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La Décima Ruina Santiago Giusto

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Vigas y Columnas

Vigas y Columnas

Escaleras y Losas, sector de maqueta. Alumnos: Camila Ambroggi y Felipe Ginevra

A

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Performance Corridor 1969 es la primera obra en la que el artista Bruce Nauman permite que los cuerpos del público accedan a la instalación. La obra consistía en un pasillo de cincuenta centímetros de ancho colocado perpendicular a una pared existente. El pasillo estaba separado solo por unos centímetros de la pared, de tal forma que el público solo podía salir por donde había entrado. El pasillo era tan estrecho que aquel que entraba apenas podía desplazarse, y los movimientos que podía hacer eran limitados.

En una entrevista realizada por Michael de Angelus en 1980, Bruce Nauman explica que se sintió frustrado con el resultado de Performence Corridor 1969 porque el dispositivo permitía mucha más latitud en la gente de la que él intentaba establecer. Frente a esto, Nauman intentó reforzar el control sobre el cuerpo del público haciendo pasillos cada vez más estrechos, hasta que finalmente en Performance Corridor 1971 los vuelve impenetrables, expulsando el cuerpo del público de la obra. El artista abandona entonces la idea de controlar el cuerpo en el espacio para concentrarse en la idea de controlar el estado mental del público a través de dispositivos espaciales: los corredores de Nauman dejaron en ese momento de ser espacios de control físico para convertirse en espacios de control mental.

Arquitectura sin Estado comparte con Nauman esa obsesión por construir dispositivos de control, pero a diferencia de Nauman, en Arquitectura sin Estado esto no se trabaja como un problema fenomenológico (¿a través de qué dispositivos hago que el cuerpo se sienta controlado?), si no como un problema de construcción espacial (¿a través de qué elementos controlo un cuerpo en el espacio?). Los proyectos ponen en evidencia la capacidad que tiene la arquitectura para construir dispositivos ambiguos que son al mismo tiempo aparatos de control y resistencia: “Abrimos una puerta y, cuando todos terminaron de pasar, la cerramos.” (página 21) “Intentamos pasar de una habitación a la siguiente, pero alguien había dejado una de las camas en una posición que trababa el paso.” (página 25) “los que no tenían lugar para entrar en la cama nos miraban desde arriba amontonados en las cuatro escaleras de los costados.” (página 37)

B

Los nueve proyectos que surgen de esta investigación proponen una reflexión sobre límites físicos que ordenan un territorio determinado. Arquitectura sin Estado estudia las posibilidades que tiene la arquitectura de organizar cuerpos. Es cierto que toda arquitectura organiza cuerpos, pero aquí se lo propone como problema central. Los proyectos están definidos por muros, vanos, losas, puertas, escaleras, camas, lavatorios, cocinas, inodoros, duchas. Estos elementos forman unidades que, repetidas, configuran un conjunto en el que los muros dividen, los vanos dejan pasar, las losas soportan, las puertas discriminan, las escaleras permiten el desplazamiento vertical. Pero en Columnas y Pasillos los muros son puertas, en Escaleras y Losas las escaleras dividen, en Pedadas y Alzadas algunos espacios son tan grandes que separan.

El mobiliario, común a todos los proyectos, expone a los cuerpos y deja entender que allí habita una multitud. Si bien se insinúa que esos mundos están habitados, en ningún momento se ven cuerpos: podrían estar en cualquier lado. Los cuerpos están en constante movimiento, se desplazan de un lado a otro. Ni siquiera las camas dejan a los cuerpos reposar: en el único proyecto con recintos individuales, las camas están dispuestas encima de losas giratorias.

Sorprende que no haya armarios. Como si no hubiese nada que esconder, o como si todo fuese un gran juego de escondidas. Todo lo que allí existe está a la vista. Todo cuerpo que se desplaza está bajo el control de la arquitectura. La vida privada dentro de estos proyectos se vuelve impensable y obliga a los cuerpos a fabricar ritos que les permitan ordenar un habitar. La arquitectura se convierte en el contenedor de una forma de vida todavía indescifrable. Arquitectura sin Estado produce una arquitectura embrionaria, proyectos en los que todavía no nos podemos proyectar. Una serie de monstruos que reaparecerán en algún lugar inesperado.

C

El último hombre que pudo ver las ruinas fue un turista inglés que pasó dos días perdido en la jungla. Las vio de lejos desde la cima de un cerro del que no se atrevió a bajar. Al turista lo encontró el mismo chamán del que se había perdido días antes, en el mismo lugar donde se habían visto por última vez. Cuando el chamán le pregunto dónde había estado, el inglés le respondió que para él toda la jungla era igual, que no podría distinguir un lugar de otro, pero que al amanecer del segundo día había visto a lo lejos lo que parecía ser un laberinto gigante. El chamán no le prestó mucha atención, porque supuso que todavía estaba bajo los efectos curadores de la planta que habían tomado tres días atrás. Le respondió que la aparición de laberintos era una visión recurrente entre los hombres de la zona, que varios antes que él los habían visto, y que todos los describían de manera similar. Entonces el inglés le preguntó curioso si él también había tenido esta visión, pero el chamán le contestó que no, que era una visión que tenían los hombres con el espíritu confundido. El inglés, que se creía un hombre claro de ideas, no quiso seguir hablando del tema, y se pasó el resto de sus últimos cinco días de trip sin pronunciar una palabra, quejándose en silencio del insoportable ruido de la jungla.

Ocho años más tarde, apareció en un pueblo del Amazonas un arqueólogo italiano explicando que había escuchado el rumor de que cerca de allí existía un laberinto gigante perdido entre la jungla. Tres días más tarde pudo convencer a un lugareño para que lo acompañe en su búsqueda, y al cuarto día se adentraron juntos en la jungla. Pasaron seis semanas sin ver un muro. La séptima semana, se cruzaron con una tribu de hombres blancos que decía descender de los que habían construido el laberinto. Poco duró la alegría del arqueólogo, porque le dijeron que un alud de tierra había enterrado todo rastro de la última ruina, y que no tenían ninguna intención de mostrarle dónde podría encontrarla. Cuando el arqueólogo preguntó por qué hablaban de la última ruina, le respondieron que eran nueve las construcciones que se habían perdido bajo la tierra. Cada una representaba para sus antepasados una forma de vida en común. Todas habían fracasado. Las habían comenzado a construir sus abuelos en 1947, año en el que habían llegado de Europa escapando de una terrible guerra. Las abandonaron en 1960 cuando, buscando un lugar para construir la décima, se toparon con un Shabono abandonado donde decidieron instalarse. Según pudieron saber los hombres blancos, el Shabono había pertenecido a una tribu Yanomami que, atraída por el sueño de una vida moderna, había partido a vivir a Brasilia.

Puertas Dobles y Escalones, sector de maqueta. Alumnos: Sol Sánchez Cimarelli y Sol Zamalloa

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