Columna televisiva

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Columna televisiva Un bar de borrachos malhumorados Aitor Soler Luzón Una de las excusas que intentan justificar el mediocre nivel informativo que ofrecen algunos programas que a priori se venden como focos de actualidad, es la de: “Estamos en crisis y es lo que vende” o “es lo que le gusta al público” o “no podemos permitirnos que el espectador que nos está viendo se aburra y coja el mando y cambie de canal”. Basta ya de buscar razones donde no hay lugar para la razón. La crisis no se combate ensuciando la imagen del periodista. Quizá pueda ser un parche, pero nunca un remedio ni mucho menos infalible y único. El formato de la tertulia es necesario en la televisión. Ofrece una imagen de cercanía del periodista con el ciudadano, y puede ser un motor de conocimiento, ya que los temas de debate que salgan en televisión estarán casi con total seguridad en todas las conversaciones que se puedan dar en lugares públicos, desde en un bar hasta en una peluquería. Los argumentos que empleen los contertulios serán luego utilizados por los camareros/peluqueros y sus clientes, que incluso podrían rebuscar información si el tema les apasiona de una manera más profunda, ya sea leyendo el periódico u ojeando la web. Factores más que positivos sobre el espacio que deben tener las tertulias y los debates en televisión. Incluso hay hueco para todas las temáticas, desde política hasta deporte pasando por economía. Factores siempre presenten en la actualidad y que en muchos casos merecen tratarse con expertos que profundicen y los analicen a fondo para que el público pueda acostarse con la sensación de haber aprendido algo, ya sea de fútbol o de macroeconomía. Con todo esto, parece que la tertulia debería ser obligada en televisión y que es imposible encontrarle un defecto. Pues bien, algunos gurús de la comunicación mediática han empezado a sacarle pegas a ese formato, y parece que se sienten bien orgullosos de mostrarlas al mundo. La situación es verdaderamente crítica en los programas de tertulia deportiva (más bien futbolística, o directamente follonera), ya que el debate político parece que poco a poco sale de la enfermería. Programas como La sexta noche están haciendo recobrar el interés del ciudadano por la política y la economía, temas tabú hace bien poco. Lo extraño es que el público no se haya desinteresado del fútbol con el esperpento que ofrecen cada noche en varias cadenas de televisión (alguna sustentada por dinero público) y lo peor es que son los artífices son los llamados expertos.


Expertos en todo caso en hacer parecer que periodista deportivo puede ser cualquiera. Expertos en confundir el término “debate” con uno muy distinto como “discusión”. Expertos en hacer que el espectador no se duerma a las dos de la mañana, ¿cómo se va a dormir alguien si con que haya una tele encendida con vuestro programa le tocará pasar la noche en vela a todo el vecindario por culpa de vuestros gritos? Expertos en hacer noticioso la más absurda cuestión. Antes, y no hablo de la época dorada del periodismo, la gente hablaba en las redes sociales de lo que hablaban en los programas. Ahora estos programas basura destacan como noticia cualquier tontería que esté causando furor en internet, ya sea un tweet graciosete o un vídeo o fotografía que un futbolista famoso haya colgado en su cuenta personal de Instagram. En las manos, sobre todo en la lengua y en la garganta, en la imagen en definitiva que dan estos expertos, está el reflejo que los espectadores reciben sobre el estado del periodismo deportivo, que ha decidido hacer de sus tertulias, una conversación de borrachos, aunque estos últimos parecen bastante más pacíficos que algunos contertulios y no se dan cuenta (en el caso de que se acuerden) del ridículo que están haciendo hasta que se les pasa la embriaguez. ¿Cómo ha de sentirse ese periodista cuyo trabajo se ha convertido en pegar cuatro gritos? Pero no solo está hiriendo su orgullo y honradez, sino también, el de toda la profesión.


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