la capital de los grillos
colecciĂłn arĂĄndanos a partir de 9 aĂąos
Historias de El Quinto Pino, 1
la capital de los grillos
Alfonso GarcĂa
Ilustrado por
JoaquĂn Olmo
EOLAS
infantil
Para mis tres nietas, en el orden en que fueron apareciendo en mi vida llenĂĄndola de ternura y alegrĂa: Daniela, Jimena y Ă frica.
1. Capital de los Grillos
A
Julio le llamaban el Badanas, apodo que heredó de su abuelo, que, según los que le conocieron, era también de armas tomar. No había lío en que no estuviesen metidos, además de los que ellos mismos se inventaban un día sí y otro también. Cada mes de junio, desde hacía ya cuatro años, Julio debía someter su pierna derecha a una revisión médica en la capital. Cuando tenía cinco, se había caído de un árbol en el que buscaba nidos de jilguero. Es verdad que
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no encontró ninguno. La mala caída le tuvo una temporada en el hospital. Cojea un poco desde entonces. Se extraña de que, dada la afición que existe en el pueblo a los motes, no le llamen el Cojo. También cree que con uno es suficiente. Hoy es el día de la revisión. —¿Cómo vas? —Un poco mejor… Julio sabe que es necesario quejarse para ablandar a su padre y que le dé algún capricho durante el día. Lo lleva bien pensado siempre. El camino de vuelta a casa se hace largo. —¿Queda mucho? Su padre está atento al volante, con tanta curva. —No. Ya estamos llegando. Apenas cinco minutos. Tras una curva muy pronunciada, el letrero: «El Quinto Pino». Y otro, apenas cien metros después, con fondo azul y estrellas formando una circun-
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ferencia, saluda a los visitantes: «Bienvenidos a este Municipio Europeo». Cuando don Bonifacio, el Alcalde, los veía juntos, le temblaba el bigote. La verdad es que siempre estaban tramando algo. Ahora no. O de momento, no. Nada más comer, con el postre en la boca, fueron llegando, con la habitual puntualidad casi matemática, a la sombra de uno de los dos castaños que estaban frente al Ayuntamiento. En el otro enhebraban sus recuerdos los más ancianos de El Quinto Pino, durante generaciones. El Quinto Pino, aquel lugar lejano en medio de ninguna parte, estaba realmente en el quinto pino. Los vecinos de los pueblos cercanos les tomaban el pelo con el nombre. —Señor Alcalde —le dijeron un día al unísono Julio, Martín y Javi—. Tenemos que cambiar el nombre del pueblo.
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Al señor Alcalde le tembló entonces el bigote un poco más. Lo atusó con los dedos índice y pulgar, en dirección contraria, hasta llegar, muy despacio, a la comisura de la boca. —Cambiar el nombre… —Sí, sí… No queremos que se rían más de nosotros. —Habrá que pensarlo… Y volvió al bigote, ahora con la mirada perdida en las montañas que aparecían detrás de los cristales de la ventana de su despacho. Silencio alargado. —… a no ser que tengáis pensado otro nombre… Los tres chicos se miraron. En sus ojos había un cierto brillo de victoria. Fue Julio el que habló. A él se le había ocurrido la idea: —Queremos que se llame Capital de los Grillos. El silencio inundó el despacho como una niebla densa.
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—Bueno, la verdad es que el cricri-cri… es la melodía más habitual… El Alcalde respiró profundamente. —… y habrá que pensarlo… Lleva pensándolo ya dos o tres años. Don Bonifacio, el Alcalde, Boni el Moscas, como es conocido por los vecinos, aunque no lo digan delante de él, es un buen paisano. Pero le faltan todas las luces. Las delanteras y las traseras. Eso sí, ha ganado las elecciones sin despeinarse. Y por mayoría absoluta. Ha arreglado el despacho de la alcaldía e instalado en él aire acondicionado. Dicen que por eso pasa allí todas las tardes de verano. Quienes le conocieron de niño, dicen que lo de el Moscas le viene por la molestia, o el asco, de estos dípteros y por su obsesión por perseguirlos con saña para matarlos. Su propuesta más original como Alcalde, hasta la fecha, fue la de intentar crear el puesto de Inspector de
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Mosquitos. Su principal misión consistiría en matar cualquier tipo de moscas y mosquitos con una gran raqueta bien trenzada, cuyos gastos correrían, evidentemente, a costa del presupuesto municipal. Y además debería detectar posibles enjambres y aglomeraciones y tomar las medidas oportunas a fin de evitar molestias a los vecinos. Él también era un vecino, aunque el más importante según pensaba y decía. —Los que voten a favor —dijo con cierta solemnidad—, que levanten la mano. Solo se levantó la suya. Después se supo que la idea no era original. La había conocido en Cuba, donde existe, o existía esta figura. Don Bonifacio, el Alcalde, al que todos llamaban Boni, había viajado a aquella isla del Caribe cuando tenía cuarenta años largos. No es que unos años sean más largos que otros, ya me entienden. De eso hace más de veinte. Cansado de seguir soltero, quería bus-
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car allí a la mujer de su vida. Le habían dicho que no era difícil. Y además, en aquella campaña a las elecciones municipales, había prometido aumentar la población de El Quinto Pino, que se iba muriendo lentamente… Regresó a los veinte días. Y lo hizo con una cubana de color, bien parecida y sonriente. Regina era la atracción del pueblo. Visto lo que le esperaba, desapareció al cabo de una semana. Nunca más se supo de ella. Don Bonifacio, el Alcalde, al que todos llamaban Boni, entró en una breve depresión. No acababa de entenderlo. Entonces pasó a ser Boni el de la cubana, para distinguirlo del otro Boni, el de la extremeña, más viejo que el castaño a cuya sombra pasaba las tardes de mucho calor. —Oye, Boni, ¿por qué te llaman el de la extremeña? —le preguntaban alguna vez. Se perdía en la respuesta por los
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caminos de la memoria que aĂşn le quedaban libres, pero nunca llegaba al asunto. El tiempo deja sin explicaciĂłn muchos misterios de la vida de los hombres.
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También en esta colección:
VERSOS PARA NIÑOS NOCTURNOS de Ángel Fernández (primeros lectores)
·
LA PRINCESA MICOMICO Y EL ÁRBOL DE LA LUZ de Alfredo Álvarez (a partir de 7 años)
·
HISTORIA DE UNA SARDINA de Ignacio Sanz (a partir de 9 años)
© Alfonso García Rodríguez, 2017 © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Ilustraciones de cubierta e interior: Joaquín Olmo Diseño y maquetación: Alberto R. Torices ISBN: 978-84-16613-52-6 Depósito Legal: LE 89-2017 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España