Microrrelatos

Page 24

Babas Siempre me ha molestado el perro de mi vecina. Se llama Cano y cada vez que paso a su lado me ladra. Entre ladrido y ladrido su boca expulsa una viscosa flema que tiene como costumbre estamparse en mis zapatos nuevos. De hecho, siempre que estreno zapatos me encuentro al perro de mi vecina. Pensándolo bien, sólo cuando estreno zapatos me cruzo con el chucho. Quizá sea porque últimamente me ha dado por comprar muchos pares de zapatos. Cada semana me compro un par y es que he llegado a la conclusión de que cuando paso por un escaparate y veo expuesto un par de zapatos tengo que comprarlos. Me los imagino en los pies de otros, maltratados por cualquier bestia que los someta a tortuosos y encharcados caminos, limpiados con betún del malo y abandonados a la intemperie en cualquier armario oscuro de la casa. El sufrimiento de esos pobres zapatos produce en mi organismo un espasmo consumista que hace que al final acabe comprándolos. Porque me dan pena y porque el mes pasado me subieron el sueldo. Aunque no sé si hay suficiente dinero en el mundo que compense la tirria que tengo a mi trabajo. El color verde de las paredes, el olor a tragedia concentrada y para colmo, las batas que no favorecen ni a la chica que compró el último título de miss España. Y es que estudié medicina por herencia no por vocación. Mi padre fue médico al igual que mi abuelo. ¡Cómo odiaba a mi abuelo! Era igual que mi padre. De niño me pillaron jugando a los médicos con una niña que iba a mi colegio, mi padre me dio una paliza y me castigó sin salir durante una semana. Y cuando acabé el bachillerato estuvo a punto de echarme de casa porque le dije que no quería estudiar medicina. ¿En qué quedamos? ¡Ah, la vida! ¡Qué de vueltas da! Hoy estás aquí y mañana no tienes ni puta idea dónde vas a levantarte. El problema es que a mí tampoco me atrae viajar. No aguanto a esas personas que piensan que son tan cosmopolitas sólo porque han cogido un avión y han aterrizado en un país que la única diferencia que tiene con el nuestro es que la comida tiene más calorías. Porque a mí eso de que comer es un placer me parece una patraña. Joder, quién en su sano juicio puede afirmar que llenar la panza de apestoso pescado o carne grasienta se puede etiquetar como uno de los mayores placeres de la vida. Ni que la vida no tuviera cosas más interesantes que un puto filete con patatas. Como comprar un par de nuevos y relucientes zapatos y que un pulgoso chucho te los riegue con su baba.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.