

Órgano informativo de la Hermandad del Señor Sepultado
–Cristo del Amor– del Templo de Santo Domingo
Año 47, Nueva Guatemala de la Asunción, junio del Año de Nuestro Señor 2024
Fray George-Massimo Antonio Pittalis O.P.
Presidente
Bernal Díaz Baeza
Encargado general
José Ernesto Rivas Toc
Secretario
Juan Fernando Estrada Kihn
Tesorero
Roberto Nicolás Muñoz Martínez
Vocal 1
Juan Francisco Golom Nova
Vocal 2
Ricardo Antonio Pineda Pineda
Vocal 3
reviSta Santo entierro
Gabriel Lucas
Coordinador general
Luis Méndez Salinas
Mauricio José Chaulón Vélez
Pablo Aparicio
Vico López
Equipo editorial
Luis Méndez Salinas
Edición, diseño y diagramación
Vico López
Fotografía de portada
Mario Cruz
Vico López
Museu Nacional d’Art de Catalunya
Fotografías interiores
Culto, veneraCión y devoCión
Roberto Nicolás Muñoz Martínez 5
reflexionemos sobre la solemnidad de la asCensión del señor
Freddy Segura, OP 6
una PasC ua Continua y sin final
Gustavo Antonio Montenegro Rouge 9
la gloriosa asCensión de nuestro señor JesuCristo
Alejandro Cuéllar Cabrera 11
una déCada y tres enC uentros
Con el Cristo del amor
Juan Fernando Girón Solares 14
los sonidos de la semana santa dominiCa
Ronal Galindo 19
la fundaCión de la Hermandad del santo sePulCro y nuestra señora de dolores del Convento de santo domingo de guatemala en 1852
Juan Alberto Sandoval Aldana 23
el emblema del tiem Po sobre las túniCas negras
Luis Méndez Salinas 31
Editorial
Sin duda alguna, para nosotros los católicos estas tres palabras encierran mucho valor y significado, más cuando se acercan los días grandes de la Cuaresma y Semana Santa. Vemos altares, huertos y telones que engalanan las capillas, naves o altar mayor de una iglesia, elementos que nos hacen dedicar ese espacio a una imagen de bastante afinidad o tradición dentro de nuestras familias.
“Culto” proviene del latín cultus, forma del verbo latino colere, que puede traducirse como “cultivar”. La palabra “veneración” viene del latín veneratio y significa “acción y efecto de demostrar mucho respeto”. Y la palabra “devoción” proviene del latín devotio y significa “acción y efecto de dar voto”, donde el término “voto” proviene, a su vez, del latín votum que viene a significar “promesa”. Al concatenar estas tres palabras, nos damos cuenta que cultivando el respeto y prometiendo, es como enaltecemos la acción completa de nuestra fe en un sentido como cucuruchos. Pero, ¿hasta dónde seguimos nosotros día con día realizando esta acción? No es el hecho de usar una túnica o un traje en los
Roberto Nicolás Muñoz Martínez Vocal IMayordomo del Señor Sepultado
días grandes; al contrario, es el seguir con esa fe día a día, y que ello se convierta en ese ejemplo de verdaderos católicos comprometidos.
Por eso, queridos hermanos, no nos desaparezcamos después de la Cuaresma y la Semana Santa, sino todo lo contrario: vivamos siempre en cada espacio donde se encuentre nuestra imagen de afinidad o devoción ese sentido de pertenencia, y con ello cultivemos que día a día más personas la lleguen a visitar. Al respetar cada lugar en completa oración y penitencia, y al prometer vivir nuestra vida enmarcada en la fe y religiosidad de una manera real, haremos que el sentido de todo lo anterior sea ejemplo de que no somos cucuruchos de época o moda, sino de luz y compromiso con nuestra Iglesia.
Todos estamos invitados a visitar nuestro a Cristo del Amor dentro de su capilla de veneración los viernes de visita devocional y todos los días del año. Él siempre nos espera para escucharnos y para decirnos que todo tiene un por qué, un tiempo y una respuesta que, no importando cuál fuese la vicisitud o problema, de su mano todo tendrá una respuesta.
La pedagogía de la Santa Madre Iglesia nos propone durante todo el año litúrgico espacios para meditar en los grandes misterios de nuestra fe en el Señor Jesucristo, dentro de los cuales las lecturas que acompañan cada tiempo litúrgico permiten profundizar en algún momento de la vida de Jesús.
Al finalizar el tiempo litúrgico de la Pascua, se ubica la Solemnidad de la Ascensión del Señor, y algunos teólogos la llaman “el tiempo de la madurez de la Iglesia” porque es en este momento donde los discípulos reciben la misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús. Recordemos el pasaje del Evangelio de San Mateo:
“Por su parte, los Once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él. Aunque algunos todavía dudaban, Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la Tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia»” (Mt 28, 16-20).
Toda persona que ha tenido un encuentro auténtico con Jesús es un discípulo suyo y, por tanto, después de “madurar su fe”, se convierte en su testigo, en un pregonero que anuncia a los demás, con palabras y con acciones, que en Jesús se puede ser feliz, que con Jesús se puede crecer y darle un mejor sentido a la vida.
El mandato que Jesús hace a los once antes de ascender al cielo es un mandato que hace a su Iglesia; es decir, a todo bautizado que cree que Jesús es el Hijo de Dios que trajo la salvación al mundo. Pero nadie presenta a una persona que no conoce. ¡Ahí radica la importancia del encuentro con Jesús!
En el texto que guía esta reflexión, San Mateo culmina su Evangelio con una frase extraordinaria “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”. Esta es una referencia directa a la Eucaristía, porque en cada Misa Jesús se hace presente en la Palabra que escuchamos y en las especies de pan y vino convertidas en su Cuerpo y Sangre que consumimos; se hace presente para alimentarnos, para acompañarnos y para darnos vida. Tomemos un momento para meditar: ¿Acudimos devotamente a la Santa Eucaristía? Este es el espacio privilegiado que tiene todo cristiano para el encuentro con Jesús. Madurar nuestra fe implica estar convencidos que, como resultado de la escucha de la Palabra y de alimentarnos del Cuerpo y Sangre
de Jesús, podemos transformamos en mejores personas, que hacen el bien e invitan a otros a acercarse a Jesús. No pensemos que este mandato está dirigido exclusivamente a los sacerdotes o religiosos, sino también está dirigido a nosotros los laicos, quienes debemos anunciar su mensaje en la iglesia doméstica (hogar), como primera instancia; así como en el trabajo, estudio, vecindario, grupos pastorales y de amigos y sobre todo con nuestro estilo de vida que invite a los demás a seguir a Cristo.
Los devotos del Cristo del Amor, como cristianos y cucuruchos, acudimos a las bellas tradiciones (en especial en Cuaresma y Semana Santa) como un medio que nos permite acercarnos más a Jesús, pues toda auténtica devoción que surge de la religiosidad popular debe acercarnos más a la Gracia Sacramental.
A pesar que la referencia visual que tenemos de Jesús es la bella y consagrada imagen del Señor Sepultado; los devotos del Cristo del Amor reconocemos que la pasión, muerte y resurrección del Señor, es el centro de su misión en la tierra, que para ello se Encarnó en el seno
purísimo de la Santísima Virgen María y que una vez resucitado ascendió al trono del cielo, donde está sentado junto al Padre.
Al llegar a su plenitud el tiempo pascual, los cristianos cucuruchos también debemos madurar nuestra fe en Jesús, lo que lograremos en gran medida con la participación constante en las Eucaristías, alimentándonos de Él en las especies eucarísticas, y de esta manera conocerlo mejor y contar lo que hemos escuchado y vivido.
Cada visita devocional que hacemos al Señor Sepultado en su capilla, tendrá un sentido diferente si en ella le contamos cómo hemos comunicado a los demás, con palabras y obras, la Buena Noticia de su mensaje. Y así, para un cucurucho devoto del Cristo del Amor, madurar su fe implica pasar del bolillo del anda a la sociedad guatemalteca anunciando que Jesús entregó su vida por amor a nosotros y que su mensaje es un mensaje de misericordia, justicia y paz que transforma a todo ser humano.
¡Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono! ¡Aleluya!
Presbítero Gustavo Antonio Montenegro Rouge
Miembro de la Hermandad
Alo largo de la historia de la Salvación encontramos varias etapas. La primera con el Antiguo Testamento y las profecías del Mesías. La segunda con el Nuevo Testamento con los hechos de Jesús. Sin embargo, este último lo podemos dividir en dos grandes momentos: primero, la vida publica de Jesús; y segundo, los cuarenta días con el Señor resucitado, donde los discípulos recibieron las instrucciones finales.
Es decir, se ha terminado su ciclo como discípulos y ahora deben convertirse en maestros y orientadores de las nuevas comunidades. Una pregunta que todo fiel cucurucho se debe hacer es: ¿He hecho mi discipulado en Cristo? Y si lo ha hecho, ¿cómo oriento y anuncio a Cristo en mi entorno social?
Este cambio de roles debería genera desconciertos pero también expectativas, porque es el tiempo para desarrollar una nueva agenda de vida, en todos los ámbitos.
Todo cucurucho fiel y auténtico al misterio de Cristo sabe que su dinámica de vida debe inspirarle a trazar nuevos proyectos de vida espiritual de liberación. Hoy no hablamos de culpas ni pecados –de eso estamos llenos–, sino de liberación de las cadenas de la esclavitud, de las
jaulas de oro, del confort y el conformismo en que se ha caído para sostener anhelos, historias, recuerdos y no dar paso a un entrega más confiada, absoluta y generosa, un auténtico abandono a Dios.
Es curioso ver nuestras calles llenas de fieles durante la Cuaresma y la Semana Santa, sin importar la hora ni el cansancio; con aromas armonizados, con el arte plasmado en andas, con alfombras dignas de no pisar, pero sin embargo se hace. ¿Por qué? Porque es la manera de decir que nada perdura, solo el que vive y reina en la Imagen del Cristo del Amor, que pasa con fuerza y serenidad. El que mueve a seguir con paso lento y sobrio, y reconocer que la esperanza está viva y sostenida por hombres que le cargan entre lágrimas y oraciones.
El que inspira e indica que la luz pascual no es un espejismo; no es magia, sino una realidad viviente en cada uno de aquellos que asume el compromiso de seguir caminado en Cristo, no solo llevándolo en hombros sino con la frecuencia de sus sacramentos; de una manera especial en la Eucaristía dominical, en el comer y saber
convivir con los hermanos, no solo en el acto de adorar, sino de comer su cuerpo y sangre para tener parte en Él.
Pero varias veces pareciera que la Pascua no vende, no atrae, no sugiere y nos quedamos en un letargo esperando la Santa Cuaresma del próximo año, sin darnos cuenta que ese tiempo tiene por objetivo prepararnos para lo que todos los días celebramos: la vida, la alegría del Resucitado. Una alegría que se hace vida en la familia, con la sonrisa, con las obras de caridad o los pequeños detalles de corazón. En fin, la Pascua no es un tiempo como lo vemos o conmemoramos, sino una celebración continua que inició con la Resurrección de Cristo y que no termina porque es eterna. Vivimos en Pascua continua y sin final.
Amigo cucurucho: que estas breves palabras te animen a seguir con una actitud renovada y recordar que Cristo vive en ti y en tus hermanos. Que el Cristo del Amor te bendiga y te haga resucitar en el rostro del que hoy necesita de ti.
Alejandro Cuéllar Cabrera
Devoto cargador del Señor Sepultado “Cristo del Amor” Director General, Colegio San José de los Infantes en su año 243
Cuandoconfesamos en el Credo que Cristo «está sentado a la derecha del Padre», nos referimos con esta expresión a «la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada»1 .
Con la Ascensión termina la misión de Cristo en la tierra hecho hombre, su envío entre nosotros en carne humana sin perder su Divinidad para obrar la salvación en cada uno de nosotros y así poder ofrecernos la entrada en el cielo a toda la humanidad. Es indiscutible con la luz de la fe, la esperanza y la caridad que, tras la Resurrección, Jesucristo continúa entre nosotros, para manifestar su vida nueva y completar la formación de aquellos primeros discípulos durante cuarenta días para así pre-
1 San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, 4, 2: PG 94, 1104; cfr. Catecismo, 663.
sentarse ante ellos y en cada uno de los cuatro evangelios podemos leer:
“Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y en cuanto lo vieron le adoraron; pero otros dudaron. Y Jesús se acercó y les dijo:
–Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”2 .
“Por último, se apareció a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo:
2 Mt. 28, 16-20.
—Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados.
El Señor, Jesús, después de hablarles, se elevó al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Y ellos, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban”3
“Mientras ellos estaban hablando de estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo:
–La paz esté con ustedes.
Se llenaron de espanto y de miedo, pensando que veían un espíritu. Y les dijo:
–¿Por qué se asustan, y por qué admiten esos pensamientos en sus corazones? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo. Pálpenme y comprendan que un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo.
Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como no acababan de creer por la alegría y estaban llenos de admiración, les dijo:
–¿Tienen aquí algo que comer?
Entonces ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Y lo tomó y se lo comió delante de ellos.
Y les dijo:
–Esto es lo que les decía cuando aún estaba con ustedes: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo:
–Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén. Ustedes son
testigos de estas cosas. Y sepan que yo los envío al que mi Padre ha prometido. Ustedes permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza de lo alto”4
“Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:
–La paz esté con ustedes.
Y dicho esto les mostró las manos y el costado.
Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. Les repitió:
–La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así los envío yo.
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
–Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengan, les son retenidos”5
Sentado a la derecha del Padre, Jesús continúa su ministerio de Mediador universal de la salvación. «El Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado»6
Era necesario que, tras su Resurrección, Cristo continuase su presencia entre nosotros, y aunque Jesús vuelve al cielo con el Padre, se queda entre nosotros de varios modos, y principalmente en modo sacramental, por la Sagrada Eucaristía.
Si sabemos contemplar el misterio de Cristo, si nos esforzamos en verlo con los ojos limpios, nos daremos cuenta de que es posible también ahora acercarnos íntimamente a Jesús, en cuerpo y alma. Cristo nos ha marcado claramente el camino: por el Pan y por la Palabra,
4 Lc. 24, 36-49.
5 Jn. 20, 19-23.
3 Mc. 16, 14-20.
6 Compendio Catecismo de la Iglesia Católica, 132.
alimentándonos con la Eucaristía y conociendo y cumpliendo lo que vino a enseñarnos, a la vez que conversamos con Él en la oración. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él”7. “Quien conoce mis mandamientos y los cumple, ése es quien me ama. Y el que me ame será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”8
“Si cumplís mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo he cumplido los mandatos de mi Padre y permanezco en su amor”9. Esta afirmación de Jesús, en el discurso de la última cena (la primera Eucaristía), es la mejor antesala para la Ascensión. Cristo sabía que era preciso que Él se fuera; porque, de modo misterioso que no podemos comprender, después de la Ascensión llegaría –en una nueva efusión del Amor Divino– la tercera Persona de la Santísima Trinidad: “Os digo la verdad: conviene que yo me vaya. Si no me fuese, el Paráclito no vendría a vosotros. Si me voy, os lo enviaré”10
Cuando decimos en el Credo “Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre” tenemos presente la Gloriosa Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, después de haber pasado cuarenta días entre nosotros. Tengamos presente que en los Hechos de los Apósteles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés, en que el Espíritu Santo descendió en
forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor, nos hacen asistir a la gran manifestación el poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones.
La victoria que Cristo –con su obediencia, con su inmolación en la Cruz y con su Resurrección– había obtenido sobre la muerte y sobre el pecado, se reveló entonces en toda su divina claridad.
Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva11. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas12.
Celebremos todos estas dos fechas importantes en nuestra Santa Iglesia Católica y Apostólica: la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y la Fiesta de Pentecostés, para así seguir procurando esa labor apostólica con quienes interactuamos cada día, comenzado en nuestro hogar, en nuestro lugar de trabajo y con la alegría de sabernos hijos de Dios.
7 Jn.6, 57.
8 Jn.14, 2.
9 Jn.15, 10.
10 Jn.16, 7.
11 San Josemaría Escrivá de Balaguer, “Es Cristo que pasa”, El Gran Desconocido, Homilía pronunciada el 25-V-1969, fiesta de Pentecostés.
12 Cfr. Jn.16, 12-13.
En el año 1994, al igual que el programa radial del Consejo Pro Tradiciones Cuaresmales, vio la luz a través de Radio Estrella –en ese entonces en el 1390 AM– el conocido y admirado programa que produce y difunde la Hermandad del Señor Sepultado del Templo de Santo Domingo, nuestro amado Cristo del Amor, espacio que quien tiene la honra de escribir estas líneas, lo considera un hermano de luchas y fatigas para difundir los mensajes durante la Cuaresma de cada año. El nombre del programa, felizmente, no ha variado desde aquel entonces: Un encuentro con el Cristo del Amor. Y partiendo de ese nombre tan especial, y de las anécdotas y recuerdos que todo buen cucurucho guarda en su corazón acerca de sus encuentros especiales con determinada imagen de su devoción, los voy a invitar, amigos lectores, para que juntos realicemos un viaje al pasado, y me acompañen para revivir no uno, sino en mi caso en particular tres encuentros que marcaron mi niñez y especialmente mi amor por uno de los tesoros más grandes con los que cuenta el pueblo católico de Guatemala: su religiosidad popular. Estos encuentros se desarrollaron todos en la década de los años setenta del siglo pasado; es decir, en el decenio comprendido de 1971 a 1980, y están tan presentes en mi recuerdo que incluso he tenido hasta el atrevimiento de señalarles la fecha, día y hora en que, felizmente, y en diversas circunstancias tan especiales, tuve también la bendición de encontrarme con nuestro Cristo del Amor.
Sábado 7 de febrero de 1976
Debido a la proximidad de la casa de mis padres, a escasa cuadra y media de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, mis seres queridos tuvieron siempre lazos de afecto, devoción, trabajo y amor por Santo Domingo. Por ese motivo, en aquella infausta madrugada del miércoles 4 de febrero de 1976, luego del violento sismo que cobró la vida de más de treinta mil
guatemaltecos, y con nuestra vivienda severamente dañada, tan pronto como nos puso a salvo, mi papá Carlos Francisco Girón Vielman (QEPD) se hizo presente en el igualmente dañado de consideración templo dominico, para participar en el rescate de la imagen coronada de la Reina y Patrona de Guatemala, pero también ayudó con otros devotos que hacían lo propio con la imagen del Señor Sepultado, nuestro Cristo del Amor.
Las sagradas esculturas fueron trasladadas del interior de la Basílica a la Casa Parroquial, la que gracias a Dios no sufrió mayores daños.
Pues bien, por aquel entonces formaba parte de la comunidad dominica un hermano religioso de nacionalidad española de avanzada edad, que no era sacerdote pero se encargaba de atender la oficina, anotar las intenciones de las eucaristías y vender los artículos religiosos. Su nombre era Fray Amador, y con absoluta honestidad nunca supe su apellido.
Gracias a la bondad de los Padres de Santo Domingo, dentro de los cuales recuerdo al Padre Gabino y al Padre Carbonera, la tarde de aquel sábado 7 de febrero, tres días después del terremoto, nos permitieron a los miembros de mi familia, incluido desde luego al autor de estos apuntes, ingresar a la Casa Parroquial. Precisamente en la habitación de Fray Amador, y en su cama personal de descanso, sin usar túnica alguna sino unas mantas y ropajes muy sencillos y recostada incluso sobre la almohada del religioso, se encontraba a resguardo la Consagrada Imagen del Señor Sepultado, nuestro Cristo del Amor, en una postal sumamente impresionante, pues daba en realidad la impresión de ser un cuerpo humano exánime. A su lado, la imagen de la Reina y Patrona de Guatemala, igualmente sin ningún manto ni tunicela, ninguna de sus joyas ni corona, solamente con sus ropajes de plata propios de la constitución escultórica, a la cual desde luego le había sido retirado por motivos de seguridad, el niño Jesús. Rezamos todos los presentes una oración por la tragedia que en esos momentos vivía el país de
la eterna primavera. En una habitación sencilla y en aquellas condiciones humildes, dos de las imágenes que representan el amor a Jesús y a la Virgen de máxima devoción en Guatemala. Así se resguardó la imagen del Sepultado Dominico en los días aciagos de febrero de 1976. Pero nuestras oraciones y las de miles de chapines, sin duda ayudaron a quienes tuvimos el privilegio y bendición de superar aquella catástrofe, a seguir adelante.
Viernes Santo 8 de abril de 1977
Un año después, y con nueve años de edad cumplidos, dispuse (sin saber realmente a lo que me estaba metiendo) formar parte del cuerpo de incensarios de la Procesión del Viernes Santo del Cristo del Amor. Yo ni siquiera tenía túnica negra, así que debido a la gentileza y espontaneidad de un buen amigo de la familia, cucurucho de pura cepa y gran devoto del Cristo del Amor, el Doctor Juan Carranza Morales (QEPD), médico y cirujano, quien según recuerdo era Directivo de la Hermandad, me facilitó una túnica, capirote y cinturón negros, que a su vez habían sido propiedad de su hijo, Juan Antonio Carranza Ibáñez (QEPD). También me prestó un incensario, y me proporcionó la bolsa de incienso correspondiente. El Jueves Santo de aquel año, su servidor estaba listo. Lo que me permito reseñar de aquel día histórico para mí, no solamente por haber sido mi gran debut como incensario y naturalmente caminar delante de las andas muy cerca del Señor, fueron en particular las vivencias que tuve durante aquel cortejo procesional en la tarde del Viernes Santo: la primera, la solemne procesión del Santo Entierro principió en el interior del deteriorado y ya en reconstrucción templo de Santo Domingo, gracias al apoyo del entonces Presidente Laugerud García, donde prácticamente no había nada, pues las bancas e imágenes habían sido trasladadas temporalmente al Centro Social Dominicano Jesús Obrero para el
funcionamiento parroquial. A las tres en punto de la tarde rezamos el Credo. Eso sí, solamente los pocos asistentes que ingresamos por la casa parroquial (no había público) y a diferencia de otros templos donde no se había permitido la interpretación de marchas fúnebres para evitar daños por la sonoridad y vibración de la interpretación musical, en Santo Domingo sonó atronadoramente la inspiración de Federico Chopin. El adorno era sumamente sencillo: nubes con ángeles, querubines y las imágenes celestiales de doña Clarita Soto, donde destacaba la urna con la imagen luciendo una túnica color fucsia. El anda metálica con faldones de celosía sirvió de trono procesional al Cristo del Amor. La segunda, en la cuadra entre cuarta y tercera calles, sobre la octava avenida de la zona uno, funcionaba en aquel entonces un Centro Penitenciario para Damas. Recuerdo lo impresionante que resultó ver a un grupo de internas de dicho presidio, cantando El Perdón al paso del Santo Entierro dominico. Si era emotivo el paso del Sepultado de El Calvario por la extinta Penitenciaría, para recibir un homenaje por los caballeros presidiarios de aquel lugar, no era menos el que las damas realizaban para nuestro Cristo del Amor en la prisión de mujeres de Santa Teresa. Con el desalojo de aquella prisión en el sitio indicado años después, este acto tan especial dejó de realizarse.
Domingo 30 de septiembre de 1979
Y según les comentaba, las oraciones de los guatemaltecos llegaron como siempre a Dios, y con toda emoción y emotividad, Santo Domingo y su Basílica Menor de Nuestra Señora del Rosario fue, hasta donde recuerdo, el primero de los templos dañados por el terremoto de 1976 en reabrir sus puertas a la población para reanudar sus actividades de culto, lo que sucedió en el preludio del glorioso mes de octubre de aquel año, en una mañana que inició con lluvia, pero que poco a poco fue dando
paso a un radiante sol que no quería perderse la asistencia a un cortejo procesional único en su género, por lo emotivo de su composición: primero, las andas del Señor Sepultado, nuestro Cristo del Amor, con un detalle sumamente especial. Se procesionó en el andaría de Valenzuela, con exactamente el mismo adorno que lució el día de su solemne consagración en marzo de 1973. Las mismas andas con el mismo adorno de tan grata recordación, es decir el Señor sin urna, recorrieron una vez más las calles de los sectores parroquiales, en especial del querido Barrio de Gerona. Segundo, al Señor Sepultado le siguió la imagen del Patrono de la Orden de Predicadores Santo Domingo, y finalmente, luciendo todo su esplendor, en las andas de la Cofradía de Soledad, la bellísima imagen de Nuestra Señora, la Reina y Patrona de Guatemala, la Virgen del Rosario. En un mismo cortejo tres andas procesionales, la primera acompañada con marchas fúnebres, y la tercera con sones, alabados y marchas festivas. Al ingresar a mediodía el sagrado desfile al templo, el Reverendo Padre José Luis Zapico, OP, celebró la solemne misa con la cual se reabrió el mismo a sus fieles.
De esta manera, querido lector(a), concluye nuestro viaje al pasado. Mi sincero deseo que estas breves memorias hayan despertado igualmente en usted recuerdos cariñosos o emotivos conocimientos de lo sucedido en antaño. Para finalizar, mi agradecimiento especial a los editores de este prestigioso medio de divulgación de nuestra Hermandad por permitir el aporte de mi pluma en esta ocasión, con la firme convicción en cuanto a que todos aquellos que profesamos una especial devoción a nuestro amado Cristo del Amor tengamos, con el devenir de los años, muchos encuentros que aumenten ese sentimiento tan especial por el Sepultado dominico.
Hno. Ronal Galindo
La Semana Santa en Guatemala es una celebración profundamente arraigada en la cultura y la tradición del país. Durante este tiempo, las calles se llenan de procesiones que conmemoran la pasión y muerte de Jesucristo, y uno de los aspectos más destacados de estas procesiones es la música que las acompaña, especialmente las marchas fúnebres.
La música desempeña un papel fundamental en las procesiones de la Semana Santa en Guatemala. Desde tempranas horas de la mañana, las calles retumban con el sonido de las bandas de música que acompañan a las imágenes religiosas en su recorrido por las calles. Estas bandas interpretan una variedad de piezas musicales, pero las marchas fúnebres son las más emblemáticas y conmovedoras. Durante esta Cuaresma y Semana Santa en la Hermandad del Señor Sepultado, Cristo del Amor, tuvimos a bien realizar distintas actividades en donde la música fúnebre fue el marco perfecto para realzar a nuestra Consagrada Imagen. Tal es el caso del Concierto de Gala de Marchas Fúnebres llevado a cabo, como ya es tradicional, el Quinto Viernes de Cuaresma 15 de marzo del presente año. En esta ocasión se elaboró un altar que incluía un telón de terciopelo negro, en donde al centro y
luciendo una túnica en color gris destacaba el Señor Sepultado, custodiado por ángeles. Este concierto tuvo un tinte muy especial, ya que pudimos escuchar marchas fúnebres orquestadas de una forma distinta a la que tradicionalmente escuchamos en un cortejo procesional, pues el concierto estuvo a cargo de la Orquesta de Vientos Filarmonía, con una gran afluencia de asistentes en la Basílica teniendo un lleno total de la misma.
También se llevó a cabo el místico Acto de Unción, como cada Martes Santo, y sin duda las marchas fúnebres fueron el marco perfecto para darle solemnidad a esta procesión de traslado en la que el pueblo católico de Guatemala se congrega en el atrio dominico para contemplar el paso del Cristo del Amor, con marchas fúnebres como “Bálsamo es tu nombre”, “Consumatum Est” y “Martirio”, que cuando son interpretadas en los cortejos dominicos adquieren una connotación diferente.
Asimismo, el Viernes Santo se llevó a cabo la procesión de Santo Entierro, el Santo Entierro más antiguo de América. En esta ocasión acompañado por la Banda de Música “Pasos de Fe”, bajo la dirección del maestro Christian Juárez, con una banda donde además de los instrumentos que tradicionalmente vemos,
también han sido incorporados instrumentos como el corno francés, el saxofón alto y el saxofón tenor. Con ellos se le ha dado un color distinto al sonido de las marchas fúnebres, acercándose más al sonido de las bandas de antaño.
En cuanto a las marchas fúnebres, podemos decir que al momento de levantar las andas que portaban al Señor Sepultado sonó de forma solemne e imponente la “Marcha Fúnebre” de Frédéric Chopin, marcha oficial del cortejo; y qué decir de “La Fosa”, que sin duda hace vibrar todos los corazones de los devotos dominicos.
Es importante mencionar que este este año la Hermandad del Señor Sepultado hizo un gran esfuerzo por programar marchas fúnebres acordes a los turnos y las cuadras que recorrió nuestra procesión, para que estas tuvieran la duración correcta y que los devotos tuvieran esa conexión espiritual con el Cristo del Amor acompañados de la música procesional propia de la época.
Por primer año se implementó el turno extraordinario de colaboradores en la Primera Calle, en donde los hermanos miembros de las distintas comisiones de la Hermandad tuvieron la oportunidad de llevar en hombros a nuestra consagrada imagen, acompañados de las notas de la “Marcha Fúnebre” de Chopin, marcha que solo era interpretada en la salida y entrada de la procesión, escenario que le dio mayor realce a este turno tan especial en el cortejo.
Al ingresar la procesión se volvieron a interpretar las marchas “La Fosa” y “Marcha Fúnebre”, haciendo derramar algunas lágrimas a los presentes en el templo, quienes vivieron este momento culmen de cada Semana Santa acompañados de estas notas solemnes, dando así punto final al cortejo procesional del Señor Sepultado.
Durante el cortejo procesional infantil también se tuvo el acompañamiento de las marchas fúnebres para que el semillero dominico llevara sobre sus hombros a las réplicas de las consagradas imágenes. Fue enternecedor ver cómo algunos niños al reconocer qué marcha fúnebre se interpretaba en su turno, su rostro se iluminaba con emoción por las notas que se estaban interpretando. Así también merece especial mención un pequeño devoto que durante todo el recorrido infantil acompañó a la banda interpretando los timbales bajo la mentoría del maestro encargado de su ejecución, haciendo este pequeño devoto una participación magistral.
Finalmente, en el día que celebramos que Cristo venció a la muerte, se desarrolló el festivo cortejo procesional del Señor Resucitado, en el cual la banda interpretó sones, alabados y marchas tanto guatemaltecas como extrajeras, teniendo como punto especial el ingreso al atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario en donde al compás de “La Caridad del Guadalquivir” y en medio de una nube de papelitos auriblancos hizo su paso el Señor Resucitado. Para culminar la procesión se interpretó el canto popular “Resucitó, Aleluya” en donde los feligreses que se encontraban dentro del templo acompañaron con sus voces el solemne ingreso de Jesús resucitado.
Ha sido sin duda una Semana Santa especial para todos los devotos del Señor Sepultado que acompañan fervorosamente a nuestra consagrada imagen, en donde la música y en especial las marchas procesionales, han enriquecido nuestro espíritu y han fortalecido la devoción que profesamos hacia el Cristo del Amor. Que Dios nuestro Señor nos permita seguir perseverando en el camino de la fe y nos permita vivir este tiempo de pascua con paz.
Juan Alberto Sandoval Aldana Escuela de Historia, USAC
Lacelebración de la Semana Santa en Guatemala es el reflejo de nuestra Historia. Por su importancia trasciende del ámbito religioso hasta trastocar otras estructuras, permeando en lo cultural, lo político y lo económico.
Las instituciones que la protagonizan procurando el culto de las imágenes que las presiden han tenido en su dinámica de desarrollo, la oportunidad de aportar para nutrirla de capítulos maravillosos que la han fortalecido para que trasciendan al paso de los siglos, las transformaciones políticas y se adecuen a la modernidad, lo que les permite y augura larga vida.
En ese orden de ideas, ubicándonos en un periodo determinado en el que podemos hacer deducible la Historia para reconocer e identificar los momentos trascendentales que condicionan el devenir de la sociedad que los produce, de sus entidades y de los sujetos que las integran, en una temporalidad de singular importancia, en este caso, como lo fue el siglo XIX, una centuria de contradicciones, de grandes y significativos cambios en medio de efervescencias políticas y económicas que afectaron agresivamente las instituciones religiosas, podemos encontrar la transformación definitiva de
la antiquísima cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad y Santo Entierro de Cristo, Señor Nuestro, del Templo y Convento de Santo Domingo de Guatemala.
Las cofradías desde la época de la dominación hispánica se constituyen en apoyo de la Iglesia para reproducir el sistema de ideas imperantes, como asociaciones privadas de laicos, que logran su trascendencia en el tiempo pasando de ser comunidades de beneficencia y auxilio mutuo con obligaciones contraídas a favor de la Iglesia a asociaciones civiles para lograr su subsistencia en el nuevo orden político que abandona el antiguo régimen para adentrarse en una nueva etapa, marcada por los grandes cambios que promueven las elites amparadas en nuevas estructuras filosóficas y las formas de pensamiento que se imponen, debiendo buscar nuevas formas de asociación con reconocimiento legal, apoyadas por los párrocos que autorizan la continuidad de sus establecimientos, contando con normas aprobadas por autoridades seculares constituidas, para ser cumplidas por sus integrantes, alejándose de esta forma del modelo monárquico que imprimió y formó las claves de la identidad de
las cofradías de laicos vinculados a las imágenes patronales que las presiden, acciones con las que estas fraternidades lograron sobrevivir pasando de un régimen colonial a un sistema de gobierno republicano.
No debemos olvidar que la Iglesia guatemalteca desde su fundación operaba de forma paralela al Estado Colonial, bajo el amparo de la ley de Real Patronato, cumpliendo sus integrantes las funciones de representantes de la Corona, gozando de la protección del Rey, su patrono en América; para mantener la paz y coadyuvar a la persistencia de la reproducción del sistema a través de las celebraciones de las cofradías y sus rituales penitenciales, que incluían las procesiones de las imágenes por las calles de la ciudad, siguiendo el hilo conductor de las normas conciliares de Trento y Nueva España desde mediados del siglo XVI, instruyendo sobre la forma de venerar el cuerpo de Cristo en el Misterio de su Redención, acercando a los fieles a la divinidad a través de las imágenes y su representación del dolor profundo, las que imitaban lacerando sus cuerpos y derramando su sangre públicamente.
El primer obstáculo que la Hermandad a cargo del culto de las veneradas imágenes del Señor Sepultado y la Virgen de la Soledad debe enfrentar es el cambio de mentalidades motivado por la ilustración, que desde el siglo XVIII va a influir en Europa y América, la finalización del periodo de dominación hispánica con la emancipación política del 15 de septiembre de 1821 y el cambio que esta situación provoca en la sociedad colonial.
A pesar de que en la declaración de independencia de España se ratifica la condición del catolicismo como religión oficial, ésta se debilita en la cuadrícula de los estratos gubernamentales ocupados por funcionarios progresistas e ilustrados que imponen el pensamiento liberal tempranamente durante el gobierno del doctor Mariano Gálvez, el cual finaliza en 1838, antes de que concluya el proceso independentista y la conformación de la actual republica de
Guatemala bajo el sistema de gobierno republicano basado en la teoría política de los tres poderes de Montesquieu, que se concretaría en 1847 durante el gobierno de Rafael Carrera, quien promueve la creación del nuevo estado por medio del decreto constitutivo, que ratifica la Asamblea en 1851, concluyendo con este acto la consolidación del Estado independiente iniciado 30 años antes en 1821, para dar paso a un nuevo ciclo denominado periodo republicano.
A pesar del protectorado del presidente Carrera, que beneficia a la Iglesia local y sus instituciones, por el cual la Arquidiócesis cede al gobierno local el patronato de la Iglesia, el catolicismo percibe una amenaza a sus intereses motivada por las acciones de intelectuales y funcionarios de gobierno que, amparados en la razón, ven con desencanto la pervivencia de costumbres medievales en la sociedad guatemalteca conservadas en la mentalidad del pueblo que las hace suyas, entre ellas las manifestaciones de fe dentro y fuera de los templos, las que califican de salvajes e irracionales por no comprender que la mortificación del cuerpo públicamente, como parte de las penitencias impuestas para la salvación y redención de los pecados, forma parte de su concepción de la vida y lo que los rodea, lo que motiva a los integrantes de las fraternidades de laicos comprometidos o agrupados en cofradías categorizados por antiguos oficios gremiales, castas, devociones sacramentales y penitenciales, a buscar nuevas formas asociativas y reconocimientos oficiales para su funcionamiento y su subsistencia.
En ese contexto histórico se producen cambios fundamentales en la antiquísima cofradía de Ntra. Sra. de Soledad y Santo Entierro de Cristo, del templo de Santo Domingo de Guatemala, que se ve impelida a reorganizarse, adquiriendo una nueva personalidad jurídica encaminándose a la formación de una hermandad con estatus oficial, separando su gobierno de lo puramente religioso y adhiriéndose a la
sociedad civil, integrándose al ayuntamiento de la ciudad.
En el período republicano que ya hemos identificado, a mediados del siglo XIX, la acción de registrar la cofradía en el Ayuntamiento de la ciudad busca obtener una base legal para operar. Al estar registrada buscando el reconocimiento como hermandad, la antigua cofradía busca funcionar de manera legítima y recibir reconocimiento oficial por parte de las autoridades locales.
Adicionalmente, al lograr el estatus de oficial, la cofradía podría acceder a recursos municipales, como espacios para reuniones, permisos para realizar procesiones, eventos, y posiblemente gozar de financiamiento. Lograrlo le permitiría llevar a cabo sus actividades de manera más efectiva y continuar organizada.
Así mismo, el registro en la corporación municipal de Guatemala le permitiría a la antigua cofradía participar con reconocimien-
to en eventos públicos y procesiones oficiales. Esto aumentaría su visibilidad y les brindaría la oportunidad de compartir su fe y tradiciones con la comunidad.
Entre las obligaciones que se adquirían al obtener el reconocimiento oficial del gobierno local, se encuentra la de llevar el registro formal de las actividades, la presentación de informes requeridos por la autoridad civil y cumplir con ciertas regulaciones. Lo anterior tendería a fomentar la transparencia y la rendición de cuentas dentro de la fraternidad.
A nuestra forma de ver las cosas, la intención de la transformación de la cofradía a hermandad a mediados del siglo XIX, responde a un acto de pervivencia para garantizar la prolongación de su existencia en la nueva realidad social y política de la Guatemala decimonónica, institucionalizando el culto al Señor Sepultado en una nueva etapa de vida, obteniendo el re-
conocimiento con personería jurídica a través de una entidad civil también nueva que surge de un proceso de inscripción que se produce en un corto período que va del 3 de mayo al 31 de agosto de 1852, cuando la antigua cofradía que sostiene y promueve el culto al Señor Sepultado y a Ntra. Sra. de Soledad logra una nueva identidad pero manteniendo los mismos fines, en un sentido moderno y visionario a mediados del siglo XIX que le permite adaptarse a la nueva realidad social, política y cultural de Guatemala.
El nombre histórico que se le da a la nueva sociedad es el de Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de Dolores del convento de Santo Domingo de Guatemala, según el hermano Ricardo Arguedas, designado para construir el primer discurso histórico general de la Hermandad, quien confirma en sus publicaciones en medios oficiales que la nueva entidad agrupa como patronos tanto al Señor Sepultado como a la Virgen de
Soledad, sin ninguna discriminación por sexo, desvirtuándose la idea de que en la constitución de la hermandad se separan las devociones, lo cual va a ocurrir en una nueva reorganización que ocurre a principios del siglo XX.
A nuestro entender, esta nueva situación organizacional genera una de las reformas importantes de la Semana Santa que abandona en definitiva su actitud lacerante en cualquier condición que la acerque al concepto de culto de sangre propio de la procesión penitencial de carácter narrativo, a imitación de Cristo sufriente, suprimiendo la participación de los flagelantes para adentrarse en un modelo de procesión de carácter simbólico, como lo es en la actualidad, moderando la participación de los devotos, que mantienen como penitencia física únicamente el tocado con el rostro cubierto cónico o de tipo capuz, como puede apreciarse en registros fotográficos de finales del siglo XIX y principios del XX, la mortificación física car-
gando las andas en hombros y la permanencia prolongada de los penitentes por varias horas caminando, formando las vallas en acompañamiento al frente de las andas.
La licencia de funcionamiento oficial la concede la corporación municipal por medio de cédula de fecha 28 de mayo de 1852, fecha que pudo tomarse como fundacional; no obstante lo anterior, es el 18 de julio de 1852 que los cuadros directivos de la Hermandad reconocen, de forma oficial, como la fecha de la fundación, debido a que en esa fecha se llevó a cabo la primera reunión de la junta de la sociedad de hermanos de Jesús Sepultado y la Santísima Virgen de Dolores (Soledad y Dolores son sinónimo al referirse a la escultura), en una de las celdas del convento de Santo Domingo, según consta en documento conservado en el Archivo General de Gobierno Municipal con número B-78 de la gaveta del ramo de Solicitudes, legajo 859 del año 1852, en la Municipalidad de Guatemala, documento en el que consta la designación del padre prior Fray Pedro Mártir Salazar como su primer presidente y en consecuencia su fundador por ser el promotor de la constitución de la hermandad; la elección de los hermanos Julián Falla, como vicepresidente; Manuel Valle, como primer hermano o hermano mayor; Antonio Gómez, segundo hermano mayor; Esteban Castro, como primer síndico; Pablo Andrino, segundo síndico; Manuel Durán, tesorero, y Domingo Izaguirre, secretario. Aceptados los cargos directivos, el nuevo presidente ordena al secretario notificar a la corporación municipal la constitución de la junta de la sociedad y le participan a los síndicos la adhesión de la municipalidad como integrante, teniendo su representante voz y voto, quedando definitivamente relevada del histórico patronato que ostentó en otras épocas, por lo que se ve impelida a devolver los bienes de la extinta cofradía para darlos en posesión patrimonial a la nueva hermandad, mencionándose entre dichos bienes las esculturas de Los Siete Príncipes (Los Ángeles Llorones, según término
utilizado en diversas publicaciones especializadas por el historiador Lic. Miguel Álvarez Arévalo para identificar estas esculturas), y demás útiles pertenecientes a los hermanos de las dos imágenes titulares: el Señor Sepultado y la Virgen de la Soledad.
La Municipalidad aceptó formar parte de la junta directiva, nombrando al Regidor y al Síndico de dicha corporación para representarla. En oficio de fecha 31 de agosto de 1852 se notificó al gobierno municipal de la Ciudad de Guatemala haber quedado asentada en el libro de inscripción como la primera Hermana, otorgándole la patente correspondiente, la cual se conserva en los archivos municipales, concluyendo con esta acción el proceso de constitución de la nueva Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de Soledad.
La junta de hermanos de las sagradas imágenes del Señor Sepultado y Virgen de Dolores contó desde su fundación con estatutos aprobados por el Ayuntamiento y la Arquidiócesis con la venia y la bendición arzobispal del Dr. Francisco de Paula García y Peláez, sancionados por la corporación municipal, constituyéndose en la hermandad más antigua registrada en una entidad civil, con carácter oficial gozando de legalidad, estando inscrita en la corporación municipal, con la finalidad de poder llevar a cabo sus funciones y ritos devocionales sin ningún impedimento, lo que facilitó la participación de representantes del Estado en las funciones oficiales de la hermandad, luego de la firma del concordato del gobierno de Guatemala con la Santa Sede en 1852, dándole esplendor a las celebraciones la presencia de funcionarios, militares de alto rango y la tropa que rendía honores al Señor Sepultado y Virgen de Dolores en las celebraciones dentro y fuera del templo.
Reciben los integrantes de la nueva hermandad las primeras concesiones de la Santa Sede en 1868, otorgadas por el papa Pio IX, tomadas del tesoro espiritual de la Iglesia para los Hermanos que formen parte de ella, reinando
en la Mitra de Guatemala el padre José Bernardo Piñol y Aycinena.
Especulamos acerca de la intención de imitar localmente la magna procesión del Santo Entierro de Sevilla que da inicio en 1850 y que se celebra a la fecha, a instancias del duque de Montpensier, Don Antonio de Orleans, quien fija la estructuración del cortejo en esa ciudad integrando los Pasos de Misterio de la carrera oficial que narran los principales momento de la vida, pasión y muerte de Jesucristo, antecediéndolos el Paso de la Muerte –la canina–, finalizando el desfile con el Paso del Santo Entierro y el Paso de Duelo presidido por la Virgen de Soledad, acompañada de los Santos Varones y las Mujeres Piadosas, aunque no hay ningún documento que lo confirme. No obstante lo anterior, es evidente en la actualidad, al contar con los mismos integrantes en el corpus que vertebra la procesión del Santo Entierro de Santo Domingo de Guatemala siendo perceptible que existe una gran similitud en cuanto a la parafernalia dominica del Viernes Santo con la de la procesión hispalense el Sábado de Gloria. Citando nuevamente las publicaciones del Hermano Ricardo Arguedas, entre 1852 y 1873 presiden la Junta directiva los venerables Fray Pedro Mártir Salazar OP, Fray Valentín Muñoz OP y Fray José Casamitjana, hasta quedar cesada la hermandad por decreto del supremo gobierno liberal, 21 años después de su fundación.
La restauración se produce en dos etapas, la primera que va de 1887 a 1889 aprovechando la apertura por la ratificación del concordato entre el gobierno liberal presidido por el Licenciado Justo Rufino Barrios y la Santa Sede, representada en Guatemala por el padre Ángel María Arroyo, que cancela en definitiva el presidente Manuel Lisando Barillas y la segunda que va de 1898 en adelante, ambas promovidas por Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto. La nómina de los once Presidentes de la Hermandad del Señor Sepultado en estado de laicismo que la presidieron en el siglo XX
es la siguiente: Hnos. Manuel Estrada, Manuel Alvarado, Manuel Zeceña, Manuel Coronado, Rafael Orantes, Rodolfo Castillo, Alfredo Valenzuela, Eduardo Morales, Mario Barrutia, Francisco Rodríguez y Juan Gavarrete, hasta el año 2003.
A manera de conclusión, volviendo nuestra mirada al momento fundacional, pensamos que pudo haber sido difícil en ese instante alejarse del concepto arcaizante de la antigüedad que se ostenta, enraizada en el pensamiento medieval, que privaba en el funcionamiento de la antigua cofradía, en el que se entendía que lo más antiguo es superior a lo moderno, pero que a partir del siglo XIX debía adquirir un nuevo sentido, en el orden civil, encontrando en este orden el único medio de subsistencia como previsión al futuro indeterminado, panorama que se advertía como próximo luego del proto-liberalismo de Gálvez y que llegaría finalmente en el último cuarto de aquel siglo de contradicciones, convulsiones, guerras de independencia y cambios de mentalidades, generando las crisis que suprimen el catolicismo como religión oficial, chocando frontalmente con la celebración de la Semana Santa algo tan etéreo como la mentalidad inspirada en el pensamiento liberal ilustrado.
Justo Rufino Barrios, amparado en su investidura como Presidente, por la cual adquiere el patronato de la Iglesia local cedido en tiempos de Carrera, prohíbe –a través de decretos– la celebración de la Semana Santa fuera de los templos, se suprimen las Hermandades, se expulsa a las órdenes religiosas, se expulsa al arzobispo reinante, quien marcha al exilio y finaliza la relación de la Iglesia con el Estado liberal al promulgar la constitución en 1879.
Luego de los embates que minan y reducen las instituciones religiosas pero que fortalecen la fe de los miembros de la Iglesia y sus entidades que agrupan a laicos, entre ellas las Hermandades, funcionando a partir de las restauraciones de las devociones y tradiciones dominicas gracias al padre Julián Raymundo, la herman-
dad continúa sus funciones bajo el amparo y dirección de la arquidiócesis con el nombre de Hermandad Del Señor Sepultado, separándose definitivamente la Cofradía de la Virgen de Soledad que resurge en la primera década del siglo XX con el nombre de Cofradía de los Siete Dolores, adaptándose nuevamente la identidad de la Hermandad a la realidad vigente, adoptando los cánones estéticos y la representatividad estética del neoclasicismo inspirado en la ilustración francesa, lo cual se hace evidente en la incorporación de música de estilo liberal para amenizar el paso de las andas, la urna procedente de Francia para portar a la imagen titular, la incorporación de textiles consistentes en ornamentos sacerdotales de color blanco con bordados parisinos para sustituir las mortajas que viste el Señor Sepultado en su procesión del Santo Entierro y en las primeras décadas del siglo XX, la incorporación de grupos de esculturas inspiradas en el arte del barrio parisino de San Sulpicio, que forman los Pasos de Misterio que narran la vida de Cristo formando el “corpus” estructural del Santo Entierro, importados de España desde 1929.
Para lograr la satisfacción de las necesidades materiales de las restauradas instituciones, se fortalece el nuevo sistema político adaptándose la Hermandad al sistema capitalista de una moderna empresa que logra su autofinanciamiento gracias a los aportes de los Hermanos, trascendiendo a espacios culturales sin perder su identidad religiosa, la cual recupera a través de la reincorporación paulatina de antiguos elementos simbólicos representativos de la actividad gremial, los Arma Christy portados por loberos o nazarenos en representación de las antiguas autoridades patronas de la cofradía en el período colonial, antiguas mercedes y preeminencias del antiguo régimen colonial que ponen en evidencia su antigüedad y abolengo, que caracterizan en pleno siglo XXI la procesión del Santo Entierro como la principal en la tarde de Viernes Santo en la Nueva Guatemala de la Asunción.
Fuente consultada:
1852-1989 Apuntes Históricos de la Hermandad del Señor Sepultado del templo de Santo Domingo. Arguedas, Ricardo; Gavarrete, Juan. Delgado Impresos, Guatemala, 1990.
Hno. Luis Méndez Salinas
Haydías que duran más de 24 horas. Hay días elásticos que se despliegan en la memoria de los individuos y los pueblos. Hay días que se vuelven eternos. El Viernes Santo es uno de esos días para las personas que se congregan frente al templo dominico pasado el mediodía. El atrio de Santo Domingo es incapaz de contener la expectativa de quienes año con año asisten al inicio del Santo Entierro del Cristo del Amor. Los pasos del cortejo enfilan ya por la 12 Avenida, los pendones del luto riguroso ondean en lo alto de los campanarios y en los balcones de las casas que esperan el vaivén del anda que porta al Señor Sepultado. Las columnas de la nave central de la basílica visten de negro. Los cucuruchos también. Sobre sus hombros irá el peso de una tradición de varios siglos que deben conducir hacia los hombros del mañana. En el brazo izquierdo de todos esos hombres está bordado el emblema del tiempo. Ese escudo con tres letras que identifican a la Hermandad del Señor Sepultado les ha hecho compañía durante años. Escudos dorados, plateados y negros que nos hacen ser parte de una misma hermandad, que nos
“hermanan” con quienes estuvieron antes, con quienes están con nosotros ahora, este Viernes Santo, y con quienes vendrán después. Una certeza tenemos: no somos más que un eslabón en el magnífico y eterno ritual dominico de los días santos.
Como todos los años, al terminar los Oficios, la luz empieza a nublarse por el humo del incienso que se mezcla con la oración. Los timbales anuncian el inicio del rito que llevamos tatuado en la memoria y que anhelamos presenciar tan solo un año más. Las notas de esa marcha que no hace falta nombrar y que año con año nos conmueve, se abren paso a través de los oídos y llegan al corazón. Llegan a la memoria, a la personal y a la colectiva. La urna iluminada del Sepultado de Santo Domingo avanza ya, cruza el umbral y atestigua nuevamente el rezo del Credo. Es Viernes Santo en la Ciudad de Guatemala.
Como todos los años, este Viernes Santo nos enfrenta a una paradoja: repetimos los gestos, custodiamos los mismos símbolos, pero nada es igual. Todo cambia y todo permanece, a los pies del Cristo del Amor. Para algunos, este
Viernes Santo fue la primera vez que vistieron la túnica negra que irá llenándose de historias y recuerdos. Para otros, quizá sea la última. Para todos, sin embargo, para el pueblo que se reúne y sale al encuentro del Santo Entierro Dominico, es el día grande en que la imagen que más queremos ilumina con una fuerza inusitada las calles de nuestra ciudad y los caminos de nuestras vidas. Que cada nuevo escudo se llene de tiempo y se pinte de oro al caminar de la mano de nuestro Sepultado.
Basílica
de Nuestra Señora del Rosario Templo de Santo Domingo Nueva Guatemala de la Asunción