Nanorobots 03

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zapadores llegaran antes hasta la gente de Deborah. Ella apenas pudo reconocer aquella estancia, que hasta entonces no había sido más que un pequeño cubículo ocupado por un guarda armado, un teléfono y unas pocas cámaras de seguridad. Ahora estaba cubierto de láminas de plástico. El guarda llevaba un traje de aislamiento similar al de los zapadores. —Lo siento, señora, voy a tener que pedirle que se quite la ropa —dijo el soldado, mientras le indicaba que caminase hacia la estructura de plástico—. Podrá ponerse otro uniforme en el otro lado. Ésa era la razón por la que al resto de su equipo no se le había permitido ir allí. De hecho, parecía que aquel hombre también tenía intención de quedarse fuera. La estructura de plástico contenía una pequeña ducha con dos depósitos de agua. La cantidad de agua disponible debía de ser muy limitada. También pudo ver tres ventiladores que absorbían aire hacia el interior del complejo. Aquél era un esfuerzo inútil. Si los nanos habían conseguido entrar en su torrente sanguíneo, podrían limpiarle la piel y el pelo hasta que Jesús volviera a la Tierra conduciendo un Ferrari y aun así no habrían conseguido nada. Deborah trató de ocultar cualquier destello de condescendencia o desaprobación, aunque se aferró con fuerza a esos sentimientos mientras se desabrochaba el cinturón, se quitaba las botas y se desprendía del uniforme, haciendo un gesto de dolor cuando éste le rozó las heridas del brazo. Tampoco pudo evitar mirar a la cámara que había en el techo. ¿Quién la estaría observando? ¿Acaso importaba? Se enfureció consigo misma ante tal reacción. Había gente muriendo. Quitarse la ropa no era nada en comparación con todo lo que ya le habían ordenado hacer, pero aun así sintió repulsión ante tal humillación. Escondió su irritación mientras se quitaba el sujetador y el resto de la ropa interior. El zapador tuvo al menos la cortesía de girar la cabeza. El guardia que había al otro lado del plástico no lo hizo. «Bien.» Para ella no era más que una silueta distorsionada, de modo que él tampoco podría verla a ella con claridad, sobre todo desde detrás del visor del traje. No obstante, tenía la sensación de que se sentiría fría y humillada cuando llegara al otro lado. —Primero lávese el pelo —dijo el guardia—. Después el cuerpo. Frótese bien la cara, por favor. Ahora... ahora la parte delantera y la trasera. Gracias, señora. Ahora cierre el grifo. Ni siquiera le dieron una toalla. Probablemente esperaban eliminar cualquier nano que tuviera sobre la piel cuando el calor del primer ventilador evaporara el agua que le cubría el cuerpo. Acto seguido, accedió a un segundo cubículo donde el guarda conectó otro ventilador. Todas las secciones de aquella estructura estaban separadas por cortinas de plástico que se agitaban y retorcían cuando los ventiladores entraban en acción, pero tan pronto como el guarda desconectó el sistema, el plástico volvió a su posición inicial. Cuando finalmente pudo salir de aquella maraña de plástico, sintió la mente tan rígida y fría como el resto del cuerpo. Ignoró completamente al guarda, a excepción de un movimiento de cabeza cuando éste señaló hacia una percha en la que colgaban varios uniformes dentro de bolsas selladas al vacío. Deborah agarró el primer atuendo del ejército de tierra que pudo encontrar, sólo para comprobar que era demasiado ancho de cintura y muy corto de piernas. No le importó. No pensaba desnudarse de nuevo. —Estoy lista —dijo. El guardia apoyó el M4 en la pared y descolgó el teléfono. —Hemos terminado —dijo. Los tornillos de la puerta chasquearon como si fueran fusiles. Habían instalado una estructura de plástico blanco y opaco al otro lado de la puerta, de modo que Deborah no podía ver nada; sin embargo, el ruido de las voces era ensordecedor. Sabía que el centro de mando no era más grande que una casa unifamiliar y que el techo, el suelo y las tres paredes eran de cemento. Cada sonido retumbaba en el interior de aquella caja. —¿Mayor Reece? —Un capitán de las Fuerzas Aéreas se dirigió a ella tan pronto como la puerta hubo sido sellada por dos soldados vestidos con trajes de aislamiento, aunque se habían quitado la capucha. Los


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