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Muros, Vanos y Puertas Manuel Mensa
Muros Altos y Escalinatas, sector de maqueta. Alumnos: Clara Sosa D’Este y Catalina Stok
Todos los proyectos de este libro están hechos de muros, vanos y puertas. Es lo primero que hay que decir, aunque sea lo más evidente, porque bien se podría decir eso mismo de toda arquitectura. Esta obviedad surge de la experiencia de cualquier vida que implique desplazamientos terrestres. Sin embargo, afirmarlo suena provocador. ¿Qué podría ser más liberador que aceptar que estos tres elementos concentran toda la especificidad de la arquitectura? Reducir toda arquitectura a muros, vanos y puertas es esquemático. En esta definición las losas son muros horizontales y las escaleras son la concatenación de pequeñísimos muros verticales con pequeñísimos muros horizontales. Estas restricciones elementales son las que permiten que la siguiente operación del proyecto sea una proliferación expansiva, donde la cantidad de elementos y las combinaciones entre ellos escalan a cantidades de muchos mientras que los tipos de elementos conservan su cualidad de número. Ante esta redundancia, y dominados por una razón delirante, los proyectos concentran los esfuerzos para saturarlos en un único comportamiento que se caracteriza por su simpleza, permitiendo que la organización de elementos discretos contraste de forma controlada consigo misma. Las razones por las cuales determinados elementos adoptan formas, ritmos y posiciones, están entrelazadas con razones análogas pero de otros elementos (el ancho de una habitación con la cantidad de puertas, con los vanos en un muro o el largo de una losa con la inclinación de la siguiente y su ancho). Mediante la repetición levemente variada, tendiendo hacia el infinito, cada proyecto conforma un tipo de variabilidad, constituida por la posibilidad de sus combinaciones y sin desplegar una gran variedad. Sin embargo, a través de los proyectos se construye un carácter transversal y global de mayor orden, del cual cada uno de los procesos presenta una variación singular (rampas y rellanos que se bifurcan, módulos que se apilan y se desplazan, habitaciones que se achican y se agrandan).
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Las relaciones que construyen los elementos son, primero, entre sí y mediadas por sus dependencias: no hay puertas sin vanos y no hay vanos sin muros. Luego se introducen inodoros, lavabos, duchas, cocinas, lavatorios y camas, cargados únicamente con los atributos de su uso convencional, para que negocien con la inercia que los elementos construyeron y sean distribuidos en modos análogos a éstos. Si las relaciones que establecen los elementos tienen la capacidad de incorporar atributos, en principio ajenos, generando la apariencia de haber estado siempre ahí, esto sucede porque realmente no hay nada ajeno, todo está latentemente incluido desde un principio. Un sistema que tiene la capacidad de poner en movimiento ciertas convenciones al incluirlas integradamente, puede continuar haciéndolo con la certeza de que no va a ser capturado por ellas. Eso lo garantizan las limitaciones autoimpuestas que, aun siendo rudimentarias, aritméticas y analógicas, producen un desdoblamiento que permite que el proyecto avance en tensión consigo mismo, acumulando convenciones y conteniéndolas en un espiral concéntrico, siempre a punto de escaparse por las tangentes.
Hay ciertos efectos que escapan al entendimiento de los proyectos, es el efecto infantilizador de los límites. Los proyectos entienden de un modo alternativo al que se supone que debe ser entendido. Esa alternativa tiene dos cualidades principales: permite el delirio de un modo no alternativo, que lo incluye trascendiéndolo, y evidencia que las condiciones materiales
necesarias para que esa alternativa exista ya existen. Un ejemplo de la primera cualidad: los proyectos contienen imágenes de otros proyectos sin cristalizarse en ninguno de ellos. Un ejemplo de la segunda cualidad: los proyectos tensionan las reglas sociales que los producen, explicitándolas con elementos arquitectónicos.
Aunque participan en la construcción de las condiciones que hacen posible su existencia en el mundo, para poder sostenerla los proyectos necesitarían absorber mayor cantidad de convenciones que reduzcan su brillo y les permitan esconderse en una apariencia mimética. Su estado actual es más pasajero y fantasioso que enraizado e imperceptible. Esta cualidad les habilita pretensiones de universalidad y abstracción que interrumpen las líneas que los llevarían a encontrarse con algún territorio ajeno a sí mismo. Del mismo modo en el que la organización de un muro organiza la inclusión de un inodoro, se podría continuar incorporando más objetos (que es donde se esconden la convenciones): armarios, aros de básquet, bibliotecas, botellas, cafeteras, caños cloacales, cerraduras, computadoras, cuadros, estufas, generadores eléctricos, guitarras, jarrones, ladrillos, lámparas colgantes, licuadoras, marcos de puertas, mesadas, mesas de luz, microscopios, mostradores, parlantes, revestimientos, sillas, sillones, tableros seccionales, tanques de agua, televisores, ventilaciones, ventiladores, vestidos, zapatos, picaportes. Por el modo en el que los proyectos construyen su organización, tienen la posibilidad de incluir convenciones en formas tan inofensivamente actuales y a la vez tan explícitas que construyen un sustrato que, por exceso de lo que muestra, logra ocultarse.
Los proyectos están conformados de lo mismo que todos los proyectos de arquitectura, con una diferencia: se constituyen en el tipo de edificio al que se recurre para determinado fin (un trámite municipal o la visita a un familiar enfermo) pero que, una vez dentro, sin olvidar lo que había que hacer, lo único que importa es subir y bajar escaleras, abrir y cerrar puertas, volviendo sobre los propios pasos una y otra vez. Sintiendo un leve malestar pero sin distracciones de ninguna forma de entretenimiento, sino concentrados por descubrir qué es lo que el edificio pide de nosotros a través de sus elementos.

Vigas y Columnas, sector de maqueta. Alumnos: María Eugenia Massa y Agustina Monopoli