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Historias que contar 50 años

Inicia

el viajé

Prólogo

El bebé Alex de 1 año

“La infancia es la raíz de todo lo que somos, y los recuerdos que nos sostienen.”

Mi nombre es Alejandro Gutiérrez Zavala, hijo de Nicolás Gutiérrez Castillo y Graciela Zavala Medel. Nací el 17 de mayo de 1975 y soy el primogénito. Tengo dos hermanos más: Sandra y Julio César. A Sandra le llevo apenas 11 meses; mi papá no se esperó a terminar la cuarentena… ¡pícaro! Jajaja. En aquellos tiempos no había tantas distracciones como hoy, así que se entiende. Mi hermano, en cambio, es tres años menor que yo.

Nunca tuve problema de soledad; estuve —y he estado— siempre acompañado. Mi infancia fue feliz, y eso se lo debo en gran parte a mi madre y al círculo que rodeó mi desarrollo: tíos, primos, amigos, maestros… ¡Gracias a todos ellos por regalarme una infancia y adolescencia inolvidables!

De mi padre heredé muchos valores, pero los que más atesoro son el respeto y el amor. Él fue mi primer héroe. Admiro profundamente cómo se abrió camino en la vida por su cuenta. El origen

El origen

Desde niño me caractericé por ser muy afectivo. En una ocasión, un compadre de mi papá me llevaba en su bicicleta, y por un descuido mío metí el pie en los rayos. El tobillo quedó mal y la recuperación llevaría varios días. Mis papás tenían una casa grande con una planta baja que rentaban, y justo en ese tiempo se celebró ahí una fiesta de cumpleaños. Yo, en mi ventana, mirando la fiesta sin poder jugar, les gritaba a mis amiguitos para que subieran a verme. Necesitaba su cariño.

Gracias a mi padre, teníamos una videocasetera y televisión a color, algo que pocos tenían entonces. Fácil éramos unos diez niños reunidos en la sala o en el piso viendo películas. Yo me sentía empoderado y orgulloso de mi papá.

Las posadas, los cumpleaños, mi primera comunión... todo me hacía muy feliz. Hoy reconozco que fui un niño generoso, nada berrinchudo, y que desde siempre me encantaba compartir y sonreír.

El

origen

Una anécdota chistosa: cuando yo tenía alrededor de 10 años, y mi hermano unos 7, compramos muchos cohetes. Los juntamos en una caja de zapatos y, con la genial idea infantil, le prendimos un cerillo. ¡Tronaron todos! Yo salí corriendo del cuarto y mi hermano, en su pánico, pateó la caja… justo debajo de la cama. Empezó a incendiarse. Mi mamá corrió a apagar el fuego y después vino… la regañiza. ¡Bien merecida!

Los juegos de mi infancia

En mi niñez no necesitábamos mucho más que ganas de divertirnos. Jugábamos canicas, rayuela, escondidas, el avión, el yoyo, tacón, burro castigado, el resorte, fútbol, o lo que se nos ocurriera. Al llegar la noche, las mamás se asomaban por la ventana para llamarnos a cenar.

Incluso mi papá llegó a formar o patrocinar un equipo de fútbol infantil, que más podría yo pedir.

El origen

También viví la llegada de los videojuegos. Mi papá, otra vez como héroe, me regaló mi primera consola: una Atari 2600. Luego llegaron las escapadas a las maquinitas, el Pac-Man… Las caricaturas de oro

Crecí con Mazinger Z, Remi, Candy Candy, Transformers, ThunderCats, Heidi, Los Pitufos… Fue maravilloso.

Mencion aparte la tiene el hermano de mi madre " El tío gumaro " el fue el ejemplo para ser el tío que hoy soy, les explico mi tío gumaro es un hombre muy amoroso, al casarse llegó a vivir a la casa de mis padres junto con su esposa la tía paty ellos recién casados no tenían hijos, y caímos como anillo al dedo nos brindaron tiempo y dedicación, nos llevaba al cine a balnearios festivales infantiles y demás actividades que marcaron mi infancia, espero y puedas leer este libro para decirte simplemente muchas gracias tío por todo esa dedicación que nos brindo.

El origen

Sí se sintió el cambio. Pero era una oportunidad para que mi padre pudiera crecer económicamente. El trabajo siempre fue parte de nuestra vida. Durante la primaria, secundaria y prepa, siempre hubo algo en qué colaborar. Y si no lo hacíamos voluntariamente… ¡pues no había dinero! Jajaja. Muy entendible, ¿no? Hoy lo agradezco. Gracias, papá, por formar hijos trabajadores y responsables.

Hoy, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de lo afortunado que fui. No tuve lujos, pero sí lo más valioso que un niño puede tener: amor, risas, amigos, papás presentes y un hogar donde siempre había espacio para soñar. Cada travesura, cada juego en la calle, cada abrazo de mi madre y cada enseñanza de mi padre me formaron sin que yo lo supiera.

Mi infancia no fue perfecta, pero fue auténtica, alegre y profundamente humana. Me enseñó a valorar lo simple, a compartir sin esperar nada, a ser fuerte sin dejar de ser tierno. Esa etapa es la raíz que sostiene todo lo que soy hoy. Y si pudiera volver en el tiempo, no cambiaría absolutamente nada.

¿Héroe o villano?

“Nadie puede dar lo que no tiene, pero todos podemos aprender a amar. ”

Este es, sin duda, uno de los capítulos más difíciles de escribir. ¿Por qué? Porque se trata de mi padre. Ese hombre que, en mis primeras etapas de vida, fue para mí un pilar, una guía, un héroe. Lo que él dijera era ley. Sus palabras eran importantes, valiosas, poderosas. Para ese niño que yo fui, mi papá era el centro del universo.

Pero con el tiempo, especialmente cuando llegó mi adolescencia, las cosas cambiaron.

Empecé a sentirlo lejano, duro, incomprensible. Hubo momentos en que pensé que él era el villano de mi historia. ¿Cómo pasas de tener un héroe a enfrentarte con él? La respuesta no es simple, pero sí profunda: hay que conocer de dónde viene un hombre para entender hacia dónde camina.

Mi abuelo, el padre de mi padre, se llamaba David Gutiérrez. Fue un hombre frío, de carácter duro, como muchos que crecieron en la época posterior a la Revolución Mexicana. En esos años no se hablaba de emociones, ni de abrazos, ni de afecto. Se sobrevivía, se trabajaba, se callaba.

¿Héroe o villano?

“Nadie puede dar lo que no tiene, pero todos podemos aprender a amar. ”

Este es, sin duda, uno de los capítulos más difíciles de escribir. ¿Por qué? Porque se trata de mi padre. Ese hombre que, en mis primeras etapas de vida, fue para mí un pilar, una guía, un héroe. Lo que él dijera era ley. Sus palabras eran importantes, valiosas, poderosas. Para ese niño que yo fui, mi papá era el centro del universo.

Pero con el tiempo, especialmente cuando llegó mi adolescencia, las cosas cambiaron.

Empecé a sentirlo lejano, duro, incomprensible. Hubo momentos en que pensé que él era el villano de mi historia. ¿Cómo pasas de tener un héroe a enfrentarte con él? La respuesta no es simple, pero sí profunda: hay que conocer de dónde viene un hombre para entender hacia dónde camina.

Mi abuelo, el padre de mi padre, se llamaba David Gutiérrez. Fue un hombre frío, de carácter duro, como muchos que crecieron en la época posterior a la Revolución Mexicana. En esos años no se hablaba de emociones, ni de abrazos, ni de afecto. Se sobrevivía, se trabajaba, se callaba.

¿Héroe o villano?

Mi papá, Nicolás, salió rebelde, aventurero. Renunció a la escuela y se fue a Monterrey a buscar fortuna. Estuvo allá con un tío, pero lo regresaron. Luego volvió a escapar en busca de sus sueños. Su relación con mi abuelo fue siempre distante. Se querían, sí… pero nunca supieron demostrárselo. El cariño entre ellos era como un río seco: sabías que alguna vez pasó por ahí, pero ya no corría.

Y de esa historia, nací yo.

No tuve al padre amoroso que yo hubiera querido. No tuve palabras dulces, ni abrazos frecuentes, ni esa complicidad que uno anhela. Tuve lo que él pudo dar… y muchas veces no fue suficiente.

Pero con los años entendí algo que me liberó:

> Nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede ser lo que no aprendió a ser.

Y, sin embargo, el ser humano tiene algo extraordinario: la capacidad de aprender, de transformarse, de romper cadenas, de amar aunque nunca lo hayan amado bien. A amar se aprende… pero también se enseña. Y se enseña con el ejemplo.

¿Héroe o villano?

Muchos venimos de infancias con déficits de afecto. Pero eso no nos condena: nos reta a ser mejores. A trabajar con lo que tuvimos, a sanar lo que dolió, y a no repetir lo que nos rompió.

Mi niñez estuvo marcada por ese padre severo, trabajador, presente en lo material, pero ausente en lo emocional. El trato con él no podía ser muy distinto al que él vivió. Pero hoy, desde la conciencia, elijo honrar lo que sí hubo: su esfuerzo, su valentía, su lucha.

Porque entre el héroe y el villano… a veces sólo hay un hombre que también fue niño y que nunca aprendió a sanar.

Cuando llegó mi adolescencia, las cosas comenzaron a empeorar.

Aclaro algo importante: mi padre nunca me golpeó, pero eso no significa que no hubiera heridas. A veces, las palabras duelen más que los golpes. Recuerdo que si lavaba su camioneta con esmero, intentando dejarla impecable, lo único que recibía a cambio era indiferencia. Yo buscaba su aprobación, su mirada, una palabra buena… y lo único que recibía era su frase predilecta:

¿Héroe o villano?

“Estás pendejo.”

Así, tal cual. Esa era su forma de corregirme, de hablarme, de referirse a mí… para todo.

Con el tiempo, esa frase empezó a doler más que cualquier regaño. Me hacía sentir que mi padre se avergonzaba de mí. No entendía por qué. ¡Si para mí él era todo! Era mi modelo, mi admiración. Y yo me preguntaba: “¿Qué estoy haciendo mal?”.

Lo más doloroso no era sólo su trato hacia mí, sino ver cómo era con los demás. Con sus amigos era todo risas, buen humor, historias… Y conmigo, distancia. Con mis hermanos, la diferencia era evidente. A mi hermana no la tocaba ni con el pétalo de una rosa, y con mi hermano, la relación era más ligera, más llevadera.

Recuerdo una anécdota que ilustra con claridad esa diferencia entre él y yo:

Mi papá tenía la costumbre de levantarme temprano. Si no me despertaba a tiempo, me enrollaba en las cobijas como taco y me aventaba al patio. Dormía en el mismo cuarto que mi hermano Julio, cada uno en su cama. Un día le pedí cambiar camas. Cuando amaneció, cubrí bien a Julio con las cobijas, fingiendo que era yo, y esperé.

¿Héroe o villano?

Mi padre entró, me vio (o creyó verme), y sin decir nada, envolvió a mi hermano en las cobijas y lo aventó al patio. Al ver que no era yo, sino Julio, reaccionó sorprendido y le dijo:

“¡Perdóname, hijo! Pensé que eras el pendejo del Ale.”

Entre risas por la travesura que había salido “bien”, sentí una punzada en el pecho. Esa frase, dicha sin filtro, sin pensar, me partió el alma. Ya no era sólo una impresión mía… mi padre lo confirmaba con sus palabras: yo era la decepción.

Cuando comencé a trabajar con él ya de forma formal, tenía unos 17 años. Estaba lleno de ideas, de sueños, de planes que me emocionaban. Se los contaba con entusiasmo, esperando un consejo, una guía… o al menos una palabra de aliento. Pero, una vez más, lo que recibía era su ya conocida sentencia:

“Estás pendejo.”

No se daba cuenta, pero con esas palabras fue sembrando inseguridad en mí. Sin proponérselo, fue formando a un joven con una autoestima bajísima, lleno de miedos, dudas y bloqueos.

¿Héroe o villano?

Yo quería ser como él, admirarlo, seguir sus pasos… pero nunca parecía llenar sus expectativas. Nada de lo que hacía era suficiente.

Y si no me quebré del todo en lo emocional, si no me hundí más en la tristeza o en la sensación de no valer lo suficiente, fue por mi madre.

Ella fue el equilibrio, el refugio, la ternura que necesitaba. En ella encontré todo lo que desde niño anhelaba: amor, respeto, cobijo, comprensión. Siempre estuvo orgullosa de mí. Siempre me defendió de las injusticias, siempre me abrazó cuando mi padre me hería con sus palabras. Ella fue el balance en mi vida.

Muchas gracias, mamá.

Siguiendo con mi relato, durante la adolescencia no me consideré rebelde. Las cosas que me pedía mi padre las hacía, en parte porque me gustaban, y en parte por esa admiración que seguía manteniendo por él. Aprendí a manejar. Él tenía un vochito y yo, con la ilusión de que nos lo prestara a mi hermano y a mí… pero él nos decía que ni madres, que era suyo, y que nos fuéramos en camión. A la fecha, eso es algo que mi hermano aún le reprocha.

¿Héroe o villano?

En otra ocasión, un sábado después de trabajar, mi papá nos dijo que iríamos con sus amigos policías a una comida. Nosotros íbamos todos sucios, y él muy cambiadito, porque ya sabía de qué se trataba. Llegamos a la reunión y era nada menos que la comida de un alto mando policiaco de Ecatepec. Mi hermano y yo, incrédulos e incómodos, lo observábamos brindar y disfrutar entre sus amigos, mientras nosotros nos sentíamos completamente fuera de lugar. Al salir, horas después, le reclamamos… y él solo reía.

Los años pasaron. Fueron muchas las veces que nos confrontamos. Como ya lo comenté en mi capítulo "El emprendedor", fui traicionado por mi padre al darle un lugar por encima de mí a alguien que simplemente le decía lo que quería oír, y se ensañó conmigo. Aun así, lo ayudé a él y a mi hermana a salir del bache. Con el tiempo, cada quien se quedó con su propia empresa de cortinas.

En muchas ocasiones, él buscaba la forma de quitarme material, intentaba mandar a mis trabajadores como si tuviera poder sobre mí. Pero como se dice coloquialmente, yo solo lo toreaba

¿Héroe o villano?

Durante una de mis terapias, mi terapeuta me presentó la "Bendición Náhuatl". Para mí fue un antes y un después. Al adentrarme en sus palabras, comprendí algo más profundo. Les comparto esa reflexión:

Bendición Náhuatl

Yo libero a mis padres de la sensación de que han fallado conmigo... Yo libero a mis hijos de la necesidad de traer orgullo para mí, para que puedan escribir sus propios caminos de acuerdo con lo que sus corazones susurran todo el tiempo en sus oídos. Yo libero a mi pareja de la obligación de complementarme. No me falta nada, aprendo con todos los seres todo el tiempo...

Agradezco a mis abuelos y antepasados que se reunieron para que hoy respire la vida... Los libero de las fallas del pasado y de los deseos que no cumplieron, conscientes de que hicieron lo mejor que pudieron para resolver sus situaciones dentro de la conciencia que tenían en aquel momento. Yo los honro, los amo y los reconozco inocentes.

Yo me desnudo el alma delante de sus ojos, por eso ellos deben saber que yo no escondo ni debo nada, más que serle fiel a mi SER y a mi propia existencia que, caminando con la sabiduría del corazón,

¿Héroe o villano?

soy consciente de que cumplo mi proyecto de vida, libre de lealtades familiares invisibles y visibles que puedan perturbar mi Paz y mi Felicidad, que son en verdad mis únicas responsabilidades.

Yo renuncio al papel de salvador, de ser aquel que une o cumple las expectativas de los demás. Aprendiendo a través y solo a través del AMOR...

Bendigo mi esencia, mi manera de expresar, aunque alguien no me pueda entender. Yo me entiendo a mí mismo, porque solo yo viví y experimenté mi historia; porque solo yo me conozco, sé quién soy, lo que siento, lo que hago y por qué lo hago. Yo me respeto y me apruebo. Yo honro la Divinidad en mí y en ti... Somos libres.

Y efectivamente, fui. libre.

Conclusión ¿Héroe o villano?

Fui un hijo que no fue visto como merecía, pero que aprendió a mirarse a sí mismo con amor y dignidad. Un hombre que no se quebró, que construyó desde las ruinas, y que hoy se honra y honra a los suyos, con todo lo vivido, lo bueno y lo malo.

¿Héroe o villano?

Con el tiempo he llegado a una conclusión serena:

Mi padre no fue ningún héroe… ni tampoco un villano.

Fue simplemente un hombre terrenal, imperfecto, que hizo lo que pudo en su momento con lo que tenía.

Un hombre que, como todos, construyó su vida a través de sus decisiones.

Y aunque cometió errores —muchos—, también tuvo aciertos, muchos más de los que a veces su dureza nos dejaba ver.

Lo mismo me ocurrió a mí como padre.

En otro tiempo, con otras circunstancias, también hice lo que pude con lo que tenía.

Y por eso, hoy desde esta comprensión, desde esta madurez emocional, elijo perdonar los agravios y sustituirlos por lecciones de vida.

Porque crecer es eso: dejar de buscar culpables y empezar a construir entendimiento.

“Todo pasa. ”

Acostado en el diván del psicoanálisis y escribiendo mi historia, comprendí algo que me cambió para siempre:

¿Héroe o villano?

Los traumas, el dolor, las carencias, las humillaciones y las tristezas… no eran castigos. Eran lecciones.

Maestros disfrazados que llegaron para enseñarme a mirar hacia adentro, a conocer mis sombras, a abrazar mis vacíos y a transformar mis heridas en luz.

Hoy entiendo que nada se queda para siempre.

Ni la pena más profunda, ni la alegría más intensa.

Todo en esta vida es movimiento, cambio, aprendizaje.

Y aunque en su momento muchas cosas dolieron, hoy puedo decirlo con paz en el corazón:

Todo pasa.

Todo enseña.

Todo sana… cuando uno se atreve a enfrentarlo con amor.

De derecha a izquierda Sandra julio y yo

El emprendedor

Un emprendedor es alguien que lucha por sus sueños. El camino es largo y difícil, sin duda. Pero el emprendedor tiene que vencer sus miedos. El temor puede paralizarte… o impulsarte a llegar más lejos. En mi caso, aprendí que con pasión, visión y fe, todo es posible.

Desde niño, admiraba profundamente el oficio de mi padre: la herrería. Siempre me pareció un arte, algo creativo y bello. A los 17 años ya realizaba mis primeros trabajos, y me apasionaba. Pero yo tenía una inquietud: convertir ese pequeño taller en algo más grande. Soñaba con dirigir un equipo, con ver que mi creatividad se reflejara en obras que salieran de nuestras manos hacia el mundo.

Después de casarme en 1994, y ya para 1998, con algunos ahorros, abrimos nuestro primer negocio de videojuegos, atendido por Fide y por mí. Al mismo tiempo seguía trabajando con esmero en la herrería. Diseñaba sahuanes padrísimos, que hasta la fecha me llenan de orgullo.

Más adelante, emprendí un negocio de artículos para bebé. Ya tenía un chalán que me ayudaba en la herrería, y eso me permitió expandirme. Yo creía en mí. Me animaba a crear trabajos que nunca imaginé poder hacer.

El emprendedor

En el año 2000, fui a visitar a mi tío Chava. Tenía una computadora y me dijo algo que marcaría mi camino: “Alex, te presento el Internet. Este es el futuro.” Me quedé pensativo. Empecé a investigar esa maravilla tecnológica. Mi padre le compró una computadora a mi hermano, y yo, curioso como siempre, me ponía a moverle. No tenía maestro, era pura intuición y análisis. Mi hermano se dio cuenta y se molestó… cerraba su cuarto con llave. ¿Y yo? Me brincaba por la ventana para seguir aprendiendo.

En 2003, creé mi primer correo electrónico: alegz28@hotmail.com. Tenía 28 años. Después tomé fotos de mis trabajos y encontré una página donde podías hacer tu propio sitio web gratis. Lo hice y lo subí. Lo olvidé.

Semanas después, empezaron a llamarme personas interesadas en mis trabajos… ¡pero no eran de mi colonia, ni siquiera del municipio! Eran llamadas de la CDMX. ¡Increíble! Me encontraban en la web. Recordé la página y no lo podía creer: la herrería de barrio ya estaba en internet.

Ese mismo año decidí emprender otro sueño: una taquería. La llamé La Gula. Cerré los negocios anteriores y me concentré en ese nuevo reto. Siempre quise tener una taquería.

El emprendedor

Al fin y al cabo, soy taquero de abolengo. Diseñé todo, contraté personal. Llegué a tener alrededor de ocho trabajadores entre taqueros y meseros.

A los cuatro días de haber abierto, el maestro parrillero, Víctor, me dijo: “Me voy, ya te ayudé a arrancar. Tengo que seguir mi camino.” Casi le lloré. Le decía que no me dejara… pero se fue. Me temblaba todo. El miedo era inmenso. Él se encargaba del trompo de pastor, así que tuve que entrarle yo.

La enseñanza fue mayúscula: ser responsable del sueldo de tus trabajadores es una carga enorme… pero también una escuela de vida. Me curtí. Y esa fue apenas la primera lección de muchas más por venir.

La evolución del oficio y la visión empresarial

Me fui haciendo del oficio de taquero con especialidad en el pastor. Fide se encargaba de la parrilla, y sus alambres eran —y siguen siendo una delicia. Así duramos cuatro años en la taquería. Durante ese tiempo trabajaba en los dos negocios: por el día en la empresa familiar Cortinas de Acero Gutiérrez, y por la tarde y noche en el local de tacos.

El emprendedor

Era desgastante. En 2007, tomé la difícil pero necesaria decisión de cerrar la taquería y dedicarme por completo a Cortinas Gutiérrez. Para entonces, ya éramos cuatro personas trabajando en la empresa: mi papá encabezaba la producción, Fide se encargaba de la administración y yo… yo la hacía de todo. Herrería, diseño, ventas, atención al cliente… donde se necesitara.

La herrería tradicional ya casi no la ejercía. Decidí enfocar el giro hacia la fabricación de cortinas, porque era más rentable. Hacer un zaguán me tomaba cinco días. Hacer una cortina, dos. Y la utilidad era la misma. La lógica era clara.

En lo cibernético, ya manejaba la computadora al 100%. En 2004, mi hermano, que trabajaba en el CRIT de Tlalnepantla, me presentó a un amigo ingeniero en sistemas. Él me hizo mi primera página profesional. Y con eso… llegó el boom de trabajo. Fue un parteaguas.

Pero como buen inquieto, no me conformaba. No quería depender de otros para hacer mis páginas. Quería aprender a crearlas yo mismo. Empecé a estudiar, a preguntar, a experimentar. Sin saberlo, me estaba convirtiendo en un profesional del marketing digital… antes de que siquiera supiera que esa carrera existía.

El emprendedor

Ese mismo año 2008 me ofrecieron traspasar un billar. Y como me encanta estar ocupado, acepté. Le metí mi creatividad y el negocio fue un éxito. Lo que antes vendían, yo lo tripliqué en un año. Y, como siempre, Fide a mi lado, apoyando este nuevo sueño.

Nace Cortinas Metálicas MAG

En el proceso de consolidar nuestra presencia en el mundo digital, conocí a un taxista llamado Jesús Miguel. Me pareció un muchacho inteligente, audaz y ambicioso. Congeniamos rápido, hicimos mancuerna, y lo invité a trabajar con nosotros. Para entonces, el volumen de trabajo había crecido y ya atendíamos a empresas consolidadas.

Fue entonces cuando comencé a visualizar que la web era un océano inmenso… y yo tenía un barco pesquero llamado Cortinas

Gutiérrez. ¿Y por qué no crear una nueva empresa con identidad propia? Así nació la idea de Cortinas Metálicas MAG: la M de Metálicas, la A de Alejandro y la G de Gutiérrez.

Empecé a trabajar en el logo y en toda la infraestructura digital. En ese mismo año, 2009, conocí a otro joven, Jesús, casado con una sobrina de Fide.

El emprendedor

Él hacía páginas web y sabía posicionarlas en Google. Ya no era el único en internet con páginas de cortinas, y necesitaba competitividad. Así que lo contraté. Le di el logo, las imágenes, la estructura, y él se encargó del posicionamiento. Así surgió Cortinas MAG.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas. En 2010, Jesús Miguel —a quien yo había apoyado se ganó la confianza de mi padre. Tanto que empezó a influir demasiado en él. Al grado de manipularlo, poniéndolo en mi contra. La separación se dio… y me dolió profundamente. Me sentí traicionado. ¿Cómo era posible que mi padre creyera más en este tipo que en su propio hijo, el que había creado la empresa? Nunca negaré que él me heredó el oficio y la infraestructura, pero fui yo quien lo proyectó, quien lo hizo crecer, quien sembró la visión empresarial.

La ambición de Jesús Miguel provocó lo impensable: mi padre me corrió. Y no solo eso, me fui sin nada… y con una deuda de 150,000 pesos con mi padrino Alejandro Cortés. No empecé de cero… empecé con menos 150,000.

Ahí apareció mi tía Carmen como ángel salvador. “Ocupa mi terreno, pon ahí tu empresa. Y no llores, hijo. Dale para adelante.”

Y lo pensé bien: si yo hice el caminito, puedo hacerlo de nuevo.

Saqué una laptop en abonos. Si hay historias de éxito con un libro bajo el brazo… la mía sería con una laptop. Junto con tres trabajadores,

El emprendedor

Fide y yo emprendimos de nuevo. Con miedo, pero con coraje, fe y esperanza. Los primeros meses fueron durísimos. Pagaba 500 pesos a cada trabajador… y me quedaba con 500. El billar no generaba porque lo habían clausurado, pero igual tenía que pagar la renta.

Me imaginaba a la necesidad como un perro rabioso… si no corres, te muerde. Pero ahí estuvieron también mis clientes más grandes. Me dijeron: “Entendemos tu separación con tu papá, pero nosotros no hicimos trato con Cortinas Gutiérrez, lo hicimos con Alejandro Gutiérrez. El trabajo es tuyo. Dale para adelante.”

Y así fue. Empecé a facturar, compré una camioneta, herramientas, pagué sueldos completos, cubrí los gastos de mi familia y la escuela. Para el 2012, tenía más trabajo que Gutiérrez. El ambicioso de Miguel, con sus robos, hundía a mi padre… y ahora también a mi hermana, que se había unido a él sin experiencia, y él se la llevaba al baile.

Reflexión personal

Muchos podrían decir —como lo ha hecho mi padre que todo lo que he logrado se lo debo a él. Y sí, le agradezco profundamente lo que me dio: el oficio, la base, la formación temprana, la ética del trabajo. Eso es innegable, y lo valoro.

Pero no, no le debo todo.

Porque una cosa es que te den un martillo… y otra muy distinta es construir un castillo con tus propias manos.

El emprendedor

Yo tomé ese martillo y le di forma a una visión que nadie más veía. Mientras otros se quedaban con el taller, yo salí al mundo digital, aprendí solo, toqué puertas, construí una marca, me enfrenté a traiciones, levanté una empresa desde el suelo, y lo hice con una deuda al cuello, con miedo, pero con fe.

Mi papá me dio un cimiento. Pero el resto, la estructura, los planos, el diseño, el esfuerzo, la resiliencia… todo eso, lo puse yo.

No lo digo desde el rencor, lo digo desde la conciencia. Porque el agradecimiento no significa negarse a uno mismo. Y si hay algo que tengo claro, es que la vida no me lo ha regalado: me lo he ganado.

Y aquí estoy. Con las manos llenas de polvo, pero también de orgullo.

Nueva etapa y nuevas traiciones

Corría el año 2013. La situación dentro de la familia y la empresa era ya insostenible. La forma en que Miguel sometía y manipulaba a mi padre y hermana era evidente. A pesar de todo lo vivido, decidí hacer a un lado los rencores y proponer una reconciliación, pero con una única condición: Miguel tenía que estar fuera. Y así fue. Lo corrieron. MAG y Gutiérrez se unieron de nuevo… al menos por un tiempo. Para ese entonces, ya había vendido el billar. Y justo cuando pensaba que podía volver a respirar, me enfrenté a otra traición.

El emprendedor

Jesús, quien llevaba mi campaña de posicionamiento en Google, se molestó conmigo porque empecé a hacer más páginas web, incluso de temas ajenos a las cortinas, y me estaban funcionando mejor a mí que a él, quien presumía de ser diseñador profesional.

Lo que hizo fue imperdonable. Tenía acceso al dominio cortinasmetálicas.mx, donde estaba alojada mi página de Cortinas Metálicas MAG. Y lo vendió. ¿A quién? A Miguel. Sí, al mismo Miguel que ya había fundado su propia empresa de cortinas y se llevó parte de la cartera de clientes de Gutiérrez.

A propósito de esto, comparto una fábula que me viene muy a la mente cuando hablo de la envidia:

Eran dos sapos que se encontraban en un estanque y vieron pasar una libélula. Uno de los sapos la miraba fijamente y el otro le preguntaba: “¿Qué le ves? Nosotros no comemos luciérnagas.” Volvió a pasar la libélula y de nuevo le dijo: “¿Qué le ves?” Y así varias veces, hasta que el sapo, al verla pasar otra vez, la atrapó, la masticó, la mató y la escupió. El otro sapo le preguntó: “¿Por qué la mataste?” Y él contestó: “Porque brilla.”

Moraleja: anda mucho sapo por ahí que no puede ver que brillas.

El emprendedor

Y así fue. Ese par de sapos no pudieron contra la luz… y el tiempo se encargó de ponerlos en su lugar. Acabaron odiándose, metidos en problemas legales, y cada uno enfrentando sus consecuencias.

La consolidación de MAG y la expansión del emprendedor

La unión entre Gutiérrez y MAG duró tres años. Pero los conflictos internos eran constantes. Así que, una vez más, tomé una decisión difícil: conservar a mi padre… aunque eso significara soltar la empresa compartida. Porque si esperaba más tiempo, podía terminar sin empresa, sin padre y sin hermana.

Durante esos tres años, mi hermana creció en el negocio. Yo la apoyé como coach, le di consejos, incluso ayuda económica cuando lo necesitó. Mientras tanto, seguí apostándole todo a MAG. De un terreno libre construí una nave, agregué un sistema de pintura electrostática, desarrollé nuevos modelos de cortinas y atraje más clientes. Para entonces, ya estaba facturando el doble que Gutiérrez.

En 2019, mi hermano me pidió ayuda para crear una página de cortinas. Su idea era apoyar desde esa trinchera a mi hermana. Y lo hice con gusto. Así nació La Guardia de Hierro. Mi hermano, con una preparación muy completa, me pedía consejos para cotizar… y me daba gusto poder ayudarlo también a él.

El emprendedor

Con esas herramientas, con fe, con amor y con un propósito claro, todo se puede lograr.

Fide y Alex presentan al grupo mag

El emprendedor

alex en sus inicios en la herrería

Mis mentores

“Para mí, un mentor es aquella persona que con su ejemplo crea admiración y respeto, y se convierte en tu guía de vida.”

En ese sentido, tengo personas muy allegadas que son motivo de amor, admiración y respeto.

Mi tía Carmen es una de ellas. Desde muy joven, mi tía y yo hicimos equipo. Conocer su historia de superación ya era motivo suficiente para admirarla. Desde jovencita, y creciendo en una economía que no le permitía dedicarse solamente a estudiar, tuvo que trabajar vendiendo pollo para así solventar sus estudios de licenciatura. Su perseverancia la llevó a convertirse en diputada federal en 1994. Se siente un orgullo indescriptible poder decir: “mi tía es diputada”.

La vida de mi tía no fue miel sobre hojuelas. Se separó de su marido, víctima de violencia familiar generada por el alcoholismo que él padecía. Lejos, pero muy lejos de deprimirse, siguió adelante. Tenía que sacar adelante a sus tres hijos: Diana, Bere y Luis este último, mi compadre, a la postre. En el año 2000, la postularon al Senado de la República como suplente. Yo la apoyé en su campaña con mi colaboración en todo lo que me pidiera. Y llegó el día de la elección… El orgullo, la emoción que sentí al ver su nombre en la boleta fue indescriptible. Pensé: “¡No mames, qué satisfacción tan grande!”.

Pero… perdimos. La marea azul de Fox fue aplastante.

Mi tía, con esos huevotes que siempre la caracterizaron, se levantó de la derrota y continuó trabajando en el Gobierno del Estado de México, en una secretaría.

Nuestro vínculo familiar se fortaleció aún más cuando, en julio de 1999, bautizó a mi hija. Qué orgullo sentía al tener una comadre de semejante calibre para mi única hija. Y mi tía no fue solo madrina de nombre: fue una madrina muy presente. En los cumpleaños de su infancia, siempre estuvo ahí. Conforme fue creciendo, sus consejos tanto para mi hija como para mí nunca faltaron. Fue testigo de mi historia de vida, y a lo largo de los años, se fue acrecentando mi amor y admiración por ella.

Pero incluso mi guerrera era un ser humano. En junio de 2023 la hospitalizaron por un problema renal. Al realizar estudios, le encontraron un tumor en el colon y fue diagnosticada con cáncer. Estaba en shock. No podía dar crédito. La mujer de hierro estaba peligrando, y yo sentía que me dejaría en la orfandad emocional.

Pero... una operación milagrosa, en la que le retiraron un pedazo del intestino, le devolvió la salud. No conozco a alguien que se haya recuperado como ella. Fue otra muestra de su fuerza de vida. Recuerdo un momento que llevo tatuado en el corazón: fue el 25 de diciembre de 2023. Estábamos en el recalentado navideño: mis padres, mis hermanos y yo. De pronto, mi tía Carmen, hermana de mi madre, llamó para felicitarnos. Mi hermano puso la llamada en altavoz y, en tono juguetón, le preguntó:

—Tía, aprovechando que estamos todos… ¿quién es su consentido? Los tres estamos oyendo.

Su respuesta fue clara, firme, sin titubeos:

—Los quiero mucho a ustedes dos… pero Alejandro es mi hijo.

Se me hizo un nudo en la garganta. Escuchar eso me tocó el alma.

Mi hermano, entre risas, respondió: —Se le quiere más al más débil.

Pero yo ya no lo escuchaba del todo… porque en ese momento entendí algo: no importa quién no supo quererme como necesitaba, porque hubo quien sí lo hizo, y lo hizo con todo el corazón.

Lo descrito en este texto Es más que una narración: es un acto de amor, de gratitud y de reconocimiento hacia una mujer que me abrazó donde otros fallaron, que me guió con su ejemplo, Y si algo tengo claro, es que mi vida fue totalmente diferente gracias a ella.

Sin su presencia, sin su guía, sin su amor firme y constante… probablemente mi vida no sería la que es hoy. No tendría la paz, la plenitud ni la fuerza que hoy me habitan.

Por eso, gracias, tía Carmen, por tanto. Por todo. Por siempre.

La tía Carmen

Mis mentores

La tía Geno

Ahora toca el turno de mencionar a otra gran mujer. Admito que soy admirador de esas mujeres calzonudas que enfrentan las pruebas que te pone la vida de frente, sin buscar culpables y sin victimizarse.

Mi tía Geno —Veva— es hermana de mi papá, originaria de San Luis Potosí al igual que él. Uno de mis primeros recuerdos de ella es el de una mujer delgada, con un look de cabello afro, súper rizado. Se veía simpática. Tenía un novio llamado Beto, con quien se casó y tuvo dos hijos: Memo Beto y Jessy. Parecía tener una familia ya estable… pero su marido resultó ser un mitómano, alcohólico, mujeriego y un ser miserable. El matrimonio se terminó.

Mi tía huyó de ese supuesto hogar con Jessy. Memo Beto tuvo que quedarse con su papá.

Mi tía no volvería a ver a su hijo sino hasta 25 años después. Buscó ayuda de mi padre, y así fue como llegó con Jessy a nuestro hogar. Se integraron a nuestra familia y esta creció: ya no éramos cinco, sino siete.

Mi tía venía con una afectación emocional muy grande: una autoestima bajísima y un cuadro de depresión profundo. Pero tenía a su pequeña, quien no tenía culpa de nada. Mi madre, con su infinito amor, abrazó a Jessy mientras mi tía se recuperaba. Todos contribuimos de una u otra forma para que la sanación de sus heridas fuera más rápida. Con el tiempo, la sanación llegó… aunque el vacío por la ausencia de su hijo nunca desapareció. Jessy, por su parte, se adaptó completamente a nuestra vida.

Mis mentores

Mi tía se enamoró de un joven llamado Omar. Al darme cuenta de esa relación, sentí muchos celos. Tenía miedo de que se fuera, de que hiciera su vida y nos dejara. Estaba tan contento con nuestra integración que sentía pánico de perderla. Con el tiempo, traté a Omar y me di cuenta de la gran persona que era. Pasó lo inevitable: se fueron a vivir juntos y volvimos a ser cinco.

Mi tía se preparó y se tituló como enfermera. Mi admiración por ella era enorme. ¿Cómo una mujer con una depresión tan grande, con la ausencia de un hijo, podía abrirse paso ante las adversidades? Su fuerza era admirable. Su familia creció: llegaron Omarcito y Areli.

Cuando nació mi hija, mi tía me arropó con su presencia y amor. Me sentía orgulloso de que estuviera a mi lado en el momento más importante de mi vida. Después de mí, ella fue quien cargó a mi hija por primera vez. Tía, cuando leas esto quiero reiterarte las gracias. Muchas, pero de verdad muchas gracias por ese momento inolvidable, por ese apoyo, por ese amor que brindas y que hace toda la diferencia.

La vida transcurrió con tranquilidad. La tía Geno se mudó a San Luis, dejando un enorme vacío. Ya no sería lo mismo, pero estaría mejor allá con su familia. El tiempo siguió avanzando. Se reencontró con su hijo Memo Beto y todo parecía alinearse en su vida.

Hasta que un día, de esos que el destino te sorprende para mal, le diagnosticaron cáncer de mama. Sí, el mismo que se llevó a mi abuela. Ahora le tocaba enfrentarlo a ella. Y como mencioné anteriormente, con esos ovarios bien puestos, ese carácter que la caracteriza y, sobre todo, con una fe inquebrantable, le hizo frente… y salió victoriosa.

Después se jubiló como enfermera. Cuando yo padecía COVID, me ayudó muchísimo con su orientación y con su fe. Me encomendó mucho a la Virgen. Salí adelante una vez más. Muchas gracias, tía, por ser guía, confidente, por abrazarme con tanto amor.

Mi tía es de esas pocas personas que, con su ejemplo, hacen la diferencia en este mundo. Le regresan a la vida lo que reciben, y eso es amor. No podrías haber escogido mejor profesión que ser enfermera: te representa como persona, como ser humano.

Hay profesiones que nacen del alma, que no se eligen con la mente sino con el corazón. Ser enfermera no es solo una ocupación, es un llamado, una forma de amar a los demás desde la entrega diaria. Y tu nombre, tía Geno, quedó bordado con hilo firme en esa historia de cuidado, ternura y valentía.

Fuiste mucho más que una enfermera. Fuiste consuelo en el dolor, compañía en la soledad, y esperanza cuando la salud parecía desvanecerse. Con cada bata blanca que vestiste, llevaste también un escudo invisible de fortaleza, paciencia y compasión.

Tus manos no solo aplicaban tratamientos, también daban alivio con una caricia, una palabra, una mirada comprensiva. Tu voz calmaba miedos. Tu presencia sanaba más que los medicamentos.

Porque ser enfermera, como tú lo fuiste, es cuidar con dignidad, es servir con humildad, es amar a desconocidos como si fueran de la familia. Y eso, querida tía Geno, no se aprende en los libros: se lleva en la sangre y se comparte con el mundo.

Mis mentores

Gracias por darlo todo, incluso cuando nadie lo notaba. Por haber vivido una vida de servicio, con la frente en alto y el corazón entregado.

Tu legado no se mide en años de trabajo, sino en vidas tocadas por tu noble espíritu.

Hoy, seguimos aplaudiendo tu vocación con el alma.

Mi admiración, amor y respeto para ti. La tía geno y alex

El tío Guma

Un segundo padre, un mentor de vida

Decir que el tío Guma es solo un mentor sería quedarme corto. Prefiero, con el corazón en la mano, llamarlo como realmente ha sido en mi vida: un segundo padre. Y me atrevo a hablar también por mis hermanos, porque sé que en sus corazones lo sienten igual.

Como ya narré antes, el tío Guma fue el ejemplo que tomé para convertirme en el tío que hoy soy.

Mi tío Gumaro es un hombre profundamente amoroso. Cuando se casó con la tía Paty, llegaron a vivir a casa de mis padres. En ese entonces no tenían hijos, y nosotros mis hermanos y yo— caímos en sus vidas como anillo al dedo. Nos brindaron tiempo, cariño y dedicación. Nos llevaban al cine, a balnearios, a festivales infantiles y a muchas otras actividades que marcaron mi infancia para siempre.

El tío puso una papelería, que atendía su esposa. Yo, según iba a ayudar, pero la verdad es que me gustaba ir para jugar con los hijos del dueño del local. Como la tía Paty era maestra, me daba clases, y por ende, mi tío también se volvió mi maestro. Me gustaba mucho ese rol de alumnos y maestros; era una forma de compartir y de sentirme guiado.

Con el paso del tiempo, mi tía tuvo a su primera hija, Penélope Marlen. Luego, a raíz del terremoto del 85, a mi tío le asignaron una plaza en el área de velatorios del IMSS en Querétaro, y se mudaron a esa bella ciudad. A su familia se sumaron dos hijos más:

Pepe Chava y Laurita. Pero el destino les tenía preparada una dura batalla: ambos nacieron con una enfermedad genética poco común. Aunque Laurita también la padecía, fue Pepe quien enfrentó las mayores dificultades. Los médicos no daban esperanza: dijeron que su tiempo de vida sería muy corto. Pero el amor, la entrega y la fe de mis tíos lo sostuvieron 25 años.

Durante ese trayecto, vi cómo la salud de Pepe subía y bajaba, y con ella, también las emociones de mi tío. Sin embargo, lo que no te mata, te fortalece, y su carácter se templó con cada día. Siempre sonriente, con una fe inquebrantable, y aún con el corazón lleno de pruebas, se daba el lujo de tenderle la mano a quien lo necesitara.

Recuerdo con mucha claridad cuando, con temor, le hablé de mis miedos ante el nacimiento de mi hija. Me respondió sereno:

No te preocupes, Alex. Lo que tenga que ser, será. Si yo me hubiera puesto a pensar en todo lo que vendría con mis hijos, el miedo no me hubiera dejado ser padre. Lo que Dios guarde para ti, hay que enfrentarlo con fe.

En 2015, llegaron de sorpresa a casa de mis padres. Mi primo quiso despedirse. Su salud se había deteriorado y la diálisis ya no era suficiente. Necesitaba un trasplante. Una noche de julio se sintió mal. Mi tío lo llevó al hospital. Mientras se estacionaba, Pepe entró a urgencias. Tras ser atendido, salió a ver a su padre y, en tono de broma, le dijo:

Apá… creo que me va a cargar el payaso.

Mi tío, con ese temple que siempre ha tenido, le respondió que no dijera eso. Intentaron suavizar el momento con un chiste más. Pero al regresar del auto con unos papeles, le informaron que su hijo había sufrido un paro cardíaco. Aunque lograron reanimarlo, entró en coma.

Pepe permaneció en terapia intensiva durante un mes. Lo visité, y lo que vi fue solo un cuerpo… su alma ya no estaba. Una semana después de esa visita, falleció. Era el 8 de agosto de 2015.

Fue un golpe durísimo para toda la familia. Todos tuvimos que aprender a sobrellevar la ausencia. ¿El tiempo lo cura todo? No necesariamente. Si no hay voluntad de sanar, no hay medicina que sane. Pero mi tío… él seguía siendo él. Optimista, íntegro, sereno. Nunca se quejó. Porque como él dice quien se queja, reniega de Dios. Y mi tío es de una sola pieza, con una fe que con mueve.

Hoy, a pesar del dolor, es un hombre pleno. Lleva una pena, sí, pero la lleva con dignidad. Su vida ha sido una ofrenda de amor y servicio, y su ejemplo... una bendición para todos los que tenemos el privilegio de conocerlo.

Gracias, tío Guma, por ser ese segundo padre, ese maestro silencioso, esa fe que camina. En ti aprendí que los verdaderos héroes no hacen ruido… simplemente aman.

Reflexión sobre mis mentores

A lo largo de la vida he tenido la fortuna de contar con muchos tíos y tías, personas valiosas que forman parte de mi historia familiar. Pero en este capítulo he querido hablar de aquellos que, más allá del lazo de sangre, dejaron una marca en mi alma.

No es cuestión de querer más o menos, sino de momentos compartidos, de presencias constantes, de actos que guían, inspiran y transforman. Ser mentor no es una etiqueta que se da… es una relación que se construye.

Por eso, hoy reconozco a tía Carmen, tía Geno y tío Guma como mis mentores. Ellos estuvieron en los momentos claves. Me vieron crecer, me enseñaron con su ejemplo, me abrazaron con sus decisiones y me mostraron caminos con su propia historia.

A quienes no aparecen aquí, les tengo cariño amor y agradecimiento. Pero estos tres… estos tres se quedaron en el corazón para siempre.

El tío guma y alex

eterno amor

Corría el año de 1991. Yo tenía 16 primaveras a cuestas, era alegre, soñador y deseoso de comerme el mundo. Mi papá tenía un compadre llamado Adrián, originario de un rancho en el poblado de Teupan, Estado de México. Por aquellos años convivíamos mucho con su familia. Un día, su trabajador Chuchín iría a ese rancho y decidí acompañarlo. Llegar allá era toda una aventura... y así fue.

Llegamos al mediodía, y al entrar a la casa del tío de Adrián, salió una joven... pero no cualquier joven: una belleza como pocas veces he visto. Se llamaba Fide. Era delgada, de piel clara, con una mirada dulce y unas mejillas chapeadas por el sol —o por verme, no lo sé , que nunca olvidé. Platicamos unas horas y nos despedimos. Durante el camino de regreso pensé mucho en ella. ¿La habría impresionado? ¿Me habría recordado? Muchas ideas venían a mi mente.

Pasaron algunos meses. Me enteré que un hermano de Adrián, de nombre Rolando, fue por Fide a su rancho. Escuché que recién se había graduado y que iría a ayudarle en una tienda que tenía en nuestra colonia. El destino parecía estar alineado. La camioneta en la que venían se descompuso, y ella se quedó sola cuidándola. Yo fui con Rolando a recogerla. Esa fue la segunda vez que la vi... y la impresión fue la misma: me encantaba.

Mi eterno amor

Un domingo de abril me lancé al rancho. A las 12 del día llegué. Fide ya tenía su maleta lista. El taxi nos esperaba. Subimos y emprendimos la fuga. Al llegar a casa de mis padres, nos metimos a mi cuarto. Fue un momento mágico. Ambos vírgenes, nos entregamos por amor, fundiendo nuestros cuerpos en uno solo.

Y como dice la canción:

“En la dulce sensación de un beso mordelón, Quisiera, amorcito corazón, decirte mi pasión por ti.

Compañeros en el bien y el mal, Ni los años nos podrán pesar. Amorcito, corazón, serás mi amor. ”

La construcción de nuestro amor

El 15 de julio de 1994 nos casamos por el civil. Yo tenía 19 años. Muchos decían que era muy joven para una responsabilidad tan grande. Pero entre miedo, ilusión y mucho amor, comenzó nuestra vida matrimonial.

Ambos trabajábamos: Fide con mi mamá en un local de tortas, y yo con mi padre en la herrería. Eran tiempos duros, pero llenos de entrega. Con esfuerzo empezamos a ahorrar para construir nuestra primera recámara y cocina. Yo mismo ayudaba al albañil para ahorrar en mano de obra. Así de jodido estaba… pero con el corazón lleno.

Trabajaba de 8 de la mañana a 6 de la tarde, y a veces más, porque amaba mi oficio. En 1997 nos inscribimos en un gimnasio y formamos equipo con algunos amigos para divertirnos de forma sencilla. No teníamos lujos, pero éramos felices.

Mi eterno amor

Visitábamos seguido a mis suegros, aunque ahí me regañaban por estar “amancebados”, que en su lenguaje significaba vivir en pecado, sin casarnos por la iglesia. No teníamos coche, solo el transporte público nos llevaba y nos traía.

Y llegó 1998. A principios de ese año hicimos una excursión con mi tía Carmen a Zacatecas, a ver al Santo Niño de Atocha y a San Juan de los Lagos. Fue durante ese viaje, creo, que Fide quedó embarazada.

La felicidad completa llegó a mi vida. Como dice esa otra canción:

Quiero ver jugueteando

Por las piezas y patios

Un muñeco de carne

Mitad tu mitad yo

Que lleve en sus cabellos

El color de tu pelo

Y en sus ojos de cielo

La mirada piadosa

Que dios me regaló

Que lleve en sus mejillas

La humedad de tus besos

Y en su boca el perfume

Y en su boca el perfume

Que tu seno le dio

Quiero ver que me busca

Quiero ver que me espera

Quiero sentir su abrazo

Cuando me vea llegar

Quiero que diga cosas

Y me cuente mentiras

Quiero que me consuele

Cuando me vea llorar

Quiero después morirme

Sabiendo que te queda

Un muñeco de carne

Mitad tu mitad yo

Así llegó el regalo más grande que Dios me ha dado.

Fide y Alex (1994)
Fide y Alex nuestra boda (1998)

La llegada

En enero de 1998, los síntomas de mi esposa anunciaban la llegada de un nuevo integrante a nuestro hogar. Efectivamente, estaba embarazada. El suceso más increíble había llegado a nuestras vidas. La emoción y la ilusión llenaban cada día del embarazo… pero había otro sentimiento que se apoderaba de mí: el miedo.

¿Nacerá bien? ¿Seré un buen padre? ¿Podré con esta responsabilidad? Me angustiaba, me lo cuestionaba todo. En medio de mis dudas, me comunicaba con Dios y, con toda la humildad que pude reunir, me atreví a hacerle una petición: que fuera mujercita, dulce, tierna, amorosa… y, si no era mucho pedir, de cabello chino.

Los días transcurrían entre visitas al ginecólogo, compras de ropita, libros, revistas… devoraba información para estar preparado. Tres meses antes del nacimiento, en julio, supimos que sería una niña. ¡Increíble! Mi petición a Dios se estaba cumpliendo. Soñaba con descubrir su rostro, verla correr por el patio, extender sus brazos y decirme: “¡Papá!”. Aún no nacía, y ya la amaba con todo mi ser.

Y llegó el día: sábado 24 de octubre de 1998.

Un día antes, fui a ver a mi abuela Chayito. Me dio la bendición y me encomendó a Dios para que todo saliera bien. Cuando cruzamos miradas, estaba emocionada, segura de que todo saldría bien. Eso me dio paz, porque yo tenía los nervios de punta. Mientras preparábamos la maleta, miré a mi esposa y le dije: “Mi amor, nunca más estaremos solos. Seremos muy felices”.

El regalo más grande que recibí en la vida

Llevé una cámara para grabar el milagro. Entramos al quirófano a las 10 de la mañana. Poco después, los cirujanos hicieron los cortes… y del vientre de Fide surgió mi hija. El motor de mi vida.

Mi corazón latía a mil. Sabía que ese momento marcaría un antes y un después. Como dice la canción: “Un muñeco de carne, mitad tú, mitad yo ” . Tenía una familia. No enfoqué bien la cámara, no tomé buenas fotos… pero eso era lo de menos. Ese instante quedó grabado en mi memoria y en mi corazón para siempre. En mis brazos tenía al regalo más grande que Dios me había dado.

Los primeros años

Después del quirófano, el doctor nos dio los números: 2.900 kg, 49 cm de estatura, calificación 9. Pero para mí… era un 10. ¡Excelente! A las dos horas ya estaba en el cuarto con su mamá. Dos días después, el lunes al mediodía, regresamos a casa.

Los siguientes días fueron de aprendizaje, de descubrir cómo cuidarla. Ya teníamos su nombre: Liset Montserrat. Pero para mí, siempre fue, y será, mi Monse.

Era una bebé tranquila. La acostaba sobre mi pecho y podía pasar horas mirándola. A los nueve meses la bautizamos… y también nos casamos por la iglesia. Para ese entonces, ya su cabello comenzaba a florecer, ¡chino!, justo como lo pedí. Uno más de los deseos que Dios me concedió.

El regalo más grande que recibí en la vida

Comenzó a balbucear, le salieron los primeros dientes… llegaron sus primeras fiestas. A los tres años, a los cuatro… empezó el kínder, luego la primaria, siempre con formación religiosa. Era hermosa, dulce, cariñosa… y musical como su papá. Le gustaban las caricaturas como Candy Candy, las películas, los cuentos… le empezó a gustar la lectura.

Estudió en el colegio Teresiano y realizó su primera comunión. El vínculo entre ella y yo era inquebrantable. Yo tenía una misión: ser su guía, fortalecer su autoestima, ayudarla a crecer como una joven fuerte y valiente.

Todo se estaba cumpliendo. Ya dejaba atrás la niñez. Se acercaba la secundaria. Solo podía darle gracias a Dios… y decirle a mi hija:

“Inundaste de luz mi vida con solo mirarme a los ojos minutos después de nacer. Llenaste la casa con tu risa de niña. Alegrabas mis días con estas simples palabras: ‘Te amo, baby’. Gracias por compartir conmigo tu mundo, hija.”

Adiós, niñez

Nada llena más el corazón de un hombre que ver a su hija hecha toda una mujer. Ver tus sueños, tu amor, tu entrega… transformarse en una persona libre. Pero también llegó la temible adolescencia.

Aquella niña que me adoraba, que me veía como su héroe, comenzó a cambiar. Empezó la secundaria, hizo nuevos amigos, y el “papá superhéroe” quedó en segundo plano.

Me presentó a un amigo que quería que le enseñara a tocar guitarra. Resultó ser su primer novio. Tenía 14 años. Después de correrlo (sí, con todo respeto), llegó otro: un muchacho alto y regordete, llamado Brayan, alias El Mimoso. La relación no duró porque luego entró a la prepa. Y ahí, en la UVM, conoció a Ángel. Esta vez, chaparrito y delgado. Estaba muy entusiasmada con él… pero tampoco funcionó.

Durante esa transición de niña a jovencita, comenzó a forjar su autonomía… pero también a manifestarse la rebeldía. Surgieron las confrontaciones. Mi error, lo admito, fue no poner límites, no establecer acuerdos claros. Le dimos todo… y así fue como la perdimos.

Después de la prepa decidió tomarse un año sabático. No me gustó, pero lo respeté. Trabajó en una constructora, con una entrega admirable… aunque excesiva. Su jefe abusaba de su tiempo, de su energía. Le puse un carro para protegerla… y él lo usaba para beneficio propio. Discutimos mucho por eso. Pero para ella, apoyo significaba no cuestionar.

Pasaron dos años antes de que regresara a estudiar. Decidió ingresar al Tec de Monterrey.

La

ruptura

Cuando un hijo se aleja de sus padres, a veces hay motivos de peso: maltrato, falta de amor, diferencias irreconciliables. Pero no siempre es así.

El regalo más grande que recibí en la vida

Mi hija entró al Tec de Monterrey —una universidad costosa aun habiendo opciones más accesibles. Aun así, la apoyamos. Pagábamos renta, autos, el crédito de la casa… y ahora, la colegiatura. Gracias a Dios, íbamos bien económicamente.

Pero yo tenía miedo. En esas escuelas abundan jóvenes con dinero… pero sin valores, sin estructura familiar. Temía que la influencia fuera más fuerte que la educación que le dimos.

Y ocurrió lo que temía. La ideología feminista que adoptó la alejó de nosotros. Un día, incluso, me señaló como un abusador de mujeres. ¿Yo? ¿El mismo que le pidió a Dios que le diera una hija y no un varón? ¿El que siempre le dio todo sin exigir nada a cambio?

Con el tiempo, comenzaron las faltas de respeto, también hacia su madre. Llegó la pandemia, el encierro… y nos ignoraba.

En 2021, regresando de un viaje a Sayulita para celebrar mi cumpleaños, sucedió lo que marcaría un antes y un después. El 19 de mayo discutimos por un tema trivial. Gritó que no podía tomar su clase por nuestra culpa. Le grité que ya estaba bueno, que no éramos estorbos en su vida. Ella me miró con odio, tomó un sartén caliente e intentó golpearme. Lo detuve con la mano, y aunque estuve a punto de reaccionar, me contuve. Di media vuelta… y me lanzó un cuchillo.

Le dije que se fuera. Salí con el corazón roto. Y sí… finalmente, se fue.

Corazón roto

Uno de los dolores más profundos es cuando un hijo le falla a sus padres. Pierdes no solo sueños, pierdes sentido. Y duele. Duele en el alma.

Mi hija ya no era la misma. Decidió irse a Morelia. Sabíamos que vivía con amigos. Se dio de baja del Tec. Yo necesitaba sanar. Reflexioné, lloré, me cuestioné todo.

Comprendí que no puedes cargar con culpas eternas. Que hay momentos en los que tienes que decir “ ya basta”. Que amar también es poner límites. Que no puedes cambiar a quien no quiere cambiar.

Pasaron cosas duras. Se empastilló. Nos llamó llorando. Corrimos a su lado. La ayudamos. Luego trabajó en un casino donde fue maltratada. Llorando me pidió apoyo para salirse de ahí. Siempre estuvimos.

En enero de 2022 enfermé gravemente de COVID. Estuve hospitalizado, con miedo de no volver a verla. Salí del hospital, pero recaí. Fui a rehabilitación. Fue durísimo. Y en todo ese proceso… ella brilló por su ausencia.

Su indiferencia me dolía más que cualquier enfermedad. El reencuentro

A mediados de 2022, fuimos a Morelia. Nos vimos. El trato fue cordial… pero yo tenía miedo.

El regalo más grande que recibí en la vida

Miedo a una nueva herida. Me ayudó mucho tomar terapia. Aprendí a soltar el rencor, a ofrecer amor sin expectativas.

Tuvimos una conversación con ella en casa de mi hermano. Le hicimos saber que, pase lo que pase, la apoyaríamos si deseaba retomar sus estudios y cambiar de vida. Aceptó. Se fue a vivir con mi hermano, volvió a la universidad.

Después se mudó a su propio departamento lo apoyamos con la renta y conoció a Luis, un buen tipo. Se enamoraron. Cambió su actitud. El respeto volvió. El caos quedó atrás.

Al día de hoy trabaja con esmero en forjar una vida responsable libre y rodeada de amor. Estoy orgulloso, de mi niña

Reflexión final

Hija… cuando leas esto, quiero que sepas que ser padre no es fácil. Pero desde el día que te recibí en mis brazos, supe que serías el amor más grande de mi vida.

Y así será… hasta el último día que este cuerpo me sostenga.

"La vida va tan rápido… Un día cargas a tu bebé, y al siguiente, discutes con un adulto. Pero el amor… ese nunca cambia."

El regalo más grande que recibí en la vida

Fide y Monse (1999)

Fide y Monse recién nacida
Monse y Alex (2001)
Monse Fide y Alex (2025)

“Antes de que supiera hablar, ya escuchaba su voz.

Antes de conocer el mundo, ya conocía su amor.

Mi mamá no solo me dio la vida… me enseñó a vivirla.”

Mi madre es Graciela Zavala, hija de Salvador Zavala y Rosario Medel.

Como hija fue amorosa y leal. Cuidó con devoción a mi abuela, quien después de una embolia requirió atención constante. Mamá estuvo ahí, firme, amorosa, sin quejarse, acompañándola hasta su último aliento. Con mi abuelo fue también un pilar, y con sus hermanos mantiene una relación afectiva y presente, tejida con respeto y cariño.

Su fortaleza para afrontar las despedidas primero de sus padres y luego de algunos de sus hermanos— es admirable. Su entereza conmueve, su fe nunca se quiebra. Ha aprendido a caminar con el dolor sin perder la alegría por la vida.

Como esposa de mi padre, fue más que compañera: fue guía. Supo orientarlo, empujarlo a crecer, mostrarle un camino diferente. Siempre he dicho que si mi papá se convirtió en un mejor hombre, fue en gran parte por el amor y la paciencia de mi madre. Aunque, como ella misma bromea, “aún no termino de educarlo”.

Con todos esos antecedentes, como madre de tres hijos, no podía fallar. Y lo digo con certeza: quien escribe estas líneas califica a la mujer que le dio la vida como una madre extraordinaria.

madre

Dicen que lo bueno cuesta… y así fue traerme al mundo: no fue tarea fácil, pero llegué. Ya nacido, mamá se esmeró en darme lo mejor. Alimentación especial —porque nací bajo de peso—, cuidados, ternura… todo. Fue incansable.

A mis hermanos y a mí nos contaba cuentos antes de dormir, organizaba nuestras fiestas de cumpleaños con alegría desbordante. En la primaria, nunca olvidaré cuando llegaba al recreo con unos pambazos exquisitos —sólo de recordarlo, se me hace agua la boca—. En todas mis locuras me apoyó, ha sido mi confidente, y me perdonó cada vez que, sin darme cuenta, la hice sufrir.

Mamá, así eres tú: especial y única. He decidido agradecerte por escrito. Este texto es una forma de dejar constancia de la profunda admiración que siento por ti.

Te admiro de verdad.

Admiro tu capacidad para hacerme sonreír en mis días más tristes, para enseñarme que es mejor ocuparse que preocuparse.

Admiro tu valentía para sacar adelante a nuestra familia, incluso cuando el costo fue altísimo para ti. Tu motivación, tu generosidad, tu optimismo, tu frescura… tus ganas de vivir.

Te admiro, y no me cansaré de hacerlo hasta el final de mis días.

Te admiro más que a nadie en este mundo, mamá.

Gracias por tanto. Por más de lo que jamás podré expresar con palabras. Este capítulo, más que una historia, es un homenaje desde lo más profundo de mi corazón.

Mi mamá en 1977 y en 2024

Mi sobrino santy

Mi sobrino santy

La vida, en su infinita sabiduría, nos da motivos para seguir adelante, incluso cuando sentimos que ya no podemos más. A veces esos motivos no llegan en forma de respuestas grandes o milagrosas... sino como pequeños seres que, sin saberlo, nos devuelven la esperanza. En mi caso, ese motivo tuvo nombre y sonrisa: Santy, mi sobrino.

Desde el momento en que lo vi en su cunero —como quien dice, aún calientito— sentí algo especial. Lo vi crecer desde bebé, y sin que yo lo supiera, la vida ya me lo había colocado como una luz para iluminar mis momentos más oscuros. Él no tenía idea, pero cada risa suya, cada abrazo, cada vez que me decía “tío” con esa alegría pura, era como un bálsamo para el alma.

A los cinco añitos, Santy me dio el honor de colocarme como el mejor tío en un video. Me agradeció un regalo que le había mandado, y esto fue lo que me dijo en su mensaje:

> “¡Gracias, tío! Te quiero mucho. Eres el mejor tío de toda la historia. También eres mi héroe… y nadie te puede arrebatar que te digo.”

Levantó su pulgar y cerró el video con una sonrisa. Ese video lo atesoro. Lo guardo como un recordatorio permanente de lo que verdaderamente importa en la vida. Cuando lo veo, lo aplico como un bálsamo para el alma.

En enero de 2020 lo operaron de la vesícula. El destino me permitió estar ahí cuando despertó. Aún aturdido, abrió los ojos y no salía de su asombro al verme a su lado. Se recuperó con ese empuje que solo los niños valientes tienen… y con una motivación extra: le prometí unos buenos tacos su debilidad y también la mía. Los tacos en todas sus versiones, la música, los videojuegos, el cine… compartimos muchos gustos. Ese amor llegó sin pedirlo, sin buscarlo. Me lo entregaron, y lo recibí con todo el amor del mundo.

En el año 2022, cuando pasé por uno de los momentos más duros de mi vida —el conflicto con mi hija, el distanciamiento, la enfermedad— hubo días en los que todo parecía oscuro. Me sentía incompleto, frustrado, vencido. Pero ahí estaba Santy… con su inocencia, con su amor incondicional, con esa manera suya de acercarse sin juicios, de recordarme que aún había vida y motivos para seguir.

Recuerdo una escena de la película Viento Negro. El protagonista había perdido a su hijo, y con él, su motivo para vivir. Decidió internarse en el desierto para morir, pero un niño tarahumara que había convivido con él lo siguió. Lo abrazó. No lo dejó ir. El hombre, al mirar los ojos del niño, entendió que aún había razones para seguir vivo.

Así fue Santy para mí. Ese niño que me abrazó cuando el alma se me quebraba. Podría decir que lo adopté emocionalmente como a un hijo, porque lo cuidé, lo abracé, le enseñé… Pero en realidad, él también me cuidó a mí, me abrazó sin juicio y me enseñó lo más importante: a volver a sonreír cuando ya no tenía ganas.

El Día del Padre de 2022, lo compartí con Santy. Fuimos a una exposición de autos clásicos, él tenía la idea de ser youtuber así que le presenté a mi amigo John, restaurador de autos, y lo entrevistó. Fue muy divertido, luego subimos el video a su canal. Me entregó como regalo un dibujo donde estábamos él y yo. Días después, se lo mostré a una amiga psicóloga, y me dijo: “¿Sabes por qué te dibuja así de grande? Porque así es la admiración que siente por ti.” Conservo ese dibujo en el corazón.

En otra ocasión, salimos de viaje solos, él y yo, a Guadalajara. En la camioneta acostumbramos cantar y poner canciones uno a uno para ver quién elige la mejor. Pasamos a ver un trabajo y lo dejé en un restaurante de tortas ahogadas. Costaban 80 pesos más el refresco, 30. Le dejé 150. Tardé unos 40 minutos en regresar. Me ve pasar y me grita: “¡Ven, tío, ven a pagar!” No se podía salir del restaurante sin pagar. “Oye, te dejé dinero para que pagaras. ” “Sí, pero me comí dos tortas... y de lengua. Son 250.” Solté la carcajada. Se me olvidó que mi niño es de buen comer y de lo bueno.

En 2023 tuve el privilegio de ser su padrino de primera comunión. Trabaja conmigo en vacaciones. Nos entendemos con miradas, con chistes, con canciones. Jugamos.

A finales de 2024 se fracturó la clavícula. Estuve con él en el hospital antes de que lo operaran. Estando yo en el cuarto con su mamá, Isis, el doctor preguntó por sus antecedentes clínicos.

Sorpresa: yo los sabía mejor que su mamá. Salió y entró otro médico y me preguntó si era su papá. “No, soy su tío.” Santy dijo: “Preséntame.” Y le dijo al doctor: “Él es mi tío, padrino, mentor, jefe, sensei… y ¿sabe, doctor? Él nunca me ha dejado solo. Siempre me acompaña en estos momentos.” Se me hizo un nudo en la garganta.

Muchas veces me han preguntado si lo quiero tanto porque no tuve un hijo varón. Y no. No es por eso.

Amo a Santy… simplemente por ser quien es. Porque su alma se cruzó con la mía en el momento exacto. Y porque, sin saberlo, él me salvó..

Santy y alex

Dibujo de Santy

El maldito cancer

Soy muy afortunado de tener lindos sobrinos. Pero hay una que, desde muy niña, me robó el corazón: Faty, hija de mi hermana. Con su chonguito en forma de palmera y ese carácter fuerte que siempre la distinguió, fue creciendo etapa tras etapa —kínder, primaria, secundaria— sin contratiempos. Siempre feliz, siempre cercana.

En la preparatoria, mi niña comenzaba a transformarse en mujer. A mediados de enero de 2020, noté preocupación en el rostro de mi hermana y mi cuñado. Faty tenía unas bolitas en el cuello. Le realizaron una biopsia. Ocho días después recibiríamos el diagnóstico.

Fueron días de angustia, incertidumbre y oraciones. El día de los resultados, me les pegué y fuimos juntos a la clínica. Pasaron Faty y sus papás. Yo me quedé en la sala de espera. Minutos después, el doctor Ángel me pidió entrar. Bastó ver las caras de mi hermana y mi cuñado para saber que no eran buenas noticias.

Sentí que caía en un hoyo sin fondo.

El doctor nos explicó que Faty tenía cáncer linfático. Nos dijo que era una etapa temprana, que su vida cambiaría, que venía una batalla larga. Nadie podía mostrar miedo frente a ella. Pero por dentro, estábamos destrozados. Ella no comprendía la dimensión de lo que estaba pasando. No entendía qué significaba la palabra "cáncer" ni el calvario que implicaba.

El maldito cancer

Salimos en silencio. El camino a casa fue largo, silencioso, angustiante. ¿Cómo íbamos a decirle a mis padres? ¿Cómo enfrentar lo que se venía? Esa noche, ya en casa, no paré de llorar. Durante cinco días no pude hacer mi vida normal.

Llamé a mi amigo Cocol. Desayunamos juntos y él, con su sabiduría, me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva. Me dijo: “Tú, Alex, no puedes quitarle el cáncer a tu sobrina… pero sí puedes darle lo mejor de ti. Y eso, créeme, la va a ayudar mucho.”

Regresé a ver a mi guerrera con la decisión de estar a su lado. La batalla contra el cáncer no la daría sola. Todos nos unimos. Y así comenzó la lucha.

La primera operación fue a mediados de febrero de 2020. Cuando salió del hospital, corrí a adornar su recámara con globos, flores y un letrero de bienvenida. En su mirada vi emoción, fuerza, esperanza. Siguió el tratamiento, y luego vino una segunda operación en abril. Nunca se quejó. Siempre con una sonrisa.

Parecía que la que nos daba fuerzas era ella… y no al revés.

Y llegó el 20 de junio. Celebramos sus 15 años. El sueño de Faty se estaba cumpliendo. Fue una celebración hermosa, llena de vida, de alegría, de amor… aun en plena pandemia. Cuatro días después, el 24 de junio, se graduó de la prepa.

El maldito cancer

El tratamiento seguía su curso. Había altibajos. Sufría calambres, agotamiento, pero jamás perdió su actitud positiva. En diciembre, me presentó a su primer novio. Cerrábamos ese maldito 2020 con una sonrisa en el rostro.

Faty tomó terapia y también equinoterapia, que le encantaba. Le apasiona ser escaramuza, le gusta salir a pasear… todo eso le ayudó enormemente a sostener su espíritu.

Finalmente, en junio de 2023, recibimos la noticia: Libre de cáncer.

La guerra había terminado. Mi guerrera triunfó sobre el maldito cáncer.

Entró a la universidad. Trabajó conmigo en mi negocio de chilaquiles con un desempeño excelente. Eligió la carrera de Diseño de interiores. Y estoy seguro de que llegará muy lejos.

Reflexión

Esta dura prueba me dejó una enseñanza que mi sobrina me dejó grabada con fuerza:

> “Lo que importa no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas a lo que te sucede.”

Nunca debemos olvidar vivir. Demos un sentido espiritual y valioso a nuestra existencia.

La mejor forma de trascender es a través del amor.

El maldito cancer

Hagamos de la vida un verdadero acontecimiento. Una celebración.

Admitir la realidad nos fortalece, nos prepara para lo que viene. Y lo mejor… siempre está por venir.

Faty y Alex 2023

Y llegó el COVID

Fue a finales de enero de 2022 cuando empecé a sentirme realmente mal. Sabía que me había contagiado de COVID. En medio del malestar, escribí un mensaje a mi hija:

> Hola mi amor. Me llamaste pero no te pude contestar, tenía un ataque de tos. La situación es delicada en estos momentos. Me duele mucho la espalda, tengo temperatura, mucha tos… y ya tengo neumonía. Mañana iré al hospital y al parecer me internaré. El doctor Ángel dice que estoy delicado y que esto avanza rápido, así que voy decidido. Tu mami también está contagiada, aunque con síntomas leves.

Sabes hija, me siento afortunado. Mucha gente —incluso personas que no conozco— me han enviado bendiciones. Faty y Chulín me mandaron videos. En mis 46 años de vida sembré y coseché cosas buenas. Estoy rodeado de amor.

Pero, desgraciadamente, la persona que más amo no lo ve igual y no lo valora. Me deprime mucho, y no sabes cuánto… Pensar que a lo mejor no podré volver a verte. Si esto es así, y no la libro, recuerda que para mí fue el mejor regalo que la vida me dio el tenerte a mi lado

Primer día hospitalizado

Ya no podía más con la incertidumbre de los días anteriores. Me dominaban el temor, la angustia y la depresión. Lo que más me dolía era darme cuenta de que la persona más importante para mí no estaba presente: mi hija. Esa ausencia dolía más que los síntomas.

Y

llegó el COVID

Gracias a los consejos de mis hermanos, los ánimos de fide y la llamada de mi tía Geno — que me advirtió que no perdiera tiempo, que me escuchaba muy mal— decidí presentarme en un hospital particular y enfrentar la situación. Ya tenía neumonía, taquicardia, dolor de espalda… y otras cosas más.

Al salir de casa, lo que más me taladraba la mente era mi esposa: dejarla sola, enferma, lidiando también con sus propios síntomas. Y también mis padres. Pensar en su angustia, en no saber qué iba a pasar con su hijo… me partía el alma.

Ya en el hospital, al pasar por urgencias, la duda me invadió:

¿Estaré haciendo bien?, ¿es la decisión correcta?

Me revisaron, fueron amables. El primer diagnóstico: neumonía atípica, muy delicada. Ver las caras de los médicos fue como recibir una cubetada de agua helada.

Rápido me colocaron oxígeno, suero, y me conectaron a los monitores.

Recuerdo haberme tomado fotos… viéndome tan fregado. El lugar, el ambiente, todo era abrumador.

Recibía mensajes de apoyo y no podía evitar llorar. Cuando me llevaron a la zona COVID y crucé esas puertas, vi a lo lejos a Fide, que no se movía de urgencias a pesar de estar enferma también.

Le levanté la mano… y se me desmoronó el alma.

Y llegó el COVID

Horas después, tras muchos estudios, llegó el diagnóstico final. El médico internista me dijo:

> “La neumonía es leve. Te quedarás unos días con nosotros. No hay nada que ponga en riesgo tu vida.”

Fue una de las mejores noticias que me pudieron dar.

Con el oxígeno, antibióticos, desinflamantes y más medicamentos, empecé a mejorar… y mi ánimo también. Me sentía más fuerte, y pensaba mucho en Fide. Le pedía a Dios que le diera fortaleza emocional, porque yo sabía lo difícil que era.

Esa noche dormí tranquilo. Algo que no pensé que fuera posible.

Segundo día en el hospital

Fue un día mucho mejor. Me pusieron insulina en la mañana y, a las 9, llegó el desayuno.

Sencillo, pero rico. Me aplicaron más esteroides para abrir los pulmones. Eso sí, me subió la glucosa a 340, pero se controló.

Mi actitud era positiva. Sabía que saldría adelante.

Mi oxigenación con apoyo era de 95 y sin oxígeno, 92.

Eso me indicaba que el cuerpo estaba respondiendo bien

Y llegó el COVID

La salida y recaída

Me fui fortaleciendo. Aunque la tos seguía causando un dolor intenso en el pecho, me dieron de alta a los cinco días. Volver a casa fue un alivio.

Max, mi perro, me recibió con tal emoción que no se pudo controlar. Saltó a mi cama, y entre la alegría… ¡me orinó encima! No lo culpo, también fue su manera de decirme que me extrañó.

Pero cinco días después… volví a decaer. Dolor al respirar, debilidad absoluta. Consulté a otro médico, quien me dijo algo que me asustó:

> “Deberías estar intubado.”

Busqué una segunda opinión. El doctor Ángel me recetó un medicamento experimental… carísimo. Pero lo compramos. Con fe, comenzamos otro proceso.

En casa llevaba un control riguroso: me tomaba la presión, glucosa, temperatura y oxigenación cada tres horas. Así estuve por 15 días más.

Mi hermano me consiguió rehabilitación en el CRIT de Pachuca. Iba cada 8 días por dos meses. Cuando llegué, me preguntaron:

> “¿Y el niño?”

> “El niño soy yo ” , respondí. Y así, entre bromas y esfuerzo, hice ejercicio para mi reablitacion.

En el parque de mi casa lo mismo Poco a poco fui avanzando.

Y llegó el COVID

Mi reto personal era: “Para mi cumpleaños, quiero estar en la playa.”

Después de tomografías, el nuevo diagnóstico fue: fibrosis pulmonar. Leí que tomaría años limpiar mis pulmones. Pero me aferré.

Y se cumplió el sueño: llegué a correr en la playa de Acapulco. Festejé mi cumpleaños… Y cerré el ciclo de esa horrible experiencia.

Reflexión final

Un día, Fide me dijo:

> “Te admiro tanto, nunca renegaste de Dios.”

Y le respondí:

> “¿Sabes por qué, amor? Porque en medio de todo, me repetía una y otra vez: toda mi vida he sido feliz. Dios y la Virgencita han sido muy buenos conmigo.”

Cuando uno pasa por una crisis de salud, familiar, económica, espiritual… Es importante recordar que todos llevamos una cruz a cuestas. Todos. Sin importar nuestra condición, cargamos con algo. Y cuando creemos que alguien no tiene problemas, solo es porque no los vemos.

Para enfrentar las adversidades con ánimo, necesitamos actuar.

A veces basta con repetirnos: “Yo puedo”, incluso si no lo creemos al principio.

A fuerza de repetirlo, terminas por creerlo.

Y un día… lo haces realidad.

Y llegó el COVID

Fide y Alex Acapulco 2022

Y llegó el COVID

Santy y Alex Acapulco 2022

Un gran señor

Un gran señor

El amor no se entierra. El amor florece donde descansan los grandes."

Don Jacinto Vilchis nació en 1931. Yo llegué al mundo en 1975.

El tiempo, con su extraño arte de tejer destinos, se encargó de encontrarnos... y nuestras vidas quedaron unidas hasta el día de su partida, el 25 de abril de 2025.

¿Quién puede imaginar que una persona que marcaría tu vida nacería cuarenta años antes, en otra región?

¿Quién podría prever que, aun separados por generaciones, seríamos familia de corazón?

Conocí a Don Jacinto a través de su hija, Fide.

Ella me hablaba de él con admiración y cariño; sus familiares también lo mencionaban con respeto.

Así fue como se dio el encuentro: me presenté como el novio de su hija, y Don Jacinto me recibió con esa bondad que sólo los grandes saben ofrecer.

El tiempo, sabio juez de los afectos, nos dio la oportunidad de conocernos a fondo.

Ni él ni yo fuimos decepcionados. Al contrario: nació entre nosotros la confianza, la comprensión, el cariño genuino.

Don Jacinto me confiaba sus alegrías, sus decepciones, sus temores y tristezas.

Y, a su vez, él escuchaba las mías, con esa paciencia sabia que solo tienen los hombres que han vivido de verdad.

Un gran señor

Su vida sencilla y grande

El tiempo, impecable como es, lo fue mermando físicamente.

Su rutina, como buen ranchero, era levantarse al alba, desayunar, ensillar su caballo, sacar a sus vacas y llevarlas a pastorear.

Por la tarde regresaba, metía a las vacas al corral, comía, y disfrutaba viendo películas de la época de oro del cine mexicano.

Le gustaban Pedro Infante, Antonio Aguilar, Vicente Fernández… y por supuesto, el mariachi.

Por la noche, se acostaba temprano, no sin antes rezar su rosario.

Así era un día en la vida de Don Jacinto.

Pero el tiempo seguía avanzando.

En 2010, decidió no montar más.

Se sentía viejo para eso.

Comenzó a caminar alrededor de su casa hacia bicleta estacionaria y le gustaba sentarse en una esquina, por fuera de la casa desde donde miraba el horizonte.

Su vista estaba dañada por el glaucoma. Fide y yo lo llevamos al oftalmólogo, quien además nos informó que tenía cataratas.

Una operación podría haberle devuelto visión, pero Don Jacinto, con esa terquedad noble de los viejos de antes, decidió no operarse.

Sus pasos se volvieron lentos, cortos.

Se fue encerrando más en su casa, por el temor de no ver bien y caer.

A pesar de su vista dañada, mantenía su fe intacta

En su hogar tenía una imagen de la Virgen. Cada vez que salía o llegaba, se santiguaba ante ella.

Un gran señor

En varias ocasiones lo llevé a la Basílica de Guadalupe.

Era su refugio espiritual.

Nunca lo escuché renegar o reclamar algo a dios o a la virgen

Los años transcurrieron. Vivió una vejez tranquila.

La fragilidad y el amor

Llegó el COVID, y como a todos, también lo alcanzó.

Le provocó una neumonía grave que pensamos que no superaría.

Pero no era su momento aún. Sobrevivió.

Tiempo después, sufrió una caída de su cama, golpeándose el rostro.

Cuando lo vi herido, en su mirada noté el miedo.

Decidí actuar para protegerlo: coloqué pasamanos a lo largo de su patio para evitar otro accidente.

Gracias a eso, nunca volvió a lastimarse.

En sus últimos años, con apenas un 20% de visión y con la audición muy deteriorada, pasaba temporadas en nuestra casa. Buscábamos darle una mejor calidad de vida. Cuando llegaba a mi casa y el estaba en ella, levantaba la voz para ser escuchado por el y exclama el saludo que teníamos en complicidad " QUIHUBO " si el estaba en el rancho y llegaba yo, tocaba sus manos y el me decía nuestro famoso QUIHUBO.

En la Semana Santa de 2025, Fide me dijo:

Un

gran señor

> “Vamos a ver a mis papás. Quiero disfrutarlos.”

Acepté sin dudarlo.

Pasamos días hermosos con ellos.

El Viernes Santo, Fide quiso cortarle el cabello.

Yo estaba lavando la camioneta, pero al ver a Don Jacinto con esa mirada tierna que lo caracterizaba, decidí hacerlo yo.

Le corté el cabello, lo rasuré, y quedó muy bien.

El Domingo de Resurrección, mi suegra me dijo:

> “Gracias, hijo. Quedó muy guapo. ”

Me despedí de él prometiéndole que la próxima vez volvería a cortarle el pelo.

Me dio su bendición, como siempre. Esa… fue la última vez que lo vi con vida.

Cuatro días después, contrajo neumonía.

Fue todo muy rápido: vino un paro respiratorio…y partió.

Reflexión final

Don Jacinto fue un hombre sencillo, fuerte, generoso.

Su paso por esta vida dejó una huella imborrable en quienes tuvimos la fortuna de amarlo.

Un

gran señor

Bendecido por dios

Mi suegro, Don Jacinto, entendió la lección de los sabios: que el viaje importa menos que la compañía. Que no son los caminos ni las piedras lo que nos marca, sino quién camina a nuestro lado. Y quê fortuna, qué bendición inmensa, que en su vida no faltó amor, no faltó presencia, no faltó familia.

Porque el amor verdadero no se entierra.

El amor, como las raíces profundas, florece eternamente donde descansan los grandes.

Finalmente

Mequedo con estas palabras que me dedico mi amor

Gracias.

Gracias desde el alma por estar a mi lado cuando más lo necesité.

Cuando perdí a mi padre, perdí un pedazo de mi historia… y tú, sin ruido, sin exigir nada, te convertiste en mi fuerza.

Tu abrazo fue mi refugio.

Tu silencio, mi consuelo. Tu amor… mi ancla en medio de la tormenta.

Gracias por sostenerme cuando sentí que me caía, por mirar mi dolor sin palabras y entenderlo como si fuera tuyo.

Por caminar conmigo este duelo con respeto, ternura y paciencia.

Un gran señor

No hay palabras suficientes para honrar lo que Hasido en este momento: mi paz, mi abrazo, mi esperanza.

Te amo. Gracias por existir en mi vida.

Con todo mi amor, Fide

Don jacinto y la virgen de Guadalupe

Mi lado oscuro

Qué difícil es hablar de estos temas. Uno quisiera que todo en la vida fuera motivo de orgullo, que la pena, la tristeza o la vergüenza no existieran. Pero ahí están, y muchas veces fueron provocadas por uno mismo. La única disculpa que puedo ofrecer es la inmadurez con la que tomé decisiones en aquel tiempo. Sea como sea, es momento de hablar del tema.

Mi principal problema fue la forma en que perdí el control con el alcohol. Hoy, con 50 años bien vividos —y con la mente mucho más clara— al reflexionar sobre las circunstancias que me llevaron al exceso, he llegado a algunas conclusiones.

Siento que todo comenzó por no sentirme amado como necesitaba. Esa carencia emocional, combinada con mi juventud, un cuerpo en su mejor momento y un ingreso económico que me daba libertad, fueron la mezcla perfecta para perderme. Bebía para empoderarme. Me rodeaba de amigos, pagaba la peda y escuchaba lo que en el fondo necesitaba oír: que era un chingón, que nadie me entendía, que sólo ellos me valoraban. Y así empezó el hábito: primero los fines de semana, luego entre semana, hasta llegar al punto de hacerlo diario.

En esa etapa tenía un negocio que parecía prometedor: el billar-bar "La Buchaca". Era excelente… pero me tomé las ganancias. Como dice el dicho: “Alegre el indio y le dan maracas ” .

Mi lado oscuro

Una vez llegué crudo a una operación de vesícula. No te quiero contar el infierno del dolor postoperatorio. En otra ocasión, celebrando mis 38 años, mis amigos me organizaron una bistesiza. Me puse una buena y andaba acompañado de mi chalán, el Memín. Él estaba peor que yo. Nos regresamos a casa, pero a la entrada de la colonia perdió el control de la camioneta: tumbó un poste y nos volteamos. La camioneta quedó con las llantas arriba. Salí ileso, por suerte. Cuando llamé a mi familia y llegaron, no podían creer que estaba vivo. Me llevaron detenido, pero sólo a mí. Le dije al Memín que se fuera, que sería más fácil sacarme a mí solo. Al día siguiente desperté crudo, espantado, y con una cruda moral que no se me quitaba.

Mi familia me tenía preparada una fiesta sorpresa con mariachi. El que terminó sorprendido fui yo… por mi irresponsabilidad. Me sentía muy miserable

Unos días después me sentía muy mal. Fui al doctor y me hicieron estudios. El resultado fue claro: diabetes.

¿Qué sentí al ver mi diagnóstico? La verdad… me valió madre. Era un perfecto irresponsable.

Creí, ingenuamente, que el cambio vendría solo, así nomás, en automático, con el puro susto. Pero no. Ese miedo nunca llegó.

Mi lado oscuro

Vendí el billar, sí, pero mis malos hábitos se quedaron conmigo. Continué igual o peor. Mi madre me llamaba la atención, pero no me importaba. Fide intentaba hablar conmigo, pero todo eran pleitos. Mi hija… testigo silenciosa, sin entender del todo qué estaba pasando. Vivíamos un descontrol total.

El alcohol te arrastra, te empuja a más: mujeres, drogas, excesos. Salía y no regresaba hasta el día siguiente, con una cruda moral espantosa, un vacío existencial que dolía hasta los huesos… y la absurda idea de que el mundo estaba en mi contra.

Innumerables veces puse mi vida en riesgo manejando ebrio. En los bares, expuesto a que no me alcanzara para pagar la cuenta y terminar golpeado.

Y las mujeres…

Ay, las benditas mujeres. Siempre he sido un gran admirador de la belleza femenina, y por supuesto que no salí ileso. Con dinero, alcohol y una mujer a tu lado, te sientes —o crees sentirte— poderoso.

Hoy entiendo que casarte muy joven puede hacerte pensar que te “perdiste” de algo, que te faltó vivir, conocer. Y esa sensación, combinada con el machismo cultural que nos dice que un hombre debe ser borracho, mujeriego y rebelde para ser "hombre", te convierte en víctima. Porque así, tristemente, funciona la sociedad.

Mi lado oscuro

Así, cansado de vivir una vida que no tenía nada que ver conmigo, me propuse cambiar.

Al principio, lo que más me dolía era escuchar a las personas que me amaban decirme:

—“Eres un chingón, pero cuando tomas... das pena y lástima.”

Yo, que pensaba que era muy gracioso, que todo era fiesta y carcajadas, comencé a ver la verdad.

Empecé a leer libros de coaching, a buscar respuestas, y también fui a terapia psicológica. De esto ya van cuatro años para acá. El verdadero punto de quiebre fue el conflicto con mi hija.

Ahí entendí que necesitaba encontrarme conmigo mismo. Saber quién soy, qué quiero, y hacia dónde voy.

Un día me miré al espejo de esos días en los que no puedes mentirte— y me dije con firmeza:

"Tú no eres ninguna piltrafa. Eres una persona que nació para brillar. Y ningún vicio, circunstancia o dificultad podrá detenerte."

Hoy, después de tanto andar por caminos oscuros, puedo decir que no soy perfecto, pero soy consciente. Que sigo luchando, sí, pero ahora con el alma despierta. Que sigo cayendo a veces, pero ya no me quedo tirado.

Mi lado oscuro

Perdoné al que fui… y abracé al que soy hoy.

Me sigo reconstruyendo. Y en ese proceso entendí algo poderoso: el dolor no me define, me impulsa. Las cicatrices no me avergüenzan, me explican.

Y mi pasado… ya no es una carga. Es mi motor.

Porque si tuve un lado oscuro, fue para aprender a valorar la luz.

Y hoy, a todos quien me lean, se lo digo de frente:

Soy luz.

Y ya no me apago por nada ni por nadie.

La gente que cae, toca fondo, y aun así tiene los huevos para levantarse, reconstruirse y transformarse... merece no solo respeto, merece admiración profunda.

Porque levantarse después de una caída no es un acto automático. Es mirar tu peor versión a los ojos, tragarte el orgullo, aceptar tus errores, sentir la vergüenza… y aún así decir:

“No me voy a quedar aquí.”

Las personas que han vivido desde el equilibrio merecen respeto también —claro que sí , pero quien ha probado el abismo y logró salir trae consigo un tipo de sabiduría que no se aprende en libros ni se hereda: se gana en la batalla.

Mi lado oscuro

Así que sí, como dice esa reflexión: Más digno de admiración es quien cae y se levanta… que quien nunca ha tropezado y no sabe lo que es volver a empezar.

Mi lado oscuro

Duele, pero libera

Hay momentos en la vida que marcan un antes y un después. Momentos que, aunque duelen, también te abren los ojos, el alma y hasta el corazón. Este es uno de esos.

A finales del 2024, descubrí que mi esposa me había sido infiel. La traición no venía sola: estaba vinculada a un extrabajador mío que, tras diferencias laborales, terminó trabajando con mi propia hermana. Fue un golpe doble. Me enfrenté a la deslealtad de alguien que estuvo en mi casa, compartió mi mesa, y que aprovechó su cercanía para manipular emociones, sembrar rencores y desestabilizar una relación que ya venía fracturada.

Mi primera reacción fue explotar. Como ser humano, como hombre, como esposo, como padre. Mostré las pruebas a mi familia y me sentí vacío. No sabía si dolía más el acto o la indiferencia de quienes me rodeaban.

Pasaron los días y el dolor se transformó en reflexión. Me vi al espejo y comprendí algo fundamental: yo tampoco había sido perfecto. Cometí errores, me alejé emocionalmente, fui indiferente en momentos clave, y eso también fue minando la relación. La infidelidad casi nunca nace de la nada. A veces buscamos fuera lo que sentimos que nos falta dentro. A veces queremos escuchar lo que en casa ya no se dice.

Duele,

pero libera

Y aquí tomé una decisión que cambió mi vida: perdonar.

Perdonar no desde la debilidad, sino desde la conciencia. No para justificar, sino para sanar. No para seguir igual, sino para avanzar distinto. El perdón me liberó del papel de víctima, me quitó el peso del odio, y me devolvió la paz.

Pedí también a mi familia que se apartaran de esa persona. No lo hicieron. Me dijeron que no cumplirían "caprichos". Les mostre pruebas: robos de materiales, manipulaciones, información tergiversada en reuniones familiares. Me dolió su indiferencia, pero aprendí que no todos están dispuestos a ver la verdad cuando incomoda su zona de confort.

En Diciembre La época que tantas veces me había emocionado con luces, familia y festejos... esta vez fue completamente distinta. Sentí el frío no en la piel, sino en el alma. Estaba herido, traicionado por Fide, decepcionado de mi familia, y con el corazón hecho pedazos. Todo se acumuló y me quebró.

A unos días de navidad, mientras me bañaba para ir a la oficina, me faltó el aire. Un dolor fuerte en el pecho me detuvo por completo. No podía respirar. Me llevaron a hacer estudios urgentes, pensando que era el corazón me hicieron electrocardiograma estudios Pero el diagnóstico fue claro: un ataque de ansiedad.

Duele,

pero libera

Nunca había sentido algo así. Una crisis emocional en toda regla. Una explosión interna provocada por tanto dolor contenido. Era como si mi cuerpo gritara lo que yo me había esforzado en callar.

Ese día entendí que no solo debía sanar lo externo… debía sanar dentro de mí.

Y fue en medio de ese abismo, donde la oscuridad parecía no tener fin, que algo dentro de mí despertó. Me recordé que la vida me ha dado muchas más razones para agradecer que para odiar. Recordé quién soy, lo que valgo, y el propósito que me mueve.

Hoy sé que no fui víctima, fui humano. Que fui herido, sí, pero también soy alguien capaz de levantarse con dignidad.

Mi renacimiento no vino del perdón ajeno, sino del perdón que me di a mí mismo.

Hoy sigo de pie. Sin rencor, pero con memoria. Sin odio, pero con límites. Esta experiencia no me destruyó: me transformó. Me hizo valorar la paz, entender que el ego no es camino, y que el amor propio empieza cuando dejas de mendigar entendimiento.

Fide, creí que lo que construimos era a prueba de todo. Nos levantamos desde abajo, compartimos sueños, luchamos por tener un hogar, una familia, una historia. Pero te fuiste.

Duele, pero libera

Te fuiste sin irte del todo. Te quedaste en casa, pero con el alma y el cuerpo puestos en otro lado. Y aunque hoy entiendo muchas cosas —mis errores, mis distancias, mis vacíos— no deja de doler que hayas elegido confiar en alguien que no valía ni la mitad de lo que hemos vivido.

Mi familia… no sé qué decir. Tal vez no pudieron ver lo que yo veía, o tal vez sí lo vieron y no les importó. No les pido que me tomen partido, pero sí hubiera esperado comprensión, algo de respaldo. Me dolió que minimizaran mi dolor, que dijeran que estaba ardido, que pensaran que era un capricho mío pedir distancia de quien me robó más que dinero o clientes… me robó la paz.

Pero también me miro a mí mismo. Y en este silencio, reconozco que yo tampoco fui perfecto. Que hubo un tiempo donde también lastimé, donde dejé vacíos, donde me perdí en los excesos, donde fallé como pareja, como hijo, como amigo. No me justifico, pero sí me hago responsable. Porque el que no se hace responsable, se condena a repetir lo mismo una y otra vez.

Hoy no escribo esto para reclamar ni para que sientan culpa. Lo escribo para liberarme. Porque no quiero cargar con resentimientos, ni con rabia, ni con el deseo de venganza. Quiero caminar ligero. Quiero perdonarlos, aunque no me lo pidan. Quiero perdonarme, aunque todavía me duela.

Duele, pero libera

Porque merezco paz. Porque merezco amor. Porque merezco seguir escribiendo mi historia con dignidad, aunque haya capítulos oscuros. Y porque sé, con toda certeza, que Dios ve todo. Que Él sabe quién soy, cómo he luchado, y cómo me he levantado incluso cuando no tenía fuerzas.

A todos ustedes, los que me fallaron, los suelto.

A mí mismo, el que falló, me abrazo. Y al futuro que me espera, le digo: aquí estoy, más fuerte que nunca.

Gracias a la vida por la lección. Gracias al dolor por mostrarme mi fortaleza. Y gracias a Dios por darme el valor de perdonar... incluso lo imperdonable.

La vida y la muerte

Buscando referencias sobre la vida y la muerte, encontré una frase que me sacudió: “Lo que le da sentido a la vida es la presencia de la muerte.”

Al principio no me gustó. Como muchos, le temo a la muerte. No tanto a su existencia, sino al momento en que llega. Pero después de mucha reflexión, entendí el valor profundo de esa idea.

La muerte nos recuerda lo urgente que es vivir.

Amar con intensidad, honrar a nuestros seres queridos en vida, hacer sentir especial a quien nos rodea. Poner entusiasmo donde estemos, sembrar alegría. Porque si todo fuera eterno, nada importaría.

En México, homenajeamos a la muerte. Nos reímos de ella, la vestimos de catrina, la convertimos en poesía… pero en el fondo, muchos seguimos temiéndole.

La incertidumbre nos asusta.

Aunque creemos en la vida eterna y en las promesas de Jesús, hay dudas humanas que nos sacuden.

Nos duele la forma inesperada en la que suele llegar. Nos duelen las pérdidas.

En mi caso, en tan solo nueve meses, despedí a tres tías y a mi suegro, Don Jacinto. Ese golpe fue brutal. La ausencia pesa… pero más duele lo no dicho, lo que no se compartió, los abrazos que se postergaron.

La vida y la muerte

En algún lugar leí:

“Cuando alguien muere, no lloras por él… lloras por ti.”

Y es verdad. Lloramos por lo que se va, por lo que no expresamos, por lo mucho que amamos y por lo mucho que ahora duele necesitar.

Desde que nacemos, sabemos que vamos a morir. Somos la única especie consciente de ello. Pero lo olvidamos.

Olvidamos decir “te quiero”, hacer esa llamada pendiente, mirar a los ojos y agradecer.

Cuando murieron mis tías, vi a mi madre pasar por un duelo profundo. Ella me decía:

> “Hijo, es un dolor inmenso… no se lo deseo a nadie.”

Su amor fraternal era fuera de serie. Desde pequeñas, las tres fueron cómplices, amigas del alma.

Se parecían incluso en la forma de reír. Hablaban por teléfono durante horas, compartían alegrías, penas, anhelos, memorias.

Cuando partieron, mi madre tomó una decisión poderosa: afrontar el dolor y seguir adelante.

> No es lo que se sufre, sino cómo se sufre, lo que hace la diferencia.

Y yo, doy testimonio del amor de Dios en mi vida.

La vida y la muerte

No hay mayor alivio que dejar nuestras preocupaciones en sus manos. Él prometió consolarnos. Y cuando eliges poner una sonrisa en medio del dolor, todo cambia.

Como me comentó un amigo : “La vida es y debería ser una eterna celebración.”

Y en otra lectura encontré esta frase que me encantó:

> “Celebremos la vida. Amemos y vivamos de tal manera que, al final, hasta el personal de la funeraria llore nuestra partida.”

Si algo he comprendido en este caminar, es que la vida no tendría sentido sin el misterio de la muerte.

No somos eternos, y justo por eso, cada gesto de amor, cada abrazo, cada palabra dicha a tiempo… vale oro.

Porque la muerte no es el final, es el recordatorio constante de que el tiempo es un regalo.

Por eso, hoy elijo vivir con intensidad, con gratitud, con entrega…

Porque si tan solo entendiéramos que no somos eternos, sabríamos valorar la vida como se merece.

La siguiente es una anécdota que alguien me compartió y me hizo reflexionar sobre este tema. A una mujer se le diagnosticó una enfermedad terminal y ella con enorme actitud positiva.

Se dispuso a planear su muerte, la misa?

Las lecturas que el sacerdote compartiría. La ropa que usaría en el ataúd y algo más deseaba que la sepultaran con una cuchara en la mano. Cuando se le preguntó la razón de ese deseo.

Ella dijo que le agradaba ir a banquetes en los que al terminar el plato fuerte, el mesero le pedía que se quedara con la cuchara. Pues eso significaba que vendría el postre a la mujer le encantaba el postre. Algún rico pastel, un helado, un gran final. Por ello deseaba que la sepultaran con una cuchara en la mano para que cuando la gente la viera. Se preguntara por qué si alguien explicara que ella estaba convencida de que lo bueno estaba apenas por venir.

Este capítulo está dedicado a mis seres queridos que ya no están físicamente, pero que dejaron amor del bueno, de ese que enriquece el alma y trasciende la muerte. La vida y la muerte

Yo soy mexicano

¡Ay!, caray, caray, qué bonita es mi tierra, qué bonita, qué linda es

Hizo Dios un sarape bordado con sol

Y del cielo un sombrero de charro moldeó

Luego formó las espuelas con lunas y estrellas

Y así a mi tierra vistió.

Así es estoy muy orgulloso de ser mexicano pero...

> “Así como somos lo bueno y lo malo de nuestros padres… también lo somos de nuestra patria.”

Porque México no solo es tierra, bandera o himno.

Es también herencia emocional.

Un lugar que no solo nos da identidad, sino que nos transmite traumas, rencores, complejos, miedos… igualito que una familia disfuncional.

La patria como madre simbólica

Nos da raíces… pero también límites.

Nos da orgullo… pero también vergüenza aprendida.

Nos enseña historia… pero muchas veces, una historia contada para que no pensemos.

Y como en toda familia, hay quien despierta y dice:

Yo soy mexicano

“Esto no lo quiero repetir.”

Ahí empieza la verdadera libertad: cuando reconoces lo que heredaste y eliges con qué quedarte… y qué sanar.

México es una casa con miles de cuartos

En uno está el mariachi, en otro el narco. En uno la sabiduría indígena, en otro la corrupción política.

Y todos somos parte de esa casa. No podemos negar ninguno… pero sí podemos elegir qué parte vamos a habitar y mejorar.

Nos enseñaron a sentirnos menos, a creer que todo es culpa de otros, que siempre fuimos víctimas.

Pero ya es tiempo de crecer.

Así como rompemos patrones familiares, también debemos romper narrativas que nos condenan como pueblo.

Porque yo no quiero heredarle a mis nietos una patria llorona,quiero dejarles una que se reconcilió consigo misma…y se atrevió a sanar.”*

México no es un país, es un universo multicolor metido en un solo mapa.

Ningún país le llega al nivel de diversidad de México

Yo soy mexicano

Y no es orgullo gratuito, es un hecho cultural, histórico, geográfico y hasta espiritual.

Gastronomía

¿Otro país donde puedas desayunar cochinita en Yucatán, comer carne asada en Sonora, cenar mole en Puebla y rematar con un taco placero en CDMX… y que todo sea comida típica?

No hay.

México es el único país con más de 600 tipos de tamales, 50 formas de preparar el mole y 300 variantes de maíz.

¡Ni los franceses se atreven a tanto!

Música

De los huapangos de la Huasteca al rap fronterizo, del mariachi jalisciense a los sones istmeños, del corrido tumbado al danzón de Veracruz.

Cada rincón canta distinto y todos suenan a México.

Lenguas y acentos

Más de 60 lenguas originarias y acento distinto en cada estado. No habla igual el cholo de Tijuana, que el jarocho, que el chilango, que el norteño bragado.

¡Y todos se entienden entre albures, dichos y risas!

Yo soy mexicano

Flora, fauna y clima

Tienes selva, desierto, montaña, mar, nieve, volcanes y playas… ¡todo en el mismo país! Del jaguar de Chiapas al oso negro de Coahuila. Del mezcal al café. Del nopal al cacao.

Entonces… ¿qué significa ser mexicano?

No es solo nacer en el país. Es llevar en el alma una mezcla de colores, sabores, ritmos, heridas y fortalezas. Es ser hijo de mil pueblos, y al mismo tiempo, ser uno solo con el corazón latiendo en verde, blanco y rojo.

Por todo esto yo soy mexicano

Pero no de esos que solo ondean la bandera en septiembre.

Soy de los que la cuestionan, la aman con conciencia y la defienden sin servilismo.

“Yo soy mexicano.

No por haber nacido aquí, sino por entender que en este pedazo de tierra cabe el universo entero. Aquí cada palabra, cada plato, cada nota y cada mirada es distinta… y sin embargo, todos decimos: ‘¡Qué chingón es México!’”

Reflexion final

Nos contaron que todo era culpa de otros: los españoles, los gringos, el PRI, el destino. Y nos hicimos expertos en buscar culpables, pero analfabetas emocionales para mirar hacia dentro.

Yo soy mexicano

> Y entonces llegaron los libros. No los que repiten el himno oficial… sino los que incomodan.

Los que se leen con el alma tensa y el cerebro despierto.

Ahí encontré al maestro Juan Miguel Zunzunegui, y con él aprendí algo que nadie me enseñó en la escuela:

> *Que no basta con saber historia… hay que sospechar de ella.

Que no somos víctimas de una conquista, sino herederos de una fusión. Que el peor enemigo de México no vino en carabelas ni con acento texano… el peor enemigo ha sido el miedo a pensar diferente.

> Gracias a sus libros —Los mitos que nos dieron traumas, Masiosare, Falsificar la historia, Revolución de la libertad— comprendí que no nací para repetir discursos, sino para construir conciencia. Para dejar de llorar lo que no viví… y comenzar a hacerme cargo del México que sí puedo cambiar.

Hermosa canción que describe lo dicho por mi

Como una mirada hecha en Sonora

Vestida con el mar de Cozumel

Con el color del sol por todo el cuerpo

Así se lleva a México en la piel

Como el buen tequila de esta tierra

O como un amigo en Yucatán

En Aguas Calientes deshilados

O lana tejida en Teotitlán

Así se siente México

Así como los labios por la piel

Así te envuelve México

Así te sabe México

Así se lleva a México en la piel

Como ver la sierra de Chihuahua

O la artesanía en San Miguel

Poder montar el cerro de la silla

Así se lleva a México en la piel

Como acompañarse con Mariachis

Para hacer llorar a esa canción

En el sur se toca con marimba

En el norte con acordeón

Así como unos labios por la piel

Así te envuelve México

Así se lleva a México en la piel

Como un buen sarape de Saltillo

Como bienvenida en Veracruz

La emoción de un beso frente a frente

Así se lleva a México en la piel

Como contemplar el mar Caribe

Descubrir un bello amanecer

Tener la fresca brisa de Morelia

La luna acariciando una mujer

Así se siente México

Así como unos labios por la piel

Así se lleva a México en la piel

La fe en dios

Hablar de la fe que profeso a Dios y a la Virgen de Guadalupe me provoca una gran emoción.

«¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?» Estas palabras que la Virgen le dirigió a Juan Diego en el Tepeyac, han sido un faro para millones de creyentes. Para mí, encierran todo lo que significa la fe: esperanza, consuelo, fuerza. Son palabras que sostienen el alma cuando todo lo demás tiembla. Dios escucha el clamor de su pueblo; se hace presente a través de la Virgen para mostrarnos su amor incondicional en la persona de Cristo.

Desde niño, mi madre me inculcó la fe en Dios. Me enseñó a amarlo, a visualizarlo como un ser bondadoso, cercano, protector. Mi primer encuentro con Él fue el día de mi primera comunión. Para mí fue una auténtica fiesta: la recibimos mis hermanos y yo, y fue un orgullo recibir tan preciado sacramento. Mis catequistas supieron acercarnos a Dios y a la Iglesia con amor y sencillez.

Hoy que miro hacia atrás, me doy cuenta de algo muy valioso: mi mamá me enseñó a amar a Dios, no a temerle. La forma más poderosa de adoctrinar a un hijo es mostrándole a un Dios amoroso, no a uno que castiga por todo. Esa fue la semilla que sembró en mí desde pequeño. Y mis catequistas reforzaron esa misma visión. Me enseñaron que tener fe no era vivir con miedo, sino con confianza.

La fe en dios

Y esa es la fe que hasta hoy me sostiene: una fe que abraza, que consuela, que no me juzga, sino que me acompaña.

Con el paso del tiempo, mi devoción no solo se mantuvo, sino que se fortaleció. Estudié más sobre la historia de Jesús basada en la Biblia, y también investigué sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac. Cada descubrimiento reforzaba mi vínculo espiritual.

Mi segundo gran encuentro con Dios fue cuando Fide me dio la noticia de su embarazo. Como si se tratara de una carta a los Reyes Magos, le pedí a Dios que fuera una niña. Una niña bella, amorosa, tierna, chinita, llena de salud… Y así como la soñé, todo se me concedió. Tal cual la pedí, así nació. Ante ese milagro de vida, y sintiéndome tan escuchado y bendecido, mi fe se hizo inquebrantable.

El siguiente encuentro que tuve con Dios fue cuando diagnosticaron a mi princesa Faty, mi sobrina, con cáncer de tiroides. Yo estaba presente junto con mi hermana, mi cuñado y la propia Faty cuando escuchamos el diagnóstico. Sentí que caía en un hoyo sin final.

La fe en dios

Fueron días de miedo, depresión y sufrimiento, hasta que reaccioné. Oré con el alma, y en mi interior escuché la voz de la Virgen decirme: "Confía y da lo mejor de ti".

Y así fue. Sin dudarlo, me encaminé derechito al Tepeyac. La encomendé a Dios y a la Virgen. Desde ese momento, toda la familia y ella misma tuvimos un solo objetivo: vencer el cáncer usando como principal arma la fe.

Dos años después, el milagro se había dado. Mi princesa estaba libre de cáncer.

En el 2021, en el mes de noviembre, mi hermana fue hospitalizada por COVID. Una vez más, la fe fue nuestra fortaleza. Pedimos a la Virgen con el alma. Fueron 15 días de angustia; el virus venía arrasando con todo y ella estaba a punto de ser intubada. Y una vez más llegó el milagro: regresó a casa.

Pasó poco más de un año y, en enero del 2022, me tocó a mí contagiarme de ese maldito virus. Fui hospitalizado. Pero no renegué, no puse en duda mi fe. Acepté y afronté lo que tenía que vivir. Cinco meses después, me encontraba en una playa, corriendo, tal como se lo pedí a la Virgen.

La fe en dios

Aun con un diagnóstico de fibrosis pulmonar —una condición que tarda años en sanar—, mi última tomografía no mostró daño alguno.

Cinco meses después, el milagro estaba dado.

En otras ocasiones, la Virgen me ha demostrado su infinito amor concediéndome milagros ante enfermedades mortales, como en los casos de mi tía Geno y mi tía Carmen. En otras ocasiones no fue así… porque en esta vida todo tiene un ciclo. Y el llamado para estar al lado de Dios llega cuando Él así lo considera.

Sentirme consentido por Dios no es hablar desde el ego ni desde la arrogancia. Es hablar desde la gratitud. Es reconocer con humildad lo que tengo: mis padres, mis hermanos, mi hija, mi esposa, mis sobrinos, la salud, la prosperidad en mi negocio. Lo tengo todo. Soy un ser amado. Y eso es gracias a Dios.

Gracias, Dios mío, por no soltarme nunca.

Gracias, Virgencita, por cubrirme con tu manto.

No soy perfecto, pero soy tuyo. Y con eso me basta.

La fe en dios

Alex con la virgen en la basílica

La fe en dios

alex y jesus

alex y la virgen de Guadalupe

Mi aventura al gabacho

Fue en 1997 cuando un primo llamado César, que vivía en California, comenzó a alentarme a emprender la aventura del famoso “sueño americano”. Me decía:

Primo, deberías venirte al gabacho. Tienes un talento enorme para la herrería, y aquí hay muchas oportunidades. Yo lo pensaba… No tenía hijos aún, solo éramos Fide y yo. Y si alguien creía en mí, era porque algo veía. Así que dije: “Va, vámonos.”

En ese tiempo, un amigo mío que después sería mi concuño ya había cruzado antes, tenía experiencia, y se sumó al plan. Ahorros en mano, partimos hacia Mazatlán por tres días, y de ahí a Tijuana. Nos hospedamos en un hotel que parecía vecindad, feo con ganas, pero lo importante era el objetivo.

Esa misma noche llegó César. Nos explicó lo sencillo que, según él, era cruzar: Van al cruce por donde pasa el turismo, contestan dos o tres preguntas, y listo. Yo, confiado, le dije a Juan Carlos: Déjame intentarlo primero. Total, si me detienen, en unas horas me sueltan.

Mi aventura al gabacho

Pues no.

No pasé el interrogatorio, y no fueron unas horas…

Fueron ocho días detenido en la cárcel de Calexico.

Ahí conocí compañeros de todo México. Me decían:

—Oye, chilango, ¿por qué tan tranquilo? Y les respondía:

—¿Llorar me va a sacar más rápido? Pues no. Claro que estoy preocupado. Nadie sabe dónde estoy. Pero yo sé que estoy bien. Eso me basta.

Finalmente, pasaron lista. Nos subieron a un camión y nos llevaron a la línea fronteriza.

En cuanto vi la bandera mexicana, se me hizo un nudo en la garganta.

Estaba en Mexicali, libre… pero sin un solo peso en la bolsa y a tres horas de Tijuana.

Con toda la vergüenza del mundo, me puse a pedir dinero para el camión. Junto con otros detenidos, logramos juntar lo suficiente. Ya en Tijuana, por la noche, estaba enfermo: fiebre, tos, cuerpo cortado. El estrés me había pasado factura. Uno de mis compañeros dijo que conocía a una mujer que nos podría dar posada. Y así fue. Dormí en el suelo, tapado con cobijas prestadas. A la mañana siguiente, me dieron algo de dinero y me despedí.

Mi aventura al gabacho

Caminé hasta la central, tomé un camión hacia el centro de Tijuana y bajé por la Catedral.

No sabía a dónde ir. Estaba solo, sin rumbo, enfermo… y entonces ocurrió el milagro.

De frente, caminando hacia mí, venía Juan Carlos.

Nos abrazamos como si hubiera vuelto de la guerra. Me dijo que ya no sabía qué decirle a Fide, a mis papás. Me reporté, comí algo por fin, y me dormí dos días enteros. Estaba emocional y físicamente destrozado.

Cuando desperté, me dijeron que aún había una oportunidad de cruzar. El papá de César nos conectó con un “gallo bueno” un coyote con experiencia y aunque yo ya no tenía ánimos, acepté intentarlo por Juan Carlos.

Nos citaron y reunieron un grupo de 20 personas: niños, mujeres embarazadas, ancianos, hombres jóvenes. Caminamos por el monte hasta una casa de seguridad. Desde ahí se veían las patrullas.

El coyote sacó una credencial y le dijo a Juan Carlos:

La foto se parece a ti. Camina como turista y muéstrala.

Y sí, lo dejaron pasar. Yo me alegré por él. Pero para mí, ya no era prioridad pasar.

Esa noche, el grupo siguió. Cruzamos por el monte, y a la hora estábamos rodeados por la patrulla fronteriza. Otra vez detenido.

Y pensé:

“Si me sueltan, no me vuelven a ver por aquí.”

La detención fue menos dramática, solo una noche para llenar el camión. Nos regresaron a Tijuana.

Ahora sí, me escondí, recobré algo de dinero y regresé al hotel. Dormí otras diez horas, pedí apoyo a mis padres para el vuelo de regreso… y volví a México. La odisea había terminado.

Pasaron los años… 20, para ser exactos.

Y un día, con visa en mano, crucé por la puerta grande.

Desde entonces, he visitado Estados Unidos tres veces, con dignidad y documentos. Y aunque no me quedé, gané algo más grande: la certeza de que todo en esta vida —lo bueno y lo malo— también pasa.

Porque como dice la historia del anillo del rey: “Esto también pasará.”

Y así fue.

Mi aventura al gabacho

Les dejo la parábola de la historia del anillo del rey.

El anillo del rey es una parábola que enseña sobre la naturaleza efímera de las cosas, tanto buenas como malas. La historia cuenta de un rey que, para afrontar momentos difíciles, encarga un anillo con la frase "Esto también pasará". Al principio, el anillo le sirve de consuelo en tiempos de adversidad, pero luego, cuando llega la victoria, el rey se da cuenta de que la frase también es aplicable a la felicidad y el éxito, recordándole que todo es transitorio.

Julio y Alex en nrg stadium

Mi aventura al gabacho

Julio y Alex en nrg stadium

Mis hermanos

Mis hermanos

El mayor regalo que me dieron mis padres fueron mis hermanos.

Mi hermano Julio César Gutiérrez Zavala es una figura fundamental en mi vida. Tres años nos separan, pero esa distancia nunca fue un obstáculo. Al contrario, nuestra cercanía en edad fue el terreno fértil donde germinó una hermandad verdadera: esa que no necesita explicaciones ni disculpas, que simplemente se sostiene con amor.

Crecimos entre risas, juegos, travesuras y uno que otro pleito de hermanos. Pero incluso en esas diferencias infantiles, ya se notaba la conexión profunda que teníamos. A lo largo de los años, fuimos testigos de nuestras historias: yo vi sus primeras borracheras, conocí a sus amores, escuché sus dudas y celebré sus victorias. Y una de las que más me marcó fue su graduación, la única a la que he asistido en toda mi vida. Estar ahí, viéndolo cumplir una meta, fue un momento de inmenso orgullo. Porque no solo era su logro: sentí que, de alguna forma, también representaba el esfuerzo de toda nuestra familia.

Mis hermanos

Julio es alegre,dicherachero, reflexivo, analítico.Tiene un talento natural para mantenerse firme, para enfrentar los problemas con inteligencia y serenidad. Siempre ha sido así: tranquilo, pero sabio.

La vida lo llevó a formar una hermosa familia junto a mi cuñada Isis. Su boda fue una celebración sincera del amor que construyeron con paciencia, complicidad y respeto. Posteriormente llegaron sus dos más grandes bendiciones: Ximena y Santy, dos hijos que son reflejo del amor y los valores con los que decidieron construir su hogar.

Por motivos laborales y personales, Julio se fue primero a vivir a Pachuca y luego a Morelia. Y aunque la distancia física se hizo presente, el cariño, el respeto y la conexión permanecen intactos. Hoy en día no solo somos hermanos, también somos amigos, confidentes y compadres. Él es el orgulloso padrino de mi hija, y le agradezco de corazón todo el apoyo y el amor que siempre le ha brindado. Su presencia en los momentos importantes ha sido firme y leal.

Mis hermanos

Julio ha sido constante. Ha sido presencia. Ha sido esa voz que no necesita elevarse para ser escuchada. Y eso lo valoro muchísimo. Nuestra relación se ha fortalecido con el tiempo. No hace falta hablarnos diario; basta con saber que estamos ahí, el uno para el otro, como siempre ha sido… y como siempre será. Hermano, gracias por ser parte esencial de mi historia. Gracias por tu cariño, tu entrega a tu familia, tu ejemplo como hombre, padre y esposo. Gracias por demostrar que un buen hermano es también un buen amigo. Te quiero y te admiro, de corazón.

Mi hermana Sandra es un año menor que yo… bueno, para ser más exactos, solo once meses. Como ya conté antes, mi papá no aguantó la cuarentena, así que por un tramo del año — entre abril y mayo— somos de la misma edad. Esa cercanía cronológica nos colocó en muchas etapas de la vida al mismo tiempo… aunque no siempre al mismo ritmo.

Mis hermanos

Durante la infancia, nuestra relación no fue tan cercana como la que tenía con mi hermano Julio. Sandra andaba en su mundo, reservada, tranquila. Se encerraba en su cuarto y se entretenía por horas con una casita del árbol que le trajeron los Reyes Magos. Ese era su refugio. Y aunque no convivíamos tanto de niños, nunca hubo conflicto, berrinches o pleitos, porque los tres hermanos crecimos con la virtud de ser respetuosos y nobles de carácter.

Fue en la adultez cuando surgió un entendimiento más profundo. Cuando Sandra formó su propia familia, nos reencontramos desde otro lugar. Empezó la complicidad, las charlas más honestas, los secretos, los consejos. Ella, junto a su esposo Arqui con quien también tengo una relación cercana y cordial, al igual que con mi cuñada Isis formó una familia hermosa.

Mis sobrinos Emi y Faty llegaron a nuestras vidas como una bendición, y he tenido el privilegio de verlos crecer desde bebés hasta convertirse en jóvenes nobles, valientes y llenos de luz.

Pero hubo un momento que marcó nuestras vidas para siempre. Cuando a Faty le diagnosticaron cáncer, vi a mi hermana transformarse. Lo que hizo Sandra durante ese proceso no tiene otro nombre más que valentía. Enfrentó ese monstruo con unos huevotes, perdón por la palabra, pero no hay otra forma de describirlo. Estuvo al pie del cañón, firme, serena y fuerte, incluso cuando el mundo se tambaleaba.

Fue un ejemplo de resiliencia, de esa que no se aprende en libros ni se practica en calma. La vivió en carne propia. Esa experiencia sacó lo mejor de ella: su temple, su fe, su entrega absoluta como madre. Y gracias a su fortaleza, a la unión familiar y al amor incondicional, Faty venció. Y todos salimos distintos después de esa prueba.

Sandra, como madre, como mujer, como hermana, ha sido un regalo. No siempre fuimos los más cercanos, pero hoy la reconozco y admiro profundamente. Su forma de amar es silenciosa pero firme. No necesita gritar para que se le escuche, ni exagerar para que se le note. Está. Siempre. Y eso vale oro.

Mis hermanos

Gracias, hermana, por tu coraje.

Por tu ejemplo.

Por demostrarme que el amor de una madre es capaz de mover montañas.

Por enseñarme que la resiliencia no se grita, se vive.

Hoy, más que nunca, me siento orgulloso de llamarte hermana.

Hoy, más que nunca, me siento orgulloso de llamarlos hermanos.

Porque los hermanos no solo comparten sangre, comparten historia, cicatrices… y un amor que, aunque a veces no se diga, siempre se demuestra.

Sandra, julio y Alex (2024)
Sandra, julio y Alex (2018)
Sandra y Alex (2023)
Familia Gutiérrez (2022)

Carta

Un ejercicio de honestidad emocional

Me senté en el diván —no literalmente, sino desde lo más profundo de mi alma— para hacerme preguntas que durante mucho tiempo evité, olvidé o no supe cómo formular.

En este viaje llamado vida he caído, me he levantado, he amado con intensidad, me he equivocado muchas veces, y sobre todo… he aprendido. Aprendido que el dolor no se cura con silencio, que el pasado no se borra con olvido, que el alma no sana con simulaciones.

Estas 20 preguntas que vienen a continuación no son un cuestionario cualquiera. Son una radiografía del alma, un espejo sin filtros donde decidí mirarme con todas mis luces y sombras.

Escribir este libro fue como abrir mi historia en canal. Pero contestar estas preguntas… fue como sentarme frente a mí mismo y decirme: "Aquí estás. Sin máscaras. Sin excusas. Solo tú con tu verdad."

Carta desde el divan

No soy un hombre perfecto, ni pretendo serlo.

Soy un ser humano que eligió sanar, que se atrevió a perdonar, que aprendió a amar sin condiciones y a levantarse con fe.

Estas respuestas no son recetas, pero quizá puedan ser espejo, compañía o provocación para quien también busque entender su historia.

Si estás leyendo esto, te invito a hacer el mismo ejercicio.

Porque todos, en algún momento de la vida, necesitamos sentarnos en nuestro propio diván.

Con humildad,

Carta desde el divan

Estas son las 20 preguntas que me ayudaron a encontrarme… y las respuestas que brotaron del alma:

1. ¿En qué momento sentiste que dejaste de ser niño?

Es un proceso. Lo marca la pérdida de la ingenuidad. Pero aún hoy, a mis 50 años, creo que no dejas de ser niño mientras no pierdas la capacidad de asombro.

2. ¿Qué herida emocional de tu infancia sigue doliendo en silencio?

La falta de reconocimiento y amor de mi padre, como yo lo hubiera querido.

3. ¿Cuál ha sido tu miedo más persistente… y cómo lo has enfrentado?

Que algo malo le ocurra a mis seres queridos. Lo enfrento con fe en Dios y la Virgen, confiando en que juntos podremos con lo que venga

4. ¿Te perdonaste por las veces que te lastimaste con tus propias decisiones?

Más que perdonarme, aprendí. Las malas decisiones son lecciones de vida.

Carta desde el divan

5. ¿Qué representa para ti el perdón: debilidad, liberación o evolución? Liberación. El perdón es para uno mismo. No cambia el pasado, pero te quita el peso del rencor.

6. ¿Cómo aprendiste a amar, y quién te enseñó que también se puede fallar amando?

Aprendí a amar en cada etapa: de bebé con mis padres, de joven con mis parejas, como padre con mi hija. Y entendí que todos, en algún momento, fallamos amando.

7. ¿Cuándo fue la primera vez que sentiste que la vida te habló directamente? Cuando asumí la responsabilidad de mi vida. Ya no podía hacerme el sordo… era sí o sí.

8. ¿Qué aprendiste de tus momentos de oscuridad con el alcohol, la tristeza y la soledad?

Aprendí que uno puede destruirse de forma muy sencilla… pero reconstruirse también es posible.

Carta desde el divan

9. ¿Cuál es tu mayor orgullo como padre, más allá de cualquier reconocimiento?

Saber que, desde el día que nació mi hija, he intentado cada día ser el mejor papá para ella.

10. ¿Qué parte de ti rescató Santy cuando todo parecía derrumbarse?

Me devolvió el motivo para seguir adelante.

11. ¿Qué significa Fide para ti hoy, después del amor, el dolor y el perdón?

Es un ser humano con virtudes y errores.

El perdón me permitió ver que todos fallamos… y que el amor idealizado debe ceder ante el amor consciente.

12. ¿Qué rasgo de tu madre vive más fuerte dentro de ti?

El amor, la bondad y la generosidad.

13. ¿Qué hubieras querido decirle a tu padre… pero nunca lo hiciste?

Que se equivocó. Aunque a veces lo expresé con rebeldía, el miedo me hizo callar lo más importante.

Carta desde el divan

14. ¿Qué buscabas realmente cuando querías “ cruzar al gabacho”? ¿Sueño o huida?

Buscaba sueños… pero también no valoraba lo que ya tenía.

15. ¿En qué momento sentiste que eras un verdadero emprendedor y no solo un trabajador?

Desde siempre. Soñaba con ser jefe. El servilismo laboral nunca fue para mí.

16. ¿Cuál fue el golpe más fuerte que te dio la vida… y cómo te levantaste?

La traición de mi familia. Todavía estoy sanando… pero lo voy a lograr.

17. ¿Cuál ha sido tu conversación más honesta contigo mismo frente al espejo?

Cuando acepté que todo lo que me pasó fue resultado de mis propias decisiones.

18. ¿Qué te sostiene la fe cuando todo lo terrenal se derrumba?

La certeza del amor de Dios. La esperanza de que todo mejora con Él.

19. ¿Qué legado deseas dejar a quienes te aman y también a quienes no te entendieron?

Que el mejor regalo al mundo es amar con bondad, vivir con gratitud, actuar con empatía y mantener la esperanza. Aunque cueste, vale la pena.

20. ¿Si volvieras a nacer, qué parte de tu historia no cambiarías por nada?

No cambiaría nada. Lo que no me tocó, no era para mí. Y lo que me tocó, aunque doliera, me formó. Carta desde el divan

La verdad que me pertenece

Hay momentos, palabras, instantes casi invisibles que te marcan para siempre. No es el destino quien escribe tu historia, sino tu valor de preguntar, tu coraje de cuestionar y tu fuego interno de actuar.

Ser diferente no es un don, es una decisión. Es negarte a vivir en automático, es dudar del ruido y buscar tu propio ritmo.

No existe una única verdad. Cada vida es un espejo distinto, cada cicatriz una lente, cada historia, una versión sagrada.

Por eso, elijo manejar mi narrativa. No le cedo el timón al miedo, ni a la culpa, ni a los que nunca han caminado mis pasos.

Elijo ser el autor de mi verdad. Y eso me hace libre.

Eso me hace yo.

Bibliografía

Libros y autores que me ayudaron a entenderme, reconstruirme y transformarme

A lo largo de este camino, encontré en los libros no solo conocimiento, sino guía, consuelo y dirección. Estas lecturas fueron claves en mi proceso de cambio, y les guardo un profundo agradecimiento por lo que sembraron en mí:

Miguel Ruiz – Los cuatro acuerdos

Una guía espiritual sencilla pero poderosa que me ayudó a cuestionar creencias, soltar juicios y vivir con mayor libertad.

Robin Sharma – El monje que vendió su Ferrari

Una historia que me inspiró a valorar la vida interior, más allá de lo material.

Bendición náhuatl – Autor anónimo

Un texto que fue un parteaguas en mi proceso terapéutico. Me ayudó a liberar, agradecer y sanar.

Bibliografía personal

César Lozano – Colección de 8 libros

Con su estilo claro y humano, me dio herramientas para ser más empático, resiliente y consciente de mis relaciones.

Eduardo Calixto – Un clavado a tu cerebro

Una obra que despertó mi fascinación por la neurociencia y me ayudó a entender cómo funcionan nuestras emociones.

Juan Miguel Zunzunegui – Los mitos que nos dieron traumas

Un libro que removió estructuras mentales y me ayudó a ver mi historia —y la de mi país— con nuevos ojos.

James Clear – Hábitos atómicos

Gracias a este libro entendí que los grandes cambios empiezan con pequeñas decisiones diarias.

Juan Miguel Zunzunegui – Revolución de la libertad

Un libro que me ayudó a cuestionar el sentido de la libertad y el poder personal con una visión crítica y profunda.

Bibliografía

Anamar Orihuela – Transforma las heridas de tu infancia

Una lectura clave para entender cómo el pasado moldea nuestras emociones, y cómo podemos sanar desde el presente.

A todos los autores que, sin saberlo, fueron mis mentores en el camino del alma... gracias.

Historias que Contar 50 años

Nos vemos en 50 años más

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