Revista Alborada 2

Page 63

velas y al recinto en sí, el buen Pibe –como se le conocía en la U a Olivares– destellaba con versos desgarrados de estudiante que escribe desde el último asiento del micro, con el ladrido de los perros chuscos como música de fondo. Eran, no obstante ello, poemas bruñidos con talento y esmero los que leía en esos recitales. Tuvieron que pasar unos diez años para afianzar la amistad con César Olivares. Cuando él ya se había convertido en un ejemplar docente de Lengua y Literatura y en un poeta que celebraba sus últimos días como inédito. Fue así, con los codos empinados sobre una mesa de un bar de la impredecible avenida 28 de Julio, y en compañía del entrañable (peso pesado) Jorge Tume, que el Pibe me hizo el desafío: –Estoy dispuesto a quitarte la chamba. Era, desde luego, un “eufemismo”. Lo que en otras palabras me decía el poeta era que quería incursionar en la prensa, y más precisamente en la escrita (sí, ya sé que es redundante decir prensa escrita). Quería, en definitiva, ser también un escritor de periódicos. –Voy a joderte, compare –insistía el Pibe. Y fue así que empezó todo. Toda la historia de este libro, es decir. A César Olivares siempre le inquietó el toqueteo con la prosa. De hecho, ha escrito y publicado excelentes poemas en prosa. Pero también se ha sentido reiteradamente seducido por ese género del periodismo que lo ejercen con maestría los literatos: la crónica. Es que Olivares, como tantos otros poetas de polendas (pienso en alguien de por aquí nomás cerca: Toño Cisneros; o en alguien de por allá, más lejos: Victoriano Cremer), ven a la crónica del mismo modo en que ese hombre casado ve a la deslumbrante mujer que no olvidará jamás y por la que jamás tampoco dejará a su esposa con la que se matrimonió. Dígamoslo con todas sus letras: los poetas que hacen periodismo ejercen la más cínica bigamia. Claro que, al igual que en otros casos, sólo la practican aquellos que son capaces de darse abasto para estos dos amores, quienes logran complacer tanto a una como a otra. El que puede, puede. Y César Olivares sí puede. Al César lo que es del César. Personalmente me enorgullezco de haber ayudado a incluirlo como columnista semanal del diario Correo, edición Trujillo. Allí, donde algunos nos hemos abocado con narices y todo (por eso del olfato periodístico, claro está) a la persecución de la noticia impactante del día, a la corruptela que hay que destapar, al internamiento de retinas sobre amarillentos documentos que han de revelar alguna verdad oculta por los poderosos, entre otras minucias que pueden ayudar un poquito a limpiar la política pero que jamás trascenderán la vida misma; allí precisamente, donde el desencanto es telón de fondo, es vital una prosa como la de Olivares. El poeta siempre va a estar por encima de lo cotidiano, o en todo caso, va a darle una mirada a esta cotidianeidad desde su privilegiado lugar de testigo de su tiempo, para decirlo en palabras de Sábato. Durante los últimos meses Olivares ha logrado así oxigenar semana a semana, sábado tras sábado (que es el día en que sale publicada su columna

63


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.