Saga de la sombra 04

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Orson Scott Card

La Sombra del Gigante

Ambul, sabiendo lo que Suriyawong sentía por Virlomi, se había ofrecido a dejarlo mandar sólo la parte del ejército que no se enfrentaría a ella directamente. Pero Suri se negó. —Recuerda lo que dijo Bean que enseñó Ender: «Conocer al enemigo suficientemente bien para derrotarlo requiere que lo conozcas tan bien que no puedas sino amarlo.» Bueno, Suriyawong ya amaba a su enemiga. Y la conocía. Tan bien que incluso creía entender su locura. No era vanidosa. Nunca había pensado que fuera a sobrevivir. Pero todos sus planes tenían éxito. Era imposible que ella lo atribuyera a su propia habilidad. Así que pensaba que contaba con algo parecido al favor divino. Pero tiene éxito a causa de sus habilidades y su entrenamiento, y ahora no los está empleando, y su ejército va a pagar por ello. Suriyawong había dejado espacio de sobra para que los indios se movieran por los valles antes de que llegaran a la emboscada. No viajaban al mismo ritmo, así que tuvo que asegurarse de que las tres emboscadas se iniciaran al mismo tiempo. Tuvo que asegurarse de que los tres ejércitos estuvieran completamente dentro de la trampa. Las instrucciones para sus hombres eran claras: aceptad la rendición de cualquier soldado que arroje las armas y levante las manos. Matad a todo aquel que no lo haga. Pero no dejéis que ninguno salga del valle. Todos muertos o capturados. Y Virlomi viva, si nos deja. Por favor, déjanos, Virlomi. Por favor, déjanos traerte de vuelta a la realidad. De vuelta a la vida. *** Han Tzu se hallaba con sus tropas. Era absurda la idea de un emperador invisible. Los soldados del ejército chino lo habían elegido y apoyaban su autoridad. Era suyo y ellos lo veían a menudo, compartiendo sus privaciones, escuchándolos, dándoles explicaciones. Era lo que había aprendido de Ender. Si das órdenes y no explicas nada, puedes conseguir obediencia, pero no creatividad. Si les cuentas lo que pretendes, entonces si se demuestra que tu plan original es malo ellos encontrarán otro modo de conseguir tu objetivo. Dar explicaciones a tus hombres no mengua el respeto que sienten por ti, sino que demuestra tu respeto por ellos. Así que Han Tzu daba explicaciones, charlaba, colaboraba y ayudaba, compartía la comida con los soldados rasos, se reía con sus chistes, escuchaba sus quejas. Un soldado se había quejado de que nadie podía dormir en un suelo como ése. Han Tzu inmediatamente se quedó con la tienda del hombre y durmió en ella, tal como estaba, mientras el hombre se quedaba en la tienda de Han Tzu. Por la mañana, el hombre juró que la cama de Han Tzu era la peor del ejército, y Han Tzu le dio las gracias por

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