Primeras páginas de «Imágenes de la enfermedad en el cómic actual», de Inés González Cabeza

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González Cabeza, Inés Imágenes de la enfermedad en el cómic actual / Inés González Cabeza. – 1ª ed. -[León] : Servicio de Publicaciones de la Universidad de León : EOLAS, [2017] 126 p. : il. col. y bl. y n., ; 26 cm. – (Grafikalismos ; n. 3) Bibliogr.: p. 117-121 ISBN 978-84-9773-897-2 (Universidad de León) ; 978-84-16613-86-1 (EOLAS Ediciones) 1. Historietas dibujadas-Siglo 21º-Historia y crítica. 2. Enfermedades en la literatura. I. Universidad de León. Servicio de Publicaciones. II. Título, III. Serie 82-91.09”20” 741.52”20” 616:82 82:616

Colección Grafikalismos, nº 3

© Inés González Cabeza · 2017 © de esta edición: Servicio de Publicaciones de la Universidad de León (http://servicios.unileon.es/publicaciones/) y EOLAS ediciones (www.eolasediciones.es) Coordinador de colección: José Manuel Trabado Cabado Diseño y maquetación: Alberto R. Torices (www.albertortorices.com) ISBN (EOLAS ediciones): 978-84-16613-86-1 ISBN (Universidad de León): 978-84-9773-897-2 Depósito Legal: LE 345/2017 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com · 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España


Inés González Cabeza

Imágenes de la enfermedad

en el cómic actual

eediciones o las



Dedicado a Adriana, Fidel, Carmina y Carlos. Con agradecimiento a JosĂŠ Manuel Trabado, por haber hecho posible esta publicaciĂłn.



Índice 1. Cuando la enfermedad se hace arte

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2. De qué hablamos cuando hablamos de patografía gráfica

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3. El cómic sobre demencia: un fenómeno internacional

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4. «Arrugas» en el panorama del cómic español

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5. «Arrugas» y el largo adiós

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6. Darryl Cunningham contra el poder del estigma: una memoria gráfica

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7. «Psychiatric Tales»: una vuelta de tuerca al género de la historia clínica

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8. A modo de conclusión

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Bibliografía .

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Cuando la enfermedad se hace arte

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n su ensayo de 1978 titulado La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag analiza el modo en que ciertos mitos y prejuicios condicionan la forma en que entendemos la enfermedad en el mundo occidental, ejerciendo una influencia negativa tanto sobre los pacientes como sobre quienes se encargan de su cuidado. El texto de Sontag comienza con la siguiente reflexión: “A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar” (p.12). La enfermedad, sugiere Sontag, es inherente a la condición humana y todos nosotros la experimentamos, de una u otra forma, en algún momento de nuestra vida. No obstante, lejos de ser un simple fenómeno biológico, la enfermedad también está presente en todas nuestras manifestaciones culturales y artísticas. Enfermedad y literatura, por ejemplo, han mantenido siempre una fructífera relación. Consideremos, para empezar, los numerosos autores enfermos cuyos textos son fruto o reflejo de largos padecimientos. Gracia Armendáriz (2010) recuerda, por ejemplo, a Marcel Proust, hijo de médico, que intentó terminar En busca del tiempo perdido encerrado en su casa, incapaz de superar las complicaciones de su asma crónico; también a Camilo José Cela, / 11


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cuyo Pabellón de reposo nació de su propia experiencia como paciente en sanatorios para tuberculosos. Antes que ellos, el eterno enfermo Robert Louis Stevenson afirmaba en una carta a su amigo, el también escritor George Meredith, desde Samoa: “I have written in bed, and written out of it, written in hemorrhages, written in sickness, written torn by coughing, written when my head swam for weakness” (1899, p.388). Fiódor Dostoievski sufría epilepsia y el tema de la enfermedad es recurrente en su narrativa, en la que se manifiesta como el “medio de vehicular la lucha del personaje contra sí mismo y contra otros” (Utrera Torremocha, 2015, p.63). Más recientemente, Roberto Bolaño, poco antes de su muerte a causa de una prolongada insuficiencia hepática, llegó a describir su pasión por el arte de escribir como una enfermedad más, comparándose con Franz Kafka, ilustre tuberculoso, de quien dice: “el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de su escritura? Sinceramente, no lo sé muy bien” (2003). Lo que Bolaño insinúa es que escribir se parece, en cierto modo, a estar enfermo, y no solo por el hecho de que la enfermedad exige, al igual que la escritura, hacer una pausa para reflexionar acerca de uno mismo y de la realidad circundante, sino porque escribir proporciona a menudo una necesaria catarsis para el cuerpo o la mente enferma. Tal como lo describe Juan José Millás (2015b): "La enfermedad es la metáfora perfecta del conflicto que vive el ser humano con la realidad que le rodea. Cuando uno no está de acuerdo con la realidad, es cuando decide escribir o leer, y se es lector por las mismas razones por las que se es escritor: porque uno no comprende lo que ocurre". Es esta necesidad de compresión a la que alude Frank (2013, p. 53), que argumenta que el sujeto enfermo necesita convertirse en “storyteller” para recuperar la voz que la enfermedad le ha arrebatado, pues las historias “do not simply describe the self; they are the self’s medium of being”. Así, para Frank, la enfermedad resulta una ocasión propicia para narrar porque todas nuestras experiencias se articulan en forma de historias, pero también porque el enfermo necesita reafirmarse en que su historia merece ser escuchada (2013, p.56), y porque, mediante el acto de la narración, los enfermos son capaces de ayudar a sanar a quienes los lean o escuchen (2013, p. XX). La enfermedad como tema literario ha tenido un largo recorrido histórico. Autores como Gracia Armendáriz (2010), Paniagua (2012), Utrera Torremocha (2015) y la propia Sontag (2015) coinciden en una cronología básica de la llamada literatura patográfica, cuyos orígenes se remontarían al relato


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bíblico de las diez plagas de Egipto. Muchas obras canónicas de la literatura occidental como el Decamerón de Bocaccio, el Diario del año de la peste de Daniel Defoe o La peste de Albert Camus hablan también sobre grandes epidemias. Por otro lado, la enfermedad ha sido empleada en incontables obras literarias como metáfora de patologías sociales. Un notable ejemplo en nuestra literatura es Alonso Quijano, que sugestionado por una excesiva cantidad de novelas de caballerías acaba perdiendo la razón, lo cual generalmente se ha interpretado como un recurso de Cervantes para denunciar los efectos en la sociedad de este tipo de literatura, cuyo contenido consideraba nocivo e inmoral. En La muerte de Iván Ilich de Tolstoi, la enfermedad sirve para poner en evidencia la hipocresía de la alta sociedad, y en la decadencia física y psicológica del protagonista se observa el sinsentido de una vida guiada por convencionalismos burgueses, egoístas y vacíos. También podemos considerar otro tipo de metáforas, siguiendo la terminología de Sontag, que a lo largo de los siglos se han asociado a la enfermedad. La autora norteamericana señala, por ejemplo, las transformaciones metafóricas de la tuberculosis, enfermedad que los románticos (entre otros los ingleses Shelley, Keats y Byron) convirtieron en toda una corriente estética, puesto que consideraban que dotaba al individuo de una vulnerabilidad atrayente, una belleza mórbida y un comportamiento melancólico que, argumenta Sontag, “era un temperamento superior, característico de un ser sensible, creativo, de un ser aparte” (2015, p.43). Si pensamos, por ejemplo, en La montaña mágica de Thomas Mann, una de las obras cumbre de la literatura occidental del siglo XX, encontramos que la tuberculosis tiene una cierta vinculación a la filosofía, en el sentido de que puede conducir a un estado mental más lúcido, una suerte de grandeza espiritual e ideológica (Utrera Torremocha, 2015, pp.12-13). El pensamiento de que la enfermedad equivale a genialidad y sensibilidad es un mito romántico que ha pervivido hasta nuestros días, solo que, reducida ya la morbilidad y mortalidad de la tuberculosis, ha sido asociado a una nueva enfermedad: la depresión. El psiquiatra estadounidense Peter Kramer ha sido uno de los autores que más ha insistido, en sus numerosas obras de divulgación científica, en la necesidad de desmontar la idea de que la depresión es un estado de ánimo, una actitud vital natural que no solo no necesita tratamiento sino que potencia el genio creativo, puesto que artistas brillantes como Edgar Allan Poe o Vincent Van Gogh habrían sido no solo igual de creativos, sino también más prolíficos de no haber vivido con el sufrimiento que conlleva esta enfermedad (Kramer, 2006, pp.215223). Otra metáfora que está muy presente en nuestro tiempo es aquella de

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la enfermedad como castigo, que para Sontag surgió en la antigua Grecia, se consolidó con la llegada del Cristianismo y originó la idea romántica de que la enfermedad es una manifestación de las pasiones incontroladas. Así pues, “con las enfermedades modernas (antes la tuberculosis, hoy el cáncer), se empieza siempre por la idea romántica de que son expresión del carácter y se termina afirmando que es el carácter lo que las causa”, motivo por el que, en el ámbito literario, Sontag considera que “el antihéroe pasivo (…), de rutina metódica (…), no autodestructivo: prudente; no humorado, ni impetuoso, ni cruel: sencillamente indiferente” sería el “candidato ideal” a enfermo de cáncer, según esta concepción punitiva de la enfermedad (2015, p.58). Por otra parte, cuando hablamos de las manifestaciones culturales de la enfermedad, en particular en el terreno de la literatura, cabe mencionar las relaciones entre el texto médico y el texto literario en el género de la historia clínica, también denominado “relato patográfico” (Laín Entralgo, 1998). Fue Hipócrates quien creó el concepto de historial clínico, que entonces no era sino una descripción de la evolución natural de la enfermedad del paciente, sin detenerse en su historia individual, en la experiencia personal del enfermo y sus mecanismos para afrontar la enfermedad. Entre quienes practican la medicina, la investigación interdisciplinar de ciencias y humanidades conoció una época dorada en el siglo XIX y los albores del XX, cuando se comenzó a reflexionar acerca de la función de las humanidades en la comprensión, la divulgación y el aprendizaje de la medicina, creándose así un ámbito de estudio que se ha denominado humanismo médico (Pose, 2008), cuya premisa fundamental es que “no hay enfermedades sino personas que enferman” (Piñas, 2012). Profesionales como Gregorio Marañón, Juan Rof Carballo y Pedro Laín Entralgo participaron de esta “mentalidad antropopatológica” (Laín Entralgo, 1998, p.683), así como Sigmund Freud o Alexander Luria. El humanismo médico introduce la idea de convertir la historia clínica hipocrática en una narración que sitúe en el centro al sujeto de la enfermedad, un relato en el que exista “un «quién» además de un «qué», un individuo real” (Sacks, 2002, p.12). De este modo, la medicina se convierte en literatura. Uno de los más brillantes autores dentro de esta nueva concepción de la historia clínica es el recientemente fallecido doctor Oliver Sacks, cuyas obras El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y Un antropólogo en Marte recogen casos de pacientes reales, personas con trastornos neurológicos o psiquiátricos que conviven de forma diferente con la enfermedad y con el mundo que les rodea. La primera de ellas contiene hasta veinte historiales clínicos, todos ellos relacionados, de algún modo, con la desintegración del “yo”. El propio


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relato que le da título al libro trata sobre un eminente profesor de música que era incapaz de reconocer las caras de sus alumnos y familiares, o de averiguar la función de objetos cotidianos, pero conseguía desenvolverse en el día a día relacionando todo lo que percibía a través de sus sentidos con canciones. Su cerebro solo procesaba conceptos musicales abstractos, mientras que el mundo de los seres y objetos concretos le era totalmente desconocido, por lo que se desorientaba en el momento en que se le interrumpía su constante tarareo. Sacks justifica su interés por este tipo de trastornos neurológicos argumentando que no corresponden simplemente “a una mera pérdida o un mero exceso” de una función cerebral (2002, p.24), sino que dañan la identidad del sujeto enfermo, el cual, en su experiencia, siempre lucha por restaurarla o preservarla a toda costa.

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De qué hablamos cuando hablamos de patografía gráfica

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l tema de la enfermedad como generadora de un conflicto de identidad, en especial en relación con determinados trastornos psiquiátricos o procesos neurodegenerativos, ha comenzado recientemente a ser explorado en el terreno del cómic. Ahora bien, ¿cuál ha sido, históricamente, el papel de la enfermedad y la medicina en el cómic, y qué puede aportar este formato al estudio de la enfermedad en el ámbito de las humanidades? En las últimas décadas, muchos creadores de cómic han hecho de la enfermedad el tema central de obras que pertenecen a una nueva forma de expresión literaria que generalmente recibe el nombre de “novela gráfica”. Este término ha sido a menudo objeto de polémica y cuenta con numerosos detractores tanto entre los propios creadores de cómic como entre sus lectores e investigadores. Quienes no son partidarios de su uso argumentan que supedita el cómic a otro tipo de lenguaje narrativo, además de que la distribución y venta de novelas gráficas en determinados ámbitos comerciales están muy ligadas a los intereses del mercado editorial, por lo que hay quienes opinan que es simplemente una etiqueta que “viene usándose como aval para ubicar los tebeos en los estantes de las librerías generalistas” (Barrero, 2007, p.222). En contra de esta terminología ha surgido, por ejemplo, la de narrativa gráfica o graphic narrative, empleada por Hillary L.Chute (2010, p.3), quien argumenta que muchas de las publicaciones que desde los años ochenta se denominan

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novelas gráficas no son, en absoluto, novelas, sino más bien libros de no ficción, a menudo de carácter confesional, o que contienen una mezcla de autobiografía y ficción. Pese a la controversia, consideramos que el concepto “novela gráfica” sí que resulta útil en el ámbito académico, puesto que se aplica a obras que presentan ciertas particularidades en los niveles de forma, contexto de publicación y contenido, tal como defienden Baetens y Frey (2015, p.5), que las distinguen de otros formatos de cómic como el comic book estadounidense o el álbum francobelga. Desde el punto de vista formal, la novela gráfica suele reflejar un estilo individual, de autor, que resulta reconocible y que poco se parece al de las publicaciones para consumo de masas como el comic book, en las que los dibujantes trabajan en una cadena de producción y no tienen libertad para tomar decisiones sobre el estilo de dibujo, la distribución de las imágenes en la página o el número de páginas del producto final. En lo que se refiere al formato de publicación, las novelas gráficas tienden al formato libro y a evitar la serialization, esto es, la publicación periódica e individual de números en una serie. Es cierto que hay autores que, por cuestiones comerciales, publican sus novelas gráficas de forma serializada, pero en ellas se mantiene siempre un principio básico: la unidad temática. El formato libro acerca a este tipo de publicaciones a la novela tradicional, a la vez que las aleja claramente de otros formatos de cómic, lo cual también es indicativo de que tiene unas intenciones diferentes a las de estos. En cuanto a su producción y distribución, son publicadas, generalmente, por editoriales especializadas en el campo de la novela gráfica. Además, el hecho de que, desde el principio, se hayan vendido en librerías y no solamente en kioskos o tiendas de cómics ha jugado un papel determinante en su legitimación como medio narrativo. Finalmente, las novelas gráficas se caracterizan por su temática y contenido. En las décadas de 1930 y 1940, los comic books de superhéroes eran el pasatiempo favorito de los niños y adolescentes norteamericanos. En 1954, el influyente psiquiatra Fredric Wertham publicó un estudio titulado Seduction of the Innocent, en el que explicaba sus teorías acerca de la perversión y la violencia en los cómics y sus negativos efectos en los más jóvenes. Sus ideas tuvieron tal repercusión que Senado estadounidense acabó implantando una regulación censuradora conocida como Comics Code. La nueva ley prohibía la mayoría de contenidos que hasta el momento habían aparecido en los más exitosos comic books. En el periodo posterior al Comics Code comienza la llamada revolución de los comix underground, pues la estricta censura sirve como desafío para los creadores y los impulsa a realizar otro tipo de


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trabajos, dirigidos a otro tipo de lectores; obras adultas, de tipo experimental, confesional, identitario… Hatfield (2005, pp.7-18) argumenta que los comix revolucionaron para siempre la forma de entender las narrativas gráficas, pues ampliaron sus posibilidades expresivas y dieron pie a que los autores se liberaran de las restricciones del formato del comic book y apostaran por historias más largas, sentando las bases del diverso panorama que hoy en día podemos encontrar en el campo de la narración gráfica. Las novelas gráficas, herederas de esta revolucionaria tradición underground, cuentan con protagonistas corrientes, personas que no ocultan ninguna identidad secreta ni viven apasionantes aventuras, sino que llevan una vida convencional y han de lidiar con problemas cotidianos. No están pensadas para ser leídas por un lector infantil o juvenil y, en muchas ocasiones, narran historias reales o con escaso contenido de ficción. En este sentido, el género de la autobiografía, que tuvo considerable relevancia dentro del comix underground estadounidense de los 60 y 70, y existe en la novela gráfica desde sus inicios, es uno de los más cultivados dentro del panorama actual. Está presente, por ejemplo, en la aclamada Maus de Art Spiegelman, que en 1992 se convirtió en la primera novela gráfica en ganar un Premio Pulitzer, por lo que no solo tuvo una grandísima influencia en la creación de cómic autobiográfico a nivel mundial, sino que inició el camino del reconocimiento de la novela gráfica como un soporte tan válido para tratar este tipo de temas como la narrativa convencional. En el ámbito de la crítica, las narrativas gráficas de corte autobiográfico reciben también el nombre de memorias gráficas o graphic memoirs (O’Brien, 2013). Solo en el contexto de libertad creadora que ofrece este tipo de cómic es posible el tratamiento de un tema como la enfermedad. Will Eisner, considerado el padre de la novela gráfica, pues su obra A Contract with God de fue el primer cómic en comercializarse como graphic novel en 1978, habla sobre enfermedad en obras como Invisible People (1993), donde propone tres historias sobre habitantes anónimos de Nueva York cuyas vidas están marcadas por absurdos malentendidos burocráticos y crisis de identidad, al estilo de Kafka o Gogol. En esta cotidianidad trágica viven, entre otros, el mágico sanador Morris, o la solitaria Hilda Gornish, que pasa la mitad de su vida cuidando de su padre enfermo. La conciencia de autor de los creadores de novela gráfica, unida a menudo a un deseo personal de darle forma a una experiencia traumática, han propiciado que el tema de la enfermedad se haya manifestado recurrentemente en este tipo de narrativa gráfica desde sus inicios. Si bien existen decenas de obras gráficas que podemos considerar paradigmáticas

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en cuanto al tratamiento de la enfermedad, vale la pena destacar al menos tres que, pese a haber sido publicadas en décadas diferentes, han marcado importantes hitos en la historia de la narrativa gráfica sobre enfermedad tal como la conocemos. En primer lugar podemos situar el cómic del autor estadounidense underground Justin Green titulado Binky Brown meets the Holy Virgin Mary (1972), en el que narra su propia experiencia como enfermo de neurosis compulsiva en su infancia y adolescencia, síntoma de un trastorno obsesivo-compulsivo que no le fue diagnosticado hasta la edad adulta, a través de la figura ficticia del joven Binky Brown. La estricta educación católica de Brown y su repentino descubrimiento del sexo, tema sobre el que se siente confuso y desinformado, acrecientan sus ya existentes obsesiones con hipotéticas tragedias que sucederán si no lleva a cabo determinadas acciones repetitivas.

Imagen 1. Binky Brown meets the Holy Virgin Mary, 1972. El autor-narrador relata algunos de los comportamientos rituales del protagonista, trasunto ficticio de sí mismo.

Si bien se suele considerar que Binky Brown no es una novela gráfica sino, más bien, un comic book, Justin Green es uno de los primeros exponentes de la corriente de cómic autobiográfico iniciada dentro de la escena underground. También es pionero en cuanto al tratamiento gráfico de la enfermedad mental mediante imágenes explícitas que nos sumergen en la mente del personaje, mostrándonos como reales sus pensamientos obsesivos e indagando en la forma en que estos se desarrollaron a lo largo de su vida.


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Imagen 2. Binky Brown meets the Holy Virgin Mary, 1972. Green se dibuja a sí mismo en diferentes etapas de su vida. Los rayos que emanan de sus extremidades y su entrepierna tienen que ver con su fijación con que ninguna de esas partes de su cuerpo se coloque en la trayectoria de una imagen mariana o de cualquier otro objeto que haga referencia la Virgen.

En segundo lugar, cabe citar Epiléptico, de David Beauchard, cuyo título original es L’Ascension du Haut Mal y que fue publicada por la editorial francesa L’Association (de la que Beauchard es miembro fundador) en seis volúmenes, desde 1996 hasta 2003, aunque desde entonces se ha comercializado como un volumen único. Epiléptico ha sido, quizás junto con Pastillas Azules, del suizo Frederik Peeters (publicada en 2001), la primera memoria gráfica sobre enfermedad del panorama europeo en alcanzar reconocimiento de la crítica a nivel internacional y en convertirse, además, en un éxito editorial. Epiléptico es la historia de la familia del autor, marcada por la enfermedad de su hermano mayor, Jean-Christophe. Como señala Quim Pérez en el epílogo a la más reciente edición de Epiléptico en España, decir que el trabajo de David B. trata simplemente sobre la epilepsia sería hacer un pobre resumen del mismo. En su opinión, resultaría más apropiado definirlo como “una crónica subjetiva de la evolución imparable de la enfermedad y cómo esta va dominando, más bien tiranizando, todos los ámbitos de la existencia de los protagonistas” (Pérez, 2013, p.371). Su complejidad, argumenta, hace a esta obra susceptible de muchas lecturas, desde una sociológica “centrada en el rechazo al otro” y una terapéutica, que busca sanar un mal que “moraba en el extrarradio de la ciencia médica”,

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Imagen 3. Epiléptico, ed. 2013, p.15. La familia Beauchard busca segundas y terceras opiniones para paliar los ataques epilépticos de su hijo en la década de 1960. Tanto los médicos como los chamanes y espiritistas a los que acuden en su desesperación les aseguran existe una forma de curarlo.

hasta una mitológica o esotérica que localizamos en los encuentros del autor con seres extraordinarios llegados de otras dimensiones (espíritus, monstruos, dioses de otros tiempos), en los que “aflora su verdad personal más pura” (Pérez, 2013, pp.371-372). David B., en definitiva, construye un relato que trasciende lo estrictamente biográfico y patográfico, ofreciéndonos una amplia perspectiva acerca del modo en que una enfermedad crónica define, de un modo u otro, la identidad tanto del sujeto enfermo como de su círculo social más cercano.


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Imagen 4. Epiléptico, ed. 2013, p.317. El autor se plantea escribir sobre la epilepsia de su hermano al ser preguntado constantemente por su experiencia. La comparación entre la enfermedad y la batalla es habitual en toda la obra.

En tercer lugar, podemos destacar Mom’s cancer, del norteamericano Brian Fies, que en 2005 se convirtió en el primer cómic sobre enfermedad en ganar un Premio Eisner, el reconocimiento más prestigioso de la industria del cómic, en la categoría de Mejor Cómic Digital. Esto se debe a que, antes de ser recopilado en formato libro por la editorial Abrams en 2006, Mom’s cancer apareció en forma de web comic en el blog de su autor a lo largo del año 2004. Fies narra en Mom’s cancer las dificultades que atraviesa su familia a raíz del cáncer de su madre, al mismo tiempo que navega a través del intrincado sistema sanitario estadounidense, que le proporciona tratamiento. Fies hace hincapié en las cualidades, tanto positivas como negativas, de los profesionales que se encargaron del cuidado de su madre, al tiempo que señala las deficiencias del sistema y la precariedad que en él sufren de los enfermos de cáncer.


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Imagen 5. Mom’s cancer, 2006, p.33. La madre del autor, durante una de sus sesiones de quimioterapia, junto a sus objetos personales.

Además, Mom’s cancer, como Epiléptico, se ocupa de reflejar las tensiones que afectan al núcleo familiar a raíz de la enfermedad. El autor, quizás con el objetivo de presentar su historia como un ejemplo universal, evita mencionar al resto de personajes protagonistas por su nombre propio, refiriéndose a ellos simplemente como “hermana enfermera” (“nurse sis”), “hermana pequeña” (“kid sis”) y “mamá” (“mom”). Cada uno de ellos tiene cualidades y experiencias que, en los momentos más críticos, intentan hacer prevalecer sobre las de los demás, convencidos de que solo así podrán salvar a su madre. En muchas ocasiones, sus estrategias y perspectivas sobre cómo hacer frente a un determinado conflicto, ya sea este médico o familiar, chocan entre sí, dando lugar a inevitables peleas. Es por este motivo que en el capítulo titulado “Rx Kryptonite” (pp.41-44), Fies se dibuja a sí mismo y a sus hermanas como superhéroes en plena batalla, siendo sus superpoderes una versión exacerbada de alguna de sus características personales en relación a su rol en el cuidado de su madre: él es el super escritor que posee toda la información, “nurse sis” es una super enfermera, y “kid sis” es, muy a su pesar, una chica invisible.


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Imagen 6. Mom’s cancer, 2006, p.41. “When people face an emergency, they just become more of what they already are, like they get superpowers”.

En una línea similar podemos encontrar novelas gráficas como Our cancer year (1994) de Harvey Pekar, Joyce Brabner y Frank Stack, Janet and Me: an illustrated story of love and loss (2004) de Stan Mack, o Cancer Vixen (2007) de Marisa Acocella Marchetto. Todas ellas comentan las frustraciones del cáncer y la quimioterapia, además de las dificultades para procesar valoraciones médicas contradictorias y manejar los laberintos burocráticos de las compañías de seguros. El doctor en medicina, profesor y creador de cómics británico Ian Williams considera que, a la luz de la proliferación de narrativas gráficas en relación con la enfermedad en las últimas décadas, se hace necesario que estas sean introducidas en el campo de estudio de las humanidades médicas, puesto que constituyen un valioso material para la enseñanza y aprendizaje de la medicina y el cuidado de la salud. En el año 2007, el propio Williams, en compañía de los profesores de literatura y humanidades Susan Merrill Squier, Scott T. Smith y Kimberly R. Myers, el doctor en medicina interna y también profesor Michael J. Green, y la artista y enfermera M.K. Czerwiec, crea el grupo de investigación y divulgación Graphic Medicine, dedicado al estudio y difusión

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de este tipo de cómics, a los que suelen denominar graphic pathographies (patografías gráficas). El colectivo Graphic Medicine, hoy convertido en un movimiento global, considera que los cómics sobre enfermedad juegan un importante papel a la hora de reflexionar sobre las percepciones culturales de la medicina, relatar la experiencia subjetiva de profesionales médicos y pacientes, facilitar la discusión sobre temas complejos como los diferentes tipos de tratamientos, y ayudar a otros enfermos, familiares y facultativos a lidiar con la enfermedad, entre otras cuestiones. Además, tal como declaran en su Graphic Medicine Manifesto (2015, p.2): Graphic Medicine is also a movement for change that challenges the dominant methods of scholarship in healthcare, offering a more inclusive perspective of medicine, illness, disability, caregiving and being cared for.

Desde esta perspectiva, Williams (2011) destaca, entre otras, a Mom’s cancer, por su capacidad para combinar una perspectiva íntima sobre la enfermedad con un punto de vista científico sobre la misma. También defiende que la representación gráfica de la enfermedad es capaz de influir en la percepción que otros tienen de ella. En este sentido, a través de sus illness narratives (Weingarten, 2001; Frank, 2013), los artistas de cómic pueden cambiar la experiencia de la enfermedad de los lectores. Williams pone como ejemplo la novela gráfica I am not these feet (2008) de la finlandesa Kaisa Leka, que documenta su decisión de someterse a una amputación quirúrgica de pies, donde padece una deformidad congénita, para reemplazarlos por prótesis de alta tecnología. Lo curioso es que Leka, siguiendo la estela de Art Spiegelman, se dibuja a sí misma como un ratón, liberándose así de la necesidad de representar de forma rigurosa la figura humana, incluyendo sus malformaciones, lo cual redefine su propia relación con la enfermedad al tiempo que centra la atención de los lectores en su mensaje de esperanza y superación en lugar de en lo grotesco de la deformidad (Williams, 2011). Recientemente, la influencia del movimiento internacional Graphic Medicine en el ámbito hispánico se ha traducido en el nacimiento del colectivo Medicina Gráfica, que persigue los mismos objetivos que su homólogo anglosajón. El proyecto fue iniciado por la doctora Mónica Lalanda y actualmente está formado por diversos profesionales de la medicina y el cuidado de la salud procedentes de varios países hispanohablantes.


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Así pues, a lo largo de la historia han existido todo tipo de narrativas en torno a la enfermedad, lo cual no ha pasado desapercibido a los ojos de los numerosos pensadores y críticos que se han consagrado a su estudio. La literatura ha propiciado la difusión de determinados mitos que han tenido gran resonancia en nuestro imaginario cultural y que en gran parte han definido nuestra forma de entender la enfermedad como fenómeno humano. Esta es precisamente una de las perspectivas sobre enfermedad que interesan al humanismo médico, que históricamente ha buscado tanto resaltar qué formas de comprender la enfermedad están presentes en el discurso literario, como acercar el discurso médico al sujeto humano de la enfermedad. Si pensamos en ejemplos de ilustres médicos literatos y de autores con conocimientos o formación médica podemos citar desde Aristóteles, Lucrecio o Averroes hasta Rabelais, Goethe, Conan Doyle, Chéjov, Pío Baroja o Luis Martín-Santos (Utrera Torremocha, 2015, p.10), pero la tarea de convertir las historias clínicas en un género literario, propia de algunos médicos humanistas, desafía tanto los límites de la ciencia como los de la literatura. En las últimas décadas, la novela gráfica ha abierto los horizontes hacia una nueva concepción de la narrativa patográfica y nos ha proporcionado multitud de historias humanas, normalmente testimonios en primera persona, cuyas imágenes no solo enriquecen el texto narrativo, sino que proponen nuevas formas de entender la enfermedad. En este trabajo nos ocupamos de analizar, fundamentalmente, dos patografías gráficas (siguiendo la terminología del colectivo Graphic Medicine) que tratan la enfermedad bajo diferentes perspectivas y con diferentes propósitos. La primera de ellas es Arrugas, obra del español Paco Roca, que se publicó por primera vez en 2007 y en el año 2012 se convirtió en una película de animación ganadora de dos Premios Goya. Pese a que, como apuntábamos anteriormente, es habitual que las novelas gráficas de sobre enfermedad se ajusten a las formas literarias del “yo”, Arrugas constituye la excepción que confirma la regla, puesto que es una historia de ficción. Con el propósito de visibilizar en la cultura popular a las personas mayores, un grupo de población cada vez más numeroso en nuestro país, Paco Roca crea una emotiva historia de amistad en la vejez, protagonizada por varios habitantes de una residencia de ancianos. Arrugas trata sobre la soledad de nuestros mayores, sobre sus miedos y achaques, pero también proporciona un poderoso relato acerca de la enfermedad de Alzheimer y sus devastadoras consecuencias. La segunda es la autobiografía del británico Darryl Cunningham titulada Psychiatric Tales y publicada en 2010. En ella, Cunningham combina la

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Inés González Cabeza

graphic memoir y la historia clínica, retratando tanto sus vivencias como enfermero en un hospital psiquiátrico como las experiencias, síntomas y dificultades de los enfermos a su cuidado. Persigue con ello un triple objetivo: conseguir cierta catarsis para sus propios problemas psiquiátricos, reivindicar el trabajo de los profesionales que consagran su trabajo a las enfermedades de la mente en lugar de las del cuerpo, y homenajear a todos aquellos pacientes que conoció en su etapa como enfermero, esperando que sus historias puedan servir a otros a comprender o superar una enfermedad. También es destacable el carácter divulgativo de la obra de Cunningham, puesto que habla de las causas y consecuencias de diferentes enfermedades mentales, desmontando esos mitos o metáforas de las que hablaba Sontag, que son a menudo fuente de estigmatización y exclusión social. Como fenómeno creativo ligado a la cultura popular, el cómic ha sido y continúa siendo un lenguaje que reivindica su legítimo espacio como medio narrativo. La novela gráfica ofrece un amplio espectro de posibilidades expresivas a la hora de representar la enfermedad, motivo por el que vale la pena considerar este tipo de obras como una valiosa fuente de conocimiento tanto para la literatura como para la medicina. Con el análisis de Arrugas y Psychiatric Tales pretendemos dar cuenta de las particularidades del formato del cómic en el tratamiento del tema de la enfermedad desde el punto de vista de la ficción, la autobiografía y la historia clínica, además de reflexionar sobre de qué forma ambas pueden servir como objeto de estudio para el humanismo médico.




Esta primera edición del libro de Inés González Cabeza

Imágenes de la enfermedad en el cómic actual número 3 de la Colección Grafikalismos se terminó de imprimir en octubre de 2017

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