Artículos y Estudios de Costumbres Chilenas

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JOTABECHE. A RTÍCr L O S I

ESTUDIOS

i» i-i

COSTUMBRES

CHILENAS

ESCRITOS

ron

DON JOSÉ JOAQUÍN VALLEJO.

1885 SANTIAGO

DE

CHILE.

SB VKXDK ES TODAS U S J.HUÍUJAS DE LA ÍIKPCBLICA.


ÍNDICE. P.'ijiua

Carta Copiapó Mineral do C'hañaroillo L a mina de los Candeleras El derrotero de la veta de los Tres Portezuelos E l carnaval Los descubridores del mineral de Chañareillo Vallenar i Copiapó El puerto de Copiapó Copiapó. Las tertulias de esta fecha Pampa larga Paseos p o r la tarde (1." artículo) Paseos por la tarde (2.° artículo) Carta de Jotabechc a un amigo en Santiago Cosas notables Una enfermedad Teatro de Copiapó Carta de Jotabeche A l g o sobre, los tontos ¡Segunda carta de Jotabeche Un chasco Jotabeche de visita Un viajecito p o r mar Carta de Jotabeche E s t r a d o s de mi diario Suplemento a los e s t r a d o s de mi diario El espíritu de suscripción

1 1

19 25 34 41 48 57 <« 73 80 87 'Jo 101 10 < 113 11! 12i 131 138 146 152 161 168 1' 182


VI 1'ájiiia.

Invocación — El provinciano L a cuaresma E l provinciano en Santiago ¡Qién te vio i quién te v é ! El provinciano renegado

192 201 200 221 228

L o s chismosos Los cangalleros Artículo que no me compromete con alma viviente El último jci'e español en Arauco Las salidas a paseos El liberal de Jotabechc Francisco M o n t e r o . (Recuerdos del año 1820)

235 241 247 255 266 275 282

. . . .


CARTA DE

JOTABECHE.

M A I P O , Abril

Mi

23

de

1SÍ1.

querido Manuel:

Y a estoi de vuelta, i puedo asegurarte que vengo de cordillera, c o m o dicen, hasta los ojos. E l 10 del corriente salí de aquí con aquel gusto que sentimos al emprender un viaje en el que esperamos ver cosas n u e v a s , i recorrer lugares de los que no c o n o c e mos sino sus nombres. Desde que entré al cajón de Maipo empezó a satisfacerse mi curiosidad. L a b o c a t o m a del canal de este n o m b r e , los obstáculos vencidos en su n a c i m i e n t o , el caudal considerable de agua que contiene antes de dividirse en sus muchas ramificaciones, i la p o b l a c i o n c i t a que forman los encargados de mantener i de reparar esta obra i m p o r t a n t e , son ya objetos dignos d e ser visitados, dignos de un alto para examinarlos d e tenidamente. Hasta este punto, el camino de la capital es magnífico; i con semejante ventaja, la b o c a - t o m a del canal p o d r í a ser un paseo divertido e interesante para los aficionados a salir al campo en nuestras hermosas J OTAD ECHE.

1


2 primaveras o en las madrugadas del verano. H a c i a el interior, aunque se va aumentando progresivamente el e n canto, con el imponente espectáculo de una naturaleza i n mensa en sus elementos i en la variedad de sus cuadros, las diñcultades del camino son bien considerables, al m e nos p a r a los que saben desplegar m u c h a alegría en sus escursiones i correr a caballo p o r los campos que a c o s tumbran visitar c o n frecuencia. Si no fuese así, y o les recomendaría el pueblecito de San José i los puntos i n termedios, c o m o de los mejores, en las cercanías de S a n tiago, p a r a divertirse i solazarse sin las i n c o m o d i d a d e s de Colina, sin los peligros i el p o l v o de R e n c a , sin l a tristeza mística de Apoquínelo, i con todos los atractivos que vamos a buscar l o c a m e n t e , sobre t o d o , en las d o s primeras Babeles. L a s cerranias peñascosas p o r entre las cuales se ha abierto camino el bullicioso M a i p o ; l o s bosques que cubren i embellecen las infinitas q u e b r a d a s quo se suceden paralelamente unas a otras; la a b u n dancia de deliciosas frutas, la feracidad del terreno que hai c u l t i v a d o ; las aguas cristalinas i riquísimas de a r royos innumerables; las muchas casitas que se encuentran al paso, i la lozanía de las muchachas que viven en ellas, no harían p e r d i d o un paseo a esa parte casi desconocida de los habitantes de Santiago. San José, en particular ofrece cuanto p u e d e desear una familia para pasar cóm o d a i alegremente una temporadita ele v e r a n o , si b u s c a una temperatura deleitable, baños excelentes, aire p u r o , en medio de una naturaleza noble, pintoresca i brillante, i de un vecindario cariñoso cuyas costumbres sencillas desconocen los corsees, las corbatas i las domas torturas' de la etiepueta.

Mas a d e l a n t e , quiero decir, mas hacia la corelillera, siento confesar que en mi opinión el país no presenta ínteres sino al estudio de los que p o r profesión hacen


el de la naturaleza, o de los que p o r el temple de su alma se c o m p l a c e n mas i m p o n e n t e , lo mas grandioso de mensa, sobre la cual viajamos p o r el

los sentimientos o en contemplar lo esta máquina i n espacio.

Como a 25 leguas de Santiago, dejando atrás el c a serío de San Gabriel, empieza a variar el paisaje i a desnudarse de toda vejetacion para sólo ofrecer a la vista riscos, piedras enormes, a b i s m o s , p r e c i p i c i o s , torrentes i cuanto no puede mirarse sin esperimentar un involuntario terror i una melancolía alarmante. X o bai allí aquel amable silencio del b o s q u e que nos embelesa, c a r gando de mil gratas ilusiones la imajinacion a d o r m e c i d a ; que nos b a c e recordar la dicba pasada i creemos gozarla de nuevo, o que nos pinta c o m o presente el blanco lejano de la esperanza: nada que embriague dulcemente el alma, que suavice el ardor de las pasiones que la dominan. E l corazón se llena de tristeza, poro de aquella tristeza del m i s á n t r o p o , que le b a c e acusar al b o m b r e ; que le trae a la memoria las persecuciones de la ingratitud, las penas en que le ban sumerjido la calumnia i la venganza: de aquella que nos obliga a despreciar todo sentimiento de reconciliación con nuestros enemigos, i aun con la felicidad m i s m a , si nos hubiera de costar el sacrificio de nuestros odios. No creas, M a n u e l , que te pinto lo que yo sentí al recorrer esos y e r m o s ; p o r q u e sabes mui bien que los p o c o s amigos que tengo, no me hacen echar menos los ya perdidos, i los que iré perdiendo así que me sea mas difícil sujetarlos. P e r o al hallarme en medio de aquellos mas que agrestes l u g a r e s , m e puse a imajinar lo que sentiría un emigrado transandino, que huyendo de los verdugos de su p a t r i a , i considerándose ya seguro en nuestro suelo, se p a r a s e , p o r primera vez, a reflexionar sobre su suerte; sobre la que correrían en ese instante 1*


4 su familia i aquellos de sus amigos que no habia visto subir al cadalso, i sobre las irreparables desgracias del pais de su cuna. Me figuré que los ecos de aquellas horrorosas soledades habrían repetido muchas veces las imprecaciones de esos fujitivos desgraciados, sus horribles juramentos de venganza i la espresion ardiente de su rabia i de su despecho. E l recuerdo de una esposa a b a n d o n a d a o el de una querida espuesta a la brutalidad de los b á r b a r o s , no humedecería allí sus ojos. L o s abismos i peñascos que en esos sitios rodean al viajero, alejan de su corazón t o d o sentimiento de ternura, A los dos dias i medio de marcha, llegamos a la falda de la cordillera principal, en el punto denominado Volcan, p o r ser la base de un cerro elevadísimo en cuya cima existe uno que tiene el n o m b r e de San José. Estaba entonces en pequeña erupción, i desde abajo divisamos los p e n a chitos de humo que salían por su cráter, de minuto en minuto, p o c o mas o menos. Esto fué el 13, a las doce del dia. El aire se hallaba en perfecta c a l m a , ni una sola nube aparecia a la vista, i sentíamos bastante calor a pesar de hallarnos entre la nieve. Divisamos unas vacas que pacían en un lugar todavía muí superior al en que nos h a l l á b a m o s , i a fin de reconocerlas p o r si entre ellas habia algunas de las nuestras, nos pusimos a trepar el cerro, b u s c a n d o lo mas accesible, hasta d o minar el punto en que habíamos divisado los animales, no pudiendo por las fragosidades del sitio allegarnos a ellos. Desde allí empezamos a gritar casi todos juntos para hacer que las vacas descendiesen al fondo de la q u e b r a d a ; p e r o uno de los vaqueros prácticos que nos a c o m p a ñ a b a n , nos dijo en eso instante: no griten Veis, porque el cerro puede enojarse. Consejo que p o r e n t o n ces creí digno de algunas esplicaciones, aunque p o c o de spues vi realizados los temores del huaso. Antes de


ü

cinco minutos la calma en que nos h a l l á b a m o s se transformó en un viento impetuoso que levantaba remolinos de polvo p o r todas p a r t e s , i cuyo frió se hacia mas i mas irresistible. El cerro del Volcan cubrióse de una espesa niebla hasta mas de la mitad, i mui p r o n t o tuvimos que descolgarnos p o r aquellos r i s c o s , huyendo de la borrasca deshecha que se nos venia encima. X o necesito d e cirte que no sé esplicarme este fenómeno verdaderamente a s o m b r o s o , aunque lo he visto i contemplado con m u c h í sima curiosidad, desde que empezó a manifestarse. No hai en la Cordillera gran vejetacion, quiero decir b o s q u e s , ni aun de a r b u s t o s ; pero luego q u e , p o r los calores, del v e r a n o , desaparece la n i e v e , se c u b r e de pastos abundantes; i puede entonces recibir animales hasta que se acerca de nuevo el tiempo del frió. Las quebradas i pequeñas llanuras forman otros tantos p o treros que llevan diversos n o m b r e s ; i casi todos están tan bien cerrados naturalmente, que la comunicación de unos con otros es mui difícil; i quizá el instinto mismo de los animales, tan superior para descubrir salidas de sus encierros, no es suficiente a encontrarlas en esos lugares. H e visto potreros con mas pasto verde en abril que los llanos mas feraces en primavera, i engordan en ellos las vacas tanto c o m o en los famosos de las cercanías de Santiago. Ilai también algunas minas de plata i de c o b r e , que se están trabajando, aunque no sé decir si con p r o v e c h o o sólo con esperanzas. Entre los empresarios se cuenta un h o m b r e que parece hallarse enlazado con la desgracia; i que, desde m u c h o tiempo há, es el blanco de los tiros del infortunio. A sus canas han sobrevenido las especulaciones frustradas; a éstas la muerte de sus h i j o s ; a la muerte de sus hijos el hroceo de sus minas, al hvoceo de sus minas, el incendio de su casa, i al incendio


6 de su casa, la prisión de los lujos que le quedan vivos, p o r acriminaciones políticas. ¡Bien venido seas mal, si tienes solo!! El h o m b r e que resiste a tantos golpes ¿ n o es tan imponente i respetable c o m o las moles de granito de las cordilleras que he r e c o r r i d o ? ¿ n o es el digno b a r ó m e t r o en que deben c o n o c e r los grados de su d e s gracia, los que tanto lloran i se lastiman p o r u n t r o p e zón que dan en la carrera de la vida? He v i s t o , en fin, mi querido M a n u e l , lo que sólo deseaba ver, p o r q u e no lo c o n o c í a , i lo que ahora q u i siera que tú vieses, p o r q u e merece ser visto. Cascadas elevadísimas; cerros cortados p o r la corriente continua de las aguas, quién sabe durante cuántos s i g l o s ; el inmenso M a i p o , que fertiliza tantas tierras i se derrama p o r tantas partes, pasando p o r entre dos peñascos que apenas le permiten un paso tan angosto que puede salvarse de un b r i n c o ; rios que nacen de repente del pié de una montaña i se pierden en los abismos que cubre la base de o t r a ; cerros desquiciados i desprendidos a impulsos de alguna fuerza superior aun a los cálculos de la imajinacion del h o m b r e , i t o d o esto sembrado en la grande estension que alcanza a abrazar la vista. A c o s t u m b r a d o a sólo c o n o c e r la naturaleza en sus v u l gares funciones, si p u e d e n llamarse así, do p r o d u c i r , descansar i volver a p r o d u c i r ; a sólo ver bosques, llanos, mansos rios, colinas p o c o elevadas, donde se halla trazado un orden inalterable i m o n ó t o n o , se abisma uno al e n contrarse rodeado de toda la majestad imponente de la c r e a c i ó n : al hallarse en un teatro que la naturaleza parece haber querido adornar con sus propias ruinas, con pruebas sorprendentes del inmensurable p o d e r con q u e sabe o b r a r sus revoluciones i trastornos. Al

dejar esos sitios, ¡ c u a n nobles i elevadas

ideas


nos a c o m p a ñ a n ! ¡ q u é mezquino nos parece lo que v o l vemos a ver! T e n g o un sentimiento profundo de no saber espresarte, c o m o yo quisiera, lo que be sentido, lo que he g o z a d o , i cuanto me decía el alma en los momentos en q u e , con tanto p l a c e r , me ponia allí a interrogarla.


COPIAPÓ.

Antes de ahora, hubo otra é p o c a floreciente también para esta isla del desierto. Siguióse una larga serie d e años en que la p o b r e z a , el hambre i la sed, la peste i los temblores le imprimieron alternativamente el sello de la miseria, haciendo emigrar o m o r i r a sus habitantes,, arrasando el recinto de la p o b l a c i ó n i consumiendo la verdura del valle donde está f u n d a d a , hasta ofrecer el mismo aspecto de los d e s p o b l a d o s que lo circundan. En mi juventud visité a Copiapó. Un terremoto e s pantoso a c a b a b a de asolarle. Las jentes le habían a b a n d o n a d o casi del t o d o i vagaban p o r los áridos p e ñ a s c o s de las inmediaciones llorando sus perdidos h o g a r e s , i aplacando con penitencias la cólera divina. Sus calles, señaladas entonces p o r líneas paralelas de e s c o m b r o s , inspiraban una abrumadora tristeza, un d o l o r m u d o c o m o el silencio de sus ruinas. Nada mas m e l a n c ó l i c o que la vista de un solar, de un p u e b l o donde ya nadie habita. L n cementerio tiene mas señales de v i d a : las cruces, l o s epitafios i los mismos sepulcros que la vanidad r o d e a de aparatos, nos revelan una nueva existencia, la existencia de la eternidad; pero una ciudad desierta es la imájen del c a o s , el tipo de la destrucción j c n c r a l del Universo. T


9 E l 10 de m a y o de 1819 salí de aquí en c o m p a ñ í a devarias familias que emigraban al Huasco i la Serena. Poseídos todos de un sentimiento amargo dijeron sus adioses al país de su c u n a , bien así c o m o si se despidieran de un amigo dejándole a b a n d o n a d o a su i r r e p a rable infortunio. Huían de un sitio en que temían e n c o n trar su sepulcro, pero l l o r a b a n : p o r q u e aun el feliz asila en el estranjero, hace r e c o r d a r con doble amargura las desgracias de la patria. Veinte i dos años después he vuelto a pisar este suelo que en aquel tiempo ofrecía la pintura de una maldición.. ¡Qué diferencia! ¡Qué contraste forma lo que veo con mis r e c u e r d o s ! ¡Suerte, fortuna, ser invisible que dirijes los destinos del h o m b r e i de los p u e b l o s ! cuanto m i r o , cuanto hai en este lugar es un primor de tu p o d e r , un rasgo asombroso de las incomprensibles reglas de tu voluntad. E l c o m e r c i o , la. agricultura, las artes i el lujo han b o r r a d o ya con sus riquezas hasta la m e m o r i a misma de esos tiempos. E l ruido de una gran concurrencia,, siempre afanosa i activa, siempre o c u p a d a en especulaciones i negocios o entregada a la alegría de las diversiones n o c t u r n a s , resuena hoi en aquellos sitios d o n d e antes no se escuchaba sino el grito del ave de la noche,, o el ladrido del p e r r o q u e , r o n d a n d o entre las ruinas, quería aun custodiar la destrozada fortuna de sus amos, fujitivos. P o r cualquier camino que se viaje a C o p i a p ó , es p r e ciso atravesar desiertos de arena, riscos áridos i vastas llanuras despojadas de toda señal de vejetacion. El calor i la sed quizas no mortifican tanto al viajero, c o m o el aspecto horrible de una naturaleza sin vida, sin g r a cias; guarnecida sólo de peñascos negros c o m o la tez.


10 <lel africano, i de cerros cuyas enredadas retas i ásperas desigualdades se asemejan al arrugado ceño del viejo avaro que quiere defender contra la c o d i c i a sus enterrados tesoros. Al acercarse, pues, a C o p i a p ó , al divisar sus a r b o l e das, sus elevados sauces, cuyo alegre verdor resalta en el fondo descolorido de las alturas que terminan el paisaje, el alma cree despertar de una odiosa pesadilla, •e involuntariamente estalla nuestro a l b o r o z o c o m o si después de una larga navegación avistásemos la costa d e la patria i el aire llevase hasta nosotros la fragancia de sus bosques. ¡Salud, valle h e r m o s o , oasis encantado del desierto! El fatigado viajero se a p r o x i m a a tí tan contento c o m o al hogar de sus p a d r e s ; te avista c o m o a su amigo después de una larga ausencia, i te bendice c o m o el peregrino a la p o s a d a que lo alberga p o r la noche. El p u e b l o de C o p i a p ó , p o r su fisonomía, se distingue de muchos otros. Su calles estrechas, irregulares i t o r tuosas se conforman mas con la v a r i e d a d , tínica base fija que hasta ahora vemos dominar en el gusto de la especie humana. Dos líneas rectas, interminables i p a r a lelas de casas blanqueadas son una m o n o t o n í a continua, una vida entregada al ocio. E n Copiapó no sucede así. A c a d a paso que damos, se presentan nuevamente otras casas, otras higueras, otros chañares. Mas allá, una carreta de la que, a pocas varas hacia atrás, no habíamos visto sino las astas de un b u e i ; viene luego una plazuela; al frente tenemos un h o r n o de fundición q u e , a los dos minutos, desaparece de nuestra vista, i entramos en un arenal donde se halla m e d i o enterrada una iglesia. A p o c o c a r a c o l e a r : ¡nueva escena! Un añoso a l g a r r o b o c o n su t r o n c o convertido en cruz; después un trapiche, en seguida una casa tejada, molida, remolida i destejada p o r


11 los t e m b l o r e s ; i así sucesivamente marchamos siempre sorprendidos p o r algo que no se p u e d e ver sin d o b l a r las j o r o b a s i tortuosidades de las calles. Es desagradable la vista de los edificios, cuyos techos son b a j o s i están cubiertos de b a r r o ; pero p o r lo mismo se sorprende uno al examinar el a s e o , holgura i l u j o c o n que se hallan adornados en su interior. L o s habitantes son en su m a y o r parte extranjeros, i de éstos un gran número es de arjentinos, sin que p o damos asegurar que mañana u otro dia, tengamos otra cosa en C o p i a p ó , p o r q u e diariamente llegan escuadrones enteros a entregar sus armas a estas autoridades. B i e n que de p o c o p o d r á n servir a la R e p ú b l i c a (digo, las armas), pues se hallan tan melladas i maltratadas c o m o , p o r lo visto, deben encontrarse las provincias unidas del Rio de la Plata. Su conducta en este p u e b l o los acredita c o m o hombres de o r d e n ; i si han sido tan bravos en la pelea como lo son a q u í para el amor, no p u e d e n esplicarse sus derrotas sino c o m o un azar del h a d o , c o m o un capricho de la suerte. El bello sexo de Copiapó es c o m o el bello sexo de todas p a r t e s , con lo que creo hacer su elojio. ¿Dónele no son las mujeres a m a b l e s , b e l l a s , graciosas, dotadas de b o n d a d i de t a l e n t o ? ¿Quién es el desgraciado que, b a j o cualquier clima que las haya v i s t o , no ha e n c o n trado en su trato los encantos de uso i c o s t u m b r e , los atractivos de tabla i las calenturas de cabeza sin las cuales no se puede vivir en medio de ellas? Cuando y o era j o v e n i viajaba, c o m o viajo siendo viejo, tuve la fortuna, que habrán tenido muchos, de encontrar en c a d a p u e b l o seis u o c h o casas con dos niñas p o r lo menos cada u n a , que me gustaban a un tiempo. L a que no tenia los ojos verdes, los tenia azules o n e g r o s ; si eran p a r dos, c o l o r de ojos que se cree insignificante, yo los hallaba


irresistibles por la crespa pestaña que los r o d e a b a , i aun recuerdo que casi me perdí p o r unos v i z c o s , que me parecieron encantadores, desde que descubrí en ellos un no sé qué, imposible de definir. L o mismo m e pasaba con las demás facciones, todas eran gracias; i lo mismo me sucedería hoi en C o p i a p ó , si me pesase menos la fé de bautismo. ¡Qué c o l e c c i ó n de ojos tan v a r i a d a ! A u n a h o r a que ya mi sangre circula sólo p o r no perder la c o s t u m b r e , p o r un resto del impulso que le diera el ardor juvenil en años que ya p a s a r o n , me siento arreb a t a d o p o r unos ojos d o r m i d o s , cuya interesante tristeza llena de alegría el a l m a ; p o r unos h o y u e l o s , p o r un lunarcito . . . i p o r otros mil pequeños tesoros que en aquellos tiempos c o d i c i a b a de dia, i halagaban mi f a n tasía en las visiones de la noche. Hai un b a r r i o aquí también que se llama Chimba, a donde se dirijen todos los paseos, i de donde nadie vuelve sin un lindo ramo de claveles i jazmines. Es en esta parte del p u e b l o donde las quintas, huertas i j a r dines se hallan m e j o r cultivados, razón p o r q u e las chumberas son visitadas con asiduidad p o r cuantos saben apreciar la sencillez de su a g a s a j o , i el fresco de sus p a r rales i arboledas. L a vuelta de estos p a s e o s , en las noches de luna, es deliciosa. Una brisa suave del oeste ajita el aire embalsamado con la fragancia del floripond i o ; a que debe añadirse el espectáculo de un cielo b r i llante, puro i cristalino, con el cual compararía un poeta enamorado el mirar de los ojos de su bella. L a s fatigas del h o m b r e terminan a las seis de la t a r d e : p o c o después empiezan las de las cuerdas. E l j o v e n o la niña que se acuesta sin bailar una contrad a n z a , puede esclamar como aquel e m p e r a d o r cuando se r e c o j i a a la cama sin haber h e c h o un beneficio: — ¡Hoi lie perdido el (lia!


— Hombre, ¿cómo

va?

— B i e n ; acabo de recibir un p r o p i o de Chañareillo. D o s labores van en barra. — ¡Excelente noticia!

Es preciso celebrarla.

¿Dónde

nos vemos esta n o c h e ? — E n casa de X .

Allí hemos q u e d a d o de ir con las

primas. — Corriente. Y o iré con mis vecinas, i empeñaré a fulano, zutano, mengano i perejano a que vayan de visita con éstas, ésas i aquéllas. — Me gusta. — A h u r ; tengo que ir al buitrón. — I yo a c o m p r a r unos c o m b o s . I así se encuentran, se combinan i se despiden, para volverse a encontrar donde se han dado i siguen d á n dose el rendes vous. L a casa que recibe las visitas sirve el t é ; los hombres, p o r lo regular, sólo piden agua. P e r o esta agua de C o p i a p ó , quizás p o r las partículas metálicas que contiene, es tan cruda i tan indijesta, que por via de precaución hai que aliñarla con azúcar i coñac, l o que la deja perfectamente p o t a b l e . — V a m o s a despuntar el vicio. Contradanza — c u a drillas francesas — valse jeneral — minué para las señoras que no pueden correr el valse jeneral — churre — otra c o n t r a d a n z a : que canten el Trovador — Sajuriana — otro i otra — cuando en cuatro — un repaso a las c u a drillas americanas — canción nacional — Sambacueca — contradanza para descansar. — ¡Que se van las niñas! — ¡Sujeten a las s e ñ o r a s ! — ¡Jesús! ¡Es mui t a r d e ! — T e n g o enfermo en casa, — ¡Vivimos tan l e j o s !


14 — N ó , p o r D i o s , señorita. Mire usted, las once i media en p u n t o . — Esta otra contradancita, i nada mas. — ¡Las niñas están en b a i l e ! — ¡ L a moza\

¡la moza\ gritan todos.

L a s señoras vuelven a o c u p a r su lugar, p o r q u e aunque han querido desentenderse de tanta instancia, no p a rece la llave de la puerta. Se baila en fin, la moza; i, c o m o no han de salir las niñas con el cuerpo caliente al aire l i b r e , mientras se refrescan le pasan a una la vihuela para que cante . . . Está muí ronca, miti olvidada, no sabe sino canciones viejas, ha cantado mucho: afina en seguida el instrumento, suenan los primeros compases i empieza . . . ¡Oh!

¡Cuánta es la ausencia amarga . . .!

A l concluir la primera estrofa, otro concierto a r m o nioso se deja oir en el parral del patio interior . . . Están cantando las diucas! . . . Un jesuseo

jeneral estalla en el estrado.

bas de depecho

lanzan

zando a divertirse!

los

hombres.

Mil c a r a m -

¡Estaban

empe-

Despídense de los dueños de casa

que sienten en el alma se vayan tan t e m p r a n o ; mas en c a m b i o , todos les aseguran que se han divertido m u c h o , i que otra n o c h e vendrán mas despacio, de febrero de 1842.)


MINERAL DE

C H A Ñ A R CIL LO.

H e visto esta p o b l a c i ó n ; no de casas sino de cuevas. He visto un cerro cubierto de agujeros redondos, s e m e j a n t e a un madero h o r a d a d o p o r la polilla. A 20 leguas al sur de Copiapó i al terminar una c a dena de montañas que, en una larga distancia, se estiendetomando diferentes d i r e c c i o n e s , i revistiéndose su superficie de diversos panizos o colores m e t á l i c o s , descubrió un cazador de huanacos, en mayo de 1832, ese depósito todavía incalculable de plata. Allí han encontrado unos la gran fortuna que poseen o aumentado la que t e n í a n ; otros han p e r d i d o , estimulados p o r la c o d i c i a , los caudales que antes disfrutaban, i no p o c o s , después de enriquecerse pasmosamente, arrancando a Chañarcillo sus tesoros, han vuelto a caer en la miseria consiguiente a la p r o d i g a l i d a d , a la imprudencia i locas disipaciones. En menos de diez años este mineral h a p r o d u c i d o mas de doce millones de p e s o s , i si pudiera avaluarse en dinero la cuarta parte de las esperanzas fundadas en él actualmente, muchos guarismos se emplearían en espresarlas. Las minas en l a b o r e o pasan de ciento; a l g u -


16 ñas están r i c a s ; en otras, su beneficio es contingente; pero t o d o s los cálculos i probabilidades parecen asegurar en casi la totalidad de ellas el deseado alcance, tras del cual marchan sus dueños con la misma t e n a c i d a d , maña, paciencia i artificios que cuando se quiere conquistar el corazón de una bella desdeñosa. Las retas de Chañarcilio que han llegado a ser esplotadas en una determinada hondura, dan un metal riquísimo. El conato j e n e ral de los mineros es, p u e s , arribar a esa línea, que llaman planes; línea donde ninguna esperanza ha dejado d e ser satisfecha, i d o n d e la voluble fortuna cansada de resistir a su tenaz conquistador recompensa su c o n s tancia. U n a mina es un raro testimonio del p o d e r i de la osadía del h o m b r e , i quizas surcando impávido el b o r rascoso Océano no prueba m e j o r la grandeza de su dest i n o , que r e c o r r i e n d o i salvando las cimas que él mismo ha e l a b o r a d o b a j o el enorme peso de desquiciadas m o n tañas. A l marino, mil esperanzas le rodean en los p e l i g r o s ; un b o t e , una tabla puede conducirle salvo a la orilla. Al minero, solo le rodean tinieblas; una vez desviado su pié del difícil sendero que le g u i a , nada le favorece en su n a u f r a j i o ; ni siquiera tiene lugar de divisar la muerte que le sorprende en el acto de dar la p r u e b a mas vigorosa de su existencia. E l estallido horrible de la pólvora que quema el b a r r e t e r o en la labor que t r a b a j a ; la c o n m o c i ó n p r o d u c i d a en la enorme m o l e cuyo centro hiere, i el estruendo mil veces repetido p o r los ecos de las demás concavidades i grietas de la mina, es lo mas imponente de cuanto puede esperimentarse, es la espresion sublime de la omnipotencia de la industria, o c o m o dicen los mineros, el quejido del cerro que siente despedazadas sus entrañas. P o r p r e p a r a d o que uno se halle a o ir aquel


17 ruido tremendo, un terror violento le sobrecoje, sin que pueda sacudirle aun después de pasado el fenómeno, d u d a n d o , al parecer, que baya p o d i d o verificarse sin sepultarle allí mismo, i desprendiendo sólo algunos trozos de piedra para dejar a la vista el metal de la veta que se persigue. L a s labores de la Descubridora, mina jefe de Chañarc i l i o , tanto p o r ser la primera hallada cuanto p o r su riqueza, se encuentran trabajadas a m a y o r p r o f u n d i d a d que todas las otras. A la vista de un h o m b r e medio desnudo que aparece en su b o c a m i n a , cargando a la espalda o c h o , diez i d o c e arrobas de piedra, después de subir con tan enorme peso p o r aquella larga sucesión de galerías, de piques i de frontones; al oir el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza mas maldita que la del h o m b r e , nos p a r e c e un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, i que el suspiro tan profundo que arroja al hallarse entre nosotros, es una reconvención amarga dirijida al cielo p o r haberlo excluido de la especie humana. E l espacio que media entre la b o c a mina i la cancha donde deposita el minero los metales, lo baña con el sudor copioso que brota p o r todos sus p o r o s ; cada uno de sus acompasados pasos va a c o m p a ñ a d o de un violento q u e j i d o ; su cuerpo e n c o r v a d o , su marcha difícil, su respiración apresurada t o d o , en fin, demuestra lo m u c h o que sufre. P e r o apenas tira al suelo la c a r g a , vuelve a desplegar su hermosa talla, da un alegre silbido, b e b e con ansia un vaso de agua i desaparece de nuevo, entonando un verso o b s •ceno, por el laberinto e m b o v e d a d o de aquellos lugares de tinieblas. Las minas que actualmente mas lisonjero son la Descubridora, J O T A B E C H E .

se hallan en un estado las Guias, la Carlota, 2


1« la Santa Hita, el Rosario de Picón, la Colorada, la Guia de Carvallo, el Reventón Colorado, Santo Domingo, la Esperanza, el Bolaco i Scro José. Un número considerable de otras, a pesar de hallarse en el di a b r o c e a d a s , no las venderían sus dueños sino p o r sumas injentes, lo que p r u e b a cuan bien cimentadas son las esperanzas q u e p r e s t a n ; a que se agrega que apenas es desamparada una m i n a , cuando uno o mas la denuncian i siguen su l a b o r e o hasta encontrar en ella su fortuna o su ruina. Chañarcillo es, pues, un punto donde se trabaja con una constancia digna de la m e j o r recompensa. P o r muchos años seguirá siendo uno de los mas sólidos fundamentos de la riqueza de esta R e p ú b l i c a , sobre la cual derrama el cielo sus bendiciones para la felicidad de sus hijos, i en la que tanto n o b l e americano viene a enjugar las lágrimas de sus desgracias. En el centro del mineral se lia formado un p u e b l o l l a m a d o Platilla. Allí es donde los mineros van a s o l a zarse de noche. E l j u e g o , el a m o r , el p o n c h e i t o d o s los vicios les hacen consumir en una hora el p r o d u c t o de su t r a b a j o , i el valor de las piedras ricas que en conciencia se ven obligados a quitarle al patrón p a r a q u e no gane tanto, t r a b a j a n d o tanto menos que ellos. L a Platilla es una B a b e l , la confusión, no de las lenguas, sino de todas las fortunas do Chañarcillo. Hallándose, dentro de su circuito, abolido aquello de mió i tuyo, los mineros venden los metales que les han t o c a d o en la quiebra del dia, c o n la misma franqueza que el dueño de la mina remite a la máquina de Fragueiro i C o d e c i d o los que h a p o d i d o salvar del hurto. (2 do F e b r e r o de 1842.)


LA DE

MINA LOS

C Á N D E L E ROS.

Cada tesoro escondido en las entrañas de la tierra tiene su d u e ñ o ; i este dueño, p o r lo regular, e s u n j e n i o que lo defiende, vijila sobre é l , lo e s c o n d e , unas veces bajo la forma de un h u a n a c o , otras t o m a n d o la de un enorme z o r r o , y no p o c a s la figura del buitre, señor de los aires. Infinitos mineros, p o r p o c o <pie hayan andado cateando en las solitarias serranías de Chanchoquin, Punta del Diablo, Checa, etc., dan irrecusables testimonios de esta verdad. I la llamo v e r d a d , p o r q u e no quiero despreciar tan antiquísima t r a d i c i ó n , i p o r q u e seria un descortes diciendo a millares de hombres (pie mienten. S u c e d e , de tarde en t a r d e , que uno do estos jenios quiere hacer la felicidad de un l e ñ a d o r , i al arrancar en los desiertos los troncos que han de cargar sus b o r ricos, le descubre una veta que mas que de metal es de oro o plata maciza. Es verdad que casi nunca se c u m plen las buenas intenciones del j e n i o , puesto que las mas veces el que hizo el hallazgo se queda acarreando leña para que funda otro la pifia que el b u i t r e , zorro o hua-


20 naco había querido regalarle. Pero esto no arguye nada contra la primera proposición, i solo prueba aquel axioma : el que nació para pobre nunca llegará a ser rico. En otras ocasiones, un pastor, que ha salido a b u s car una cabra p e r d i d a , recorre de m a d r u g a d a los peñasc o s , las quebradas i los b a r r a n c o s ; en estas andanzas clávase el pié c o n una espina, i el d o l o r le hace sentarse para arrancarla. Maldiciendo está este instrumento de su infame suerte, cuando ve pasar cerca de sí un zorro r o j i z o , de cola erizada i l o m o c e r d o s o : — ¡él es el asesino de la c a b r a ! Se levanta, corre tras el voraz b r u t o , llama a su perro Corbata, que no p a r e c e , i en medio de su despecho coje una piedra con la sana i n tención de romperle las costillas al carnicero zorro . . . L a sorpresa contiene su ira . . . la piedra que tiene en la mano es niui pesada . . . la examina i encuentra que es ¡¡un rodado!! ¡ ¡ P l a t a p u r a ! ! A p o c o rejistrar el cerro descubre el reventón de donde se despegó el rodado. ¡Cien burros no bastarían a cargar el metal r i quísimo que hai cd solí Pero el pastor anda a pié i solo puede llevar consigo dos pequeños p e d a z o s , cuyo valor es de treinta marcos p o r lo menos. K o le cabe duda de que el zorro rojizo es el dueño de aquella pasmosa r i q u e z a ; teme sí, que p o r un c a p r i c h o , que sabe ser mui común entre los j e n i o s o b r u j o s , según él los llama, desaparezca el t e s o r o , i a fin d e m a r c a r el lugar en que se encuentra, de un m o d o perfectamente inequív o c o , forma un gran montón de p i e d r a s ; cuelga la manta en un algarrobo v e c i n o ; toma muchas señales i calculadas dimensiones, i p o r último, el perro que se le acaba de reunir, queda también amarrado al tronco de una algarrobilla, devorando un p a n grosero que su amo le deja, mientras vuelve a libertarle. A l retirarse todavía marca de trecho eu trecho varios puntos, i p r o c u r a pisar


21 donde quede señalada la huella para que le guien después su rastros. P o c o tarda en llegar a la majada, c o n o c i d a con el n o m b r e de Agua verde, negra o amarilla, p o c o i m p o r t a ; llama secretamente a su p a d r e , luego a sus dos h e r m a nos mayores i en seguida a la madre. Empieza la r e lación desde su salida antes de amanecer, i sigue c o n tando punto p o r punto i paso p o r paso lo que anduvo, lo que hizo, lo que vio i le s u c e d i ó ; i todos callan, d o minados p o r un estúpido t e r r o r , c o m o si escuchasen el asesinato de un minero c o n o c i d o , teniendo que ocultar a su asesino. Pasados estos inesplicables m o m e n t o s , ya es otra cosa. El padre toma sus m e d i d a s ; hace aparejar cuatro b o r r i c o s , i diciendo al resto de la familia que •van a la leña, parte con sus tres h i j o s , caballero cada cual en su respectivo asno. Aguija el pastor su c a b a l gadura para t o m a r la delantera, sigúele el v i e j o , después vienen los otros dos m u c h a c h o s , i cierra la marcha un escuadrón de perros esqueletados i de todos tamaños i colores. El guia empieza ya a r e c o n o c e r los lugares señalados: aquí vienen sus rastros: la piedra blanca que se divisa al frente la p a r ó al p r o p ó s i t o : se está viendo la manta azul que enredó en el a l g a r r o b o , i vuela el escuadrón de perros al oir los ladridos del Corbata. Ya están a p o c a s cuadras . . . ya llegan . . . Pero ¿ q u é se ha hecho el reventón . . .? — ¡ A q u í está . . .! — ¡El pastor recoje la piedra con que g o l p e ó liara quebrar los dos pedazos . . .!! Buscan p o r todas partes, vuelven i revuelven; t o d o en vano. L a riqueza no parece . . . la han escondido . . .! Una b a n d a d a de buitres, negros c o m o el ébano, revolotea sobre sus c a b e zas, i esta aparición obliga a que dejen aquel sitio h o m bres, perros i borricos. ¿Quién no ha visto después las


piedras del reventón la Quebrada de /os

del zorro'} buitres'?

¿Qué leñador no c o n o c e

Cien historias c o m o ésta se narran en las noches de invierno al r e d e d o r de los fuegos de las faenas. Casi no hai colecion mineralógica que no contenga un rodado 0 una piedra rica cuya mina orijinal no ha p o d i d o desc u b r i r s e , o ha desaparecido después de h a l l a d a , p o r la influencia de causas que c o n f u n d e n , siempre que la razón entra a investigarlas. ¡Cómo contestar a tantos hechos, c ó m o recusar tantos i tan respetables testigos c o n solo la palabra preocitjmeioncsl ¡Feliz r o m a n t i c i s m o ! .Para la imajinacion que tú has creado, esa palabra no importa un raciocinio. Para ella es verdadero lo que pasma i lo que asombra, sin esperimentar la insípida necesidad de entenderlo. Tus hijos han dilatado el m u n d o i la existencia hasta lo infinito, 1 no viven estrechados por mas límites que los de las maravillosas e inmensas concepciones del j e n i o . A ellos dedico la siguiente historia que siquiera tiene la r e c o mendación do no ser mui larga. A mediados del siglo p a s a d o , en una aldea situada a dos millas al sud-este de C o p i a p ó , llamada Ihieblo de Indios, p o r q u e en realidad lo son sus m o r a d o r e s , habia una familia de estos indígenas bastante p o b r e , pero que repentinamente empezó a p r o s p e r a r , sin que nadie supiese c ó m o , p o r ser para todos un misterio. B u e n a ropa, buenos caballos, ricos arneses, repetidas borracheras i c o m i l o n a s , a que asistía el v e c i n d a r i o , habían sucedido al cotón que los cubría i a la harina de c e b a d a , alimento cotidiano i regalado do su apetito. Cuatro eran los hombres de la familia, i el n o m b r e de uno de ellos Campillai. Este, hallándose una noche de visita en C o piapó, en casa de un amigo suyo, después de echar con


23 él repetidos tragos de aguardiente, inspirado p o r la j e n e rosidad i franqueza que despiertan los l i c o r e s , díjole que iba a hacerle rico descubriéndole un secreto. Adelantando algo mas su confianza, le contó que él i sus tres hermanos trabajaban clandestinamente una mina a legua i media de Copiapó, de la que esplotaban metales tan ricos que en el Huasco, donde los vendían, se pagaban p o r p o c o menos que la plata pina. P e r o que los cuatro indios, para no despertar la codicia de los ricos de C o p i a p ó , se habían c o m p r o m e t i d o a g u a r dar el secreto de tal suerte que su revelación costaría la vida a quien la hiciese; circunstancia p o r la cual d e b í a él empellarse mas en guardarlo. A ñ a d i ó l e que debían este hallazgo a una vieja, muerta p o c o tiempo ha en el Pueblo ele Indios en olor de h e c h i c e r a , a la que le hicieron el juramento de no participar con ningún blanco aquella inmensa riqueza. E n seguida le invitó a que montase en ancas de su caballo para ir a c o n o c e r l a , i sacar los metales que pudiera contener un par de a l forjas que llevaban con este fin. Partieron favorecidos p o r la oscuridad de la no'che, i después de un largo galope llegaron al pié de un cerro que se designa hoi con el n o m b r e de los Candeleras. D e j a n d o allí atado el caballo, Campillai i su amigo subieron p o r una senda estrecha hasta la cumbre. El primero dijo a éste que ya estaban en el sitio; que h a l l á n dose sus hermanos en el Huasco no habia temor de ser pillados, i que no se asustara de lo que viese. T o m ó l e entonces p o r la mano i le introdujo en una cscavacion; pero casi hubo de caer muerto al notar que aquel h o y o era la cueva en que dormía un enorme p á j a r o q u e , i n terrumpido en su sueño, desplegó las alas i salió dando horribles graznidos. Campillai. sin intimidarse, puso dos grandes piedras ricas en las alforjas, i alentando a su


24 a m i g o tornaron a salir i b a j a r hasta encontrar el caballo que los volvió a conducir al punto de d o n d e habían partido. L a tradición no está rnui de acuerdo en el relato de las circunstancias i acontecimientos consiguientes a este suceso; pero he sacado en l i m p i o , después de m u c h o averiguar, que el j e n e r o s o Campillai fué p o c o después asesinado p o r sus h e r m a n o s ; que la justicia les persiguió i ellos no volvieron a aparecer; que la mina fué sin duda trasportada a otro lugar p o r el p á j a r o que la c u i daba, pues ni el amigo del indio ni ninguno de los i n finitos que la buscaron en esa é p o c a pudieron dar con e l l a , i que el n o m b r e de Mina de los Candelcros tiene este oríjen. Al a ñ o , p o c o mas o m e n o s , del asesinato del indio, se presentó de n o c h e otro indíjena d e s c o n o c i d o al cura p á r r o c o de C o p i a p ó , advirtiéndole que en la iglesia encontraría un capacho de piedras de p l a t a , las cuales se le daban p o r una misa para el bien del alma del finado Campillai; dicho lo c u a l , desapareció. E n esa misma noche se encontraron las piedras, i el p i a d o s o cura m a n d ó la plata a L i m a para fabricar un par de enormes c a n d e l e r o s , los cuales aun existen en el altar m a y o r de la p a r r o q u i a , i diariamente alumbran la c e l e bración de los Divinos Misterios. (5 de F e b r e r o do 1842.)


EL

DERROTERO

DE LA Y E T A

DE

LOS

TEES PORTEZUELOS.

E l h o m b r e , antes de e m p r e n d e r , por una maldita regla de prudencia, c o m b i n a su derrotero para tener la presunción de persuadirse que no m a r c h a a la ventura. Traza su c a m i n o , calcula cuanto en él puede sobrevenirle, t o d o lo allana i vence su imajinacion valiente i previsora, da el primer paso, i al segundo . . . \burundum\ rueda p o r un b a r r a n c o o se mete hasta los ojos en un atolladero. ¡ A m a r g o inconveniente de nuestra facultad de r a c i o c i n a r ! Condición, que bien considerada p o r a l gunos, les ha determinado a vivir a la bartola, sin f o r mar ni seguir mas derrotero que el del c i e l o : único d e rrotero i n f a l i b l e , ú n i c o , según v e m o s , en que no hai peligro de meterse en b e r e n j e n a l e s , i del c u a l , si nos estraviamos, c o m o sucede a cada paso para distraer la monotonia del viaje, no cuesta m a y o r cosa volver a c o jerle i continuarle. ¡Albergues solitarios, venerables asilos de la 'inocencia, i para mí, p o z o s de la única ciencia que hai que aprender en este m u n d o ; solo las n u m e r o sas caravanas que encerráis dentro de vuestros sagrados


muros atraviesan por la verdadera ruta los desiertos de la vida . . .! He visto, i desgraciadamente he esperimentado t a m bién, tantos falsos d e r r o t e r o s , que estoi del t o d o resuelto a no seguir ninguno en a d e l a n t e , i a vivir sin plan i sin cosa que se le parezca. E l m u n d o social, el m u n d o que el h o m b r e cree haber f o r m a d o , no es obra del h o m b r e , sino puros caprichos del a c a s o , de esa divinidad, j é n i o o diablo, cuya diversión permanente es hacer b a i lar los títeres a la orgullosa especie humana. Pienso desarrollar después esta doctrina, i para ello solo aguardo ciertas horas que suelo dedicar al aburrimiento, durante las cuales acostumbro aburrirme hasta que me canso. E n esos m o m e n t o s escribo cartas de a m o r , busco con quien hablar de política o de pleitos, hago que algún arj entino me cuente la historia de liosas o de A l d a o , i en suma, veo m o d o de que el spleen t o q u e lo mas p r o n t o a su non plus, que para mí suele ser el sueño, así c o m o para otros es la j u i c i o s a determinación de matarse. P o r ahora voi a ver m o d o de tratar del derrotero anunciado a r r i b a ; i he dicho voi a ver modo, p o r q u e es p r o b a b l e que haga antes muchas digresiones. Ya lo he prevenido. Mi único plan es no seguir ninguno. E l que no entiende do minas i viene a C o p i a p ó , viene a no entenderse ni a entender a nadie. Recorrerá las calles, entrará en los buitrones e i n j e n i o s , visitará los jardines de la C h i m b a ; pero al c a b o no ha de saber qué destino dar a su lengua. L o s hombres mayores prefieren a t o d o , h a b l a r del mineral fulano que se halla vírjen, del otro que se ha camorreado, de la faena que les cuesta muchos pesos, de las aspas, de los picaros cangalleros i de los mayordomos de labor que r o b a n mas que t o d o s . L o s jóvenes, aun cuando hablan de amor, dicen mas b i e n :


27 he lieclio un alcance que hubo tal cosa; a la vieja r e g a ñona la llaman arsénico, a la niña bonita rosicler; de la desdeñosa aseguran que es un metal frió que n e c e sita calcinación o majistral; de la que no lo es confiesan ser barra pura, plata a la vista, lei de 6,000 marcos, mui metalera, un llampo riquísimo. I aun las m i s mas señoritas gustan de describir las raras piedras que c o m p o n e n su colección, que es el álbum de las c o p i a p i nas. E n cada trozo de metal tienen el r e c u e r d o de a l gún a m i g o ; i en todos e l l o s , las p r o d u c c i o n e s del j e n i o que inspira a Cbañarcillo. San A n t o n i o , Bandurrias, P a m p a - L a r g a i a otros infinitos p o e t a s , cuyos versos son preferibles a todos los himnos, cautos i endechas del P a r naso. ¡Cuánto m e gusta esta literatura de C o p i a p ó . . . .! A h o r a tal tez empiece mi relación. Me hallaba yo una noche en tertulia, con varios buenos amigos, t o m a n d o el té que se encuentra mas fragante i s a b r o s o , i cuyo c o l o r parece mas rubiecito siempre que se gusta al r e d e dor de una mesa relumbrosa, alternando los tragos c o n las festivas ocurrencias que entonces brillan mas a m e nudo en la conversación. No necesito decir que se h a blaba de minas i no del p r ó j i m o , el cual suele sazonar frecuentemente la deliciosa infusión de las hojitas de la China. El dueño de casa nos dijo que tenia un d e r r o tero mui fidedigno de una veta riquísima; pero que no se había determinado a seguirle p o r sus muchas o c u p a ciones. N o esperó que le r o g á s e m o s , para mostrarnos aquella preciosa a l h a j a , que era un pedazo de papel roto en todos sus dobleces i tan ajado i sucio como las manos del barretero, que no acostumbra lavárselas sino cuando baja a la villa, por Carnestolendas. P o r si alguno quiere aprovecharse de los datos que contiene, para hacer su fortuna con un decir Jesús, voi


a copiar este d o c u m e n t o , cuya r e d a c c i ó n consta necer al mismo cura que en él se menciona.

perte-

« D e r r o t e r o que en articulo de muerte descubrió el burrero Fermin Guerra a su confesor D . X i c o l a s Prieto, cura indigno de esta P a r r o q u i a . Andarás c o m o d o c e leguas p o r la quebrada de P a i p o t e i tomando p o r un cajón que tiene en la entrada dos algarrobos mui g r u e sos, andarás hasta un portezuelo que tiene muchos c a r dones, i luego subirás el portezuelo, i al otro l a d o después de unas quebraditas encontrarás una aguada que tiene un chepical mui g r a n d e , i luego anclarás a la i z quierda p o r un llano que tiene mucha v a r i l l a , i después de andar hasta unas piedras mui grandes que están en medio del llano, andarás a la derecha siguiendo un zanj ó n hasta dar con unas lomas de arenas. Desde estas lomas descubrirás, mirando al lado del mar, un c o r d ó n de c e r r o s , i andarás hasta llegar al c o r d ó n dirijiéndote derecho a unos tres portezuelos que se ven desde mui lejos. E n el de tu i z q u i e r d a , que subirás, encontrarás una veta que la rurnbiarás a la derecha hasta dar con un p i c a d o de una vara de hondura, i p o c o mas allá está un crestón de p l o m e r í a en el cual hai una cruz hecha con cuchillo. L u e g o que encuentres esta riqueza m a n darás decir una misa cantada todos los viernes del año p o r el alma del descubridor F e r m i n G u e r r a , p a g á n d o sela al cura Prieto a razón de veinte pesos cada una, quien hará la limosna de echar a lo último un responso. I te advierto que si no lo haces así, te irá mal. Se advierte que Guerra descubrió la v e t a , p o r q u e se perdió viniendo del Chuña ral i del Fuello-hundido, p e r o después volvió allá, i trajo piedras que en artículo de muerte las ha mostrado al dicho cura, i servirán para su entierro. A l pié del portezuelo del medio hai una buena aguada, donde es mui fácil cazar huanacos i burros c h ú -


caros. — Copiapó, j u n i o 4 de 1792. A ruego de Fermin Guerra p o r no saber. — Nicolás Prieto.» De la lectura de este d o c u m e n t o , i de varias otras circunstancias que allí se refirieron, resultó que tres de los presentes formamos la resolución de seguir el d e r r o tero p o r ver, decíamos, en lo que p a r a ; aunque p o r mi parte me determiné con unas esperanzas del tamaño de una torre. Se fijó nuestra salida, i cuando llegó el plazo, emprendimos la marcha. Llevamos muías de t i r o , dos cargas de víveres i de a g u a , i dos criados algo p r á c t i cos del despoblado en que íbamos a andar. Creímos que nos seria mui útil una b r ú j u l a , i también fué con nosotros. T o d o aquel dia trotamos p o r la q u e b r a d a de P a i p o t e . i casi de noche descubrimos el cajón de los algarrobos. N o es decible el gusto que esperimentamos al hallar este primer signo de la fidelidad del derrotero. \Yamos bienl fué nuestra esclamacion jeneral. D o r m i m o s b a j o uno de aquellos árboles solitarios que quizas durante muchos siglos han sacudido sus menudas hojas en el desierto, i al amanecer volvimos a caminar p o r el cajón del derrotero. A medio dia nos pareció que t o c á b a m o s a su fin, i en efecto, a las dos de la tarde subíamos el Portezuelo de los Cardones. A las cinco estuvimos, casi muertos de calor i de fatiga, en la aguada del cliepical, donde resucitaron nuestras muías que ya perecían de hambre i de sed. A l tercer dia determinamos seguir la marcha con un solo criado i una lijera c a r g a , en su m a y o r parte de a g u a , dejando al otro en aquel punto con las muías restantes. P o c o después de aclarar entramos en el llano de la izquierda, donde notamos con placer la varilla que el papel indicaba, i después de seguirlo p o r un mismo rumbo hasta las dos de la tarde, vimos las piedras gran-


:-iO des i nos apeamos al pié de ellas. Mui cerca aparecía, el zanjón que d e b í a m o s seguir sobre la d e r e c h a ; descansamos hasta las c u a t r o ; bebieron los animales unos p o c o s tragos de agua i continuamos viajando. L a n o c h e s o b r e vino sin que divisásemos ni aun las sombras de las l o mas de arena; era mui fácil estraviarse; un cansancio terrible nos a c o n g o j a b a en estremo, les animales no p o dían casi tenerse en p i é ; era necesario, en fin, suspender la marcha aunque la luna alumbraba bastante. A q u e l l a noche fué mui triste. En verdad que el derrotero hasta entonces no nos e n g a ñ a b a ; pero no es posible hallarse tranquilo en medio de un y e r m o espantoso, sin amparo, sin refujio i sin esperanzas de volver a la sociedad, faltando los frájiles auxilios que uno ve aniquilarse sin cesar a su alrededor. Maldije mil veces al derrotero i mi l o c u r a . De l o mismo infería que se ocupasen mis c o m p a ñ e r o s , p o r q u e c o m o y o mascaban en silencio la p o b r e cena p r e p a r a d a p o r el riado. Antes de acostarnos nos c o m p r o m e t i m o s a seguir adelante hasta las doce del otro dia, hora en que debíamos r e t r o c e d e r , si no e n c o n t r á b a m o s las lomas de arena. Amaneció el cuarto dia i proseguimos. A las diez ya el zanzon que nos guiaba se había b o r r a d o ; pero mui a lo lejos i al frente veíamos d i b u j a d o el perfil de unas alturas que no p o d í a n ser sino las lomas buscadas. ¡ C ó m o detenernos! ¡ T a l vez allí cerca estarían el c o r don de c e r r o s , los p o r t e z u e l o s , la veta i el agua! En dos horas era seguro vencer esta distancia; pero se p a saron cinco antes de transitarla. X pié i con mucha dificultad conseguimos trepar los cerros, p o r q u e la arena movediza de que se c o m p o n e n r o d a b a c o n nosotros a cada paso. Asidos de las manos llegamos a la c u m b r e ; a un tiempo se dirijieron nuestros ojos hacia el lado del mar, i a un tiempo también nos oimos mutuamente


un grito de desesperación i de despecho. ¡Solo un m a r de arena se nos presentaba a la vista, mar de arena que por todas partes formaba horizonte . . .! Sin e m b a r g o , después de fijarnos un largo r a t o , creimos d e s c u b r i r , a una distancia i n c a l c u l a b l e , cierta sombra o mancha que pegada a la tierra ofrecía un c o l o r mas oscuro que el del c i e l o , la cual si no era el c o r d ó n de cerro de los tres portezuelos, debía formar uno de los linderos del infierno. P o r q u e , ¿ q u é tendría de estraño que el infierno se hallase en esas rejiones? — X o s volvemos. Y o no doi un paso adelante. tal G u e r r a , el demonio i el cura Prieto f o r m a r o n maldito papel p a r a burlarse de nosotros.

El ese

— A*d. tiene la culpa. — Yaya!

Ud

— No hai que reñir todavía. Nos hallamos en m u c h o peligro, p o r q u e ni los animales ni el agua durarán dos días que necesitamos para llegar al Che]) i cal, d o n d e quedó José con las muías. Desde aquel punto hasta éste hemos descrito un ángulo. Soi de opinión que c o r temos aquí derecho para ahorrar camino. E l sur es el r u m b o que debemos seguir. B a j a m o s . Del agua que quedaba hicimos cuatro p e queñas raciones, lo que sobró lo repartimos entre nuestras cabalgaduras, que ya ni el freno alcanzaban a h u medecer con sus lenguas resecas. Y o m e encargué de dirijir la m a r c h a , no ya consultando el infernal papel (pie quisimos dejar enterrado en la arena de las L o m a s , sino la b r ú j u l a , c o m o el marino que vela en el timón. A las nueve de la noche se cansó la muía del criado,


32 q u e volvió a montar en la que había llevado los víveres. P o c o después tomamos descanso hasta el a l b a , que vino ¡i redoblar nuestra aflicción. Un inmenso arenal nos r o d e a p o r todas partes ningún cerro tenemos a la vista. A las d o c e de este dia quedó a pié uno de mis c o m p a ñeros i montó en ancas de mi muía. L a del criado vivió hasta las dos de la t a r d e ; al a n o c h e c e r , hora en que ningún motivo teníamos para creer p r o b a b l e nuestra s a l v a c i ó n , toda la caravana se c o m p o n í a de infantería. A l o j a m o s , i a media n o c h e , con el favor de la la luna, echamos a andar a pié. Ni una palabra nos d e c í a m o s ; cualquiera que hubiesen p r o n u n c i a d o nuestros labios h a bría sido, una súplica al cielo o una maldición. L a nieb l a arrastrada que siempre entra de noche en estos d e s p o b l a d o s , vino a refrescarnos, i la atmósfera i el d e sierto se mantuvieron entoldados hasta las diez de la mañana del sesto dia. A esta h o r a descubrimos muí inmediatos unos cerros que la niebla nos ocultaba. El c r i a d o r e c o n o c i ó en ellos los de la quebrada de Ices ánimas, que cae a la de P a i p o t e , lo que quería decir que salíamos del infierno para entrar en el purgatorio. Con t o d o , fué m u c h a nuestra alegría, a pesar de las pocas fuerzas con que nos sentíamos para traspasar las fragosas alturas que teníamos al frente, i a pesar de no saber cuándo encontraríamos a g u a , de la que ya necesitábamos m u c h o . E n fin, después de indecibles fatigas i angustias subimos i b a j a m o s el cerro. A l anochecer encontramos una agua salada i llena de insectos, que nos pareció deliciosa. E l sétimo dia unos leñadores nos alquilaron sus burros para volver a C o p i a p ó , donde llegamos atormentados de mil dolores i poseídos de la fiebre, en la m a d r u g a d a del octavo. Felizmente esta espedicion habia sido un secreto para t o d o s , escepto para el dueño


del derrotero que nos lo confió después de haber firmado nosotros un documento a favor suyo de la sesta parte de lo que descubriésemos; a saberlo nuestros amigos, las zumbas de costumbre hubiesen amargado mas i mas el chasco cruelísimo que sufrimos. Seis dias después que nosotros llegó José, que había partido del Chepical, creyéndonos ya muertos en el desierto. (22 de Febrero de 1842.)

J O T A B E C H E

3


EL

CARNAVAL.

Ninguna despedida deja de ser triste. L a s lágrimas, los sollozos, o un dolor m u d o i desesperante son los compañeros infalibles de los adioses. I sin e m b a r g o , es una ñesta ruidosa el adiós que anualmente damos a las carnes. Con tres días de bailes, j u e g o s , paseos, locuras i estravagancias nos despedimos de los asados esquisitos, del sabroso beefstcaJc, del charquican, de las albóndigas i de la olla cotidiana. Bien es verdad que ya las cosas se hallan de manera que esta ausencia es limitadísima, razón p o r la que nos afiijimos tan p o c o . L o s estómagos del dia no son c o m o los de a n t a ñ o , i están tan malos para disolver fréjoles i pescado seco, c o m o se hallan de buenas las conciencias para dijerir i anonadar los p e c a dos de la gula. Mucho antes del 6 de febrero empezaron los p r e p a rativos de tan furiosos adioses, que debían ahogarse no en lágrimas, sino en pasteles, pavos asados, agua, afrecho, o p o r t o , c o ñ a c , valses, c o n t r a d a n z a s , máscaras, carreras a caballo, gritos, risas i trasnochadas. ¡Dios nos asista! Si nuestra vida toda se pasase en tan tumultuosa barabúnda ¿ l a llamaríamos gloria o infierno?


;35 Bien puede ser la chaya una costumbre incivil i d e testable; digan de ella lo que quieran cuantos j u z g a n las cosas con una circunspección que no les e n v i d i o ; lo cierto es que los j u e g o s del Carnaval tienen para mí i otros calaveras un atractivo deleitable. A m o con delirio sus lijeras intrigas, sus tropezones, sus m o j a d a s i todas sus barbaridades. ¡Que una linda mano restregué diariamente con almidón mi p o b r e cara, con tal que la sienta detenerse un momento sobre mis labios! ¡Amable barbaridad, resiste los ataques de la civilización hasta que ya no p u e d a embriagarme con tus delicias! Al c a b o amaneció el domingo. Un gran baile de máscaras, que h a b í a m o s p r e p a r a d o p a r a la n o c h e , nos tuvo t o d o el día ocupados en concluir el arreglo de nuestros vestidos. . . ¡Las nueve do la n o c h e ! Multitud de turcos, griegos, r o m a n o s , militares, mineros, marinos, arlequines, g a u c h o s , viejos i m a r i c o n e s , poseídos todos del jenio de la l o c u r a , llegan unos después de otros al punto de reunión de la comparsa. Su jefe únicamente los r e c o n o c e , distribuye entre ellos tarjetas n u m e r a d a s ; ordena las hileras; da la señal, i se rompe la marcha al son de una miisica que nos presajia mil triunfos i mil deleites. L a s calles del tránsito están pobladas de grupos de curiosos. Es inmenso el jentío que nos a c o m paña, i todos gritan \viva ClñleX c o m o si fuera a r o m perse una batalla. ¡Esclamacion sublime q u e no deja ya de oírse cuando los chilenos tienen el corazón alegre! Un hermoso patio, lindamente p r e p a r a d o , era el salón del baile. Allí empezó a entrar la grotesca compañía, en medio do la mas encantadora algazara. — « ¡ V é el turco! — ¡Qué b o n i t o vestido! — ¿Quién será ese v i e j o ? — ¡Jesús, qué h o m b r o tan f e o ! ¡quién baila con él! — El de las plumas altas es fulano. — X ó , mas bien eso viejo sombrerudo. — ¡Vaya con la barriga . . .! — ¡Miren ÍS*


el maricón, con mi a b a n i c o ! — ¡ Y o

presté ayer

esa c o -

f i a ! — Traiga mi delantal. — ¿ C u á l será mi tio zutanoV — El

vestido

de

naipes. — El militar

¡Eujenio! — ¡Volvió la c a r a , niña!

es Eujenio. —

¡lo pillamos . . .! —

Mire, máscara, dígame p o r Dios, le guardaré el secreto, ¿ c u á l es el capitán Y u n g a y ?

¡Qué t r a b a j o , no

conocer

a nadie!» Los todas.

máscaras

irritan

mas i mas la

curiosidad

Las hablan p o r sus n o m b r e s ; les citan

i circunstancias

que no

puede

de

hechos

saber sino algún amigo

s u y o ; les averiguan c ó m o m a r c h a cierto asunto que j a m a s falta a ninguna de ellas, i rien

del embarazo

en

que

las ponen con sus preguntas. L a voz de ¡ c o n t r a d a n z a ! da un nuevo j i r o a este manantial inmenso de actividad i de vida. ¡Momentos queridos aquellos en que e m b o s c a d o detrás de la m á s cara, se embriaga uno doblemente en los atractivos del baile, sin el contrapeso de que lo sorprendan m i r a n d o ! ¡Cuan grato es oírse tratar con t o d o s los títulos i f ó r mulas de cumplimiento p o r la misma amiga que p o c o antes conversaba con nosotros familiarmente, protestando conocernos en el baile a las p o c a s palabras que le h a b l á s e m o s ; pedir permiso para visitar a la que todos los dias nos recibe en su casa; descubrirse a otra con un nombre que sabemos le agrada, encargarle el secreto, i presenciar después su amable rabia cuando, p o r alguna señal o espresion misteriosa, r e c o n o c e a p o c o andar al mismo cuyo n o m b r e había t o m a d o el otro máscara mal intencionado! A la una de la noche todos estaban c o n o c i d o s , a pesar de nuevas combinaciones i trasformaciones de vestidos. E n vano el turco se ponía c u l e r o , el marino calzoncillos, el minero turbante, el griego cofia i el gaucho


37 casco o c o r a z a ; antes de dar un paso en el salón su nombre corría de b o c a en b o c a . Quitarse las máscaras fué el último partido i la señal de que el baile iba a empezar de nuevo. L a s contradanzas se alternaron, p o r todo el resto de la n o c h e , con esos valses hechiceros, cuyas rápidas vueltas imitan tan bien el ardor i la v i o lencia con que la sangre circula en los lijeros cuerpos que los e j e c u t a n ; con la zambacueca, cuya música d e bió c o m p o n e r l a algún amante poseído de una voluptuosa melancolía, i con todas las otras danzas que entusiasman tanto mas, cuanto mas se a p r o x i m a la aurora que lia de terminarlas. A las c i n c o , aún se oia la música por las calles. Entonces se entonaba el himno de la patria. T o d o s saludaban la tierra querida donde el hombre puede entregarse con libertad i sin zozobra al trabajo, i a embellecer la existencia, Otras diversiones no menos bulliciosas se ofrecieron el lunes p o r la mañana después de, reparar las fuerzas con algunas horas de sueño. A las doce del dia una multitud de campeones se hallaba ya reunida para jugarla chaya. Nos esperan en tal casa. — ¡A e l l a ! Se c o m b i n a el a t a q u e ; distribúyense las fuerzas: van a vanguardia los que p o r medio de ciertos instrumentos pueden arrojar chorros de agua a m u c h a distancia; son los tiradores, los rifles: siguen otras columnas armadas de botellas, de cartuchos de almidón i paquetes de h a rina, i atrás los que resueltamente se ofrecen para a p o derarse de las tinas, raides, p o z o s i demás almacenes i pertrechos del amable enemigo. E s t e , al avistar las fuerzas masculinas, las saluda batiendo sus pañuelos en los aires, asegurándoles que desea el combate si se atreven a forzar sus atrincheramientos. L a puerta de calle


38 está abierta de par en p a r ; mero sus pies en el p a t i o ? a bautizarle basta las uñas forman el mas tenaz de los

pero ¿quién pondrá el priD o s dobles ñlas se preparan con materiales q u e , unidos, engrudos.

¡A la carga, muchachos! gritan a retaguardia. Esta empuja el c e n t r o , i todos a los de vanguardia. En semejante desorden es invadido el campo contrario. El agua, la harina, el almidón, el afrecho i otras cosas caen en torrentes i en nubarrones; el sol se oscurece, se pelea bajo de sombra, i antes de un m i n u t o , no parece sino que todos se hubieran bañado en un rio de argamasa. Las malditas amazonas, conocedoras del terreno después de lograr los primeros tiros, efectúan su retirada a las habitaciones, cuyas puertas so cierran con llaves i trancas; robustas i forzudas criadas se quedan sosteniendo esta m a n i o b r a , de m o d o que al ñu de tantos peligros, resbalones, proezas i sacrificios, las fínicas prisioneras, el único premio del valor vienen a ser la c o c i n e r a , la lavandera i demás habitadores de las pocilgas de la casa. L o s pobres vencedores ceban su venganza en tan tristes d e s p o j o s , hasta, que alguna de ellas logra escar i a r s e ; corre a la huerta, i vuelve con un refuerzo formidable de porros q u e , al anunciarse sólo con sus lad r i d o s , ponen en completa derrota la banda de machos, cuya ropa empapada ni aun correr les deja c o n la v e l o cidad que quisieran. L o s gritos de victoria resuenan entonces en todas las ventanas i troneras de la fortaleza. Sin e m b a r g o , p o c o después vuelven a reunirse en una suspensión de hostilidades estipulada b a j o mil p r o testas de buena fé, no siempre guardadas por las lindas traviesas que hasta en sus abusos encantan. Sírvense copas de licor u otros refrescos . . . una sajuriana . . . una cancioncita . . . el infalible himno nacional o el b r a vísimo ¡oíd mortales*. . . . i adiós. — « H a s t a la n o c h e . —


3«J Quedamos en baile para la segunda contradanza. — Muí bien. Y a y a usted a quitarse esa r o p a . » — I la ingrata acompaña este encargo con una mirada capaz p o r sí sola de curar el mas furioso constipado. Las demás clases se entregan a diversiones no menos tumultuosas. Grandes cuadrillas de mineros a p i é , de pcscnecete con su cada una, i fuertes pelotones de c a b a llería armados de odres de a g u a , no siempre mezclada con esencias a r o m á t i c a s , recorren las calles repartiendo a derecha e izquierda caudalosos asperjes] o visitan las chinganas, donde tomándose de las manos las e n a m o radas parejas, forman una gran rueda para danzar el Videdai. Este antiguo baile de los indíjenas se ejecuta al son lastimero de una nauta que, oida desde lejos, mas bien inspira tristeza i ternura que acalorado entusiasmo. A l escuchar esa música, los mineros, que tanto gustan de divertirse con intermedios de c a m o r r a , a p l a can su i r a ; buscan a su e n e m i g o , le presentan, cual de oliva, un ramo de albahaca i le convidan a tomar un lugar en el círculo danzante. Así se pasó el segundo día. i bailando terminó t a m bién la segunda noche. E n el tercero repitiéronse los mismos ataques, las mismas derrotas, los mismos t r a t a dos con sus respectivas infracciones, i p o r líltimo las mismas citas para la segunda contradanza que irrevocablemente se halla consagrada al mas dulce de los sentimientos. ¡ l i o i es el último dia . . .! I antes que llegue el de mañana, en que nos ha de despertar el triste recuerdo de lo que somos, antes que amanezca ese miércoles melancólico en que nos van a decir que los bellos ojos que adoramos no son mas que


40 un p o c o de tierra cristalizada, t o d o el m u n d o quiere echar el último resto. L o s mas pobres se empeñan p o r tener un banquete opíparo en sus humildes cabanas. Desde las d o c e del dia empieza a sentirse la fragancia de los pasteles que están cociéndose en el h o r n o . Hora excelente para atacar los reductos de chai/eras; p o r q u e entonces se firman las paces b a j o la gran mediación de una fuente c o l o r del o r o , preñada de cuanto Dios crió para excitar el apetito. El sol de ceniza sorprendió a muchos que salían de bailar, cuando otros iban a la santa ceremonia del memento homo. L a s festines del carnaval habían sido costeados p o r suscricion, i ésta se encontraba todavía con fondos. Fué preciso consumirlos para que la noche del miércoles al jueves la pasásemos tan agradablemente c o m o las tres anteriores. H o i viernes, y a casi a ninguno de mis a m a bles compañeros veo en Copiapó. T o d o s han desaparecido. ¡ L a s minas se los han tragado . . .! ¡Vuélvalos a ver yo después de un alcance tan rico como el que, desde tanto tiempo há, se hallan esperando por m o m e n t o s ! (•24 de F e b r e r o de 1842.)


LOS

DESCUBRIDORES DEL

MINERAL DE

CH A I V A E C I L L O .

Excelente asunto p a r a un sermón de cuaresma en que el o r a d o r se propusiese pintar lo perecedero de los bienes terrestres, i traer a c o l a c i ó n , sin necesidad de recurrir a parábolas, no sólo uno sino muchos hijos p r ó digos. Y o que no soi o r a d o r , ni tengo en la tierra el difícil encargo de encaminar las triscadoras ovejas, a las cuales me honro de p e r t e n e c e r , i en cuyos descarríos me suelo a veces encontrar, he elejido esta materia p a r a escribir un artículo. X o es fácil decidir si la fortuna quiso favorecer o burlarse de los que descubrieron las primeras vetas i mantos de este mineral famoso. Dueños de la noche a la mañana de capitales injentes, de la mañana a la noche se vieron aun en m a y o r p o b r e z a , que aquella en que vivían antes que la diosa ciega los guiase a las serranías de Chaüarcillo. Ellos poseyeron valiosos fundos; su c r é dito llegó a no tener rivales; hicieron ricos a m u c h o s ; contaron con la hacienda, con los servicios, con las c o n sideraciones i obsequios de cuantos les rodeaban. Poco después no tenían de que vivir; se les ejecutó con c r u e l -


d a d ; nadie quiso prestarles un cuartillo, i al fin llegaron hasta a retirarles el don que antes les p r o d i g a b a n con humillación, como si dejándoles este miserable título se reconocieran en la obligación de conservar con ellos relaciones, que ya no p o d í a n aprovechar. ¡Especie h u m a n a ! ¿ E n qué te diferencias de una prostituta, si no es en que tú nunca llegarás a vieja para enmendarte? E l burrero Juan Godoi se hallaba el 18 de mayo de 1832 dando caza a un h u a n a c o , i fatigado de la tenaz persecución que le habia h e c h o , de la cual se b u r l a b a el ájil habitante del desierto, sentóse a descansar sobre una piedra, esperando que sus perros volviesen con la b o c a ensangrentada a anunciarle que habían atrapado la presa, i le guiaran después al lugar de la victoria. N o tardó en r e c o n o c e r que tenia p o r asiento un crestón de metal de plata r i q u í s i m o , i éste fué el instante en que Chañarcillo vino al m u n d o , el instante en que el cielo hizo tan magnífico presente a esta feliz R e p ú b l i c a . G o d o i , vuelto de su sorpresa, ya no se a c o r d ó del huan a c o , i hubiera olvidado también sus b o r r i c o s que andaban p o r allí cerca, a no formar el plan de cargarlos de piedras ricas en lugar de leña, para dirijirse a C o p i a p ó , donde pensaba aconsejarse sobre lo que liaría, c o m o si se encontrase en grandes apuros. E l primero a quien confió su secreto, para obtener una regla de c o n d u c t a , fué Juan José Callejas, minero viejo i cateador de profesión, que sin embargo de haber r e c o n o c i d o p o r mas de cuarenta años las vetas i panizos de cuantos cerros tiene este d e p a r t a m e n t o , solo habia logrado reunir un caudal fortísimo de esperiencia. A éste regaló G o d o i una tercera parte de la riqueza h a llada, la cual endosó el viejo a un antiguo patrón suyo, vecino de C o p i a p ó , por gratitud a los muchos servicios que le debia.


43 Nuestro descubridor, después de haber desflorado su tesoro, vendió las otras dos terceras partes que le q u e daban, i libre ya de los cuidados de la faena, se retiró a gozar del placer de hallarse rico. Don Juan Godoi resultó hallarse mui e m p a r e n t a d o , rnui relacionado con innumerables individuos que antes no conocía, sino c o m o caseros que le c o m p r a b a n su leña. Sin e m b a r g o , era preciso obsequiar tantas i tan ñnas demostraciones de afecto, manifestarse sensible a la estremosa ansiedad que desplegaban p o r agradarle. A una comida se seguía un baile, al baile las m u c h a c h a s , a las muchachas el almuerzo, al almuerzo la timbirimba, hasta que al fin i al cabo el aceite faltó a la lámpara, que p o r cierto no era la maravillosa de las mil i una noches. La concurrencia empezó entonces a despedirse a la f r a n c e s a ; cada cual t o m ó su r a y a , i despertara un dia Juan Godoi, como solia despertar algunos meses antes, sintiendo a m a r gamente que no fuesen una realidad las bellas cosas que habia soñado. ¡ D e s g r a c i a d o ! ¡Ni aun borricos t e n i a . . . . ! El jeneroso patrón de Callejas, sabiendo la miseria en que de nuevo se encontraba aquel h o m b r e , le dio una dobla en la mina Descubridora, que le p r o d u j o 14,000 pesos. Con esta suma su r e c o n o c i d o bienhechor le hizo comprar en C o q u i m b o una chacra, donde no siendo seguido de sus amigos, fué a morir en paz, dejando a su familia una m e d i o c r e subsistencia. El viejo Callejas ha escapado perfectamente de esta catástrofe. Contento con haber hecho rico a su b o n d a doso patrón, goza en medio de una sobriedad ejemplar, de las dádivas con que a su vez ha sido r e c o m p e n s a d o . Su residencia predilecta es en la Descubridora, a quien ama como a la niña de sus o j o s ; sus paseos favoritos son en las labores l'iquc del agua, Frontón de castillo, en el Fenómeno, en la Paloma, i en t o d o aquel e m b r o l l o


44 de abismos, cuya productiva su m a y o r parte.

fabricación ha dirijido en

L a Descubridora,

querida, bella i hacendosa

es para él una hija

en los brazos

de un amigo

que i d o l a t r a ; i a cada alcance que aparece en ella se le caen diez canas de c o n t e n t o , nietecito que recibe

como

si fuera un nuevo

en sus brazos.

V i e j o feliz ¿ q u i é n

te enseñó tu filosofíaV* No lejos de esta mina está lo que antes fué el Manto de los Dolados. Sólo se ve en el din, de este p o d e r o s o depósito de bolas de plata, un gran h o y o r e d o n d o , que a los que conocen su historia i la de sus descubridores, no puede inspirar otras ideas que la contemplación de un o s a r i o , el contraste de lo que fué i de lo que llega a ser el h o m b r e . Cuatro mineros encontraron aquel encanto. Sin avaluar los llampos i metales que cada uno dio a los infinitos cantaradas que forman el voluble séquito de la voluble fortuna, está bien averiguado que p r o d u j o a sus dueños mas de 80,000 m a r c o s , 700,000 pesos p o r lo menos. ¿ Q u é se hizo este capital? Tan rápida fué su aparición en la escena que nadie contestará satisfactoriamente a la pregunta, ni aun a los mismos que, al parecer, sólo representaron el papel de c a pitalistas. D e uno de ellos no so sabe el p a r a d e r o .

Su nume-

* Ya tenia escrito este artículo cuando supe la muerto de don Miguel Gallo, patrón de Callejas, bienhechor de Godoi i de muchos otros pobres. Falleció repentinamente en Chañáronlo, el 8 del corriente m a r z o , después de recorrer durante tres horas su mina Descubridora. Ha dejado a sus hijos una gran fortuna, una memoria sin tacha i el ejemplo de las mas apreciadles virtudes sociales. Si yo dejo a los rnios igual herencia ¡cuan tranquilo será mi sueño eterno!


rosa familia es quiza la que hoi vive en m a y o r indijencía en este departamento. Otro disputa actualmente con el cura de su p u e b l o un solarcito que le dejó p o r testamento su m u j e r , ya difunta. Si el cura le gana el pleito, le deja en la calle. El tercero perdió no sólo cuanto le diera la mina sino también la m e j o r prenda que tenia antes. Al cuarto

no le quedan mas que los muchos hijos

habidos i p o r haber en su matrimonio. Estos mismos descubrieron también la mina rica l l a mada el Bolaco, que hoi pertenece a otros dueños. La Coloréala, célebre p o r su feraz p r o d u c c i ó n en marcos para sus dueños, en r o b o s para los cangalleros i en pleitos pitra medio m u n d o , tuvo p o r descubridor a Manuel P e r a l t a , que ya no existe. L a generosidad d o minó como una pasión a este m i n e r o , que llegó a dar a diferentes individuos mas de doce cuartas partes de su hallazgo; i hubiera seguido distribuyéndola p o r esta medida, si su c o m p l e t o b r o c e o no hubiese terminado las demandas. L o s que en el dia poseen esta m i n a , la obtuvieron p o r un formal d e n u n c i o ; le pusieron t r a b a j o , al fin alcanzaron, i aquí empezó la pelotera. Cada uno de los doce accionistas entabló un pleito, p o r lo m e n o s ; cada pleito era p o r una cuarta p a r t e ; cada cuarta parte tenia d o c e interesados, i cada interesado deducia sus acciones i oponía sus escepciones ante V. S. como mas haya lugar en derecho, jurando no proceder de malicia. El uno pedia e m b a r g o , el otro transacción; éste c o m p a rendo, aquel restitución in integrum, mensura, j u i c i o práctico, c o m p r o m i s o o r e c o n o c i m i e n t o ; i todos, costas, daños i p e r j u i c i o s : Ítem mas, su derecho a salvo. ¡Qué barabúnda!


46 He dicho que Manuel Peralta se m u r i ó , en lo cual el p o b r e hizo mui bien, p o r q u e le habrían llevado c o m o le traían, sin saber ni lo (pie había h e c h o , ni lo que querían que hiciese. El infeliz murió cansado de oirse tratar p o r sus mismos donatarios de un ¡-nial! La Guia, este almacigo opulento de vetas, guias, mantos i reventones, que hasta la fecha se le cree vírjen, p o r q u e cada dia ofrece nuevos primores su l a b o r e o , fué hallada p o r el barretero Jaunclto, que la vendió antes que ella desplegase tan brillante riqueza. Con el dinero que le p r o d u j o el negocio, quiso también darse buenos r a t o s ; se metió a francachelas; en una de éstas, un amigo le dio una p u ñ a l a d a , i de sus resultas h u b o que cortarle un b r a z o . E l último real se lo llevó el b o t i c a r i o , i estuvo en un tris que se lo disputaran el sacristan i el panteonero. L o s descubridores del Revoltón colorado no han sacado de esta mina sino varios cajones de enredos de tan difícil, solución, que no parecen sino de metal frío, cuyo beneficio, hasta ahora, es impracticable. ¡ B r a v o p e l e a r ! ¡Ni unitarios, ni federales que fueran! . . . Mui largo se haria este articulito si quisiese añadir todas las historietas que faltan, las cuales p o r otra parte son idénticas particularmente en su desenlace: la miseria o los pleitos, c o m o las sublevaciones i las batallas cuando los peruanos creen descubrir un medio de constituirse. Siempre que escribo algo, que no sea una c a r t a , toco la dificultad de no saber qué decir luego que veo la necesidad de a c a b a r ; mas p o r ahora tengo que cumplir un propósito que m e hice al b o s q u e j a r lijeramente estos tristes episodios de la historia de Chañarcillo. Quiero llamar la atención de los afortunados en este mineral hacia las familias de sus descubridores. Nadie tiene mas


47 derecho que ellas, que esa multitud de chiquillos d e s nudos, a esperar una jenerosa protección de los mineros ricos de este p u e b l o . Para sostenerlas i educar a a l g u nos de sus niños, creo que no se necesitaría sino de un pequeño f o n d o ; de lo que, p o r ejemplo, en un dia p u e d e producir el mineral que descubrieron sus padres. Cuando vayan a Copiapó a visitar sus faenas, c o m o cuatro cuadras antes de llegar a la capilla de Tierra A m a r i l l a , entren en una p o b r e choza que está a la i z quierda, en la orilla del camino real. Una madre con siete hijos p e q u e ñ o s , no diré viven, yacen en ella. E s la familia de un descubridor. Sólo pido que entren a aquel rancliito, que es toda una dolorosa lección de esperiencia, i estoi seguro que no saldrán sin convenir que allí, p o r mu i p o c a c o s a , se c o m p r a la satisfacción del corazón. '' f

(4 de abril de 18-12.) * Los dueños actuales de la D e s c u b r i d o r a de Chañáronlo son millonarios. En Santiago viven en la o p u l e n c i a ; erogan fuertes sumas a beneficio de iglesias i hospitales. I mientras t a n t o , los hijos de los descubridores, a quienes compraron p o r cuatro reales, este inmenso t e s o r o , se hallan en la indijencia. ¡ Cuánto mas satisfechas quedarían la vanidad i la c o n c i e n c i a , si esos ricos invirtiesen sus limosnas en educar a los hijos de sus b i e n e c h o r e s ! — JOTABECHE. — (Mayo de 1847.)


YALLKXAIi I COPIAPÓ.

Son dos pueblos v e c i n o s , dos pueblos hermanos i esto es mas que suficiente para que vivan en eterna discordia. Algunas veces yo también me p o n g o a pensar en el oríjen de nuestras sociedades; p o r q u e me gusta creer que antes de ¡lio tempore éramos mas animales que ahora, ¿ S e j u n t a r o n los h o m b r e s , me p r e g u n t o , para m e j o r amarse mutuamente? N ó . Se j u n t a r o n , p o r q u e andando el uno p o r a q u í , i el otro p o r acullá, les era muí difícil morderse i hacerse tiras. E n este sentido es verdad q u e , al reunirse en tribus, buscaron su c o n v e niencia. L a primera vez que el h o m b r e c o n o c i ó la necesidad de tener un a m i g o , fué cuando vio que no podia con solo sus fuerzas despedazar a otro. N o le costaría m u c h o hallar lo que b u s c a b a , prometiendo a su aliado la correspondencia; i hé ahí los primeros servicios recíp r o c o s que se hicieron nuestros p a d r e s , i los que mas comunmente se prestan sus hijos. Tal fué también el oríjen de la palabra Amistad, signo de una virtud que los poetas creen hija del cielo i con r a z ó n ; p o r q u e bien es cierto que hubo un Dios-liombrc] mas una Amistad-


49 hombre,

una Amistad-mujer,

ni con todas las creederas

de la c o m u n i ó n do los santos pararía semejante misterio. Vuelvo a mi asunto. Para viajar de Copiapó a Y a llenar es preciso atravesar cincuenta leguas de llanos de arena, cuestas de arena i quebradas de arena,; cabalgar casi siempre en muías trasandinas, cuyas mañas de m e nos consecuencia son m o r d e r , c o c e a r i c o r c o v e a r ; beber agua, con gusto a los cuernos en que es necesario l l e varla, i pasar el sol del medio d í a , que no p u e d e q u e mar mas el fuego del p u r g a t o r i o , b a j o una algarrobilla chamuscada, que con su sombra apenas puede amparar un centenar de culebras i lagartijas, que viven entre sus raices. Hasta los nombres de los puntos que va uno recorriendo o divisando, contribuyen a sofocar el alma. — Esta es ¡a Punta del diablo. — A q u e l es el Cerro del diablo. — Ahí detras está el Boquerón del diablo.—Esta noche alojaremos en el Infiernillo. — Antes que queme el sol llegaremos al Agua del demonio. — En suma, casi todos aquellos lugares están consagrados al dicho c a b a llero; p o r q u e no parece sino que fueran secciones territoriales de sus dominios. Si andando este camino, oyen ustedes decir el Agua buena, el agua dulce, el Sauzal, el Chañaral, no v a y a n , p o r D i o s , a imajinarse que e n c o n trarán sombras deliciosas i arroyuelos cristalinos; porque, no han de hallar sino fuego, o cuando m u c h o , en lugar (le agua, un b r e b a j e que no lo c o m p o n d r í a p e o r el mas desapiadado boticario. Semejantes nombres son una i r o nía cruelísima, la b u r l a mas picante que puede hacerse al viajero. P o c o s dias h á , transité p o r la primera vez estas r e jiones. (El que diga que no pueden llamarse p r o p i a mente rejiones, tenga la b o n d a d de pasar a, verlas.) En la tarde del segundo dia de v i a j e , a la hora en que el sol hiere todavía con sus rayos o b l i c u o s , pero que y a • lOTAÜEOni,;.

4


50 no alcanza a quitar a la. brisa toda su frescura, uno de mis compañeros, que m a r c h a b a a mi l a d o , p r e g u n t ó : — ¿Cuánto

te parece que nos falta para avistar a

Vallenar? — ¡Quien sabe!

Ojalá fuese

ahora

mismo,

porque

esta m u í a , con su t r o t e , no m e ha de dejar hueso en su lugar. — Ya no camino

ipie

es mucho lo caracolea

por

que nos queda. ese

cerro

«pie

¿Yes

aquel

tenemos al

frente V — Sí. — Pues bien, vamos a. subir p o r él. i desde la cumbre divisaremos el p u e b l o . — ¡ T e j u r o que no me parece trecho muí corto . . .! ¡Maldita- la m u í a , i maldito el cuyano que te amansó! — Antes de cuatro horas te librarás de ella. — ¡Cuatro horas . . .! ¡cuatro horas de suplicio . . .! Pero ¿ q u é es a q u e l l o ? . . . ¡ H o m b r e . . .! el rio . . .! ¡los árboles . . .! I mi compañero se reia de mi sorpresa. Nos hallábamos sobre la ceja, de un b a r r a n c o elevadísimo i casi perpendicular. . . . Yallenar estaba, al p i é , en el fondo de una quebrada estrecha, p r o f u n d a , razón p o r que no puede verse sino de repente, i no p o r grados, c o m o empiezan a manifestarse al caminante las poblaciones. ¡Qué sorpresa tan g r a t a ! ¡Así será el encuentro de la tierna mirada, que no se animan a esperar nuestros o j o s ! En aquel punto hicimos alto para contemplar la vista mas bella que podia ofrecérsenos, aun sin haber recorrido dos dias enteros nada mas que arenales inhospitalarios. Un valle angosto, pero que al poniente se es-


51 tendía hasta perderse en las sombras de la distancia; pequeños i lindos potreros divididos por alamedas de sauces que parecía peinarlos el viento; una población simétricamente delineada entre infinitas manchas de arboledas i d e . b o s q u e s , i un torrente que atravesaba el cuadro, señalando su curso con muchísimos b o r b o t o n e s blanquecinos: t o d o esto mirado desde la altura que ocupábamos nos parecía, un precioso paisaje en miniatura. ¡ T a m b i é n a tí te saludo, bello E d é n , plantado entre las ái'idas soledades del norte, cual rosa entre a b r o j o s i zarzales! ¡ T ú eres el c o m p a t r i o t a que abrazamos lejos del pais querido donde nos mecieron en la c u n a ! ¡Tú eres, en medio de los yermos que te cercan, uno de a q u e llos relámpagos de dicha que brillan en las borrascas de la existencia! En e f e c t o , Yallenar es un p u e b l o precioso. Verdad es que después de una. tan penosa travesía, está uno muí dispuesto a entusiasmarse con cualesquiera objetos que ofrezcan mas alhagüeñas escenas; pero sin esa circunstancia puede asegurarse que el valle del Iluasco es de lo mas pintoresco, de lo m e j o r cultivado de nuestro territorio; i su principal p o b l a c i ó n una de las ciudades mas bonitas de la república. Jamas olvidaré las agradables sensaciones que m e embriagaron cuando paseando por sus calles, a puestas de s o l , respiraba un aire embalsamado por los j a r d i n e s , las r o s a s , la, flor de la pasión i otras enredaderas que b o r d a n las paredes divisorias; o cuando al visitar una. familia me llevaban a ver la huerta. Ln desorden encantador reina en todas ellas, que son verdaderos jardines. A l pié de un ciprés crecen un chirimoyo i un d i a m e l o , allí cerca, está un n a r a n j o , debajo tiene un rosal o una mata de c l a v e l ; sigue un p a r r o n cito con racimos d o r a d o s ; viene una era de repollos, un lirio i un d a m a s c o ; varias hileras de c e b o l l a s , un g r o 4*


52 nado i un arrayan: un l a b e r i n t o , en fin, en que felizmente no figuran los perales i las higueras, ni se han introducido los c u a d r o s , triángulos, círculos i ventajas del buen gusto. Es lástima que los edificios no estén plantados t a m bién con igual confusión. El estafador que quiera e l o j i a r su conciencia, diga que es mas recta que una calle de Y a l l e n a r , i viva, seguro de que no volverá a echar otra mentira, m a y o r . Esto que para mí es un defecto, bien c o n o z c o que para muchos es t o d o lo contrario. Su paseo público, aunque muí n u e v o , podra rivalizar con los mejores de Chile si conserva su piso enclicpicado i i sus rosales. T a m p o c o quisiera q u e se levantase mas templo que el único que actualmente hai en el centro, dominando con su torrecita a toda la p o b l a c i ó n . X o sé p o r qué me parece esto mas relijioso, mas poético. Innumerables casas al rededor de la casa de Dios, es un cuadro espresivo lleno de sencillez, de piedad i de ilustración. L o s habitantes viven aquí en una paz que llega a fastidiar. ¡ X i un pleito . . . ni un casamiento ruidoso . . . ni una tertulia . . . ni un baile . . . ni un chisme siquiera . . .! M a d r u g a n , no almuerzan, c o m e n a la antigua, duermen la siesta, t o m a n su m a t e , se van a la huerta, vuelven a rezar el rosario, dan de merendar i acuestan a los n i ñ o s : los demás j u e g a n la p a n d o r g a o el carga b u r r o , las niñas leen o c o s e n , cenan i buenas noches. ¡Cuánto mas me gustaban los árboles que los h o m b r e s ! I cuando digo los hombres, no hablo de las m u j e r e s , eso p o r sabido se calla. ¡Este plantel es hechicero en todas partes! * Cuantos han visitado detenidamente a Vallenar, conocerán que en estas líneas, le he juzgado mui ligeramente. Sus habitantes no son c o m o los pinto. l i e tenido mil ocasiones de convencerme que cometí un error al escribirlas. — (Mayo de 1847.)


53 Semejante impasibilidad tiene p a r a los hombres una sola contra, que yo no dejaba de usar para ver animarse una tertulia que desdo tiempo inmemorial se reúne diariamente en la trastienda de un comerciante. listo estimulante es la palabra (Jojriapó echada a rodar c o m o que no quiere la cosa. X a d i o queda tranquilo al o i r í a ; su sonido produce una c o n m o c i ó n en el sistema n e r v i o s o ; despiertan cuantos se hallan cabeceando i t o d o el m u n d o se pone sobre las armas. — Qué decia usted de C o p i a p ó ? — H a b l a b a con el señor de lo m u c h o que adelanta aquel p u e b l o . . . Y a se vé, ¡ese Chañarcillo es un pozo inagotable de barras de plata . . .! — ¡Chañarcillo . . .! Eso no ha sido mas que un manto metálico al sol. Y o lo he dicho desde un p r i n cipio; i C o p i a p ó , cuando se b r o c e e su c e r r o , volverá a las miserias de antes. — Creo cpie Yallenar tendría que sentir también semejante desgracia, perdería muchísimo. — ¿Yallenar? X ó , señor. Sus c o b r e s , sus bronces negros i su agricultura le sostendrían en el estado floreciente en que se halla. Nosotros no tenemos minas en Chañarcillo, ni lo d e s e a m o s ; porque esos h o m b r e s , con su c o d i c i a , nos matarían a pleitos i a e n r e d o s , c o m o quien dice a palos. X ó , señor; déjelos usted con su tesoro, que a la larga nos veremos . . . — I ¿en realidad creen ustedes que no perdería nada A alienar, si p o r desgracia se concluyeran aquellas m i n a s ? — X ó , señor, ni un cuartillo. — Vamos, caballero, mas injenuidad. Y o sé que m u chos productos <pie en Chañarcillo se venden a peso de


54 oro i con g a n a d a s exhorbitantes, los com])ran antes a usted, al otro i a aquel en este valle, a muí buen precio . . . •—I ¿ q u é tenemos con e s o ? Ahí verá usted que para tomar una buena fruta necesitan los copiapinos de nosotros. Son unos flojos, i luego . . . ¡ni agua liai en aquel maldito lugar . . .! Déjelos usted, que al c a b o han de volver a sus chañares i su congrio seco. — Señor m i ó , si el mineral-jefe de Copiapó se b r o cea, no rejistrarán ustedes mas de 3,000 marcos mensualmente en la aduana del Huasco. Estos valores salen de Chañarcillo, p o r la puerta falsa. — ¿ Q u é quiere decir eso? ¿ q u e los 3,000 marcos los r o b a m o s ? ¿ q u e los c o m p r a m o s a camjaTleros'í ¿ N o son estas lindezas las que dicen de nosotros esos mentecatos? Si ellos son tan b o b o s para dejarse r o b a r por sus peones, ¿ l o seremos nosotros para n o comprar la pifia que vienen a vendernos? ¿ N o lian hecho i están haciendo muchos copiapinos el mismo n e g o c i o ? ¡Vaya, por Dios, que esto me quema, . . .! — Mire usted, todos salten que es casi inevitable el r o b o de metales, ni los copiapinos reprueban que haya comerciantes que hagan este n e g o c i o , porque al c a b o es preciso que alguno los compro; pero lo que realmente les hace quejarse de ustedes es que aquí se, permita lainmoralidad de beneficiarlos públicamente en los buitron e s , cosa ipie parece alentar el r o b o , asilarlo, i hasta cierto punto, protejerlo. — ¡Qué p r o t e j e r l o , señor, ni qué c a l a b a z a s ! Dígales u s t e d , que cuiden ellos personalmente sus faenas: que no lo pasen de ociosos en la villa; que paguen m e j o r a sus m a y o r d o m o s para que les sirvan hombres h o n r a d o s ; que arreglen una policía interior en sus l a b o r e s , i que esto será mas racional que cuantas medidas hagan to-


mar a la autoridad pública contra los cangalleros i contra nosotros. Dígales usted que no he de tener m a y o r gusto que verlos . . . — P e r o , señor, yo no les he de decir nada.

Sosié-

gúese usted. — A m i g o , no puedo. Jamas he deseado vernos envueltos en una g u e r r a ; pero si al hn sucede esta desgracia, yo les aseguro a los copiapiuos' que con veinte de nuestros cívicos se les irá a pedir satisfacción, de un millón de agravios que hemos recibido . . . — ¡Jesús, señor, c ó m o puede ser eso! X u n e a he oido a- ningún copiapino hablar de un m o d o agraviante r e s pecto a ustedes. — En fin, cortemos este asunto. ción en t o d a mi máquina . . .

Siento una r e v o l u -

Me apretó la mano i se salió con harto sentimiento mió. Cuando volví a Copiapó era otra cosa. — ¿ C ó m o ha ido en Y a l l o n a r ? — Pien, mui bien. — I ¿qué hacen esas pobres j e n t e s ? — Allí están . . . trabajan sus minas . . . — ¿Qué minas?

Si no tienen mas minas que las can-

gallas de Ohañarcillo.

¡Qué hombres tan sin vergüenza!

— Vamos despacio. Mire usted que son excelentes, i al cabo son nuestros vecinos. — ¡Ojalá no lo fuesen tanto! Ya no tenemos vida con esa, [teste de diablos que habilitan en aquella m i s e rable villa p a r a que vengan . . . — En la ciudad de Vallenar, querrá usted decir, p o r que lo es en virtud de una lei.


5(5

— ¡ C u i d a d o ! . . . ¡en virtud de una l e i ! . . . En virtud de otra lei todos los <[iie a sabiendas c o m p r a n cosas robadas deben ir a un p r e s i d i o , i si ésta se ejecutase ¿en qué vendrían a parar los tales ciudadanosV — ¡ Qué quiere usted! . . . — L o (pie quiero es que no se permita huasquino en Chañarcillo. — Eso

es

imposible.

mineral lian de ser

No

todos

a ningún

los que vienen

al

cangalleros.

— T o d o s , sí s e ñ o r , todos son cangalleros. ¡ Qué no se fuera la tal ciudad donde no le oyéramos ni el nombre! . . . Con cualquiera otra que ocupase su lugar sucedería lo mismo. E l odio desempeña en la vida moral del h o m b r e las mismas funciones que ciertos humores asquerosos en la actividad de su m á q u i n a ; sin ellos se suspende su ejercicio, i p o r último toda ella se disuelve. A l que no ama a n a d i e , al que aborrece cuanto miran sus o j o s , se le dan los títulos respetuosos de lunático o misántropo; pero métase usted a humano i compasivo, ame a todos sus semejantes, i al instante le sospechan de imbécil, declaran que ha p e r d i d o el j u i c i o i le n o m bran curador o le encierran p a r a siempre en un hospicio. (5 de abril de 1S42.)


EL

PÜEETO DE COPIAPÓ.

— ¿Qué haces, h o m b r e de. D i o s ? en m a n o ! . . .

¡Siempre de pluma

— Y o i a escribir una cartita. — ¿ P a r a don M E E C U E I O , eh? — X ó . T o d o el m u n d o sal de ese caballero.

sabe quién es el c o r r e s p o n -

— Así será; pero yo no vengo mas que a hacerte un convite. E l v a p o r debe llegar al puerto pasado mañana, si es que no nos engaña, c o m o lo acostumbra. ¿Quieres que nos vayamos allá esta tarde. Hai caballos p r o n t o s , rosquitas, su respectiva b o t e l l a de Oporto . . . — ¿ O p o r t o has d i c h o ? No se hable mas. Todas las dificultades están allanadas. Saldremos a las cuatro. — Asunto concluido.

Hasta las cuatro.

Las daban en el cuartel, en la cárcel, en la casa de


f>8

c a b i l d o , en los j u z g a d o s de letras i de c o m e r c i o , en la escribanía pública i en San Andrés cuando partimos. Que el p o l v o nos cegó en los callejones de la B o d e g a , eso no hai para qué d e c i r l o ; i que tornó a cegarnos en varios otros puntos del tránsito, recuérdolo todavía, restregándome maquinalmente los ojos. L o mas notable (pie vi en todo el camino fué uno de esos horribles t r o feos que mas que sentimientos de justicia, denuncian en nuestras sociedades inclinaciones patentes de a n t r o p ó f a g o s : quiero hablar de dos brazos humanos clavados en una picota, i puestos de m o d o que, si sobre la punta de ésta hubiera un g o r r o , saldrían a lo vivo las armas de la R e p ú b l i c a Arjentina. A las diez de la noche llegamos al puerto. ¡Cuan grato es tomar alojamiento después de un largo g a l o p e ! Nosotros lo hicimos en una f o n d a , cuyo dueño es un viejo italiano do tan buena v o l u n t a d , que con ella d e tiene a sus huéspedes cuando no tiene otra cosa que ofrecerles, lo que le sucede a m e n u d o . P o r entonces nos dio pescado frito, i la esperanza de un buen almuerzo para la mañana siguiente; con lo c u a l , i una botella de carlon mas áspero i desabrido que la cara de un administrador de rentas fiscales, nos fuimos a dormir c o n tentísimos. L l e g a n d o uno de noche a un punto d e s c o n o c i d o , d e sea la luz del dia para ver lo que le r o d e a ; i esto, mas que las inhospitalarias pulgas, me hizo madrugar en el puerto. A l amanecer ya andaba yo recorriendo las alturas que dominan la bahía i la p o b l a c i ó n . Parado sobre una r o c a a cuyo pié venían unas en pos de otras a despedazarse las olas del Océano, me sorprendí a mí mismo con la vista fija en la inmensidad de las aguas, sin que ninguna i d e a , ningún pensamiento ocupase mis faculta-


des. Es preciso que yo sea muí b r u t o , me d i j e , para que no se me ocurran aquí a millares las reflexiones poéticas i filosóficas. L l e g u é a creer que la postura que tenia no era adecuada para sentirme inspirado, i al instante me senté con las piernas cruzadas, a p o y a n d o , p o r supuesto, la mejilla sobre la mano derecha, después de encasquetarme la g o r r a ; i a falta del libro que debia tener indefectiblemente cerrado en la izojuiorda, descansando con a b a n d o n o sobre el m u s l o , tomé mi cartera, i en tan interesante posición me quedé esperando la visita del mimen. P e r o ni p o r esas; antes bien, sintiendo que no era difícil me visitase el s u e ñ o , abandoné aquel punto, de miedo que una pesadilla me hiciera rodar en cuerpo i alma p o r el abismo (pie tenia a mis pies. A las diez de aquel dia se anunció \liiqiie ala vistal i a las tres de la tarde fondeó la b a r c a nacional Esperanza. Veíase su cubierta llena de personas, que p o r los variados colores de sus vestidos no dejaban duda de su sexo. El capitán de puerto vuelve ya de la visita. — Capitán, veo a b o r d o muchas señoras. lias que vienen de V a l p a r a í s o ? — Nó, señor. L a Esperanza Ahora vienen veinticuatro . . . — ¿ C ó m o es eso de

¿ S o n fami-

trae siempre muchachas.

mticliaclias't

— Muchachas, pues, señor, muchachas . . . que vienen de Valparaiso ¿ e h ? . . . ¿ n o me entiende usted? M u c h a chas de consecuencias . . . — ¡ A h ! Y a lo entiendo. ¿ I no ponen al b u q u e , al cargamento, a la tripulación i a las muchachas en c u a rentena? ¡Dios proteja a los consignatarios de tales


mercaderías! colcra-morbiis.

Un día de estos nos trae la

'Esperanza

el

L a lancha de la b a r c a empieza a echar la carga, a tierra, i las primeras son las niñas. Cada cual t r a e , a mas del sombrero con plumas o de la, cotia enflorada, un elegante parasol. ( ¡ S a n t a B á r b a r a doncella, envíanos contra esta tempestad un p a r a - r a y o s ! ) Y a están en la playa. Y a pueden verse aquellas caras cuyas recientes pinturas les dan el brillo pasajero de un plato de loza recien l a v a d o ; aquellos vestidos lujosos que quizás sirvieron no ha m u c h o a .alguna honesta bella ya difunta; aquellos calzoncitos c o n encajes; aquel conjunto, en fin, donde las mismas gracias sólo pueden arrancar un yjué lástimal del curioso que las examina, No tardó en cubrirse la playa de mesas de arrimo, alfombrados, lavatorios, colchones, sillas, b a ú l e s , catres desarmados i demás trastos acl lioc de las viajeras q u e , acariciando unas a sus loritos i otras llamando a sus f a l d e r o s , se separaron p o r grupos a buscar posada. El litoral del puerto Copiapó es muí curioso p o r las caprichosas formas i dimensiones de sus r o c a s , p o r sus grutas i p o r la variedad de las conchas i piedrecitas (pie abundan en la playa. L o s paseos de la madrugada i de la tarde son p o r esta razón entretenidos i agradables. No hai, es verdad, árboles entre cuyas coposas ramas se oiga suspirar el viento, ni a r r o y a d o s que serpenteen, ni pajarillos que trinen, cosas que para un romántico son sino qita non; pero en c a m b i o , el j e ó l o g o puede hallar allí motivos de estudio i do sublimes meditaciones. ¿Cuántos años cuenta, esta mole inmensa de conchas i plantas marinas petrificadas? ¿ Q u e tiempo tardó la naturaleza en obrar esto f e n ó m e n o ? Esas cuevas, esas ahoyaduras fabricadas en los peñascos, ¿ s o n el resultado del continuo


61 trabajo do las olas durante siglos de siglos, o es el dedo del Creador quien las ha p u l i d o ? Aquellos cerros que amarillean en medio del mar ¿son o nó de estiércol de p á j a r o s ? I si lo son ¿cuántos pájaros i cuántos siglos lian sido necesarios para, f o r m a r l o s ? Cuestiones son éstas que si me obligaran ahora a resolverlas, baria cuenta de c[iie me condenaban a prisión perpetua. Felizmente mi escuela les ha dado de m a n o , p o r antipáticas; que a no ser así, infinitos, entre ellos y o , la- habríamos m a n dado al diablo, haciéndonos antes sectarios del Profeta que de los maestros Dumas i Víctor Hugo. A. la seis de la mañana del segundo dia que vi a m a necer en el puerto, desperté a los gritos de \el vapor\ yvicnc el vapor! \cl vapor a la vistal Medio vestido salí de mi cuarto i eché a correr detras de varias personas que se dirijian a las alturas ya mencionadas. Efectivamente el vapor venia vomitando un torbellino de humo negro, r o d e a d o su casco de espumosos penachos p o r t o das partes. L a p o b l a c i ó n se hallaba en el mas c o m p l e t o alboroto. Suben, b a j a n , corren, se paran a mirar, gritan, preguntan i esplican lo que pasa. L o s tarros de azogue v a c í o s , que sirven de c a m p a n a s , llaman a los cargadores i a los g u a r d a s ; los marineros achican la b o m ba en sus botes i c h a l u p a s ; nuestro posadero enarbola toda una c o l e c c i ó n de banderas i señales; los pasajeros arreglan sus equipajes, i sus amigos se preparan para ir a decirles adiós en el b u q u e mismo. L a s señoras toman sus sombreros, reprenden a los niños, llaman al marido, arreglan el peinado de las hijas, dan órdenes a los criados i echan una mirada al espejo. T o d o es movimiento, nadie está p a r a d o en un sitio; parece que cada uno tiene una máquina de vapor dentro de su cuerpo. Mientras tanto el Chile se a p r o x i m a sin mas trapo en su a r b o l a dura que la bandera británica, cuyo actual c o l o r negro


02 i ahumado c o m o el de un chinguillo, p o d r í a inducir mui bien a sospechar de pirata al b u q u e que la enarbola. Cinco minutos después retarda su m o v i m i e n t o ; sus r u e das coloradas no j i r a n ; vuelven a moverse otro p o c o ; hacen alto, tornan a dar vueltas, como quien va con la sonda en la m a n o , hasta que persuadido el huésped n o tante de que no h a b r á otro c o m o la de Quinteros, desprende de su p r o a un anclote. L a playa está llena de espectadores esperando la vuelta del bote del resguardo. Y a viene, i con él una lancha, dos chalupas i otras embarcaciones que traen a p a s e a r . e n tierra- ingleses taciturnos, franceses presumidos, alemanes tiesos, italianos alegres, peruanos pálidos, arjentinos erguidos, españoles flemáticos i chilenos aliuasados. El primero que pisa tierra es el amable capitán P e a c o c k . ¡Qué do abrazos i de furibundos sacudones de m a n o s ! — ¿ C ó m o ha i d o ? — ¿ C ó m o v a ? — ¿ C ó m o viene? — Qué nos d i c e ? — ¿ P o r qué tanta d e m o r a ? — Yo no tiene culpa. — ¿ M u c h o s pasajeros a b o r d o ? — Pastantes. — ¿ Q u é hai de nuevo en el P e r ú ? — Mucho de huano. — ¿Cuántos jefes supremos? — Siete libras toneladas por Inglaterra. — N o m e ha entendido. — ¿ S e han batido los peruanos con B a l l i v i a n , o todavía los deja usted en el p a n t a n o ? — S í , s e ñ o r ; nunca acabar allí el h u a n o . — ¡Maldito sea el h u a n o ! Mientras esto sucede p o r una parte, en otra se r e c o nocen dos amigos que no esperaban v e r s e , felicitándose de ir a viajar en c o m p a ñ í a ; aquí leen cartas i periódicos venidos en el V a p o r ; allí despachan lanchas con e q u i p a j e s ; mas allá se embarcan en las chalupas h o m bres i señoras para ir a b o r d o . ¡Qué. alegría en las niñas, i qué susto de irse a meter al b u q u e a riesgo de marearse! — Siéntese a q u í , mamita. —• Déme usted la


03 mano. — ¡Cuidado, n i ñ a ! — ¡ X o se carguen a un l a d o ! — ¡ A i ! ¡se da vuelta! — ¡ D o n l l a m ó n , no meta tanta b u l l a ! — ¿ P a r a qué vendría y o ' ? - — ¡ V í r j e i i santísima! — X o bai cuidado. ¡ H o l a niuchachos! L o s últimos que se embarcan son las barras de plata, las chirimoyas de Chañarcillo, i al llegar a b o r d o , suena la campana llamando a. los pasajeros. \Se va el vaporl \se va el vapor \ X o tarda en cubrirse el puente do h o m bres, mujeres i n i ñ o s , unos que se van i otros que se quedan. Una niña pide (pac la p a s e e n ; otra se siente no sé cómo, los colores huyen de sus m e j i l l a s , sécansele los labios i su cabeza se inclina sobre el p e c h o de una amiga, — Llévenla a su camarote. — H o m b r e , no te olvides de mi encargo. — Cuídame m u c h o a las niñas. — V é que den de comer a las catitas. — X o te vayas a quedar en Santiago. — Muí divertidos van a ir ustedes. — Si te mareas, te hará p r o v e c h o . — X o dejes de escribirme a vuelta del vapor. — ¡ Qué linda es a q u e lla n i ñ a ! — Es una limeñita recien casada, — ¡Feliz guien junio a ti por tí suspircá esclama un poeta, que nunca falta alguno en habiendo mas de cuatro hombres r e u nidos. Los marineros están levando a n c l a , i la campana vuelve a sonar para despedir las visitas. — ¡ A d i ó s ! — ¡Un a b r a z o ! — ¡ F e l i c i d a d ! — ¡Buen viaje! — ¡ D i o s los lleve con b i e n ! — M e m o r i a s a fulano — ¡Adiós, mi alma! — ¡ A d i ó s , hijita! — I entre chanzas, c a r i ñ o s , lágrimas, suspiros i náuseas,

tiene lugar la mas

afectuosa

des-

pedida. Apenas nuestro b o t e abandona la escala, las ruedas del vapor baten el agua i su p r o a la c o r t a , c o m o el buitre el aire, cuando desplegando sus alas parece desprenderse del peñasco donde se anidan sus polluelos.


64 Siguen aun cambiándose los adioses, i luego que no se oyen éstos, ajítanse pañuelos i sombreros en el aire, c o m o para decir: ¡todavía te vcol \no me olvidesl Al pisar tierra ¡qué tristeza! ¡qué silencio p o r todas partes! un perrito ahullaba en la p l a y a , buscando a su amo que liabia partido. Y o sentía un vacio inesplicable en el corazón. ¡Cuándo la c o p a del placer dejará de tener acíbar en el f o n d o ! . . . (18 de abril de 1842.)


COPIAPÓ. LAS TERTULIAS DE ESTA FECHA.

Esta costumbre de reunirse las jentes & pasar la noche no debe ser mui antigua, ya que a la verdad no es tan mala; ni t a m p o c o puede ser cosa de a y e r , p o r q u e hai hombres tan connaturalizados con e l l a , que en las t e r tulias no mas viven, i fuera de las tertulias duermen. Verdad es también que solo desde 30 años a esta parte tenemos nosotros de qué h a b l a r ; i es tanto el material con que se encuentran a l g u n o s , que en t o m a n d o la p a labra, hacen cuenta que han tomado la p o s t a ; i guárdese usted de salirles al c a m i n o , p o r q u e se lo llevarán con palabra i t o d o p o r delante. Antes de esta nueva era, la tertulia nocturna se consideraba c o m o un privilejio de la jente m a y o r , que en casa del vecino mas c o n decorado, regularmente el mas g o t o s o , se reunía a b e b e r un punch, a j u g a r a los cientos o al mediator. L o s m o zos i las niñas se quedaban en casa a puerta c e r r a d a ; éstas, oyendo de su abuelita, la historia de los hijos de X o é que eran Eran, Bren, Brin, Bron i Brun, i los otros esperando que el viejo entrara a acostarse, después de hacer c o l a c i ó n , para ir ellos a saltar paredes, -JOXAUECHE.

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atravesar solares, herir a los perros i ver a la querida sin escandalizar a nadie. Cosa p o r supuesto m u c h o mas cristiana que lo que sucede a h o r a ; que en medio de una numerosa concurrencia, i a la vista i paciencia de padres i madres, se sienta un mozalvete al lado de una criatura con la leche en los l a b i o s , i empieza a abrirle las orejas. H a c e n mui bien sus reverencias en declamar contra la corrupción del siglo. L a asistencia p u e s , a los círculos de s o c i e d a d , se ha jeneralizado pasmosamente; i en ningún pueblo de la r e p ú b l i c a , cualquiera que sea su j e r a r q u í a , faltan dos o muchas casas donde de n o c h e se pasa el tiempo sin sentir, ({lie es el m e j o r uso (pie hasta ahora hemos alcanzado a hacer de él. P e r o hai tertulias de varias clases. Perjudiciales, se han denominado siempre p o r los comerciantes las que, bien a su pesar, se forman en sus propias tiendas; considerando que semejante concurrencia no puede traerles sino una infalible bancarrota. Como en estas reuniones la tijera se encarniza en las flaquezas del p r ó j i m o , los dueños de casa, tanto p o r su utilidad c o m o en descargo de su c o n c i e n c i a , acostumbran poner al lado de la patente que les permite su industria, la siguiente amonestación en letras g o r d a s : caballeros, la tertulia perjudica! Tertulias de cortejo, son aquellas a que concurren diariamente tantos hombres c o m o niñas hai en la casa donde se reúnen. Pasado cierto tiempo que la prudencia p ú b l i c a t o m a a su cargo r e g u l a r , resultan de aquí los m a t r i m o n i o s ; i aun cuando no resulten, en la vecindad se clan p o r h e c h o s . - — « S e casa fulano con sutanita. — Mui bien determinado. — D i c e n que ya no se casa. — Hace mui bien. — No quieren los padres. — Hacen mui


67 mal. —• Se han casado en secreto. — Bien lo decia y o . — Están haciendo la r o p a . — A n d a c o m p r a n d o alhajas. — Ha sacado plata a interés.» I toda esa ridicula chismografía que, mas que a verificar, contribuye a disolver un p r o y e c t a d o enlace. Esto es, cuando los tertulios c o r tejantes son solteros, que c u a n d o son pavesas . . . ¡el Señor del milagro nos f a v o r e z c a ! Mas valiera a las niñas cortejadas que lo fuesen por algún fraile cuyos votos, malo que malo i p o r p r o n t a p r o v i d e n c i a , son un t a p a b o c a contra cualquier lapsus linguce. Tertulia terrible, es aquella en que uno de los c o n currentes canta solo para ponernos al corriente en lo relativo a su persona i al talento, delicadeza i honradez con que sabe manejarse. Un empleado recien destituido, un litigante que a c a b a de perder su pleito, un valetudinario (pie está tomando el q u i m a g o g o , convierten en terrible la, m e j o r t e r t u l i a , si aquellos empiezan a m a n i festar la b á r b a r a injusticia do que son v í c t i m a s , i éste a referir los prodigiosos efectos del purgante i las cantidades de emolientes, estimulantes i precipitantes que se echa al cuerpo todos los dias. Las tertulias de juego no son propiamente tertulias; son una plaza de t o r o s , un reñidero de gallos. Los hombres han reducido a una, diversión el maldecirse i hacerse unos a los otros t o d o el mal posible. N o p u diendo saltearse sin correr el riesgo de ir a parar a la, horca o a un p r e s i d i o , convienen en que la casualidad juzgue el negocio i decida cuál ha de largar la bolsa i cuál la, ha de t o m a r , quedando siempre en su buena reputación i fama. Tertulia, amigable, es aquella a (pie concurren diaria e infaliblemente cierto número de hombres, sin otro o b jeto (pie conversar p o r dos o tres horas de la noche. 5*


68 Entre j ó v e n e s , casi nunca es permanente ni del todo b u e n a : entre v i e j o s , su importancia n o va mas allá de la de un archivo de raidos p r o t o c o l o s ; p e r o si la reunión se c o m p o n e de mozos i de hombres de esperiencia, es mui difícil que j ó v e n e s i viejos dejen de aprender en ella. Tertulias de gusto pueden llamarse las q u e , admitiendo en su seno individuos de ambos sexos do todas edades, p o r p o r c i o n a n gran variedad de entretenimientos. L o s hombres de alguna edad arman su malilla, hablando de p o l í t i c a , descubrimientos, de los tiempos pasados o de sus respectivos negocios. L a s señoras de respeto hab l a r á n de cuanto hai, menos si se suscita la imprudente averiguación de algún acontecimiento r e m o t o , porque entonces no t o m a n cartas, se hacen s o r d a s , i si chistan es para pedir que canten, bailen o hagan alguna cosa de p r o v e c h o . Para los j ó v e n e s de ambos sexos los recursos son inagotables. Fuera de sus cuentecitas corrientes, del piano i de la guitarra, de los matrimonios en t a b l a , nunca falta algún tertuliano orijinal, algún ñato o narigón, algún futre r e l a m i d o , algún viejo sahumado, algún templado sentimental o algún otro infeliz que costee la diversión. Bien que después que este se despide, t o d a la sociedad esclama en c o r o : ¡es mucho este fidanol — ¡Tan bueno, el pobrc\— ¡Qué alma tan bien ¿niestal ¿ H e descrito hasta aquí las tertulias de CopiapóV Francamente r e s p o n d o (pie nó. I ¿ a qué vienen la pregunta i la respuestaV Vienen, señor, a sosegar ciertos temorcillos que tienen mis paisanos de (pie el talJotabeche resulte ser un mala-lengua; cosa que aunque saliese cierta bastaría saber que la mia es como la de cualquier otro para no entrañarlo tanto. Ahora sí (pie voi a las tertulias de esta fecha. Las siete de la noche. Cubierto del p o l v o que me han echado


69 encima las bestias que andan de galope p o r las calles (permítaseme hacer algunas honrosas e s c e p c i o n e s : los b u rros no salen de su paso comedido i son los límeos que respetan hasta la veneración los bandos de p o l i c í a ) , c u bierto, pues de p o l v o , llego a la casa de un amigo d o n d e se reúnen varios otros. Un c r i a d o , al entrar, m e pasa el plumero p a r a sacudirme, determinación excelente tanto para la m e j o r salud del a l f o m b r a d o , c o m o p o r que así no m e r e c o n o z c o o b l i g a d o a seguir la m o d a de limpiar los zapatos con el mismo pañuelo, que p o c o después h a de recorrer o j o s , narices i b o c a , Mientras se t o m a el té, c a d a cual habla con el que tiene al lado o con el que mas le place sobre lo que mas le c o n v i e n e ; p e r o impensadamente t o d o s se ocupan de un solo asunto, se abre una discusión, se pasa a otras, se cuentan a n é c d o tas, se rie, se fuma i t o d o sans faeons; que p a r a mí es la sal de las tertulias, así c o m o las cortesías i c u m p l i mientos me hacen renegar de ellas, ni mas ni menos que el ají, de los guisados que lo contienen. H e notado v a rias veces que los asuntos ventilados con cierta p r e f e rencia son las necesidades del p u e b l o , las enfermedades de este cuerpo social que, c o m o en casi todos los otros cuerpos sociales de la república, parecen de mas difícil curación que las afecciones del hígado o el obstinado flato frunces. A l hablar de los males suelen también iniciarse algunos r e m e d i o s ; pero siempre se t o p a con ciento i mas inconvenientes, de los cuales el mas pequeño se reduce a saber que no hai f o n d o s ; p o r q u e la c a j a municipal se halla tan limpia c o m o si la hubieran c o n cebido sin p e c a d o orijinal. En estas i otras cuestiones se pasan las horas basta que llega la de retirarse.

Mas c o m o todavía n o suele ser la de dormir, m e voi de aquí a otras partes con peligro de que en las calles atravesadas, al maromear sobre un puente se sumerja


70 mi humanidad en el a g u a , o que al dar vuelta a una esquina me reciba alguna tropa de perros que, no t e miendo a esas horas al lazo i al garrote de los carniceros, andan de gran tertulia a favor de las tinieblas. L l e g o , en fin, a la casa que me p r o p o n g o visitar; desde el patio infiero el inocente entretenimiento que ha i adentro. — El 4 1 . — A l o n s o el Ñato. — L o s chifles de ñ o V i l l a l o b o s . — ¿ Q u i é n me da unos p o r o t i t o s V — E l dia de la p a t r i a . — A p u n t a el 1 8 , niña. — ¿ C ó m o está usted Jotabeche'í— Aguárdese, no cante tan l i j e r o . — V a y a con la voz del h o m b r e . ¡ A no sacarme una b o l a ! — El 30. Siéntese usted, ¿ q u é viento le ha traídoV — L a edad de las n i ñ a s . — ¡Cuaterno! — ¿ C ó m o p i d e ? — Está bueno. Siga sacando. — Pues señor . . . i salió . . . el triste. — L o s anteojos de Pilatos. — El 84. — L a Carmen Pino . . . — ¡ P l a t a ! ¡Me la saqué! — ¡Se la sacó, se la s a c ó ! Antes de concluir la partida ya he t o m a d o cartones para la siguiente, esperando ganar el placer de apostar al ambo con alguna de las amables tertulianas. El ambo es lo r o m á n t i c o de la lotería. P o r lo demás es tan clásica c o m o la tabla p i t a g ó r i c a , i tan insustancial como la última pajina (con permiso de u s t e d , señor redactor) del MEKCUIIIO de V a l p a r a í s o : For Liverpool. •— Ojo interesante. — Al gran prototipo ele la moda. — Nuevos progresos en el arte. — Colejio de los señores Zapata. — Bolos de Armenia. — Jabón de Mendosa, i toda, esa m o n o tonía continua que felizmente no excita la curiosidad de leerla. Cuando no estoi para divertirme concurro a donde se j u e g a malilla. E l mal humor no se quita muchas veces sino con pelear, i este pasatiempo no se reduce a otra cosa. Se p o n e la carpeta, se dan las c a r t a s , pasan todos i vuelve a distribuirse el naipe. L a m a n o canta


71 sólo, arrastra de m a y o r i se lo pagan de oros. Ponen un t o r i t o ; dice uno bola para quitar el solo al o t r o ; le tienen el caballo en cuarto i se la cortan. Así marcha el j u e g o ; así va aglomerándose el fluido eléctrico, i luego estallará la borrasca. — ¡Qué j u e g o hemos p e r d i d o ! ¡Do mano se lo han l l e v a d o ! ¡ I usted, c o m p a ñ e r o . . .! — - L a c h a m b o n a d a de usted tiene la culpa. ¡Con la runfla de bastos i no me e m b a r c a su mallilla . . .! ¡ Qué barbaridad! — P e r o yo quería deshacerme del triunfito . . . D e s c a bece usted sus copas, i habríamos hecho otro j u e g o . — No e m b a r c a r m e el caballo siquiera, teniéndolo con la sota . . .! ¿ P a r a qué diablos se mete usted a jugarV — He c o n o c i d o hombres porfiados, p e r o ninguno c o m o usted . . . ¡Si no se convence nunca . . .! — ¡ N o darme el caballo . . .! ¡Treinta i siete le h a bríamos hecho . . .! Jugar con el señor es lo mismo que botar la plata . . . ¡ Tantos años de malillero i no sabe todavía hacer una salida! De cualquier cosa, caballero, c o b r a el v i c t o r i o s o ; con lo que se suspenden las hostilidades p a r a romperlas cuando c a d a cual lo estime p o r conveniente, sin que ninguno de los otros tenga derecho a estorbárselo: p o r q u e entonces vendría abajo la base de esta diversión que es el c o n o c i d o p r i n c i p i o : el cliorco es libre. Frecuentemente me despido g a n a n d o ; algunas veces p e r d i e n d o , p e r o siempre satisfecho de haber peleado a mi gusto, q u e dando con todos tan amigo c o m o antes. Otras veces por variar, razón excelente a falta de otras, m e voi al café, punto en que la tertulia arjentina se ha declarado en sesión permanente. Piosas, Oribe,


Benavides i A l d a o , son los temas sobre los cuales versan las variaciones de d e g ü e l l o , mantanzas, mas-horcas, estupros, s a q u e o s , azotes i proscripciones. Cansado de oir horrores, vuelvo a casa; entro en mi c u a r t o , i metiéndome en la cama, b e n d i g o el p o b r e rincón d o n d e puedo entregarme al sueño tranquilo de que no gozarán ya los caribes del Plata, ni aun en la noche del dia de sus triunfos. (4 de junio de 1842.)


PAMPA-LARGA.

Muchos, al ver el título de este artículo, se prepararán a leer la descripción de una campiña hermosa, con sus bosques, sus riachuelos, sus rebaños i sus felices m o r a dores; pero les prevengo desde luego que no la esperen. I ojalá siempre recibiéramos avisos tan o p o r t u n o s , que así no correríamos p o r esos mundos de D i o s , b u s c a n d o lana i no saliendo sino trasquilados. Bien es verdad que en esto, el corte va p o r p a r e j o ; que en punto a chascos i porrazos cada cual ha recibido los suyos; que el mal es de muchos, i aunque a semejante consuelo le llamen de tontos, no es p o r eso menos indudable que un mal así, sirve de bálsamo al nuestro. Nunca cargo con mas resignación la cara que traje al m u n d o , que cuando me rodea un b u e n número de desmolados, narigones, l a m p i ñ o s i boqui-abiertos. Pampa-larga, p u e s , no es una c a m p i ñ a , sino una antigua mina de plata situada a nueve leguas del Sud-este de Copiapó. E l camino que c o n d u c e a ella es el mismo que va hasta Chañarcillo, pasando p o r el pueblecito d e San Femando, p o r Punta-Negra, Tierra Amarilla, el Cobre, Nantoco i otras bonitas h a c i e n d a s , cuyo actual cultivo honraría al mismo Renca, sin tener que envidiarle las polvaredas de sus callejones; p e r o sí, la b a r b a r i d a d de


74 sus chinganas, de esos célebres torneos con que allí se santifican las fiestas, i en los cuales les amateurs tienen el raro placer de darse un dia a Ice bruta. E n el tránsito a P a m p a - L a r g a encontrarán Uds. al bullicioso arriero que solo p a r e c e distinguirse de sus muías i b o r r i c o s p o r la facultad que tiene de montarlos i de m a l d e c i r l o s ; al api re o barretero que abandonan el c o m b o i el c a p a c h o p a r a venir a la villa a ver al cangallerito recien n a c i d o , i de paso publicar una nueva edición de los diez mandamientos q u e b r a n t a d o s ; al dueño de faena que corre al m i n e r a l , de donde a c a b a n de anunciarle la aparición de unos plomitos en el chiflón del Carmen Sajo; al otro que después de pasar tres o cuatro meses en su mina, esperando su santo advenimiento, se vuelve al p u e b l o tíon la b a r b a tan larga i con un humor completamente b r o c e a d o ; al cangallero, en fin, que galopa en un excelente caballo con plateados arneses, pistolas en la m o n t u r a , puñal al cinto i sombrerito al ojo, y e n d o o viniendo de r e c o j e r su parte de cuanta labor se halla en beneficio. E l camino es bastante mas animado que el de E a n c a g u a a la capital, aun en aquellas épocas en que una alza repentina en el p r e c i o de los trigos b l a n c o i candeal, da cierta espresion a las caras largas i tiesas de los hacendados que l o transitan, pasmando a cuantos encuentran con la magnitud de sus espuelas i con el talento desplegado en recortar su idolatrada montura de pellones. Antes de dar a mis lectores una noticia del estado actual de la mina anunciada, quiero decirles algo sobre su descubridor, su descubrimiento i su tan famosa riqueza. Como sesenta años há, P e d r o Arenas cateaba un dia en las serranías de la quebrada de X a n t o c o , serranías tan cubiertas do vetas metálicas que, a la distancia, parecen recien surcadas p o r la punta del arado. L a última noche


i

o

que habia de pasar entregado al sueño tranquilo del p o b r e , le sorprendió o c u p a d o en picar una veta real en su anchura i constante c o r r i d a ; pero que a pesar de su precioso p a n i z o , no p r o m e t í a gran c o s a , según las observaciones hechas en las piedras que el cateador le arrancaba con su pequeña barreta. A l o j a d o al abrigo de unos peñascos i sobre la misma veta que iba r e c o n o c i e n d o , durmióse después de t o m a r su humilde •mate, refrijerio consolador del p o c o fruto que hasta entonces sacaba de sus fatigas. El mate debia también prepararle a sufrir las del siguiente d i a ; pero al revolver las cenizas del fuego encendido en la noche anterior, desentierra ¡una planchita de metal fundido, salpicado de municiones de plata! ¡Instante indefinible aquel en que la fortuna deja caer a nuestros pies una de sus flores ! Arenas habia dormido sobre un tesoro. ¡Cuántas casualidades c o n currieron a descubrírselo! T o d o s nuestros mas c o n siderables minerales deben su aparición a sucesos tan estraños, los poseemos p o r un tan misterioso capricho, que no seria un disparate persuadirse de que estos dones los debemos también a las que Dios fabricó del frájil material de una costilla. Es preciso que anden mujeres en tan incomprensible n e g o c i o . Arenas, volviendo al que me o c u p a , en sociedad con clon l l a m ó n Rosales, esplotaron esta m i n a , l l a m á n d o l a l'ampa-Larga. A u n hai en Copiapó varias personas que en aquel entonces fueron testigos de la opulencia de este descubridor, i son públicas las anécdotas relativas a la magnificencia en que vivia, a la profusión ostentosa con que gastaba su d i n e r o , i al alto rango que con esta importante r e c o m e n d a c i ó n o c u p ó entre los hombres de su época, cosa que en el dia no habría sido p a r a menos. Pero es m a y o r el número de los que viven i alcanzaron


a verle sumido en la miseria; agoviado de la vejez i de la p o b r e z a ; sin conservar otra prenda, otro recuerdo de sus felices t i e m p o s , que una andrajosa capa c o l o r a d a , en la cual amortajaron su cadáver. E n el l a b o r e o de Pampa-Larga dio Arenas tan pocas pruebas de j u i c i o , como en el uso de sus capitales. Sus trabajos no fueron mas arreglados que su v i d a , i en lugar de cultivar una mina q u e , según vemos ahora, p u d o llamarse desde entonces i n a g o t a b l e , solo trató de devorar aquella riqueza, c o m o si le hubieran dado la comisión de saquear una plaza. El cerro que h o r a d a b a es naturalmente b l a n d o , ninguna p r e c a u c i ó n se tomó p a r a impedir que éste se sentase sobre los piques i frontones que tan locamente se fabricaban en su base: empezaron a d e s m o r o n a r s e , i la entrada a la mina llegó a ser tan peligrosa, que, al fin, ningún t r a b a j a d o r quiso arrostrarla. E n p o c o s años no quedará mas de Pampa-Larga que un b a r r a n c o p r o d u c i d o p o r la caida del cerro, i sus amontonados desmontes. Sin embargo, era fama que b a j o esos escombros b a b i a un venero p o d e r o s o enterrado p o r la imprudente codicia de su d u e ñ o ; i aun éste, antes de m o r i r , las faltas que mas l l o r a b a eran las que habia c o m e t i d o c o m o minero. A n i m a d o s por esta n o t i c i a , se propusieron ocho accionistas denunciar la mina de A r e n a s , i rehabilitar su l a b o r e o . P e r o la empresa iba apareciendo cada dia mas costosa, sin que su éxito se creyese menos incierto; el desaliento se apoderó de la m a y o r parto de los socios; empezaron a volverse del camino, hasta quedar solo dos sosteniendo tan valiente i digno empeño que al fin ha c o r o n a d o la victoria, Pampa-Larga ha resucitado. Siete años i meses de constancia en desembolsar cuarenta i tantos mil pesos, tornaron a la vida este manantial, hoi mas apreciable que en su prosperidad pasada p o r las


77 operaciones difíciles que en él ha practicado el injenio, i p o r la abundancia de metales que ya p r o d u c e . L a s nuevas labores de esta antigua mina merecen ser visitadas p o r los intelijentes i aficionados a la m i n e r í a ; pues que dirijidas todas profesionalmente les ofrecerán lecciones útiles, i palparán por sus ojos las ventajas de la ciencia sobre nuestra práctica rutinera, práctica en que un error se hace de tan difícil enmienda, que quizá muchas veces se desampara un t r a b a j o hallándose a dos dedos mas adentro la conquista de un toisón de o r o . Allí se convencerán, si no lo están todavía, de la economía inmensa que ofrece el uso de los p i q u e s - t o r n o s , i de que mediante estas sencillas máquinas el r o b o escandaloso que hoi se hace de metales se hará sumamente difícil si no se estingue del t o d o . N o tengan temor ninguno do ir a recorrer aquellos subterráneos, p o r q u e hallándose enmaderados con firmeza, puede uno meterse allí con mas seguridad que a las casas de la sociedad inglesa, a quien en parte pertenece P a m p a - L a r g a . L o s frontones son tan horizontales i su piso tan p a r e j o que los apires hacen p o r ellos las sacas en carretillas. En esto no se parecen a nuestras calles, aunque tienen mucho de las tortuosidades i culebreos de éstas. Si se desea b a j a r a los p l a n e s , la marcha es mas c ó m o d a ; se hace p o r medio de una especie de navegación aérea, con la diferencia que no se dirijo el navegante hacia la luna, si no hacia los antípodas. P a r a d o dentro de un valde de fierro, teniendo en una mano la vela encendida i aferrándose con la otra (i con uñas i dientes, si se quiere) de la gruesa cuerda que mantiene suspendida la estrecha embarcación en que se mete el viajero, atraviesa mansamente las tinieblas p o r una línea perpendicular que, p r o l o n g a d a hasta la otra banda de la tierra, seria


el camino mas corto p a r a irnos al I m p e r i o Celestial, si es que el infernal no se halla de p o r m e d i o , c o m o l o aseguran varios que lo han visto. A l g u n o s de los barreteros de P a m p a - L a r g a son ingleses. Infatigables e inteligentes en el t r a b a j o , corteses i p u l i d o s en sus m a n e r a s ; morales en su conducta, resignados bajo un cielo sin nieblas i en la ausencia de sus esposas o hijos, serian en la faena un ejemplo precioso de virtudes, si nuestros mineros lo buscasen fuera de la depravación i de la ignorancia, P e r o ya se v é . ¡ c ó m o imitar a unos ingleses, a unos judíos, herejes, que se han de ir al infierno, llueva o t r u e n e ; aunque ni r o b a n , ni matan, ni estupran, ni son tan salvajes, ni tan bestias c o m o sus m e r c e d e s . . . ! Este argumento no tiene réplica, i si la tiene, no seré yo quien la interponga, p o r q u e entre creer o reventar, prefiero lo p r i m e r o ; i entre mártir o confesor, estoi p o r lo segundo. L a m a y o r p a r t e de la riqueza actual de la mina de (pie h a b l a m o s , se halla en un crucero f o r m a d o p o r la veta de Arenas i otra de r u m b o opuesto que le cae perpendicularmente. Es indudable, p o r estar bien conocido, (pie el beneficio tiene mas de cuarenta varas de altura con variedad en su ancho, sin que todavía en los frontones armados sobre tan soberbio alcance se observe (pie la veta vaya en b r o c e o . Esta gran masa do metal se halla en cerro vírjen, es decir, fuera de los antiguos l a b o r e o s ; los cuales también ofrecen a sus regeneradores motivos muí fundados para esperar el premio de su constancia. E n posesión de la veta mas real i majestuosa (pie hasta ahora se c o n o c e en nuestros c e r r o s , de una v e t a , cuyo curso se señala en las alturas que dobla, p o r un alhagüeño p a n i z o , ¿ p o r qué no han de poseer también una de las mas ricas que en el dia se t r a b a j a n ?


79 Y o asĂ­ lo deseo para q u e c o n sus p r o d u c t o s se formen nuevas

empresas

para que estas

que

alienten

serranĂ­as,

que

a otros no

especuladores;

quiere

agua del cielo, fructifiquen con el sudor

fecundar

el

del h o m b r e , i

las alcance a ver y o p o b l a d a s d e t o d o s losj aparatos de la industria, i de mineros mas inteligentes que el d e s graciado Arenas. (7 de junio de 1842.)


PASEOS POR LA TARDE.

(PRIMEE

ARTÍCULO.)

M U Í rara vez me he sentido triste en ayunas. La mesa me predispone a la melancolía de tal m o d o , que a veces llego a creer a mi alma en oposición con los principios liberales de mi estómago. Y a se v é , la p o brecita, en achaque de g o c e s , nunca se ha encontrado de mantel largo. P a r a restablecer la b u e n a armonía entre ella i mi c u e r p o , tengo pues que sacarlos todas las tardes a pasear, lo que felizmente p r o d u c e una fusión, si no durable, p a r e c i d a , al m e n o s , a la de dos partidos que se quisieran devorar. Después de c o m e r , nada liai p o r consiguiente que m e detenga en casa. Me a b r o c h o herméticamente la levita, me cnsombrero, me cmbastono i m e planto en la calle. (Iba a decir i me callo] pero bastan los dos verbos anteriores para p r o b a r , que si me agrego a las capacidades que han t o m a d o a su cargo la o b r a de enriquecer el i d i o m a , no he ser yo el m a y o r salvaje mash o r q u e r o contra la A c a d e m i a Española.) E n t o n a n d o un valsecito, echo a andar hacia los extramuros del pueblo sin hacer gran caso de la puntita de spleen que me ni-


81 c ó m o d a c o m o un lento dolor de m u e l a s ; i seguro de distraerlo a fuerza de canto, si las b o c a n a d a s de p o l v o no m e obligan a cerrar la b o c a al atravesar las calles. Impensadamente, llego a cierto punto desde el cual se divisa el panteón, barrio que en todas las p o b l a c i o n e s me ha gustado siempre visitar p o r la grata tristeza que inspiran sus cruces, sus sepulcros, su silencio i esa m u d a elocuencia con que la relijion nos p r o m e n t e allí un paraíso, mostrándonos con el dedo los irrecusables testimonios de nuestra nada, ¡Contraste incomprensible, misterio c o n s o l a d o r , del que no me d e j a dudar este fuerte instinto con que mi alma busca i persigue la felicidad, cuya sola sombra, cuya sola fantasma me e m briaga con las ilusiones que p r o d u c e ! Así reflexionaba al dirijir mis pasos a osa solitaria mansión de los m u e r tos, imajinándome, en un b l a n d o acceso de romanticismo, que los amigos que allí reposan se felicitarían de verme vagar tiernamente c o n m o v i d o , alrededor de la cuna de la eternidad. Quizás de un dia a. otro, me dije, abrirán en aquel recinto un b o y o cuadrilongo para Jotabcclw. boyo donde se sepulten conmigo un surtido completo de esperanzas, los recuerdos de algunos momentos felices, la satisfacción de no haber publicado nunca mis verso», porque he caido, como uno de tantos, en la frajilidad de c o m p o n e r l o s , pero diferenciándome en esto de nuestros vecinos de Oriente que hacen tantos i tan malos i los publican sin r e m o r d i m i e n t o ; i sobre t o d o el entrañable arrepentimiento del m a y o r de mis p e c a d o s . . . ¿ l o d i r é ? haberme hallado del otro lado del Maule en tiempo de elecciones. (Señor R e d a c t o r del M E K C U B I O . M U Í señor mió i mi dueño. Si se le hace cargo de conciencia publicar este mi p e c a d o , puede usted omitirlo sustituyéndole quinientos de los s u y o s , a fin de que no pierda su equilibrio mi arrepentimiento). Entóneos, es verdad. -JOTAIÍICCFÍK.

O


r i o viviré, seguía diciéndonie; h a b r é pasado al otro mundo. Corriente, señor. Irse de este al otro m u n d o , cuando t o d o turbio c o r r a , será lo mismo que emigrar a Chile de las Provincias Unidas del Pao de la P l a t a ; será un negocio parecido al de enviudar i volver a casarse; despedirse con cuatro lágrimas de una m u j e r impertinente, prometiéndole que en memoria suya quedará o b l i g a d o nuestro sombrero a cargar una tercia de crespón n e g r o , i consolarse de tamaña pérdida con la dulce posesión de un p i m p o l l o . ¿ N o es éste un partido mui confortable? ítem: si hai allá, c o m o a q u í , la necesidad de tener amigos, eso no debe aflijirine; p o r q u e con correr la voz de que me hallo in témpora nubila, bien sé yo «pie esto equivale a vaciarse la caja de P a n d o r a , i que cual en ella la esperanza, quedarán uno o dos en el f o n d o , a prueba de agua. Si los ojos l i n d o s , a par de embusteros de alguna b e l l a , quisiesen c o n m i g o h a cer de las suyas, les diré, pues gracias a Dios soi gato escaldado: « s e ñ o r i t o s , a j u g a r con t i e r r a ; » i adelante, para no caer en tentaciones. En la otra vida, tan luego no m e han de hacer oficial de milicias, i es mas que p r o b a b l e que así no me hagan otras c o s a s . . . otras cosas he d i c h o ; i yo me e n t i e n d o . . . Tal cuenta me f o r m a b a al aproximarme al cementerio; i cuando creía gozar a mis anchas del dulce abandono que la simpatía con la eternidad iba c o m u n i c a n d o a mis ideas, sentí que se evaporaba el encanto al fijarme en los asquerosos objetos, en medio de los cuales me encontré repentinamente c o m o sitiado. Figúrese cualquiera un salón de hospital en el que varios centenares de enfermos se vuelven locos, cosa que no está al nivel de la cuadratura del c í r c u l o ; i que armándose entre t o d o s una gresca, se tiren con cuanto pueden haber a las manos, médicos i boticarios inclusive. El c a m p o de batalla


83 quedaría menos sembrado que los alrededores de nuestro p a n t e ó n , de c o l c h o n e s , a l m o h a d a s , p e l l e j o s , frazadas, polleras, c a l z o n e s , cataplasmas, vendas, vasos i demás instrumentos, ropas i tiestos q u e , en nuestros últimos momentos, consuman el fin p a r a que fuimos c r e a d o s ; el cual, digan lo que q u i e r a n , tengo para mí p o r punto resuelto, j u z g a d o i s e n t e n c i a d o , que no p u d o ser otro que el martirio. Mi primer movimiento fué taparme b o c a i narices p a r a no aspirar aquella atmósfera envenenada, i mas que de prisa m e metí en el cuadro adonde es preciso que lo lleven a uno mas que muerto p a r a no ir a desesperarse. Una cruz enorme en el centro r o d e a d a de infinitas otras caídas, p o r caer o levantadas, son los únicos monumentos que a d o r n a n este sitio, sin contar un montón de tierra que hai sobre cada sepultura, hasta formar un conjunto de cerrillos c o m o los de T e ñ o . S e m b r a d o el suelo de fragmentos de huesos h u m a n o s , cada paso <pie se da entro esas cuatro paredes ha de ser precisamente una p r o f a n a c i ó n , un insulto impío a las cenizas de los que ya no existen, cenizas q u e , p o r u n a costumbre c o n t e m p o r á n e a del h o m b r e , han sido i son veneradas relijiosamente. Lo primero que se presenta a mi vista son unas cuantas calaveras puestas en b a t a l l a ; m i r o a un l a d o , i veo un m o n t ó n de muelas: quiero dar un paso, i piso una canilla; trato de retroceder i h a g o saltar un pedazo de cráneo. ¿ E s esto, Dios mió, un c a m p o santo? ¿Xo se asemejará mas a los contornos de la hoguera en que los a n t r o p ó f a g o s acostumbran celebrar sus horribles festines? ¿ E s aquí donde mis amigos permiten que se entierren los restos queridos de sus padres i de sus esposas? A un lugar tan espantoso c o m o este, que i m porta t o d o un argumento del m a t e r i a l i s m o ; que si algo (i*


84 dice al corazón es para arrancarle la consoladora esperanza de un feliz i eterno p o r v e n i r ; a un lugar tan inmundo, repito, ¿vienen sacerdotes católicos, sacerdotes ilustrados, a implorar la piedad del Juez Supremo, p o r los q u e , con tanta indiferencia, ven sufrir la impiedad de los v i v o s ? N o sé a d ó n d e hubiera i d o a parar con mis reflexiones si no m e ocurre la de que todos mis paisanos eran quizas sectarios secretos de D i ó j e n e s ; i que para ostentar todavía mas cinismo que el filósofo del t o n e l , querían que después de sus días, se les inhumase i exhumase, se les revolviese i pisase en aquel asqueroso enterratorio. Si un sepulcro no tuviera mas objeto que ocultar a los vivientes la c o r r u p c i ó n de nuestra miserable h u m a nidad, e impedir que sus exhalaciones envenenen el aire respirable, claro es que no habría que esperar a muchos que muriesen para echarles tierra e n c i m a ; importaría mui p o c o , en ese c a s o , el lugar a que se nos destina, puesto que la o p e r a c i ó n se reducía a ño tener ya que hacer c o n otros seres que los gusanos. P e r o la relijion ha consagrado las tumbas, la filosofía las respeta i c o n sulta c o m o a un libro de v e r d a d i de c o n s u e l o s , i el h o m b r e civilizado las embellece, se c o m p l a c e en animarlas, las rodea de objetos en cuya contemplación siente adormecerse sus pasiones, i llega, a persuadirse que la muerte es otra vida de delicioso descanso. En nuestra ilustrada época no se c u m p l e , p u e s , con los muertos, a r r o j á n d o l o s a un muladar sobre el cual nos desdeñamos de fijar los ojos. L a ilustración, sin proscribir los responsos i las solemnes exequias, aunque no se le oculta que p o r lo regular en ellas tiene mas parte el bolsillo del finado que el corazón del doliente, quiere que se adornen las sepulturas ; exije en memoria


de los muertos, manifestaciones mas sinceras i espresivas, tributos menos hipócritas. L o s cánticos eclesiásticos pueden llegar quizás a los pies del Altísimo, cuando ya su misericordia h a p r o n u n c i a d o sobre el reo un fallo i r r e v o c a b l e ; p e r o las lágrimas de gratitud i de ternura que un huérfano derrama sobre la t u m b a de una m a d r e , siempre serán la ofrenda mas pura que el H a c e d o r reciba de la o b r a de sus manos. L a ilustración no se o p o n e precisamente a que p a r a solemnizar un funeral, se mendigue una silenciosa concurrencia, i se le haga p r e senciar las sacras ceremonias que los sacerdotes celebran al r e d e d o r de un catafalco, cuyo luto superficial es las mas veces un símil de nuestro d o l o r ; pero esa misma ilustración p a r e c e mas satisfecha i c o m p l a c i d a cuando el rosal, el llorón i la siempre-viva nacen del polvo en que se han convertido el padre, el hermano o la esposa, Si cuando yo muera, todavía se hacen enterrar c o m o ahora mis paisanos en un lugar tan i n d i g n o , protesto en tiempo i f o r m a , i c o m o si tratara de anular una elección, contra la fuerza que se emplee p a r a arrastrar hasta allí mi cadáver. I encargo desde luego a mis amigos que lo conduzcan en alta n o c h e , ni mas ni menos que si cangalla fuera, a ese cerrito aislado que hai en un rincón de la amable i pintoresca Chimba, Quiero ser sepultado al pié del sauce que se ve en su cumbre, sauce que desde entonces será mi universal heredero, porque pienso i es mi intención dejarle mi n o m b r e , Declarólo asi p a r a que conste. Mucho sentiré que haya quien se queje de mis paseos la tarde; i que ojos p e o r intencionados que mi humilde p l u m a , descubran en esta lijera defensa que acabo de hacer de los m u e r t o s , tiros calculados para agraviar a los vivos. X o hai tales tiros. Si alguna vez

por


8G

tengo la desgracia de desagradar a determinadas clases, nunca será sin que en mi interior deje de amar a sus individuos, sin que para mí haya tantas excepciones c o m o personas contienen aquellas. Pero si a pesar de t o d o , quieren indispensablemente ofenderse i vengarse, yo les indicaré el m e d i o : no me hagan c a s o ; trátenme c o m o a los m u e r t o s , o figiirense que solo he querido escribir sobre la aplicación ücl juri a los juicios de minas. (13 de jimio de 1842.)


PASEOS POE LA TARDE.

(SEGUNDO

ARTÍCULO.)

l i ó m e aquí otra vez en c a m p a ñ a , buscando alguna veta mal elaborada que denunciar, o ciertos usos cangalleros que perseguir. ¿ E n qué vendrán a parar mis p a seos? No te aflijas, santo v a r ó n ; pues según todas las p r o b a b i l i d a d e s , ellos lian de ir a dar al paradero j e n e ral de las cosas: pararán en n a d a , Dios mediante. El poder colosal de Santa Cruz, a p o c o a n d a r , t o c ó su YVaterloo, i se redujo a nada. A q u e l desafio a muerte, entre los hijos de la gloriosa Francia i el ilustre Restaurador de las L e y e s , se terminó con un almuerzo a la foiirchcite, i les bloqueos i las escuadras i los ultimátum quedaron en nada. Pero sin salir de casa, echemos una m i rada sobre nosotros. ¿ A m a n e c e n los p r o y e c t o s que se han formado la noche antes? ¿Cuántos planes de reformas se archivan diariamente para plantearlos a su tiempo'! Nuestros hombres p ú b l i c o s , ¿ n o vienen a parar en la vida p r i v a d a ? Nuestros h é r o e s , ¿son r e c o n o c i d o s p o r tales antes de podrirse en un s e p u l c r o ? ¿Qué es lo que vemos todos los dias sino un edificio (pie se vino al suelo, una vida (pie ha terminado, una flor que se des-


88

h o j a , una esperanza frustrada, una amistad deshecha, una fortuna en b a n c a r r o t a , una reputación p e r d i d a , i sucesivamente mil acontecimientos que pasan c o m o las horas, i siguiendo su camino unos en pos de o t r o s , a manera de las sombras de una linterna niájica? ¿En qué paran la belleza i los hechizos de una m u j e r ? ¿ T i e n e acaso mas larga vida que sus promesas de a m o r ? I este amor, este sentimiento omnipotente, esta tortura de d e licias, ¿ n o hai un tiempo en que creemos de buena fé que sobrevivirá al c o r a z ó n ? ¿ X o l o j u r a m o s así a los pies de la. otra loca que lo cree t a m b i é n ? I sin emb a r g o , ¿ n o estamos viendo que el a m o r , el formidable amor pasa c o m o la j u v e n t u d , o c o m o un acceso de la fiebre? Si t o d o m u e r e , si t o d o queda, en n a d a , ¿ m e p o n d r é yo a temer las consecuencias de mis inocentes escritos? — T e atraerán odios i venganzas. — I digo y o , con n o escribir ¿ m e habré librado de este a z o t e ? ¿ H a i p o r ventura algún preservativo contra e s a p e s t e ? — P e r o ¿quién eres tú, me replicarán, p a r a querer correjir al h o m b r e ? — ¿ E s t á n ustedes en su j u i c i o ? Y o ¿querer correjir al hombre'? Qué calumnia tan g r a n d e ! Mas posible que eso seria que un c o n t a d o r riscal, al revisar una cuenta, dejase de formar su pliego de r e p a r o s ; mas fácil empresa es la de empeñar a mis paisanos en desistir de un p l e i t o ; menor locura me poseyera si se me metiese en la cabeza el p r o y e c t o de c o n v o c a r una asamblea de beatas p a r a tratar de la, abolición de los conventos. Correjir al hombre es alcanzar el cielo con las manos, es pedirle lana al b u r r o o sermones a un caballo. I ¿ m e ocuparé yo de una empresa tan n e c i a ? X ó , en mis dias. Solo hago lo que la mitad del m u n d o hace de la otra mitad, lo que hace un dentista del infeliz que le encarga la refacción de su b o c a , o el p e l u q u e r o de la calva que


89 va a vestir con los despojos de un difunto; solo quiero divertirme i emplear mis ocios, c o m o llama un poeta a su tiempo mas o c u p a d o , en tomar las represalias mas justas i lejítimas, las que el enemigo autoriza con sus propias hostilidades. D i c h o esto, venga el sombrero, i a la calle. P e r o en este C o p i a p ó , d o n d e no llueve sino p o r la muerte de u n o b i s p o , hiela l o mismo que en las provincias del Sur. ¡Aquellos sí que son fríos! N o puedo recordarlos sin temblar. Felizmente pasaron como pasan todas las c o sas, quiero decir que pasé yo p o r e l l o s ; que así D i o s me dé su gloria, c o m o no pienso volver a navegar en tan altas latitudes . . . Venga la capa i sigamos nuestro camino . . . ¡Otra te p e g o ! ¡Nueva digresión tenemos . . .! ¡La capa . . .! ¡Invención sublime de algún sastre filósofo que al ofrecerla al h o m b r e , quiso darle una piedra para, matar dos p á j a r o s : la intemperie de la naturaleza i la intemperie s o c i a l ; los ataques del frió i los de la m a l e dicencia pública! Desde Noé hasta nosotros, la c a p a ha ocultado las flaquezas de los descendientes de A d á n , q u e habiéndose hecho todavía mas flacos que su p a d r e , quizas porque son tantas las tentadoras Evas, no bastarían las hojas de higuera a cubrir sus debilidades i se verían obligados a tener vergüenza, cosa que, en nuestros t i e m pos, es preciso evitar a toda costa. Con la capa hai v a lor para llevar un frac (pie tiene la desgracia de haber servido, circunstancia que basta para que le desprecie su dueño considerándose con él c o m o de h o m b r e a h o m b r e ; con la capa el petimetre se avanza a cometer la falta imperdonable de andar a su gusto, i consiente en. libertar sus espaldas de la presión de los tirantes. Con la capa el viejo consigue hacer menos perceptible la


corvadura de su c u e r p o , i aunque el peso del paño estimule la ciática, todo es p o c o en c a m b i o de que el mundo al sumarle los inviernos, omita cuatro o seis p o r error de cuenta. E l calavera, embozándose de n o c h e hasta los o j o s , en tan anchuroso r o p a j e , hace prodijios que inmortalizarían si los lugares de estas exhibiciones fuesen tan públicos c o m o son acostumbrados. Ninguna calle sospechosa se le q u e d a sin recorrer, ninguna intriguilla deja p o r c o n c l u i r , ningún desarreglo hai que le p u e d a arredrar; i sin miedo de (pie le descubran, sin t e m o r de manchar su f a m a , aunque en t o d o lo demás n o escape mui l i m p i o , desplega la glotonería de un H e l e o g á b a l o , en punto a frajilidadcs. A l dia siguiente concurre a la tertulia, seguro de que nadie le dirá « p o r ahí te pudras.» ¡Si habrá capa que no haya recibido un mal ejemplo . . .! Estoi p o r dejar mi pasco para otra t a r d e , i seguir ahora h a b l a n d o de las capas . . . p e r o nó. E s preciso cumplir con mi p r o p ó s i t o , con el prospecto de este articulito. Quiero parecernie los menos posible a un escritor público. ¿ P o r qué calle me nieto? V a m o s p o r la Calle Grande, (pie al fin allí hai menos tierra. Es empedrada. No imp o r t a : ahora es de dia i se pueden evitar los hoyos. No sucede lo mismo en la n o c h e , (pie andan las jentes cay e n d o , levantando i j u r a n d o lo necesario en derecho. M a r c h a b a yo p o r una veredita que en lo angosta no se parece a las conciencias de estos tiempos, cuando . . . ¡z.asü artículo al M E R C U R I O . . . ! una m u c h e d u m b r e de h o m b r e s armados de palos gritan, c o r r e n , alborotan, persiguen . . . ¿ u n l a d r ó n ? Bien pudiera suceder; i si es cangallero el gremio de minería, celebrará la captura c o n un baile, aunque en la misma noche el reo se salga


m. de la cárcel dejando en su lugar algunas onzas de o r o . Mas no sale siendo sino un p o b r e p e r r o , que ya enlazado ladra, embiste, llora, rabia i se despedaza p o r conseguir su libertad i huir el inevitable suplicio. Suplicio b á r b a r o , espectáculo sangriento que los carniceros ofrecen al p u e b l o para que la policía no les c o b r e una multa. ¡Viva nuestra civilización! Ahora sí que convengo en que vamos p o r la via de los p r o g r e s o s , paso de v e n c e dores. Sí, señor; que se ilustren las masas; que se suavicen las c o s t u m b r e s ; i que entretanto salgan p o r las calles las pandillas de asesinos con sus g a r r o t e s , sus piedras, sus cuchillos, i su alma, atravesada, haciendo el ejercicio de m a s - h o r q u e r o s , para que no anden t o r peando si mañana ascienden a verdugos. I l u e g o , (pie el p u e b l o se acostumbre también a ver c ó m o saltan o j o s , sesos i t o d o cuanto contiene una cabeza, a impulsos de un garrotazo . . . ¡Vivan los m a t a p e r r o s ! ¡Viva, muchos años la p o l i c í a ! ( E s natural que tengamos mata-perros i policía, mientras vivamos entre animales). A d m i r a d o de que aun para las bestias fuese una m a l dición la sociedad con el h o m b r e , i de (pie éste les v o l viese mal p o r bien, ni mas ni menos que si fuesen semejantes suyos, seguia mi camino p r o c u r a n d o espantar con mi bastón los perros que encontraba en el tránsito, a fin de alejarlos de un sitio en que se p r o c e d í a contra ellos tan sumariamente c o m o suele hacerse cuando se halla de p o r medio la salud de la patria. No tardé mucho en p o n e r m e al frente de la callejuela q u e va hacia la máquina de amalgamación. La vista de aquellas altas chimeneas en medio de un b o s que de sauces e l e v a d o s , cuyos cogollos al moverse con el viento parecen decirle al r o m á n t i c o : « v e n a c á , c a l a vera, si quieres tener un buen r a t o ; » la vista de esc caserío b a j o el cual la industria ostenta sus prodijios, i


donde el m i n e r o , según los marcos que r e c i b e , puede decir si tiene mina o mujer con suegra; esta vista, rep i t o , es demasiado atractiva para no acudir al llamamiento de los sauces. Es verdad que la Chimba me llama t a m b i é n , la Chimba es d e l i c i o s a ; pero ese San Francisco, ese templo añejísimo que tiene toda la facha de un viejo a n a c o r e t a ; esos enormes estribos puestos allí p a r a p r o b a r que no es p o r un milagro del santo que se sostiene su iglesia; i después, aquel médano mas pesado que un p e c a d o mortal . . . son obstáculos para n o atravesarlos cuando solo se trata de hacer un m o d e r a d o ejercicio. V a m o s p o r ahora, a la Máquina. Allá viene ya el Patarata a mi encuentro espresánd o m e su cariño en los b ó r n e o s de su cola, cola con mas sinceridad que la de que son capaces muchas lenguas. Un tajo no indiferente que tiene sobre un o j o , atestigua que también se h a visto atacado mas que de cerca por alguna pandilla de m a t a p e r r o s ; pero el p o b r e b r u t o , por mui mal que le hayan tratado los h o m b r e s , no los a b o rrece a t o d o s ; su instinto sabe distinguir un verdadero a m i g o , lo que muchas veces no alcanza a c o n o c e r toda la razón de un misántropo. El Patarata dirá, « m e ha herido un h o m b r e furioso,» c o m o cualquiera de nosotros dice « u n perro l o c o m o r d i ó a, fulano.» Ni nosotros ni el Patarata vemos en eso algo de estraordinario. Y a estoi a la puerta del establecimiento. T e n g o al frente una pilita mui apurada en arrojar al aire algunos delgados hilos de agua, elemento tan precioso dentro de aquel r e c i n t o , c o m o la sangre dentro del cuerpo. El agua que entra allí no sale sin haber circulado antes p o r una ramificación complicadísima de canales, caños i t u b o s ; sin haber recorrido todas las de, ese cuerpo que le debe la actividad i la vida. I en e f e c t o , aquello es un movimiento que a t o l o n d r a , un ruido a t u r d i d o r , una


93 fonda francesa concurrida p o r la Jeune Frunce, una s o ciedad patriótica en vísperas de una e l e c c i ó n , una o r questa de liras arjentinas . . . A q u í labran palos i m a j a n fierro, allí descargan metales, mas allá retinan pifia; en este cuarto las guardan, en el otro forman las planillas; del rincón sacan a z o g u e , de unos cuantos h o y o s b a r r o , i donde uno menos piensa estorba a alguno que pasa. Ruedas que v a n , ruedas que vuelven, ruedas h o r i z o n t a les i perpendiculares, ruedas que revuelven el agua, agua que mueve las r u e d a s ; ruedas, en fin, que jiran al revés para que otras j i r e n al d e r e c h o ; contradicción mui natural en este m u n d o en que unos b a j a n para que otros suban, pierden éstos lo que aquellos ganan, lloran a q u í por l o que bailan mas a l l á ; circunstancias todas cuyo conjunto forman la armonía social, c o m o burlescamente se llama la barabúnda de los negocios humanos. En medio de tantas máquinas que con levantar una compuerta empiezan a trabajar estrepitosamente, hai un trapiche de viento cuyas aspas enveladas se dejan estar en la ociosidad mas c o m p l e t a , p o r lo cual ha merecido el título de « e l m a y o r a z g o » en aquella familia laboriosa. Si de tarde en tarde tiene el capricho de dar algunas vueltas, todos le celebran la g r a c i a ; i como si quisiesen mimar a un niño r e g a l ó n , aseguran que con el tiempo será un trapiche de p r o v e c h o . Mas si ha de hacer en Copiapó el huracán necesario a movilizar aquel imbécil aparato, no será sin traernos lo que aun no ha v e nido de los arenales de la B o d e g a , Chamonate i Palmadilla. En esta agradable visita me sorprende la noche. ¡Es tan fácil quedarse largo rato c o n t e m p l a n d o el c o n tinuo volver de una r u e d a , el uniforme movimiento de las aguas! Dicen que esta o c u p a c i ó n es la favorita de


!I4 los t o n t o s , i lo siento en el a l m a ; p o r q u e en aquella casa me he pillado varias veces in fraganti, tomándome este entretenimiento. L a fragancia atractiva del Yungas recien t o s t a d o , suele arrancarme de mis éxtasis, i m a quinalmente me dirijo a la salita de donde parte aquel olor balsámico. V e n g a una taza de café, que he guandado la tijera hasta otra tarde. (7 de Junio de 1842.)


CARTA DE JOTABECHE

AMIGO EIN SANTIAGO.

Si no me hubieses escrito p o r el v a p o r Perú, ¿ s a b e s el castigo que quería d a r t e ? T e iba a dedicar uno de mis artículos para que tu n o m b r e i apellido hubieran aparecido en letras do m o l d e , c o m o un ECCE H O M O a la cabeza de algunas columnas del M E E C U K I O . Has escapado de una buena, escapándote de una d e d i c a t o r i a ; i en esto eres mas feliz que algunos ministros de E s t a d o , que apenas alcanzan a serlo, cuando ya se les encuentra colmados de ilustración i de virtudes, e irremisiblemente les r i n d e n , según una usanza añejísima, tan añejísimo homenaje. P e r o tenlo entendido para en adelante: si n o me escribes p o r todos los v a p o r e s , te p i e r d o : te saco a la vergüenza pública, te planto un obsequio en estos o parecidos t é r m i n o s : — « T r i b u t o de amistad al ilustrando i virtuoso j o v e n poeta, don Fulano de T a l . » L o de (alustrado i v i r t u o s o » son piropos (pie se cambian entre amigos; i en cuanto a lo de « p o e t a , » aunque a decir verdad no sé si lo eres, basta que no seas muí b r u t o para concederte esa habilidad a ojos cerrados.


96 Prevéngote también que no es mi voluntad me escribas p o r b u q u e de vela o p o r buque a vela, c o m o te p a r e z c a ; p o r q u e esto no es ya de t o n o , ni bal valor aquí para leer una carta de Santiago c o n mas de cuatro dias de fecha. No te tomes t a m p o c o el t r a b a j o de remitirme papeles p ú b l i c o s , a no ser que rotulándomelos a mí se los quieras regalar al administrador de correos de este p u e r t o ; el cual se ba hecho un confiscador de periódicos, i los decomisa todos desde que los traviesos han dado en injerir su n o m b r e en las cosas del huano. ¡Si las cosas que han sucedido con este h u a n o ! . . . ¡ Felices nosotros que nacemos a tiempo de c o n o c e r la no indiferente importancia de esta materia, que caracteriza tan bien a nuestro s i g l o ! ¡El siglo de N a p o l e ó n , el siglo de la libertad, el siglo de las luces, el siglo de los románticos, el siglo del h u a n o ! P e r o volviendo a tu carta ¿es posible que todavía no quieras reconciliarte con el r o m a n t i c i s m o ? ¡Qué h o m b r e tan r e t r ó g r a d o ! Sin e m b a r g o , no te lo c r e o ; i apostaría a que eres romántico sin c o n o c e r l o , sin comerlo, ni b e b e r l o , ni entenderlo, c o m o nos pasa a muchos. Por mí, sé decirte que lo soi p o r instinto, p o r r u t i n a , por práctica, esto es, sin maldito el trabajo que me cueste. ¿ H a b r á cosa mas f á c i l ? si no tienes mas que dejarte ir, i quieras que n ó , ¡papam habcmvs! E n a m o r a s ? Eres r o m á n t i c o . ¿ N o enamoras? Romántico. ¿Vives a la fasliionable'? ¡ Qué r o m á n t i c o ! ¿ V i v e s a la bartola'? ídem per idem. ¿Usas corsé, pantalón a la fulana, levita a la sutaiia i sombrero ala pcrejuna'í R o m á n t i c o . ¿Tienes bigotes con pora, pera sin bigotes i patilla a la patriarcal''. R o m á n t i c o refinado. ¿Cargas bastón g o r d o i nudoso a la tambor mayor'? No hai mas que hacer. ¿ T e peinas a la inocente'? No hai mas que desear. ¿ H u e l e s a jazmín, o hueles, pero no a j a z m í n ? ¿ T e pones camisas sin


cuellos, o cuellos sin camisa?

¿Sabes saludar en francés?

11 suffit. Til es fierement romantique. No ha i escapatoria, hijo m i ó ; r o m á n t i c o i mas romántico. Que si P l a t ó n i Diójenes, Eráclito i D e m ó c r i t o i aun el mismo Aristóteles, hubiesen vivido en este tiempo, románticos habrían sido, bien o mal de su g r a d o ; pues de otro m o d o , al ostracismo con ellos, p o r demasiado literatos, es decir, p o r retrógrados absolutistas; mas claro, p o r anacronismos perjudiciales, i por qué sé yo cuantas otras calabazas, que no quiero detallarte aquí p o r no profundizar mas de lo necesario los arcanos del idioma, ni detenerme mucho en las cstcrioridades del pensamiento; en una palabra, porque no entiendas lo que voi diciendo. No te canses, querido a m i g o ; no pierdas tu tiempo en resistir al r o m a n t i c i s m o , al torrente de esta m o d a que es la mas barata que nos ha venido de E u r o p a , con escala en San A n d r é s , del Rio de la P l a t a , d o n d e la recibieron con los brazos abiertos las intelectualidades nacionales, espresándole su scnsibilizamiento i espíritu de socialitistno, i asegurándole que ellas, desde el 25 de mayo, bridaban p o r los progresos humanitarios. Hazte r o m á n t i c o , h o m b r e de D i o s , resuélvete de una vez al sacrificio. Mira que no cuesta otra cosa que abrir la boca, echar tajos i reveses contra la a r i s t o c r a c i a , p o ner en las estrellas la d e m o c r a c i a , hablar de i n d e p e n dencia literaria, escribir para que el diablo te entienda, empaparse en arrogancia, ostentar suficiencia i tutear a Hugo, Dumas i Larra, hablando de ellos c o m o de unos calaveras de alto b o r d o , con quienes nos entendemos sans complimenU. P r e p á r a t e a recibir este sacramento de penitencia leyendo el artículo de la R E V I S T A DK V A L P A R A Í S O sobre el romanticismo i clasicismo; i avísame si el castellano, en (pie está escrito, es el castellano que nosotros h a b l a m o s , o es otro castellano recien l l e g a d o ;


98 p o r q u e , j u r o a Dios, que aquí no hemos p o d i d o meterle el diente, aunque al efecto se hizo j u n t a do lenguaraces. Me preguntas « ¿ c ó m o va de a m o r ? » Si es a mí, te confesaré la verdad, ya no me ataca tan fuerte; pero si quieres saber c ó m o va de a m o r en C o p i a p ó , p u e d o asegurarte que este asunto marcha aquí ni mas ni menos que en Santiago. Ya, gracias a D i o s , no se enamora, sino que sólo se chancea,; se busca en ello un pasatiempo, una ocasión de mentir sin r e s p o n s a b i l i d a d , de perjurar sin pecar, de hablar p o r no dejar de prometer lo que no quedamos obligados a cumplir i de solicitar lo que sabemos que no se nos ha de conceder. Punto es este en que hombres i mujeres estamos mui de a c u e r d o , i sobre el cual nos entendemos a las mil maravillas, c o m o si precisamente hubiéramos nacido hombres i mujeres para entendernos en algo. En achaque de amoríos nos e n c o n t r a m o s , p u e s , tan adelantados en C o p i a p ó , como en cualquiera otro de nuestros pueblos en q u e las jentes se hacen ya un deber de vivir a la, m o d a , i de adoptar entre sus usos i costumbres las ridiculeces que nos vienen de E u r o p a p o r el purísimo c o n d u c t o de los peluqueros i de las modistas, o cuando mas p o r el de algún barón a quien han echado a viajar los buríleles de esas grandes capitales. Nos dicen que en París es una b e b e r í a enamorarse de veras de una, m u j e r ; «pie un L o v e l a c e es t o d o un dije en las sociedades del granel monde, i hétenos aquí haciendo la parodia del héroe, empeñados en representar burlescamente el papel de seductores. Bien es verdad <pie los que despuntamos p o r esto, despuntamos también p o r otras mil fatuidades i tonterías de las que sacan un provecho inmenso las niñas amigas de divertirse; pei'o lo malo está en que somos m u c h o s , i en que han de seguirnos los domas a trueque de no pasar, auto la turba., p o r orijinales.


99 M o z o s hai que si parecen e n a m o r a d o s , si visitan asiduamente a alguna señorita, n o es mas que p o r hacerse el b l a n c o del qué dirán, p o r ostentación, p o r q u e vean que se ocupan de cortejar, p o r q u e sepan todos q u e tienen u n a c o n q u i s t a ; i nada se les queda p o r conseguir si las malas lenguas dan p o r hecha una seducción, o por lo menos una c o r r e s p o n d e n c i a , que quizás no han llegado a solicitar. Mozos hai que esperan hallarse ante testigos p a r a desplegar el talento de insinuarse a su bella c o n jestos, miradas, sonrisitas i secretillos, a fin de mostrar que existen entre ambos intelijencias misteriosas. Felices ellos, si así llegan a niover la envidia de cuantos p r o curan que les observen. Mozos hai q u e solo visitando a alguna niña, sin que ni sus ojos ni su lengua le hayan dicho jamas otra cosa que los cumplimientos u s a d o s , si tú les encuentras i felicitas p o r sus progresos c o n la señorita, te apretarán la mano sonriendose maliciosamente c o m o p a r a decirte: — «Eres m u i p e r s p i c a z : m e quiere m u c h o , es v e r d a d ; p e r o no lo cuentes a nadie.» Mozos hai que pasan años enteros derretidos en a m o r por una linda m u c h a c h a ; q u e la a m a n , la b u s c a n , la persiguen, la hostigan, la celan, c o m o si ya fuese suya: mas si corriendo el tiempo encuentran alguna vieja rica, olvidan la linda muchacha,, se a b r o c h a n c o n la vieja i se meterían a una cloaca, p o r tal de manosearle los talegos. En vista de tantos DIOSOS hai i de otros muchos q u e , aunque aquí no lo d i g o , no p o r eso dejan de haber, fácil es calcular a lo que se atiene la otra parte c o n quien uno se las ha do h a b e r , al tratar de enamorarse. E s , pues, este un negocio ahuesado completamente, negocio


100 en averia, negocio solo bueno para hacer una bancarrota. I enamórese usted. H é a q u í lo que pasa. — — Mire usted, fulanita, le dices a tu a d o r a d o m e n t o ; créame, la a m o mui de veras. — V e a n eso. ¿ C o n que m e quiere u s t e d ? — Sí, la a m o a usted. — ¡Vaya!

tor-

¿ I de ahí?

Se lo j u r o p o r mi h o n o r .

N o se le c o n o c e en la cara.

— Usted es mui cruel.

¡Siempre c o n sus bufonadas!

— ¿ Q u i é n le ha dicho e s o ? que hoi hace m u c h o f r í o ?

¡Caramba!

¿ S a b e usted

— Usted, que es la misma nieve ¿siente f r i ó ? — Muchas gracias. ¿ E s t u v o usted en el teatro el d o m i n g o ? Dicen que es antigua la pieza que representaron. — E n verdad, no es cosa de estos tiempos

mujer firme

¡ L a

/

— P e r o ¡ c ó m o sabia querer aquel g a l á n ! r a z ó n : eso debe ser mui antiguo.

Tiene usted

I te e m b r o m a i te entretiene i te irrita i te gasta la paciencia, sin que de ningún m o d o puedas avanzar un paso, ni salir del statn quo en que te encontrabas al principio del camote. I enamórese usted. Hasta aquí mi primera carta. I si la encuentras corta, no lo estrañes; p o r q u e n o tengo el talento de escribir largo. Espera mi s e g u n d a ; pero guárdate bien de la dedicatoria. (Julio de 1842.)


COSAS NOTABLES.

¿ Q u é país no tiene sus curiosas particularidades? I d a la provincia de C o n c e p c i ó n , i encontrareis el paraíso p e r d i d o , la naturaleza ataviada de sus mas espléndidas galas, la creación en los primeros días de su virjinidad. En aquel j a r din de Chile veréis el suelo mas helio i pintoresco; probareis las dulzuras de la vida campestre i la grata soledad de esos boscpies d o n d e el poeta sueña un porvenir fantástico de felicidad. Allí están los c a m pos de Chillan i del R o b l e , los altos del Quilo i de Curapalihue, T a l c a h u a n o , Gavilán i otros mil lugares de gloriosos r e c u e r d o s , regados con la sangre de nuestros libertadores i en los cuales empezó a brillar la estrella de las armas de la República. Pasad al norte del Itata, i entrareis en otro territorio cuyas vastas llanuras están cortadas p o r dos órdenes de rios de corrientes opuestas: el Perquilauquen, el L o n gaví, el A c h i h u e n o , que bajan de los A n d e s ; el Purapel, el Tutuven i el Cauquenes que, teniendo un nacimiento opuesto, corren hacia el oriente hasta encontrarse con los otros p a r a dirijirso juntos al norte i vaciarse en el Maule. Llegad a T a l c a .

Talca

tiene la torrecilla

mas g a r -


102

Losa de Chile. Os servirán en la mesa el peje-rei de B i o - C l a r o , p a r a no gustar quizá otra cosa m e j o r en vuestros dias. Conoceréis una sociedad tan entusiasta p o r sus p r o g r e s o s , tan ardiente en sus deseos de a d e l a n t a r , que no quiere demorarse en aprender i sólo se desvela p o r imitar. Este es el p u e b l o de las mujeres de ojos lindos. Allí cerca está C a n c h a - R a y a d a , c a m p o de tres batallas sangrientas, consagrado ahora a la c o secha del trigo, de la cítala, i a la crianza de ganados. A l norte de L o n t u é , se estiende nuestra provincia c o s a c a , la huasa Colchagua i su capital la andrajosa San F e r n a n d o . ¿ Q u é cosa mas notable que l o s enormes sombreros de sus campesinos, l o s Cerrillos de Teño i el Monte de los Barriales, guaridas, en otros t i e m p o s , de salteadores? ¿ Q u é hombres mas esclavos, i qué esclavos mas estúpidos que sus inquilinos? P e r o hai en Colchagua un rinconcito p r e c i o s o , un rinconcito d e l e i t a b l e , . . la campiña hermosa Del Olivar ameno

Vadead cibe.

el C a c b a p o a l ; la plaza de Rancagua os r e -

¡ P L A Z A DE H É R O E S

en 1 8 1 4 ! A l

doblar

cada

es-

quina de sus calles veréis el n o m b r e de algún mártir de la l i b e r t a d : Calle ele Campos, calle ele Cuevas, calle de Camero, calle del Estado. E l Estado fué en R a n c a g u a el primero de l o s mártires; p e r o mas felices q u e é l , no resucitaron sus compañeros para sufrir nuevos martirios después. Sigamos al norte. L a capital, la corte, las cámaras, la aristocracia, los mayorazgos, el cuartel j e n e r a l , el estado m a y o r , los e m p l e a d o s , los agregados a p l a z a , los c a n ó n i g o s , l o s padres provinciales, los economistas, los literatos, los a b o g a d o s , los frailes, los r o m á n t i c o s , los pipiólos i un o c é a n o de morralla que n o se toma en


103 cuenta sino cuando se quiere echar abajo un gobierno 0 cuando so subastan las calificaciones electorales. Viene A c o n c a g u a , el rcfur/ium pccatorum. el p u e r t o de salvación p a r a los náufragos trasandinos. A l entrar en aquel valle enriquecido p o r el arte i la naturaleza, los guerreros del P l a t a arrojan la lanza ensangrentada. 1 pulsan el laúd para dirijir a la patria ausente esas melancólicas endechas, cuya gracia i espresion inimitables solo pueden encontrarse en aquella nación de t r o vadores. L a Serena con su casa de moneda, su colejio. su b i blioteca i su i m p r e n t a , se asemeja mucho a una viuda, cuyas pingües haciendas se han icio destruyendo p o c o a p o c o desde que murió el hábil administrador que las cultivaba. L l e g o , de una, vez, a mi p u e b l o , a este Copiapó q u e rido, que también tiene sus curiosidades de no pequeña importancia, i quiero publicarlas en obsequio de los aficionados.

Aun existe, c o m o si recientemente le hubieran fabric a d o , el camino p o r el cual vinieron los pueblos del Perú, al través del desierto i de los Andes, a conquistar las tribus salvajes i vagabundas de nuestros valles. L a tradición le ha conservado hasta hoi el n o m b r e de C a mino del Inca. Las piedras que le forman i señalan no aparecen removidas en ninguna p a r t e ; i es seguro que durante muchos siglos permanecerá todavía intacto este monumento indiano, esta obra jigante de un p u e b l o animoso, valiente, e m p r e n d e d o r ; de un p u e b l o orgulloso de su p o d e r i de su oríjeii; h u m i l l a d o , después, mutilado i envilecido p o r los conquistadores, predicadores, libertadores, protectores, rejeneradores, c o o p e r a d o r e s i restauradores que sucesivamente se han encargado de su tutela.


104 A n d a n d o algunas leguas al norte de este valle, d e s pués de traspasar las serranías de CJiachoqitin, se e n cuentra el antiguo mineral de oro de CacM-yuyo i las ruinas de una p o b l a c i ó n al parecer n u m e r o s a , que r o dean los escombros de su capilla. P e r o está todavía en pié, i estará hasta la consumación de los siglos, su f a moso campanario, formado de dos enormes peñascos que, al golpearlos con otras piedras de lijero t a m a ñ o , p r o ducen un sonido sordo i lúgubre, capaz de oirse a mas de dos leguas a la redonda. En la hacienda de Ramadilla podéis asilaros en verano b a j o un s o m b r o s o algarrobo de tan manifiesta antigüed a d , que quizás os recostáis en el mismo sitio donde, mas de tres siglos ha, celebraron los indíjenas sus c o n sejos de guerra, i resolvieron el degüello de los soldados españoles que recientemente se habían a p a r e c i d o entre ellos con el sospechoso o b j e t o de ofrecerles su amistad. H a sido tasada la m a d e r a de este árbol en mil p e s o s ; puede cubrir con su sombra un batallón e n t e r o , i a pesar de su ancianidad, se conserva tan vivo i tan verde c o m o el j o v e n r o b l e que acaricia con sus ramas las corrientes del Maule o del B i o - b i o . Id de paseo al puerto de Copiapó, en uno de estos dias del mes de agosto, i veréis allí venderse en un mismo punto el mosto de P e n c o i el aguardiente de P i s c o , la chicha de Valdivia i el turrón c u y a n o , las pasas del Huasco i las lúcumas de Coquimbo, las papas de Chiloé 1 los dátiles de G u a y a q u i l , los quesos de Chanco i los c o c o s de P a n a m á , las naranjas de Quillota i las pinas i chirimoyas del E c u a d o r , las gallinas i pavos de Valparaíso i el congrio seco de P a p o s o , los camotes i los plátanos traídos de la c o s t a - a r r i b a , Veréis sostenerse una p o b l a c i ó n d o n d e el agua salobre se c o m p r a p o r mas de la mitad de lo «pie cuesta la chicha b a y a en San-


105 tiago, d o n d e importa ocho reales una gallina, cuatro un repollo i seis u o c h o un quintal de l e ñ a , d o n d e l o s fondistas os cargarán en cuenta un tanto hasta p o r las pulgadas de aire que respiráis en cada minuto. E n Copiapó escribió un célebre poeta arjentino la m a y o r parte de sus fábulas i poesías sueltas que i m p r e sas en dos tomos circulan p o r el m u n d o literario. A u n que es ajeno el mérito de la nacionalidad del vate, C o piapó siempre reclamará la gloria de haberse trazado, bajo su hermoso c i e l o , algunos de los mas brillantes rasgos que descuellan en la literatura arj entina; en esta literatura tan feliz b a j o las inspiraciones del patriotismo, como precoz i susceptible al p r o c l a m a r la emancipación intelectual, al librarse el vuelo desembarazado del j e n i o . P e r o entre estas i otras curiosidades de mi tierra ninguna es mas importante que la existencia de un p u e b l e cito en q u e , mas de mil h o m b r e s , viven sin cargar la cruz; quiero d e c i r , sin mujeres. Gracias a D i o s , t e n e mos resuelto el p r o b l e m a : puede vivirse sin estos a m a bles tormentos, sin sentir el amargo hechizo de sus m i radas; c o m p r o b a n t e de no ser del todo fabulosas las del basilisco, sin ver sus voluptuosos talles, sin que el alma se envenene al c o n t e m p l a r l o s , sin a m a r , en fin, que es la verdadera dicha suprema. C o n v e n c i d o s , p u e s , mis paisanos de q u e , p o r punto jcneral, no hai mujer buena b a j o del s o l ; de ser ellas las que c o r r o m p e n a los pobres h o m b r e s ; de que si éstos roban, beben i enamoran es p o r q u e las susodichas m u jeres les obligan a que roben, b e b a n i p o r supuesto, enamoreu; plenamente satisfechos de que los machos solteros son de m e j o r conducta que los padres de familia, i considerando convicto al sexo femenino de ser la causa de los desórdenes de nuestro rico mineral, consiguieron


10G

que la policía lo limpiase de m u j e r e s ; i en efecto así se verificó para honra i gloria de Dios, c o m o no me seria difícil p r o b a r l o . Dichos los adioses, dados los abrazos entre las esposas o amantes que se iban i los inocentes cangalleros que se q u e d a b a n , aquello m u d ó de aspecto. Ya no se r o b a metales c o m o antes, sino c o m o ahora, que es mas que ayer i méiios que mañana. N o se r o b a p a r a darle a una buena m o z a , sino para c o m p r a r aguardiente a los contrabandistas o para tapar con oro la traidora sota. Si una mina está r i c a , su dueño tiene que sostener en la faena un piquete de fuerza armada para espantar los ladrones que hormiguean c o m o los p á j a r o s en una viña que se ha atrasado en la cosecha. T o d o se remedió con espulsar a las mujeres de Chañarcilio, i con declararlas allí un artículo de contrabando. P o r lo demás aquello es un portento social. Hombres b a r r i e n d o , hombres l a v a n d o , hombres espumando la olla, h o m b r e s haciendo la c a m a , h o m b r e s friendo empanadas, h o m b r e s b a i l a n d o con h o m b r e s , h o m b r e s cantando la extranjera, i h o m b r e s p o r t o d o i p a r a t o d o : es una c o lonia de m a r i c o n e s , un cuerpo sin a l m a , un monstruo c u y a vista rechaza i que no es la cosa menos notable d e nuestro Chile. (8 de Setiembre de 1842.)


UNA ENFERMEDAD.

N o tanto p i d o a Dios que me libre de una enfermed a d , c o m o que me ahorre su misericordia los horrores de una curación. L a s dolencias del cuerpo serian, p o c o mas o menos, tan llevaderas c o m o las furibundas flaquezas de un antipipiolo gobernante, si no nos atrajesen la compasión del p r ó j i m o , si no nos hiciesen el b l a n c o de la cruel solicitud de infinitos deudos i c o n o c i d o s que, empeñados en darnos la salud, torturan nuestra triste humanidad i ejercitan nuestra paciencia mui mas que la c o r r u p c i ó n de h u m o r e s , los tabardillos o los ataques nerviosos. Tanta es la prisa que todos se dan en visitar a un paciente tarde i mañana, en rodearle de dia i de noche, que es preciso persuadirse do que caer enfermo no es caer en desgracia: a no ser que se parezca este caso al de una sospechada b a n c a r r o t a , y a que e n tonces sucede también que no hai casa mas concurrida ni persona mas r o d e a d a i cortejada que la del que se presume en olores de quiebra. E n este m u n d o t o d o es inesplicable, la política del ministerio actual inclusive. Si necesitamos ele la ajena conmiseración, si buscamos quien nos haga un servicio, harto sabido es que no h e mos de e n c o n t r a r l o s ; pero caiga usted a la cama, gúese el caso de que un furioso d o l o r no le deje alien-

lle-


108 tos sino p a r a suplicar que ni le sirvan, ni le cuiden, ni le asistan, i le asesinarán a usted poniendo el m a y o r interés i dilijencia en r o d e a r l e , manosearle, consolarle, volverle i tornarle. Todavia cuando el enfermo es p o b r e no escapa tan p e o r , salvo q u e en su p u e b l o haya h o s pital i le conduzcan a é l , para q u e , después de pasar a m e j o r v i d a , le trasborden a la sala de disección, i solo allí vengan a saber los médicos de que m a l m u r i ó . P e r o lo que se convierte en una feria es la casa de un paciente a c o m o d a d o . Es de ver entonces aquella pantomima de esclaniaciones i mudos aspavientos, aquel correr p o r los pasadizos, aquel entrar i salir del cuarto del enfermo. E n un dos p o r tres queda la pieza c o n vertida en una trastienda de b o t i c a : frasquitos, botes, jarras, tazas, teteras, drogas i yerbas coronan las mesas, ocupan las sillas i los rincones. T o d o s se atrepellan i al mismo tiempo recomiendan el silencio casi siempre interrumpido p o r una silla que se t u m b a , p o r el sirviente que se descalabra i p o r los p r o l o n g a d o s chiu'iits de las enfermeras i curiosas, que amontonadas tras las cortinas de la cama, c o m o quien asiste a una farsa entre bastidores, forman c o n su secreteo un ruido igual al l l o ver de una noche silenciosa, I es lo peor de tal bullaje las consideraciones i miramientos que en él se guardan, para quitarle a la víctima el derecho de quejarse i no darle lugar a, que rabie siquiera, lo que hasta, cierto punto suele calmar cualquiera dolencia. Un caso de enfermedad p r o d u c e , pues, una revolución en t o d o el vecindario, una alteración notable en la marcha doméstica de las familias inmediatas. L a madre que pasa t o d o el santo dia en trajines de la despensa, a la c o c i n a , de la cocina al cuarto del criado, de aquí al c o m e d o r , del c o m e d o r al j a r d i n , del j a r d i n a la carbonera, siempre ocupa dísima siempre olvidando algo de


109 lo que se p r o p o n e hacer, al oir ¡fulano está muí malo! todo lo a b a n d o n a , llama a la hija mayor, le da el m a n o j o de llaves i sus ó r d e n e s , quítase el delantal i los zapatos de orillo, c a m b i a de cofia i se m a r c h a a c o n v i dar a alguna a m i g a , que también se deshace p o r c u m plir la consabida obra de misericordia. Otra que mas que en coser emplea el tiempo en pararse i sacudirse para buscar las agujas, el hilo i el dedal continuamente perdidos entre los pedacitos i recortes que la inundan, al recibir la misma nueva, grita al criado i p o r p r o n t a providencia le encarga de llevar un mensaje fúnebre a la familia en d e s g r a c i a , mensaje que, aunque no llegue a su destino, bien sabe el p o r t a d o r que ha de traer de vuelta las gracias dadas i el parte de que el enfermo está así no mas. E n fin, ninguna amiga de éste, después de saber su estado, prosigue las ocupaciones en que la sorprende la noticia; i basta que ni se les llame ni se les necesite, para que todas vuelen a llevar la confusión donde ha fijado su residencia el dolor. Cierto dia presentóse a mis puertas el criado de un amigo mió q u e , avisándome el peligroso estado de su salud, me suplicaba pasase a v e r l e . — « ¿ Q u é tiene tu patrón, P e d r o José? — Quién lo sabe, señor. E l p o b r e caballero se queja m u c h í s i m o : la señora no halla qué hacerse: los chicos anclan p o r su cuenta, i la casa se está llenando de jente. — 1 el m e d i c o ¿ q u é d i c e ? — No ha ido médico n i n g u n o ; pero están llegando muchas señoras, i creo que se preparan algunos remedios. — Corro a buscar a don Guillermo. Dile que tu patrón está m a l o , i c o n d ú c e l o a casa, yo me voi allá en el momento.» Así lo hice. L a primera que e n c o n t r é , al introducirme en las habitaciones, fué la desolada esposa que alargándome su m a n o , me dijo l l o r a n d o : « f a v o r é z c a m e


110 usted, p o r D i o s . » Seis n ocho amigas la r o d e a b a n , diez o doce corrían en todas direcciones, fuera de otras muchísimas que iban l l e g a n d o , las q u e , c o m o las anteriores, formaron al c a b o su punto de reunion en el d o r mitorio mismo del paciente, d o n d e saludándose misteriosamente empezaron a cambiarse l o s : ¡cómo lia sido esto! — De repente. — Ayer le he visto bueno i sano. — Nó, niña; si andaba así. —¡Está de cuidado! . . . . — ¡Madre mi a del Carmen! ¡Con tantos hijitos! — ¿Ha pedido confesor? ¡Tan buen cristiano! Manden llamar un médico.— iVó, amiga mia. So, salvación en primer lugar. El desgraciado objeto de tanta compasión, al examinar esta p o b l a d a de V e r ó n i c a s , hizo el último esfuerzo para volverse a la pared, c o m o la víctima que ya en el p a t í b u l o , aparta la vista de sus verdugos. Muí p r o n t o la discusión se abrió sobre los remedios que debían adoptarse. L a una había p a d e c i d o el mismo mal, i vino a sanar, después de Dios, con cierta untura que detalla simple p o r s i m p l e , m a n i o b r a p o r maniobra, i con lavativas de una c o m p o s i c i ó n complicadísima. L a otra j u z ga que el mal es un calor elevado: prescribe sinapismos, sudoríficos, i, p o r supuesto, lavativas p a r a llamar el cal o r hacia a b a j o . A q u í opinan que es un frió concentrado: fomentos al vientre, friegas, unto sin sal i ayudas de tal i cual cosa, Allí dicen que ,es ramito de c h a b a l o n g o con p u n t a d a ; p o r a c á , e m p a c h o ; en un rincón j u r a n que es alfombrilla, i en otro, principios de bicho. Finalmente, las opiniones varían tanto relativamente a la enfermedad, c o m o a los r e m e d i o s ; hallándose sí todas mui de acuerdo en uno de los puntos de ataque quiero d e c i r : en el de las lavativas. H u b o inhumana que las recetó con tan p o c o m i r a m i e n t o , que no p a r e c í a sino desempeñar el cargo de fiscal en aquel tribunal inexorable.


111 Mientras de esta manera se d e b a t í a , otras piadosas mujeres cerraban herméticamente puertas i ventanas, forrándolas de m o d o q u e ni aire ni luz penetrar pudiera. El lecho de mi amigo es nuevamente recargado de c o r tinas; echan sobre este desgraciado cuantas frazadas hai en la casa, i colocan en su cabecera varias estampas milagrosas, p a r a que desde allí le deparen lo que mas le convenga, A q u e l l o era un h o r n o . E l calor i las e x halaciones de las medicinas i de las médicas iban a s o focarnos c o n el e n f e r m o , que desesperado maldecía el desapiadado ínteres con que una a una se arrimaban a preguntarle: Don Fulano ¿cómo se siente? Su desasosiego fué calificado de delirio, motivo para que se d u plicara el fervor en c u i d a r l e , atolondrarle i consumirle. Irritado contra tan oficiosa c o n c u r r e n c i a , me atreví a observarles que era necesario esperar al m é d i c o , i q u e entretanto p o d í a n despejar el dormitorio, renovar el aire, hacer menos ruido. . . ¿Qué sabe usted?—Los hombres no sirven en estos casos. — Usted está arpe/ de estorbo. — Sálejase ele aquí — i otros cumplimientos semejantes r e cibí p o r contestación. La feliz aparición del d o c t o r paralizó súbitamente las m a n i o b r a s , cocimientos, brebajes i aprestos de las inflexibles Esculapias q u e , siguiendo al recién llegado hasta, la c a m a , se pusieron a contestarle en c o r o sus averiguaciones i preguntas, unas veces p o r la dueña d e casa, otras p o r sí mismas i otras p o r el e n f e r m o , d e manera que el d o c t o r se q u e d a b a en ayunas i y o m e desesperaba. Pidió el médico tintero i p a p e l ; i todas gritaron « q u e traigan tintero i p a p e l . » todas querían saber si se llevaría vaso o botella, a la b o t i c a ; a q u é horas i en qué p e r í o d o s se administraría la m e d i c i n a ; si se le daria chuño o caldo al e n f e r m o , i ninguna se acordó de preguntar p o r su peligro. Bien deseaba el


112 d o c t o r libertarse de este e n j a m b r e , despacharlas a sus casas; pero entre ellas había muchas de sus p a r r o q u i a nas; no se resolvía a quedar p o r descortes i p o c o amable. Así me l o hizo entender al suplicarle que no se fuera, d e j a n d o a mi amigo en tan inminente peligro de morir dado al diablo o a las mujeres. Una feliz inspiración vino a nuestro s o c o r r o . El m e dico contó en confianza a una de aquellas caritativas señoras que la enfermedad de mi amigo eran las viruel a s i de muí mal carácter. Antes de treinta segundos el secreto se corrió de b o c a en oreja i de oreja en b o ca por toda la casa; mudas de terror i abandonando tareas, capas i pañuelos se a g o l p a r o n a las puertas a buscar salida, c o m o c u a n d o en un incendio se grita ¡liai pólvora! c o m o c u a n d o en una tertulia se siente el remezón de un terremoto. Así se desvaneció c o m o el hum o la ardiente caridad de las vecinas, que fueron a su casa a sahumarse, lavarse i sacudirse p o r si algo se habían contaminado con el contajio. Mi amigo r e c o b r ó la salud asistido p o r el d o c t o r i cuidado p o r su mujer. El m a y o r inconveniente de la poligamia, para mi m o d o de considerar este negocio, seria de que. cayendo enfermo el m a r i d o , se pusieran seis u ocho esposas a curarle. (20 de Octubre de 1842.)


TEATRO DE COPIAPÓ.

P a r a uno de los dias del 1 8 , la compañía c ó m i c a de este p u e b l o , a la que debemos mui buenos ratos, anunció la primera representación de una petipieza, obra orijinal del d o c t o r don Enrique R o d r i g u e z , n a c i o nal arjentino, titulada: « L a Batalla de Maipá, o un Brindis a la Patria

E l autor, se dijo en las tablas

al hacer el convite, la dedica al Presidente de la R e p ú blica, el señor j e n e r a l don Manuel Búlnes.» L a merecida reputación del señor Rodriguez como abogado, sus conocimientos literarios, su j u i c i o ilustrado i otras prendas intelectuales que le adornan, nos hicieron esperar que la c o m p o s i c i ó n ofrecida al píiblico fuese digna de su autor, quien la daba a luz al mismo t i e m po que su nombre, sin ningún miedo de c o m p r o m e t e r l o . I viendo que la dedicaba al primer personaje de Chile, nos persuadimos enteramente de que el obsequio c o r respondería a la confianza desplegada por el poeta. Mis esperanzas p o r lo menos salieron frustradas, b á r b a r a mente frustradas. La batalla de Maipú se volvió d i sertaciones interminables sobre asuntos mas propios para llenar las columnas de un periódico redactado p o r demagogos, que para preparar i p r o d u c i r efectos d r a m á t i cos; resultó ser una colección de diálogos narcóticos .1 O T A l i K C H E .

y


114 sobre cosas que ya todos sabemos de memoria, s e m b r a d o de ocurrencias triviales, de vulgaridades sin g u s t o , de anacronismos i n s o p o r t a b l e s , i nada de a c c i ó n , nada de ntriga, nada de p a s i ó n , nada de t e a t r o , en fin, que era lo que allí íbamos a buscar. ¡Ninguno de los héroes de la batalla de Maipii, ni uno solo de los tiros que allí se dispararon, ni una g o ta de sangre que en ese día corrió a torrentes ! ¿ P a r a qué profanar la me mo ri a de esa j o r n a d a inmortal, dando su n o m b r e a las bachillerías de d o ñ a Isabel, a las simplezas de don C á n d i d o , i a las brutalidades de don Pacífico i de doña CircuncisiónV ¿ Q u é j i r o dio a los a c o n t e c i m i e n t o s , qué efectos p r o d u j o , qué parte tuvo en el desenlace el brindis a la Patria? Cuando yo creía que el p o e t a nos conduciría al c a m p o de batalla a presenciar mil muertes, o que del brindis resultasen noventa i nueve desafíos entre patriotas i españoles ( t o d o s estos descalabros pueden esperarse del furor r o m á n t i c o (pie anima a los literatos t r a s a n d i n o s ) , he aquí el ratón que parió la montaña. A p a r e c e I s a b e l , j o v e n , según presumo, de la misma edad de la señora M o n t e s d e o c a i sobrina de don Cándido, en un b a l c ó n de su casa en S a n t i a g o , p r o c l a m a n d o al ejército de los independientes, (pie en los llanos de Maipú, traba descomunal batalla con los realistas. En esta o c u p a c i ó n la sorprende el susodicho su t i o , que es un g o d a z o del mismo tamaño de los patriotas de estos tiempos. Armase entre ambos una disputa, en forma de c a t e c i s m o , defendiendo este la causa del reí Fernando, i la amable niña hechando flores a favor de la independencia, de la l i b e r t a d , de los imprescriptibles derechos, de la igualdad i de otras infinitas maravillas, cuya pérdida o conquista iba a decidir la j o r n a d a de ese dia. P e estas resultas trata don Cándido de obligar a Isabel


115 a que se case c o n don Pacífico, otro viejo mas realista que un torrente i mas bruto que un caballo puritano; pero la niña, que parece haber sido la precursora de las niñas de a h o r a , rechaza con h o r r o r este enlace, i p r o testa no unir su suerte sino a la de d o n Carlos, joven arjentino i p o r supuesto rnui b i z a r r o , que a la c a beza de u n a mitad de g r a n a d e r o s esparce a la sazón la muerte en las filas de Osorio. Entra inesperadamente el tal d o n Pacífico, i su presencia derrota de la escena a doña Isabel; anuncia a don Cándido (aquí empieza la intriga; p o n g a cuidado el lector, n o se le pase p o r a l t o ) , el triunfo de las fuerzas de Su Majestad, la muerte de su rival el teniente don Carlos; reclama del viejo el cumplimiento de su palabra respecto a su matrimonio con Isabelita; obtiene la reiteración de la p r o m e s a , i no ofreciéndose otra c o s a , se va p r o b a b l e m e n t e a a l guna parte. P o r la misma razón que este se m a r c h ó , vuelve a salir doña Isabel a ventilar otro p o c o c o n su tio los negocios de esclavitud i tiranía, la libertad del p e n samiento i del casamiento. Que la regaña d o n Cándido, que la amenaza, que la quiere agarrar i, en consecuencia, hacen las paces conviniendo el buen h o m b r e en casarla con don Carlos, si este escapa con vida del combate, lo que sabe mui bien que no sucederá, Ademas, que seria escusado casarla con un difunto. En estas i otras, cuélase en las tablas doña Cincurcision. vieja, loca, de la vecindad, mas g o d a aún que los godos <pie han ido saliendo hasta a h o r a , i otro de los interesantes caracteres de aquella é p o c a ; aunque p o r lo visto no debia haber entonces en Chile sino godos v i e jos i viejas locas. D o ñ a Circuncisión trae asímisimo la nueva de haber vencido el ejército real, cosa que d o ñ a Isabel no cree, p o r q u e a mas de no cuadrarle la noticia, es un motilón franciscano, g o d o también incuestionable-


116

mente, el que la ha c o m u n i c a d o a la vieja. Con motivo del motilón, Isabelita predica horrores contra los malos sacerdotes q u e , olvidando su ministerio, toman cartas en los a l b o r o t o s de este m u n d o . I tan bien lo estaba haciendo la linda p r e d i c a d o r a , que es una lástima no se hallase presente el reverendo A l d a y p a r a que su c o n versión, i no otra cosa hubiese sido el desenlace de la pieza. El sermón es interrumpido p o r la intespestiva aparición de don Pacífico, a quien su futura r e c i b e , c o m o quien d i c e , en las bastas; descarga sobre él cuanto adentro le q u e d a b a contra los malos frailes, i añade por vía de apéndice, diez mil lindezas a favor de los derechos i garantías individuales, de la emancipación de Chile, de los mártires de E a n c a g u a , entre los cuales supimos que habia caído su padre, i de resultas muerto su madre. D o n Pacífico se venga brutalmente de su querida, asegurándole que los héroes de Cancha R a y a d a están otra vez vencedores, i que don Carlos ha m o r d i d o el polvo en la refriega. Créelo doña I s a b e l , p o r que al fin ya era tiempo de que cayese desfallecida, que para eso i m u c h o mas habia h a b l a d o , i en efecto recibióla en sus brazos doña Circuncisión, con gran dolor del tio don C á n d i d o , que casi se traga al bestia de clon Pacífico. E n esto estaban cuando se oye un golpe de alegre música i confusos vivas, ruido que hizo levantarse tan alta a la bella Isabel c o m o si le hubieran aplicado álcali volátil a las narices; lo mismo que a un señor que a mi lado estaba cabeceando en su luneta. Isabel es la primera que oye gritar ¡Viva la Patria! ¡Maldición para los viejos godos! Un m o m e n t o después el teniente don Carlos, a c o m p a ñ a d o de un estado m a y o r numeroso, recibe en los brazos de Isabel el p r e m i o de su valor i denuedo. Cuenta en pocas palabras el triunfo de los estandartes chileno i arjentino, lo que basta i sobra para que el


117 godazo de don Cándido vuelva casaca, i resulte mas patriota que su s o b r i n a , i mas liberal que un p i p i ó l o desgraciado. B e n d i c e la unión de ambos j ó v e n e s ; en vista de l o cual don Pacífio, que se mantenía arrinconado desde la llegada de los v e n c e d o r e s , lanza un suspiro, i es descubierto en su escondite p o r estos. A l p u n t o se echan sobre el infeliz caballero, le arrastran, le c o n funden, le hacen arrojar un ¡Viva la, Patria! a pescozones; i c o m o no se había quedado en aquel sitio sino para r e c i b i r l o s , váse con viento fresco. No faltará lector malicioso que crea que usando de la amistad i confianza que unen entre sí a los literatos, el señor R o d r í g u e z haya empretillado en su pieza a l gunas ideas del Liberal por fuerza de Bretón de los Herreros; p e r o y o , que la he visto, les aseguro que n ó ; i aunque la t r a m o y a se asemeje i el desenlace sea uno mismo, Bretón i el Señor Rodríguez quedan ambos o r i jinales i en sus lugares respectivos. Les beaux esprits se

rencontrent.

¿Se c o n c l u y ó la petipieza? N ó , señor; se canta a data el himno nacional compuesto ya con música i t o d o , el 5 de abril 1 8 1 8 ; ocurrencia mui feliz, p o r lo que tuvo de favorable p a r a los espectadores, que con este motivo pudieron ponerse de p i é , i suspender la inhumana sentada que se estaban llevando sus p o s a deras.

post

El Brindis a la Patria es un otrosí de la p i e z a ; una reminicencia que el autor hace de la Ponchada del m i s mo Bretón, su amigo prestamista, quien no le c o b r a r á j a mas la deuda. D o n Cándido confiesa con ardor que habia p r e p a r a d o algunas botellas p a r a secarlas con ciertos amigos a la salud de las armas victoriosas del R e i ; pero desengañado c o m o está de sus errores, invita a sus


118 huéspedes a apagar con su contenido la sed gloriosa que deben traer de la pelea, Pide ¡un brindis a la Patria! Llénanse las copas i llueven versos, que se r e citan a dúo con el apuntador, los cuales versos, van con sus respectivos encumbrados Andes, trompas guerreras, ruidos del cañón, estampidos del trueno i bocinas de la fama. L a caida del telón nos anuncia el hn de la pieza, que al paso que l l e v a b a , todavía admitía el funeral de los muertos en la batalla, un baile i una fiesta de toros. Moral de la Batidla, de Maipú, o un Brindis a la Patria: que siendo viejo i g o d o , ningún h o m b r e ha de pensar en casarse; i que no deben creerse las noticias dadas por los motilones de San Francisco. L a señora Montesdeoca, a quien no se puede ver eu la escena sin aplaudirla, sin tributar a su talento muí debidos testimonios de a p r e c i o , dio, representando el papel de Isabel, una p r u e b a incontestable de su robustez p u l m o n a r , c o m o la rindió también el admirable señor Casacuberta de los tiernos recuerdos que conserva de la P a t r i a , cuando abrazando el descolorido pabellón que hoi ensangrienta un t i r a n o , le habló de sus glorias i triunfos, c o m o si quisiera consolar su tristeza, como si quisiera que ellos, i no los cadalsos, pronosticasen su porvenir. (18 de N o v i e m b r e de 1842.)


CARTA DE

JOTABECHE.

Copiapó,

noviembre

12 de

1842.

M U Í querido p a i s a n o : He de mandarte una carta, i pienso divertirme m i e n tras la e s c r i b o , sin perjuicio de que tú te fastidies cuando la leas. Fuerza es confesarlo: siento tanta inclinación a escribir c o m o los arjentinos a emigrar, los peruanos a sufrir, los militares a apalear, los pelucones a influir i los hijos de mi tierra a litigar. No p u e d o , pues, resistir a esta p r o p e n s i ó n , bien así c o m o la mujer n o p u e d e prescindir de engañar, el poeta de mentir i t o d a la especie humana ele murmurar. L a pluma es para mí cuanto hai en el m u n d o : sin la p l u m a , el m u n d o me parece nada; sin ella no sé qué me h a r í a , ninguna o c u p a c i ó n me quedaba. T u Juan Bautista era en ese caso un ser bien desgracíelo, bien inútil, bien inservible, el h o m b r e mas a propósito para un convento, salvo que le cuadrase al ministerio recomendar mis aptitudes para d i p u t a d o . Si en estos tiempos se usasen encantamientos, t e mería que a algún b r u j o , vista mi tan estraordinaria


120 afición a escribir, se le antojara convertirme en p l u m a ; lo que. sabes mui bien no le costaria gran t r a b a j o , p o r que mas de la mitad de la metamorfosis se la e n c o n traba hecha. Con t o d o , no se me daria m u c h o que me trasformase en p á j a r o . Si era en l o r o , e m i g r a b a ; i donde cayese m e metia a periodista. Si en canario, m e iba a gorgoritear al otro lado del M a u l e , donde las jaulas no son de manera que desesperen las aves de verse en l i b e r t a d , si p o r su desgracia o su destino, que allí son s i n ó n i m o s , vienen a parar en ellas. I si en gavilán, dirijia el vuelo hacia el n o r t e , p a r a en llegando al P e r ú , ser p á j a r o de gran p r e d i c a m e n t o ; benemérito señor gavilán tercero en d i s c o r d i a , o qué sé yo que otro título tomaría, aunque nunca seria uno nuevo, p o r no haberlo ya en el diccionario. P e r o vamos a la carta que quiero dirijirte. Sabrás, p u e s , que desde tu partida para Valparaíso ha habido aquí ocurrencias inui de b u l t o ; entre ellas un t e m b l o r tan fuerte, aterrador i repentino, c o m o un golpe de a u t o ridad calculado p o r lo que se llama alta p o l í t i c a : de la que Dios nos libre lo mismo que de ser aplastados p o r una casa. El sacudón estalló a las doce de la noche, hora en que todos los sustos son g r a n d e s , inclusos los que en años pasados se daban mutuamente los pipiólos i el g o b i e r n o al volver de c a d a esquina. Después del t e m b l o r , ocurrió en Chañarcillo un c a m bio de ministerio, novedad q u e , si siempre se celebra en todas p a r t e s , ha de ser p o r lo que el suceso tiene de p o r r a z o , pues en cuanto a lo d e m á s , no veo yo por qué nos ha de alegrar la caída de un ministerio, sabiendo que a la m a ñ a n a siguiente se levantará algún otro. Hablando en confianza, en punto a ministros opino ita pariter que en punto a mujeres. Unas son mas jóvenes i bonitas que o t r a s , esta nos parece un ánjel de b o n -


121 d a d . aquella no respira sino modestia i c a n d o r , la de hoi es un pedazo de c i e l o , la de mañana es linda c o m o el a m o r ; pero al fin, paisano m i ó , todas dan en mujeres, (pue es una desesperación el persuadírselo: todos los m i nistros dan en p e l u c o n e s , que es otro chasco que nos llevamos. V u e l v o a Chañarcillo. Cayó el subdelegado M a r dones, pues al c a b o no era intendente para que no le removieran j a m a s de su destino. H a llevado a la vida privada, entre otras cosas, la grata satisfacción de h a b e r servido a su patria i la conciencia et cestera, et ccetera. No quiero c o n m o v e r t e : la despedida de un h o m b r e p ú blico es un paso mui tierno. E n consecuencia, n o sé si del t e m b l o r o de la caida del s u b d e l e g a d o , los fondos que se anticipan al cuatro p o r ciento mensual con mas cuatro reales en m a r c o , un real en cada p e s o , a p a g a r en pina a siete pesos, después de descontado un seis p o r ciento p o r los gastos de refaga i reducción a lei de once d i neros veintitrés granos, t o d o con h i p o t e c a de la persona i bienes del d e u d o r , han escaseado considerablemente, i siguen escaseando según van en aumento los peligros de las especulaciones sobre cangallas. Mucho han sentido en Chañarcillo la deposición del señor M a r d o n e s : y a se vé. era un b i e n h e c h o r de los p o b r e s , i parece que llevabapor delante el plan liberalísimo de que todos tuviésemos mina. E n su lugar se halla el capitán P a l a c i o s , j o v e n sin mas defectos que sus muchas enfermedades; p e r o aquel temperamento es m a g n í f i c o , de suerte que si no sanan los males del mineral, sanarán los del subdelegado, que no será p o c o conseguir. P a r a completar la reforma de la policía de Chañarcillo, desde dos meses a esta parte estamos esperando p o r m o m e n t o s una remesa de húsares que viene a relevar la guarnición que actualmente t e n e m o s ; guarnición compuesta de hombres que


122 así como los engancharon para enviarlos a Copiapó, pudieron, sin gravarse la c o n c i e n c i a , enviarlos a p o b l a r un presidio, i aun así los indultaban. Sucede que en esos dias del t e m b l o r i de quitar i poner subdelegados hubimos casi de morir de hambre, p o r q u e la policía que para t o d o se da maña i le sobra t i e m p o , hizo de m o d o que no se encontrase carne en la plaza ni para hacer una albóndiga. Fué el caso que los carniceros no habían hecho a la susodicha policía una ofrenda de perros muertos que les e x i j e ; i ella vino, los cojió a todos i los metió en la cárcel p o r dos dias. El delito no era para m e n o s , i el talento de la policía no es p a r a mas. L o s carniceros creen que no hai d e recho p a r a sujetarlos a o b l i g a c i ó n tan v i l , que ya no existe la lei por la cual ellos debían reemplazar al verd u g o ; i la policía les dice que eso es romanticismo, les arguye con la costumbre i sobre t o d o con la cárcel, razón jigante, razón bruta, si quieres, pero con la cual te c o n vencerán hasta de no haber Dios si te la ponen por delante. Después sobrevino otro arranque enérjico de la p o licía, no ya contra los carniceros ni contra los perros, sino contra las muchachas, que habían d a d o en andar también con hidrofobia. E l l o es que no ha, quedado ninguna ni para un r e m e d i o ; de lo que d e b e m o s aleg r a r n o s , p o r q u e ya no ganaban aquí los hombres mas que para q u i m a g o g o i zarzaparrilla. Se asegura que van a tomarse medidas a fin de no permitir mas en nuestro puerto el desembarque de estas desgraciadas, i que el celoso ministro de aduana se encargará de inspeccionar el n e g o c i o , c o m o si fuese rigorosamente fiscal, en todas sus partes. Haz p u b l i c a r esto en Valparaíso para los fines que convenga. E n cuanto a nuevos descubrimientos i riquezas mine-


123 ras, todos los dias amanecen varias lindas mentiras que, semejantes a ciertas flores, se marchitan i mueren luego que el sol calienta el ambiente que las rodea. Sin e m b a r g o , tengo para mí que debe haber muchas minas buenas, p o r q u e hai muchos pleitos malos. Sabido es que cuando alcanza un minero, h a b l a n d o en oro, quien a l canza no es el minero sino el escribano. X o ha quince dias escribía uno de Chañar cilio a un a b o g a d o : « M u i señor m i ó : después de dos años de b r o c e o t o p é antes de ayer un crucero que hizo pintar la veta, i la lleva en buen beneficio. P o r lo que p u e d a t r o n a r , incluyo a Ud. un amplio p o d e r para que m e represente en cuanto pleito p r o m u e v a n ahora, en mi contra.» El a b o g a d o le contestó: « M u i señor m i ó : me es mui sensible no p o d e r servirle admitiendo el p o d e r que le d e v u e l v o , p o r q u e cuando recibí su apreciable, a c a b a b a de c o m p r o m e t e r m e a defender a don X . que va a demandar a L d. alegando su derecho a la mitad de esa m i n a ; don X . se presentó ayer demandando la otra m i t a d ; don Y. se la h a d e n u n ciado hoi mismo p o r disfrutada, i los menores de don / . andan buscando a b o g a d o p a r a interponer una tercería. Sus acreedores celebran mañana una reunión para pedir la mina en prenda pretoria.» E l minero h a bía alcanzado en una labor, i el escribano en cinco. T

X o dejan de ser satisfactorias las noticias que aquí tenemos de las provincias trasandinas San Juan i la Rioja. L a guerra está al terminar en esa parte del territorio arjentino, i solo se espera que acaben de m a tarse unos p o c o s que quedan disputándose la posesión de aquellos cementerios. E l Cltaclio, caudillo unitario, ocupa ahora Binchina, después de haber visitado a J a chal, donde se vio en la dura necesidad de fusilar unos cuantos ciudadanos federales para p r o p o r c i o n a r s e r e c u r sos: con t o d o , las víctimas no pasaron de d i e z , aunque


124 parece que no se pudieron h a b e r mas en el pueblecito. L o que r e c o m i e n d a a los jefes unitarios es que matan de una manera mas conforme con la ilustración del s i g l o ; fusilan, p e r o n o degüellan c o m o l o hace el b á r b a r o , el c a r i b e Eosas. Hasta aquí mi carta. Solo me resta concluirla p o r d o n d e debí e m p e z a r l a , p o r desearte m u c h a s a l u d ; que en cuanto a pesetas, p o r p o b r e s que esos lugares se e n cuentren, siempre las hai de sobra. E n caso que tu hígado se p o n g a allí tan bueno c o m o está aquí la Colorada, no te v e n g a s : mira que p u e d e n ponértele pleito creyendo que lo traes en beneficio. — T u paisano. JOTABECHE. (24 de n o v i e m b r e de 1842.)


ALGO

SOBRE LOS TONTOS.

Esta razón de que tanto se vanagloria el korubre, en la cual funda su superioridad sobre todos los otros seres de la c r e a c i ó n ; que constituye el orgullo de nuestra especie, el timbre i el blasón de la familia humana ¿ n o es también una fuente de los males que sentimos, el principio de esa p e n a lenta i continua, de ese descontento roedor que nos inquieta durante los mas largos períodos de la vida? ¿ N o es la razón la que aparta de nuestros labios la c o p a del deleite, la que nos vijila c o m o un impertinente p e d a g o g o , la que enfrena las deliciosas propensiones con que nos dotó la naturaleza, la que nos desvía, en ñn, de un camino de rosas para empujarnos tras otro, sembrado de a b r o j o s i de espinas? ¿ N o es la razón la que nos ha despojado de la m e j o r parte de nuestra libertad natural, i no se funda en ella la sociedad para descargar su c o l e c c i ó n de males necesarios sobre los individuos que la f o r m a n ? ¿ N o te impone la razón el olvido de los agravios al mismo tiempo que manda levantar cárceles, presidios i cadalsos para castigar tus deslices sin m i s e r i c o r d i a ? ¿ N o te dicen que es de razón sobrellevar la existencia por maldita que te p a r e z c a ; i de razón


también, no te corta el verdugo la cabeza cuando m a s te gustaría pavonearla sobre los h o m b r o s ? ¿ N o te d e s potizan en su n o m b r e , en la c u n a , en la escuela, en la sociedad i aún en la t u m b a ? Si alguna vez te entregas a las halagüeñas ilusiones de tu fantasía ¿ n o viene la razón, cual una mujer celosa a desbaratar con su p r e sencia el dulce sueño que d o r m í a s ? ¡ L a r a z ó n . . . ! ¡ P r e sente bien funesto, maestro de desengaños, libro fatídico cuya mas bella pajina es el capitulo resignación! La razón no nació quizas con el h o m b r e en el E d é n d e nuestros primeros padres. Ellos se amaban c o m o se aman las palomas, i a d o r a b a n a su H a c e d o r a c o m p a ñ a n d o a las aves en sus cantos matutinos. Fué una sujestion de Satanás el primer raciocinio de la m u j e r , i este r a c i o cinio de la m u j e r , este p r i m e r destello de la r a c i o n a l i dad nos arrojó a todos del P a r a í s o , nos despojó de la inocencia de los áujeles i nos hizo presa del infierno. Impensadamente he trepado a estas alturas p r e p a r á n dome a p r o b a r una cosa que tal vez nadie quiere negarme, una cosa que para mí es un axioma i que s o l o en estos tiempos de polémicas i controversias, puede haber riesgo de que me la disputen, máxime siendo ello, según creo, un punto de romanticismo, a saber: « l a dicha social está en razón inversa del talento del i n d i v i d u o ; » o sea, « l o s tontos son los hombres mas felices.» Tan indudable es esto, que aún las mismas naciones poseen m a y o r suma de bienestar si las favorece cierto temple de t o n t e d a d ; i viceversa es mas efímera su estabilidad, son mas tardíos sus adelantamientos si un talento b r i l l a n t e , una imajinacion ardiente i vivaz, una razón, en fin, valientemente despejada caracteriza la jeneralidad de los hijos de su suelo. L a anarquía de los pueblos arjeiitinos, en mi humilde o p i n i ó n , trae su oríjen del número infinito de doctores, poetas, economistas, políticos


i elocuentes tribunos que se improvisaron allí con los primeros ardores del sol de m a y o . A q u e l árbol sin e n grosar su t r o n c o , elevó sus ramas sobre las nubes p a r a troncharse al rabioso soplar del pampero revolucionario. El escandido peruano no p o d r á ciertamente esplicarse del mismo m o d o , ni quizas de ningún o t r o . las luces nada han tenido que ver en esa merienda de negros, pero t a m p o c o las revoluciones del P e r ú son obra de los pueblos anarquizados sino de una soldadesca vagabunda que, huyendo la pelea, abre i termina sus campañas con defecciones. A l contrario, soi de opinión (en c o n f o r m i d a d del principio arriba sentado) que sin estas malditas jentes, los descendientes de Manco formarían la república mas feliz, el p u e b l o mas rico i dichoso de nuestro h e misferio. La prosperidad de C h i l e . . . Pero a un hijo suyo no le toca hacer este elojio. Baste recordar que ciertos grandes talentos, ciertos hombres-jenios nacionales han sido malencos para nosotros i funestos para sí mismos. Plantas exóticas cuya no-aclimatacion la hemos a b o n a d o en nuestra cuenta corriente con la, fortuna. T o d o esto no es de mi p r o p ó s i t o . Voi a contraerme de una, vez a la cuestión, voi a pintar cuan bienaventurados son los tontos. A q u í venia perfectamente una invocación a la musa respectiva; pero no quiero apartarme un punto de los preceptos de mi escuela, que ha incluido, si no me engaño, esta flor retórica en su b a n d o de p r o s cripción. No se necesita mas que un mero instinto para distinguir a un tonto. Si es p o b r e , nunca anda p o r la calle sin un c o r t e j o de muchachos que os lo descubrirán con sus gritos i chifiadera. Sin pasiones, sin vicios, sin pasado ni p o r v e n i r , sus dias son una agua estancada


128 c o n m o v i d a solo por la brisa de los movimientos de su mácpuina. Unos m e n d r u g o s de pan son p a r a él otras bodas de C a m a c b o , una peseta t o d o un capital i las cenizas de un fogón, el muelle lecho d o n d e no le despiertan ni pesadillas ni remordimientos. E l tonto de categoría se hace notable entre mil p o r su aire de importancia, p o r el esmero que pone en cuidar de su persona, p o r la prisa que se da en llevarla a todas partes para que la v e a n , la examinen, la envidien, la c o p i e n i la exalten. N o hai ñ e s t a , ni p r o c e s i ó n , ni espectáculo d o n d e no c o m p a r e z c a con ella. L a persona es el t o d o de un t o n t o , es el centro de su existencia, el ídolo de su alma. ¡Qué fuera de él si no tuviese una cabeza que erguir, una cara que ostentar, una cintura que ceñir, un pié firme i elegante que m o v e r ! Regularmente no tiene mas vicio que el rapé o el cigarro p u r o p o r el garbo i desenvoltura con que de ambos m o d o s se usa el t a b a c o . Su mejor a m i g o , su confidente íntimo es un espejo de cuerpo entero. En casa le consulta durante largas sesiones: si va a p a seo i encuentra una sastrería o peluquería abiertas, cuélase d e n t r o , mírase de frente i de perfil, pásase la escobilla, echa una o j e a d a a los últimos figurines i prosigue su camino. ¿ E n t r a a una visita? Se clirije antes al espejo que a los dueños de casa con el pretesto de c o l o c a r el sombrero o de d o b l a r la c a p a ; i de noche, nadie mas atento que él para despabilar las luces c o l o cadas al frente de un vidrio reflexivo. Es un Narciso perdidamente enamorado de sí mismo. P o r eso gusta con ardor de hacerse retratar para gozarse en la contemplación de su i m á j e n ; p o r eso el mismo se compra i se hace el presente de una gruesa sortija en la cual está gravada la cifra de su n o m b r e : ¡el n o m b r e de un buen m o z o ! I en todo esto su placer es i n m e n s o ; por-


129 que un tonto se imajina, que se halla en la mas n o b l e carrera siendo jeneralmente r e c o n o c i d o p o r h o m b r e galán en la sociedad en que vive. Ninguno de estos individuos (otra dicha i n c o m p a r a b l e ) se cree escaso de bienes de fortuna, aunque tenga i n vertida toda la suya en fraques, estuches, bastones, gorros i perfumería, Basta que un tio o pariente r e m o t o posea algún fundo rústico en arriendo para que todos los tontos de la familia os hablen de la hacienda, la chacra, la quinta i os inviten a pasar allí algunos dias de c a m p o , d i c i é n d o o s : « c u a n d o Ud. guste; va Ud. a su casa.» No i m p o r t a que haya sido p o c o aficionado a recibir lecciones en un c o l e j i o , para que deje de poseer la c o n ciencia de su instrucción i saber. E n disputas literarias es tan formidable c o m o en cualesquiera o t r a s , p o r q u e si os proponéis convencerle, tendréis con quien altercar por toda la vida, i aun sobrará altercador para vuestros herederos. L a divisa del tonto e s : « n o me d o i . » L a política es el c a m p o de su ardimiento. Aunque nada le vaya ni le venga en negocios de esta clase, seria mucha, desgracia para él no considerar los intereses de su persona íntimamente ligados a los de los primeros caudillos. Si su n o m b r e llega a sonar públicamente en algún chismccito en alguna pequeña intriga, señalándosele c o m o la persona que hace o la que padece del suceso, al instante publica su vindicación p o r la prensa, i apela al j u i c i o de la opinión para que se pronuncie entre la delicadeza i circunspección que caracterizan su persona i la perversidad i estupidez de su c a l u m n i a d o r , a quien desafia a, discutir este negociado en letras de molde. El o t r o , si es tonto t a m b i é n , c o m o puede suceder, sobre t o d o en J O T A E E C E E ,


130 pueblos grandes, alza el guante, i se arma una de San Quintín de gacetazos, que p o r muchos dias divierte en estremo a los ociosos i tertulias de la c i u d a d ; concluyendo al fin la p o l é m i c a con decir c a d a uno de los articulistas: que no quiere seguir adelante p o r q u e el picaro, l a d r ó n i b o r r a c h o de su contrario le ha contestado con injurias i no c o n razones, p r u e b a irrefragable de su m a l a causa, en cuya consecuencia se declaran ambos dueños del c a m p o , i cada cual canta para sí la victoria. T a n felices son los tontos que si uno solo hai en un p u e b l o , de la noche a la mañana el tonto i no otro alguno aparece de empleado. I es tal la buena estrella de este linaje de h o m b r e s , que si no son c o n o c i d o s o no hai tontos en el lugar, en tontos de allende se proveen las vacantes. Que p o r último, se casa el t o n t o , i precisamente ha de ser c o n mujer r i c a , j o v e n , sentimental o vivaracha. Y o canto la dichosa can-era de mi héroe basta el acto de las bendiciones matrimoniales: hago más, le doi la mia. I suponiendo que mi articulito es una mala comedia, al llegar aquí t o c o el p i t o , cae el telón i esc l a m o : « ¡ C o r r a m o s un velo, etc., etc., e t c . ! » (8 de diciembre de 1842.)


SEGUNDA

CARTA

DE

J O T A B E C H E .

Copiapó,

Mi querido

diciembre

18

de

1842.

paisano:

Como de nunca mas p e c a r , hice no sé qué dia el propósito de no volver a escribir ni cartas ni artículos, porque es un h o r r o r los compromisos en que la tal m a nía me envuelve: p e r o i m p o s i b l e , paisano m i ó , que no está en mi m a n o enmendarme de esta flaqueza. T e n g o que escribir, tengo que cojer la pluma o estarme con los brazos cruzados, a lo que a nadie se puede compeler mientras el fisco no le pase la correspondiente renta. No siendo buena mi pluma mas que para trazar malos artículos, es preciso dejarla en su e j e r c i c i o , c o m o se están en sus puestos tantos peores gobernantes p o r la bellísima razón de que sacándolos de ahí, no sabría el ministerio dónde a c o m o d a r l o s o dónde metérselos. A esto se agrega que tú te demoras en Santiago, lo mismo que si hubieras ido a pelear p o r p o b r e , i que en ésta ocurre p o r demás de qué noticiarte, motivos ambos que harían caer en tentación al m e j o r p r e p a r a d o a resistirla. 9*


P o r fin, se acabaron aquí las calificaciones con arreglo, según dicen, a la lei últimamente p u b l i c a d a , correj i d a i aumentada p o r el soberano congreso, lei que Dios preserve, sin que prevalezcan contra sus irrevocables decretos las correcciones de los intendentes, gobernadores, cabildos i mesas electorales; p a r a que no suceda con ella lo que dice no sé quién ha sucedido con el romanticismo de A ictor H u g o , que a fuerza de pasar p o r tantas manos, de fermentar en tantas cabezas i de emigrar en todas d i r e c c i o n e s , se halla de tal manera torcido i estropeado, que es ya imposible le r e c o n o z c a la misma madre que le pariera. Díjete que las calificaciones se habían c o n c l u i d o ; p e r o es una del d i a b l o que no sabemos todavía si somos o no somos, si estamos o no estamos calificados, p o r q u e hemos venido a parar en nada, en protestas i recursos de nulidad sobre lo h e c h o : cosa que siento en el alma, ya que en esta vez pensaba alistarme en el partido ministerial, para no morirme sin saber lo que es ganar una e l e c c i ó n , i para que así mi calificación fuese de ciudadano activo i no de tonto liso i llano, c o m o me ha sucedido en los períodos anteriores. T

Han dicho, pues, de nulidad de la elección de la mesa calificadora f u n d á n d o s e : 1.° en que este acto no se verificó en sesión p ú b l i c a sino en una reunión de confianza: razón que para mí no vale n a d a , p o r q u e los mandatarios consideran ya los asuntos de elecciones c o m o simples negocios de f a m i l i a , a que todos los demás somos estraños. Ellos se congregan para estas cosas, ni mas ni m e n o s , c o m o para una partida de timbirimba. 2.° En que no se reunió el suficiente número de municipales para formar sala: t a m p o c o me hace fuei'za, pues, si hab i e n d o únicamente los que hubo, salió mala la elección ¿ c o m o habria resultado siendo m a y o r la concurrencia? ?>." En que uno de los calificadores electos ha per-


elido la ciudadanía p o r condena a pena infamante. Por angas o mangas la v a m o s perdiendo casi t o d o s ; c o n que así, no hai que pararse en tan p o c o , i sigamos adelante para salir cuanto antes del mal pase. 4.° E n que en lugar de n o m b r a r un cabildante p a r a presidir la mesa, dieron este encargo a un s u b d e l e g a d o : la o b j e c i ó n se funda en un punto controvertible. Supone la existencia en Copiapó de una m u n i c i p a l i d a d , lo que para muchos es cuestionable. 5.° E n que acusan a la mesa calificadora de haber hecho lo que lia querido: si la cosa se reduce a j u i c i o i no para en protestas, puede contestarse este capítulo ofreciendo una sumaria información de que la mesa, o b r a n d o así, no hizo mas que sujetarse a la costumbre. No p u e d e ser mas fácil la absolución de los cinco plintos en ipie los protestantes fundan su recurso, a que debe añadirse la esperiencia que hai adquirida relativamente al remedio, que solo cuando lo usa el Ministerio, como los médicos el c a l o m e l a n o , no p r o d u c e funestas esplosiones, ni empeora la enfermedad de cuya curación se trata. Así, pues, t o d o quedará en nada, i en llegadas las elecciones haremos lo que gusten, o será lo que Dios quiera: hasta la fecha no alcanzamos a penetrar los altos j u i c i o s del Supremo m o t o r de tantas máquinas. Aunque parece que los ministeriales tendremos que luchar contra otros dos partidos (sábete que hai t r e s ; a ninguno le veo cabeza t o d a v í a , de lo que debes inferir que t o d o s la echamos de liberales) aunque tendremos, c o m o te d i g o , toda esa resistencia, es ministerialmente imposible que la perdamos. Sin e m b a r g o , c o n viene que hagas correr en esa que la causa del g o b i e r n o peligra, que hai una oposición de treinta mil demonios, a fin de que hagan salir p o r la posta los húsares de que te hablé en mi anterior, cuya necesidad es mas que


134 "urjente para espantar ladrones en t o d o el departamento Tanto se ha pensado este n e g o c i o , que no será m u c h o si de ello resulta un disparate. F u e r a de nuestra p o b l a c i ó n creo que no debe haber h a b i d o estos últimos dias uno solo en c o m p l e t a salud. I lo digo, p o r q u e ninguno ha p o d i d o venir a calificarse, sino que t o d o s han m a n d a d o sus poderes haciendo constar ante los subdelegados territoriales la gravedad de sus dolencias. Con t o d o , gran chasco se han llevado la m a y o r parte de los enfermos, pues no p u d i e r o n obtener la calificación p o r no venir sus poderes en forma. Felizmente esto solo sucedió con los que nos eran sospechosos; que en cuanto a los nuestros, esos remitieron los suyos a qué quieres b o c a , L a oposición grita que se la hemos j u g a d o , que con tiempo mandamos a los subdelegados dos formularios, uno bueno i otro falso p a r a que usasen de ellos según su leal saber i entender; pero es una calumnia: la cosa ha sido casual, i no m e llamo Jotabeche si no ha pasado lo mismo con los subdelegados de otras partes. A propósito de s u b d e l e g a d o s , ve lo que sucede con el del mineral de San A n t o n i o . Con fecha mui reciente tiró allí una circular, c o m o quien tira una p i e d r a , a los dueños de minas i m a y o r d o m o s de faenas, en estos terminas: « A c a b o de ser noticiado que varios malvados tratan de asaltar hoi en la noche las faenas de este m i n e r a l . . . E n c a r g o a ustedes vijilen i se cuiden p o r esta nocheque mañana yo respondo de la tranquilidad . . . » Es decir, cuídense ustedes hoi que van a degollarlos; que después que estén d e g o l l a d o s , t o d o quedará en sosiego i la autoridad pública les e n c o m e n d a r á a Dios en


135 sus cortas oraciones. Y a ves que no anclamos tan mal en punto a seguridad de vidas i h a c i e n d a s : a l o menos nadie negará q u e tenemos p o r subdelegados hombres de algún talento. A propósito ahora de hombres de talento, he visto las observaciones i dicterios q u e un arjentino m e dirije en el P R O G R E S O , número 2 0 . A l leer esos renglones mi pluma se ajitaba p o r escribir, tan de suyo c o m o mi cuerpo p o r bailar cuando escucho alguno de los vivarachos valses de Strauss; pero vino la calma i m e llamé a cuentas. V i que lo q u e se quería e r a atraerme a u n a emboscada o a u n a p o l é m i c a , q u e tanto v a l e ; que de saltar a l a arena m e las habría c o n un arj entino q u e debe escribir b i e n , bien largo i bien metafísica-mente; con un arj entino q u e para defenderse se envolverá, c o m o lo hace para insultar, en «sus males mui p r o f u n d o s » i en «sus d e s g r a c i a s » ; quizas c o n el mismo arj entino que si en Chile ha d a d o pruebas de su t a l e n t o , n o las ha dado menos de su triste j u i c i o i de su m a l a crianza: ítem m a s , c o n toda l a c o l e c c i ó n de literatos arjentinos t

que,

en

ese c a s o ,

saldrían

en

el M E R C U R I O , l a

GACETA

i el P R O G R E S O echando mil p i r o p o s al ilustrado c o m p a triota, mil maldiciones a mi infracción de l o s deberes de hospitalidad, i firmándose a renglo seguido unos jóvenes chilenos , sin considerar que descubre la oreja el j e n i o nacional al primer inhuman ¡turismo o cedro literario q u e se les escapa. N ó , paisano q u e r i d o , no m e harán caer en pecado p o r mas q u e , para p i c a r m e , m e naturalicen en su tierra, creyéndome capaz de « j u g a r c o n las c a b e zas que allí ruedan para lección de todos l o s pueblos americanos;» lección efectivamente mui p r o p i a para n o sotros, p o r lo mismo que haria furor, si los que l a dan, la exhibiesen en los infiernos. Sobre t o d o , señor, ¿ q u i é n me reta? ¿ D e b o tan alto honor al P R O G R E S O ? Muchas


136 gracias; pero entre tanto, mas bien que me dejen a un lado entre las prometidas noticias inetcorolójicas, pues no quisiera que mi n o m b r e , p o r infeliz que sea, siga saliendo entre los fastos del presidio, del panteón, de la cárcel i de los hospitales de Santiago; entre las cosas de Chanfaina i las degollaciones de R o s a s , que si en algo se diferencian de la decretada por Herodes es solo en que p o r ahora no serán canonizadas las víctimas. ¿ M e reta un arjenüno, i nada m a s ? Pero señor, eso es niui vago. Si es algún t o m o sobre r o m a n t i c i s m o , aseguro q u e no le c o n o z c o ni p o r las tapas. Que levante la visera; que me dé su tarjeta, su n o m b r e al frente, en el frontispicio de la o b r a : de lo contrario no le reconozco p o r literato de las P r o v i n c i a s - U n i d a s , i declaro que no me batiré con quien usa una firma apócrifa. T o d o ello bien considerado, me resuelvo a no chistar, digan lo que quieran de mi silencio. Me trago la pildora, c o m o lo hacen con las que reciben los gobiernos, que son unos m o d e l o s en punto a contestar guectazos. No es esto sólo, sino que c u a n d o le vienen a uno males se le dejan caer en p e l o t o n e s . Me han dicho que el o t r o literato arjentino, autor de la orijinal composición o la batalla de M a i p ú » va a batir en b r e c h a el artículo del Semanario « T e a t r o de C o p i a p ó , » i es de presumir que no m e dejo hueso en su lugar, que me descuaderne l o mismo que tú pirateado liberal por fuerza del señor Bretón. ¡Maldito artículo a q u e l ! Suya es la culpa de que se hayan sublevado en mi contra aquellos hijos del Plata, que p o r ser literatos dejarían de ser hasta arjentinos. Desde que se p u b l i c ó me j u z g a n prevenido contra su patria . . . ¡Prevenido y o contra tan noble madre, p o r q u e parió N e r o n e s ! ¡Prevenido yo contra esa augusta desgraciada, cuyos atractivos han sido i son el pasto de la violencia brutal de los b a n d i d o s ! N ó ; p o r el gorro


que descuella en sus armas, eso es mentira. Me h o r r o riza tanto c o m o a sus dignos hijos que c o n o z c o , el abism o de m a l d i c i ó n en que se ha despeñado. P e r o si continúo h a b l a n d o te de esta-manera, v e n d r e mos a parar en ponernos tristes, i ni tú ni yo somos para el paso. Este m u n d o , paisano m i ó , es otro d o n Juan Manuel de Rosas, la suma de t o d o s los males i de todos los venenos. E l que lo mira p o r los anteojos de Dormand no hace otra cosa que oponerle la contra, emigrar, huirle el bulto a su mas-horca. T a l es mi d o c trina, b a j o cuyos principios espero vivir i escribir m i e n tras en mi bella p a t r i a , en esta querida Pelucona, nos dejen la b o c a libre para gritar, tijeretear i rabiar pollo demás que nos quitan. Si no te vienes p r o n t o , voi a encontrarte p o r esos mundos; voi a v e r t e , a abrazar unos cuantos amigos, i después de darme un par de hartazgos en el Semanario me vuelvo a Copiapó trayéndote a r e m o l q u e . Entre tanto, diviértete; busca unos lindos ojos que te engañen, p o r que ni torcidos los encontrarás que sepan hacer otra cosa; líbrete Dios de la escarlatina c o m o , mediante su Omnipotencia, vamos escapando tú de los pleitos, i yo de los arjentinos literatos. (29 de Diciembre de 1842.)


UN CHASCO.

i .

— L e asesinaron en la misma esquina de la casa en que está usted a l o j a d o . — Pero . . . ¿ c o m o ? — Del cómo sólo se sabe que a p u ñ a l a d a s , p o r q u e bien se vieron ellas al examinar su cadáver. Tenia tres heridas m o r t a l e s : la mas espantosa era en la espalda. •— ¡Que b á r b a r o s ! — R e c u e r d o b i e n , dijo un t e r c e r o , que el dia que amaneció asesinado el p o b r e c i t o , m e hicieron m a d r u g a r las mujeres de casa para que saliese a traerles p o r m e nores de aquel triste suceso. A l parecer le corrieron mas de una c u a d r a , pues algunos vecinos declararon haber o i d o gritos i tropel a m e d i a n o c h e , h o r a en que el finado se retiró de la tertulia ganando algunos pesos. E l infeliz fué completamente desnudado después de muert o ; pero ni rastro dejaron sus asesinos. •—¡Cosa h o r r i b l e ! Felizmente han pasado esos t i e m pos en que mataban h o m b r e s p o r aquí tan lisa i llanamente c o m o en mi país se pide una limosna. Aunque


139 recien llegado, pienso c o n o c e r bastante este p u e b l o p a r a creer que semejantes delitos ya no se cometen. — ¿Usted lo c r e e ? A fé mia que se equivoca. Ahí está el señor que le contará lo que le sucedió no h a muchas noches. — ¡ C ó m o ! ¿Quisieron asesinarle a usted t a m b i é n ? — No j u r a r é que sí, ya que gracias a mis piernas, no m e vi tan c e r c a de ellos que pudiese convencerme de sus intenciones. P e r o tres hombres embozados i n tentaron, hace hoi quince noches, detenerme en la calle. Al ver que se dirijian hacia m i , tratando de r o d e a r m e , di media vuelta i volé hasta entrar en la plaza p i d i e n d o a gritos auxilio al cuerpo de guardia, L o s disfrazados me persiguieron a carrera p o r mas de cuadra i media, — I ¿ n o p u d o usted c o n o c e r l o s ? — ¡Qué c o n o c e r l o s , h o m b r e de D i o s , si noche c o m o a h o r a ! no se veian las m a n o s !

estaba

la

— ¡Caramba . . .! ¿ n i t a m p o c o llevaba usted a r m a s ? — Ninguna otra que las que me pusieron en salvo. •— Pues yo ni con esas cuento p o r ahora. Mis p i s tolas se han q u e d a d o en mi a l o j a m i e n t o : puñal no l o uso n u n c a : bastón c o n estoque no puede cargarse andando uno de v i a j e ; i luego mis piernas, j u r o a ustedes que m e estorbarían en un caso semejante lo mismo que la artillería gruesa a una división que marcha en retirada. — A n t e n o c h e , dijo el dueño de casa, me recojia a eso de la una, i en la esquina del estanco, dos mujeres mui tapadas i de estatura jigantesca empezaron a l l a marme c o n esos silbidos que usan los muchachos para atraer los j i l g u e r o s a sus trampas. El cebo de una grata aventurilla casi me tentó a hacer un r e c o n o c í -


140 miento, pero el tamaño de aquellos bultos me hizo sospecha) un quid pro quo respecto a su sexo. Eché a andar mas que de prisa; las traidoras sirenas venían tras de mí a tan desmesurados t r a n c o s , que tomé entonces un vola-pies hasta llegar a casa sin aliento. A y e r amaneció un forado casi concluido en la esquina donde las mujeres . . . 1

— V a m o s , eran hombres disfrazados, interrumpió el forastero. ¡Este p u e b l o es una nidada de asesinos i de malhechores! — Si le digo a usted que no es posible descuidarse, s o b r e t o d o en noches c o m o ésta. ¡Oiga usted c o m o sopla el n o r t e ! — ¡Ciertamente! Mas, debían empeñarse ustedes p o r que se estableciesen serenos. E n Santiago es quizás donde hai mas b r i b o n e s ; i sin embargo, uno puede a m a necerse recorriendo cualquier barrio de la ciudad, seguro de que el sereno de ese punto, i cuantos puedan oir un pito, se p o n d r á n a su lado a la mas lijera aparición de un peligro. A q u í , p o r lo que oigo, hai una inseguridad h o r r i b l e , una policía abominable. — Esa es una verdad c o m o una torre. ¡I luego, estas noches oscuras i tempestuosas favorecen tanto a los ladrones en su p e s c a ! Se le dejan caer a usted de manera que la herida, el garrotazo o la feroz puñalada, son los primeros anuncios de encontrarse en medio de ellos.

II. Conversando así, pasaban, algunos años ha, una noche de invierno cuatro amigos en un pueblecito del sur. Era el sitio de la tertulia el cuarto de uno de los interlo-


141 c u t o r e s , soltero l o mismo que sus huéspedes, grandes aficionados todos ellos a lo que jenéricamente se llama calaveradas. I es fama que al rededor de una mesa habían h a b l a d o aquella n o c h e , antes de venir a p a r a r a los sucesos ya referidos, de las buenas i malas r e p u taciones, de las niñas bonitas, de las viejas impertinentes, de los maridos celosos, de los maridos de otro t e m p l e , i de cuanto había i no había en la p o b l a c i o n c i t a , cuyo n o m b r e me permitirá el lector dejar en silencioEntre los tertulianos se hallaba un j o v e n forastero recien, llegado a la villa con el objeto de c o m p r a r en sus alrededores bueyes i carneros q u e , c o m o es mui sabido, los p r o d u c e el sur de la República en abundancia i de calidad inmejorable. L o s sucesos que acabamos de oir le habían s o b r e saltado en gran m a n e r a : la noche estaba tan negra i. borrascosa c o m o suele andar allí el humor de los g o b e r nantes, no tenia consigo arma a l g u n a , i debía caminar seis cuadras lóbregas i llenas de lodo para llegar a su casa. Estas consideraciones le pusieron taciturno i r e flexivo, mientras los demás seguían contando varias otras historias mui p o c o a propósito para tranquilizarle. En aquellos m o m e n t o s r e c o r d ó , mas vivamente que nunca, lo que desde su infancia habia oído sobre los m u c h o s malvados i bandidos del país que p i s a b a , del país de los pela-caras. De buena gana quisiera quedarse a pasar allí la noche o suplicar a alguno de los presentes que le a c o m pañara; pero su vanidad no quiso arrostrar las zumbas i desechó ambos partidos p o r mas espuestos. Su r e l o j señalaba las doce i media de la n o c h e , hora en que ni calaveras andarían p o r las calles. Sin e m b a r g o , era preciso marcharse a pesar de sus vivos recelos i de e n contrarse desarmado. ¡Terrible a p u r o ! Levantóse de


142 su asiento sin haber t o m a d o todavía ningún p a r t i d o , a ese tiempo pregúntale el dueño de casa:

i

— ¿ S e va ustedV — Me voi.

¿ T i e n e usted alguna arma que prestarme?

— Pues qué ¿estamos con miedo a las mujeres que m e salieron antenoche? — Y o no temo n a d a ; con t o d o , una arma inspira cierta confianza que nunca estorba. Dicen que la p r u dencia es madre de la seguridad. — Así debe de ser; p e r o siento que no haya ni un g a r r o t e que ofrecer a usted. Las únicas armas que aquí se encuentran, son las piernas del señor, i ya ve usted que no es cosa mui sencilla cortárselas. V a m o s , no haya m i e d o ; en cinco minutos se p o n e usted en puerto de salvamento. Durante estas lijeras bromas, el forastero estuvo alg o pensativo p o r algunos instantes, al c a b o de los c u a les, c o m o si hubiera t o m a d o una resolución repentina i valiente, dirijióse a la puerta dando i recibiendo la « buena n o c h e . »

III.

— V a muerto de miedo el abajino, dijo uno de los q u e q u e d a b a n , luego que éste saliera; está bien p r e p a r a d o para recibir el chasco. N o hai que p e r d e r un m o m e n t o : vengan los p o n c h o s , los botones i a lo dicho. Nos divertiremos mañana oyéndole contar la historia. I diciendo i haciendo se disfrazan, toman sus puñales i parten de carrera p o r una calle estraviada. No tardan en llegar a la esquina inmediata al alojamiento del camarada a quien iban a dar un susto tan tremendo.


143 Repártense i se agazapan de manera que a una señal convenida puedan echarse sobre él, quitarle la capa, el s o m b r e r o , intimarle silencio i escurrirse entre las tinieblas. Y a hacia mas d e un cuarto de hora q u e esperaban en sus i n c ó m o d o s puestos, i n o se oía en las calles otro ruido que el del viento. Nuevamente reunidos entonces, pensaron que el m i e d o habria hecho volar al abajino; i que viniéndose éste p o r un camino mas r e c t o , estaría y a en su casa cuando ellos habían creído adelantársele. Sentían retirarse sin divertirse; p e r o a este tiempo e s cuchan pasos precipitados al principiar la cuadra •—-¡El es

! a su puesto cada u n o .

I en e f e c t o , era l a p o b r e víctima que se adelantaba hacia ese punto marchando con celeridad, i r e p a r a n d o p o c o en los charcos de agua en que se metia p o r tal de n o dejarse cojer desprevenido en alguna emboscada. Traía la capa d o b l a d a sobre el h o m b r o izquierdo i el sombrero bien metido en la c a b e z a , p e r o de m o d o que quedaba enteramente descubierta su ancha frente. A l llegar al sitio fatal, la voz terrible de ¡alto ahí! le z u m bó c o m o una bala en los oidos tres hombres se le vienen encima . . . ¡ A t r á s ! . . . dice el forastero, a c o m pañando este grito c o n la mas enérjica de las interjecciones españolas, i cubriendo su espalda lo m e j o r posible, contra la muralla p r ó x i m a . L o s agresores le rodean, le acometen: uno de estos estira y a el b r a z o en ademan de asirle p o r el cuello, cuando el acometido le descarga una pistola a q u e m a - r o p a , i le arroja de espaldas sobre uno de sus compañeros que también rueda p o r el suelo; pero que mui p r o n t o se levanta. E l otro derribado n o pudo conseguirlo.


144

IV. D o s dias después el joven forastero c o m p a r e c i ó reo ante el alcalde del lugar. — A n t e n o c h e han muerto a un h o m b r e de un b a lazo en la esquina de vuestra posada. ¿ E s cierto que vos le asesinasteis? — Yo

le m a t é , señor,

pensando

defenderme de un

asesino. — ¿Creéis

que

tratase

de

ofenderos

o

de

haceros

daño ? — A h o r a no lo c r e o . — ¿ A l e g á i s algo en vuestra

defensa?

— Sí señor. Hasta las d o c e i media de esa n o c h e estuve de tertulia con el finado en su cuarto, i en c o m pañía de los señores M . * * i G. ** A los tres oí contar varios sucesos recientes que me convencieron de que en este p u e b l o , a que no ha muchos dias he llegado, no se p o d í a andar tarde de la n o c h e , sin correr el peligro de topar con ladrones o asesinos. No teniendo conmigo p o r entonces arma alguna, ni habiendo p o d i d o obtenerlas del finado ni de sus a m i g o s , me despedí de ellos con la determinación de pasar al cuarto del señor B.**, recordarle i pedirle una pistola que p o r la mañana hab í a visto sobre su mesa. E l me la p r e s t ó , proseguí mi c a m i n o , i al llegar a casa me acometen tres hombres. L a fuga era i m p r a c t i c a b l e : solo esperé mi salvación de hacer fuego sobre ellos i aprovechar su turbación para entrar en casa. T o d o s los que en ella viven recordaron a mis gritos, t o d o s vinieron conmigo al sitio d o n d e acá-


145 b a b a de ver caer a un h o m b r e . Solo entonces c o n o c í que éste era el desgraciado amigo de cuya h a b i t a c i ó n recien yo salia. A l instante, confiado en mi inocencia, me presenté preso en esta cárcel . . . . E l joven fué absuelto; pero nunca p u d o sin un profundo sentimiento este suceso fatal.

recordar

(19 do enero de 1843.)

<! O T A I i E C l I E .

10


JOTABECHE DE VISITA.

¿ E l MEBCUBIO de Valparaíso se halla en g r a n d e ? P u e s , señor, allá me voi. No he de ser y o el primero que falte a la costumbre r e c i b i d a de buscar nuevamente a los olvidados a m i g o s que suben, de anudar c o n ellos las rotas relaciones así que dejan su statu quo, i ocupan una posición social mas ventajosa. Así es precisamente c o m o estamos m o n t a d o s los h o m bres de mi t i e r r a ; i p o r el m o d o con que se encuentran, se buscan o se huyen los amigos, conócese de a legua quién es del p r o g r e s o i quién de los r e t r ó g r a d o s , cuál anda en beneficio i cuál broceado. Este ultimo marcha siempre p o r donde no estorba, a todos mira a los ojos con vista incierta, sus vestidos son c o n t e m p o r á n e o s del último alcance, p o r lo común a la moda pasada i en el mismo desaliño que el ajuar de casa de un penitente soltero. Cuando m á s . los que le topan en la calle le echan un servir a usted, que si se les averiguase de qué responderían de sepulturero o de verdugo. Si va a verse con alguien para pedir habitación, se le recibe de prisa; i si p o r un exceso de condescendencia le permiten entrar cu materia i que relate el memorial de sus cuitas, por cada suspiro que lanza le arrojan diez chóreos sobre la barbaridad de lo que se les debe, otros tantos sobre la


147 barbaridad de lo que no se les paga, i en conclusión le despiden dándole p o r j u n t o el consejo de presentarse por q u e b r a d o , río b a i , p u e s , para él sino ojeadas de desconfianza, i palabras ásperas i secas c o m o el tono de esos gringos de mirar aljebraico, que suelen administrar la caja de casas de c o m e r c i o , i cuya fisonomía de palo no se anima mas que a la vista de u n a onza de o r o , al rechinar los goznes de una arca de fierro o al ingresar en la suya el valor de una cuenta corriente profes ionalrnente alquitarada. P e r o vaya usted a ver cuando la mina está en b e n e ficio: no p a r e c e sino que el dueño anduviera de novio. ¡Qué ojos tan risueños i j u g u e t o n e s ! ¡Qué g a r b o , qué lujo en la p e r s o n a ! i l u e g o , qué faldones los del frac, que ya no son faldones sino eideros\ Nadie le disputa la vereda, ni él la cede t a m p o c o a alma viviente, c o m o no sea a las buenas mozas, que entonces le hallan tan amable i le sonríen con una gracia que para los demás es de morirse de celos i de envidia. I los amigos ¡que chuscos, qué solícitos, qué francos con este tan excelente sujeto, tan h o n r a d o , tan c a b a l l e r o , tan t r a b a j a d o r ! L e toman p o r su Benjamín i nada tienen reservado para el — Ocúpeme usted con franqueza. No me gusta que ande usted incomodando a nadie. Vea usted si necesita unos reales que liai disponibles. No crea usted que lo hago por interés (se entiende en singular; que en plural esos son p e c a d o s i m p e r d o n a b l e s ) . ¡ O h ! con u n alcance se a l canza cuanto tiene de bueno este maldito mundo. No digo a m i g o s , quizá p u e d e uno pasarlo sin ellos; p e r o amores, sonrisas i miradas de amor llenas de seducción, cuerpos de delito, que es ya tiempo perdido buscarlos p l a t ó n i c a m e n t e . . . ! todas estas vitales tentaciones dejan de ser uvas agrias para el h o m b r e feliz a, quien le da un alcance la fortuna. Sábelo Dios, que no p o r otra cosa 10*


148 deseo algunas veces ver una edición de mi persona publicada en papel grande. Imajínese usted a h o r a , p a p á M E R C U R I O , si viéndole en la grandeza que usted ostenta, podía dejar de hacerle esta visita a fuer de h o m b r e enterado en las costumbres de mi t i e m p o , costumbres que p o r otra parte respeto c o m o a todos es constante. I créame usted que este p e q u e ñ o obsequio i m p o r t a para mí lo de una vía i dos m a n d a d o s . A n d o también un si es no es en camino de e m i g r a c i ó n ; no de los vi aliñen de R o s a s ; ni de las silletas del

PALACIO

DEL

SUPREMO

GOBIERNO

EN" L l M A ,

llUCva

milicia peruana garantida de pronunciamientos, sino de un diario de Santiago en que la triple alianza del chileno neófito G . . . , el literato N . . . i el tonto F . . . han querido armarse c a m o r r a o p o l é m i c a ; n e g o c i o s que si se diferencian en teoría, prácticamente se cambian uno p o r o t r o : i tanto, que ya nadie dice aquí « f u l a n o tuvo un pleito con su m u j e r , » sino « t u v o una p o l é m i c a con su m u j e r . » Mientras pasa la nube, vengo, p u e s , a solazarme en el departamento Correspondencia del M E R C U R I O , en este almacén jeneral de pildoras en t r á n s i t o , d o n d e todos concurrimos a t o m a r las que nos vienen consignadas, i a depositar las que enviamos de retorno. H a b r í a querido « c u a l otro T e m í s t o c l e s » aparecérmele a la triple alianza del Progreso en las puertas de sus mismos h o g a r e s ; pero estas jentes que en cuanto h a g o ver algo sobre los tontos i en cuanto escribo encuentran zumbas, pullas i guerra a la tiranía de los literatos, no se persuadirían de mi buena fé i me pondrían de patitas en la calle. Usted, p a p á M E R C U R I O , no hará otro tanto con su antiguo amigo Jotabcelic. V e r d a d es que con el nuevo empresario sólo m e ligan algunas cartas c a m b i a d a s , eso sí, a cual mas llena de


149 cumplidos de amistad i de deseos de c o n o c e r n o s ; i eeto es precisamente lo que me c u a d r a , pues en punto a amigos i a idolatrados tormentos, tengo p o r la m e j o r estación la de las zalamerías i de los buenos m o d o s . Vivir en intimidad con los p r i m e r o s , tratarlos en c o n fianza, es estar con el pié en el estribo esperando el rompimiento. L a amistad es c o m o esos quimones p i n t a dos que el uso i r o c e descoloran i ponen ralos, es c o m o un cristal que a la acción viva del calor estalla. Con las nietas de E v a pasa peor cosa. Véalas usted en el primer ardor del sentimiento, en la é p o c a en que buscan un d u e ñ o , un c o r a z ó n que c o m p r e n d a el suyo (si lo encuentran, c ó b r e n m e las a l b r i c i a s ) , un eco que les r e s p o n d a , un amante p r o t e c t o r , o algún infeliz a quien hacer dichoso. Entonces las gracias del cultivado talento no les parecen lo bastante; para, tan p o c a cosa, poco les p a r e c e la posesión de ese tren o m n i p o t e n t e ; todavia recurren a cuanto el arte, el j e n i o i la elegancia les ofrecen de mas fascinador e irresistible. Estudian un modo de andar que nos haga parar embelesados a c o n t e m plarle; si hablan son d o n a i r e s ; si a un tiempo miran i sonríen, le c o j e n a uno entre dos f u e g o s ; si dicen nó tratan de que se entienda que talvcz sí, si dan el si. es p a r a hacer mas temible que lo revoquen con un nú. E n c a d a rizo, en cada vuelta del pelo al r e d e d o r de la cabeza hai una mala intención, un designio asesino, i en las llores que nacen de sus senos, mil consejos de amor para rendirse p o r de p r o n t o , d e j a n d o para después aquella antigüedad de antes... mira lo que haces, A h o r a sus vestidos que siempre son el resultado de las mas profundas combinaciones i muchas veces la formal decisión de un consejo de familia, ¿creéis que haya en ellos un a d o r n o , un solo pliegue sin su o b j e t o que l l e n a r , sin su misión que c u m p l i r ? ¿ N o responden todos de mancomún, i cada


150 uno in insolidmn a la hechicera cuyo cuerpo estrechan, de hacerla tan amable c o m o en su ardiente ambición desea s e r l o ? I sin e m b a r g o , esta a m b i c i ó n que solo con los años debia entibiarse muere con la soltería; un m a rido es la p a r c a que la sofoca i la destruye, i con la menguante de la luna de miel, mengua también la pasión de ser querida i admirada. En habiendo intimidad matrim o n i a l ya no hai para qué ser buena moza, ya no hai para qué peinarse a la griega ni a la Maintenon; el vestido anda suelto, el p a ñ o l ó n a la rastra, los zapatos enchancletados, el p e l o de su cuenta i toda la persona en el mas desabrido allá se te lo haya. El piano es un e m b e l e c o ; el canto ya no asienta, p o r q u e si se aprende la música no es mas que para casarse; el corsé se guarda p a r a cuando repican fuerte, las gracias se van quién sabe a d o n d e , i al m a r i d o , al hijo c o m o matrimonialmente se l e llama, le dejan el esqueleto de encanto. ¿ H a b r á val o r , señor, para que un p o b r e h o m b r e sufra este chasco ? I luego se enojan si uno les dice embusteras, que especulan con la constancia, P o r el santo de mi n o m b r e . San Jotabeche, que es preciso convenir en que así c o m o la amistad mas queb r a d i z a es la mas estrecha, los amores mas insípidos i menos intelectuales son los amores caseros, los amores anidados son c o m o un c h o c o l a t e sin espuma, un dieziocho sin bailes. I la culpa se la tienen ellas, pues consta que a los maridos no se les a c a b a el g u s t o ; por eso solemos verles inquietos fuera de casa, a pesca de amoríos que tengan sal i pimienta, Entre tanto mi visita al M E R C U R I O ya no parece de cumplimiento sino de confianza, tanto p o r lo que se estira, cuanto por el papel que en ella están haciendo nuestros p r ó j i m o s ; p e r o c ó m o ha de s e r , esta etiqueta me abruma, entumece mis nervios. Ni t a m p o c o me he


151 de p o n e r ahora a hablar a mi antiguo amigo del c a l o r que h a c e , del viento que s o p l a , de las enfermedades reinantes i de asuntos así, que esclusivamente se han de tocar en una visita de c e r e m o n i a : no me da el naipe para estos reverenciales c o m p a r e n d o s , talvez p o r q u e en cinco años que me tuvo cerca de sí la intendencia del Maule, m e arrociné de m o d o que hasta el saludar con aire se me olvidará. ¡Dichosa intendencia! Siempre serás tu la fütima de nuestras arraigadas preocupaciones n a c i o nales que nos haga el h o n o r de p o d r i r s e ! (Apostrofe se llama esta figura.) De t o d o se ha de h a b l a r ; i sepa u s t e d , amigo M E R CURIO, que si, c o m o dicen p o r acá, es cierto que se han a c a b a d o los trabajos del Congreso Nacional, lo celebramos muchísimo, p o r q u e no nos gusta ver en trabajos a n a d i e ; menos al Congreso a quien solo le t o c a discutirlos i a las p o b r e s provincias sobrellevarlos. « Y o lo digo, i las pensiones i sueldos sancionados lo p r u e b a n . » Dios me dé dos cosas después de mi m u e r t e : la remisión de mis culpas i un diputado amigo en la Cámara para que pida, si es posible de cuerpo presente, se vote un consuelo pecuniario a la viuda, hijos i nietos del ciudadano Jotabeehe, cuya desaparición, diría el representante, ha esparcido el luto en el corazón de los buenos c h i l e nos,» amen de todos los no suene en tu bocee mas i largue el fisco, que a caballo ajeno espuelas propias i hoi p o r t í , mañana por mí, i pasado mañana gozarán un mensual cuantas familias tengan su diputado, que haga p o r que la nación las mire en caridad. Mientras tanto, a la nación no le dejan con qué ponerse un par de zapatos, ni con qué mandar sus niños a la escuela, sino sólo intendentes i gobernadores que no gustan de

estas

había.

cosas

Ya

se

vé,

en

sus

tiempos

no las


152 Como a la despedida son los encargos, h a g o la mia previniendo al amigo M E R C U R I O , que si m e m a n d a sus diarios no vengan sin la correspondiente p贸liza, a fin de que esta aduana no los decomise. Siete paquetes de impresos nos tiene detenidos: que siete plagas de E j i p t o se le vuelvan. (10 de febrero de 1843.)


UN

V I A J E C I T O POR M A R

N o ha ranchos años que hacer un viaje era lo m i s mo que resolverse a un sacrificio, i arrostrar con valor peligros inminentes. Diez dias de marcha o de navegación era t o d o un t r a b a j o c o n c l u i d o , formaban una é p o c a , fecunda en recuerdos para t o d o el resto de la vida. E n las veladas del invierno las jentes escuchaban atónitas lo que alguno les decia h a b e r visto en la quebrada del Negro y e n d o para Santiago, o al surcar las olas en el barco inglés que le llevara a Valparaíso. ¡Oh! Haber navegado en b a r c o inglés era p r o p i o de ciertas almas atrevidas, tildadas en secreto p o r el vulgo de no a n d a r mui a derechas con el santo temor de Dios i las creencias de la Iglesia. Mucho antes de la partida oíanse ya los suspiros de la inmediata ausencia. Los ojos de la m a d r e , de la hermana o de la esposa se llenaban de lágrimas al e n contrar las miradas del que iba a verse entre estraños, a esperimentar voluntades i a r e c o r r e r otras tierras. E l viajero p a r a distraerlas, esforzábase en aparentar alegría, sobreponerse al temor de los futuros riesgos, i a r r e glando sus armas i equipaje prometía mil cosas para su


154 vuelta, aunque siempre habia un si Dios me trac con salud p o r c o n d i c i ó n espresa de sus propósitos i proyectos. Bien p o d r í a llamarse hora de desesperación la hora de la despedida. El hijo recibía arrodillado la b e n d i ción de sus p a d r e s , ceremonia patriarcal que el p o b r e niño no r e c o r d a b a p o r m u c h o tiempo sin lloros i suspiros. El marido, a b a n d o n a d o entonces p o r su valor, sol l o z a b a mas que la esposa; los chicos se le colgaban al c u e l l o ; los criados se deshacían en l l a n t o ; toda la vecindad acudía a enternecerse con tan dolorosos a d i o ses, i hasta el mastín casero ahullaba desesperado poíno p o d e r , r o m p i e n d o su t r a m o j o , seguir la suerte del amo que veía m o n t a r a caballo i despedirse. L a s p l e garias de la familia seguían fervorosas i continuas polla vida i salud del caminante: la madre de Dios oia a t o d a h o r a la salve, esperanza nuestra, i m p l o r a n d o su p r o t e c c i ó n a favor de aquel que hallándose lejos del h o g a r d o m é s t i c o , debia andar rodeado de t o d o s los p e ligros de la vida i de todos los amagos de la muerte. En el dia ¡ q u é diferencia! un viaje es un paseo, una recreación, una tertulia, T o d o s v i a j a n : este p o r n e g o c i o , aquel por gusto, varios p o r no estar de valde en un solo p u n t o , muchos p o r r e m e d i o , e infinitos p o r q u e los parieron eu el P e r ú , Bolivia o el Plata, N o hai especulación que no demande la necesidad de correr de pueblo en p u e b l o i de m e r c a d o en m e r c a d o , de tornar pasaje en los vapores i de hacer volar carruajes i caballerías. E n quince dias parte i vuelve uno a su tierra después de haber vencido centenares de leguas, visitado docenas de ciudades i conquistado innumerables relaciones; después de h a b e r , en puntos distantes, liquidado i cancelado cuentas, hecho ventas i c o m p r a s , que si no aumentan la fortuna del individuo, le p o n d r á n en camino de una bancarrota. T a n p o c a cosa es hoi un viaje que


se puede entablar una apelación en Copiapó, embarcarse para V a l p a r a í s o , pasar a S a n t i a g o , encargar la defensa de recurso al a b o g a d i t o mas en b o g a , lanzarle un par de mercuriasos al juez de la causa, vender un c a r g a mento de metales i estar de vuelta en el punto de p a r tida antes que le acusen una sola rebeldía en los otros pleitos que se le quedaron pendientes. Es verdad que los vapores nos han metido en una actividad tan repentina c o m o estrepitosa. Es m o d a v i sitarlos en su tránsito p o r nuestros puertos, i causa v e r güenza tener que confesar que no se ha dado una vueltecita en ellos. Matrimonios ha habido en cuyas c a p i tulaciones entró la de que la novia haría incontinenti uu viaje p o r vapor a Valparaíso. Al aproximarse los dias de arribada de estos buques, viniendo del P e r ú , es de admirar el alboroto en que nos envolvemos. Amigas i familias enteras piden órdenes para tal o cual p a r t e , las oficinas califican c a r g o s , los negociantes harían p a c t o con el diablo p o r un l i b r a miento contra don Diego Duncan, cobran siu c o n s i d e r a ción i pagan sin misericordia; los litigantes solicitan decretos de arraigo, los marcos de pifia pasan de mano en m a n o , c o m o la llave en el amable j u e g o de este nombre; los birlochos ruedan en todas d i r e c c i o n e s ; los arrieros levantan e q u i p a j e s , los hornos de fundir plata ahogan calles i habitaciones con su h e d i o n d a i venenosa humareda; la policía los deja h u m e a r , p o r q u e t o d o lo mira con el o j o filósofo del inseparable compañero de Sancho P a n z a ; las niñas encargan al amigo que se despide, papas i semillas de ñ o r e s , i cada c u a l , en fin, alista su correspondencia i encomiendas p a r a remitirlas a sus rótulos p o r favor de don F u l a n o , que bien a su pesar tiene que convertirse en c o r r e o i contrabandista, a trueque de que sus amigos ahorren un par de reales.


1.5(i Tal era el cuadro que ofrecía este mi p u e b l o no ha muchos d í a s ; i en uno de ellos amanecí con el capricho de hacer por mar un viajecito. Sin detenerme a p e n sarlo a c o m o d é mi m a l e t a , pedí pasaporte a la p o l i c í a , que m e lo estendió de mil amores, c o m o quien ve t o m a r el sombrero a un huésped i m p o r t u n o , i no contando ya con mas embarazos para mi marcha que los que p o d í a oponerle una que otra desgobernada p u e n t e , salí de Copiapó p o r el barrio de la C h i m b a , a horas en que sus m o r a d o r e s reparaban en el sueño sus fuerzas a g o tadas p o r la epidémica resbalosa. Antes de sufrir los abrasadores rayos del s o l , las brisas del O c é a n o , empezaron a silbar suavemente en mis oidos. E l puerto se me descubrió p o c o después con cuatro b u q u e e i t o s , a cuya p o p a j u g u e t e a b a el tricolor de la buena estrella; i mas afuera una enorme fragata sueca de pabellón amarillento, desplegaba sus trapos para no volver a aforrarlos sino en las costas lejanas i borrascosas de la Noruega, Un buque que zarp a de una Labia i se lanza en la inmensidad de los mares, es el h o m b r e que nace al m u n d o , que se engolfa en las tempestades de la v i d a , i que orzando a q u í , virando o b o r d e a n d o mas allá, siempre entre bancos i esc o l l o s , siempre impulsado i batido p o r las propias o ajenas pasiones, dobla al fin, en mas o menos tiempo, el c a b o del Sepulcro. ¡Qué h a b r á a la vuelta de tan misteriosa esquina! Gruesas tinieblas puso en este punto la mano del H a c e d o r ; tinieblas que traspasadas quizá por la imajinacion de los hombres privilejiados hasta vislumbrar el paraíso que nos ocultan, arriman entonces la m e c h a a la Santa B á r b a r a para, v o l a r a la mansión de paz que entrevieron en sus sueños. ¡Larra, español ilustre: un atolondrado que escribe en mi p a t r i a , i cuyas p r o d u c c i o n e s i zamoraitlas meten el mismo ruido


157 que los cascabeles de uu farsante en exhibición p ú b l i c a , ha hecho de tu último pensamiento una burla i m p í a ! E m p e r o , sólo él ultraja en Chile tu memoria. Y o r e s peto el fin de tus dias c o m o las inspiraciones del j e n i o divino que los anima i creo que no se h a b r á aniquilado i perdido esa chispa brillante q u e , al nacer t ú , arrojó la Luz de los cielos entre los humanos. Mis lectores, si los tengo, m e perdonarán esta palmadilla i cuantas mas hiciere en el viaje. Pocas horas después de mi llegada al p u e r t o , divisóse mui a lo lejos un cuerpo flotante, arrojando de sí un penacho de humo pardusco a manera de una isla volcánica recien abortada p o r las olas. Era el vapor Perú, uno de los dos infatigables a l b o r o t a d o r e s de nuestras costas, i a los cuales deben éstas casi toda la animación i vida que de p o c o a acá han desplegado. Antes de ahora tuve ocasión de bosquejar la b a r a b ú n d a que la visita de alguno de estos buques p r o d u c e en uuestros pequeños puertos. El momento de embarcarse nunca se acerca sin que el corazón lata con violencia: es una novedad de que no goza sin esperimentar cierto embarazo, cierta lucha de impresiones i de sentimientos que por instantes se posesionan del alma. Cuando el vapor f o n d e ó , todo lo teníamos listo en la playa para meternos a b o r d o . Dos horas después los marinos volvían a levantar el ancla, mandando sus a d i o ses a la tierra, en cantos tan m o n ó t o n o s i tristes c o m o los graznidos de las aves que anuncian las tormentas. La orilla empezó a huir de n o s o t r o s : la orilla sobre cuyos empinados p e ñ a s c o s , nuestros amigos batían sus p a ñ u e los en el aire, ciertos de ser vistos desde la cubierta del bergantín que a palo seco rompía el viento i las aguas con la violencia de un carro llevado p o r potros enfurecidos.


158 El mareo comenzó mui pronto a ahogar en los recien embarcados la lijera tristeza que sigue a toda despedida. Aquellos semblantes que p o c o antes ostentaban el vigor de la existencia, cubríanse p o r grados de la palidez de la muerte. Ensimismados a p o p a , ya no dirijian a la tierra que se alejaba, esas miradas llenas de poética m e l a n c o l í a : sus ojos medio d o r m i d o s p a r e c e n no fijarse en cuanto les r o d e a sino con una m o r i b u n d a indiferencia. Entre tanto el b u q u e trepa mar afuera sobre las o l a s ; i al descender de ellas con toda la fuerza de su g r a v e d a d , los mareados se sienten suspender p o r los c a b e l l o s , el estómago se subleva, i en alguna de tan estrañas c o n vulsiones arroja la carga al a g u a , semejante a la nave que alijera su peso en la borrasca. L a n o c h e l l e g a , i el puente del v a p o r casi está d e sierto. Una que otra pareja de amigos se pasea t o d a vía al aire l i b r e ; pero son ingleses, i sus b o r b o t o n e s de habla vienen a mis oidos ni mas ni menos que el ruido de la maquinaria que nos arrastra sobre la superficie del océano. D o s franceses se han q u e d a d o do bras dessus, bras dessous, los i mientras el uno debate sobre cía, el otro maldice Vabominable que le ha abimado el estómago.

también arriba capeanbalances del bergantín; la cuestión de la r e j e n Bordeaux de la comida

E n un salón confortable i alegremente iluminado se sirve, a esta hora, un té cuya aspereza no alcanzaría a neutralizarla toda la dulzura atribuida al primer beso de amor p o r el mas inflamado de los poetas. Aquí es el punto jeneral de reunión p a r a pasar la noche en la vivaz t i m b i r i m b a , el cachaciento a j e d r e z , la lectura de los diarios, los buenos tragos, las esperanzas del A l m e n dral i los recuerdos de Lima. Entonces la cámara se


159 asemeja m u c h o a un concurrido c a f é , con la diferencia que a b o r d o no hai la humareda del t a b a c o , pero sí cierto gasecillo de carbon de piedra que demasiadamente lo reemplaza. E l murmullo de la tertulia no es i n t e rrumpido sino p o r las estrepitosas arcadas que de vez en miando se dejan oir en los c a m a r o t e s , sin que l o s doloridos ayes que las preceden o las siguen, hagan mas impresión en los compañeros de viaje que los quejidos de una enfermería en el alma d e un farmacéutico, o el histérico de la mujer en la del marido descorazonado^ (pie n o ve mas que una maula en este non plus del sentimiento. Antes faltaría un literato ultramontano en las p o l é micas i escándalos de nuestra prensa, que un desterrado o proscripto americano a b o r d o del vapor. X o ha m u cho se d i j o a q u í , que el Cltile habia pasado con cien •mil peruanos ele Cuzco embarcados en el Callao p a r a Valparaiso, b a j o partida de rejistro, p o r uno de los i n saciables patriotas de aquella república. L a vez que yo navegaba venían al destierro varios personajes b o l i vianos, en cuya fisonomía se veia mas bien la interesante humildad de los subditos de los antiguos Incas, ipie la altivez republicana de los hijos del gran Bolívar. Hai entre los individuos de esta nación tal aire de f a milia, ipie n o p a r e c e sino que todos ellos fuesen unos de otros parientes mui inmediatos. A las once de la noche y a no quedaban en la c á mara sino dos alemanes concluyendo una partida de ajedrez; pero p o r haberse q u e d a d o dormido el uno mientras el otro meditaba nacionalmente un ataque decisivo, se suspendieron las hostilidades murmurando a m b o s , probablemente algunos reniegos o quizas las buenas n o ches. Envuelto entonces en mi c a p a , recostóme sobre uno de los sofaes de p o p a no queriendo encajonarme


160 en aquellas camas ni respirar la atmósfera biliosa de los estrechos camarotes. E l sueño cortó mis m e d i t a c i o nes; i a su v e z , mi sueño fué violentamente sacudido p o r un c a ñ o n a z o , que a las tres de la mañana tiró el vapor al fondear en el puerto de Huasco. Mi navegación t o c ó a su término. ¡Adiós, lindo b a r •co, díjele al b a j a r su escala: que las aguas del Pacífico te sean siempre tan amigas c o m o los brazos que hoi •esperan en tierra a Jotabeche!


CARTA DE JOTABECHE.

Copiapó,

13 de abril

1843.

Mi querido p a i s a n o : Te dejas estar en Santiago tan tranquilo c o m o un partido de oposición cuyo jefes han variado de circunstancias, o c o m o un liberal de cuya c o n d u c t a en épocas electorales depende que el ministerio recuerde sus servicios prestados a la causa de la independencia. Pero no quiero hacerte un cargo de tu larga permanencia p o r esos m u n d o s , sino solo hacerte notar (pie ella motiva rni vuelta a la cartimania i que nuevamente me p o n g o a pique de que otro que tú salga contestándomelas en letras i desvergüenzas de molde. Bien me guardaré, te lo j u r o , de dar mar j e n a que en lo sucesivo se me haga tal desaguisado: no quiero concitarme odios, en primer lugar p o r q u e no es necesario incomodarse en p r o v o c a r los para contar con e l l o s , i en segundo p o r q u e no me coja enemistado esa revolución sangrienta en que, según un profeta l o r o , nos envolveremos en Chile el dia menos pensado. De veras que a no ser p o r el olfato de este; hombre hubiera metídome en compromisos, con la misma confianza que el dichoso profeta a camisa de once .] O T A 1 1 E C I J K .

ti


varas. I luego que no es chanza el servicio que noshace a todos anunciando la que nos espera, p o r q u e así nos prepararemos a salir perfectamente del mal paso t o m a n d o una de d o s : o la c a s a c a , o las de v i l l a d i e g o únicos m e d i o s de no perder en revoluciones. Sin e m b a r g o , el pronóstico es un horror. . . . ¡ Yírjen ele la Serena, q u e será del porvenir de Chile! ¡Qué será de la mina Colorada, de esa niña de tus o j o s , mi querido Jotacmel Tú dirás que nada, que no me ande en aflicciones, que tal profecía fué una p o m p o s a t o n t a d a : corriente, eso m i s m o digo y o ; pero paisano m i ó , ;,i si p o r esta vez los niños i los l o c o s hablan las v e r d a d e s ? T

P a r a exordio basta. — V o i ahora a referirte cosas de mi tierra, aunque varias de ellas son para vistas i no contadas. Las elecciones de diputados, p o r e j e m p l o , fueron para vistas i no o i d a s : pasaron c o m o quien dice p o r el a r o , c o m o huevos p o r a g u a , c o m o cosa pasada en autoridad de cosa j u z g a d a . E l 22 de marzo llegó el correo trayéndonos los candidatos ni mas ni menos que una aparejada ejecución, i cuatro dias después el n e g o cio estaba despachado. Ningún m é d i c o emplea menos tiempo en despachar a una alma viviente. Nuestro diputado es el señor ministro don Manuel M o n t t , i a fé que ningún p u e b l o lo tendrá m e j o r p o r mas que lo haya escoj i d o c o m o en peras. Es representante de voz i voto, que otros hai que solo tienen voto i muchos que parecen bóvedas, p o r q u e c o m o ellas sólo tienen eco. L e hemos d a d o p o r suplente a nuestro j o v e n paisano don Tomas Gallo (cuando te digo le liemos dado, liemos elej/do, etc. ya entiendes que es p o r decencia). Cualquiera que haya sido el oríjen de estas propuestas, q u e , bufonadas a un l a d o , fueron admitidas c o m o se lo m e r e c e n , está visto que se nos ha querido mirar con o j o s misericordiosos; p o r q u e , paisano m i ó , el c a m p o estaba de manera que si


163 nos mandan de candidatos al puente de palo i al cerro de Santa Lucia, ellos en persona habrían sido representantes. Mira de la que hemos escapado. Esto no es decirte que b a y a dejado de haber un tanto cuanto de refunfuñadura contra la costumbre de elejir candidatos designados p o r el ministerio i anunciados p o r el g o b e r n a d o r r e s p e c t i v o , que viene a ser lo mismo que p r o m u l g a r un b a n d o a voz de p r e g o n e r o ; pretenden que así se ridiculiza la elección, se ridiculizan los candidatos, el ministerio, los sufragantes i el g o b e r nador p r e g o n e r o mas que todos j u n t o s ; pero, h a b l a d u rías i nada mas de hombres que t o d o lo han de contradecir i comentar. Y a y a usted a ver ahora que no pueda nadie ridiculizarse cuando m e j o r se le a n t o j e ; p a r a esto precisamente hai en el país una libertad ilimitada: n a cionales i estranjeros gozan de ella a sus anchuras. Los Huasquinos por esta vez no comulgaron con r u e das de m o l i n o , i en lugar de los candidatos que les trajo el correo elijieron los que les dio la buena gana. Van a ver si así les sale la misma c u e n t a , si les importa lo mismo estar representados en la cámara que no estarlo, como creen haberlo pasado hasta a h o r a ; p o r q u e sus a n teriores diputados, o qué sé y o , ni aun siquiera les a c u saban r e c i b o del acta q u e se les remitía avisándoles su nombramiento. I era necesario que así s u c e d i e r a , para que la irrisión fuese completa. Sabrás c ó m o hai esperanzas de que nuestra villa tenga hospital p o r un milagro. I te digo p o r un milagro, p o r que seguro está que aquí se consiga maldita de Dios la cosa de otro m o d o . El empresario es el presbítero don Joaquín V e r a , el cerro del arenal grande está dando abundantes materiales, los obreros son todos los pobres del p u e b l o , su salario la esperanza de morir en un c o l chón, i en cuanto a dinero para lo demás que se ofrezca, 11*


Ífi4 ese saldrá de la bolsa de la P r o v i d e n c i a , erario i n a g o t a b l e , merced a que no b a dispuesto de él ningún G o bierno que yo sepa. Cabalmente esta empresa se baila mui de acuerdo con la idea en que a b u n d o respecto al camino que debemos t o m a r p a r a obtener p o r aquí su tal cual adelantamiento; opino que es preciso rodear las cosas de m o d o que lo que so ba menester aparezca como p o r milagro. L o s pueblos de provincia lian dado en exij i r que el g o b i e r n o de la R e p ú b l i c a les p r o p o r c i o n e lo que les falta, precisamente cuando el buen señor apenas p u e d e con sus huesos, o lo que es lo m i s m o , con sus empleados. E l g o b i e r n o , d i c e n , está obligado a darnos con qué tener escuelas, colejios, hospitales, cárceles, iglesias, etc.; para eso dispone de todas nuestras rentas; para e s o , gritan mis paisanos, p r o d u c e Copiapó a las arcas nacionales ciento i tantos mil pesos p o r año. Pero venid acá, pueblos del d e m o n i o , i r e p o n d e d m e : ¿ q u é caudales bastarían para plantar i sostener estos establecimientos en cada ciudad i villa del estado? ¿ N o es mejor que todas estas grandezas se hallen reunidas en un solo punto, i que allí las ofrezca el g o b i e r n o a la disposición de todos v o s o t r o s ? ¿ N o tenéis en Santiago una universidad nacional, una biblioteca nacional, un museo nacional, un instituto nacional, una escuela normal nacional, varias academias nacionales, un teatro n a c i o n a l ? ¿Qué cosa, en fin, hai en Santiago que no sea n a c i o n a l ? Hasta las calmaras ¿ n o se llaman congreso n a c i o n a l ? ¿ E n qué ocasión invierte medio real el gobierno que no sea en honra i p r o v e c h o de todos v o s o t r o s ? ¿ P a g a una lista militar numerosa? De ella salen gobernantes p a r a cuanto departamento tiene la r e p ú b l i c a ; i si gobiernan bien los militares no hai para qué averiguarlo: tiempo perdido, pues háganlo bien o mal no queda otro recurso que sufrirlos. Me diréis que los empleados de la otra lista ganan sueldos injentes i lo pasan de ociosos. Bien está. I os


165 pregunto ahora ¿ d e dónde sacaríais representantes al congreso, pueblos desagradecidos, si el ministerio no p u siera a vuestra disposición, en todas las elecciones, ese plantel florido de candidatos entre los cuales os tomáis la confianza de elejir apoderados sin tener el h o n o r de c o n o c e r l o s , sin saber si son cojos o m a n c o s , tuertos o ciegos, mudos o charlatanes? P o r el Bautista que m e dio su n o m b r e , que el g o bierno hace mui bien en despreciar tales hablillas e injustas exijencias. Me gusta que se ria de ellas, i que a imitación de el padre Frai R a m ó n , que no es n o v i c i o , c o m a , beba i responda: juicio, juicio!!

Siguiendo con las cosas de mi tierra, te diré que en punto a médicos hai los suficientes para morir bien asistidos i con todos los auxilios f a r m a c o p ó l i c o s . Tenemos tres que vienen a ser los tres clavos de nuestra c r u c i fixión, o los tres m i e m b r o s de un consejo de guerra p e r manente. Dos de ellos se hallan con b o t i c a s , p u d i e n d o decirse de las y e r b a s , drogas i medicinas allí reunidas, aquello de Dios las cría i el diablo las junta, p a r a que los médicos nos las administren. Ninguno de estos dos receto p o r escrito, sino que de memoria i a una h o r a señalada despachan, en sus respectivos l a b o r a t o r i o s , b r e vajes, pildoras i papelillos p a r a cuantos desgraciados han visitado en el día. Del mal el m e n o s : así no hai cuidado de que en muriendo a l g u n o , les quede a sus amigos el sentimiento de decir, le envenenaron. ¿ D ó n d e ni cómo averiguar lo que le d i e r o n ? ¿ C ó m o saber si le mató el mal que padecía o si murió de mal médico ? Ya veo que te rebelas contra esta c o s t u m b r e ; dirás que eso no se permite en ninguna parte, que está p r o h i b i d o , etc., etc. P e r o , h o m b r e de D i o s , cada país tiene 'sus usos. En otros pueblos hai autoridades que contengan abusos,


166 hai quien repare p o r la cosa p ú b l i c a : en C o p i a p ó , g r a cias al cielo, no existen tales t r a b a s , todos la pasamos enterando, todos vivimos a la bartola. L o único que no puedes hacer aquí es criar perros, p o r q u e te los tragará irremisiblemente la policía el primer sábado que los sorprendan los carniceros i la noche en medio de la calle. H u b o un emperador que no hacia otra cosa que matar m o s c a s : pues bien, nuestra p o l i c í a trabaja mas mantando perros. Y a se ve que t a m p o c o puede exijírsele mayores cosas: los militares no tienen otra obligación que morir en sus p u e s t o s , i en ellos se dejan estar c o m o unos estafermos. E s t a m o s , p u e s , g o b e r n a d o s b a j o el célebre principio de laisses aller. Y a sabes que p o r allá decretaron que las estafetas de la R e p ú b l i c a recibiesen la correspondenc i a para los vapores i distribuyesen la que éstos conducen a los pueblos en cuyos puertos tocan. Tú creeras que al momento se arregló aquí este negocio en c o n f o r m i d a d del d e c r e t o : pues no fué así, p o r q u e nuestras cosas nada tienen que ver con los ingleses de los vapores ni con las disposiciones supremas, salvo aquellas q u e traen la recomendación de i n c o m o d a r al prójimo, a las que se les da cumplimiento tan a t i e m p o , como a una elección de candidatos gubernativamente designados. Un espreso p a g a d o por suscripción está llenando en lo posible la ordenanza dirijida a las estafetas; pero nos tienen tamañitos esperando que el ministro de aduana, que también es administrador de correos en el puerto, haga a su vuelta alguna de las suyas con nuestro espreso, i otra vez quedemos en la misma. L o que fuere ha de sonar; p o r q u e es mi intención estamparlo en el Mercurio para que conste. Escrito está que para otra cosa no hai que p u b l i c a r palabras en materia de abusos de empleados i gobernantes.


167 Entre las nuevas que corren tenemos todavía, i c o m o <le seis meses a esta p a r t e , la de que nuestro g o b e r n a dor b a liecbo su renuncia. L a dimisión es la coquetería d e los hombres p ú b l i c o s : i c o m o , cual mas cual menos, todos estamos al c a b o de lo que es el coquetisino p o r lo que diariamente vemos en los estrados, bien sé yo a lo que d e b o atenerme cuando los empleados dan en tan interesante manía. Si me aflijen tales cosas, es p o r q u e sé claramente que el g o b i e r n o nunca está dispuesto a c o m p l a c e r l o s ; p o r q u e sé que t o d o para en n a d a , i que los pobres caballeros tienen que seguir en sus puestos sacrificándose p o r el pais con una resignación edificante. ¡Buena cosa de hombres p a t r i o t a s ! A q u í concluye mi c a r t a , aunque no íbamos sino en el cristus de lo que ocurre en mi tierra. Quizás te agregue una postdata en los dias que faltan para la arribada a este puerto del v a p o r Perú, que será el 2 del entrante, centenares de horas mas o menos. Porque este b u q u e cumple de tal manera sus citas i c o m p r o misos, que m e inclino a barruntar sea al vapor hembrade los dos que primero llegaron al Pacífico. (17 de mayo de 1843.)


E S T R A C T O S

DE M I

DIARIO.

H a b l a n d o con p e r d ó n de mi especie, de las máquinas l o c o m o t o r a s , ninguna c o m o el h o m b r e . D í g o l o p o r mí que con solo algunas onzas de impulsión he c o r r i d o , p o r muchos dias, a la par de otra máquina m o v i d a p o r la fuerza de ciento i mas c a b a l l o s , su m a y o r d o m o i subalternos inclusives. D e vuelta ya en la villa de San Francisco de la Selva i mas propiamente de las llagas, después de un sueño agradable que es a lo que se r e d u j o mi viaje, p u b l i c o los siguientes estractos de mi d i a r i o ; trabajo que desde luego quiero dedicar a quien quiera perder su tiempo dedicándolo a tan p o b r e lectura. V a y a este cumplimiento según el p l a n de aquel o t r o : memorias a cuantos te pregunten por mi.

JULIO

4.

¡Preciosa v i s t a ! . . . A l d o b l a r la punta de Teatinos se nos ofrece en t o d a su vasta estension la bahia de Coquimbo, su p l a y a circular, las vegas cuyos totorales semejan a la


169 distancia sementeras de t r i g o , i las lomas i alturas superiores que sirven de fondo a este bello paisaje. A las faldas de las primeras se divisa la Serena. Las torres i fachadas reflejaban entonces los últimos rayos del sol ipie se ponia, resaltando el brillo de su blancura en las sombras que percibíamos de sus arboledas de lúcumos, naranjos i chirimoyos. Varios humitos que la calma de la tarde d e j a b a elevarse f o r m a n d o delgadas columnas, aparecían diseminados en la campiña piara animar mas todavía la encantada escena que teníamos delante. D e j á b a m o s atrás las áridas costas de Copiapó i el Huasco, los desnudos islotes de Choros, Chañara! i P á j a r o s ; habíamos recorrido toda esa rejion de Chile en que es mas fácil encontrar un venero metálico que una flor o una gota de a g u a : ahora los cerros i los llanos veíanse cubiertos de v e r d u r a ; i campos con esta gala siempre admiran al navegante que se a p r o x i m a a la costa, m u c h o mas sí, c o m o y o , ha partido de otra en que el h o m b r e es lo único en la naturaleza que vejeta. Porque si fuese cierto que la libertad es un árbol, preciso seria desesperar de verle florecer i reproducirse bajo el cielo de mi t i e r r a . . . Pero nó, la libertad no es un á r b o l ; la libertad, suponiendo que algo quiera decir esta p a l a b r a , es un mineral c o m o cualquiera o t r o ; siempre en b r o c e o para t o d o s ; algunas veces rico para cuatro o cinco, que todavía tienen que partir lo que sacan con un enjambre de cangalleros. L a vista de tan pintoresca costa, si a todos los p a s a jeros divertía a g r a d a b l e m e n t e , a mí me arrojó en uno de esos éxtasis, cuya melancolía deliciosa pagarían a peso de oro los poetas de esta é p o c a . La linda ciudad que divisábamos es la patria de mis primeros años, la patria de los amigos i protectores de mi niñez: allí cumplí m i s quince años, que se pasaron dejando para t o d o el resto


170 d e mi vida los recuerdos de una fiesta: esa edad a que «1 h o m b r e llega- sin otra ambición que la de los triunfos d e la escuela, sin mas a m o r que el de los p a d r e s , sin q u e le haya aun engañado la m u j e r ; querido de todos i sin aborrecer a nadie. ¡ Feliz mil veces quien no a b o rrece a n a d i e ! p o r q u e ni le habrán calumniado, ni puesto en ridículo, ni roto la c a b e z a , ni le h a b r á n h e c h o , en fin, mal de ninguna especie; lo cual constituye esencialmente la felicidad posible de este m u n d o de p e c a dores. Estas mis antiguas relaciones con la Serena me hacían desear ardientemente volver a r e c o r r e r sus calles; i en efecto, sabiendo que el v a p o r no volvería a seguir viaje hasta la media noche, determinamos varios amigos bajar a tierra, A l desembarcar vimos el muelle c o n c u r r i d o de muchas señoritas en cuyo examen no nos permitían detenernos el chalupero que nos c o b r a b a su flete, el otro q u e nos ofrecía un b u e n coche p a r a ir a la c u i d a d , i m u c h o s a la vez, caballos ensillados, gordos, de paso, de buena rienda, de un galope que da gusto, i de otras muchas excelentes cualidades dichas c o n tal aire de verdad i tal fineza, que desde luego creí nos recitaban el ofrecimiento de sus servicios profesionales algún dentista, p e l u q u e r o , horticultor o modista franceses, al último gusto de Paris. P o c o s minutos después, cuatro de nosotros corríamos a revienta cinchas en un suavísimo coche-dilijencia por la p l a y a que conduce a la c i u d a d ; dos de mis compañeros •ejecutando la bien c o n o c i d a canción Arrojado de climas remotos, atributo p o r otra parte peculiar de toda nuestra música nacional, i yo haciendo notar al otro el progreso q u e en punto a r o d a d o s había hecho la capital de mi provincia. Quince años ha, p o c o mas o menos, que cuando corría un b i r l o c h o p o r las calles de la Serena, salían


171 todos los vecinos a sus puertas a a d m i r a r l e : entonces no se conocian allí otros carruajes lijeros que la carretilla de don Manuel el inglés i la enorme calesa de Nuestro A m o . E n el dia viajan cuatro coches-dilijencias, sin parar entre esta p o b l a c i ó n i su puerto. Dígase ahora que no progresamos en el norte. Cuánto mas civilizado i de buen tono es romperse una pierna p o r v o l c a r el c o c h e que p o r c o r c o v e a r el caballo. E r a y a bien de noche cuando penetramos en la plaza principal de la Serena, recinto a la verdad bastante oscuro i solitario, cubierto con los escombros de la antigua iglesia matriz i con los materiales para levantar, si Dios quiere, la nueva Catedral. De aquí echóme a andar guiado p o r mis recuerdos, que puedo decir se ponían en mas i mas fermentación a cada instante. A q u í desconozco una casa, mas allá me d e s c o n o c e el dueño de otra mientras yo le abrazo como un l o c o . Esta calle me parece nueva; motóme i a los p o c o s pasos me sorprendo engañado p o r la m e m o r i a : pregunto en una tienda p o r la familia que antes vivía ahí cerca, i es un amigo, un condiscípulo el comerciante que me recibe. Sigo a d e l a n t e ; una iglesia hai al frente: ¡San Agustín! i a su lado la r e c o v a ; la he r e c o n o c i d o sin titubear; se halla a medio concluir c o m o la dejé hace catorce años, ni un a d o b e ni una miasma menos. ¡Qué cosa tan e s t a b l e ! lo mismo sucede c o n el panteón de Copiapó; lo mismo sucedió con un intendente del Maule. En seguida dirijí mis pasos a mi c o l e j i o , i un largo rato vagué p o r entre los sauces que ahora tiene al frente. Mi alma g o z a b a de un m o d o indefinible, imajinándose que habían vuelto aquellos días en que t o d o es un j u g u e t e para nosotros, al revés de éstos en que somos nosotros el juguete de cuanto nos rodea. ¡ Que Dios te bendiga,


172 edificio para mí s a g r a d o , c o m o b e n d i c e la cuna de l o s justos, c o m o bendice los templos d o n d e sacrificamos su nombre! M u c h o s años trascurrirán sin que se b o r r e de la m e m o r i a esa h o r a de mi vida en q u e , poseido de tan bellas ilusiones, corrí p o r las calles de este p u e b l o querido. ¡Cuánto mas vale una h o r a de esta existencia, que la mitad de la que hasta aquí llevo vencida i s o p o r tada! A las once de la noche me reuní con mis c o m p a ñ e r o s en el punto convenido, i emprendimos nuestra vuelta al p u e r t o , después de echar el del estribo i otros varios, en casa de un amigo, cuyo obsequioso hospedaje se ha hecho famoso en los p u e b l o s d o n d e ha residido. A d i ó s , Serena. X o he visto tus buenas m o z a s , i m e alegro. L a s buenas mozas son c o m o los malos pasos, que a todos hacen parar en su carrera.

J U L I O 6. A l amanecer, ¡los cerros de Valparaíso a p r o a ! — El frío era insoportable sobre c u b i e r t a ; pero ¡ c ó m o dejar de seguir en todos sus aspectos sucesivos la hermosa vista que iba a desplegarse a nuestros o j o s ! Ahí está el f a r o : la luz del faro es la única de las luces que manifiesta apreciar un valiente marino. Ni la luz del sol le i m p o r t a una ventolina, p o r q u e en no ver el sol cifra t o d o el bienestar de su existencia. E l telégrafo, el alto del puerto i sus molinos de viento, los tortuosos caminos que van a Santiago i a Quillota; un b o s q u e de mástiles, i en este enmarañamiento, flameando las mas orgullosas banderas de la t i e r r a ; buques estendiendo sus velas para enmararse a manera del


173 pájaro que prepara su v u e l o ; los barrios del A r r a y a n con sus casas apiñadas c o m o los números en las tablas de los guarismos; todas esas quebradas i desfiladeros en que el h o m b r e ha p e g a d o su habitación c o m o el marisco su c o n c h a , c u a n d o , en siglos pasados, estaban bañados p o r el m a r ; las elegantes torrecillas que coronan la P l a n c h a d a i el Almendral i otros nuevos jigantescos objetos vánse descubriendo al acercarse p o r m a r a esta brillante p o b l a c i ó n , que el tiempo simbolizará en la estrella blanca de nuestra bandera. Nuestra entrada a Valparaíso me parecía una fiesta. Mientras a b o r d o permanecíamos embebidos en c o n t e m plar la mas soberbia perspectiva que se haya desarrollado nunca a mi vista, el v a p o r b o g a b a ya en las aguas del surjidero donde, a las o c h o i media de la mañana, varamos sin novedad c o m o t o d o el m u n d o s a b e , menos el capitán H o l l ó w a y , que no acierta a esplicar p o r qué, tan desusadamente i en plena paz, intentó irse al a b o r daje sobre el castillo de San A n t o n i o . Dios le p e r d o n e , i de capitanes c o m o él salve la decencia del Pacífico, a esos p o b r e s vapores con mas porrazos i remiendos en tres a ñ o s , que interpretaciones ha sufrido nuestra leí fundamental en diez. Pero ello es que los vapores van e s c a p a n d o , que nuestra lei fundamental sufre sin chistar las interpretaciones, c o m o si le pagaran un s u e l d o , i que yo piso la tierra de Valparaíso, o mas bien el barro de V a l p a r a í s o : el cual barro túvelo desde luego por una consecuencia, de haber l l o v i d o , i no p o r una consecuencia de haber autoridades, según graves periodistas se empeñan en p r o barlo todos los inviernos. V a m o s adelante. P e r o ¿ q u i é n diablos puede ir a d e lante en este V a l p a r a í s o ? ¿ a dónde irá que no e s t o r b e ?


174 ¿ a dónde irá un p o b r e provinciano acostumbrado a a marchar p o r las calles de su tierra sin que ningún cargador amenace aplastarle con un fardo, sin tener q u e cederle el paso a un c a r r e t ó n , sin que le empuje un gringo, le repela otro gringo, le codee un tercero, se le venga encima un cuarto i le atrepellen un quinto i un s e s t o ? — Cuidado señor! aquí, cuidado señor! mas allá, cuidado señor! p o r delante, cuidado señor! p o r detras,. a un lado! i le dan a usted un e m p e l l ó n ; ¡quitarse del camino! i por lo p r o n t o le quitan a uno el sombrero, que r u e d a p o r otro camino donde acertaban a pasar las patas de un caballo o las ruedas de un ómnibus. N o alcanza el tiempo p a r a ser bien c r i a d o , todos quieren pasar a d e l a n t e ; todos corren, t o d o s se precipitan, todos r e n i e g a n ; nadie está p a r a d o , nadie piensa en n a d i e ; cada cual piensa en sí m i s m o , en su n e g o c i o , en volar con sus papeles i p o r sus papeles a la aduana, al correo, al r e s guardo, al muelle, a b o r d o , a la B o l s a , a la seca i a la meca. I el centro de este hormiguero, el foco de esta l o c a actividad es una estrecha plazuela, el fínico punto quizás de V a l p a r a í s o , donde puede pararse un recién llegado entre los f a r d o s , c a j o n e s , barricas i equipajes que lo cubren. N a d a hai que hacer allí, si no se vende o se c o m p r a ; p a r a tratar con jente, es preciso contratar algo. Si se quiere andar p o r las c a l l e s , p o b r e del que emplee sus ojos en otra cosa que en mirar p o r donde va, o lo que p o r delante le viene. No hace cuenta a c o m p a ñ a r a nadie: lo único que en Valparaíso j a m a s anda solo es el aire respirable, siempre j i r a b a j o la razón social de aire, alquitrán i compañía. E l alquitrán perseguirá en todas partes tus narices, c o m o persigue el vijilante al roto, el roto al vijilante, el paquete a las m o d a s , las m o d a s al b o l sillo, los poetas a los rancios i P e d a n c i o a los poetas.


En semejante Babel el elegante es una planta e x ó t i c a , el filósofo distraído un suicida, el provinciano una b o l a que rueda en todas direcciones i el poeta otra cualquier cosa vagando en un «desierto p o b l a d o , » en un desierto sin ilusiones que le alimenten, sin bellas que le inspiren,, i, lo que es peor, sin otra cruz que le melancolice q u e la imajinaria Cruz de Beyes. Y o , que p o r la gracia de Dios, no soi mas que un humilde provinciano, sin nada de elegante, de filósofo, ni de p o e t a , aunque la v e r d a d sea d i c h a , el j e n e r o r o m á n t i c o , después del femenino, es de t o d o mi g u s t o ; y o , que nunca vi correr las jentes de mi p u e b l o en tan t r e m e n d o tumulto i b a t a h o l a p o r ningún negocio de este m u n d o , hube de sofocarme en esa terrible p l a z u e l a ; i a t u r d i d o , estropeado i oprimido por su bullidora i descortés concurrencia, me figuré que se estaba ya verificando el rendes vous del valle de Josafá, reunión en que, según todas las probabilidades, vamos a estar unos sobre otros i c o m o tres en un zapato. Sacóme un ánjel de mi a p r i e t o , un ánjel en figura de birlochero, disfraz que por lo común solo le t o m a el maldito. — ¿Necesita, usted, un b i r l o c h o para Santiago? — Sí, amigo mió. 1 en efecto, lo necesitaba c o m o el ovillo de Ariadna, como una tabla el náufrago, un capitán m e j o r el vapor varado i un g o b e r n a d o r idem, mi tierra; que si no está encallada también, harto mal hace en parecerlo, p o r q u e apenas se le nota el mecerse de una b o y a . Dos horas fui espectador de la ajitacion mercantil de A alparaiso, al c a b o de las cuales m e cmbirloehé i partí hacia el A l m e n d r a l , barrio inmenso de aquella p o b l a c i ó n ; pero no tan diabólicamente m o n t a d o a la europea c o m o la Planchada, de donde salia. E s fácil notar aquí que r


176 todos andan en su negocio con mas calma que en el P u e r t o , sin ese anhelo comercial que raya en frenesí i que p r u e b a que el lucrar es una pasión tan violenta c o m o cualquiera otra. En el A l m e n d r a l vi bellísimos edificios, una alameda, p o r ahora de lumas, i sobre t o d o alcancé a divisar mujeres bonitas en varios balcones i ventanas, con las que, bien se d e j a entender, celebrarán algunas transacciones aquellos fenicios. ¡ P o r el caduceo de Mercurio que si estos hombres andan tan de prisa en materia de amor c o m o en correr pólizas i formar facturas, se llevarán p o r delante a todas las Amazonas i al mismo Satanás, en una c o n q u i s t a ! Satisfecho de haber vivido un d i a , que no espero tenerle mas ájitado en una batalla con su respectiva d e r r o t a , me alojé a las 7 de la n o c h e en Casablanca, islote bien c o n o c i d o de ese l a g o de l o d o que hai que surcar entre el portezuelo de 0 v a l l e i la cuesta de Zapata. — « D e n t r o de 24 horas, me decia entonces restreg á n d o m e las manos, estoi en S a n t i a g o ! » I este porvenir de deliciosa Hoi me p r e g u n t o : « V o l v e r á ? al suicidio.

embriaguez se voló ! » L a duda induciría

(27 de agosto de 1843.)


SUPLEMENTO A

LOS

ESTRACTOS DE MI DIARIO.

Siempre pierde algo el h ijo de las provincias que llega a Santiago, i no cuenta entre sus pérdidas la del p a ­ ñuelo c o l o r a d o que le ratean del bolsillo el primer dia que da una vueltecita p o r la plaza. Si va a solicitar algún empleo, rnui pronto pierde la paciencia i la espe­ ranza; si a quejarse contra el militar que gobierna su departamento, pierde el pleito o su equivalente en m o ­ neda usual i sonante; si a avecindarse, mui viejo h a de ser para que no pierda el sonsonete de su p r o v i n c i a ; si a divertirse, pierde la salud; i si le h an llamado de di­ putado, pierde la vergüenza para h ablar en unos casos, i el uso de la palabra en otros. Y o llegué a Santiago i al instante perdí el h ilo de mi dario; a u n q u e , gracias л Dios, no perdí cinco minutos de mi tiempo. Poned a la vista de un niño todos los juguetes que cautivan su atención, todas las golosinas que irritan su voraz a p e t i t o ; entregádselas a su disposición, i le veréis aturdirse, sin v a c i l a r , no determinarse a emprender el estrago, no saber qué punto elejir para empezarlo. No de otro m o d o el escritor de costumbres, como h an dado JOTA.i!i;C!iE.

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en llamarme mis buenos amigos, se pasma i enmudece encontrándose de repente en la ruidosa capital de la r e p ú b l i c a , en medio de esa sociedad brillante que con tanta razón aspira al título de alumna mui distinguida de la de París o de L o n d r e s ; al ver tantos objetos i c u a dros de los cuales uno solo puede dar motivo a diez artículos, i sabiendo cada d i a , cada hora nuevas o c u rrencias no menos adecuadas p a r a este jénero de c o m posiciones. ¡ O h ! Santiago es un fondo i n a g o t a b l e , un p o z o de oro p a r a el escritor sastre. Allí hai poetas, bai orijinales, bai elegantes, bai lindas coquetas a cuyo lado si no se conquista un corazón, se conquista pensamientos i gratas inspiraciones. L a s lindas coquetas son las musas que se permite invocar la m o d e r n a escuela, i en Santiago se p u e d e reunir algunos c o r o s : así es preciso (pie sea para que no falten musas i sobren poetas. ¿ N o se quiere tocar nada de esto? Venga la política atornasolada, color en m o d a desde que lo a d o p t ó por suyo nuestro g a b i n e t e , i que prueba la p o p u l a r i d a d de que goza. A h í están los ministerios: el uno que no acaba de desentenderse de las reideradas renuncias que le han o nó dirijido los intendentes i gobernadores que en sus puestos se han llenado de canas i de cosas peores i mej o r e s . Este que sube a unos i baja a o t r o s ; que da un palo aquí i un empleo a l l á , títulos muchos i sueldos p o c o s , que prefiere a un liberal puesto al lado de un liberal. E l de hacienda apareciendo los menos ministerial i lo mas laborioso p o s i b l e : siempre animado de un ínteres verdaderamente nacional i filopolita. El de la guerra, en su ardua tarea de avanzar con la clase milit a r , que en la marcha que llevamos hacia el progreso es la sección de b a g a j e s , hospitales i p e r t r e c h o s ; pero que p o r una anomalía estratéjica se quiere que vamos adelante llevando estos estorbos a la vanguardia.


179 Ahí está también la cámara de diputados, ese p i a n o f o r t e - p o l í t i c o , cuyas teclas tocadas una a una suenan diferentemente; mas cuando las recorre todas algún p r o fesor inteligente p r o d u c e n siempre unisonancias a r m o niosas. I si t a m p o c o se quiere escribir sobre estos puntos, todavía quedan los empleados, los pretendientes, los t e jedores, los ajenies de policía, el intendente i otras m a terias así, que si no son costumbres, harto se parecen a los malos hábitos en lo difícil que es libertarse de ellos. Un intendente es t o d o un almacén de paños p a r a la tijera. I no lo digo p o r el de S a n t i a g o , a quien no conozco, ni de quien he recibido mal alguno a pesar de haberle dado por qué; pues gran pipiólo fui en aquellos traseros tiempos en que dicho señor era un punto m e nos liberal que en éstos; precisamente cuando todos somos un punto mas pelucones que entonces. ¿ N o gusta la p o l í t i c a ? Hai también costumbres m o nacales, c a m p o intacto, vírjen, inculto i por lo tanto con sus espinas i abrojos. Bien que difícil seria ir mui a d e lante p o r esta senda; p o r q u e de todas partes le gritarían luego al escritor, lo que no sé quién a no sé cuál de mis c o n t e m p o r á n e o s : ¡mira niño! no foques eso, etc. Corriente: si eso no debe t o c a r s e , no hai que m e nearlo. Párese usted ahora en la esquina de la cárcel (ahora puede cualquiera hacer esto sin que al día siguiente le juzguen p o r delito de sedición). I para que le dejen a usted observar en paz la concurrencia que allí bulle, sin que le atisben i le rodeen t o m á n d o l e p o r pichón de litigante o de negociante, aparente usted leer los números premiados de la lotería p ú b l i c a que la m u nicipalidad sostiene de acuerdo con los fundadores del banco de ahorros: los cuales números se exhiben en uno 12*


180 de los balcones de la casa consistorial, para que todos vean que el cabildo j u e g a limpio i que no se anda con trampas. ¡Qué articulon se le viene a usted a las mient e s ! P ó n g a l e usted p o r e p í g r a f e , no importa el clasic i s m o : Scila i Caribdys o las escribanías i las Ajencías, i al b u z ó n del Progreso, que admite artículos al gusto de la plaza, desde que le m u d a r o n paladares. ¿ M a s c o s t u m b r e s ? ¿ Q u é hace ese inmenso jentío la noche del sábado b a j o e l . p o r t a l ? ¿ V e n d e n ? ¿ C o m p r a n ? N ó , precisamente: su o c u p a c i ó n principal es la de mostrarse unos a otros alguna cosa. E l comerciante muestra sus ricas telas i p a ñ u e l o n e s ; el dependiente muestra su finura, su peinado i sus b l a n c o s dientes; el pacotillero francés su j o y e r í a falsa, la vieja sus niñas, las niñas su dulce metal de voz i su desden g r a c i o s o , el m e n d i g o sus obras, el filtre sus b a r b a s , el novio su n o v i a , el escritor un injenio de esta corte, autor del artículo que se publicó esa misma m a ñ a n a , el ratero su destreza, la policía su v i j i l a n c i a , las c o m p r a d o r a s la muestra del j e n e r o que andan b u s c a n d o : en suma exhibir o exhibirse es el o b j e t o , el interés común de esta feria tan animada i divertida. ¿ M a s c o s t u m b r e s ¿ L a s encontrareis buenas i malas donde quiera que dirijáis vuestros p a s o s : las buenas cantando victoria, las malas capitulando con la reforma. E n todas partes está patente la fermentación rejenerativa de nuestra é p o c a , la lucha de la razón entre lo nuevo i lo viejo, entre los ardientes innovadores i el calm o s o justo m e d i o , é n t r e l o s que gritan ¡adelante! ¡abajo el estorbo! i los que contestan, ¡no huí que atrepellar! ¡caerá a su tiempo! El g o b i e r n o , entre t a n t o , dice a cada c u a l : piensa usted muí bien; i siguen andando las cosas, sigue el gobierno con su opinión i sigue cada loco con su tema. ¡ L o que vale un gobierno bien educado?


181 S í , Santiago es un p u e b l o que progresa a d m i r a b l e mente, que empieza ya a cumplir su misión de brillar sobre la tierra: la lástima está en que no b a y a otro como él en Chile, en que solo allí haya ilustración i grandeza i en los demás i g n o r a n c i a , miseria i morralla. Sin e m b a r g o , p o d e m o s los chilenos hacer con Santiago lo que, en una ciudad del S u d , hacían sus vecinos con una sola buena m o z a i de talento, que logró criarse b a j o su clima. T o d o forastero era presentado ante omnia en casa de la linda n i ñ a ; i c o m o es natural, el huésped quedaba prendadísimo de sus ojos verdes i habladores. Al retirarse, preguntábale su i n t e r l o c u t o r : — « ¿ q u é dice usted del b e l l o sexo que tenemos p o r a c á ? » Nosotros, después que el estranjero haya visto i observado bien a Santiago, debemos preguntarle: — « ¿ Q u é dice usted de estos p u e b l o s que tenemos en C h i l e ? » (28 de A g o s t o de 1843.)


EL

DE

ESPÍRITU

SUSCRIPCIÓN,

Convengo en que el m u n d o es una b o l a , i los h o m bres que lo pueblan la mas perfecta de las obras de D i o s ahecha a su imájen i s e m e j a n z a , » i no convengo en p o c o , a fé mia, p o r q u e hombres c o n o z c o y o que p a recen sarcasmos del diablo contra esas palabras de la Escritura. Convengo también en que el j enero humano no fué en su condición primitiva sino una raza ociosa i vagabunda de salvajes; i a la verdad que no son pocos los testimonios que de ello nos quedan en el estado altamente civil que hemos alcanzado. í t e m , convengo en q u e , como quiera que fuese, se fundó la sociedad en algún dia del año de algún t i e m p o , dans un jour de beau teinps, en face du soleü; pero n i e g o , no convengo, no doi mi voto (espresion que empieza a usarse en nuestras cámaras) a la tan válida opinión de que el primer a c t o , el primer paso que dieran los asociados fué la elección de su gobernante, L o s que tal creen, no han pensado el negocio detenidamente, no han consultado la esperiencia ele nuestros tiempos: 1.° p o r q u e todo g o b e r n a n t e , para ahorrarnos litijios i que nadie se inc o m o d e en obsequio suyo, observa la costumbre de ele-


jirse a sí m i s m o ; i ahí están, para no dejarme mentir, tantos gobernantes de los pueblos libres americanos, el de Copiapó inclusive: nuestro amable usurpador, i n c l u sive; 2.° p o r q u e hallándose la sociedad en sus pañales, no podia tener rentas propias para cubrir un sueldo, circunstancia que no determinaría a alma viviente a cambiar la vida privada p o r la p ú b l i c a : mucho menos en aquellos tiempos en que el amor a la p a t r i a , que hoi nos arrastra a tan doloroso sacrificio, debía hallarse aun tan laxo i tan flojo como un hermano franciscano, un militar en guarnición o un g o b e r n a d o r de mi tierra, varones que en punto a flojera los tengo p o r ejemplares. Otro que la elección del g o b e r n a n t e , fué el o b j e t o del primer plebiscito establecido por los individuos p r i mitivos de la familia humana. Redújose ese gran d e creto a la famosa operación de renunciar, de suscribirse cada socio con una p o r c i ó n de su libertad natural para poder conservar m e j o r el resto o para que el diablo cargase con el resto, que de todo se ve en el m u n d o , desde que el diablo ha dado en disfrazarse preferentemente de mandatario. Hé ahí el fasto humanitario mas remoto que la imajinacion descubre cuando, p o r mal de sus pecados, se echa a vagar en este campo de cálculos conjeturales. Una suscripción fué p u e s , la primera piedra sobre que se fundó el edificio social. (Metáfora inmortal! ¿Qué escritor, qué orador no te ha echado diez elocuentes manoseos en su v i d a ? ) : una suscripción, vuelvo a decir, fué el primer torno que dieron las ruedas de esta inmensa m á q u i n a , la primera espresion de vida de este cuerpo monstruo creado p o r el fiai de la r a z ó n , c o m o el universo lo fué por la voz de la Omnipotencia, c o m o nuestra literatura nacional lo será así que vayan disipándose las tinieblas que envuelven aun su crepúsculo.


184 Siguióse a esta suscripción otra no menos importante t a m b i é n , pues que tuvo p o r objeto hacer una bolsa s o cial para el p a g o del gobernante que pensaban elejirse después, o del gobernante q u e , vista la b o l s a , cayó en la tentación de elejirse a sí mismo después. Estos son pasos contados que se dieron antes de venir a parar a la instalación del g o b i e r n o de la sociedad; i nadie me disputará que de este m o d o se hace mas esplicable e intelijente esa teoría política, en cuyo análisis han g a s tado tantos jenios las mas preciosas horas de su i n s p i r a d a existencia. Establecido el g o b i e r n o , nuevas i varias suscripciones tuvieron lugar entre los siibditos. Un h o m b r e i una mujer se suscribieron para hacerse mutuamente felices. Puso cada cual un fondo de amor p a r a quererse, i n o venta i nueve fondos de astucia i de paciencia para engañarse i sufrirse: no es mas la historia del primer matrimonio, pildora que, c o m o la penitencia, fué clorada después con el prestigio sacramental p o r nuestra santa madre Iglesia. A n d u v o la sociedad i otra suscripción vino a ocuparla, seriamente. Ofreciéronse diversas compañías de asentistas a abrir un camino desde este valle de suscripciones hasta el cielo, como quien dice, un ferrocarril de Paris a Versalles. Con tan jigante m o t i v o , el p u e b l o erogó una parte del p r o d u c t o del sudor de su frente, i otra de sus ahorros o pillajes el p o d e r o s o ; los ingenieros, asentistas pusieron íntegramente i sin desfalco alguno sus oraciones. I en e f e c t o , el camino q u e d ó franco, abierto i a la disposición de mis l e c t o r e s , que pueden echar p o r él c u a n d o gusten; pero p a r a repararle i sostenerle, los ingenieros tienen que recaudar i los otros que repetir la suscripción, tan sin descanso, como la pasión de Cristo nuestro bien p o r los pecados del hombre.


185 Corrió mas tiempo, i llegó el dia en que un t r i b u n o que se desahogaba (espresion parlamentaria mui fresca) en una asemblea, d i j o : « p a r a vernos libres de nuestros enemigos, lo m e j o r es matarlos a todos.» •— « P u e s , q u e m u e r a n , » gritó la t u r b a - m u l t a . Nueva suscripción al efecto. E l p u e b l o se despojó de otra parte de su h a cienda para que los bravos, dando su continjente en sangre i en dias de v i d a , se lanzaran a la matanza. De aquí nació esa profesión que se llamó de la gloria, para diferenciarla en el n o m b r e de la del verdugo. L a vida social no fué al c a b o , sino una serie d e operaciones practicadas en virtud de una suscripción o de muchas suscripciones anteriores. Nada llegó a ser el hombre con el h o m b r e o con los hombres, sino a título de co-suscriptor de todos e l l o s : todos ellos suscribiéronse para m e d r a r unos a costa de o t r o s , para convertir en utilidad p r o p i a el perjuicio ajeno, para hacerse r e c í p r o camente el m a y o r número posible de flacos servicios. I en este sentido no es del todo embustero eso de me suscribo servidor de usted, que no es dado suprimir ni en los carteles de desafío, de acuerdo con aquello otro lo cortés -no quita lo valiente; aunque estoi por que lo valiente suele quitar lo cortés, i que el valor no siempre es una virtud bien educada. D e ahí viene, sin duda, el andar de punta la milicia i la buena crianza. Todas estas que p i d o se me tengan p o r reflexiones,, me las hacia yo mismo no sé que d i a , en el cual tres suscripciones se me echaron encima, sin consideración a los broceados tiempos en que vivimos. I era lo p e o r que esta lluvia caia sobre m o j a d o ; p o r q u e en los a n t e riores, otras cuantas me habían abrumado con su peso, exhalando el de mi poético b o l s i l l o , fuera de algunas mas que p o r entonces andaban en campaña, sin que en ellas figurase todavía, en letras de o r o , el humilde n o m -


b r e tle Jotabcchc. ¡ O h ! el espíritu de suscripción se d e sarrolla en Chile c o m o el estro se desarolla, con c a r g o sidad, con f u r o r , terriblemente. L a facilidad de levantar casas es admirable en V a l p a r a í s o ; la de levantar falsos testimonios ha inmortaliz a d o nuestras prensas; la de levantar procesos m e n t i r o sos ha hecho la triste celebridad de mas de un t o n t o ; la de levantar cabeza parece un tantico cuesta arriba para el h o m b r e p ú b l i c o que cae en nuestros dias, como la manzana de N e w t o n : pero si se habla de facilidad para levantar suscripciones, vengan ojos a verla i bolsas cristianas a sufrirla en este Copiapó de mis pecados, d o n d e tales levantamientos son ya mas frecuentes que los de las tropas peruanas. ¿ E n v i u d ó una niña? suscripción tenemos. — ¿Quiere casarse una d o n c e l l a ? suscripción para que el novio lleve p a n i p e d a z o . — ¿Quiere la otra ser m o n j a ? suscríbase usted. — ¿ C e g ó un p o b r e ? E l m é d i c o le d i c e : «levante usted una suscripción de d o c e onzas de oro para pagarme las medicinas, i le daré vista de b a l d e ; vaya con Dios.» — ¿ M u r i ó un amigo en desgracia? Un cuarto de onza para darle sepultura en muerte ya que no se le dio cuartel en vida, •— ¿ E s t á otro amigo de parabienes? suscripción p a r a festejarle. — Qué, señor, es preciso ha•cer venir una imprenta, se suscribe usted? — Con mucho g u s t o ; i p o r lo que p u e d a t r o n a r , encargúeme usted también un p a r a - r a y o s . » Ello es para no c o n c l u i r ; p o r q u e a estas suscripciones a c o m p a ñ a n las que p o d e m o s llamar endémicas del pais i son las que el g o b e r n a d o r c o b r a mensualmente para pagar los ripiantes que montan guardia de honor en su p a l a c i o ; para los serenos que de noche duermen en la calle, menos su commandante que hace esta fatiga


187 como es debido, es decir en la, c a m a ; para los celadores de a g u a , limpiar acecpaias, refaccionar p u e n t e s , ect. Tras estas vienen las del M E E C U E I O , el PXIOGEESO, las poesías de Zorrilla i la G A C E T A ; i entre unas i otras se interpolan ya p a r a el hospital, ya p a r a una francachela; ayer para esplotar una antigua mina, rica en tradiciones; hoi para un ensaye de tierras auríferas; mañana para un almuerzo de brevas en lo de las niñas Apancoras, i todos los dias de Dios p a r a las ánimas benditas, la cera del Santísimo, el Señor de la a g o n í a , la redención de cautivos cristianos, la iglesia de san F r a n c i s c o , el sustento del santo, una avergonzante, el p o b r e tullido i para, cuantos el m u n d o , el demonio i la carne han p u e s to c o m o un eccc homo. P e r o de todas las suscripciones ninguna c o m o la que se ajita p a r a un baile, ninguna tan fecunda c o m o esta en agradables i chistosas incidencias. Regularmente es promovida en alguna tertulia de mozos p o r el mas e n amoricado de todos ellos, con el honesto motivo de atacar la tristeza en que se halla el p u e b l o . L a tertulia nombra incontinenti una comisión de su seno para que pesque suscriptores i dirija la fiesta; i aunque no se c o n sigue sin trabajo la aceptación del c a r g o , pero al fin, se consigue que es lo que interesa, a los suscriptores. Ahora, que la comisión rabie i reviente, que pierda la paciencia i gane un c h a b a l o n g o , importa p o c o : semejantes sacrificios, c o m o todos los que se hacen a un bien comunal, caen en saco roto. T o d o enamorado que desea repetir a la querida lo que ya la p i c a r o n a sabe de p e a p a , a fuerza de oirlo a sus muchos suscriptores; el comerciante que espera velen el baile no precisamente las buenas m o z a s , sino los rasos, los encajes, el terciopelo, las plumas i flores que


188 no mira en la tienda sin una inquietud paternal p o r lo incierto de su p o r v e n i r ; el otro que se p r o p o n e hacer en la reunión una via i dos m a n d a d o s , bailando p o r sí i b e b i e n d o p o r la salud de cuantos h a i ; aquel que da un ojo de la cara p o r q u e le vean bailar con el garbo i jentileza que Dios le dio i el frac azul que Vera le ha remitido p o r el íiltimo v a p o r , i en s u m a , t o d a esa clase de individuos que van a un baile sólo por ver o por jarana, son suscriptores que se enrolan con presteza, sino siempre con largueza, P e r o entre usted después a invitar el r e s t o ; entre usted a pedir algo a ciertos h o m b r e s cuyo corazón es tan frió c o m o un baño de lluvia i mas le valdría a usted pedirle lana al b u r r o o milagros a un s a n t o , en estos c o r r o m p i d o s tiempos. E l uno contesta, que mas bien prestará su casa «que es un p a l a c i o , » i el palacio es c o m o el casco de una hacienda que hai que llevarlo todo p a r a p o b l a r l a . E l otro d i c e : « m e suscribo con dos docenas de silletas.» Se entiende b a j o la condición de que se le volverán enjutas i bien a c o n d i c i o n a d a s , i salvando su derecho a daños i perjuicios. — « ¿ C o n cuánto te suscribes?» amigo.

dice usted a otro su

— N o vengas a e m b r o m a r : ya sabes que yo no bailo. — P e r o te divertirás con las niñas. — T a m p o c o me divierten las niñas. — Bien, ahí se reunirán muchas j entes, h a b r á tertul i a , c o n v e r s a c i ó n , risa. .— T a m p o c o me gustan esas cosas.


189 — ¿ C ó m o no te han de gustar? •—No me gustan, y a sabes que y o soi así. — A pesar de t o d o , te prevengo q u e voi a suscribirte con dos onzas. I el amigo de usted da las dos onzas, p o r q u e el o b j e t o de su resistencia es manifestarse inconmovible p o r placeres de este linaje. L a comisión en c u e r p o , échase a dar caza a otro individuo de esos cuyo bolsillo es para las pesetas lo que el infierno para las almas. — « ¿ C u á n d o será el b a i l e , c a b a l l e r o s ? » — T a l dia, mui señor nuestro. — « ¿ Q u é lástima! precisamente no estaré para e n tonces en el p u e b l o ; mis atenciones me llaman fuera. ¡Cuánto siento no darme ese buen rato en c o m p a ñ í a de ustedes!» Miente; p o r q u e no entra en sus planes ni tener ese sentimiento, ni dejar de darse ese buen r a t o , ni salir a maldito ele Dios el viaje: i sí concurrir a la fiesta de gorrista m o n d o i lirondo. L a noche del baile se p r e sentará en el salón antes que el encargado de encender las luces: le verán ustedes bailar con las mas elegantes, cortejar a la de m o d a , comer hasta que le sofoque el hipo i b e b e r p o r la libertad i qué sé y o , echando al aire vasos, platos i botellas, como si le costara su dinero. Todos le declaran el campeón de la noche en punto a dansista, dadista, palista, vmista i eoñaquista. (Estas palabras no son del castellano sino m i a s , i p o r tanto americanas. H e querido escribirlas con la ortografía de su n o m b r e , en primer lugar p o r q u e de lo mió puedo hacer lo que se me a n t o j e ; i en segundo, p o r declararme


190 de una vez stiscriptor a la reforma propuesta por el antecristo literario que amenaza nuestro a l f a b e t o . ) En fin, a duras penas reúne la comisión la cantidad necesaria para cubrir los gastos ordinarios i estraordinarios, previstos e imprevistos del gauclecemus; pero es de advertir que la susodicha cantidad no se halla mas que en guarismos, p o r q u e c o m o no corría prisa el c o n t a d o , ni t a m p o c o le andaban trayendo los suscriptores al incorporarse en la lista, se ha d e j a d o p a r a después la cancelación de estas cortedades. E n el entretanto, los comisionados anticipan el costo íntegro de la función, seguros de reembolsarle cuando a bien lo tengan. Que, p o r último, tiene lugar el b a i l e ; baile que pasa, c o m o pasan todas las cosas del m u n d o ; lo cual no es p o c a fortuna para los .que pasamos p o r las peores de ellas. A q u í empieza otra incidencia de la suscripción p a r a un baile. L o s comisionados destacan un recaudador de las cantidades p o r p a g a r ; i es preciso convenir en que muchos cubren su c o m p r o m i s o con g u s t o , bien que no con el que manifestaban, bailando la contradanza i las cuadrillas, en el salón. P e r o no sucede lo mismo con los demás. D o n P e d r o dice que solo se suscribió con cuanto i no con t a n t o : don Juan no paga porque no alcanzó a tomar helados en la función: d o n Sancho t a m p o c o , p o r q u e en t o d a la noche no b a i l a r o n con su m u j e r : don Martin m e n o s , p o r q u e no le dieron tarjeta de entrada para toda la familia compuesta de la mujer, tres hijas, seis tias ya de r e s p e t o , dos chicos i la ñaña de los chicos. Iiai suscriptor que protesta no dar un cuarto si la comisión no rinde previamente una cuenta d o c u m e n t a d a de lo invertido i recibido hasta esa fecha. I p a r a remachar el c l a v o , en todas las tertulias se las ajustan a los comisionados, declarando unánimemente


191 que liai gato encerrado en el negocio i que con la m i tad de los fondos obtenidos cualquiera b a b r i a costeado un baile magnífico, no c o m o el que dieron ellos, que fué la m a y o r indecencia, Después de t o d o esto, si ha de ser uno m i e m b r o de una comisión así, vale mas ser miembro de cualquiera otra c o s a : i en t o d o c a s o , mas quiero ser la víctima, que no el instrumento del espirita de suscripción. (14 de Enero de 1844.)


INVOCACIÓN.

«Salve, tijera mia, j e n i o de mis festivas inspiraciones: despierta de tu sueño m o d o r r a l , sacude la pereza en que vejetas: tu misión no es la del sacerdocio ni la del ejército permanente. Ven a mí, don que recibí del cielo p a r a juguetear contigo a manera que el gato con su cola, el gobierno con sus e m p l e a d o s , los ministros con sus dimisiones, la niña con sus m u ñ e c o s , los mojigatos con Dios i el diablo con los mojigatos. Tú eres a la vez mi refujio i el arma con que alicuando a t a c o ; porque tú, tijera m i a , me fuiste dada c o m o la c o n c h a al galápago i los cuernos a varios vivientes, c o m o el fuero al senador i el anatema al fraile, c o m o la p o c a vergüenza a tantos hombres i la mucha lengua a las mujeres i a t o d o el j e n e r o h u m a n o . « V e n , alma de mi vida de escritor, alma que animas mi p l u m a lo mismo que la plata ministerial las de varios i esclusivamente el interés público las de t o d o s : ven. f a b r i q u e m o s un articulejo para el M E U C U E I O , en cuyas pajinas se ha hecho mas raro un Jotaheche que en nuestros pueblos un beato h o n r a d o , un francés poli o un español no vizcaíno. «Inspírame un asunto inocente, un asunto que no huela ni a humanitario ni socialista, ni a cosa que me


193 deje mucha fama i me saque muchas multas; un asunto, en fin, sin compromisos i sobretodo, sin aehes; sin estas c o n d e nadas que se desgranan de mi pluma tan a pesar mió, como su p r o s c r i p c i ó n fué sancionada a pesar de tantos.» Después de esta corta invocación que nuestros literatos pueden calificar, si quieren, de a n a c r o n i s m o , sin temor de (pie p o r ello c o j a yo una p e s a d u m b r e , hago mi segunda salida a la luz pública. I a imitación de la que de su lugar hizo el Injenioso H i d a l g o , es mi ánimo recorrer, p o r esta v e z , p u e b l o s , c a m p o s , encrucijadas i vericuetos i habérmelas con los mismos d e m o n i o s , si se me presentan p o r delante, aunque tomen la figura de beatos o disciplinantes, de molinos de viento o de escritores p ú b l i c o s ; de esos, cuyas plumas tanto parecen aspas, hinchadas i movidas por el aire (pie c o r r e . . . ( p r e supuestado para el año de 1 8 4 5 : acá para entre nos. lectores mui amados.) Solo m e falta que escojer asunto. I como si se tratase de elejir un diputado por indicación del ministerio, doi mi voto al mas humilde, inofensivo, manso i m a n e j a b l e . . . elijo un infeliz, uno de c a s a . . .

EL

PROVINCIANO.

Ante omnia. ¿ E s el provinciano un animal racional'.-' Punto es éste en q u e , gracias a D i o s , vamos estando todos de a c u e r d o , todos p o r la afirmativa, sin esceptuar al mismo gobierno, que hasta no ha m u c h o , ha tenido al provinciano por un semovente mas digno del j ó n e r o . 'que de la diferencia de la definición del hombre. Sin embargo, n o hai aun sobre este negocio una declaración oficial. Bien es cierto también que si el buen señor ha j u z g a d o de la racionalidad de la especie provinciana por los individuos de ésta que han alcanzado el h o n o r JOTA-ISBCIIE.

13


194 de servirle

de intendentes

o

gobernadores,

diputados

0 senadores, debemos convenir en que serias apariencias le hicieron f o r m a r esta opinion errónea, que hoi parece querer c o n s e r v a r , solo p o r ser consecuente al sistema de conservar cosas m u c h o peores todavía. M a s , al fin, algo se ha hecho. P o r q u e ello no fué una simple opinion, sino t o d o un principio fundamental en esa é p o c a no mui remota, de la cual quedan aun en pié cuatro o seis vivos escombros, a manera de esos pontones viejos i b r o m a dos, que flotan en un rincón del puerto de Valparaiso, 1 (pie bien pueden irse a p i q u e cuando gusten, seguros de que todos les celebraremos el lance. Entre tanto, Dios los confunda, P e r o , es preciso ser francos. Si nadie nos puede disputar a los provincianos la dosis de racionalidad que uos tocara, en el desigual repartimiento que de este don precioso hizo la madre N a t u r a , debemos confesar también q u e , mui diferentemente de los demás hombres, poseemos ciertos instintos o propensiones no para realzar nuestra condición de racionales, sino para aproximarnos a otras razas que, con perdón sea d i c h o , se llaman brutas. Véase, si n ó : L o s provincianos en nuestra villa, c o m o el perro en casa (repito mis escusas), no permitimos que nadie venga a comer, dormir o solazarse; a comprar, vender o negoc i a r ; a enseñar, escribir o disparatar sin mostrarle los dientes, sin gruñirle con los a p o d o s , de estranjero, advenedizo, gringo, intruso, cuy ano, aparecido, etc. Al perro i a nosotros nos parece que nadie puede pisar el suelo que p i s a m o s , b e b e r el agua que bebemos, respirar el aire que respiramos i hacer lo (pie en nuestra villa hacemos, sin cometer una profanación, sin atacar mortalmente nuestros derechos; p o r q u e hai que advertir, de paso, que los derechos que mas apreciamos i que mas


perfectamente c o n o c e m o s son andar, b e b e r , comer i h a cer cuanto hace el p e r r o , i nada más. Gracias a su Divina Majestad, en punto a derechos sociales, no tenemos los provincianos que envidiar ni aun aquella celestial ignorancia de los hombres que soñó Rousseau, cuya feliz condición dio ganas a p a p á Voltaire de echarse, p o r esos bosques, a buscar el Paraíso terrenal, andando en cuatro pies. T a m p o c o nos parece que debe permitirse a los f o rasteros esto de enamorar i casarse con las niñas de nuestro p u e b l o ; calidad que nos asemeja bastante al gallo, aunque no tanto c o m o quisiéramos. ¿ Q u é cosa mas parecida al m i c o que ciertos provincianos V Estos, c o m o el o t r o , todo lo i m i t a n , copian i remedan sacando el único p r o v e c h o de ridiculizarse a sí mismos. ¿ L l e g a un elegante de la capital a nuestra aldea? ¡ M i s e r i c o r d i a ! . . . Si, c o m o es indispensable, trae barbas largas, el provinciano se las d e j a t a m a ñ a s , i no se las peina ni se las lava nunca. Si viste un pantalón escoces, basta para que el m i c o se c u b r a , hasta las uñas, de listas i de c u a d r o s ; c o n lo que le tenemos de de arlequín. Si el elegante es de aquellos que no pueden espresarse sino cultamente, el provinciano recuerda incontinenti ciertas frases i palabras estraordinarias que tiene amalgamadas en la memoria, i hétele ahí hablando prodijios de simplezas. — Permítame usted que le interpele, señor, le dice al elegante en la m e j o r tertulia, ¿Reinciden aun- el señor Toro i el P R O G R E S O en su poli(jamia, sobre el señor Benj/fo? I ¿a cuál de los dos hrlijerantes liaría usted, señor, la durindaina? Un — a m abuela, que murmura, no mui b a j o , el elegante interpelado, es la señal de un coro de carcajadas que algo embarazan al fatuo, p e r o «pie rara vez p r o d u c e n su escarmiento.


196 El provinciano i el b u r r o son los dos seres para 'quienes esclusivarnente fué fabricada la p a c i e n c i a : los únicos a quienes, c o m o dicen, les asienta; i en ambos, tan aprecia-ble virtud está c o m o en su mata. D i g o mas. sin pretender hacer mi e l o j i o ; mas que el b u r r o , somos nosotros para ello. P o r q u e este animalito no tiene, por lo regular, sino un dueño a quien sufrir, un amo (pie le a p a l e e ; i nosotros. ¡Dios de mi v i d a ! ¡cuántos burreros nos echan por d e l a n t e ! . . . Son innumerables. En primera línea tenemos a los ministros, al fisco i a sus amables ajentes de todas jerarquías i taimas. En seguida se nos vienen los intendentes con todas sus lejiones de g o b e r nadores, subdelegados, inspectores i vijilantes, jente toda casualmente sin pero ni tacha. L u e g o nos c o j e n los curas, que nunca dejan de ser unos bellísimos sujetos. Después de misa nos esperan los comandantes de instructores de milicias que también son unas p e r l a s ; i . por líltimo, nos recibe t o d a la morralla que ciñe espada, c o r d ó n o cíngulo puritatis; morralla q u e , siendo para el provinciano lo que los muchachos para el b u r r o , se cree en el derecho de montarle, p u n z a r l e , lacrarle, traerle i t o m a r l e , sin tener que dar cuenta de ello a nadie: inclusa la perra, que la parió. E l provinciano i Mr. IlolJoivaij... P e r o basta parangones, basta de lástimas i vamos adelante.

de

Bien se deja entender que en este corto articulito no trato de describir al provinciano, c o m o quien describe o caracteriza a un individuo. L a especie se halla en nuestro pais tan variada c o m o los climas, i tiene tantas distinciones i diferencias c o m o nuestro suelo pueblos i latitudes. E l i n d o m a b l e , pero n o b l e orgullo, característico del taiquino, nada tiene de común con la anjelical resignación de mis hermanos del Maule, ni con la agreste i habitual servidumbre de las bandadas de inquilinos de Oolchagua.


197 El amable i sans façons c o q u i m b a n o es una castaña al lado de un h u e v o , si se le c o m p a r a con el estirado, ceremonioso i a d o c t o r a d o copiapino. E l chilote fatalista, a quien sorprende engolfado una borrasca i q u e , p o r toda medida de salvación, toma la de amarrarse a su piragua para esperar se cumpla en él la voluntad de D i o s , no parece ni p r ó j i m o del penquisto tesonero, que debe sólo a las maniobras de una heroica constancia, su actual casi emancipación de los espíritus fuertes de sus espiritados mandatarios. N a d a sé, ni de oidas, del v a l d i viano ni del aconcagüino. Ni creo hallarme mas atrasado de estas noticias que cualquiera de mis l e c t o r e s ; p o r q u e ambas provincias suenan tan p o c o , que aquí en C o p i a p ó , por ejemplo, hai quien las pone al otro lado del Estrecho. Puede, sin e m b a r g o , asegurarse a ojos cerrados, que entre sus habitantes i los demás de la república hai diferencias, que coloran diversamente su carácter i c o s tumbres. P e r o , p o r evidentes i muchas que sean estas diverjencias, no es necesario pelear para convenir en que todos los provincianos tenemos cierta maldición, cierto aire de familia que nos traiciona i descubre cuando mas esfuerzos hacemos para disimularlo. Somos c o m o los tomos de una e n c i c l o p e d i a , mui distintos en el f o n d o ; pero iguales en el in folium i en la pasta de las t a p a s : somos como las m u j e r e s , que ninguna se parece a ninguna, aunque en realidad todas son cortadas p o r una tijera: somos un vivo trasunto de los miembros de nuestro g a b i n e t e ; cada cual su o p i n i o n , cada cual sus principios, c a d a cual su presupuesto, cada cual sus d o lamas; pero todos conformes, todos unidos nomine discrepante, en obrar el gran milagro de hacernos felices, d e jando correr la b o l a i viviendo a la b a r t o l a : somos, en ñn, como muchos diaristas, que en cuanto a monjas,


198 finanzas, literatura, Congreso A m e r i c a n o i llevarse en paz unos c o n o t r o s , difieren de t o d o p u n t o ; p e r o que siempre les hallareis de un c o l o r i de acuerdo en que el ministerio es liberal i progresista, c o m o t o d o s estamos de acuerdo con e l l o s , en que serian mui ingratos, si fuesen mas liberales i progresistas que el ministerio. (Vuelta a fuera, cuidado con los bancos, Jotabcclie.) Nos p a r e c e m o s , p u e s , los provincianos en muchas cosas. L a primera i mui principal es la circunstancia casualísima de haber nacido todos en provincia, i no en la c a p i t a l : de aquí parten todas las otras semejanzas i miserias que nos son c o m u n e s , i que nos constituyen responsables in solidum de la carga que llevamos a cuestas. L a s mismas monomanías o enfermedades nos atacan de ordinario. L a fiebre liberal nos devora. I si bien no hai riesgo, en el dia, de que nos la curen haciéndonos m u d a r de temperamento por M e n d o z a , P e r ú , o Juan F e r n a n d e z , m u c h o me temo que los m é d i c o s , con su indolencia cínica, nos dejen morir en el delirio. T a m b i é n nos b a r r e n a n horriblemente el j u i c i o i (esto llaman los ministros fiebre provincial) los celos, la envidia con que miramos esa d e b i d a atención que dispensa el g o b i e r n o a las necesidades de lujo de la capital; c u a n d o nuestras mas vitales, si p o r m u c h o favor son creídas, se consideran irremediables, o no hai atribuciones p a r a ponerlas en cura. De aquí viene la otm fiebre llamada municipal, endémica de los c a b i l d o s ; i es esa majadería de pedir al mismo gobierno fondos p a r a escuelas, iglesias, cárceles, hospitales, caminos i otras bagatelas, que aunque no hacen notable falta d o n d e hai niños que enseñar, reos que guardar, misas que oír i pobres que curar, siempre quieren los pueblos tener estos establecimientos así como


199 tienen d i e z m o s , catastro, derechos de esportacion i de internación, patentes, papel sellado, multas, alcabala de contratos, pólizas, estanco i otras comodidades de este jénero. No hai necesidad de asegurar a mis lectores que ni en sueños he sido j a m a s ministro de estado: ni en sueños se me ha puesto a tiro alguno de ellos p a r a echarle una zancadilla i sucederle. P e r o sin haber practicado el oficio, sé mui bien lo que hai que contestar, p o r medio del intendente r e s p e c t i v o , a un cabildo de p r o vincia que incurre en la Imascria de tocar las puertas de un ministerio p a r a pedir fondos. I c o m o puede suceder que muchos los hayan solicitado i estén esperando c o n testación, les prevengo que esperen en Dios i se contenten con el modelo que voi a trascribir. Dice así: He puesto en conocimiento de S. E. (no ha habido para qué) la solicitud que por conducto de US. lia elevado al gobierno la ilustre municipalidad de... tal parte: i aunque S. E. el presidente la considera justa i digna de la mayor atención, tiene el sentimiento de no acceder a ella por estar agotados los fondos de que puede disponer el gobierno en el presente año. Sin embargo, debe US. asegurar a ese cabildo que su petición será, atendida, con preferencia, así que el gobierno cuente con los medios de proporcionarle el auxilio que tan justamente solicita. — Dios guarde a US. E n cuya confianza queda durmiendo la solicitud i se echa a dormir el c a b i l d o , c o m o es mas que p r o b a b l e que se queden durmiendo los ministros, la lejislatura, los cabildos, los intendentes i su amigo Jotabeclie, dentro de treinta i tantos años, a mas tardar. L a r g a la tendríamos si quisiera yo terminar la tarea de referir los puntos de semejanza, los usos, las simpatías i antipatías que son peculiares a la gran c o m u n i d a d


200 provinciana i q u e hacen de ella una inmensa familia. Entre sus usos enumeraría indefectiblemente el indefectible del mate; injeniosa invención, según m e lo h a asegurado un jesuíta, de dos amantes p a r a g u a y o s , que quisieron valerse de la b o m b i l l a c o m o de un tercero para enviarse sus fragantes e inocentes ó s c u l o s , quizás p o r no p o d e r practicar esta dilijencia, de un m o d o mas satisfactorio. Nosotros los p r o v i n c i a n o s , sin abrigar precisamente la intención de mantener esta correspondencia de besos, conservamos inalterable aquella c o s t u m b r e , no obstante saber c o m o el bendito que en nuestros días han m e j o r a d o todos, todos los gustos menos el gusto a bocas, que ha sufrido una descomposición rcvoltaiite: descomposición muí capaz de acabar con un h o m b r e , si se topa con ella en la punta de una b o m b i l l a : descomposición de tan mal c a r á c t e r , q u e sigue su desarrollo a pesar de los antídotos con q u e la ataca la fecunda i filantrópica industria francesa; d e s c o m p o s i c i ó n , en fin, q u e no la ha de contener ni aun el poderoso líquido deterjcnte, cuyas pasmosas i asquerosas virtudes están anunciadas, en

el

P K O O K E S O , al

público

i a la

R E V I S T A C A T Ó L I C A de

un m o d o eminentemente inmoral i nauseativo. Descansemos, señor lector. Cuando uno escribe o lee c o m p o s i c i o n e s de este j e n e r o se siente la necesidad de c o n c l u i r , así que se haya b o r r a j e a d o o leído cierta estension de papel o cierto número de renglones. Tengo, p o r otra parte, que hacer un viaje a la capital, llevando a mi Provinciano. Allí pienso exhibirle sin cpie le cueste medio a n a d i e ; pero con mi segunda de tentar al ministerio la gana de hacer de él un diputado en las elecciones p r ó x i m a s . Dios m e ayude a [tintarle de manera que los ministros se enamoren de sus aptitudes. (3 de abril de 1845.)


LA

CUARESMA,

T i e m p o delicado i asunto que no deja de s e r l o , si se quiere formar sobre él otra cosa que pláticas d o c t r i nales i sermones. I es gran lástima; p o r q u e darían m a terial p a r a chuscos artículos las costumbres cuaresmales, si fuere dable publicarlos de cuenta i riesgo de algún Ubre; de algún Lamcmwis o de algún . . . qué sé yo c ó m o denominar ya a estos valientes progresistas mis c o n t e m poráneos. P o r q u e quiero que sepáis, carísimos lectores mios, que antes me podriré con los retrógrados a cuyo bando tengo el h o n o r de pertenecer, que consentir en (pie se enmienden frajilidades dominantes esponiendo mi pellejo: en tal caso quédese cada cual c o m o Dios le hizo i yo con la circunspección que me deseo para no caer en tentación en el curso de tan escolloso artículo. Fuera de q u e , dígolo de p a s o , tengo un m o d o de pensar nada común en materia de mejoras i de reformas sociales. Opino que esa carrera de progreso, en que sus ardientes apóstoles nos quieren arrojar cargándonos a la bayoneta, es empresa que al fin llevarán a c a b o , no ellos con su descomedida petulancia, sino los panteones con la calma i tino certero q u e les vemos desplegar al e n gullir instintivamente todos los estorbos. Déjeseles o b r a r


202 a estos establecimientos con la libertad que solo a los médicos les es d a d o ampliar o restrinjir, i de un dia a otro la rejeneracion aparecerá consumada a pedir de b o c a , sin que cueste sangre i sin que nos andemos a mojicones. Desengañaos, misioneros del p r o g r e s o : los panteones i no vosotros liarán el milagro. Mas p o d e r o s o empuje dan ellos a la civilización en una sola t e m p o r a d a de escarlatina, que en un año t o d o s vuestros dramas, diar i o s , poesías, folletines, ortografías i tendencias. Los panteones tiran el carro victoria! de la nueva e r a : v o sotros no sois sino el vulgo que le canta el Hosanna i le r o d e a en su marcha de triunfo. Esa que juzgas tumba de los h o m b r e s Porque en ella reposan sus cenizas. Es la cuna sagrada donde empieza A renacer el mundo a mejor vida.

Cojiendo ahora mi asunto, la cuaresma es la conm e m o r a c i ó n de una é p o c a en que la humanidad vio desarrollarse un suceso tan estupendo c o m o la misma creac i ó n : es un r e c u e r d o de un tiempo en que Dios peregrinó sobre la tierra, asegurando a los hombres su bienaventuranza c o n solo sujetarse a este sencillo p r e c e p t o : amaos i perdonaos. P e r o no me s e n t a r í a , a mí, Jotabeche, tratar este negocio p o r aspecto tan serio, aun cuando para ello las fuerzas m e a l c a n z a r a n , que lo niego p o r supuesto. Y o voi no mas que a echar una ojeada sobre la cuaresma de mi p u e b l o ; voi a escribir algunas observaciones hechas en estos dias en q u e , para parecer cristianos, declaramos esa especie de guerra a nuestros amigos mundo, demonio i carne, i abrimos contra ellos hostilidades semejantes a las que nuestro g o b i e r n o sostiene con el de las provincias arjentinas, no permitiendo entre ambos países otra especie de c o m e r c i o que el c o n t r a b a n d o .


208 Se ha dicho que el m u n d o es una c o m e d i a : eso m i s mo digo y o . Pero esta analojia no la encuentro en que la vida del mundo sea un buen r a t o , sino en que, cual mas cual menos, todos representamos lo que no somos, o somos lo que no representamos. I estoi en el p e c a d o de creer que la cuaresma de mi t i e m p o nos hace ser mas c o m e d i a n t e s , mas actores que el resto de los dias del año. ( D e c l a r o , p o r lo que pueda convenirme, que en lo dicho i p o r decir hai lo de muchas honrosas escepciones entre las que cuento a todos mis lectores, sin distinción de estado, e d a d , ni sexo. Me he propuesto esta vez marchar con la sonda en la mano.) Sonó la última hora de los ruidosos dias del carnaval: pasaron esas noches cuya locura tradicional forma desde muchos siglos h a , una costumbre venerada, una prenda de familia que conservan i h e r e d a n , unas de otras, las jeneraciones de la cristiandad. ¿ Q u é viene en pos de tan deliciosa b a t a h o l a ? Un contraste que sorprende lo mismo (pie una muerte repentina. Al rocío oloroso (pie el enamorado derrama sobre el pecho de su bella, sucede la ceniza que el sacerdote esparce sobre sus humilladas c a b e z a s ; a la armonía de las orquestas, las llamadas del c a m p a n a r i o ; a una grata ociosidad, las tareas del c o l e j i o ; a las declaraciones de a m o r , la c o n fesión auricular; al brillo de los t e a t r o s , la m u d a o p a cidad de los suspiros de ternura, los zollipos del a r r e pentimiento; a los regalos de la g u l a , las indijestas colaciones; al camino en fin, sembrado de falsas rosas, otro sembrado de verdaderas espinas. E l orgulloso m a n datario aparece de penitente, el ladrón se convierte en hombre h o n r a d o , el agresor satisface el agravio que hizo, la m o d a m e j o r r e c i b i d a es un e s c á n d a l o , el baile un abominable p e c a d e r o , un sermón bueno o malo la cosa mas linda i hasta las hermosas hijas de Eva dejan de


204 ser lo que s o n , i dejeneran en sarmientos secos de la viña de Cristo. E l fuerte del teatro m o d e r n o es ofrecer una contraposición así en sus cuadros escenarios. E s v e r d a d que el buen gusto, el gran tono, la nueva escuela, el progreso, la libertad i demás falanjes arrianas i satánicas del siglo diez i nueve han puesto en miserable estado la cuaresma c o m o todas las costumbres e instituciones llegadas a nuestros dias, después de haber recibido el h o m e n a j e de muchos siglos sucesivos; pero esta novedad no es una m o n e d a corriente, es un secreto en que todos estamos i que nos lo decimos a la oreja, de m i e d o que nos oigan las paredes. Mientras tanto, sigue la guerra a los enemigos del a l m a , confiada a la p ú b l i c a d i p l o m a c i a ; se la hacemos a ellos en c a m b i o de de no tener que hacérnosla nosotros mismos, lo que nos atraería bien desagradables inconvenientes: a mas de que t o d a la p ó l v o r a que gastamos contra el i n u n d o , el demonio i la c a r n e , se reduce a un cumplimiento con la iglesia, i ya todos sabemos lo que importa, un cumplimiento. X o es, p o r c i e r t o , mi intención predicar a mi auditorio una mas sincera observancia del a y u n o , flagelaciones i penitencia de la santa c u a r e s m a : p o r q u e soi de opinión (muchos predicadores no están de acuerdo conmigo en este p u n t o ) que en tal caso habría yo de empezar p o r a y u n a r , flagelarme i p e n i t e n c i a r m e : i desgraciadamente ¡ p e c a d o r de m í ! no m e siento en la disposición de dar tan b u e n ejemplo. C o n o z c o , sí, que es una o b r a bastante meritoria la, mortificación de nuestra i n d o m a b l e c a r n e , del mismo m o d o que don José Rivera Indarte c o n o c e q u e en una obra santa matar a llosas; pero ni yo me resuelvo a sufrir que mi barriga ande pegada al espinazo en satisfacción de los no indiferentes carguillos <pie me, hormiguean en el c u e r p o , ni dicho


205 señor don José Rivera Indarte se ha de resolver t a m p o c o a matar a don Juan Manuel a trueque de ganar i n d u l gencias i de q u e . ipso facto, le canonicen. ¡ E n cuántas anomalías nos hace incurrir nuestra flaqueza! Si algún lector h a llegado hasta aquí sin fastidiarse tanto c o m o si leyera un artículo sobre ortografía a m e ricana, t o m e su cruz i sígame: ando a la pesca de algunos caracteres cuaresmales. V e d ahí ese grupo de jóvenes d e s p r e o c u p a d o s , aspirantes a la reputación de progresistas. Salen del café donde han c o m i d o de carne p o r q u e en casa acostumbran los viejos c o m e r de viernes. Entran ahora a la iglesia i todavía van echando pestes contra el ayuno. Paseándose sons façons p o r las naves del santuario, su b o c a va llena de risa burlona, causales estrañeza cuanto ven, como si fuese t o d o muí nuevo para ellos; i escudriñan con ojos femeninos la concurrencia femenina, ni mas ni menos que cuando quieren elejir compañera p a r a c o n t r a danza. No faltan nunca a las procesiones i maitines; pero siempre colocados en observación, afirmados sobre el espaldar de un escaño, mirando de mampuesto las convertidas Magdalenas o siguiendo en amateurs con pies, manos i c a b e z a , el compas de los cantos eclesiásticos. La única ceremonia relijiosa en que los novicios del progreso toman parte es la de las tinieblas, p o r darse el placer de tumbar un atril o un confesonario sobre el p o b r e devoto que se está en un rincón entregado a profundas meditaciones. ¿ H a i algún predicador en campaña V Id i tendréis entendido para vuestro gobierno que el mundo, primer enemigo de nuestras almas, es el corsé, es la resbalosa, es la manga l a r g a , el peinado así i el escote asá. Sabréis c ó m o el enemigo demonio no es el d i a b l o , sino los


20i; futres herejes, impíos, ateos, iconoclastas, etcétera, i c o m o el enemigo carne no es otro que las escandalosas mujeres, en las cuales sacia el o r a d o r su indignación evanjélica. L a celestial doctrina del Crucificado se halla reducida, según el santo v a r ó n , a no asistir a los bailes, ni al t e a t r o , ni al p a s e o , ni a las tertulias, ni a las fiestas p r o f a n a s , ni a parte ulguna que no sea la iglesia, sus incidencias i dependencias. D e m o d o que no sacamos del sermón sino la consoladora noticia de que, fuera de los umbrales de los t e m p l o s , no hai a donde volver los ojos, ni donde estarse p a r a d o o sentado sin cometer qué sé yo cuántos p e c a d o s mortales. ¿ S e pone otro ministro a esplicar al p u e b l o los m a n damientos del D e c á l o g o ? L o hace b a j o el decente supuesto de que en t o d o su auditorio no hai uno ni una (pie no infrinja, p o r c o s t u m b r e , los diez cabales. I no presumiendo que en este siglo de maldad haya quien no pierda la inocencia al primer destello de la r a z ó n , abre un curso p ú b l i c o sobre la teoría del p e c a d o , donde van a satisfacerse mil curiosidades infantiles, para dar lugar a que nazcan otras m u c h o mas serias. P o r eso, al salir de una de estas funciones, dicen algunas j ó v e n e s : tan buen predicador! cjité claridad para esplicar se! I en efecto, ha desarrollado su asunto c o m o el profesor mas intelijente; aunque, para que le c o m p r e n d a el v u l g o , no se ha n o t a d o en su lenguaje m u c h a pureza, que digamos. Así como hai hombres que t o d o el año son buenos p o r el a m o r de Dios, así los hai que solo en la cuaresma son menos m a l o s ; porque entonces mas que nunca temen al d i a b l o , de cuya existencia, por fortuna de la sociedad, no tienen la menor duda. P o r q u e eso de existir Dios i gloria, les importaría, cuatro b l e d o s , sino hubiese en la, eternidad un infierno con sus hornillas ardientes, tenazas caldeadas i plomos derretidos. Para


207 éstos la confesión no es mas que un medio mui baratode desocupar la c o n c i e n c i a , bien así como quien alista una b o d e g a para volver a llenarla de carga. Ahí sale de la iglesia uno de estos buenos cristianos, es D . , . . como queráis l l a m a r l e , que acaba de r e c o n c i liarse con Dios i que con mejores ganas se prepara a pelear con todos sus p r ó j i m o s . Todavía viene santiguándose con agua bendita i salpicando con ella a su r e d e d o r para espantar a Satanás, cuya fantasma lleva sin cesar en su imaginación. Un mendigo le pide al paso su l i mosna: — Perdone por amor de Dios, i sigue adelante murmurando entre dientes la palabra holgazán. Mas lejos le encuentra un fraile, de esos que dan caza diariamente a los bienhechores del c o n v e n t o : ahora sí que su corazón se derrite c o m o una m a n t e q u i l l a ; ahora sí q u e no ve holgazanería i se apresura a dar la m e j o r moneda, que lleva en el bolsillo i a ganar gracias, besando del santo hábito t o d o lo que se pone a tiro de sus manos i de su b o c a , E l hipócrita se empeña en persuadirse que alcanza con ello la remisión del crimen que mas le remuerde. Prosigue su c a m i n o : el cartero que le b u s caba, le entrega una c a r t a ; el buen cristiano la coje i paga el porte con una peseta falsa. Entra a casa: un criado le pide sus cuentas, i a punta-pies i a garrotazos le hace tomar el portante. Así pasa t o d o el dia. ¿ S u e na la. oración de la t a r d e ? Vuelta a la iglesia. L e p a rece ipie su conciencia va, tranquila; p e r o , ¿ p o r qué ve a Satanás siempre a su l a d o ? Qué temprano empezó para este miserable el infierno! ¿Seguiré b o s q u e j a n d o , imperfectamente se entiende, los infinitos caracteres cuaresmales que tengo en el tintero o concluiré de una vez mi articulejo? Estoi p o r lo segundo. Nuestra católica sociedad se pone tan suseep-


208 en estos cuarenta d i a s , que hasta de la m u r m u r a c i Ăł n , su ejercicio c o t i d i a n o , hace un p e c a d o i m p e r d o nable. L o que en t o d o el aĂąo es inocente i decoroso, resulta ser en la cuaresma una causa gravĂ­sima. Maldito lo que entiendo de esto; p e r o t a m p o c o entiendo muchas cosas que pasan i me c a l l o , vuelven a pasar i y o torno a callar. tibie

(6 de abril de 1844.)


EL

PROVINCIANO

S A N T I A G O .

El Mahometano tiene que peregrinar una vez en su vida, p o r lo menos, a la sagrada M e c a i visitar los Santos lugares de su creencia i tradiciones. E l pintor e u r o peo no es pintor si no ha visitado las capitales de la Italia i los paisajes de la Suiza. El anticuario, p a r a pasar de la clase de simple aficionado, necesita ir a r o bar algo de las ruinas de Atenas, de los sepulcros de los F a r a o n e s , o hacer viaje al Perú a exhumar momias i rejistrar huacax. E l elegante Santiaguino que no ha ido a Paris a estudiar en su fuente, a ver llenos de vida los tipos de la moda que p o r acá nos llegan l i t o grafiados, debe abandonar toda esperanza de ganar c e l e bridad en su carrera. I cuidado que los que se meten en ésta, rara vez quedan buenos p a r a brillar en otra. Tan indispensable como estas visitas es la que t e n e mos que hacer los provincianos a la capital de la r e pública. E l que no ha p a g a d o este t r i b u t o , sin causa poderosa a estorbarlo, es mirado c o m o un p o b r e h o m b r e , JOTAlíKCui':.

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210 como uno de esos i n d i v i d u o s - m á q u i n a s , que tienen el triste privilejio de no sentir las delicias de la música ni ninguna de las celestes impresiones de lo bello. En efecto, para que lleguen a viejos los provincianos sin haber t o c a d o la necesidad o venídoles el deseo de dejar su aldea e ir a Santiago, es preciso que sus dias hayan trascurrido bien animal i t o n t a m e n t e ; es preciso haber vivido sin saberlo, sin que nunca, permítaseme la espresion, se hayan sorprendido existiendo. Felizmente no tenemos en nuestros pueblos sino uno que otro de estos autómatas; i esos no pertenecen a la é p o c a que recorremos. Son, en realidad, los únicos estranjeros que hai entre nosotros, i el lastre inerte que arrastramos en nuestro gran viaje. L o s j ó v e n e s de provincia, (pie no han sido educados en los colejios de la capital, anhelan visitar ese recinto afortunado, donde una residencia de p o c o s meses les h a de enseñar mas que todos los cursos que han seguido en su p u e b l o ; donde las luces de la civilización, semejantes al Huido resplandeciente del m e d i o d í a , todo lo invaden, t o d o lo trasminan, t o d o lo inundan i a todo dan animación de inagotable vida. No sé si me engañe; pero creo haber descubierto en muchos de mis amigos provincianos que se preparaban a dar, p o r primera vez, una vueltecita p o r Santiago, cierta placentera confianza, no de satisfacer su simple c u r i o s i d a d , sino de aprender algo útil, de adquirir conocimientos que instintivamente echaban de menos i de despejar un tanto el espíritu de esa b r u m a inesplicable en que le vemos envuelto los que le hemos cultivado p o c o . Ellos han visto que este corto p a s e o , este lijero baño de Santiago ha o b r a d o prodi jios en o t r o s : que han vuelto trayéndose, a la vez, graciosas maneras i no p o c o desarollo intelectual, los mismos (pie antes no podian desenredarse de su timidez


211 i encojimiento h a b i t u a l e s ; timidez i encojimiento que, sea dicho de p a s o , si una fatalidad ha sancionado y a como característicos del provinciano, casi nunca p r u e b a n un mal i r r e m e d i a b l e , casi siempre no son sino un g r o sero capullo dentro del cual se hallan los jérmenes de muí preciosos talentos. [Sirva esto de consuelo a quien le plazca, i vamos adelante.] No le busquéis un tipo a mi v i a j e r o ; p o r q u e declaro (pie no le tiene. Es un sai gcneris que yo he creado. No es ni chilote, ni p e n q u i s t o , ni m a u l i n o , ni coquinib a n o : no h a nacido en ningún lugar de ninguna de nuestras provincias. I si hai maliciosos que se lo achaquen a cualquiera de ellas, puede esta protestarle, diciendo lo que Quevedo del hijo q u e , una v e z , quisieron c o l garle. Con lo cual será cosa sabida que la criatura es aborto m i ó ; pero que todas han contribuido a formarle. Va de cuento. Es una noche de ansiedad i de i n somnio, la última que pasa el provinciano en su camino a la capital. E l dia siguiente va a ser un dia de a c o n tecimientos, de pasmos i grandes n o v e d a d e s , cuya sola imajinaria previsión empieza a aturdirle i agobiarle. L e sucede lo (pie a todos, que al aproximarse la realización de lo (pie mas ardientemente hemos d e s e a d o , se nos ahogan el corazón i el alma en sofocaciones mortales. ¡Malditos e n g o r r o s , ellos nos confiscan la mitad de la dicha, ellos nos arrebatan la ocasión de saborearla desde que, a la distancia, la vemos venir p o r nuestro l a d o ! Un minuto antes de o i r , p o r primera v e z , cantar a la señorita llossi mi c o r a z ó n parecía inflamado i latía b o rrascosamente: cuando ella empezó yo estaba casi a c c i dentado. La primera impresión que recibe nuestro viajero, al acercarse a Santiago, es la aparición lejana de sus b l a n 14 *


cas t o r r e s , descollando sobre una mancha confusa de objetos que no alcanza a distinguir la simple vista. Col o c a d a , c o m o está, nuestra ciudad reina al pié de los A n d e s , con cuyas alterosas moles forma un humilde contraste la elevación pigmea de sus alamedas i de sus mas soberbios edificios; no permitiendo la llanura que la r o d e a , que desde lejos p u e d a uno contemplar su vasta ostensión, el conjunto simétrico de sus divisiones i la variedad de sus pintorescas l o c a l i d a d e s , el provinciano se a p r o x i m a a ella desprevenido, no p r e p a r a d o para recorrer sus interminables calles, para soportar sin aturdirse la sucesión de tan estrañas escenas i para no suc u m b i r al ruido i batahola de aquel gritón i alborotado j entio. E m b e b i d a su atención en la m u c h e d u m b r e de viaj e r o s de todas clases que alcanza o encuentra por los callejones donde se ha m e t i d o , penetra de repente en los suburbios de la c i u d a d , en esos hormigueros de dem o c r a c i a , que, siempre en gresca i algazaza, ofrecen de ordinario a las puertas de la capital, las mismas babeles dominicales de los campos de p r o v i n c i a , en que tienen lugar las partidas de chueca o las carreras de caballos. A c o s t u m b r a d o el provinciano al y e r m o de las calles de su v i l l a , al silencio de media n o c h e que al medio dia reina en todas ellas, su estrañeza es indefinible cuando llega, p o r ejemplo, al conventillo, i se ve rodeado de su tremendo tumulto, de su hacina impenetrable de bestias i carretas, de hembras i m a c h o s , de cuadrúpedos i b í p e d o s que le obstruyen el p a s o , le tiran el p o n c h o , le animan el c a b a l l o , le g r i t a n . le saludan a dios ñor quien — cómo quedó su ñaña — a cómo las lunas— dónde dejó la tropa; haciendo en fin, otras mil diabluras que siempre tienen a mano para conseguir que


213 se alborote el caballo i que el jinete se vea en a m a rillos afanes antes de sosegarle i traerle al buen camino. Infeliz de nuestro amigo si, p o r no agarrarse lo suficiente, viene a tierra al ruido i chifiadera de aquella turba beduina, que aplaude el p o r r a z o lo mismo que si fuese un lance de equitación nunca visto. T o d o s entonces se le van encima a f a v o r e c e r l e , levantarle i sacudirle: en un dos p o r t r e s , le dejan al p o b r e , aliviado, no precisamente del d o l o r de sus contusiones, sino del peso de su b o l s i l l o , de sus espuelas, de su s o m b r e r o , amen de varias piezas de la m o n t u r a , q u e , c o m o l o demás, desaparecen p o r encanto entre esta j e n t e h o n radísima. I luego si el vijilante se presenta en la escena i e m pieza a averiguar lo que ha m o t i v a d o aquel escándalo, suele pasar adelante la aventura. — « M i r e usted, vijilante, esclama el p r o v i n c i a n o , estos picaros me han salteado. H a g a usted que p a r e z can mi s o m b r e r o , mi dinero . . . » — «¡Miente!»

gritan cien v o c e s a la vez.

— « N o le crea usted, ño J u a n , » dice u n o . — «No

traía s o m b r e r o ; »

asegura el mismo

que

lo

está acariciando b a j o el p o n c h o . — « ¿ Q u i e r e que le d i g a , ño J u a n ? lo que h u b o fué <pie el hombre venia galopando i tropezó el caballo i . . . yo no vicie mas.» El vijilante, que antes de serlo ha tenido que pasar indispensablemente por la escala de espantador de c a ballos i desuudador de caídos caballeros sabe por espeí'iencia que negocios como el que se ventila, son otro nudo gordiano sin mas solución que la consabida. Así, pues, p r o c l a m a n d o en alta voz la lei marcial, o lo que


214 es lo m i s i n o , notificando que p r o c e d e r á a resolver el p r o b l e m a del susodicho n u d o , si no se disuelve el tum u l t o , todos se hacen azogue p o r aquellas madrigueras, menos el p r o v i n c i a n o , que todavía tiene que sufrir una peluca p o r h a b e r galopado a caballo, en contravención de las ordenanzas municipales. — No el cobro a usted la multa, le dice el juez ecuestre, porepue veo que usted es del campo. — Huchas gracias, contesta a este cumplido nuestro p a i s a n o , i coje su camino con Dios i esta primera lección de m u n d o recibida, P e r o supongámosle a l o j a d o ya en una de esas casasomnibus de las inmediaciones de la alameda, cuyos dueños tienen a bien llamar posadas, i que, si ellos no me l o tienen a m a l , yo llamaré ratoneras. Sí, señor: tan ratoneras c o m o las que en Peñaflor ha fabricado el amable don P e d r o V a l e n z u e l a , para que se aniden de noche los petimetres de S a n t i a g o , q u e , p o r economía, van a pasar en aquel Edén la buona vita i el verano. S u p o n g a m o s , repito, a nuestro viajero h o s p e d a d o en una de esas casas, que están a la disposición de los provincianos i que p o r su aspecto en j e n e r a l , parecen hechas a propósito para la aclimatación de sus huéspedes; es decir, para que no tengan que estrañar sus habitaciones natales. Cuatro paredes cubiertas de letreros i jeroglíficos, un techo con cielo raso de telañaras, colgaduras de lo m i s m o , piso de suelo c o l o r p l o m o i el t o d o con olor a inmediaciones de c o c i n a ; una mesa mas que coja, un catre de madera r e z o n g ó n i rechinante i dos sillas indíjenas: hé ahí el menaje que se p r o p o r c i o n a en Santiago un provinciano n e t o , quizás p o r no tener el instinto de buscar otros mejores. Si a estos muebles añadís la carga de baúles i la montura, que también se coloca dentro para evitar que los perros trunquen sus cueros i c o r r e a j e s , tendréis el total de c o m o d i d a d e s de que se


215 rodea el huésped, res b o c a .

para creerse establecido a qué q u i e -

E n este sitio pasa la primera noche. Después de confiar a su almohada ese vago sentimiento de tristeza cpie se a p o d e r a de nosotros cuando recien llegamos a un punto, d o n d e nada nos pertenece, donde t o d o no es desconocido, h o m b r e s i clima, objetos i costumbres, el p r o v i n ciano se queda, c o m o un ánjel, profundamente d o r m i d o . Pero vencida la fuerza del primer s u e ñ o , una pesadilla horrenda le a c o m e t e , los rotos del Conventillo le asaltan, le cojen, arañan, rasguñan, punzan i desuellan v i v o ; i él no puede ni dar v o c e s , ni p e d i r s o c o r r o , ni desasirse de aquel enjambre de verdugos. L a r g o tiempo pasa poseido de estas fantásticas angustias; larga es i furibunda la batalla que sostiene con los agresores, hasta que, al fin, consigue despertar i se siente devorado p o r una fiebre horrible. Salta de la c a m a ; enciende l u z , i se coiuvence de que siempre la mentira es hija de algo. Los bichos del catre i no los del Conventillo son los que acaban de darle tormento. Escusado es decir que el madrugón de nuestro amigo tiene, con tan p o d e r o s o m o t i v o , su si es no es de trasnochada. Cuando Dios echa sus luces, ya él se ha echado al cuerpo ele d o c e mates para arriba i el duplo de cigarros p o r lo menos. Concluido lo cual se afeita i p r e para para salir a curiosear, mientras llegan horas a d e cuadas a lo que se p r o p o n e hacer o cumplir. Grandes, espesas i alborotadas patillas que sirven de marco a una cara rechoncha i tostada; dos cuellos largos, p u n t i a g u d o s , d o b l a d o s h o r i z o n t a l m e n t e , f o r m a n d o una peaña sobre la cual descansa toda la c a b e z a ; c o r batín de t e r c i o p e l o ; chaleco vistoso por cuya abertura se ostentan la calada camisola i su vivo color rosa, los


216 botones de brillo i las puntas b o r d a d a s de los suspens o r e s ; pantalón con peales de tobillo a t o b i l l o ; botas de alto t a c o i bulliciosas; fraque de arrugados faldones i cuya hechura p r u e b a que el sastre se empeñó no p o c o en imitar la m o d a q u e , seis meses h á , apareció en la p r o v i n c i a ; sombrero negro de f e l p a , cargado pretenciosamente sobre la o r e j a d e r e c h a , guantes enormes como p a r a manos c r e c e d o r a s , hé ahí la decencia con que el provinciano suele exhibirse, p o c o después de amanecer, p o r las calles de Santiago. Entre chanzas i veras le han repetido mui amenudo, antes de partir de c a s a , la amonestación siguiente: « C u i d a d o , a m i g o ; no vaya Ud. a quedarse con la b o c a de par en par, al ver esas maravillas; mire Ud. que le t o m a r á n , e n t o n c e s , p o r un huaso.» D e m o d o q u e , al echarse p o r las calles de la capital, a lo que mas atiende es a su b o c a , temiendo que algún descuido le deje en un insubsanable descubierto. T o d o le p a s m a , todo le a d m i r a ; la c o n c u r r e n c i a , el b u l l i c i o , las lindas casas, los nobles edificios, las elevadas t o r r e s , las vastas alam e d a s , las buenas m o z a s , t o d o en fin es nuevo i sorprendente para nuestro recien l l e g a d o ; p e r o creyendo de conveniencia i de buen t o n o no dispensar a nada atención a l g u n a , lleva pintadas en su cara i talante gran indiferencia, m u c h a seriedad i t o d o el tufo oficial del j u e z de primera instancia de su tierra. E n la m a y o r parte de los p u e b l o s de provincia la vista de una cara nueva es una fiesta que hace furor, i a l b o r o t a a las jentes lo mismo que a la aristocracia de Santiago, la aparición en sus salones de algún conde o marques verdadero o a p ó c r i f o . Nuestro provinciano, p u e s , r e c o r d a n d o lo que pasa en su p u e b l o con las caras nuevas, m a r c h a con la aprensión de que la suya es también mui notable en las calles de la capital i de que


217 cuantos la encuentran, querrán tener el honor de c o n o cerla i el gusto de saber de dónde ha llegado. P o r eso el enfrentaros os fija la vista c o m o para averiguar l o que pensáis de su p e r s o n a ; p o r e s o , a fin de pareceros bien, va tan encolado i con t o d o el aire rpie estudiosamente se da el que se a c o m o d a p a r a que le retraten; por eso, queriendo conquistar simpatías, le veréis saludar i gastar los cumplidos de pase. Ud. — gracias — no se incomode Ud.— con los que van i vienen, sin que le hagan maldito el caso i sin darle muchas veces otra contestación que la de vaga Ud. a un demonio. Eso sí, con los rotos no capitula j a m a s . Siempre anda disputándoles la v e r e d a , arrojándoles al medio de la calle i apostrofándoles de canallas i ladrones: hasta ipie en una de esas se c o m p l o t a n tres o c u a t r o ; le c a r gan, le sumen la b o y a ; le dicen cJiillanejo brido o colchagüiuo bestia, i se q u e d a nuestro amigo con una segunda lección de m u n d o , para no olvidarla mientras ande r o d a n d o tierras. En este dia recorre muchas calles, se acerca a muchas iglesias i c o n o c e de vista una infinidad de o b j e tos, de cuya celebridad ha oido varias veces ocuparse a los vecinos de su villa. Visita el edificio de la C o m pañía, al q u e , no p u d i e n d o los clérigos estender p o r ningún l a d o , le están elevando hacia el cielo c o m o quien guia una añosa enredadera de flor de la pasión o de suspiros. T a m b i é n ve las antiguas A d u a n a i M o n e d a ; cosas q u e , según p a r e c e , se están refaccionando p a r a (pie sean la espresion tipo de nuestro p r o g r e s o : lo nuevo remendando lo v i e j o ; lo viejo apuntalado p o r lo n u e v o : con lo cual se conserva i perpetúa la p o l i l l a , lo mismo que si diariamente recibiese las bendiciones del cielo. Todo es p r o g r e s o . ¡Viva el p r o g r e s o !


218 Al dia siguiente se dirige el provinciano al Instituto N a c i o n a l , donde tiene un p r i m o hermano para quien trae varias cosas en efectivo i m u c h o s recados de toda la parentela. E l p o r t e r o le d i c e : pase Ud., siga esc corredor i pregunte por ahí. Sigue el c o r r e d o r , pregunta i un colegial dice que el tal su p r i m o vive en el patio de allá atrás. Pónese a proseguir el nuevo d e r r o t e r r o : entra en nuevas averiguaciones, i otro buena alhaja le señala una puerta a b i e r t a , p o r la cual penetra el p r o v i n c i a n o , que anda ya medio c o r r i d o , i se encuentra en un salón con cuarenta o cincuenta n i ñ o s , en clase; los cuales no bien divisan aquella exótica figura, que echan a reir a pierna suelta. Sale de aquí con viento f r e s c o , i hai todavía inhumanos que le hacen meterse en el c o m e d o r i en la capilla. E l l o es que no da con el primo a quien busca, sino después que le han metido donde se les ha a n t o j a d o , c o m o al que se da p o r vencido en el j u e g o de adivinanzas, o c o m o al que hacen ir, volver, andar i tornar en el otro de los huevos. Se despide del pariente i de la casa, dando un abrazo al primero i echando su cordial maldición a todos los demás que viven en la segunda, Una vez en la calle, toma p o r la que va a la plaza de la Independencia, cuya p i l a , portales, p a l a c i o s , catedral i casa de correos le han r e c o m e n d a d o estraordinariamente. P e r o el diablo le lleva de la mano. P o r mirar en su camino la inmensidad de chiches de una j o y e r í a francesa, no ve la cascara de melón que unos muchachos han a c o m o d a d o en la v e r e d a : pisa la t r a m p a , carga el c u e r p o , i el resbal ó n es tan grande, c o m o la caida ruidosa, la befa brutal i t r e m e n d a : — allá va eso — casi había caído — venga, lo levantaré; i mil carcajadas de demonios son el único eco que encuentra la descomunal i provinciana costalada.


219 A n d a n d o los dias, llega uno en que mi querido p a i sano va p o r una de las otras calles, c o m o quien dice, sin destino ni concierto. V e venir de frente un h o m b r e ; cree r e c o n o c e r l e , i en e f e c t o , es Don Pedro; el apreciable Santinguino q u e , en la primavera ú l t i m a , anduvo c o m p r a n d o bueyes en la provincia de nuestro a m i g o ; el mismo q u e , en su casa, fué h o s p e d a d o , servido, celebrado como un padre c o m e n d a d o r , no p o r recomendaciones ni por plata sino p o r q u e era forastero i parecía un buen sujeto. ¡Qué encuentro! A l ñu tengo un a m i g o , dice para sí el provinciano. I lleno de alegría, con la mano i brazos estendidos i paso apresurado, se dirije al b i e n venido huésped de la casa de su padre. E l Santiaguino ha r e c o n o c i d o también al huuso; el buen tono no permite ser grato a los servicios recibidos en p r o v i n c i a ; t a m p o c o seria bien visto que en una calle pública se parase él a hablar c o n aquél hombre: t o d o lo cual considerado, hace su excelencia c o m o que mira hacia atrás i pasa r o zándose c o n el recién l l e g a d o , sin atender al espresivo ¡Señor Don Pedro! que este lanza poseído de su i n d e finible a l b o r o z o . U n chasco tan inesperado es para m i amigo una lección fecunda i preciosa. Desde este instante, el resentimiento anima su coraje i le entona de manera que empieza a brillar en su frente cierto airecilio de dignidad n o traído de su tierra. ¡Bribón, dice pasada su sorpesa, edgnn el i a volverás a comprar bueyes! De este linaje son las caídas i chambonadas en q u e suele incurrir un hijo de las provincias, que p o r primera vez llega, a Santiago. N o hai paso q u e dé, palabra que pronuncie, r o p a que vista, ni j e n e r o de cosa en que se meta que no sea p a r a su r u i n a , que no promueva la burla i la risa de cuantos c o n él topan. P o r eso y o aconsejaría al provinciano que su primera dilijencia, así que se encuentra en la capital, sea de ponerse en r i g o -


220 rosa cuarentena, no haciendo su entrada en aquel mundo sino después de pasar este p e r í o d o de maldición, mas o menos l a r g o , según el carácter i antecedentes del individuo. P o r q u e , al fin, es cierto que el tal p e r í o d o tiene término. Si el recién llegado hace conocimiento con alguna de esas excelentes familias que abundan en Santiago, debe a ella sus primeras reformas. L a s niñas de la c a s a , que no pueden ver una b u e n a talla cubierta con un feo v e s t i d o , se interesan en el arreglo de aquel personal p a r a p o d e r tomar su brazo sin peligro de que p o r ahí señalen la p a r e j a con el d e d o . I b a j o la franqueza que desde l u e g o inspira esa especie de inferioridad social en que se halla t o d o neófito, le advierten: hoi, que ya no se usa la camisa b o r d a d a ; m a ñ a n a , que ese frac es espantoso i los pantalones i chaleco malditamente c o r t a d o s : después, que la cabeza i patillas necesitan ir a la p e l u q u e r í a , e insensiblemente obran tal revolución en el alumno, que al c a b o de p o c o tiempo, parece otro i es ya digno de hacer cualquier papel al lado de sus amables protectoras. E l primero (pie se le encarga es, p o r lo regular, de sustituto, auxiliar o suplefaltas. Sus méritos suelen o nó elevarle al desempeño en propiedad de algún empleo.


¡QUIEN TE

VIO

Y

QUIEN

TE

YE!

P o c o s pueblos habrán obtenido una infancia tan larga i mas parecida a la decrepitud que la villa de San Francisco de la Selva, hoi ciudad de C o p i a p ó , capital de la provincia de Atacama. P e r o también es cierto, (pie mui p o c o s harán un progreso mas r á p i d o i mas a vista de o j o , que el que en estos últimos años le ha venido la gana de recorrer a nuestro amado rincón. Se puede decir de él lo que del niño, que de repente sufre un jigantesco d e s a r r o l l o : se le ve crecer. T o d o s aquellos de mis paisanos, que no quieran hacerse criaturitas de ayer, recordarán lo que era esto, treinta, cuarenta o cincuenta años ha, Un asiento de minas con sus cinco o seis trapiches de oro o p l a t a ; i este oro o plata el único aliciente que allá p o r la muerte de un obispo, solia atraer a algún especulador valiente, c o m o el que en nuestros dias lleva sus añiles i chaquiras mui al interior de las tierras de A r a u c o . Los algarrobos, chañares i dadines no solo dividian las propiedades unas de otras, sino que sombreaban las


222 habitaciones e invadían los patios i aceras de las calles. En la plaza principal crecían, según es fama, estas plantas indíjenas en la misma paz i libertad que antes que D i e g o de A l m a g r o viniese desde el Perú a a l b o r o t a r este entonces silencioso valle. Un subdelegado de los reyes católicos g o b e r n a b a en t o d a la jurisdicción de C o p i a p ó , precisamente como gobiernan hoi en Chañarcillo i San Antonio los subdelegados de la repíiblica; me esplicaré: tenían el encargo de hacer el b i e n , dejándoles al mismo tiempo todo el p o d e r , facultades i inultas ¡ J a r a o b r a r , si querían, el mal. Así es, que siempre era un favor especial i una merced recibida, esto de que no le ahorcaran a usted el dia que usted menos se lo esperase. El p u e b l o semejaba entonces a un vasto monasterio de ambos sexos, que vivía, comia i dormía a golpe de campana. De m a d r u g a d a les llamaba a misa el c u r a : a las d o c e del dia, t o c a b a la agonía do las ollas el sacristán: a l a o r a c i ó n , vuelta a sonar la. campana para que todos fuesen a bostezar en la leyenda, i distribución; i mas tarde, a eso de las diez, se tocaba la queda, hora en que el subdelegado m a n d a b a a su jente que se acostase a domir i apagase las luces; so pena de ocho días de trcdntjo en el cuartel o multa de tantos pesos. Entonces todos sabían que los pesos eran para el s u b d e l e g a d o : hoi nadie p u e d e j u r a r que conoza, a punto fijo, el abismo d o n d e van a parar. En aquel tiempo, solo había algunos ricos i un hormiguero de p o b r e s , tan pobres c o m o A d á n . L o s primeros formaban la corte del s u b d e l e g a d o : todos eran alféreces reales, maestres de c a m p o i c o m p a d r e s del mandatario, única c o n d e c o r a c i ó n que hasta hoi se conserva con sus preeminencias i p r o p i n a s : las otras han vuelto a lo que eran, se han vuelto humo.


El solo asunto c o n o c i d o entonces p o r de ínteres público i que alcanzaba a c o n m o v e r la c o m u n i d a d estraordinariamente, parece haber sido el turno de aguas. H u b o autoridad apedreada p o r el p u e b l o , a consecuencia de haberlas distribuido favoreciendo a los r i c o s ; i h u b o otra que habiéndolas repartido no al gusto de éstos, necesitó de atacarles con el pueblo hasta incendiar sus sementeras, p a r a plantear la reforma. No se conocia otra policia que la mui inquisitorial ejercida p o r el cura de la p a r r o q u i a ; cuyas atribuciones no se limitaban a casarle a usted contra su voluntad, sino que también le metia a usted a la cárcel o le desterraba a usted del redil con una escomunion m a y o r , cuyos olores pasaban a sus descendientes. L o s comendadores de la Merced i guardianes de San Francisco constituían otro p o d e r terrible. De consiguiente, encompadrarse con ellos, se tenia p o r el gran h o n o r de aquel e n t o n c e s ; recibir sus visitas, p o r una bendición de Dios, i no caerles en g r a c i a , p o r el c o n j u r o , por la p i e dra, mas pesada que p o d í a aplastar a un individuo. Las reuniones de familia p o c o se usaban p o r la noche i solo c u a n d o ocurría un casamiento, un óleo u otro motivo de r e g o c i j o , armábanse algunos saragüetes. E l minuet ejecutado p o r la primera notabilidad femenina, regularmente no la m e j o r moza, abría la sesión; después de lo cual todas las demás tenían permiso para salir, a su vez, a dar ese paseo d o n a i r o s o , esa exhibición de gracias i de belleza a que se halla reducida esta magnífica antigualla. L a etiqueta de romper el baile con un minuet aquella que se consideraba reina del estrado, fué p o r largo tiempo, un motivo de querellas i quejas contra las preferencias. P e r o después se estableció que esta p r e r o gativa la tendría precisamente la mas entrada en a ñ o s ;


224 c o n lo que h u b o vez que ninguna quiso recibir tan disputados honores. En todos tiempos la mujer ha sido incomprensible. El ajuar de la pieza principal de una casa consistía en un largo t a r i m o n , con una a l f o m b r a p o r encima i una madriguera de ratones p o r d e b a j o : sobre el tarimon i a lo largo de la muralla, una ñla de cojinillos semimoriscos con espaldares de zaraza o zagalejo, a guisa de colgaduras. Este era el asiento esclusivo de las damas, i ningún h o m b r e , que no fuese fraile de campanillas, p o d í a profanar aquel sagrado. E n una de las cabeceras del estrado se arrepollaba sobre una p e q u e ñ a alfombra la dueña de casa, teniendo siempre a su laclo una cajuela cubierta de mosaicos de plata i de c o n c h a de perla, Al frente de este aparato se veían un escaño i varios taburetes de m a d e r a ; tan p r o p i a m e n t e m a d e r a que solo le faltaba la facultad de arraigarse i r e t o ñ a r s e : aquí se a c o m o d a b a el otro sexo. D e b a j o del escaño i taburetes dormían las palomas caseras; tejían sus telas las arañas; guardaban las chiquillas sus muñecas i las niñas sus zapatos mas usados, i c o m o nunca pasaba p o r ahí la escoba, no era de admirar que saliese también uno que otro chañarcito. Completaba el menaje una mesa enorme, p o r lo regular de sauce, sobre la cual vivían en perfecta armonía los santos milagrosos de la familia, el mate i el zahumador de plata, un espejo de c a j o n c i t o , un florero bien surtido, varias chucherías i el gato regalón de la señora. T a l era, p o c o mas o menos, Copiapó en aquellos días de su larga infancia. Así vejete» p o r cerca de un siglo, sin que la vida de sus habitantes esperimentase otras crisis que las ocasionadas p o r algunos descubrimientos de minerales o p o r los fuertes terremotos que se dejaban sentir aquí de vez en cuando.


L a revolución de la independencia alcanzó a c o n vulsionar estas costumbres i este m o d o de estar de nuestro p u e b l o , no obstante su aislamiento del teatro de los sucesos i reformas. Ella introdujo cierta fermentación en la vida de inercia que se l l e v a b a ; i c o m o en todo el territorio, los hombres vieron que se podia pensar i obrar, i pensaron i obraron en un círculo mas estenso, que aquel que hasta entonces tenían por descubierto. Pero es indudable que Copiapó no ha empezado de veras la carrera de los adelantamientos, sino desde diez años a esta parte. L a esplotacion de Chañarcillo, San Antonio i demás ricos minerales; la comunicación frecuente en que hemos entrado con otros pueblos i otros hombres, la inmigración de arjentinos, i varias circunstancias de importancia han d a d o gran impulso a nuestra p o b l a c i ó n , comercio, industria i cultura de costumbres; mejoras que lo serian hoi mui débiles, si se hubiesen obtenido p o r efecto solo de nuestra revolución civilizadora. Seis establecimientos de beneficio de minerales de plata, con una maquinaria estrepitosa i cuantiosos capitales, amenazan pulverizar i disolver todos los cerros del departamento. P a r e c e ya una inania la planteacion de estas importantes empresas: unas están en embrión, varias en p r o y e c t o . I es verdaderamente pasmoso i mui lisonjero, que mientras mas máquinas hai para devorar metales, m a y o r número de cajones entra por las puertas de los establecimientos. L a concurrencia ha venido a ser un admirable fomento de esta industria, T o d o un intendente dirije en el dia los negocios públicos del departamento; i no hai quizás, en toda su ostensión, mayores desórdenes que los ocasionados por la imprudencia i douquijotismo de los mismos m a n d a tarios subalternos.


Una p o b l a c i ó n numerosa se halla consagrada a todo jenero de industrias, tanto en esta ciudad como en el resto del valle. Los progresos de la agricultura son verdaderamente increíbles, si se atiende a que cinco o seis años ha, yacia en un triste a b a n d o n o . E l r o b o i la mendicidad son mui r a r o s ; p o r q u e el t r a b a j o p r o p o r c i o n a a las clases pobres una suficiente subsistencia. L a p r o p i e d a d se halla r e p a r t i d a : hai un sin número de pequeños capitales en activo e j e r c i c i o ; i los especuladores del comercio mantienen el m e r c a d o en la abundancia, T o d o es c a r o ; pero nada falta. L o s curas i sacerdotes han renunciado a sostenerse en un prestijio que no puede existir sino fanatizando al p u e b l o i perpetuándole en la ignorancia, Hoi ya no son t e m i d o s , son a m a d o s ; porque ellos aman a todos, p o r q u e favorecen al p o b r e , hacen dar al r i c o , abren escuelas, levantan templos i emprenden o b r a s , en que el beneficio de la humanidad es el primer fin i objeto que se p r o p o n e n . N o hago e s c e p c i o n e s : pero creo un deber mencionar aquí los nombres del apreciable canónigo don Joaquín V e r a i de frai Erancisco Bustainante: ambos, p o r su t r a b a j o , por su desinterés, p o r sus nobles i evanjélicas virtudes se han hecho acreedores a la gratitud i amor de nuestro p u e b l o . Y a no hai tarimas, ni escaños, ni taburetes. Muebles elegantes se han sustituido a esta colección de respetables mamarrachos. Los alfombrados de tripe, sofaes i sillas de rain, el m á r m o l i la caoba, los espejos i pianos cubren hoi las piezas de r e c i b o , cuyas paredes t a m p o c o admiten colgaduras de zaraza sino bonitos empapelados. Nuestra sociedad, cuando cpiiere serlo, ofrece tantos placeres i atractivos c o m o las mejores de provincia. Solo falta que se use b u s c a r l a ; que se prefiera el té servido


227 por una señorita al que preparan los criados en las casas de los solterones, i que después de cerrar la tienda, donde hemos engañado a medio m u n d o , busquemos en los estrados quien nos engañe a nosotros. Recuérdense esas bellas temporadas que suelen brillar en la vida macha que l l e v a m o s , lo mismo que un dia hermoso en invierno e n c a p o t a d o ; recuérdense las noches de setiembre, i véase cuánta elegancia, cuánta amabilidad se dejan por ahí, en un olvido indigno, en una inacción lastimosa. A vista del contraste entre el Copiapó que fué i el que vemos, tienen mucha razón algunos para esclamar, llevándose ambas manos a la c a b e z a : ¡Quien te vio i ijiiien te ve! (10 de abril de 1845.)

15*


EL

PROVINCIANO RENEGADO. Entre las muchas cosas que para ser entendidas necesitan ser esplicadas, d e b o contar i cuento el epígrafe de este artículo. H a b l a n d o diccionariamentc tanto vale ello c o m o decir el provinciano que renuncia la lei ele Jesucristo; pero no es este mi asunto, p o r q u e , a Dios gracias, uno de los mas bellos n e g o c i o s que p o r estos mundos hacemos t o d o s , es tratar de persuadirnos unos a los otros que nos mantenemos en ella. Que ninguno crea a ninguno, es otra cosa. El provinciano que se va a vivir a la capital, renunciando su provincia, la provincia de sus peulres, en la cual nació i le criaron; hé ahí lo que, si no digo, he querido decir en mi epígrafe: ese es el tema de lo que p o r ahora salga. E l hijo de p r o v i n c i a , que es dueño de un caudal viejo i tradicional, de capitales acumulados p o c o a poco p o r él o sus antecesores, rara vez o nunca abandona el pais de su cuna, Sus relaciones i negocios son ya raices que le ligan decididamente a este suelo; i se hacen invencibles sus simpatías p o r los fundos heredados o por los que le deben su creación i cultivo. Los árboles a


229 cuya sombra jugueteó cuando niño, los plantíos que ha formado, los brutos que b a d o m e s t i c a d o , los inquilinos que le han servido, la gratitud de cuantos han recibido sus favores son conquistas a que si alguna vez renuncia, no es sino contrariando las mas fuertes i gratas de sus afecciones. P o r eso se ven, en casi todos los pueblos de provincia, alguna o algunas de esas antiguas i ricas familias, cuyos a p e l l i d o s , ni p o r vastagos se han trasplantado j a m a s fuera de sus alrededores. L a clase media t a m p o c o p r o d u c e provincianos r e n e gados. Ningún individuo de ella deja de estar, p o c o mas o menos, contento de su e s t a d o ; ninguno descubre otro horizonte de vida que el de la que lleva; ninguno a m biciona sino mui modestamente, i todos tienen el instinto de sostenerse en su m e d i o c r i d a d , de no aventurar cosa alguna p o r la simple esperanza de m e j o r a r de suerte, Si hai hombres felices en la tierra, búsqueseles en la clase media de las sociedades. L o s proletarios no emigran a la capital sino p o r el hambre, o p o r haber cometido algún delito en su p r o vincia, L a s vejaciones consiguientes a su enrolamiento en las guardias cívicas, enrolamiento que en nuestros pueblos se practica con todo el rigor de un caso de lei marcial, obligan a los individuos de esta clase a desertar de su p u e b l o , i a meterse en S a n t i a g o , donde no les persiguen en c o m p l o t los cabos, sarjentos i oficiales del batallón o escuadrón en cuyas filas le han enrolado. Los que, en provincia, se hacen repentinamente ricos, emprenden indefectiblemente esta misma emigración. Son bien c o n o c i d a s i harto justificadas las causas que les obligan a este reniego. L a primera hacer su g u s t o ; la segunda c o m p r a r hacienda, casa, chacra i q u i n t a ; la tercera rodar c o c h e ; la cuarta exhibirse; la quinta p o n e r


230 a cubierto sus capitales de los ataques del gobernador, subdelegados e inspectores de su d e p a r t a m e n t o , que si no son amigos suyos, le declaran guerra a m u e r t e , le sacan contribuciones i le imponen multas i penas basta p o r los bostezos i eructos que se le vienen, sin poderlos evitar o contener. Pero entre estas causas, i las mil i mas que justifican semejante deserción, bai una, quizá i la mas poderosa de t o d a s , en la que según parece p o c o se han fijado los curiosos antes que y o . T e n g o para mí que ella es el secreto de estos emigrantes. E l que repentinamente se hace r i c o , no es sino después de haber p r o b a d o , p o r muchos t i e m p o s , la desgracia de ser p o b r e . L a fortuna se burla del hombre dándole p o r lo regular, a manos llenas, cuando los trabajos i los años le han maltratado de m o d o que ya los goces de la vida no le saben mas que a totora. En sus muchas épocas de e s c a s e z , el rico improvisado necesitó que uno le habilitara en sus empresas, que otro le amparase con su crédito, que éste le consiguiese esperas, que el otro le prestase su dinero. E l rico improvisado, antes de serlo, tuvo camaradas, tuvo compañeros de infortunio, tuvo amigos que partieron con él su pan i su bolsa. Sus hermanos nunca le cerraron las puertas aunque, c o m o él, eran p o b r e s : varios paiientes le ayudaron si uo con plata con buenos consejos; i unas cuantas tías viejas le repetían a m e n u d o la p r o f e c í a de que D i o s les habría, al fin, de oír sus oraciones i habría de darle un tesoro el día menos pensado. E l rico improvisado, cuando llega a s e r l o , se encuentra c o m o nos encontramos todos los p o b r e s , c a r g a d o de esa inmensa deuda de gratitud, a parte del dinero, que es tan difícil cancelar con la plata. ¿ Q u é sucede, p u e s , cuando uu h o m b r e de estos m e j o r a de fortuna, encontrando el tesoro


que p o r tantos años lia perseguido? Un j u i c i o final, un concurso de innumerables a c r e e d o r e s , un improtestable pedir i c o b r a r de servicios insolutos. L o s acreedores p o r dinero efectivo son entonces unas o v e j a s ; las demás son inexorables. El amigo quiere p l a t a ; el patrón usurero, plata; el antiguo a p a r c e r o , c o m p a ñ í a ; el pariente una fianza; el hermano interés en la n e g o c i a c i ó n ; los c a m a radas mantel largo i francachela; i las tias viejas, rapé, cofias i pelucas. A todos se les hace su g u s t o , todos quedan contentos, ninguno tiene de qué quejarse. P e r o a p o c o andar, el uno q u i e b r a , el otro pierde al j u e g o capital i ganancias, el hermano se f u n d i ó , el pariente se fué; i tornan a pedir i vuelven a llorar hasta volver a obtener, sin que el recien afortunado p u e d a verle otro término, que el de su fortuna, a tan furioso demandar. Esta conjuración es, a mi v e r , la que hace emigrar a Santiago tantos capitalistas hijos de provincia. H a b l o aquí de los que lejítimamente i p o r medios conocidos adquieren sus riquezas, que en cuanto a los que de repente aparecen millonarios, contándole al vecino que ni han h e r e d a d o , ni hallado ningún entierro, ni recibido talegos p o r m i l a g r o , sino solo administrando rentas, esos se meten a la capital c o m o quien se mete a un bosque, huyendo de las malas lenguas, de las c a lumnias de unos i de la envidia de otros. ¿Qué le pasa al provinciano rico al encontrarse en sus nuevos h o g a r e s ? L o s primeros que le visitan son los médicos. L o mismo es adquirir un c a u d a l , que la compensación infalible de la vida humana nos p o n e en la otra alforja alguna dolencia, alguna fistola incurable u otra servidumbre de este carácter. Cuando no hai eso por casualidad, la susodicha compensación, c o m o si fuese cosa v i v a , se vale del cambio de temperamento para


convertir el cuerpo del renegado en la mansión predilecta de todos los constipados, indijestiones, cólicos i reumatismos endémicos i epidémicos, c o n o c i d o s b a j o el cielo de Santiago. L u e g o (pie m e j o r a , i digo mejora p o r q u e nunca consigue verse sano, c o m p r a la hacienda, la chacra i la quinta. L a primera se arrienda i en la segunda se acom o d a con su familia i es de notar que p o r magnífico que sea el edificio, tal es la l o b r e g u e z , el silencio que allí reinan, que mas que casa, parece un magnífico sep u l c r o . E n la morada santiaguina de un provinciano, nunca resplandecen las bujías de una fiesta ni se oye el alegre ruido de un sarao. Cualquiera diria que estas jentes, al irse a la capital, se retiran del m u n d o . Si la emigración ha sido con familia i todo, los niños luego se aclimatan en los c o l c j i o s ; pero el resto de los individuos de ella se agostan i marchitan, c o m o esos arbustos tropicales recien trasplantados a donde reinan las nevascas de los polos. L a mujer siempre suspira p o r los parientes que dejó, p o r las amigas de su niñez, p o r la franca cordialidad de las relaciones a que tuvo i [ i i e renunciar. Las nuevamente adquiridas en Santiago, la torturan con su insipidez i ceremoniales; cada visita que debe, es una cuesta arriba, que tiene que subir, cada salón en que ha de entrar es un hostil i rigoroso examen a que se va a esponer. E n la sociedad de provincia o c u p a b a el primer r a n g o ; en la nueva, alguno muí secundario, i muchas veces mas le valiera no o c u p a r ninguno. Una vez completamente instalado el desertor de su provincia, entabla el negocio de b a n q u e r o i se echa al c a m p o de la usura, cosa que entiende espantosamente bien p a r a los que toman sus capitales. P a r a concluir un contrato de éstos con cualquiera de ellos, es preciso


233 que el ájente o c o r r e d o r se les presente a horas en que la dijestion esté h e c h a ; que vuelva dos o tres veces a saber la resolución; que ofrezca una letanía de fiadores, i p o r último, que asista a la redacción de una b o l e t a de escritura pública cuyas innumerables cláusulas i amarras forman un enmarañamiento semejante al que, de m a r o m a s , c a b l e s , aparejos i garruchas, ostenta un navio de tres puentes. No hai ejemplo de que un usurero renegado haya p e r d i d o un medio real p o r un desliz de confianza. De aquí nace que ellos son el último enemigo en cuyos brazos se echan los a p u r a d o s , la víspera de zamparse en el p o z o mas h o n d o . Estos ricos emigrados, aunque en sus provincias i en sus pobrezas hayan sido mas liberales que una sociedad patriótica, luego que se establecen en Santiago se hacen mas pelucones que el liberal que alcanza a ser ministro. El gabinete nunca deja de darles la única c o l o c a c i ó n que pueden tener en los negocios p ú b l i c o s : se r o d e a de ellos, c o m o se r o d e a de murallones inconmovibles i de estacadas mtraspasables, el militar que quiere defender la posesión del terreno que ocupa. Como hombres deestado son un verdadero cal i canto. A l lado de esta r e c o m e n d a c i ó n tienen el defecto de ser mui ingratos para con su provincia, de la que si se acuerdan alguna vez, es con la misma vergüenza que les causa la m e m o r i a de haber sido pobres. Cuando cualquiera de ellos sale de la capital para ir como de paseo a su p u e b l o r e n u n c i a d o , prepárense todos sus paisanos a oir el relato del honorable papel que hace en la c o r t e , de las categorías que van todas las noches a darle tertulia, de su alto influjo i del placer (pie el gobierno, la lejislatura, el clero i las cortes de justicia tienen en darle gusto. A un b o b o le p r o m e t e


234 hacerle g o b e r n a d o r así que vuelva a Santiago; a otro le jura que le dará la renta de aduanas, el estanco o el destino que elija, entre los vacantes, i no vacantes del d e p a r t a m e n t o : no hai leso que no se p o n g a , i a quien él no ponga, b a j o su protección. ¿ L e refiere, algún su amigo, que acaba de perder con la m a y o r injusticia su pleito en primera instancia i que al dia siguiente va a entablar a p e l a c i ó n ? — jípele usted con toda confianza, apele usted, le repite e n f u r e c i d o : yo le ensenaré al ¡¡necesito a dar sentencias. Escribiré a Novoa, a Vial del Rio... •—• Pero, mi. don Timoteo, le interrumpe el litigante, mi asunto irá a la Corte de Apelaciones, i esos caballeros son de la otra. — N o importa, las dos son mias, cuento con ellas. Apele usted no mas, que yo cojo él negocio de mi cuenta. Ya verá usted la reprimenda que le viene ed ted juez. Lo he de fregar... I en e f e c t o , mediante la influencia del provinciano grajo, la sentencia a p e l a d a se revoca . . . . en cuanto p o r ella no fué c o n d e n a d o en costas el apelante. P o r lo demás, es jente con quien se puede vivir con gusto. P o r q u e con no ocuparla, ni verla, ni t o p a r l a , ni entablar jenero de negocio con e l l a ; ni hacer caso de ella, ni esperar nada de o l l a , es incapaz de hacer mal a nadie ni de p e r j u d i c a r a usted en el valor de un cuartillo. (23 de abril de 1845.)


LOS CHISMOSOS.

Son una manera de jente p o e t a , cuyo A p o l o es el diablo. E l diablo les inspira, el diablo les ha destacado entre n o s o t r o s : son unos j e n i o s , no son cualquier cosa. Si t o p á i s , p o r a h í , con alguno de e l l o s , santiguaos i echad a andar, c o m o si encontraseis a un espía en tiempo en que los p e l u c o n e s , p o r hallarse con el agua a la barba, han declarado la patria en peligro. E l chismoso es un animal (pie se cria con el h o m b r e lo mismo que el vallico se cria con el trigo. Como el gato le alhaga i le rasguña, c o m o el ratón le mina, c o m o la polilla le c a r c o m e , c o m o la mosca le zumba, c o m o la chinche le quita el s u e ñ o , c o m o el cuervo le saca los ojos i c o m o el asno da le c o z , cuando menos motivos hai p a r a ello. Invisible en sus maniobras, es la realidad de la f á bula del duende de las viejas: desde su escondite a l b o rota i alarma con sus pedradas a t o d o un b a r r i o ; llena de temor i sobresalto a t o d a una familia. Es un ventrílocuo, que hace salir su propia voz, sus propias mentiras, sus propias calumnias de la b o c a de


236 tu amigo, p a r a persuadirte que éste te despedaza: tarde su voz la p o n e en tí i envenena al otro.

mas

Es un correo, cuya balija llega siempre henchida de correspondencia contajiada. Un mu i señor mió que os den a leer de lo que viene d e n t r o , ya tenéis el pus en el alma. ¡Ai del que recibe cartas p o r la mala del chism o s o ! Si son de algún a m i g o , sabrá que le traiciona; si de su mujer, que le engaña; si del d e u d o r , que está f a l l i d o ; si de su querida, que le da c a l a b a z a s ; si de un ministro de Estado, que su c o n d u c t a no inspira confianza; si del m é d i c o , que haga su testamento; i si las recibe del mismo c i e l o , sabrá el infeliz que es imposible llegar hasta é l , porque los diablos le han t o m a d o todas las avenidas. L o que os trae el chismoso, os quita hasta la esperanza: ese es su instinto, su talento. Es inútil pretender escapársele si consigue que su víctima le escuche la primera embajada: en esto se p a rece al mal venéreo, que una vez contraído, se va a los h u e s o s , no hai q u i m a g o g o que lo saque. I no es esto un misterio que d i g a m o s ; p o r q u e regularmente el chismoso o chismosos que toman a uno p o r su c u e n t a , son el amigo o amigos que le tratan mas de cerca, que están con él a toda hora, le sacan los pelitos del frac, le adivinan el pensamiento i le r o b a n , al fin, la confianza. E l chismoso fascina a su h o m b r e , c o m o el zorro a su presa, c o m o cualquier demonio a las a l m a s : p o r eso he dicho que es un j e n i o , mui bellaco se entiende. Si os preguntan ¿quién es vuestro chismosoV — N o es el amigo con quien mas me quiero, contestad, sino el amigo que al parecer, mas me quiere. Precisamente acertareis c o m o adivino. Pero ¿ c ó m o distinguir al chismoso? ¿Os refiere alguno privadamente

Nada mas fácil.

(esto es esencial) cosas


que después de saberlas, quisierais no haberlas s a b i d o ; o cosas que con saberlas nada habréis ganado i otro habrá perdido? Ese es chismoso. ¿Os clan en reserva una noticia que os desazona, que os quita el sosiego. <[iie os alarma sin que de ello resulte que podáis evitar un mal, alejar un riesgo, huir de un p e l i g r o ? Esos son chismosos. ¿Van a casa de usted, de oficio i a deshoras, a contarle (pie Fulano ha echado pestes contra usted? Chismosos. ¿Se le meten a usted hasta el dormitorio a prevenirle, para s u gobierno, cpie no se confie mucho de Juan de los Palotes? ¿ L e clan a usted a saber, sin o b j e t o , los vicios i defectos del vecino? ¿ L e venden a usted el^favor de noticiarle, como amigo, lo que hai en tal n e g o c i o , para que no le sorprendan? ¿ T r a t a n de obtener algo de usted, desollando, bajo protesta de imparcialidad, a algún p r ó j i m o ? T o d o s ellos son chismosos i de lo fino. ¿ E s usted jefe de p r o v i n c i a ? Dios le asista. Si usted cae en la flaqueza de caerles en gracia, ya no hai dias tranquilos para usted; se lo comieron. Si usted les desecha i desprecia, hombre al agua. No tarda en saber el ministerio que usted es indigno ele su confianza, (pie le traiciona; que en casa de usted se habla h o r i b l e mente contra las personas del g o b i e r n o ; que se halla usted de uña i carne con los pipiólos, i que esta canalla está haciendo de las suyas. El ministerio, en cuya boca de león nunca se echan los chismes como en saco roto, le hace a usted entender de un m o d o indirecto que todo lo sabe i que es preciso variar de conducta ; es decir que es preciso que un chismoso, por lo menos, ocupe al laclo de usted un puesto de confianza. Porque es cosa a v e riguada, que de cada diez chismosos de un p u e b l o , nueve son bestialmente p e l u c o n e s ; i como aspirantes al título de hombres de orden, la echan de ministeriales.


238 ¿Es usted j e f e del departamento? Pues todos los días recibirá usted chismes oficiales. E l subdelegado número tantos le dice a usted, en cumplimiento de su deber, que en casa del vecino perejano (el subdelegado le aborrece cordialmente p o r q u e el p o b r e es cuyano) bai runchos desórdenes n o c t u r n o s , ocultación de r o b o s , borracheras, j u e g o s prohibidos i diabluras; pero que no siendo p o sible sorprenderle infraganti, p i d e a usted autorización p a r a condenar todas las puertas i ventanas de aquella casa dejando solo una tronera en la p a r e d para que p o r allí, no mas, se gobierne tan peligroso vecino. El otro subdelegado oficia, en descargo de $u conciencia, que en su jurisdicción tratan ilícitamente don Manuel i la Juanita (ninfa cruel para el s u b d e l e g a d o ) ; que el escándalo es horible i las quejas del vecindario numerosas; pide facultades para p e r s e g u i r , p o r caridad se entiende, no p o r envidia, al dichoso don Manuel hasta sacarle del camino de su perdición. El tercer s u b d e l e g a d o , que también tiene a quien hacer flacos servicios, i que no está contento con varios, p o r q u e no le sacan el sombrero ni le besan los pies, informa a usted de que aquello está convertido en ching a n a ; que los ladrones, b o r r a c h o s i vagos forman una talan je inatacable con solo las penas de los bandos de policía, i tpie es necesario p o n e r la subdelegacion bajo las rigorosas ordenanzas de Ghañarcillo; es d e c i r , que se declare la subdelegacion en estado de sitio. Todos estos son chismes. Si usted les concediese algo de los disparates que solicitan, harían correr la voz en sus j u risdicciones de ipie era usted el que había lanzado el r a y o , i los subdelegados serian los primeros en decir, en clamar contra la barbaridad de perseguir tanto a las jentes.


2J39

¿ X o usted m a n d a t a r i o ? Me alegro. Así está usted mas libre de que las zumbadoras moscas bagan de usted su m i e l , i se le peguen. P e r o ya le hallarán a usted beneficio; le han de picar, pierda usted cuidado. Escusada cosa es preguntar a nadie en C o p i a p ó , si tiene pleito desde que sea notorio que tiene algo. Chismoso h a b r á entonces, que vaya a decirle al juez que la parte tal va a reclamar su i m p l i c a n c i a ; i sale de allí liara asegurar a ambas que pierden el pleito i q u e lo sabe de buena tinta: les da a entender, en confianza, que el juez se lo ha dicho en confianza, o que al juez se le ha salido cierta, espresion . . . que le. da nuda espina. Con esto basta i sobra para que el pleito siga ventilándose, mas (pie entre los litigantes, entre el j u e z i los litigantes. P e r o , me dirá a l g u n o : Yo estoi libre de esajeute. No peleo con nadie, no visito a nadie: me acuesto temprano... — ¿Se acuesta usted t e m p r a n o ? no me diga usted más. El chismoso de su barrio dice que de noche anda usted en malos p a s o s , i que con razón sus negocios marchan tan mal. Si a renglón seguido madruga usted i sale a cualquier c o s a , Dios le libre de topar con el chismoso. Al instante le e m b r o m a r á : Vamos, confiéselo usted, se quedó dormido . . . Bien me lo decia nuestro vecino . . . •i yo ¡tan, bobo! defendiendo la contraria. — Vero si lie salido a caminar la leche — No me venga usted a mí con leches . . . lo sé todo . . . no heei otra cosa en el pueblo. ¡Sí tiene usted un vecino que le aguaita . . .! En válele pretende usted justificarse. A las doce del dia ya t o d o el p u e b l o sabrá que usted salió a la m a d r u gada de tal c a s a , o que le vieron saltar la muralla i le han c o n o c i d o , aunque usted se puso a ostra viar calles.


240 Si el chismoso no puede hacer su roció personalmente, p o r q u e teme esponer el b u l t o , se vale de un pasquín para hacer llegar sus mentiras donde p o n e los puntos. Si le despiden de una c a s a , deja pasar unos dias, i luego con cualquir pretesto se presenta en ella. Si le confunden i le pillan en uno de sus e n r e d o s , se humilla c o m o el p e r r o , pide vilmente perdón, serena así la b o r r a s c a i se queda muí fresco. L o s chismosos, en fin, aborrecen la i m p r e n t a , como a b o r r e c e n la luz del dia los murciélagos, c o m o el diablo aborrece la verdad i como varios infelices a b o r r e c e n , con tanta razón, al Copiapino. (9 de mayo de 1846.)


LOS CANGALLEROS.

H a b l a n d o francamente, no solo los bai para las minas r i c a s ; el fisco los t i e n e , i m u i h o n r a d o s : todos se hacen un h o n o r de cangallarle sus rentas, i él se hace un deber de cangallar las de t o d o el m u n d o , h a historia de un c o n t r a b a n d o es para morir de risa; i el contrabandista, si no es p i l l a d o , nunca corre otro riesgo que el de pasar, en lo sucesivo, p o r h o m b r e vivo i de talento, calidad q u e . sea dicho de p a s o , no siempre es una r e c o m e n d a c i ó n en el alto c o n c e p t o de muchos necios. E n punto, pues, a cangalla i cangalleros, soi de o p i nión (pie antes de hacer aspavientos i de fijar nuestras horrorizadas miradas en C h a ñ a r c i l l o ; antes de ir a ver esas cosas en los b u i t r o n e s , las busquemos también en otras p a r t e s , que no dejará de haberlas. ¿ Q u i é n no le celebra la gracia al pasajero que lleva o trae un baúl de c o r r e s p o n d e n c i a , sin pagar el p o r t e a los gringos de los vaporesV ¿Quién no obliga, a su amigo a que nos ayude a cangallar esta miseria, con la honesta disculpa de evitar el estravío de las cartasV ¿Cuántos cangalleros hai para cualquiera de nuestros comerciantesV En primer l u g a r , los ratones del b u q u e JUTABttOIlK.

1> (


242 que le trae su n e g o c i o , le comen los mas ricos p a ñ o lones i fulares: luego después, los ratones de las b o d e gas de este puerto le devoran sus bultos enteros de m e r c a d e r í a s , las maderas i aun llegan a tragarse las cajas de fierro estos malditos animales: p o r último, los bueyes de las carretas i las muías de las tropas ¿ q u é hacenV le entregan aquí, en arena limpia i bien acondic i o n a d a , el mismo o m a y o r peso que el q u e , en trigo, harinas i f r é j o l e s , recibieron en el puerto. T o d o esto, en r i g o r , es cangalla, I el agua ¿ q u i é n es el tonto que no se la quita al vecino? ¿ N o se juega., en C o p i a p ó , el turno ele aguas, c o m o los muchachos j u e g a n al cobra allí? N o se la r o b o y o a usted, p o r q u e el de mas arriba, me la roba a mí? V a m o s a un baile, a un baile p o r suscripción; i sin contar con los cangalleros de amor que hormiguearán en él ¿cuántos, sin haber querido suscribirse a los gastos de la. fiesta, están allí Debiéndoselo t o d o , bailándoselo t o d o , c o m o quien goza del beneficio de una mina sin concurrir a la habilitación del t r a b a j o ? Así va el mundo, cada cual cangallea con mas o menos decencia, p o r mas que nos parezca lo contrario. Pero los cangalleros c é l e b r e s , los que p o r ahora, están en la berlina son los de metales; tipo atacameño, jente cuya habilidad industrial, si hoi merece la tolerancia del subdelegado de Chañarcillo, habría merecido monumentos en la antigua E s p a r t a , i merecería la admiración de todos si saliese, p o r esos mundos, a exhibir su admirable j u e g o de manos. Atendiendo a que el m u n d o nunca anduvo ni mejor ni p e o r de lo que anda a h o r a , debe convenirse en que hubo cangalleros desde el m o m e n t o mismo que apare-


248 cieron las minas en boya; i p r o b a b l e m e n t e , mientras Dios permita que así las t e n g a m o s , ha de hacer el diablo que haya quien las r o b e : no será p o c o conseguir si se evita que se lo lleven t o d o . El beneficio de una mina participia. no sé cuánto, del carácter de un casual h a l l a z g o ; no lleva en sí el respeto que las leyes i la tradición consagran al tuyo i ni ¿o: el vulgo cree instintivamente que p o r q u e el h o m bre no ha sudado la gota gorda para conseguirle; p o r que ha ganado esa. fortuna j u g a n d o a las m i n a s , que, hasta, cierto punto, es lo mismo que j u g a r a los chícharos, bar un derecho a cobrarle o quitarle el b a r a t o : i de aquí nace quizás el p o c o escrúpulo i harto descaro con que se le disputa al minero el goce esclusivo de su descubrimiento. Al mas incorrejible cangallero de m e tales quede serle mui repugnante el r o b o de una talega de p e s o s ; mientras que ni venialmente le perecerá que peca, llevándose t o d o un alcance, de triplicada importancia. Varias causas locales i entre ellas la de haber f o mentado, hasta p o c o s años há, muchos hombres de pro. este sistema de raterías i la de haber circulado en el m e r c a d o , durante, un largo p e r í o d o , las piedras ricas robadas, c o m o otra m o n e d a corriente, han hecho ¡pie la autoridad i la opinión p o c o ilustrada m i r e n , aun en el dia, c o n cierta, induljencia, tan degradante negocio. Hombres hai cpie tendrían p o r bien dados doscientos a z o tes al que robase un c a b a l l o , i que llamarían v e r d u g o al juez que sumariase siquiera a un jefe de una m a zorca de cangalleros. Talvez en esto consiste que, cuando p o r un c o m p r o m i s o invencible, es preciso averiguar judicialmente un r o b o de metales, la justicia se empeña mas que el ladrón en enbromar el negocio i alejar la, formación de un p r o c e s o . Seria una barbaridad enjuiciar al que no r o b ó sino metales. lü *


244 L a especie cangallera se divide en tres castas. El cangallero ratero, el cangallero marchante i el cangallero patron o lathilitador. La primera es numerosa, i reina entre sus individuos i d mismo espíritu de familia i de fraternidad que entre los jitanos. T i e n e n , c o m o éstos, un idioma s u y o , un plan de señales telegráficas por cuyo medio se conocen, se tratan i se avisan, en un dos por tres, los peligros <pie hai al frente, el negocio que liai que hacer o el golpe ([lie hai que dar. Gastan el uniformo de cotón l a r g o , ceñidor i calzoncillos anchos i un culero de parecidas dimensiones a los faldones de nuestros actuales fraques. Antes llevaban bonete ele media l u n a , moño largo i boj otas; pero estas piezas, siendo inútiles para el oficio, han caído en desuso: las otras siguen vistiéndolas porque son sus indispensables instrumentos. Quíteseles el ceñidor i el culero, los bolsillos del cotón i del m a m e l u c o c o r t o , i harán tanta cangalla c o m o si les amarrasen las manos. Cualquiera ele ellos (pie, en este punto, intentase introducir r e f o r m a s , seria escoinulgado del cuerpo, por r e l a j a d o ; se le perseguiría c o m o atentador a los fueros i garantías de la c o m u n i d a d , i solo la fuga pondría en salvo su maldecido bulto contra las zumbas, p r o v o c a c i o n e s i serios compromisos a (pie diariamente estaría espuesto. El cangallero ratero no hace un misterio de su oficio, sino cuando quiere averiguarlo la justicia. .Por lo demas, no se empeña en ocultarlo a n a d i e : su patron o su m a y o r d o m o puede vijilarle con toda la desconfianza insultante del que custodia a un p r e s i d a r i o , seguro de no ofenderle. Mientras mas obstáculos se o p o n e n a su inevitable rapacidad, mas descargada queda su conciencia con el v e n c i m i e n t o : así la adquisición le parece mas lejítima. El m a y o r d o m o d i c e , en su interior, al can-


245 g a l l e r o : Voi a que no me robus: i éste, с pie v e el afán del otro, responde, s o n r i e n d o : Pobre chorlito, en tu pri­ mera pestañada pierdes la apuesta. Si p o r una casualidad, mas r a r a opio u n alcance e n ceta de atravieso, llega el redero a ser sorprendido e n el acto de h acer volar la [trímera piedra rica a algunos de s u s abis males bolsillos, entonces se avergüenza i s e atuje h asta dar lástima; [ t e r o n o sufre así p o r haber sido [tillado en u n h u r t o , sino porque su [toca destreza le h ará merecer las zumbas de toda la orden. Si a consecuencia de su ch a m b o n a d a es apaleado por el m a y o r d o m o , todos los cofrades aplauden la zurra, d i ­ ciendo, bien hecho por torpe, c o m o otros dirian: bien he­ cho por ladrón o por picaro. Mucho tiempo h a de trascurrir i h ábiles maniobras lia. de h acer el cangallero que h a caido en una desgracia de este j é n e r o , [tara que vuelva a merecer las conside­ raciones de los demás. Un h o m b r e [ t o c o diestro es r u i n o ­ so i compromete los progres os de la industria e n jeneral , descubriendo alguno de los lances u operaciones maestras e infalibles de su misteriosa, t á c t i c a , i dando lugar a que los A r g o s provengan el g o l p e , oponiéndole la correspondiente contra, El primer b o b o que se dejó atiabar que envolvía una piedra en la manga del cotón, al tiempo de arremangársela, h a causado mas perjuicios a los intereses de esta jente, que todas las medidas t o ­ madas p o r el reglamento de Ch añaroillo contra ella. Sus sesiones son públicss e n las cocinas de las faenas pero están reducidas a darse cuenta mutuamente de las maniobras mas recomendables p o r s u s resultados i lim­ pieza, de los marchantes que van a llegar, de las minas en que h ai beneficio tapado, de las otras en que seria favorable buscar c o n c i e r t o ; i t o d o esto es h a b l a d o i dis­


246 cutido en j e r i g o n z a i sazonado con chistes mas o menos groseros, que p r o m u e v e n carcajadas salvajes. Estas r e uniones son la e s c u e l a , d o n d e los neófitos se inician en el idioma, i a p o c o mas a n d a r , en t o d a la inmoralidad del cangallero. T o d a la casta es invenciblemente decidida p o r la embriaguez i mas que p o r la embriaguez p o r el j u e g o : antes renunciarían a la cangalla, que a la práctica de estos v i c i o s ; i mucho menos en Chañarcillo, donde la policía le ha agregado el aliciente de obligar a j u g a r i b e b e r en un secreto misterioso, que en sí vale t o d o u n encanto. Primer gusto, e m b o r r a c h a r s e : segundo gusto , infrinjir una ordenanza n e c i a ; i tercer gusto, reírse del juez tan b o b o c o m o la ordenanza. E l cangallero ratero tiene sus principios de moral, a su manera. Solo la maña es r e c o n o c i d a p o r él como medio lejítimo de apropiarse el metal a j e n o : qualquier otro recurso es degradante, i no usado sino por la plebe de esta casta. Antes se dejará arrancar los dientes que el secreto de sus sociedades i c ó m p l i c e s : la delación es delito de infamia i de muerte. Si va a la cárcel por j u g a d o r o por ebrio ( y a es sabido que nadie va allí p o r c a n g a l l e r o ) , i si no tiene con qué p a g a r la multa, no hai c u i d a d o : algún hermano le adelantará dinero hasta la próxima quiebra en la Descubridora o Valenciana. En otro artículo trataremos de las otras castas. (7 de juuio de 1845.)


ARTICULO

QUE NO ME COMPROMETE CON ALMA VIVIENTE, ¿ Q u é estas e s c r i b i e n d o . Jotabeche de los

demoniosV

— H o m b r e , llegas a t i e m p o : voi a leerte la conclusión de mi artículo los cangalleros. Les toca a los cangalleros marchantes i a los cangalleros patrones. — ¿ Q u i e r e s , J o t a b e c h e , (pie carguen contigo todos los diablos V ¿ N o ves que vas a atacar a una porción considerable de hombres h o n r a d o s ? — N o te canses, yo no ataco a nadie. mas ipie cortar i coser s a y o s . . . .

Yo

no

hago

— Que se los jume el que gusta, bien está. Pero si sigues h a b l a n d o de cangalleros, te digo (pie vas a c o m prometerte. No hagas eso. — I entonces, ¿ s o b r e qué cosa escribo un folletín? Si andamos con miedos, te j u r o que no habrá paño para mi p o b r e tijera. — ¿Quieres alma viviente?

un folletín H e l o aquí.

que no te comprometa

con


24* I mi amigo, sacando del bolsillo delantero de su levita un m a n u s c r i t o , lo echó sobre la m e s a , me apretó la mano i se fué. El manuscrito decia así:

LAS AMAS

DE MIS

HIJOS.

T o d o s dicen que es mui frájil la mujer, i a la verdad que este dicho, tan j e n e r a l m e n t e p r o p a l a d o , no es para que un m a r i d o , c o m o y o , se duerma en esas pajas a pierna suelta: p o r q u e , al fin, si ello es mentira, hai que tener presente que ninguna deja de ser hija de algo. Pero suponiendo a la mujer débil i flaca, yo sostendré, sobre las barbas de mi a b u e l o , que el h o m b r e le gana en esto, así c o m o ella le p i e r d e en varios otros casos. I de no esplíqueseme ¿ c ó m o es que el h o m b r e llega a casarse sabiendo que va a tener mujer, que ésta va a tener hijos, que éstos van a tener amas i que éstas tendrán una lejion de diablos dentro del c u e r p o ? X o lo comprendo. X o sé c o m o hai quien busque mujer en estos tiempos, siendo mas que nunca la mujer un mal no bien venido; un mal ipie no viene solo. L o mismo fué casarme (pie me llené de mujeres hasta las pestañas; prendió esta planta i se r e p r o d u j o c o m o la corrc-cuéla en las huertas i el botón de oro en los jardines. Y o i a mi cuento. X o es mi ánimo apartar a ninguno de los lazos del m a t r i m o n i o , lazos sagrados p o r mas que muchos crean que los tiende el m a l d i t o : al c o n t r a r i o , quisiera que nadie escapara de ellos; quisiera, ver a todos mis amigos c a s a d o s ; que al fin, si he de tenerlos, también tengo mis razones para desear que sean mas bien hombres de estado que bueyes sueltos de los (pie bien se lamen. Digo, pues, que me casé con la m u j e r que tengo i añadiré de paso, que he j u r a d o no volverme a casar con otra, a u n q u e enviude en tiempo hábil sobreviviendo a


249 mi actual mitad, (pie, de veras, es una p e r l a : el matrimonio es un j u e g o de azar i en ningún j u e g o me ha gustado buscar desquite. A p o c o andar hubo mas que probabilidades de que mi esposa daria a luz un manifiesto; i en efecto, a los diez meses i un dia de nuestra b e n decida- unión, nació un chico precioso, rechoncho, de ojos verdes, (pie todas las vecinas que le vieron, declaráronle un vivo trasunto de su p a d r e ; esto es, de un servidor de usted. Y o no cabía en mí de gozo. El primer hijo que tiene un h o m b r e le hace salir de sus casillas; si entonces no hai razón para que uno se vuelva l o c o , es p o r q u e no está en nuestra constitución perder el j u i c i o de c o n tento. Mi mujer no estaba para menos. Poseída de ternura me dijo, al siguiente dia de su p a r t o , (pie iba a criar a su l u j o ; (pie antes moriría (pie consentir en entregarle a otra mujer para su lactancia. Yo. que con la paternidad se me habia puesto el corazón como una manteca, no oí con ojos enjutos esta declaración solemne; felicité a mi mujer p o r sus resoluciones, i, no sin peligro de su débil salud, tuvo (pie escucharme, con este motivo, la- lectura de varias pajinas del Emilio, que andaba en mi faltriquera desde que la sentí con dolores. H a b l a n d o francamente, el estado matrimonial no carece de nada para lo (pie hace un m a r t i r i o ; pero también tiene delicias, que j a m a s p r o b a r á (¡atended bien a esto, solterones calaveras!) (pie jamas p r o b a r á , digo, quien no entregue la cerviz al santo y u g o . ¿Cuál de vosotros habrá sido tan feliz c o m o y o . cuando en aquel tiempo volvía a casa, cargaba, a mi hijo que. durante seis meses, no l l o r ó sino para llamar a su madreV Sí: en todo este período fui la criatura mas dichosa de la tierra, Al lado de mi mujer i de Juanito, sentí, p o r primera vez, «pie la ociosidad podia ser una ocupación a g r a d a b l e .


250 Pasados esos seis meses no s u c e d i ó , p o r desgracia, lo mismo. Mi mujer empezó a sentir un lijero dolor en el vacio (es de advertir que siendo soltera habia p a d e cido babitualmente del mal flato); dolorcito l e n t o . que solia correrle p o r la espalda para volver a fijarse siempre en el lugar donde apareció al principio. Cuando ella me confió sus alarmas, creí tranquilizarla r e c o r d á n d o l e su achaque de soltera i p r o m e t i é n d o l e que todos los dias saldríamos a hacer ejercicio. P e r o en uno de estos llegó a casa cierta vecina de esperieneia a quien mi mujer reveló su d o l o r c i l l o . — « ¡ M a l o ! le contestó la médica. Ese es el chiquillo. Es preciso que deje de mamarte. ¡ E l pulmón, niña! ¡ c u i d a d o con el p u l m ó n ! — « P e r o si me duele aquí i me corre p o r todo esto. — « ¡ N o le hace, así empieza. N o fué necesario mas para que fulanita, que era de m e j o r contestura que la tuya, se picase a calentura. Estás mui flaca: tu chiquillo es un gran m a m ó n ; i si no buscas ama hoi mismo, mas tarde será después.» Esta conversación asustó no p o c o a mi mujer. Cuando yo la supe me asusté también, i llamé m é d i c o . E l doctor vino, pulsó, p r e g u n t ó , dijo varias medias p a l a b r a s , en suma dio a entender que seria m e j o r buscar ama para Juanito. Ese mismo dia puse manos a la o b r a ; i encontré la mujer precisa, con muchas r e c o m e n d a c i o n e s : m o z a , r o busta, buen j e n i o ; eso sí, con un hijo que ya gateaba lo mismo que un sapo. No i m p o r t a el n i ñ o , dije para m í ; sanidad es lo que se quiere, i con él i demás trebejos me la llevé a casa incontinenti. La primera noche fué horrenda.

Juanito no quería


251 estar sino con la m a d r e ; l l o r a b a si le acostaban en la c u n a ; lloraba si le mecían, i se despedazaba si el ama quería atraerle con mimos cariñosos. E r a una protesta que el niño hacia contra las medidas tomadas a su respecto. E l otro chico nos aturdía con sus gritos, mi mujer no hallaba que hacerse, el ama en su interior maldecía su suerte; yo que no había p o d i d o a c o s t a r me, aunque muí rendido p o r los trajines de aquel m a l dito día, pedia a Dios paciencia i p o r primera vez le vi el reverso al m a t r i m o n i o . Varios dias i noches continuaron bajo el mismo orden, o mas bien, b a j o el mismo desorden de cosas, hasta que mi hijo fué mas r a c i o n a l , (pie así llamamos al que se resigna a sufrir los entuertos que le hacemos. A los tres dias de estar en casa el a m a . me dijo que tenia otro niño mayorcito en p o d e r de una tía, la cual le mandaba prevenir que le recojiese p o r no sé qué motivos i razones. ¿ Q u é h a c e r ? Venga el otro chico. Desgraciadamente ya no g a t e a b a , sino que corría c o m o un rayo para no dejar ni vidrio p o r q u e b r a r , ni trasto por mover, ni cosa por despedazar. A estos dos niños, se agregó luego una m u c h a c h a c o m o de diez a ñ o s , que el ama pidió se le dejase a su lado para que le a y u dara a cargar al nuestro. Mas tarde presentóse todos los dias a la hora de comer, una tía de cierta edad que había criado al a m a . i h u b i m o s de consentir en darle un plato de c o m i d a : p o r una nada no nos vino a costar esta g r a c i a , al fin del mes, una d o c e n a de cucharas. Una n o c h e que fui a ver a mi hijo antes de acostarme, topóme de manos a b o c a con un h o m b r e de p o n c h o , medio a medio del patio, — ¿ Q u é es esto? quién es usted? •— ¿ Y o . . . señor? me contestó sorprendido. — Si es mi hermano, gritó el ama desde su cuarto. — Mujer, le dije f u r i o s o : yo no permito h o m b r e s en


252 mi casa; esta es m u c h a desvergüenza. —- Esta es otra, ahora. Pues entonces, si no quiere que me vengan a vellos de c a s a , con irme se a c a b ó un cuento. — Ahora mismo. Mándate c a m b i a r . » A la bulla salió mi mujer, l l o r ó mi hijo, lloraron los otros, vino el criado, cayó casi mala mi señora, el ama se rebelaba con mis calumnias i al tin tuve que rogarle p o r Dios, que se sosegase i no me guardara rencor. El llanto de mi hijo me habia puesto manso c o m o un cordero. Corrieron los dias i ya no hubo uno solo en que dejásemos de sufrir algo. Los chiquillos del barrio venían a buscar a los de c a s a , donde habiéndome descubierto un cajón de monos que me quedaba desde que luí c o m e r c i a n t e , todos se surtían de juguetes i trompetillas; todos los barrabaces, atraídos por este c e b o , se dieron un rendes-vous en mi hogar doméstico. El ama i su sirvientilla fomentaban estas puebladas infantiles para divertir a Juanito, quien habia t o m a d o tal cariño a la condenada mujer, que no hacia maldito el caso de sus padres. Mi hijo se vengaba de nosotros obligándonos a sufrir un infierno. En estas i otras, tornó mi mujer a andar en meses mayores. El pelo se me erizaba al imajinarme cual seria la batahola, cuando hubiese de venir a casa otra ama que la de Juanito. I hai que prevenir q u e , a b o c a de todas las señoras intelijentes, ésta era la m e j o r ama del mundo! L l e g ó la tempestad q u e esperaba. L a señora se dispuso una n o c h e a un nuevo p a r t o , i yo apenas me resolví a oír sus dolores desde una pieza inmediata, sum i d o en una poltrona i en bien tristes reflexiones. ¡ N o c h e azarosa! A l fin, viniendo el dia salió mi suegra del cuarto d é l a enferma, anunciándome otro hombrecito. •—


25;; (¡rucias a Diosl esclamé viendo terminada la tortura de mi esposa, i sedo entonces me resolví a meterme en la cama. P e r o , apenas Labia empezado a desnudarme, lióte aquí otra vez a la misma mi suegra, que me grita, tirándome de una o r e j a : Demonio, mellizos.. A son mellizos...*, una mujer cita más! No sé lo que pasó por mí en ese m o mento. El gozo d e s c o l l a b a , según r e c u e r d o , entre mil impresiones diversas: mas lo cierto es que después me abismó la. siguiente reflexión: ¡Dos amas mas...! ¡seis cliiquillas más! ¿cu qué pequé. Dios del cielo? Mi primera dilijencia, después de la de ver mis nuevos polluelos, fué sondear las intenciones de mi mujer respecto a su l a c t a n c i a : la encontré dispuesta a dar de m a m a r a la niídta, Pero aqui acudió la vecina m é d i c a i a c u dieron todas a h a c e r m e cargos. ¿Quien usted matarla? me decía u n a : no /altaba más. por ningún pienso, esclamaba la suegra: ¡ epié antigüedad! ¿dónde se lia visto? argüía una solterona amodernuda. 1

No h u b o otro remedio que buscar dos amas. Fué imposible hallarlas sin hijos, sin tías i sin hermano. Una de las que contraté tenia un c h i c o , i su m a r i d o , que dormía en casa todas las n o c h e s ; la otra era madre de dos niños, hembra i m a c h o : así fueron r o g a d a s , i con todo este tren se instalaron en casa. Figúrese el lector la. barabúnda de mi antes silencioso albergue. Los llantos, gritos i chillidos de los chiquillos que se divertían o se peleaban, en el patio interior, f o r maban un ruido, igual al de las flautas de un órgano cuyo mecanismo se ha desorganizado completamente. L a s tres amas estaban en guerra a b i e r t a ; la chismografía en su p u n t o ; ésta pellizcaba a los hijos de la o t r a ; los míos, (pie nunca pude ver limpios ni sentirles un o l o r a g r a d a b l e , c o m o el olor de Juanito en sus primeros seis


254 meses, eran los mas l l o r o n e s ; sus repitas las vestían los niños de las a m a s : las prendas de plata desaparecían; los muebles se arruinaban; la suciedad era inagotable, i para c o r o n a r la o b r a mi hijita se enfermó luego i resolvió dejarnos p a r a siempre. Consultado al principio el m é d i c o , resultó que había estado m a m a n d o leche de embarazada. H u b o que echar a la ama i buscar otra, la cual no resultó m e j o r que la saliente; p o r q u e a los p o c o s dias, la milita se reventó toda i vino a morir como un L á z a r o de llagada. El otro mellizo ('nunca pudimos averiguar el c ó m o ) se q u e b r ó del espinacito i ha quedado curcuncho ¡ridículo para siempre! Mi mujer se enfermó, entonces también, de un pecho: fué necesario que sufriese operación dolorosa, o p e r a c i ó n que de buena gana habría querido yo verla p r a c t i c a d a en mi suegra o en las otras mujeres que decidieron llenar mi casa de a m a s , matar a mi hija, quebrar a mi hijo i enfermar a mi esposa. Así he seguido sufriendo hasta no ha m u c h o , que ha dejado ésta de tenerlos. L o s que me quedan vivos me consumen mas en médicos i purgantes que en alimentos i r o p a : tienen t o d o s los r e s a b i o s , enfermedades i mañas de las mujeres (pie les criaron. L a s primeras palabras que pronunciaron sus labios inocentes no fueron papá i mamita, sino j>. . . i otras mas repugnantes. Juanito no va a la escuela sino cuando su ama deja de esc o n d é r m e l o . El curcunchíto me alarma mas que todos, p o r q u e ya descubre mala índole i toda la tenacidad de un asno. L o s demás m e quieren menos (pie a esas malditas, de quienes m a m a r o n la l e c h e . » Este es el artículo que me entregó p u b l i c a r l o se lo a g r a d e z c o .

mi a m i g o ; i al

(12 de julio de 1845.)


EL ULTIMO JEFE ESPAÑOL EN ARAUCO.

i .

L a independencia de Chile, no era ya una cuestión en la é p o c a cpie voi a recordar a mis lectores. Nuestros bravos habían batido i desalojado de todas partes a los españoles, soldados tan valientes como desgraciados no tanto p o r sus derrotas cuanto p o r haberles ligado el honor a la mas indigna de las causas. T o d o s los pueblos al norte del Maule empezaban a organizar su administración p o l í t i c a , envueltos en esa especie de desorden i alborotos p r o d u c i d o s p o r la estrañeza de su nueva vida, p o r la inesperiencia de las nuevas instituciones i por el carácter i hábitos guerreros contraidos en catorce años de campañas, c o m b a t e s , d e rrotas i victorias. L a misma provincia de Concepción, que durante ese largo período la habían talado ambos e j é r c i t o s , incendiado i saqueado los salvajes i m o n t o n e r o s ; este p u e b l o h e r o i c o , que no salvó del furor de la revolución, sino la feracidad de sus campos i la espesura de sus bosques, parecia revivir i convalecer, semejante al soldado cuyas heridas mortales empiezan a ei-


25(5 catrizar después de una curación larga, diñcil i penosa. Dona vides, el mas formidable de los verdugos q u e , en aquellos tiempos, devastaron esta provincia, había, subido a la horca, en la plaza principal de Santiago, el 23 de F e b r e r o de 1822. Sin e m b a r g o , aun quedaban en uno i otro lado del B i o - B i o , varias guerrillas de realistas; bien así c o m o esas nubéculas perdidas que vagan por la atmósfera inmediatamente después de las boraseas. Una de estas bandas, c o m a n d a d a por el Coronel Pico, era la mas numerosa i temible. Su jefe añadía a la bravura, la dureza sanguinaria a que se Imbia habituado, en muchos años de esa guerra a muerte que se hicieron, a lo último, los campeones de Fernando i los independientes. Varias tribus Araucanas, aliadas suyas, le acompañaban en sus correrías, halagadas p o r el incentivo del r o b o i de la matanza, La guerrilla de l'ico, ni daba ni pedia cuartel: el incendio i toda clase de atrocidades dejaban marcados los sitios de sus campamentos, los teatros de sus ataques i las huellas de sus marchas i contramarchas. F u aquella fecha ya no se trataba de defender o de reconquistar al país. Una rabia infernal, la sed de sangre i de venganza, el instinto esterminador del tigre mantenía la lucha i ajitaba a los combatientes. Pico era un español de -10 años, alto, robusto, de rostro atezado i de maneras i hábitos salvajes, lo mismo (pie la vida que llevaba i la profesión que ejercía. Su mirar misántropo descubría al m o n t o n e r o : dos hondas cicatrices desfiguraban notablemente los perfiles naturales de su c a r a : sus fuerzas habrían hecho h o n o r a cualquiera otro hijo de Castilla, a cualquier cacique arauc a n o ; i eran ellas el único prestijio que mantenía alguna subordinación en la horda que se hallaba b a j o sus ór-


257 dones. Desconfiado por carácter, mas bien p o r las circunstancias i hombres de que se veia r o d e a d o , no tenia otro amigo que un p e r r o , al cual no obstante habia puesto el n o m b r e de «Insurjente»; i era este animal su sola guardia cuando d o r m í a , la sola escolta que cerca del español marchaba. El ;51 de A g o s t o de 1824, a c a m p ó esta m o n t o n e r a en Q u i l a p a l o . lugar inmediato a la cordillera i al oríjon del caudaloso Iüo-bio. Habiendo concluido la estación de las lluvias. T i c o se p r o p o n í a activar las hostilidades i aventurarlo t o d o por conseguir, si no una, capitulación (pie no se atrevía a esperar, una salida por mar del t e rritorio de Chile, donde ya no le quedaban sino peligros infructuosos ipie correr. No se habia puesto a precio su c a b e z a ; pero cualquiera se hubiera r e c o m e n d a d o en gran m a n e r a , presentándola, después de una victoria o a consecuencia de una traición, a los jefes i autoridades patriotas: en este p u n t o , Pico conocía m e j o r que nadie su posición azarosa. Las aguas de Julio i A g o s t o no habían permitido la la, movilidad de la, guerrilla ni el recibo de c o m u n i c a c i o nes de los p o c o s amigos que quedaban a. Pico en el t e rritorio o c u p a d o p o r los independientes. I g n o r a b a el número i puntos en que se hallaban éstos, la fuerza de las plazas i cuantas mas circunstancias era preciso saber para obrar con p r o b a b i l i d a d e s de acierto. A fin de o b tener estas noticias, despachó p o r una i otra banda del I ü o - b i o , varios espías i c o r r e o s , i determinó esperar su vuelta en el campamento que ese dia habia t o m a d o . Cien bajo las rayada i josas de

infantes, único resto del lucido ejército que órdenes do O s o r i o , fué victorioso en Canchavencido en M a i p o , cubiertos con piezas a n d r a todos los uniformes usados p o r ambos ejército»

,JOTAi;i:cni:.

1

1


258 durante la guerra de la i n d e p e n d e n c i a , f o r m a b a la flor de la guerrilla de P i c o . Estos ocuparon, en Quilapalo, los escombros de una choza, antigua m o r a d a , al parecer, de algún v a q u e r o , p o r los majadales que aun se veian a sus alrededores. Las tribus araucanas t o m a r o n a l o jamiento mas a c a m p o raso i en diferentes puntos. Su algazara, gritos i ahullidos resonaban dia i n o c h e en los bosques, c o m o si les hubiesen invadido millares de b e s tias feroces. l'ico t o m ó posesión de un rancho d e s a m p a r a d o , (pie a distancia de una c u a d r a , a retaguardia de la línea daba su frente a ésta i su espalda a un huerto c e r c a d o de una palizada de t r o n c o s de r o b l e . L a humilde habitación no tenia mas que una entrada sin puerta, circunstancia que pareció doblemente peligrosa al coronel español para el caso de una sorpresa. Sin embargo, c o m o nunca a c o s t u m b r a b a manifestar temores o desconfianza delante de sus aliados i subalternos, mandó c o l o car su c a n i a en uno de los rincones del rancho sobre un catre de palos, que. en un abrir i c e r r a r de o j o s , tejieron con boqui dos de sus asistentes. Alli recibió a sus amigos i dio órdenes a sus oficiales. L l e g ó la noche i mas tarde la hora de retreta, Pico, después de establecer en persona varios puestos a vanguardia, i retaguardia del c a m p a m e n t o ; después de r e c o rrer todos los puntos d o n d e creyó conveniente presentarse, se retiró a su alojamiento sin llevar mas c o m p a ñero que a su inseparable Jmiirjente. L e quitó el freno a su c a b a l l o , amarróle ensillado a uno de los palos del r a n c h o ; puso un gran p o n c h o a la puerta a guisa de c o l g a d u r a , animó el fuego i t o m a n d o en seguida un enorme cuchillo, metióse b a j o del catre i abrió en la quincha un agujero capaz de dar salida a un h o m b r e echándose p o r él a la rastra. Seguro así de una reti-


259 rada p o r el lado del h u e r t o , se fué a la cama después de quitarse las espuelas, hacer la señal de la cruz sobre su frente i besar la de su rosario. E l Insurjcnic se acurrucó entonces al pié del c a t r e , en el h o y o de un hogar a p a g a d o después de una larga fecha, e inmediato al que, en esa n o c h e , echaba una agradable llamarada. A estas o parecidas precauciones daba P i c o la p r e ferencia sobre las centinelas i guardias que aparentaba no creerlas necesarias. Sus guerrilleros nunca le j u z g a ron p o r ello, sino c o m o doblemente impávido i valiente. II. ¿ C o n o c é i s las orillas del B i o - b i o i las de sus t r i b u tarios L a j a , D u q u e c o i V e r g a r a ? ¿ X o las conocéis'? L o siento. Allí está el Paraíso. P o r q u e el Paraíso no es una creación fantástica: es la naturaleza v í r j e n . la n a turaleza con sus ríos, bosques, lagos, montañas i cascad a s , con sus aves i bestias salvajes, con sus perfumes i el ruido armonioso de sus movimientos i vida. Si hubo otro Paraíso que este, en vano se esforzará el poeta en imajinarlo mas encantador i delicioso. L a s vastas comarcas que bañan i recorren aquellos ríos, han sido, durante tres siglos, el teatro de la guerra entre los Araucanos i sus conquistadores, o mas bien, entre los A r a u c a n o s i los que han pretendido c o n q u i s tarles. ¡Vano e m p e ñ o , único imposible que han e n c o n trado sobre la tierra la fuerza, la maña i el v a l o r ! P e r o esta guerra no ha p o d i d o destruir sino a los h o m b r e s : las bellezas i gracias naturales del territorio p e r m a n e cen en su estado p r i m i t i v o , en su lozanía admirable. L o único que, a duras penas, ha l o g r a d o establecer allí la civilización, es una línea de fortalezas en las cuales se mantiene hasta hoi e n c e r r a d a , c o m o si le lrabiese 17*


2(30 puesto sitio, esa naturaleza invencible que tan inútilmente pretende rendir i avasallar. En la é p o c a de mi r e l a c i ó n , casi todas estas fortalezas se bailaban en ruinas, a consecuencia de haber sido tomadas i perdidas sucesivamente por ambos partidos belijerantes. A l fin de la l u c h a , en 1 8 2 4 , los independientes sufrian dentro de ellas diarios asaltos de de los salvajes i montoneros que se paseaban por los llanos, b o s q u e s i guaridas de que están rodeadas aquellas plazas. Luis Salazar. guerrillero patriota, ocupaba con los suyos, el 2 de Setiembre de 1824, la de Nacimiento, una de las nías introducidas en la tierra de A r a u c o . Salazar ]rabia nacido c o m o todos los soldados que le acompañaban, b a j o los muros de estas fortalezas, lo que escusa a, t o d o el mundo de averiguar si eran o nó valientes. Nacimiento se h a hecho célebre por el continjente de leones con que se suscribió para sostener la lucha gloriosa de nuestra independencia. Recién amanecía: Salazar, de pié sobre la muralla oriental del recinto, dirijia investigadores miradas hacia las márjcnes opuestas del B i o - b i o i del V e r g a r a que confluyen en aquel p u n t o . Cerca del comandante dio un ruidoso bostezo un centinela, que llamó así la atención de su j e f e obligándole a p r e g u n t a r l e : — ¿ Q u é tal noche, C o r o n a d o ? — Ni mas ni menos que las otras, mi comandante. Mucho f r i ó , m u c h a vijilancia, ni un t r a g o , ni un solo g o d o al frente p a r a calentar el cuerpo. — L u e g o los tendrás encima . . . — O ellos me trendrán a mí, mi c o m a n d a n t e .


— Están en Q u ü a p a l o desde antes de ayer.

Siniago,

que acaba de pasarse, me da la noticia . . . — ¿ S i n i a g o , mi c o m a n d a n t e ? ¿ e l que ahora há dos años se pasó a los godos cuando nos quitaron en San Carlos la c a b a l l a d a ? — E l mismo. El centinela hizo un jesto mui l e o , meneando la cabeza a uno i otro l a d o . Salazar contin u ó : según éste dice, el canalla de Pico se dirije a atacarnos con mas de cuatrocientos hombres entre indios, i españoles. Nosotros somos treinta i dos . . . no hai esperanzas de refuerzos . . . — Es v e r d a d : no somos m u c h o s , dijo el centinela algo pensativo, escarbando suavemente el suelo con la punta de su sable desenvainado. D e r e p e n t e , al c a b o de un rato de silencio, la r e s piración de C o r o n a d o se ajitó visiblemente, alzóse con orgullo su cabeza, brillaba en sus ojos un rabioso c o raje, su rostro tomaba gradualmente un c o l o r oscuro de de sangre i se sacudía su labio superior cubierto apenas del b o z o de los veinte años. — Mi comandante, gritó frenético el j o v e n

centinela:

es preciso que ese demonio muera. — ¿Quién? — El g o d o P i c o ; lo j u r o p o r la madre que me parió. El infame va a ver que no se necesita sino una vida p a r a acabar con la suya. E l diablo ha de cargar con él o c o n m i g o , o con él i c o n m i g o , nada me importa . . . — C o r o n a d o ¿estás l o c o ? — Sí, mi comandante. Si no lo m a t o , muero de r a b i a : siento una gana irresistible de cortarle la cabeza . . . i se la cortaré al maturrango p i c a r o , c o m o hai Dios en el cielo.


262 — Pero ¿dónde, muchacho

bárbaro?

— E n medio de sus matuchos, mi comandante. Pues qué ¿hai algún m a r , entre ese g o d o c o c h i n o i y o . que m e impida alcanzarle con mi p u ñ a l ? — L a s treinta lanzas de P i c o juguetearían en el aire con tu c a d á v e r , c o m o esas g o l o n d r i n a s , que ahí ves. se disputan la caza de un insecto. M e j o r seria . . . — N o comandante. Si usted no p o n e a mi disposición cuatro soldados bien m o n t a d o s , me tiro al f o s o , i moriré c o m o un mentecato, p o r q u e usted no ha querido que muera como un valiente. — Bien te c o n o z c o , amigo m i ó : L o r e n z o Coronado es el mas b r a v o de cuantos encierran i han visto nacer estas murallas. P e r o temo que vayas a morir inútilmente . . . Dírne, m u c h a c h o , ¿ q u é piensas h a c e r ? — A punto ñ j o , no pienso otra cosa que matar al g o d o . E n cuanto a la elección de los medios . . . Dígame usted, mi c o m a n d a n t e , ¿ c r e e usted que Siniago venga p a s a d o ? ¿él, que no ha m u c h o se fué a los enem i g o s ? Que m e enmielen si no es un espía de P i c o , a quien ha estado sirviendo de asistente: p o r lo tanto es preciso asegurarle. Mire u s t e d , mi c o m a n d a n t e : voi a decir a Siniago que mi intención es matar a P i c o a d o n d e le h a l l e , donde le e n c u e n t r o ; que para ejecutar mi p r o p ó s i t o , necesito que él mismo me dé su opinión i consejo sobre el m e j o r medio de obtener el éxito, perdiendo o salvando yo la v i d a , que esto no entrará en c u e n t a : p e r o (pie si yerro el golpe, si escapa de mi puñal el g o d o b r u j o , cuatro balas harán pasarse, al amigo Siniago, a los infiernos. Buen cuidado tendrá con esto de endilgarme a la empresa de un m o d o infalible. Obtenidas las noticias que q u i e r o , m e voi con mis cuatro hombres a Q u i l a p a l o , cuyos rincones c o n o z c o lo mismo


263 q u e las melladuras de este s a b l e , m e j o r que las t r o n e ras de la plaza Nacimiento. Si alguno lia de morir, no serán los c o m p a ñ e r o s que le pido a usted, mi c o m a n dante. — ¡Dios te guie! esclamó Salazar, arrojando un p r o fundo sollozo i estrechando en sus brazos al centinela. Salazar se despedía así de aquella interesante víctima, c o m o el sacerdote se despide de un condenado a muerte, c u a n d o , al pié del suplicio, se lo reclama el verdugo. A l ponerse el sol, salían cinco jinetes a gran galope p o r el puente levadizo de la fortaleza; desfilaron p o r la izquierda sobre el Yergara, i después de pasar este rio en un b a r q u i c h u e l o , Salazar les vio desaparecer en las montañas de Negrete. III. E r a p o c o antes de la media noche del 3 al 4 de s e tiembre. A dos tiros de fusil del campamento de P i c o , cuatro h o m b r e s estaban agazapados entre unos espesos matorrales. Uno de los mojinetes del rancho de este j e f e , se divisaba desde aquel p u n t o , como una sombra triangular mas negra que la oscuridad de la noche. L a guerrilla, que babia r e c i b i d o orden de ponerse en m a r c h a sobre Santa Bárbara, a la m a d r u g a d a inmediata, dormía silenciosa en el campo. P i c o roncaba en su cama p o seído del primer s u e ñ o ; pero un ladrido del hisurjentc le hizo saltar al suelo i t o m a r sus armas. Puso el o i d o : no distinguió ningún ruido sospechoso. Sin e m b a r g o , el perro dirijiendo su h o c i c o hacia el huerto, no cesaba de refunfuñar instintivamente. — Algún perro indio quiere robarme mi caballo, dijo P i c o ; i salió del rancho calamaco.

embozándose

en un desmedido


264 P o c o después volvió tiritando de frió. — P o r mi abuelo, dijo mirando al p e r r o , que si vuelves a darme otra falsa a l a r m a , te ahorco con este hizo en ese tijeral. E c h ó en seguida leña a su fuego, secóse los pies h u m c c i d o s e iba nuevamente a acostarse, cuando el Insiirjcnfc tornó a ladrar con m a y o r fuerza, como si estuviese mas p r ó x i m o el motivo de su estrañeza. Pico le hizo r o d a r de un puntapié hasta las cenizas del fogón. El animal, c o n v e n c i d o con esto de que sus avisos eran impertinentes, se hizo un rollo en el s u e l o ; i, c o m o su amo, rpiedóse mui pronto d o r m i d o en ¡un sueño profundo. A ú n ardían los tizones que el jefe guerillero añadió al acostarse, i su luz a l u m b r a b a escasamente el rancho. Un h o m b r e , de cabeza i pies c u b i e r t o s , entreabrió la cortina que pendía en la puerta, i sin hacer mas ruido que una h o r m i g a , siguió adelante hasta ponerse a dos varas de la cama de P i c o . Sáltale encima el perro de éste; pero el bruto se ensarta en un largo puñal que le recibe p o r la mitad del c u e r p o : su grito de ataque se confunde con los ahogados aullidos de la muerte. Un instante después, P i c o i el agresor luchan cuerpo a cuerpo, aquel p o r t o m a r sus a r m a s , éste p o r herir con la suya: el español da voces i recibe puñaladas. Hubo un m o m e n t o en que a impulsos de un rodillazo que dio a su contrario en el estómago, se vio libre de sus forzudos b r a z o s ; i a p r o v e c h á n d o l e , m e t i ó s e , herido i atol o n d r a d o , b a j o el catre b u s c a n d o el agujero practicado, tres noches antes, en la quincha. P e r o el atrevido independiente volvió a la carga i a cojerle con furor fren é t i c o : sus cuerpos r o d a r o n j u n t o s en el nuevo terreno, juntos se arrastraron i juntos salieron por la brecha. El último c a m p e ó n de F e r n a n d o en las tierras de Arauco, l a n z ó , al fin, un quejido de m u e r t e , al perderse en su garganta el puñal patriótico.


265 A este tiempo toda la guerilla se hallaba en m o v i miento. A l a r m a d a p o r las voces ostra ñas que se habían oido en el c a m p a m e n t o , la confusión llegó a su colmo con algunos tiros q u e salieron en ese mismo instante de unos matorrales de la izquierda. T o d o s fijaron su atención en aquel p u n t o : nadie daba razón de lo que era. aunque ninguno d e j a b a de repetir: ¡Lapatria! ;el enemigo! ¡el enemigo! C o r o n a d o , llevando en la mano izquierda, de los cab e l l o s , la cabeza ensangrentada de P i c o , se retiró del c a m p o , p o r entre los guerrilleros, que a t e r r a d o s , considerándose rodeados de patriotas, no atinaban mas que a montar a caballo i ganar el b o s q u e . Una hora después, los cinco íiacimientanos que se h a bían reunido en un punto señalado, galopaban de vuelta de la espedicion h e r o i c a ; i espantados de la magnitud de su triunfo, iban en p o s de Coronado sin atreverse a averiguarle si era o nó cierto que llevaba la cabeza de Pico a la grupa. ¡ C o r o n a d o i sus compañeros eran hombres del p u e b l o ! ¡Viva el p u e b l o ! (18 de setiembre de 1845.)


LAS SALIDAS A PASEOS.

Para qué es decir sino la v e r d a d ; esto de pasearse no es t o d a v í a , en G o p i a p ó , nías q u e un estranjerismo. una m o d a a que resisten el gusto e inercia jeneral de las j entes. L a siesta, esa m o d o r r a de la hartura, tiene aun sus devotos i p r o s é l i t o s : ella es la que sostiene la lucha contra el eficaz dijestivo de salir, después de c o m e r , a dar una vueltecita, Bien es cierto también q u e , en punto a dij estivos t o m a d o s en mesa i de sobre mesa, estamos al corriente de los países mas civilizados: el j e r e z , o p o r t o , san V i cente i otros majistralcs nos aseguran de cólicos lo mism o que la sociedad del orden nos asegura contra la anarquía, la sociedad demócrata contra el despotismo del g o b i e r n o i la señal de la cruz c o n t r a el espíritu de ambas. N o encontrareis, pues, paseantes p o r la tarde a cada p a s o : si veis, a esas horas, dirijirse de a tres, cuatro o cinco caballeros hacia este lado o el otro i os imajinais que van p o r pasearse, seguidles para convenceros de que han echado a a n d a r , p o r q u e solo andando pueden ponerse donde se t o m a café i se da tertulia.


267 Esc b u e n m o z o q u e . a puestas de s o l . monta a c a ballo i sale a r o d e a r p o r los estraniuros, t a m p o c o anda haciendo e j e r c i c i o : anda haciendo r a y a ; es un h a l c ó n en busca de su presa. — I ¿ l o s q u e , con la fresca, van a la C h i m b a ? me preguntareis: mucho menos. Nadie iria a la Chimba, a ninguna hora, si no hubiese allí tantas niñas que ver, tanto mate que t o m a r , tantas flores que recibir. El h o m b r e que pasa de cierta edad, no pasa de San E r a n cisco para a b a j o , aunque le conviden a un ambigú sin obligarle a la suscripción. — « E s t o es bueno para los m o z o s ; ya no estoi para e l l o , » contestaría al que le propusiese emprender el viaje. Si entra un forastero a Copiapó sin saber el dia en que v i v e , cosa que mui bien le puede suceder viniendo del puerto i perdiendo el j u i c i o con el p o l v o de Ilaniadilla; si entra en C o p i a p ó , r e p i t o , i ve p o r las calles que van i vienen muchas señoras con sombreros o p a ñ u e los blancos a la cabeza c o m o si anduviesen de paseo, diga entonces el forastero: lioi es domingo, lioi es fiesta: p o r q u e es seguro que en ningún otro dia se las verá en la calle. Pasearse en dia de trabajo es un d e s p r o p ó s i t o ; se esponen a cojer un constipado i a que las vagan a, ver. ¡Jesús, qué dirán, que andamos de ociosas! Vista esta tibieza, esta no costumbre de salir a t o m a r el a i r e , nuestra ilustre municipalidad no ha querido proyectar una alameda, un paseo p ú b l i c o entre las m u chas mejoras de c o m o d i d a d i ornato que lleva p r o y e c tadas hasta la presente f e c h a ; mejoras q u e , gracias a D i o s , tienen a Copiapó c o m o un chiche p a r a los que con la imajinacion se las pintan ya plantificadas. Véase, si n o : los caminos, ahí están, de bien en m e j o r b a j o el sistema conservador. Como es un recreo transitar p o r


268 ellos, los dueños de los desiertos p o r donde p a s a n , se dejan pedir un real por cada m u í a , burro o caballo que tiene el placer de morirse de h a m b r e i de sed por esos secadales. Nuestro hospital es el m e j o r del universo: se puede apostar o c h o a uno a que no alcanzará a morir en él ningún enfermo. I aunque p o r ahora no tiene mas que una cania, ha sido un excelente acuerdo c o l o c a r en ella el p r o y e c t o . El b o s q u e de sauces que se ha plantado en la vega, según la opinión de uno de nuestros gobernadores mas antiguos, va a d a r , en mui corto t i e m p o , una renta anual de diez mil pesos en m a d e r a s , está al p r o d u c i r sus resultados; solo se espera que el plantaje escape de los b u r r o s . El p u e b l o de Chañarcillo i su r e c o v a , es cosa concluida. Y a no tienen (pie pensar en el pueblo sino los que se han quedado con t o d o p r o n t o para edificar en sus sitios. La éxito. mando le ha

reforma del riego tu mal se ha verificado con Nadie se queja de a g r a v i o , cada cual sigue t o toda el agua que pincele, con el injenio que Dios dado.

E n cuanto al nuevo panteón, tenemos lo esencial: el reglamento i la tarifa de sepultura. Falta lo demás, inclusive la elección de sitio; pero eso es lo de menos. L o importante es saber cuánto nos llevan p o r enterrarn o s ; para, si no nos a c o m o d a el precio, irnos a morir a otra parte. Esto d i c h o , vuelvo a mi epígrafe. Pero si no hai quien salga a pasearse p o r las calles, no hai quien no guste de los paseos al c a m p o . En la


2f>0 actual t e m p o r a d a se halla en v o g a , aun entre nuestros mui caseros comerciantes, darse algunos dias de este agradable asueto. La primavera, ha puesto en m o v i m i e n to a las j e n t e s , que han querido ver lo que una generación casi nunca ve, en Copiapó, dos distintas ocasiones: los c a m p o s , cerros i quebradas tapizados de innumerables llores. Nuestros áridos p e ñ a s c o s , esta, naturaleza muerta (pie si alguna idea inspira, si algo moral espresa es la desnudez del desengaño, el despecho de una intendencia frustrada o de una elección p e r d i d a , verla, ahora engalanada con todos los colores de las flores i exhalando ricos perfumes, no parece sino la o b r a de un e n c a n t o , la obra de un gobierno cuando se le pone cubrir de sueldos, honores i divisas a un infeliz en dos patas. La señal convenida de que va a salir una, familia al c a m p o , es una carreta entoldada i encortinada a, la puerta. Las cortinas han de ser colchas i sobrecamas viejas: si no, no ha i caso, no está bueno el paseo. Esta carreta ¡que inmensidad de cosas contiene! os una arca, que en vez de llevar el cargamento del patriarca N o é encierra todas las especies de trastos, utensilios, m u e b l e s , legumbres, g o l o s i n a s , servicios i comistrajos de la. c a s a , con mas algunos ejemplares de a m a s , cocineras, niños, c r i a d o s , porros, chanchitos, p a v o s , gallinas, c o r deros i domas animales domésticos. Los almofreees, p e t a c a s , baúles, canastos, sacos i paquetes forman un hacinamiento abismal, un océano revuelto, un laberinto, un pleito sustanciado en Ereirina, una, sociedad política ipie se p r o p o n e sostener a un ministro p o r q u e le creen todavía mui lejos de caer, para dejar de hacerle la corte. Sin e m b a r g o , la dueña de casa está en t o d o , i c o m o el ministo de estado, es la única que ve claro en la mescolanza i que posee la hebra del ovillo. — Mira,


270 carretero,

estas petacas, lo primero: llevan cosas de queDeja ese almo/rere para (que-vana encima. — Los sacos de verduras es preciso quitarlos de ahí. — Despacio, esa canasta va con huevos. — ¡Niños, cuidado con los bueyes . . .! — Que me traigan los tarros de didees. — Machadla (a la crida), la ropa de los chiquillos. — N a Juana (a la cocinera) no se le olvide la parrilla.— Ahí se me olvidaba: esa cajita en que va la jeringa . . . Pero, nó: yo la llevaré en el birlocho, no sea que se ofrezca ... — Pero, mujer, le dice el m a r i d o , i los jiambres peerá d almuerzo, ¿dónde irán? — ¿Qué sabes tú? los llevará el muchacho por delante. brar.—

— Ya me voi, grita el carretero empuñando la larga picana. — Aguárdese un poquito . . . ¿Qué se nos queda? vean, niñas, si se olvida alguna cosa. — Nada, mamita: todo está acomodado. A la sazón, ya lian entrado en la carreta los individuos arriba mencionados. Las criadas gritan, chillan i vi en a c a r c a j a d a s ; los niños r i ñ e n ; las voces de mando no se o y e n , i los b u e y e s , que toman la bulla por una orden de m a r c h a , se ponen en repentino movimiento. A q u í los sustos, los ayes i las esclaniaciones ruidosas. En medio de la algazara i b a r a b ú n d a , los reniegos del carretero resuenan c o m o el trueno en las tempestades. El infeliz maldice a los bueyes, a la madre de los b u e yes i a la suya, a todos por p a r e j o ; i de tal manera, que los Jesuses i los ¡ai, Dios mío! se oyen p o r todas partes. A l fin, los bueyes se sosiegan, a c o m ó d a n s e los viaj e r o s , se hacen los últimos encargos i recomendaciones de la señora; i parte esta p r i m e r a división, al ruido de alegres adioses i del rechinamiento del c a r r o . Tan bulliciosos aprestos han h e c h o salir a las puertas de calle a t o d o el vecindario i parar a los transeúntes.


L a salida de l a . f a m i l i a i amigos de la familia no causa un a l b o r o t o tan democrático. A l ver esos semblantes animados p o r la alegría, ese exceso de vida que ajita a todos los individuos que se preparan para la m a r c h a , esas b r o m a s que se dirijen i alegres dichos que se improvisan, se siente uno tentado de llamar la atención, pedir la p a l a b r a i pronunciar un discurso, diciendo: Señores: esta reunión espontánea, este numeroso concurso animado de los sentimientos del mas puro . . . . etcétera, etcétera, etcétera. No sigo el discurso temiendo que el entusiasmo me arrebate i me haga conducir a mis lectores a sentarse bajo la frondosa sombra del árbol de la libertad, cpie prospera fecundo i siempre creciente en óptimos frutos. T a m p o c o sigo a la familia que va de paseo en b i r l o c h o s i carretas. Mi propósito se reduce a charlar sobre su salida. A h o r a hablemos del paseo a b u r r o . Decididamente, el burro es un animal de orden, por mas que sus desgracias i sus servicios siempre mal p a gados, le den cierto tinte de animal de oposición. Esto es hablando de los burros de otras partes. E n cuanto a los de Copiapó, son tantas las prerogativas i consideraciones de ipie g o z a n , son de suyo tan de soberbio c a rácter i han recibido del c l i m a , o quien sabe de qué, dotes tan brillantes, que forman una clase, separada, una familia aristocrática de la especie. ¿ D ó n d e mas que aquí consumen miel i panales, alfalfa i cebada los burros? ¿ E n qué otra parte son c u i d a d o s , cargados i conducidos por ciertas mujeres, q u e , aunque b a j o mas de un aspecto no pertenecen al b e l l o s e x o , j a m a s usan de otro castigo en sus piaras que los talonazos i pellizc ó n o s ? ¿ D ó n d e , c o m o en Copiapó, puede contar el b u r rero que ha alquilado sus asnos, no para cargar leña


272 ni basuras, sino para que salgan a paseo, cabalgándoles las alegres buenas mozas i los almibarados elegantes? ¿Qué diversión mas c o m p l e t a , qué tiesta mas cumplida, qué humorada mas rada que un paseo a b u r r o ? L o mismo es p r o p o n e r l e i p r e p a r a r l e , que cuantos entran p o r el partido empiezan a celebrarle a carcajadas. P o r lo regular estas cabalgaduras son el episodio de las salidas al c a m p o ; son el paseo de los paseos. E n ellos la jente se p r o p o n e reírse unos de otros sin ceremonia, correr algunas leguas i darse no p o c o s porrazos de c ó micas consecuencias. Al rayar el dia c o n v e n i d o , el burrero entra con su [tiara en el patio de la casa punto de partida. L o s rebuznos, ese canto del dichoso, esa voz enérjica i patente c o m o un viva el jnuMo de la rotería de Santiago, despierta a los del paseo que, a medio vestir, salen o se asoman a ver o a elojiar sus respectivas caballerías. T o d o s quieren ensillar- los m e j o r e s , ¡ i m p o s i b l e ! no hai uno m e j o r que o t r o , t o d o s los burros son iguales, ante la lei. Sin embargo, la galantería examina, pregunta i descubre aquellos que se recomiendan p o r su buen jenio i andar de aguililla: en éstos van las damas, sobre sendos sillones, que si no son viejos i apolillados no sirven p a r a el paseo. El burro mas liberal i v i v a r a c h o , de quien se sospecha (pie p u e d a interrumpir el orden i atacar la moral p ú b l i c a , se le entrega al mas jinete i de mejores puños, p a r a que haciendo de ñscal, oportunamente le refrene si se anda con p e r s o n a l i d a d e s : esta clase de calaveras-asnos se distinguen de los demás, por sus cabezas pilonas, rabos cortados u otras mutilaciones atraídas p o r sus excesos. T e r m i n a d o s los a p r e s t o s , adornados con cencerros los cuellos de los b u r r o s , henchidas de víveres i de b o -


27;; tellas las alforjas, llenas de risas las bocas de los que van i de lágrimas los ojos de los niños que se quedan, llega la hora de montar sobre los mansos animales, que se dejan p o n e r , cargar i conducir con esa deferencia encantadora de un batallón de guardias cívicas, en dias de elecciones. L o s caballeros, al partir, se dividen en dos p o r c i o n e s : unos echan adelante para servir de guias, otros van a retaguardia a r r e a n d o , con no mui inocentes estímulos, las cabalgaduras de las niñas. L a alegría jeneral es una l o c u r a carnavalesca: todos gritan de v i c i o , todos rien con una gana progresiva, a cada paso que d a n . a cada mirada que reciben, a cada figura a burro, que se les presenta: nadie ve a nadie sino caricaturado. A q u í va uno de piernas largas, caballero en un burro de piernas c o r t a s , formando un g r u p o , no de burro i jinete, sino de b u r r o en seis patas. Mas allá cayó otro burro p o r la lei de gravedad del que lleva encima. La montura de éste, habiéndose resbalado hacia atrás i ofendido con la cincha los respetos del celoso animal, le obliga a reclamar con repetidos corcovos que se le trate mas debidamente i que solo se le haga servir en el o b j e t o para que fué alquilado. Las niñas van c o m prando sitio de cuadra en cuadra i c a y e n d o , j a m a s a su g u s t o ; pero siempre al de t o d o s : nunca c o m o el gato, siempre c o m o carruaje que se vuelca. El burro peligroso, que p o r prudencia le hacen marchar de avanzada, señala cada minuto de tiempo con una de sus estrofas recitada i da muestras inequívocas de sus anárquicas intenciones. T o d o estimula a perder el j u i c i o de gusto. Vienen después los sabrosos tragos i la grata fermentación e n , q u e ponen a las juveniles cabezas: vienen esos momentos en que el h o m b r e encuentra en su vida 18


274 un p a r a í s o , i en su ser otro ser, que unas gotas de lic o r despiertan; esos m o m e n t o s en que soñamos mil encantos sin d o r m i r , i cuyos mil encantos desaparecen después que realmente dormimos. A los tragos de la marcha siguen los del almuerzo, «pie ha de tener lugar a la sombra de algún enorme peñasco, sobre una mesa a la altura de la b o c a , puestos los comensales de barriga. L o s fiambres se han revolc a d o , el j a m ó n tiene una escarcha de tierra, el pan se ha h u m e d e c i d o , no se se sabe si con agua o con el sudor del b u r r o ; pero t o d o está d e l i c i o s o , todo se encuentra en regla, Y a se ve, el apetito, a no haber otra cosa con que acudirle, era espuesto que cargase con alguna de las cabalgaduras. Nada seria, me decia yo en uno de estos paseos, que le echaran a uno a p a s e a r , si la cosa fuese a b u r r o . (29 de n o v i e m b r e de 1845.)


EL LIBERAL DE JOTABECHE.

D e dos cosas puede cada cual alabarse sin miseric o r d i a , sin temor de ofender a Dios con una mentira, ni agraviar a la modestia, esponiéndose a pasar p o r b o b o : en primer lugar de ser honrado, i en segundo de ser liberal. Es entendido que nadia ha de ganar a nadie en estos dos puntos. El- que diga que es mas honrado que yo. miente; tal es el reto cpie hace a cuantos e n cuentra cada hijo de vecino. El c¿ue diga que es mas liberal que yo, remiente; replica el ministerio a la o p o s i ción i la oposición al ministerio a cada encontrón que se dan p o r esos diarios i gacetas. De manera que la honradez i las ideas liberales son como las demás cosas que todos tenemos i de las cuales gozamos sin quitárselas a n a d i e ; el aire, el v i e n t o , el vacío i otros bienes comunes a la honrada i liberal especie humana. E n materia de h o n r a d e z , si se ha de hablar de la que tenemos puesta en circulación, es punto d e l i c a d o : las conveniencias sociales han declarado este negocio un misterio i m p r o f a n a b l e , un saneta sanclorum; p o r q u e , la verdad sea dicha, p e o r seria menearlo. Está si suficientemente averiguado que todos tenemos muchísima, i que nunca dejaremos de tenerla, gracias a la estricta e c o n o mía con que la usamos. 18*


270 Paso, pues, de prisa por este tema, c o m o quien atraviesa un camino p l a g a d o de ladrones o una callejuela inmunda i pestilente; i p ó n g o m e a discurrir sobre lo de liberal, seguro de no faltar a ningún debido respeto. P o r que es mi ánimo dejar a t o d o s , los ministros de estado inclusive, tan liberales c o m o quieran serlo. El l i b e r a l i s m o , si es una virtud, es una virtud de nuestros días; es el voto que hace furor en este siglo, c o m o lo hizo el de t o m a r la cruz en tiempo de las cruzadas. En aquel entonces j u r a b a n los hombres degollar turcos, visitar los santos lugares, la tierra de los milagros. Iioi los liberales no nos proponemos fines tan cristianos, es v e r d a d ; p e r o mas humanitarios i socialistas, sí. Juramos atacar a los polueones, a, esos turcos ceñudos i renegados (pie están en posesión de mil p r e ciosas reliquias, las cuales si parasen en nuestro poder, redundarían en honra i gloria del progreso, que es la vida perdurable que buscamos en la guerra santa que sostenemos. En aquellos tiempos el mundo cristiano se conmovia i a l b o r o t a b a cuando los Papas o sus legados predicaban una nueva cruzada, p o r diabólicamente mal que hubiese salido el cristianismo en la anterior c a m p a ñ a : en los tiempos de ahora, el m u n d o liberal se ajita i conmueve cuando, en é p o c a electoral, algún B e r n a r d o o iJErmite les muestra el estandarte de la Cruz del año 28, en que fueron crucificados los polueones pava resucitar poco después, i dominarnos hasta la consumación de los siglos, p o r lo visto. E l liberalismo es una virtud que profesamos como los hermanos franciscos profesan las de mendicidad i p r o b e z a , mientras no alcanzan una guardianía o el p r o vineialato. Es un voto temporal que hacemos, a manera


277 de esas promesas de los beatos por las cuales se obligan a vestir de j e r g a i sayal, hasta obtener la sanidad de alguna dolencia. P o r lo c o m ú n , la dolencia de que queremos sanar vistiendo de liberales, es el deseo de servir al pais en un empleo i otras d o l a m a s , q u e , por pertenecer al linaje de las enfermedades secretas, tenemos r u b o r de confesarlas. El liberal i el empleado se escluyen uno a otro, c o m o se escluyen las partes de una disyuntiva, son un vél vél sin m e d i o . El empleo mata las ideas liberales como la uña mata la pulga, la trampa al ratón i el p e c a d o mortal el alma. 1 sin e m b a r g o , semejante a la mariposa que jira al r e d e d o r de la llama hasta morir en ella, el liberalismo revolotea cacareando al rededor del empleo hasta que cae en él i se consume. Es el empleo al liberal l o que el matrimonio al c a lavera, su reforma, su asentar de juicio, su muerte. L a administración p a s a d a , que Dios mantenga con este n o m b r e , creyó que callaría el liberalismo encerrándole, espantándole i torciéndole el pescuezo. I m p o s i b l e ; los liberales casi se la comieron viva. L a presente, con mejor conocimiento del corazón liberal, que en nada se diferencia del corazón humano, siempre que, a los p r i n cipios, se puso alguno a meterle ruido de importancia, le dio la m a m a d e r a ; i asunto c o n c l u i d o , liberalismo a c a b a d o : los gritones liberales quedaron para mientras vivan (con empleo se entiende), enrolados entre los h o m bres de j u i c i o , no oliendo ni hediendo sino a empleados. Es verdad que nuestra administración, p o r mas c o n servadora que se d i g a , no ha conservado esta regla últimamente mas que para aplicarla en ciertos casos.


A falta

de calladcras, recurrió al viento fresco de las que son capaces de conservar el orden, el ministerio i al mismo diablo entre nosotros. cstraordinarias,

Con t o d o (¡una triste disgresion!), el p o d e r benéfico del sistema conservador n o alcanza a conservar en vida, a nuestros grandes h o m b r e s , no p u d o conservarnos al eminente E G A Ñ A ! Hai pérdidas tan de veras sensibles que a veces desearíamos fuese un error lo que el egoísmo social llama una r e g l a : nadir hace falta en el mando. Vuelvo a mi asunto. L a s ideas liberales tan lejos están de ser ideas innatas, que vienen i se van de nuestras cabezas según las é p o c a s , lo mismo que las golondrinas emigran o vuelven a los t e j a d o s , según las estaciones. N o habiendo e l e c c i o n e s , no hai para qué buscar ideas l i b e r a l e s ; andan en la hacienda, en las minas : duermen p o r ahi c o m o picaflores en el invierno o quizá no están en ninguna parte. P e r o apenas calienta el sol electoral ¡Dios nos p r o t e j a ! las ideas, principios i fines liberales nos invaden en e n j a m b r e , p o r lejiones i en una fermentación infernalmente bullidora. Entonces cada cabeza liberal es un j a r d í n en el aire de bellos i patrióticos pensamientos. L a libertad en todas sus advocaciones, los héroes de la independencia, la democracia, el p r o g r e s o , la sangre de Chacabuco, las masas del pueblo-, este pueblo víctima de la jendarmeria, este pueblo que nada tiene que envidiar (en punto de honradez sobre t o d o ) a l o s fundadores de la antigua R o m a ; la ilustración i cuanto hai de grande, de eminente i de m o d a para la p r o s p e r i d a d de las s o c i e d a d e s , t o d o , todo se nos mete en el cráneo, i hace el diablo c o n nosotros de las suyas. Hasta al clero i la relijion católica-apostólica-romana t o c a n algo, i se p o n e con ellos a partir de un confite el liberalismo, n o obstante la p r e o c u p a c i ó n de tenerlos p o r inamalgamables.


El liberal es rigorosamente o r t o d o j o : adora a alguna i m á j e n , idolatra algún principio de carne i hueso. E l liberal sin su candidato es un ente de r a z ó n ; no p u e d e haberlo, c o m o no puede haber portugués sin su San A n tón, cuerpo sin .alma, ni beata sin padre de espíritu. Bien es cierto también (pie hai liberales que se tienen a sí mismos por c a n d i d a t o s ; pero lo esencial es que desde un principio digamos, yo soi de don fulano. yo trabajo por don mengano, viva don Juan de los Vedóles. Esto es lo (pie se llama reconocer bandera. Iíegularmente los candidatos de los libéralos son algunos personajes que fueron santos milagrosos en un t i e m p o ; que sufrieron el martirio en la administración de los diez a ñ o s : pero que, en el día, mas bien son hombres para P l u t a r c o que p a r a nuestra época. No es indispensable (pie el liberal sea p o b r e ; hai liberales ricos. P e r o el p o b r e ha de ser liberal i n d e fectiblemente; i de aquí viene nuestro descrédito, de aquí resulta también que el partido 110 se acabará nunca, p o r desgracia. ¿Se arruina un comerciante? se echa en nuestros brazos. ¿ A r r o j a n a un empleado de su puesto por sospechas de que es un picaro ? se hace un liberal ipso fado. ¿ L e quitan los galones a un militar p o r mala c a b e z a ? le tendremos de liberal frenético. ¿ H a i un fraile c o r r o m p i d o ? se declara capellán nuestro, en el m o m e n t o . ¿ T i e n e usted algún hijo cavalera? nosotros tendremos un p r e d i c a d o r de los derechos del h o m b r e . En suma, nuestro partido es el rendc.z-vous de todos los desgraciados, es una c o l e c c i ó n c o m p l e t a de t o d o jénero de averias humanas. Felizmente, en esta última crisis electoral mucha parte de esta jente se ha alistado entre los hombres de orden. razón p o r la cual ha sido tan numerosa en todas partes la sociedad de este n o m b r e .


280 El fuerte del liberal es la prensa: su pluma hace destrozos. P o r lo común abre la campaña desarrollando sus principios i teorías en largos i sempiternos artículos, los cuales no son leídos por los que lo entienden, ni entendidos p o r los que nos hacemos un deber de deletrearlos. Esto empieza así un año antes de las elecciones. L u e g o después ataca el liberal directamente las arbitrariedades del ministerio i la persona de algún ministro, que está cometiendo la b á r b a r a tiranía de sostenerse en su puesto j u g a n d o a todas malicias, ni mas ni menos que lo b a r i a el ministro mas libera] del m u n d o , si hai ministros liberales en el m u n d o . L a lucha se encarniza con los escritores ministeriales sobre infracción mas o menos clara, del c ó d i g o fundamental, i sobre la influencia indebida que la autoridad ejerce en las elecciones. P e r o hasta aquí la victoria no se decide p o r uno ni otro b a n d o : ambos tienen razón, amb o s la sostienen: p o r q u e así se los está asegurando tarde i mañana a los dos, la c o q u e t a opinión pública, Tal incertidumbre no conviene al ministerio; es p r e ciso sacar al liberalismo de este c a m p o , i atraerle a otro, que le a p r o x i m e mas al convencimiento i a. la cárcel. Al efecto, cualquier c a m p e ó n ministerial toma la pluma i dice en el diario de mas crédito que el escritor fulano,

anarquista en

tal

parte

(le

profesión,

esto,

aquello

es i

un lo

ladrón: otro

de

que mas

tal

di a

robó

allá.

¡ A d i ó s causa l i b e r a l ! Y a con esto nuestro escritor pierde el r u m b o , i no se contrae sino a, la vindicación de su n o m b r e . L o s principios, la l i b e r t a d , el pueblo i la iglesia católica van a un rincón, para ocupar la prensa con la biografía del patriota del año diez i del hombre h o n r a d o a. todas luces. Esta diversión ministerial trae las represalias,

i hai


281 la de Dios es Cristo. Publícanse vida i milagros de los escritores del gobierno, vida i milagros de los ministros, horrores i blasfemias contra la tiranía del p o d e r . A q u í se los quería ver el ministerio. lis espantosa la licencia de la prensa. — L o s pelucones se asustan. — L a sociedad del orden se reúne. — El p u e b l o silba. — E l diablo mete la p a t a ; i la mañana menos pensada amanecen los escritores liberales en la cárcel cuyas puertas, en tales épocas, se mantienen de par en par, como las del templo de Jano en tiempo de guerra i zafarrancho. D e c l a r a d a la patria en p e l i g r o , viene el estado de sitio i se van los liberales a tomar aires marítimos i a publicar sus manifiestos a otra parte. Estos escritores apesadumbran mucho a los señores ministros. ¡Anda! ¡anda! le dice el destino al j u d í o errante. Escriban! escriban! les dice la causa liberal a sus c a m peones. Con lo cual cada dia son mas estupendas nuestras derrotas, a Dios gracias. (8 de julio de 184G.)


FRANCISCO

MONTERO.

(EECTEKDOS DEL ANO

1820.)

Célebres escritores de rni pais i de mi tiempo suelen tomarse el laudable trabajo de referirnos las hazañas i altos hechos de los jefes de nuestra independencia; en vida si ocupan puestos elevados, en muerte si con ella han salido del infortunio. Y o , h o m b r e del vulgo, soldado raso en nuestras filas de escritores, acostumbro elejir mis héroes entre los soldados rasos de esa guerra gloriosa. L o s que fueron sus grandes caudillos pueden contar con que alguien consignará la memoria de sus virtudes, p o r lo menos en una n e c r o l o j í a ; yo quiero hacer este estéril obsequio a los rotos que, con el fusil o la lanza se atrajeron entonces la admiración de sus mitades, no dejando otro m o n u m e n t o de su bravura, que las leyendas de los vivaques del ejército de la república. H a c e dos a ñ o s , revelé a muchos de mis lectores la olvidada existencia del impávido L o r e n z o C o r o n a d o : hoi q u e , c o m o entonces, bailaremos i b e b e r e m o s en los


283 festines cívicos, p r o p o n g o un brindis a la memoria de otro de esos leones famosos en los escuadrones de la patria.

En los últimos meses de 1820 tenia lugar una pelea encarnizada, un duelo a muerte entre los vencidos i los vencedores de los llanos de Maipú. El palenque de estas escenas sangrientas era la provincia de Concepción. B e n a v i d e s , Z a p a t a , P i c o i otros realistas recorrían aquellos c a m p o s , i no daban cuartel a enemigos ni a neutrales. Los patriotas Prieto, A m a g a d a , Boile, Viel, Elizalde. Torres i García defendían las orillas al Norte del Nuble i del Itata, p a r a impedir que los vencedores del Pangal invadieran mas territorio con sus asoladoras indiadas. Las vegas de T a l c a h u a n o , b o i cubiertas de cuanto bello i rico pueden dispensar a la tierra la naturaleza i la p a z , se veían en esos meses cubiertas de cadáveres i de todos los destrozos de la guerra, Allí se acuchillaban, cada m a d r u g a d a , los bandidos de Benavides que o c u p a b a n a Concepción i un puñado de valientes rpie, a las órdenes del valiente sin par don Piamon Freiré, se habían encerrado en T a l c a h u a n o , después de disputarle al m o n t o n e r o realista los palmos de terreno, diezm á n d o l e sus batallones i sus inagotables bandas de salvajes araucanos. Los Perales, punto medio entre ambas ciudades, lo era de estos diarios encuentros. A veces los patriotas sableaban a los enemigos hasta las alturas de Chepe i Gavilán: otras, éstos perseguían a los nuestros hasta los mismo fosos i puentes levadizos de sus reductos.


2U Muchos meses se pasaron en tan tristes fatigas. El hambre i cuantas calamidadas lleva consigo un sitio r i g o r o s o , ejercían su desesperante dominio en T a l c a Imano: con sangre había que conquistar una res o un alimento cualquiera: las caballerías mal paradas p o c o auxilio prestaban a los j i n e t e s ; el desaliento ya e m p e zaba a aparecer en los semblantes. En todos los c o r rillos se vertían quejas insultantes contra el g o b i e r n o de Santiago que así a b a n d o n a b a en el sur nuestras esqueletadas divisiones. P o r otra p a r t e , cansado Benavides de asaltos i escaramuzas siempre funestas a los suyos, habia reducido las operaciones del sitio a una inacción harto vijilante, esperándolo t o d o del desaliento que de este m o d o introducía en los sitiados; mas de quince dias se pasaron sin que los patriotas tuviesen la ocasión de hacer un prisionero que les comunicara las noticias que apetecían.

Caía la tarde del 22 de diciembre. El jeneral Freiré r o d e a d o de L a r e n a s , D i a z , Cruz, Rivera i Picarte, afirmado en una culebrina a b o c a d a hacia Perales en una tronera, de la fortaleza, dirijia silenciosas i alternativas miradas al c a m p o enemigo i a la entrada del puerto que señala la pintoresca Q u i n q u i n a , ¡Ni una vela de V a l p a r a í s o ! . . . ningún movimiento en los reales c o n trarios ! — Esto es p e o r que la m u e r t e ! dijo sin dirijir la palabra a nadie. P o r mi h o n o r , señores, añadió hab l a n d o a sus camaradas, que estoi decidido a no morir de hambre en este l i m b o . Mañana liemos de comer en Concepción o en los infiernos. I el coraje

animaba las facciones

del guerrero mas


285 gallardo i valiente de aquellos dias. nos momentos de silencio, e s c l a m ó :

Después de

algu-

— ¡Un prisionero! . . . c ó m o hacer un prisionero! Si supiésemos dónde se hallan las otras divisiones! . . . ¿ q u é es de Prieto, de A m a g a d a , de ese prometido r e f u e r z o ? . . . ¡O quizá habrán avanzado estos picaros montoneros hasta el Maule! . . . Caramba! daría mi m e j o r c a b a l l o p o r un prisionero! — Elijo el t o r d i l l o - n e g r o , mi jeneral; salió una voz de algunos pasos a retaguardia. — C ó m o , c a b o M o n t e r o , gritó F r e i r é , ¿ m e cojeis la palabra? — P o r el hambre que corre, mi jeneral, que mañana habré ganado o estaré descansando con el catalán M o lina, (pie despedazaron esos perros. Oh! esa me la d e b e n , los c o b a r d e s ! — Está dicho. Mañana seréis sárjente o alma purgatorio. Os c o n o z c o , tigre de cazadores.

del

— El caballo es para m í . mi j e n e r a l : p i d o la jineta para otro. — Será de quien gustéis. P e r o yo necesito un p r i sionero que no valga menos que mi caballo. Necesito un oficial de esos ladrones. — Se hará la dilijencia, mi jeneral. I llevando a la gorra el revés de su mano derecha, sobre la izquierda i echó a andar con marcial d e senvoltura el c a b o Francisco Montero.

jiro

Tiraban el cañonazo de retreta, i por el portón de la fortaleza salieron al c a m p o dos cazadores m o n t a d o s , después de rendir, p o r santo, al oficial de guardia, el teniente P>úlnes:


UN

GODO

QUE

VALGA

MI

UAHALLO.

B l a n q u e a n d o venia la aurora de la madrugada siguiente. P r o f u n d o era el silencio de las Vegas: triste aquella hora solemne, que festeja con alborozo la creación entera, i que entonces solo la saludaban los últimos r o n q u i d o s de las ranas de los charcos inmediatos a la punta de los Perales. A dos cuadras de este sitio, hacia C o n c e p c i ó n , se veia un rancho pajizo. L o s vientos i el a b a n d o n o h a bían desguarnecido casi del t o d o su techo, i estropeado sus costados de quincha, D o s h o m b r e s estaban dentro, armados de sables desnudos i largos puñales al cinto. E l uno permanecía inmóvil asomando la cabeza p o r un agujero del rancho que daba vista al camino de C o n c e p c i ó n , el otro c o n cluía un cigarrillo teniendo de las bridas dos caballos ensillados i acariciándoles la tusa cuando querían m o verse. — T o m a el p u c h o , P a n c h o , dijo el de las bridas al atalaya. V e n t e a q u í : déjame el puesto p o r un rato. — A p a g a , diablo, tu humareda, le contestó M o n t e r o : la descubierta está sobre nosotros. — I ¿qué tenemos?

¿ c a b a l l e r í a o infantería?

— U n a i otra . . . Cuatro . . . cinco jinetes . . . Una mitad de fusileros con un o f i c i a l . . . ¡ O h ! tenemos un teniente p o r lo menos. L a s cosas van a qué pides b o c a , — I el resultado será que nos hagan añicos. De veras, P a n c h o , que me has metido en un berenjenal. — A c a b a l l o , hijo mió. Así que yo te haya cortado al matucho, le cojes p o r el cuello o la cintura, i vuelas.


287 T e j u r o p o r las entrañas de mi abuelo que no han tocarte un pelo. A n i m o , i sigúeme.

de

L a descubierta de Benavides se hallaba a p o c o s pasos del r a n c h o , cuando le cargaron dos demonios que de allí salieron. El caballo de Montero arrolla la cabeza del piquete de infantería: el otro sienta el suyo a los pies del oñcial, le echa garra, pica las espuelas i parte con toda la velocidad que éstas i el terror daban al b r u t o . Montero, semejante a una lejion de furiosos, r e parte por do quier golpes incurables, i no trata de r e tirarse sino cuando cree a su compañero a una distancia en que no puede ser alcanzado i atacado p a r a l i b e r tar la presa. Buen trecho tuvo que sostener la retirada de éste, sufriendo la tenaz persecución de los tiros de los infantes i sablazos de los j i n e t e s ; la sangre le corría p o r el r o s t r o ; un balazo le tenia dormida una pierna. Pero él había desmontado a dos soldados i los otros tres no le entregaban el c u e r p o , contentándose con retarle i cargarle muí respetuosamente, cuando el cabo echaba a correr delante de ellos. Al fin, se convencieron de que m e j o r les estaba quedarse dueños del c a m p o i dejar p e r dido lo perdido. Entonces Montero alcanzó a su h a l c ó n ; montaron su prisionero a la grupa, i un cuarto de hora después recibía el jeneral Freiré un capitán español p o r su caballo. Es un hecho que en la tarde de ese dia hubo un c o m b a t e sangriento entre las caballerias de ambas b a n das: nuestros cazadores quedaron con la victoria. Al dia siguiente, el 24 de d i c i e m b r e , los sitiados de T a l cahuano entraban triunfantes p o r la alameda de Conc e p c i ó n : Z a p a t a era batido i muerto en las inmediaciones de Chillan.


288 CONCLUSIÓN.

Después de esta é p o c a se encuentra una laguna en la vida de mi héroe. Parece que aliado del cacique Venancio recorrió p o r muchos años las tierras de A r a u c o i las pampas patagónicas, haciéndose mas i mas célebre p o r su bravura. Cuando llegó a su ocaso, fué tan brillante como en toda su carrera. Un dia de años p a s a d o s , se presentó en la guardia de prevención de batallón Sii/paclia acuartelado en Buenos A i r e s , un coronel que se anunció p o r t a d o r de un pliego para el comandante de aquel c u e r p o , i fué introducido a su presencia. Cincuenta años de edad, cuerpo a l t o , seco i huesudo, bigotes canos i cerdosos, vestido algo a n t i c u a d o , charreteras mohosas i una espada de p o c o comunes dimensiones daban a este individuo un aire mas bien respetable que ridículo. Pasados los saludos a c o s t u m b r a d o s , leyó el c o m a n dante el pliego que se le entregaba, salió fuera i volvió) a entrar después de algunos minutos. Un p e l o t ó n de fusileros descansó armas a la puerta. — ¿ S o i s vos el coronel don Francisco M o n t e r o ? p r e guntó el comandante al viejo militar que hemos descrito. — Servidor de Chile i vuestro. — Gracias.

¿ C o n o c é i s el contenido del pliego que os

han encargado para — Me alojarais.

han

dicho

mí? que era una

— Estáis e q u i v o c a d o , para la vista p o r él.

orden para

c o r o n e l , i lo siento.

— No sé leer, comandante.

que me Dignaos


— Pues, entonces, oid. I éste l e y ó : Viva la Confederación Arjentina! — Cuartel jeneral cu Buenos Aires, etc., etc. — El comandante del batallón Stripudia liará fusilar en el acto ai portador de este pliego, el titulado coronel Francisco Montero: así conviene al orden. — Dios i libertad. El comandante calló la firma, i a ñ a d i ó : — Disponeos, coronel. nutos vuestras órdenes.

L a tropa

esperará cinco m i -

Montero estaba pálido cuando acabó aquella lectura. Un ruidoso suspiro salió de su ancho p e c h o ; una enorme lágrima se deslizó por su mejilla, El león se veia irremisiblemente arrinconado p o r los perros. N o t a n d o , entretanto, el comandante que su reo e m p e z a b a a encresparse c o m o un tigre que se dispone a la matanza, le ordenó imperiosamente que entregara la espada. — D e c i d m e antes, le replicó Montero, ¿estáis resuelto a cumplir esta orden de asesinarme? — I ¿os p a r e c e , c o r o n e l , que querré verme mañana en vuestro actual — Si

es

así,

conflicto? defendeos.

La

espada

de

Francisco

Montero será de quien le acabe. I sacándola, cayó c o m o una centella sobre aquel jefe i cuantos acudieron en su auxilio. M o n t e r o , en medio de una confusión de gritos de alarma i ayes de m o r i bundos, atravesado el pecho de un balazo, r o d ó p o r el suelo abrazado de su tizona. (18 de setiembre de 1847.)

Jü'J'ABECllE.

19


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