Había una pequeña semilla que un día cayó sobre el suelo. Allí estaba, observándolo todo, hasta que algo importante sucedió.
Había una pequeña semilla sobre el suelo. Llegó la lluvia y la mojó. Llegó el barro y la cubrió. Llegó el frío y la durmió.
Había una pequeña semilla que dormía. Durmió todo el invierno. Una mañana, la tierra que la abrazaba se tornó cálida.
Había una pequeña semilla que se despertó con la lluvia fresca y el sol de la primavera. Debajo del mantillo, enterradas, la vida y la semilla se agitaron.
Había una pequeña semilla que rompió su cáscara. Despacio, un hilito blanco se abrió paso. Necesitaba salir a buscar el sol y el viento, conocer lo que vivía arriba.
Había una pequeña semilla que todavía no era nada. Por eso empujó y empujó, hacia arriba y hacia abajo. Y fue un diminuto brote que un día, por fin, rompió la tierra y se asomó al mundo.