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mi vida en muletas pág

Atan sólo ocho meses de edad, mi cuerpo enfermó de gravedad, la poliomielitis llegaría para darme la primera oportunidad de luchar por mi vida, fueron días difíciles y de mucha incertidumbre para mis padres por el diagnóstico nada alentador, era muy probable que perdiera la vida. Sin darse por vencidos, mis padres decidieron dar la batalla, iniciamos una férrea lucha de la cual resultaríamos triunfadores, vencimos a la muerte. La victoria no fue completa, mi cuerpo quedaría con secuelas por el resto de mi vida; mis dos piernas no tendrían la fuerza suficiente para sostener mi cuerpo, necesitaría de unos aparatos ortopédicos como de un par de muletas para caminar por la vida. Lejos de derrotarnos o quizás quejarnos, iniciamos un camino por rehabilitar lo más posible mi cuerpo, había que prepararlo para enfrentar un caminar de vida lleno de ilusiones y aventuras. Sin entenderlo, en mi propia casa practicaría eso que hoy todos llamamos inclusión, no había diferencia con mis hermanas, no había un trato preferencial ni un cuidado excesivo; en algún momento quizás no lo comprendí, lo hacían para buscar en mí la mayor independencia posible, respetando así mi diversidad. Gracias a que nací en el seno de una familia tradicional, unida y números, en casa siempre hubo juegos con los primos y convivencia con mis Tíos y Abuelos, fue una niñez muy saludable de juegos, risas, aventuras y diversión. Desde muy pequeño, mis Padres me inyectaron grandes dosis de autoestima, tanto que en ocasiones por la auto confianza llegaría a tomar riesgos innecesarios, el temor no existía, la adrenalina del juego y la aventura eran mayores. En mi mente, la palabra discapacidad no existía, mucho menos sentirme con dicha condición; mis padres, mi familia y la propia vida se habían encargado de enseñarme que usar un par de muletas no haría diferencia, al contrario, las mismas se convertirían en ese impulso necesario para iniciar el vuelo de la felicidad. Al paso de los años, me siento satisfecho, bendecido y pleno. La vida y Dios me ha dado la oportunidad de vivir intensamente, me he levantado de cuantas veces me he caído. Sigo de pie, esbozando una sonrisa en el rostro, contento con lo que soy y con lo que tengo. Vivo a plenitud mi matrimonio y disfruto al máximo la paternidad; ese par de muletas no han sido el obstáculo que quizás podría llegar a creerse, no me imagino sin ellas y sin su apoyo. No puedo considerarme un guerrero o un ser especial por el simple hecho de tener una discapacidad. Soy una persona más, cuyo corazón late por vivir intensamente por conseguir sus sueños y librar sus propias batallas. Hoy solo quiero agradecerle a Dios por mi vida y por la vida de mi familia, mi mayor motivación, seguimos adelante, estamos en pie de lucha, somos felices.

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