoliciones de la arquitectura de carácter industrial en el Valle de Aburra responden a un proceso paulatino de decadencia de la industria, donde la vocación económica se ha modificado y ha dado lugar a una de servicios en la que prevalecen otras actividades. De ahí que:

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Las demoliciones más recientes, efectuadas en la última década, en su mayoría han sido reemplazadas con proyectos de torres residenciales o centros comerciales, tipos de uso que por su carácter comercial pocas veces dejan al menos referentes o hitos representativos de la memoria de cada conjunto (Ospina Betancur, 2022, pp. 188-189).

Así las cosas, los hornos Hoffman entraron en la dinámica mencionada por la autora: están siendo reemplazados por un proyecto urbanístico que borra todo rastro de la historia y la simbología del lugar.

Ahora bien, una vez la empresa se hizo con el lote, se comenzó a elaborar un discurso sobre el deterioro de los hornos y las chimeneas. La constructora justificó lo anterior por medio de la realización de un estudio de vulnerabilidad,46 donde la principal conclusión fue el alto riesgo estructural en el que se encontraban los dos hornos (Jiménez González, 2020b). Por su parte, desde la alcaldía de Itagüí se afirmó que el proceso de restauración era muy costoso, pues podría alcanzar la suma de treinta mil millones de pesos ($30 000 000 000). Sin embargo, el argumento de mayor peso tuvo que ver con que los hornos no estaban registrados en el inventario de bienes patrimoniales del municipio, lo que hizo que la Curaduría Urbana Segunda de Itagüí otorgara el permiso para la demolición que empezó el 8 de junio de 2020.

Sobre los estudios de vulnerabilidad, la ruina de los hornos y su restauración

El alto costo de restauración y la amenaza de ruina inminente presentados por la alcaldía y la empresa, formaron parte de las razones que contribuyeron con la demolición de los hornos Hoffman; sin embargo, hay opiniones que indican que dichas explicaciones no son suficientes. Por ejemplo, Juan Luis Isaza Londoño, exdirector de la Fundación

46 El estudio lleva por nombre Estudio de vulnerabilidad Chimeneas de Itagüí y fue realizado por la empresa Estructura y Sísmica S.A.S. Desafortunadamente, para el momento de la escritura del presente texto, no fue posible acceder a este documento.

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Ferrocarril de Antioquia, en un programa trasmitido en redes sociales por el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia (ICPA), alude a los estudios que se hicieron para confirmar el desmonte de los hornos. Sobre esto afirmó, sin dejar de reconocer que él no es una autoridad en esta materia:

Pero yo me pregunto, hay que restaurar los hornos Hoffman, o se podrían haber incorporado dentro de ese proyecto y dejarlos en su estado ruinoso, es decir uno podría hacer un trabajo selectivo de consolidación, como se ha hecho en cantidades de estructuras a lo largo y ancho del planeta y dejarlos en su condición de ruina consolidada para evitar que colapsen. Entonces no se trataba de restaurarlos. Ahí hay una argumentación que no es lo suficientemente clara y objetiva (Facebook, 2020).

Así, según lo dicho por el exdirector, antes que la restauración completa de los hornos se hubiese podido realizar una búsqueda juiciosa de alternativas que permitieran la incorporación de estos en el proyecto urbanístico. Isaza no fue el único en opinar sobre las declaraciones de la administración y la empresa constructora. Juan Pablo Diez, quien trabajó para el proyecto urbanístico en el área arqueológica, aseguró que hubo otras visiones que se oponían a la demolición inminente de los hornos. Según el antropólogo, su equipo logró consultar la opinión de varios arquitectos, quienes afirmaron que una de las estructuras era salvable por lo que se podría haber reforzado o repotenciado para sostenerla. Además, dijo:

Y prueba de ello lo vimos en la demolición, que se supone que era sino tocarlo y ya se caían solos, ni con la grúa dándole con la pluma se caía. De hecho, recuerdo que la demolición estaba programada para dos semanas y duró dos meses, esas estructuras eran cosas impresionantes, bien consolidadas. Tenían unos problemas estructurales que se tenían que atender, se hubieran podido atender, si se hubiera querido conservarlas (entrevista, 24 de mayo del 2022).

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Estas declaraciones dejan un manto de dudas sobre las afirmaciones de la constructora y la alcaldía, pues tanto el exdirector como el antropólogo coincidieron en la falta de interés en la conservación o reintegración de los hornos Hoffman al nuevo proyecto urbanístico, algo que es posible dentro de las estructuras industriales con valor patrimonial, como ya se hizo en el caso de los Talleres Robledo, el Ferrocarril de Medellín o, más explícitamente, lo que se hizo en el centro de Medellín con el proyecto urbanístico denominado Patio de la chimenea ( ver Figura 2), donde se conservó una antigua chimenea que pertenecía a una fábrica de Coltejer.

Lo anterior da cuenta de que sí es posible integrar el patrimonio industrial a un proyecto urbanístico, sin que esto le reste protagonismo. Por el contrario, esta amalgama le aportaría el valor diferencial que poseían los hornos Hoffman. La dificultad radica en que, como afirmó Edwin Bermúdez (2022), coordinador de la veeduría ciudadana encargada de vigilar los temas de patrimonio en el municipio de Itagüí, la administración actual y sus predecesoras han mostrado un claro desinterés por los temas patrimoniales del municipio y su

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Figura 2: Patio de la chimenea Fotografía realizada por Ana Elvira Vélez en el 2005. Tomada de https://www.anaelviravelez.co/ chimenea conservación.47 47 Entrevista de Cristian Betancur a Edwin Bermúdez, Itagüí, 25 de mayo de 2022.

Sobre la no declaración de los hornos Hoffman como Bienes de Interés Cultural

El argumento de mayor peso para la demolición de los hornos Hoffman consiste en que estos no estaban incluidos en los inventarios de patrimonio cultural dentro del Plan de Ordenamiento Territorial (POT). Sin esta declaratoria, el derribamiento de las dos estructuras estaba sentenciado. Cabe señalar que este punto es uno de los más polémicos, pues tanto la Red de Defensores del patrimonio del Valle de Aburrá como la Veeduría ciudadana al desarrollo territorial, medio ambiente y patrimonio de Itagüí, escudriñaron la legislación y los dos planes de ordenamiento territorial que ha tenido el municipio para saber si en algún momento los hornos habían gozado de alguna declaratoria. Así, analizaron el POT del año 2000 y el del 2007, donde, según la Red de defensores, los hornos sí estaban declarados.

A esta conclusión llegaron luego examinar el POT del año 2000, donde se evidenció, por medio del estudio que realizó el Área Metropolitana, que se aceptaron 60 bienes como patrimonio y que la alcaldía agregó otros 3 para un total de 63. En esa lista, aunque los hornos no se mencionen directamente, fueron agrupados bajo la categoría de «Inmuebles catalogados como arquitectura industrial» con el nombre de Conjunto de Ladrilleras y Tejares (Figura 3). Ante esto, la Red de Defensores del Patrimonio del Valle de Aburrá, en la Carta dirigida al alcalde de Itagüí y al presidente de Conconcreto, afirmó:

Es lógico que no está declarando los ladrillos y tejas, están declarando todo el conjunto con sus elementos integrados en un espacio físico, lo que se traduce hacia todo lo que está en ese espacio físico, lugar de triturado, sistema de conducción de la arcilla, espacio de elaboración de los ladrilleros y tejas, hornos y

Bermúdez es un defensor del patrimonio en Itagüí, además, tiene un gran conocimiento sobre los bienes patrimoniales que ha perdido el municipio y los que están en riesgo de desaparecer.

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chimeneas, espacio de almacenamiento y distribución, es decir, donde se producen tejas y ladrillos, existen unas chimeneas integradas a un todo, que no funcionarían si faltara alguno de ellos, no se pueden concebir unas chimeneas sin horno, sin un túnel perimetral de acceso a las celdas, una fuente de calor, conducto que expulse el aire hacia las chimeneas, agujeros de alimentación y puerta de cierre (15 de junio del 2020).

Es decir, según la Red de Defensores del Patrimonio, los hornos Hoffman, bajo la denominación de Conjunto de Ladrilleras y Tejares, sí estaban declarados como bienes patrimoniales. Posteriormente, en el POT del año 2007, hay un cambio que genera la polémica: se pasó de 63 bienes de interés cultural a 31. En lo concerniente a las ladrilleras, el nombre cambia a Conjunto de las Chimeneas, lo que genera una gran ambigüedad, puesto que desaparece la primera asignación y se nombra solo a las chimeneas, lo que deja de lado todo su conjunto.

Las personas encargadas de realizar la veeduría a los hornos lograron establecer, por medio de la revisión de las leyes que tienen que ver con el patrimonio y las consultas que hicieron al ICPA, que tanto el Conjunto de Ladrilleras y Tejares como el Conjunto de las Chimeneas,

48 Decreto 259. Por medio del cual se adopta el Plan de Ordenamiento Territorial en el municipio de Itagüí. 21 de junio del 2000.

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Figura 3 Nota. Extracto del Plan de Ordenamiento Territorial de Itagüí, año 2000. 48

nunca fueron revocados mediante algún acto administrativo, tal como lo indica la ley. Específicamente citan, entre otras, la Ley 1185 del 2008:

Se consideran como bienes de interés cultural de los ámbitos nacional, departamental, distrital, municipal, o de los territorios indígenas o de las comunidades negras de que trata la Ley 70 de 1993 y, en consecuencia, quedan sujetos al respectivo régimen de tales, los bienes materiales declarados como monumentos, áreas de conservación histórica, arqueológica o arquitectónica, conjuntos históricos, u otras denominaciones que, con anterioridad a la promulgación de esta ley, hayan sido objeto de tal declaratoria por las autoridades competentes, o hayan sido incorporados a los planes de ordenamiento territorial (artículo 1, 12 de marzo del 2008).

Debido a que no hubo un acto administrativo ni una consulta al Consejo Departamental de Patrimonio para revocar los bienes, y dado que la ley avala las declaratorias hechas con anterioridad a la promulgación de la Ley 1185 de 2008, dichos encargados aseguraban que los hornos Hoffman sí estaban incluidos como Bienes de Interés Cultural y que no debieron ser demolidos.49 Existen abundantes explicaciones jurídicas en las que se argumenta en contra del derrumbamiento de los hornos Hoffman; sin embargo, según lo anterior queda claro que pese al trabajo de los académicos y de las veedurías ciudadanas, finalmente los hornos sucumbieron y dejaron grandes incógnitas y procesos jurídicos en marcha para comprobar si lo dicho por los defensores del patrimonio era o no correcto. En suma, lo importante es la pérdida de un referente industrial con un alto valor simbólico para el municipio y el Valle de Aburrá, pues fue por medio de ese tipo de hornos que se construyeron gran parte de las ciudades. Para finalizar, es pertinente la siguiente cita, ya que resume brevemente lo que queda más allá de la pérdida:

49 Red de Defensores del Patrimonio del Valle de Aburrá. (15 de junio del 2020). Carta dirigida al alcalde de Itagüí y al presidente de Conconcreto. Facebook.

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Estos relatos, más que una anécdota triste, son el reflejo de la necesidad de hacer un ejercicio juicioso y detallado de inventariar los bienes industriales que, como estos hornos, tenían y tienen valor histórico, simbólico y estético para ser considerados parte del patrimonio de la ciudad, implementar medios legales de protección y hacerlos efectivos; ésto con el fin de que las historias que se cuenten sean de cómo la ciudad progresó por medio de la industria, y no de cómo “el progreso” destruyó la historia de la industria (Ospina Betancur, 2022, pp. 193).

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DIÁLOGO LOCAL

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Escuela Diego Echavarría: una institución memorable

Una mañana de enero de 1962, mi madre se sentó conmigo a recordarme, por enésima vez, la importancia que tiene el estudio para la formación del ser humano; y me motivó para que, a la semana siguiente, fuésemos a realizar mi matrícula en la Escuela Diego Echavarría que quedaba a pocas cuadras de nuestra residencia en el barrio Las Mercedes de Itagüí. Siendo un chico de 8 años —cumplidos el pasado 10 de octubre— nunca imaginé que el nombre de don Diego iba a estar tan ligado a mi existencia durante el resto de mis días. Valga recordar que, en aquellos lejanos tiempos no existían aún los llamados jardines ni los preescolares, pues la mayoría de las madres permanecían en los hogares y era muy común tener varios hermanos, lo que aseguraba que nunca permaneciéramos solos. Por otro lado, y debido al escaso flujo vehicular, jugar en las calles era bastante seguro y la mayor parte del tiempo lo pasábamos con amigos… solo recordábamos volver a casa cuando teníamos alguna necesidad o cuando el estómago comenzaba a «pitar» reclamando alimento.

Realizada la matrícula y estampada por primera vez mi firma en un documento oficial, me sentí todo un hombre mientras regresaba a casa con mi adorada madre y, al día siguiente, una hermana me regaló el primer cuaderno y el lápiz que llevaría a la escuela. Las clases iniciaban en la primera semana de febrero; y como ya tenía muy clara la ubicación de la escuela, aquel lunes me fui solo y con suma propiedad… y así lo hice durante todos mis estudios de primaria en la magnífica, Escuela Diego Echavarría.

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La planta física, ubicada en la carrera 47 entre calles 48 y 49 de Itagüí, estaba dividida en dos secciones. La del sur era la escuela primaria, y a partir de 1964 tuvo como rector a José Luis Torres Quiroz. En ella hice todos los grados de la primaria. La parte del norte correspondía a la segunda sección, y estuvo asignada a cinco grupos más de grado quinto, a quienes se separó por cuestiones de edad. Su director era Francisco Santamaría. Para ese año, la primaria contaba con cerca de 900 estudiantes (todos éramos varones), y el horario de estudio era, de lunes a viernes, de 8 a. m. a 12 m. y de 1:30 p. m. a 4:00 p. m.

Mis primeras maestras

Recuerdo que mi primera maestra se llamaba Luz Helena y era una rubia preciosa de la que quedé prendado desde el primer instante en que la vi. Por su belleza y su amabilidad, todos los chicos nos sentíamos muy a gusto con ella... pero solo duró con nosotros unas cuantas semanas, pues, por alguna razón, fue trasladada a otra escuela. En su reemplazo llegó, Olga Restrepo de Quintero, una mujer un tanto mayor y con aspecto de mamá. Recuerdo perfectamente que ese primer día me porté toscamente con ella, e incluso osé decirle que quería a Luz Helena de regreso y hasta lloré debido a su ausencia. Pero no pasó una semana, cuando doña Olga —una mujer con

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Luis Guillermo Cardona. Recordatorio del grado 3° en la Escuela Diego Echavarría, 1964

un gran carisma y con una valiosa experiencia como madre— supo ganarse nuestro afecto. Gracias a su habilidad natural para la docencia, nos enseñó a leer y escribir con una claridad admirable. Mi amistad con ella se volvió tan cercana durante los dos años que nos dictó clases que, tres décadas después, nos volvimos a encontrar y por años fue mi clienta mientras laboré como asesor en Suramericana de Seguros.

En el grado tercero, inició una rotación de profesores y el director de mi grupo fue el nuevo rector, don José Luis Torres —un hombre recio, pero justo y condescendiente—quien nos dictaba matemáticas. También tuvimos a una valiosa profesora llamada Marleny, de la cual recuerdo que se vestía con faldas muy holgadas, como una gitana. Fue ella quien despertó en mí el interés por la buena redacción y también me enseñó una regla que, desde entonces, he procurado tomar en cuenta y suelo aplicar en mi labor como escritor y crítico de cine: Nunca digas de un libro que es bueno o malo, porque suena arrogante. Di solamente: es de mi agrado o no es de mi agrado. Pero mis mejores recuerdos los tengo del grado quinto de primaria, porque tuve a un director de grupo —un tolimense llamado, Jorge Pachón— que era todo un papá, de excelente humor y gran cordialidad. Siempre estaba dispuesto a estimular nuestros talentos para el canto, la poesía, el cuento y la escritura, no obstante que su formación era bien distinta. El profesor de geografía que siempre recuerdo se llamaba, José López, y en sus clases tenía la capacidad de atraparnos con su dinamismo y con las anécdotas y experiencias, propias o inventadas, que solía contar con tan alto sentido del humor que hacía que la hora de clase se fuese volando. Él y Evelio Franco, profesor con el que vi el semestre de Psicología Evolutiva en la Universidad de Antioquia, han sido los dos grandes educadores que me han marcado y cuya dinámica como expositores siempre he tratado de emular.

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Bondades de la escuela

¡Cómo olvidar las amenas charlas y los muchos ratos agradables que, aun por fuera de la institución, compartíamos con nuestros más cercanos amigos! ¡Cómo no recordar con agrado que a los niños de pocos recursos se les daba cada día una sopa, un jugo y un pan de calidad! ¡Cómo no rememorar a tantos profesores que nos impartieron respeto y valoración a todo nivel!... ¡Y la celebración del Día del Niño era siempre inolvidable!: Nos daban leche en polvo; repartían carne de gigantescos cerdos, sacrificados y asados ese mismo día; se hacían rifas de regalos, competencias (encostalados, vara de premio, carreras con obstáculos…), y también había concursos de canto y recitación de poesía… todo compensado con valiosos premios. Nos daban jugos, panes y un queso amarillo semejante al que hoy llaman holandés o cheddar (!). También era frecuente que alguna empresa nos regalara cuadernos, que luego nos eran muy útiles cuando el primero se nos acababa. Como las pastas de todos los cuadernos eran muy ligeras (una especie de cartulina blanca o café), y se dañaban con la humedad,

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En el aula cerrada hice mi grado 4° y en la de la derecha (puerta abierta) hice el grado 5°. ¡Tiempos inolvidables!. Foto: Luis Guillermo Cardona.

debíamos comprar forros de plástico para conservarlas. En el cuaderno de cada materia era común ver las letras B o R escritas con lapicero rojo dentro de las páginas. Con ellas, el profesor o la profesora de cada materia, indicaba que habíamos hecho bien o mal la tarea, o calificaba el orden con el que estuviésemos llevando el cuaderno.

El lado oscuro de la convivencia

Lo menos grato de la escuela —esto lo escuché de alumnos en grados superiores y tuve la fortuna de no haberlo padecido nunca— era que había profesores que les pegaban con regla a los alumnos irrespetuosos o desaplicados, o los hacían permanecer de pies y de espaldas a un costado del tablero durante el resto de la clase… costumbres muy comunes —sobre todo en la primera mitad del siglo xx— en muchas instituciones del mundo entero, pues se pensaba que «la letra con sangre entra»; una idea que, por fortuna, la psicología y la sociología han desacreditado por completo. También eran muy comunes, en el momento del recreo (ahora le dicen descanso), las disputas entre dos chicos, las cuales terminaban con la perentoria frase: A la salida nos vemos. Al llegar a la calle, y en medio de un corrillo, los jóvenes se agarraban a golpes hasta que algún condiscípulo, un profesor, o un padre de familia, entraba a separarlos.

Antigua entrada principal a la escuela, ubicada en la carrera 47. En el costado Izquierdo quedaba la rectoría, pero ahora se convirtió en un aula y la rectoría se trasladó al fondo, a la derecha. foto Luis Guillermo Cardona.

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Remembranzas importantes

Después de indagar infructuosamente por el Acta de Fundación en la misma escuela, en el Archivo del municipio de Itagüí y en el Archivo Histórico de Antioquia, en una segunda visita a la institución pude acceder a un antiguo libro donde se conservan sus calificaciones más antiguas. Constaté entonces que, el plantel se fundó en 1938 con el nombre de Escuela Urbana de Varones de Itagüí. Sus directores seccionales (así se llamaba el cargo) fueron: Pablo E. Vélez, Gabriela Gaviria y Luis Felipe Hernández. A partir del año 1943 el plantel fue renombrado como, Escuela Urbana de Varones Diego Echavarría, en homenaje a quien sería un gran mecenas del municipio y, pocos años después pasaría a llamarse, Escuela Diego Echavarría.

Luego de consultar varias monografías en el centro de historia del municipio, logré obtener otros datos que vale la pena recordar. En la Historia de Itagüí, Hoyos y Molina (1994) refiriéndose a la educación escolar, afirman:

La escuela en el siglo xix y comienzos del xx tenía un propósito más moralizador que educativo. Asistir a ella garantizaba a la sociedad un individuo conocedor de las reglas básicas de convivencia, acatamiento y cumplimiento de órdenes civiles y religiosas, y elementos mínimos para evitar los vicios.

En otro aparte del mismo libro, dicen:

El uso industrial del suelo y el aumento de la población trajo la necesidad de una mayor cobertura educativa. Desde 1942, empezó a funcionar el Colegio El Rosario; el Liceo Departamental Enrique Vélez Escobar (E.V.E.) en 1963; el Instituto Cristo rey en 1962; el Liceo Departamental Femenino en 1964; el Colegio

La Inmaculada en 1966; El Colegio San Juan Eudes y el Liceo Consejo Municipal, en 1971; el IDEM Avelino Saldarriaga, en

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1974; el IDEM Diego Echavarría Misas en 1981; la Escuela Simón Bolívar, en 1983; el Liceo María Jesús Mejía, en 1983… Así se suman 66 establecimientos que atienden a una población de más de 700 000 habitantes en edad escolar (Hoyos y Molina, 1994, p.67).

Lucha contra la privatización

Después de varios años que para el estudiantado y la sociedad se hicieron bastante gratos (plantel completamente renovado, medias técnicas que dieron resultados positivos…), y cuando el plantel se llamaba, IDEM Diego Echavarría Misas, la institución fue cedida durante un par de años a la Corporación Educativa Ferrini. Cuando se consideró la idea de privatizarla definitivamente, un grupo de líderes estudiantiles, en compañía de egresados y padres de familia en desacuerdo con la medida, hizo un llamado para que se desistiera de tal proceder. Ante la intransigencia del alcalde de entonces, se llevó a cabo una toma del plantel que duró 26 días y fue noticia nacional. En consecuencia, la idea de privatización debió ser descartada.50

El IDEM Diego Echavarría, fue fusionado con el Liceo Nocturno Raúl Guevara Castaño y con las escuelas Diego Echavarría Misas y 20 de Julio. Así, mediante la resolución 160975 del 25 de noviembre de 2002, emitida por la Secretaría de Educación de Itagüí, surge la Institución Educativa Diego Echavarría Misas, conformada por cerca de 3.200 estudiantes que estaban distribuidos en tres jornadas: los estudiantes de preescolar y básica primaria asistían en la mañana; los de básica Secundaria, media académica y media técnica, en horas de la tarde; y en la jornada nocturna se ofrecía educación para adultos. Esta fusión se dio a partir de la aplicación de la Ley 715 de 2001, que en el artículo 9 del capítulo iii, reza:

50 https://www.youtube.com/watch?v=Ov-eB5wl7C0

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Instituciones educativas. Institución educativa es un conjunto de personas y bienes promovida por las autoridades públicas o por particulares, cuya finalidad será prestar un año de educación preescolar y nueve grados de educación básica como mínimo, y la media. Las que no ofrecen la totalidad de dichos grados, se denominarán centros educativos y deberán asociarse con otras instituciones con el fin de ofrecer el ciclo de educación básica completa a los estudiantes.

En la actualidad, la institución ofrece las medias técnicas en Mecánica Automotriz, Mecánica Industrial, Manufactura del Cuero y Desarrollo de Software.

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Retrato en óleo de Don Diego Echavarría realizado por Evelin G……, artista egresada de la institución.

Conclusión

Puedo dar fe de que tuve una infancia feliz, y aquello que aprendí en la Escuela Diego Echavarría, entre 1962 y 1967, más los muchos amigos que tuve durante aquellos años (recuerdo en especial a Guillermo León Montoya, Carlos Alberto Lema, Arturo y Alberto Flórez, Francisco Naranjo…), me hace sentir que, en definitiva, la vida ha sido generosa conmigo y con muchos otros habitantes de Itagüí. Por todo esto, don Diego Echavarría Misas, sigue viviendo afectuosamente en mi memoria.

Adenda: Hago reconocimiento a Jorge Morales, historiador y presidente del Centro de Historia de Itagüí; al rector de la Institución Educativa Diego Echavarría Misas, Juan Ricardo Rodas, y a su auxiliar administrativo, Juan Esteban Pabón, por su decidida y valiosa colaboración.

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Mi maestro de escuela

Era diferente. A quien le daba bien la lección, le compartía su desayuno (un pedazo de arepa con mantequilla). Bueno, hacía cosas que no hacen otros maestros. Iba a las fiestas de la gente del grupo o del barrio, bailaba con nosotros y se le recostaba a uno; bueno, usted sabe...

Programaba paseos a los baños de la Quebrada Grande y se bañaba en el mismo charco. Hacía que le rodeáramos a la hora de preparar el almuerzo. Recogía boñiga en un costal para llevarla al predio de la escuela. Sembraba y cosechaba legumbres, y nos preparaba deliciosas ensaladas con rodajas de cebolla y de rábano en jugo de naranja o de limón. Nos regalaba unos cuadernillos amarillos contentivos de cuentos: Alicia en el País de las Maravillas, Que pase el aserrador, Muerte en la calle y La siesta del martes.

Rezaba la oración de la serenidad antes de empezar las clases. Es decir, mi maestro, era un maestro de clase.

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Un libro, un personaje y un sitio emblemático de Itagüí

En el presente artículo elaboro una reseña a un folleto publicado por la Sociedad de Mejoras Públicas del municipio de Itagüí en el año de 1956, como parte de la conmemoración de las bodas de plata de dicha asociación. También hago una breve semblanza de Horacio Botero Dávila, emblemático abogado que se destacó por su compromiso cívico y sentido de pertenencia por su comunidad. Su partida, en el año 2015, deja un legado imborrable que vale la pena recordar. Además, narro a través de un ejercicio de rememoración, mis recuerdos de un tradicional sitio de encuentro: el Parque Obrero de Itagüí en la década del setenta del siglo pasado. Es claro que los temas abarcados aquí no tienen ningún tipo de relación temática, sin embargo, lo que se pretende con ellos es que sean fichas de ese inmenso rompecabezas que es la historia local en proceso de construcción.

La Sociedad de Mejoras Públicas de Itagüï en sus Bodas de Plata

“Bodas de Plata de la Sociedad de Mejoras Públicas de Itagüí”. 1931-1956. Medellín, 1956, Editorial Bedout, p. 96. Es un folleto conmemorativo de esta efeméride compilado por don Alfredo Zuluaga y Gutiérrez, pedagogo, poeta, y fundador del periódico infantil Mi Amiguito en 1931. Su foto aparece en la primera página del libro.

El trabajo contratado por la SMP, permite hacer un recorrido por las acciones emprendidas por la principal organización de la sociedad civil en el municipio. Muchas de esas tareas fueron las precursoras de

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una cultura protectora del medio ambiente y de la convivencia ciudadana, en una época de violencia bipartidista que afectaba la seguridad y generaba ambientes peligrosos para la expresión de puntos de vista alternativos. En algunos momentos, las argumentadas peticiones de la SMP se convirtieron en un problema para el estado local, representado por una alcaldía que en la mayoría de los casos estaba poco preparada para anticiparse a las dificultades centrales generadas por el progreso y por la intolerancia política; además, debía enfrentar una lógica capitalista que creía en un ambiente inmune al poder destructor de la incultura humana.

Dejar por escrito los logros de la SMP durante sus primeros 25 años de trabajo cívico y resaltar la vida de sus principales miembros, parece ser el objetivo del folleto. Zuluaga y Gutiérrez inician el texto analizando los distintos tipos de liderazgo que exhibieron personajes históricos, tanto negativos como positivos; después de su recorrido llega a la municipalidad, todos los liderazgos son presentados como exitosos, pero algunos a costa de optimizar la maldad y el egoísmo en contra de la humanidad. También analiza los casos de honorables emprendedores que murieron y que fueron olvidados rápidamente debido a que no eran percibidos como ciudadanos generosos. Luego se refiere a la labor de la SMP en Medellín y en Itagüí, resaltando su importancia y recordando a un buen número de personas que se destacaron por su desprendimiento y entrega a la comunidad; en un cuadro de honor resalta a la mujer cívica del municipio de Itagüí, facilitadora de los planes y proyectos de la SMP. En la primera junta

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Foto Amantina Osorio Ramírez

directiva del año 1931 se posesionaron hombres y mujeres líderes del municipio. Lo que no explica el compilador del folleto es la razón de la ausencia femenina en la junta de la SMP en 1956, cuando se celebraron sus bodas.

Luego, Zuluaga y Gutiérrez, ordena en seis apartes, la posición de la SMP de Itagüí en temas de gran importancia para el civismo de la época y de los cuales hoy algunos siguen vigentes: la sociedad y la cultura física, la sociedad y la religión, la sociedad y el niño, la sociedad y las aves, la sociedad y el agua, la sociedad y los árboles.

En el primer tema, referente a la cultura física, la SMP critica la propensión a la competencia en la mayoría de los deportes. Sostiene que la actividad física, junto a los buenos hábitos, debe ayudar a preservar la salud de los jóvenes. Así, muestra su simpatía por la práctica de la natación, y apoya los trabajos iniciados en la piscina municipal.

En el segundo aparte, la SMP muestra su excelente relación con la iglesia católica. Las reuniones de junta, al inicio del año, empezaban con un saludo protocolario a las autoridades civiles y eclesiásticas del municipio; además, participó activamente en la construcción del monumento del centenario, en el Pico Manzanillo, que se realizó en honor a Felipe de Restrepo, el primer cura párroco de Itagüí. Y en tercer lugar, en cuanto a los niños, la sociedad planteaba la idea de transmitirles conocimientos básicos en: conductas cívicas, lectura, escritura y capacidad para hacer cuentas.

Otro tema que interesó a la sociedad fue la campaña encaminada a la protección de las aves que embellecen las zonas verdes del municipio, oponiéndose al uso de las caucheras.

En el apartado del quinto tema, que se refiere a la sociedad y el agua, instruye a la comunidad sobre el cuidado de las fuentes de

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agua y advierte el peligro que representa la deforestación. Además, se compromete a liderar este propósito.

El sexto tema complementa al anterior. En él se informa sobre las incansables jornadas de reforestación realizadas, no solo con el fin de embellecer al municipio, sino también con el propósito de preservar el medio ambiente.

Para destacar la campaña contra la pólvora en las conmemoraciones, sobre todo aquellas de índole religioso, la SMP exigió el cumplimiento de la ordenanza del 26 de diciembre de 1954 que versó sobre ese tema. En lo referente a lo literario destaca la visita al municipio del poeta Aurelio Martínez Mutis en 1947, invitado por el presidente de la sociedad, el señor Luis Mejía. El poeta es el autor de la letra del himno del municipio de Itagüí.

La SMP se vinculó activamente a las escuelas del municipio: organizó concurstos formativos, celebró fechas conmemorativas, promovió el uso de un buen vocabulario en los niños y los buenos hábitos de higiene, e impulsó el crecimiento de lo que hoy conocemos como cultura ambiental. Además, gestionó y manejó donaciones de la empresa privada y de personas naturales, que luego invirtió en programas de caridad. También se anticipó en un tema que sigue siendo de primer orden: el sentido de pertenencia por el municipio. Así, fortaleció el civismo al convocar a la comunidad para que participara en la solución de aquellos problemas que la afectaban.

El protagonismo de la SMP en la comunidad municipal le generó problemas con la clase política de la época. Esto propició un choque de trenes donde la sociedad fue amenazada con la suspensión de su personería jurídica. La SMP tuvo enfrentamientos con varias empresas. Uno de ellos involucró a la compañía Curtimbres de Itagüí, debido a que esta decidió deshacerse de los desperdicios lanzándolos

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a la quebrada Doña María y, además, no controlaba los olores que emitían los cueros que transportaba en camiones que se movilizaban por las principales calles del municipio. La SMP difundió la ordenanza departamental que prohibía fumar en el transporte público. Y en el ámbito de la infraestructura, secundó la propuesta de la construcción de un puente entre Itagüí y Envigado. En suma, siempre respaldó todos aquellos proyectos que impulsaran el progreso de la municipalidad.

En el folleto aparece un largo listado con las realizaciones lideradas por la SMP en un cuarto de siglo. Rinde homenaje a sus mejores asociados como don Luis Mejía, Enrique Vélez Escobar, Diego Echavarría, entre otros. El folleto termina con un plano del parque principal del municipio, el programa de las bodas de plata de la sociedad y la partitura del himno del municipio, obra escrita por el mencionado Aurelio Martínez Mutis y musicalizada por Carlos Vieco.

Doctor Horacio Botero Dávila, el abogado de los pobres

Conocí al abogado Horacio Botero Dávila a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Pertenecía al Directorio Liberal Federalista (DLF), que en Itagüí estaba orientado por el concejal José Uribe, más conocido como el Mocho Uribe.

El Dr. Botero era la figura más importante del directorio en la burocracia local. Lo escuché como disertante en un «jueves liberal» junto al doctor Sergio de la Torre, representante a la Cámara. El Dr. Botero estuvo a la altura de las circunstancias: su discurso fue de gran calidad, y demostró su amplio cono-

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Horacio Botero Dávila tomada del Archivo de Don Gonzalo Mejía.

cimiento de la filosofía y la historia de su partido, así como de los principales problemas de la municipalidad.

Mi padre, que pertenecía a esa casa política, solía decir con admiración: «Botero es un macho pa’ hablar». El único problema que por entonces percibía en el Dr. Horacio Botero era cierto descuidado en su apariencia física, que en la época no resultaba muy visible debido a su juventud y preparación.

Una vez liquidado el directorio liberal que le permitió al Dr. Horacio Botero ser su representante en dignidades tan altas como la Secretaría de Gobierno Local y la Personería, pude apreciar otra dimensión del abogado, la de su interés por los marginados y por los grupos cívicos y populares. Lo vi en actividades mutualistas, acciones comunales, veedurías ciudadanas y asesorías a sindicatos de vendedores ambulantes y loteros. También lo vi asistir a pleitos de personas que no tenían recursos para pagar otro tipo de defensor. Recientemente le escuché decir a uno de sus amigos: «Botero cobraba poco por sus servicios, debido a que para él 100 000 pesos de honorarios representaban una cantidad de dinero mucho mayor, dígase un millón». Recuerdo la vez que compartí con él un tinto en el Parque Obrero de Itagüí mientras hablaba de un documento de su autoría, que fotocopiaba y repartía en los sitios públicos del municipio; el texto, más emocional que académico, permitía una de las cosas que realmente le gustaba: hablar de sí mismo.

Acompañé por casi cuatro años al Dr. Botero en la reunión mensual del Centro de Historia de Itagüí (CHI). Mi relación con él siempre fue cordial, y solo se vio deteriorada momentáneamente por dos contradicciones menores. Una de ellas ocurrió durante la elección de la junta directiva del centro de historia para el año 2014; la otra, en la reunión convocada para la preparación del tradicional foro del CHI del mismo año; sin embargo, la contradicción no llegó nunca al extremo de un rompimiento de las relaciones, incluyendo las de urbanidad. En

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la conmemoración de los 25 años de vida institucional del CHI tuve la oportunidad de hablar con él en un tono tranquilo y respetuoso, como en el pasado, mientras le entregaba la agenda conmemorativa diseñada para ese día.

Recuerdo que presentí que algo andaba mal, un día de noviembre del 2014, cuando los dignatarios de la junta del centro de historia me invitaron a una reunión ampliada con los miembros de número. Durante la reunión, que no se extendió por más de dos horas, el Dr. Botero se levantó para ir al baño por lo menos una docena de veces. Lo noté cansado, pensativo, silencioso, diferente al personaje que conocía y que solía generar polémica cuando opinaba y controvertía todos los detalles claves de una decisión.

Para el año siguiente no tuve la oportunidad de dialogar con él, simplemente lo vi varias veces caminando por la parte lateral del CAMI a eso de las seis de la tarde rumbo a su lejana casa. Para terminar, destaco el interés de un centenar de personas humildes y asociaciones del municipio que hicieron presencia, de una manera tan solemne, en las honras fúnebres del Dr. Horacio Botero Dávila, exactamente como él se lo merecía, por su entrega desinteresada a las personas más humildes de la municipalidad.

El Parque Obrero que yo conocí en la década del setenta

Desde el balcón observo el paisaje de mi infancia, modificado por medio siglo de intervención humana. Casas viejas con puertas pintadas de amarrillo y tapias deformes, remendadas con adobes de barro, se transformaron en un abrir y cerrar de ojos en edificaciones modernas de varios pisos. Una zapatería donde reparaban y vendían zapatos, hoy es un almacén de calzado llamado Jorvas: los mismos dueños, diferente generación.

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Después del almacén de calzado fundado por don Jorge Vasco, pasando la calle en la esquina, funcionó por décadas El Volga, bar especializado en tangos y testigo de múltiples riñas a machete. Luego, en el mismo sitio, inauguraron la heladería Calamares, dedicada a promover la música romántica. Su primer propietario, el señor Sigifredo Sánchez, fue un comerciante muy reconocido en el municipio que tenía una numerosa familia viviendo en el sector.

En el Parque Obrero se divisa la imponente escultura de un jornalero realizada por Octavio Montoya; renovada la pátina y conservado el verde original del entorno, casi todo lo demás ha sido modificado. La calle que antes estaba destapada hoy ha sido adornada con una piedra pulida diseñada para soportar un gran tráfico de personas. Al fondo se logra apreciar una calle cerrada que se abre espacio entre el asilo de ancianos y el hospital San Rafael. Detrás del gran muro funcionó, por muchos años, la textilera Satexco, empresa que no pudo resistir los embates de la globalización y hoy luchan por sobrevivir, en un espacio, pequeñas y medianas empresas.

A ese Itagüí perdido en la memoria lo recuerdo hoy desde el balcón del restaurante La Antioqueñita, que linda con la casa de doña

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Restaurante La Antioqueñita, Parque Obrero. Foto: Jorge Morales

Adelfa, quien vendía los mejores helados del sector. Hoy el primer piso del predio es ocupado por un bar que abarca parte del espacio público. Después, recuerdo el lote donde se construyó la nueva planta física de la Biblioteca Diego Echavarría Misas.

En sentido contrario, por la misma acera, aparece un nuevo edificio que va hasta la esquina. En ese mismo predio se apreciaba, cinco décadas atrás, la casa del dentista Estrada, propiedad que indudablemente era la mejor del sector. Recuerdo a la empleada del servicio, quien atendía los llamados a la puerta y siempre llevaba un pulcro uniforme azul claro; y veo a la señora de la casa vestida a diario con sus mejores atuendos y con un peinado parecido al que usaban las damas de las «teles» venezolanas que eran un éxito en aquella época, como Esmeralda y La usurpadora. Hoy, en el primer piso, funcionan dos bares; y en los pisos altos hay apartamentos. La edificación es atravesada por un pasaje comercial recién restaurado. El entorno en su conjunto representa la nueva zona rosa del municipio de Itagüí.

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NOTA

Periódicos que han circulado en Itagüí

ANARQUÍA: Lo dirigió Hipólito Hincapié y circuló con pocas ediciones por allá en 1956.

ANTENAS: Semanario que dirigió Guillermo Escobar Vélez y circuló en 1935.

ASPIRACIÓN: Órgano del Centro cultural Avelino Saldarriaga´. Fue dirigido por el ingeniero doctor Simón Eladio Pabón Dávila, jefe de redacción, Guillermo Londoño H. Administrador, Marco Tulio Espinosa Acosta. Circuló en 1938.

Autor Heriberto Zapata Cuéncar. Antioquia periódicos de provincia

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Museos para Itagüí

Tres o cuatro museos en Itagüí podrían impulsar enormemente nuestra capacidad productiva, cultural y organizativa. Estas instituciones apoyarían en gran medida nuestra idiosincrasia frente a las propuestas regionales y nacionales. Nos permitirían potenciar toda nuestra vocación económica y cultural, e integrarían lo ancestral con lo contemporáneo que aún perdura activo en la memoria presente. Erigir museos sería el pago de varias deudas históricas con la ciudad misma. Considero que ello procuraría una mayor autoestima y un mejor sentido de pertenencia, además, robustecería el imaginario colectivo y nos vincularía con las raíces y los sueños de cara al futuro de la ciudad. Para las nuevas generaciones no pueden pasar inadvertidas estas huellas de la historia que, desde la ancestralidad, han dado movimiento al potencial humano y social de lo local.

¿Qué es un museo?

Un museo es una institución permanente que está al servicio de la sociedad y que fomenta el desarrollo creativo. Es un espacio abierto al público donde se conserva, se investiga, se comunica y se expone el patrimonio cultural material e inmaterial de la localidad. Es el lugar donde, de diversas maneras, se ambientan la educación y el estudio, al servir de escenario de recreo social creativo.

La ciudad de Itagüí se merece tres o cuatro museos, e incluso, una casa de la memoria. A lo largo de la historia se han conformado varios elementos de nuestro ascendiente cultural que sustentan la propuesta de abrir más espacios para la cultura. Diversos acontecimientos relevantes han dejado su impronta, generando unas huellas con las que la ciudad se presenta y es conocida en la región y en el mundo. Señales visibles que

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hacen que Itagüí pueda mostrarse, no por su pasado inactivo, sino por su largo recorrido en el panorama histórico de gran trayectoria.

Rememorar la historia de nuestra ciudad originará una retrospectiva que debe resaltarse por ser este nuestro talante de identidad, y dará lugar a hechos relevantes que contribuyan con la formación de una mirada oportuna sobre nuestro propio acontecer histórico, que también es el resultado de la creación de escenarios que hoy fungen como nuestra realidad concreta y por lo que somos, hemos sido, y seguiremos siendo. En nuestro entorno vibran aún las improntas del pasado que no deben olvidarse. En un museo se recrea lo que es la ciudad viva.

¿Para qué sirven los museos?

Los museos y sus colecciones constituyen la plataforma más poderosa para que las comunidades se reúnan, compartan y difundan sus ideas y logros. De este modo, su presencia en las ciudades contribuye con la generación de una mayor cohesión social y hace posible la defensa de la cultura y de la atmosfera creativa que propende por el bienestar de la ciudad.

En el caso de Itagüí, si se revisa su historia textil, encontramos que era la capital de producción de telas del país. Releyendo varias monografías se descubre que, en la época prehispánica, nuestros ancestros también se destacaban por ser expertos en textiles. ¿Por qué no tener un museo de la industria textil? Máxime hoy, cuando ante el mundo y gracias a nuestro espíritu emprendedor, la ciudad se ha convertido en un gran centro de confección y moda. Quizá no exista otro lugar en Colombia con más oferta en este sentido. ¿Cómo no tener un espacio que muestre esta leyenda de las máquinas, los insumos, los instrumentos, la estampa de la gente ocupada en estos oficios en su plena dimensión humana, moviendo todo este aparato artesanal e industrial del mundo textil?

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La alfarería es otro icono de una tradición local inmensa, visible, y con una importancia notable que se ha visto reflejada en varias de las ladrilleras que aún sobreviven. No hace mucho Itagüí era la ciudad ladrillera de Colombia o, por lo menos, la más grande del departamento. ¿Cómo es que no tenemos el museo del barro? ¿Cómo no rescatar esa influyente labor de la ciudad que viene pellizcando la montaña por siglos, y que nos permite la proyección de esta urbe? ¿Cómo no hacer visible todo lo vinculado a este desarrollo, ya que cada vez que en muchos predios de la ciudad se realiza una prospección arqueológica brota y se revela como por arte de magia un mundo prehispánico, con una influencia alfarera impresionante, que se resiste a desaparecer o a caer en el olvido? En Itagüí, aquellas huellas cerámicas son señales de las vasijas elaboradas por los indígenas, y su revelación cultural da cuenta de un proceso artesanal relevante.

¿Por qué son importantes los museos?

Los museos son centros cardinales para la educación; dan vida a los vínculos que existen entre el presente, el pasado y el futuro. Son un escenario de aprendizaje privilegiado, ya que, mediante exposiciones, conferencias y relatos, se convierten en fuente de información de primera mano para conocer un pueblo. De esta forma, sus visitantes desarrollan una mirada profunda sobre el sitio, desde sus orígenes y de cara al futuro.

La dinámica comercial ha sido otra característica trascendente de Itagüí. En el concierto nacional por esta actividad se consiguió ser la primera ciudad industrial del país, y de paso se convirtió en ciudad comercial. La gente de los alrededores llegaba a comprar todo tipo de servicios y productos, máxime que Itagüí tuvo un auge urbanístico sin antecedentes que la llevó a ser la ciudad con el núcleo más densamente poblado de Colombia. Itagüí es un gran centro comercial bajo el cielo abierto: a lo largo y ancho de su mapa se desarrolla una dinámica comercial con un impresionante impacto general en la región. Es común

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ver caravanas de visitantes de todo el país que llegan a hacer compras en la vía de la moda; también llegan muchos extranjeros a visitarnos y surtirse de mercadería.

Antioquia está encerrada entre abruptas montañas, pero acá se fue consolidando, desde el siglo xviii y por el influjo de la minería, una región con una vocación pujante en lo industrial que viene a despuntar en los albores del siglo xx. En los primeros años de la década de los 50 se consolidó en la localidad el mayor polo de desarrollo y progreso social de Colombia: el empresarismo se convirtió en el combustible de los negocios que moverían al país de cara al mundo de la economía, la ciencia y la tecnología, generando el más alto nivel de estándares de vida en la República.

Por los caminos prehispánicos de nuestros ancestros se dio un importante influjo que hizo que Itagüí fuera tambo, es decir, sitio que acogía a mercaderes y viajeros que llevaban y traían noticias y productos de intercambio entre pueblos. En Itagüí estaban los caminos indígenas de la antigüedad y, en la época colonial, los arrieros transportaban y comerciaban productos como el oro, la sal, la carne, el maíz, el frijol y la panela. Toda esta fuerza del comercio que vemos hoy se debe a la confección, la moda y la infinidad de servicios mecánicos y de madera que ofrece la ciudad.

Finalmente, no hay que olvidar que tenemos un patrimonio arqueológico de invaluable importancia en el yacimiento de arte rupestre del Rincón Santo. Para protegerlo y darle la importancia que merece, es necesario valorizar y aprovechar aquellas huellas milenarias de los ancestros como recurso excepcional del turismo, de forma que los habitantes de sus alrededores se apropien de toda su representación. El pueblo que talló estas piezas de arte no solo dejó los petroglifos, sino que también nos legó tumbas e innumerables vestigios cerámicos que hacen referencia a un asunto de interés cultural que solo una política cultural pública, clara y certera, reuniría en un parque temático. Entre estas piedras sagradas quizá todavía podamos encontrar los restos de

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los primeros textos de una naciente escritura, pero aún estamos en la infancia de los estudios y las investigaciones arqueológicas sobre este recurso patrimonial.

Quizá estos tres motivos sean razones fundamentales para establecer pautas museológicas en Itagüí que, en un futuro, sean objeto de planes estratégicos de exploración de oportunidades culturales para la ciudad; y aunque es esencial que se expliquen más, conforman el material suficiente para fundar estas iniciativas. A las autoridades les decimos, con todo respeto, que son las encargadas de los aspectos de la política cultural con que se involucra esta propuesta de la creación de estos espacios en Itagüí. Quizá apenas inicia una campaña que con el tiempo determinará que este asunto se involucre en el plan de desarrollo que debe orientar esta idea de la existencia de museos en la ciudad. Estas son ideas vitales para el progreso turístico de Itagüí y para propiciar la fuerza social que requiere esta noticia.

¿Qué nos ofrecen los museos?

Los museos, como contenedores o depósitos patrimoniales, ofrecen aulas, talleres del conocimiento, vitrinas de exhibición de lo cultural y lo patrimonial, e instalaciones con personal especialista e idóneo. Así, son un escenario para que la fortuna heredada se convierta en objeto de estudio, para movilizar saberes y proporcionar amplia información sobre el complejo municipio que somos. Puede ser que los museos de Itagüí redunden en un acontecimiento productivo para nuestra ciudad.

Estos importantes acontecimientos nos darían grandes expectativas y perspectivas de ubicación ante el complejo mundo actual, y nos sumaría a la industria sin chimeneas, a los anhelos por ver una ciudad turística, ecológica y amigable con el futuro. Una ciudad de cara a nuevas oportunidades que involucren aquellos factores culturales que nos han definido a lo largo de todo el proceso de desarrollo de la ciudad.

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El caso de los petroglifos amerita un parque lineal temático relacionado con la alfarería y lo textil. Rescatando y salvando las huellas que contienen las señales de los ancestros, reviviríamos una parte de nuestra historia. Es de inocultable importancia para la vida práctica y social de la ciudad reconocer lo vibrante de nuestra tradición económica y productiva en la industria alfarera y textil, en ese potencial del espíritu de la gente que especialmente ha jalonado ese perfil de la ciudad competitiva que se debe mostrar a los jóvenes y niños. Los museos son quizá otros recintos para la educación y para la preservación del conocimiento y de los saberes aborígenes.

Desde tiempos inmemoriales, el barro, el arte rupestre, el conocimiento textil y el comercio nos ubican en el contexto de la nación nativa aborigen que fuimos. ¿Por qué no se muestra esta faceta al mundo? Hoy somos una ciudad de servicios, y aunque la era industrial ha venido desapareciendo por muchas razones, Itagüí se puede seguir mostrando como la ciudad que devino potencia en varios campos. Sin embargo, no tenemos escenarios museológicos públicos para mostrar nuestro pasado y presente, que es la realidad que tenemos y logramos. Un museo tiene un efecto psicológico en la ciudad. Si descartamos estas facetas de la localidad, ¿qué nos queda? En nuestro imaginario tenemos estos referentes icónicos, ¿por qué no explorarlos? Un museo no es un espacio que sirve solo para resaltar imágenes y personajes, sino que ante todo visibiliza procesos comunitarios para que la gente se reencuentre y tenga un espejo donde mirar su propia historia.

Que nuestros ancestros primitivos tallaran piedras, realizaran una espléndida alfarería, hilaran y tejieran finas telas, y transformaran este sitio en un tambo para el encuentro, nos remonta a una marca imborrable que debemos reconocer y testificar. Que hoy Itagüí sea un centro comercial a cielo abierto no puede ser ajeno a nuestra creatividad. Aprendemos de la ciudad cuando mejor y más la comprendemos. El alma local colectiva debe rescatarse en un museo vivo y activo, porque con ello nos restituimos en nuestra idiosincrasia. El arraigo al municipio

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se tiene que mostrar; no invisibilicemos estas experiencias históricas que han fraguado nuestra condición con el paso del tiempo.

Itagüí no es la capital mundial de la pereza y, para celebrar nuestra ciudad, no la podemos mostrar como un espectáculo inocuo. Lo que en realidad deberíamos resaltar es el alma trabajadora de sus habitantes que ha aportado a la nación un digno ejemplo de empuje en la búsqueda del progreso, la creatividad cultural y el mejoramiento de las condiciones de vida. Acá debemos celebrar el ocio reflexivo, que ha producido empleo, arte y negocios de aliento; que el llamado al derecho a la pereza sea por el derecho al trabajo productivo. No hacer un museo para los artistas locales no se puede cambiar por el arte de emborrachar el espíritu en una profusa dilación de tareas y urgencias por conseguir dignificar a la ciudadanía.

Un museo es una institución dedicada a la adquisición, conservación, estudio y exposición de objetos de valor relacionados con el patrimonio cultural. También tiene como propósito el desarrollo de los saberes de los habitantes del municipio. En un museo se recrea lo que es la ciudad viva.

Ñapa 1: Al existir un artista tan importante como Eladio Vélez en el panorama nacional, es asombroso que no tengamos su obra o parte de ella en una exposición permanente en una sala de arte en Itagüí.

Ñapa 2: Que, habiendo sido la batalla de Calatrava, el enfrentamiento de José María Córdova contra los mercenarios de Simón Bolívar, cuando este se declaró dictador y presidente vitalicio de la Gran Colombia, no se le haya erigido un monumento en el municipio.

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Ñapa 3: El Pico Manzanillo es el cerro tutelar de Itagüí. ¿Por qué no lo tenemos como emblema, si es conocido como referente de la ciudad y por años fue nuestro máximo lugar recreativo por la hermosa vista que ofrece?

Ñapa 4: Que las fiestas de Itagüí cada año adopten la industria y el comercio como insignia, pero que los festejos no solo sean un derroche sin ton ni son sin mejorar a las industrias, y a los comercios; que la cultura sea un educativo formador de mejor ciudadanía, un proyecto de política cultural pública con raíces en la historia, la literatura y el arte.

Ñapa 5: Hacer de la casa finca el Ranchito, que se ubica en uno de los escenarios naturales más hermosos de la ciudad, nuestro centro cultural por excelencia.

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Lanzamiento del libro “Petroglifos de Itagüí”

Durante muchos años he tenido la oportunidad de compartir con el doctor David Mejía Peláez, en su calidad de ciudadano itagüiseño, líder comercial, miembro de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio Aburrá Sur, escritor e investigador social, su auténtica y legítima cruzada en torno al valor, la trascendencia y la importancia cultural de los PETROGLIFOS del Rosario, del Terraplén de los Indios, o del Rincón Santo de Itagüí.

Ha sido una lucha incansable, por momentos frustrante, quijotesca e incomprendida, llena de matices y silencios administrativos, que quizás habrían llevado a muchos otros a bajar la guardia y a dejar que el tiempo y el olvido hicieran de las suyas con este patrimonio ancestral.

Con David Mejía, sin embargo, ha sucedido todo lo contrario. Su fe y su convicción han sido un aliciente que lo ha llevado a perseverar sin tregua en torno a la visibilización de este patrimonio ancestral; el mismo que grita desde su silencio unos mensajes reivindicativos de la memoria, los sentimientos, la identidad y las vivencias de los antiguos habitantes indígenas del cerro de los Tres Dulces Nombres.

Ya han pasado 68 años desde el descubrimiento de los petroglifos de Itagüí. Son muchas las vueltas que este mundo ha dado alrededor del sol sin hacerle honor a este testimonio y a las misteriosas incisiones en

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las rocas; sin entender cómo y con qué las hicieron; sin comprender aún cuáles son en realidad sus secretos mensajes; sin querer trascender sus dibujos para leer a través de ellos los ecos de esa guasábara que, según cuenta la leyenda, obligó a nuestros ancestros a cometer un suicidio masivo antes que humillarse a los vejámenes de una colonización monstruosa y sin cuartel.

La voz de David Mejía, en su libro Petroglifos de Itagüí, es un reclamo histórico, justo, urgente e inapelable en torno a la necesidad de recordar y darle un nombre y un rostro a los injustamente olvidados. Es recobrar el hilo de la naturaleza y de nuestra cultura para evitar que la incomprensión humana y la tiranía de los escépticos arrasen con ese «libro» prehistórico; con esa «biblioteca» de nuestros antepasados.

Con su renovada reflexión, David Mejía siembra una nueva esperanza para desentrañar los saberes y los relatos de quienes cincelaron estos grabados en piedra, y dieron forma a un arte rupestre y a un conjunto de imágenes que conjugan más que un acto imaginativo o de pureza artística… Que son un testimonio de vida, una comunicación perdurable, un clamor ancestral, o como bien lo describe el célebre investigador Graciliano Arcila Vélez:

Un testimonio del espíritu creador primitivo de los aborígenes pobladores del Valle de Aburrá … Un lenguaje común que se incorporó a su desarrollo cotidiano … Posiblemente signos mnemónicos, marcas del territorio, relojes de sol, o mapas con categorías míticas que dan cuenta de la memoria de una realidad histórica que debemos rescatar.

Siempre he creído que la excesiva racionalidad de nuestra cultura nos ha impedido ser humildes y desarrollar la capacidad de mirar con reverencia el pasado y beber de él su memorable sabiduría. Hemos sido demasiado egocéntricos para entender que, al igual que las cuevas

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de Altamira en España o el arte rupestre a cielo abierto en el Parque Nacional Chiribiquete en la Amazonía colombiana, los petroglifos de Itagüí también se merecen el derecho a contar su historia.

Esto implica incorporar sus rocas tatuadas a la memoria sociocultural de Itagüí; reconocerlas oficialmente en el patrimonio del arte rupestre del país; brindarles la protección de una política pública que garantice su protección y preservación, y convertirlas en un referente histórico y de connotación turística para beneficio de nuestra sociedad.

Hoy más que nunca revuelan en mi memoria las palabras de William Ospina en su ensayo Es tarde para el hombre, al referirse al valor poderoso de la cultura y las tradiciones de los pueblos que se defendieron hasta la muerte y que dejaron un grito que aún espera en la garganta de los vivos:

Ante el imperioso deber de salvar, no sólo el futuro, hoy vastamente amenazado, sino todo lo que ya parecía definitivo, el ayer, los muertos, los mitos, hasta el más mínimo y tenue saber de los pueblos siempre silenciados y excluidos, debe ser escuchado como la propia voz de los dioses.

Agrega Ospina que…

Basta mirar los nichos vitales de los pueblos de África y de los pueblos nativos de América, mágicamente fundidos a la naturaleza, amistados con el bosque y las piedras, y compararlos con estas formidables y terribles colmenas que erigió nuestro orgullo, para entender que hay una sabiduría soslayada; unas claves para inventar el futuro ignoradas sólo porque las descubrieron los mansos; porque no las dictó la codicia ni la voluntad de dominio, sino la cordialidad, el respeto, la reverencia, virtudes que, como cierto mágico personaje de nuestra literatura, no quieren tener la razón de un modo triunfal.

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Hoy abogo para que este libro nacido de la ansiedad, la lucha, el compromiso y la inquebrantable tarea cultural de David Mejía no caiga en el olvido ni se refunda en la insensatez de quienes no han podido entender que en esas piedras; en esos signos; en esas figuras espirales; en esos círculos achatados, entremezclados con serpientes, monos y ranas, reposan un saber, una historia, unos recuerdos, unas vivencias, y un sentir que enmarca y rememora la existencia de nuestros ancestros.

Con reverencia profunda hoy recojo cada palabra que emana de este texto y, al igual que David Mejía, rindo un tributo de admiración a esos desconocidos narradores que dejaron tallados en los petroglifos de Itagüí sus posibles primeros caracteres culturales, su visión irrepetible de un mundo ignorado, y el recuerdo identitario de una historia incompleta que busca afanosamente quién interprete sus signos y entienda su simbología para preservar su leyenda e imprimirle una reseña imborrable en el concierto de la eternidad.

Hace más de dos décadas tuve la oportunidad de realizar dos largas y profundas entrevistas al cantautor argentino Rodolfo Enrique Cabral Camiñas, más conocido como Facundo Cabral, que en paz descanse. Y nunca olvidaré una bella reflexión que me compartió sobre su música y sus mensajes:

Mirá, yo no soy el gestor de lo que predico, yo solo soy un mensajero… Yo soy la memoria de los memoriosos… Ellos son los portadores de la sabiduría, yo solo tengo la misión de replicarla.

Al leer Petroglifos de Itagüí veo en sus páginas el hermoso y sincero esfuerzo de un narrador, de un librepensador, de un batallador de la cultura, de un mensajero de nuestros antepasados, de un contador de historias que dejó de ser simple espectador de la memoria y decidió hacer visibles los rastros mágicos, primitivos y autóctonos que hoy

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siguen vigentes en las rocas como un testimonio imborrable para la eternidad.

David Mejía Peláez, al igual que Facundo, se perfila desde su exploración histórica y su inquebrantable búsqueda antropológica, como un sigiloso, dedicado, ordenado y comprometido promotor y legitimador de la memoria y el recuerdo de unas tribus ignoradas que dejaron en sus piedras una historia que merece ser contada y guardada para la eternidad.

Confío en que su tenacidad y su esfuerzo logren contagiar su lucha y multiplicar las voces protectoras de este patrimonio indígena. De ello depende que puedan gestarse las condiciones políticas, económicas y científicas para que la piedra muda y silenciosa cobre vida y nos deje escuchar el murmullo inaudible de las antiguas presencias y el relato trascendental de sus historias.

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NOTA

Periódicos que han circulado en Itagüí

BITAGÜÍ: Vocero de la comunidad itagüiseña. Tabloide cuyo número uno apareció en abril de 1979. Director y fundador, Arnulfo Correa Sevillano, S.P.I., era editado en Medellín.

EL COMETA: Es el único manuscrito de que tengamos noticia. Apareció en 1909 dirigido por Enrique Vélez.

EL INDUSTRIAL: No tenemos información sobre esta publicación que fue de vida corta.

INQUIETUD: No hay información.

ORBITA: Órgano del Centro de Orientación Cultural. Lo dirigió el doctor Hernán Arboleda y alcanzó a 20 ediciones.

ORIENTACIÓN: Fue éste, no cabe duda, el mejor de los periódicos de Itagüí. Órgano del Centro cultural de Itagüí´. Lo dirigieron: Miguel Restrepo E. y Marco Tulio Espinosa.

Autor Heriberto Zapata Cuéncar. Antioquia periódicos de provincia.

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EN PERSPECTIVA

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Los discursos en torno a la alimentación nos permiten ver estructuras, imaginarios, tradiciones y patrones que influyen en nuestra relación con la comida que responden a dinámicas que no son estáticas son objeto de constantes cambios. Un ejemplo de esto es el consumo de azúcar, que se ha prolongado por más de cinco siglos y que puede ser rastreado desde la Antigüedad gracias a su introducción, desde la India, al mundo europeo y, posteriormente, al mundo americano. Este intercambio produjo el cultivo de la caña de azúcar y el aprendizaje de técnicas de elaboración y procesamiento lideradas por la conquista islámica. El resultado final del producto —figuras de azúcar, ramilletes de dulce, grageas, entre otros— solo estaba destinado a las manos de las personas más adineradas y a los banquetes elegantes influenciados por los manuales franceses de repostería.

Desde esta perspectiva podemos ver claramente las constantes rupturas e invenciones del uso del azúcar y lo que representaba, siendo en sus inicios un producto de consumo limitado o de uso medicinal, que luego pasó a ocupar un lugar central en el ámbito económico y de cambio de dieta por los diversos discursos que suscitaba. El antropólogo Sidney Mintz (1996), en sus investigaciones en torno al dulce como sabor objeto de deseo, afirma:

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Más que conservas y jaleas: la importancia de los dulces y su relación con la mujer en el siglo xviii en el Nuevo Reino de Granada

El consumo debe explicarse en términos de lo que la gente hizo y pensó: el azúcar permeaba el comportamiento social y, cuando tuvo nuevos usos y cobró nuevos significados, se transformó de curiosidad y luego en un artículo común y necesario (p.27).

Lo anterior puede ejemplificarse con el caso americano. En este continente se produjo un cambio que se debió al inicio de las plantaciones de caña durante la época de la Conquista, y a las posibilidades de adaptación que mostró la planta en ese territorio. Nuevamente se produce la transformación del azúcar, enriqueciéndose de las técnicas europeas y africanas en la diversidad y complejidad de los dulces que en un principio eran simplificados para hacerlos más accesibles (Castelote,1991, pp.213-214), y que más tarde serían alimentos que destacarían en las gastronomías locales. Indudablemente, esto traería consigo el uso de los utensilios de cocina cotidianos en nuevas preparaciones y en la consolidación de oficios como el de los confiteros y almendreros que, en un inicio, estaban mayoritariamente dominados por los hombres, ya sea en la elaboración, distribución, o venta. Por otra parte, se puede rastrear en algunas cocinas —como en el caso de algunas sociedades campesinas o de las comunidades negras— que el papel de la mujer en la elaboración de estos dulces era casi exclusivo. Así, este artículo se dividirá en dos partes. La primera presentará el contexto y los usos del dulce en los recetarios y manuales ceremoniales de los virreyes. La segunda se ocupará, por medio de algunas crónicas del siglo xviii, del análisis de los posibles papeles de la mujer y su entorno en la preparación de los dulces.

La presencia y evolución del dulce en el papel: manuales y otros recetarios

Entre los siglos xvi y xviii, la alimentación y la medicina tenían una fuerte relación. Los tratados médicos detallaban las propiedades de los alimentos, sus cantidades, e incluso la preparación para la curación y prevención de enfermedades (Domingo, 1981, p.25). Podemos

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ver los antecedentes de esta relación entre la salud y la dieta en el pensamiento de Hipócrates y su teoría de los humores, el desequilibrio y la asociación con los cuatro elementos. Ideas que fundamentaron la medicina occidental por varios siglos para luchar contra las pestes y cimentar los libros para el tratamiento de otras dolencias que podían ser tratadas en casa.

En el caso de lo dulce, desde la Edad Media europea existía la tradición y el gusto por las duplas de lo dulce-salado y dulce-agrio. Esto se aprecia, particularmente, en comidas saladas, donde la carne se acompañaba con una salsa dulce de especias, canela y azúcar; o se espolvoreaban algunos gránulos de azúcar en su superficie. La anotación anterior se encuentra en el libro Arte de cocina, pastelería, bizcochería y conservería de Francisco Martínez Montiño, quien fue el cocinero mayor de Felipe iii y Felipe iv. Montiño, gracias a las peticiones de conocidos y aprendices, y a la confianza que la Corona había depositado en él por su maestría en el arte de la cocina, recopiló diversas recetas ante la falta de un manual que cualquiera que estuviera interesado pudiera leer y ejecutar con éxito. La mayor parte del libro está dirigida al público masculino que conformaba las cocinas de la realeza; solo se hace una mención muy breve a la mujer, pero a manera de dicho popular referido a la preparación de unas pechugas, lo que deja ver un poco la jerarquía en estos espacios.

Este libro, que fue publicado en 1611 y reimpreso hasta el siglo xviii, recopila más de 150 recetas y en su momento se consolidó como uno de los compendios más importantes de su tipo. Está dividido en dos capítulos principales: la limpieza de la cocina y un apartado sin título que refiere una serie de platillos «dulces» y «salados». De manera adicional finaliza brevemente con los apartados: «Las memorias de la jalea» y «Las conservas». Llaman la atención muchos tópicos para el estudio de la alimentación en la época del Siglo de Oro español, sin embargo, para objeto de esta investigación, me centro en dos afirmaciones por parte del autor. Primero, todavía hay un interés por

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relacionar la alimentación con la salud, ya que «es preferible dar al enfermo alimentos más dulces porque la calentura les hace tener mucha más sed, y con eso sienten mucho la sal» (Martínez, 1790, p.366). Segundo, recordando el contexto de la realeza que rodea estas recetas, Martínez indica la manera adecuada para preparar y organizar un auténtico banquete, donde la curiosidad y ostentación son importantes, pero no el único elemento que se debe tener en cuenta, puesto que por la cercanía en la «todo el toque está en saberlos servir, porque, aunque se gaste mucho dinero en un banquete, si no se sirve bien, no luce, y se afrenta el señor mucho habiendo desórdenes en él». Así, señala que todo tenía un orden establecido: el postre siempre iba al final, y las frutas y otros acompañantes dulces no podían ser servidos después de la merienda (Martínez, pp. 20-33).

La importancia del libro de Martínez para esta investigación también se debe a que marca un precedente en los manuales ceremoniales para el recibimiento de virreyes, que seguían vigentes para el siglo xviii, especialmente en el Nuevo Reino de Granada. Por medio de las crónicas varios historiadores del siglo xix, Pedro María Ibáñez y José Manuel Groot recopilaron información que respondía a sus intereses. Groot, por ejemplo, tenía cierta fijación por la historia eclesiástica y defendía las decisiones tomadas por este ente en el texto: Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada. Por otro lado, Ibáñez en Crónicas de Bogotá, se limitó a la narración de datos curiosos y de anécdotas sobre la historia de dicha ciudad.51 Ambos, con un fuerte rigor y una perspectiva de corte historiográfica tradicional con el tratamiento de la fuente primaria, nos develan extensivos y detallados fragmentos de las ceremonias virreinales que, en 1739, llegaron a ser reguladas por el Consejo de Indias debido a los costos que acarreaban. No obstante, para el recibimiento de José Solís Folch y Cardona y Alfonso Pizarro en 1753, pactan su punto de encuentro en la Casa Real:

51 El autor posee otras obras de importancia historiográfica desde los enfoques médico y periodístico.

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Hubo luego gran comida que se repitió al día siguiente, y por las noches se sirvieron, en el Palacio a la numerosa y escogida concurrencia, dulces, bizcochos, helados, aloja y horchata, guardándose la severa etiqueta de las cortes europeas. Desde el siguiente día el Virrey corrió con los gastos de su casa, recibiendo aderezada la despensa, según lo descrito en el ceremonial (Ibáñez, 1951, p.188).

La despensa comparte características hasta finales del siglo xviii, que en ocasiones también se aplicaban para que el virrey recibiera a los arzobispos y a otros funcionarios de alto nivel. La recepción se acompañaba de banquetes más moderados, pero con la presencia del dulce en cada cierre:

Hasta llegar a la puerta del Palacio y apeándose se sube con los Tribunales al salón en el que se sirven dulces y agua; cuya función se repite las dos noches siguientes y en estas se ilumina la ciudad por pregón que a este fin hechos los alcaldes Ordinarios.52

Finalmente, en este documento llama la atención que se repite la presencia de los dulces cuando se hace menciona el recibimiento, en Santa Fe de Bogotá, de José Manuel de Ezpeleta y la virreina, quienes querían conocer el salto de Tequendama. En dicho texto también se nota una predilección por los dulces de procedencia europea, al ser más elegantes y finos para la ocasión, descartando así los dulces propios del Nuevo Reino de Granada:

Preparó un banquete donde se dispuso la gran mesa para un paseo al Salto de Tequendama. El día de la partida parecía que se ponía en marcha un grande ejército. La vanguardia de esta alegre expedición había marchado desde por la mañana, 52 AGN. Real Audiencia. Cundinamarca. Tomo XII. fl. 152r

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presidida por los reposteros y cocineros, algunos de ellos esclavos que el Virrey había traído de la Habana. Con estos iban el tren de cocina y de repostería. No estaban de acuerdo con servir caspiroleta ni arequipe, preferían reemplazarlo por torres y castillos de pasta francesa con monos y banderillas (Groot, 1869, p.51).

Otro elemento que considero importante es la mención del oficio del repostero, que para el siglo xviii era definido, según el Diccionario de Autoridades (1713), como «el Oficial en las causas de los Señores, a cuyo cargo está el guardar la plata y servicio de mesa, como también ponerla, y hacer las bebidas y dulces, que se han de servir al Señor». Nuevamente, el papel del hombre en esta alta cocina es predominante y contribuye a que cueste identificar la presencia de la mujer en estos escenarios. Esta será una de las dificultades que se pueden apreciar en la lectura de los cronistas, que solo en ciertas ocasiones, distinguen cuando una mujer comercializa los alimentos o los prepara. Finalmente, llama la atención que se destaque la participación de esclavos traídos de la Habana; población que tendrá un papel determinante en los procesos de transformación, mestizaje y control en torno al dulce y las mujeres.

¡Dulce de guayaba, dulce de almíba’!: las mujeres y el dulce como espacio de socialización y poder

Como se manifestó en el apartado anterior, ya existían unos ideales y usos de lo dulce que normalmente estaban asociados a la salud y al estatus. Además, era visto como un alimento que denotaba exclusividad al ser regalado en ocasiones especiales. También revela que la cocina de la realeza y la elaboración de los dulces eran actividades que estaban más ligadas al hombre que a la mujer. Desde el lenguaje a quien se dirige, podemos notar esa predilección, de la que no solo Francisco Martínez hace gala.

Juan de la Mata fue otro autor reconocido en medio del auge de la repostería francesa y barroca. De la Mata como repostero

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madrileño plasmó sus conocimientos en sus trabajos en 1785, de este modo pretendía superar el libro Nuevo arte de la cocina española del franciscano Juan Altamira y publicado en 1747. La influencia de este libro se especula que llegó a manos de cocineros y personas acaudaladas en el continente americano.53

Para esta época también circulaban en el mundo algunos recetarios escritos por mujeres, o por maridos a quienes les preocupaba que sus esposas no hicieran correctamente las labores que le correspondían a una dama. La gran diferencia en estos manuales es que también poseían apartados que enseñaban del cuidado del hogar, de la imagen de sí misma, la jardinería y el bordado, por solo mencionar algunos, —tendencia que se manifestaría en el siglo xix en el territorio Neogranadino con la publicación de libros y revistas dedicados a las señoritas de la alta sociedad—. Se conoce una mayor producción en los países de habla inglesa con The Good Husewifes Jewell (1585) y The English Hus-Wife (1615) que también dirigieron su vista al público femenino de la alta y baja clase.54

No se puede hablar con certeza sobre la divulgación para el público general, de los manuales en el Nuevo Reino de Granada, sin embargo, se puede notar la comunicación del conocimiento en la preparación de los dulces por parte de otros grupos que estaban estrechamente ligados al cultivo del azúcar y la caña: los esclavos, los campesinos y los indígenas. Inauguran así el otro lado de la moneda en cuanto al dulce y lo cotidiano. Ahora recordemos, gracias al historiador británico Felipe Fernández-Armesto, que el azúcar —uno de los componentes más importantes para la elaboración de dulces—

53 Sus recetas se enfocaban en las cocinas más finas, aunque en ocasiones también consideraba alternativas para las casas particulares que podrían o no poseer todos los implementos requeridos por estos manuales para una elaboración exitosa.

54 Para mayor ampliación del tema sobre los recetarios producidos por mujeres en el siglo XIX, recomiendo la lectura de María de los Ángeles Pérez Samper en Los recetarios de mujeres para mujeres. Sobre la conservación y transmisión de los saberes domésticos en la época moderna.

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era uno de los productos del mundo atlántico que competía en cuanto importancia con las especias traídas de Oriente. Este producto llegó a ser elaborado de tal manera que sustituyó a la miel en los últimos años del siglo xv; pero los dulces seguían siendo un artículo de lujo hasta que, por la alta demanda de dulce en el siglo xviii y de chocolate en el xix, su uso y venta fue mucho más común en la población, tal como sucedió con el té y el café (Fernández-Armesto, 2004, p.239). Oscar Gerardo Ramos Gómez (2005) realiza un estudio de la caña de azúcar y resalta sus propiedades como alimento nutricional natural que restauraba la energía de manera inmediata, y que en ocasiones servía como parte de la paga e intercambio de productos (p.56). Como mencioné, la miel y el azúcar son importantes para el acompañamiento de las frutas que se convertirían en dulce por medio de confites, mermeladas y jaleas de frutas que proporcionan frescura y placer al cuerpo y los paladares.

Para desarrollar este punto, el papel de los cronistas será importantísimo por el nivel de detalle de sus descripciones. Así, acudiré a las memorias de fray Juan de Santa Gertrudis, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes emprendieron sus viajes en el siglo xviii; adicionalmente, para un mejor ejercicio comparativo, la información se contrastará de manera breve con otros autores de finales del siglo xvii55 y principios del xix. En comparación con los recetarios y los manuales, no todos los autores detallan el proceso de la elaboración del dulce y sus derivados. Cada uno da preferencia a ciertas características que considera importantes y que proporcionan datos interesantes para rastrear las huellas de la presencia de la mujer.

Ulloa, en Relación histórica del viage a la América Meridional, presenta de manera directa el papel de la mujer afrodescendiente en Cartagena, describiendo en 1748 que:

55 Un buen cronista que da más información detallada sería Alonso de Zamora en Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada, que finalizó en 1969.

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Lo mismo sucede con las negras esclavas, las cuales unas se mantienen en las estancias casadas con los negros de ellas, y otras en la ciudad ganando jornal, y para ello venden en las plazas todo lo comestible, y por las calles las frutas y dulces del país de todas especies, y diversos guisados o comidas; el bollo de maíz y el cazabe que sirven de pan con que se mantienen los negros (p.43).

A partir de este fragmento podemos identificar la estrecha relación de la población negra con la venta de alimentos y otros productos para el sustento de los hogares de sus amos. Fray Juan de Santa Gertrudis relata que algunas mujeres vendían en grandes «platones» en sus cabezas diversas frutas y preparaciones que no podía reconocer con forma de plato; al no entender qué hacían con ellos, le preguntó a un hombre negro que vendía carne seca, quien le explicó que era cazabe, un pan que por lo común se come en esa tierra. Más adelante describe algunas de las frutas que vendían las mujeres, como el coco, que en este puerto «lo confitan, y llenan de ello cajetas, y es una confitura muy especial que llaman cocada» (Gertrudis, 1956, pp. 37-47). La investigadora Karen Paola Fabro Ramírez (2018) concluye, respecto a estos relatos, que el consumo diario de cazabe por parte de la clase blanca se popularizó debido a los rellenos de mermeladas y guisos que preparaban las mujeres negras. Estas recetas no se limitaban a sabores dulces, pues también combinaban yerbas y hortalizas con distintos tipos de carne (p.15). La facilidad de intercambio que ofrecían los lugares cercanos a las zonas portuarias permitió el intercambio de recetas e ingredientes que se agregaban paulatinamente a la alimentación cotidiana de las personas, pero con el toque particular de cada región y sus preferencias gastronómicas.

En el siglo xix, el viajero Walter Goodman (1986) se encuentra con la misma imagen que describieron los cronistas que llegaron al Nuevo Reino de Granada, pero en su caso observa la escena en la Habana, Cuba:

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Al grito de ¡Dulce de guayaba! «¡dulce de almíba’!» anuncia que trae en su bandeja gran variedad de conservas criollas. La dulcera es también esclava y en consecuencia no obtiene ningún beneficio pecuniario de su venta de dulces, a no ser que por arreglo previo con su dueño se le permita una parte de las ganancias (p.46).

Considero que este fragmento es de gran importancia ya que evita que caigamos en la romantización de la diversidad gastronómica sin tener en cuenta las problemáticas que esta acarreaba a la población esclava. Al igual que los indígenas, los esclavos fueron sometidos al cultivo de la caña y eran obligados a proveer para el hogar con la venta de alimentos que luego terminarían siendo populares en la población. Otra dificultad que se podría tener en cuanto al análisis del papel de la mujer en la cocina es que la tradición de estos grupos era mayoritariamente de transmisión oral y generacional. Fabro (2018) aporta que:

Las ancianas negras imponían sus reglas para hacer los dulces y mazamorras; ellas eran las encargadas de transmitir el conocimiento originario, de cómo se preparan diferentes postres al resto de las mujeres de la familia, entre otras actividades más. Las abuelas resguardaban celosamente sus productos, debido a que solo ellas, y las señoritas podían revolver el dulce, ya que se establecía que las mujeres casadas dañaban los batidos azucarados, por esta razón, las golosinas eran hechas por las señoritas o mujeres de edad (p.27).

Desconocer a la mujer afrodescendiente y palenquera, y su influencia en la cocina colombiana, implicaría negar su responsabilidad y habilidad para la preservación y conservación de alimentos, como señala Gregorio Saldarriaga (2015). Por medio de la preparación de alimentos se creaban espacios simbólicos donde se compartían historias, creencias, memorias y sabores; además, era un acto de resistencia (Negrete-Andrade, 2015, p.65) que aún se sigue manifestando en

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la actualidad y por el que se lucha para que sobreviva en las nuevas generaciones que pueden decidir si continuar este camino o aprender esa parte de su identidad cultural.

Fray Juan de Santa Gertrudis fue un cronista que realizó diversos viajes durante el siglo xviii. A pesar de que se desconocen las fechas de sus travesías, en sus relatos se encuentran las descripciones de los espacios y de los epicentros de comercialización de dulces en el Nuevo Reino. En estos lugares era frecuente la presencia de las mujeres, que se sentaban en las plazas de mercado a vender este producto. En Tunja, por ejemplo, los sábados se hacían ferias donde se vendían, a precios muy bajos, mucha azúcar y variedad de dulces que provenían de Vélez (Santa Gertrudis, 1956, p.371), lugar de tierra caliente con gran cantidad de fábricas de azúcar y otros comercios encargados de la elaboración de conservas, jaleas, rayados y alfeñiques (Santa Gertrudis, p. 369). Para entonces la ciudad de Pasto contaba con una fábrica de turrón, producto que se vende en grandes cantidades por el transporte de mulas a Quito. La gente del Perú, amante del dulce, compra estos turrones para el camino, y es común su consumo entre arrieros y pasajeros (Santa Gertrudis, p.177). Así, la venta y elaboración del dulce fueron actividades que crearon intercambios económicos y espacios de sociabilidad entre los habitantes del reino, que compartirían estos alimentos en ferias, fiestas y otros juegos.

No fue posible encontrar información sobre otros grupos debido a la falta de documentación al respecto, no obstante, se puede mencionar la relación entre los alimentos y los espacios feminizados de los hogares de Santa Fe de Bogotá del siglo xviii. María del Pilar López Pérez establece una diferencia entre cierto lugar de la casa y las demás habitaciones: el estrado56. Allí se hacía el duelo y se recibía a amigas

56 Estaba dotado de una alfombra, cojines, mesitas bajas, diversas cajitas, algunos espejos, escritorios y en la mayoría de los casos era definido por una alfombra y estaba separado del resto de la habitación por un biombo; en el estrado las mujeres adoptaban una posición sedente.

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que, cubiertas con un manto, ofrendaban refrescos, chocolates, roscas y bollos que aportaban a la reunión y surtían a la doliente (López, 1996, p. 139). En otras ocasiones, el espacio se disponía para reuniones y juegos más alegres donde se consumía chocolate; también se consideraba como espacio de descanso. Micaela Mutis buscó sudorosa y arrebolada este lugar, después de dar vueltas y de beber las mistelas que las sirvientas negras de la casa habían ofrecido en una reunión (López, p. 140). Desafortunadamente, no se hace mención detallada de otros lugares como la cocina y de la convivencia en estos espacios, pero se ubica «el cuarto de los hornos» donde se molían en piedra el cacao y el azúcar (López, p. 160), trabajos que la mayor parte del tiempo correspondían a la servidumbre por su carácter manual.

La cereza del pastel: algunas anotaciones finales

El propósito de esta investigación es comprender las condiciones, imaginarios y oficios que rodeaban a la mujer y su relación con la producción de dulces durante el siglo xviii. La motivación está en que la mayor parte de la información y de las investigaciones académicas se centran en el siglo xix, época en la que varios productos se popularizaron y el papel de la mujer tuvo mayor relevancia en la literatura, los recetarios, las revistas y los periódicos que documentaron las novedades del cambio de siglo. Considero necesario revisar dicho contexto para comprender los cimientos y ver con más claridad las diferencias que se puedan presentar. El estudio de la alimentación también permite conocer las opiniones de otros organismos de control como la Iglesia, y hace posible saber si esta regulaba el consumo de los alimentos dulces que podrían llevar a estados placenteros, y la reacción social que dicha ingesta tendría tanto en los feligreses como en los practicantes de la religión.57

57 Al salirse de la línea temporal y espacial, no pude incluir el documento que trata estos tópicos. Es por esto que recomiendo la lectura del artículo Una peligrosa tentación. La controversia del chocolate en la España de los siglos XVI al XIX escrito por M. Mercé Gras Casanovas.

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Finalmente, como mujer investigadora en formación, es pertinente darse la oportunidad de explorar estos temas y dar visibilidad a las mujeres que han contribuido a la gastronomía colombiana. Es necesario, además, reconocer las estructuras, prejuicios o comodidades que estuvieron presentes en este tiempo y espacio en particular; reconocerlos como lugares de identidad y resistencia para algunas comunidades y nutrir desde la investigación la identidad de estos. Para seguir nutriendo este tema, queda la tarea de verificar si existen otras fuentes58 que resalten el papel femenino, sin olvidar las dificultades que se puedan encontrar por el uso de un lenguaje que no permitía una distinción precisa entre el género y el reconocimiento de la labor de la mujer en espacios que se podían considerar masculinos, como lo era parte de la cocina.

58 Actualmente existe un amplio catálogo y esfuerzos por parte de otros investigadores para la comprensión de las crónicas antiguas. Para este trabajo destaco la gran ayuda del libro Nuestras cocinas desde el Nuevo Reino de Granada (siglo XVI) hasta la República (Siglo XIX), a la luz de los escritos de algunos cronistas y viajeros compilado por Carlos Humberto Illera.

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Referencias

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Castellote Herrero, E. (1991). Dulces confites. Disparidades. Revista de Antropología 46(1).

De la Mata, J. (1786). Arte de Repostería en que se contiene todo género de hacer dulces...: con una breve instrucción para conocer las frutas y servirlas crudas, y diez mesas con su explicación. Imprenta Josef Herrera.

De Ulloa, A. y Jorge J. (1748). Relación histórica del viage a la América Meridional hecho de orden de S. Mag. para medir algunos grados de meridiano Terrestre, y venir por ellos en conocimiento de la verdadera Figura, y Magnitud de la Tierra, con otras varias Observaciones Astronómicas, y Phísicas.

Real Academia Española. (1713). Diccionario de Autoridades (Tomo V). https://apps2.rae.es/DA.html

Domingo, X. (1981). La mesa del Buscón: un homenaje a Don Francisco de Quevedo y Villegas con ocasión de su centenario. Tusquets Editores.

Fabro Ramírez, K. P. (2018). Cambios y permanencias en la preparación de alimentos de las mujeres palenqueras: estudio de caso Barrio Nariño de Cartagena 1980-1985 [Tesis de grado, Universidad de Cartagena].

Fernández-Armesto, F. (2004). Historia de la comida: alimentos, cocina y civilización. Tusquets Editores.

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Groot, J. M. (1869). Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada, escrita sobre documentos auténticos. Tomo II. Imprenta Medardo Rivas.

Ibáñez, P. M. (1951). Crónicas de Bogotá. ABC.

Illera Montoya, C. H. (2012). Nuestras cocinas desde el Nuevo Reino de Granada (siglo XVI) hasta la República (Siglo XIX), a la luz de los escritos de algunos cronistas y viajeros. Ministerio de Cultura.

López Pérez, M. (1996). Los enseres de la casa en Santa Fe de Bogotá, siglos xvii y xviii en el Nuevo Reino de Granada. En Ensayos: Historia y teoría del arte 332.

Martínez Montillo, F (1790). Arte de cocina, pastelería, vizcochería y conservería. Imprenta Don Joseph Doblado.

Mintz, S. (1996). Dulzura y poder. El lugar del azúcar en la historia moderna. Siglo Veintiuno.

Negrete-Andrade, G. (2015). Dulces, historias e identidades en el Palenque de San Basilio [Trabajo de grado, Universidad de Antioquia].

Ramos Gómez, O. G. (2005). Caña de azúcar en Colombia. Revista de Indias lxv.233.

Santa Gertrudis, F. J. (1956). Maravillas de la Naturaleza. Empresa Nacional de Publicaciones.

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Esta revista se acabó de imprimir en los talleres de Pandora Ediciones en Diciembre de 2022.

Par su impresión se utilizó papel bondo 75 gramos

Se utilizó la fuente Times New Roman de 12 puntos.

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