News de Córdoba 78 abril 2014

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Por

Antonio Velasco

ARTÍCULO Aquél atardecer por

ANTONIO VELASCO

V

er atardecer en un promontorio desde el que se divisa ese horizonte sobre el que descansa la paleta de colores que un sol en retirada dibuja a diario, es un espectáculo digno de contemplar y, a su vez, retener como si fuera la inequívoca muestra de la generosidad de una naturaleza cambiante. Sin nada mejor que hacer en mí verano vacacional, casi todas las tardes me encaminaba hacia ese promontorio donde aun sigue estando el pequeño faro que ayudaba a la navegación cercana, hoy ya en desuso, y cuyas paredes han quedado como campo de prácticas de grafiteros y refugio de parejas para cuando el sol se retira. En esas frecuentes subidas al faro es cuando más de una tarde me encontré con aquel hombre joven de poblada barba, y fácil verbo, que con desgarbado sombrero y fumando en pipa, era el primer año que por allí andaba, según me informó cuando al fin rompimos a dialogar. Charlamos de todo un poco, y pronto supimos el uno del otro lo mínimo necesario para poder departir de manera un tanto más personalizada. Así fue como supe que era periodista y que trabajaba en un gran diario de Madrid al que estaba vinculado ya desde antes de finalizar sus estudios, y así fue como supe también que, además de la crónica urgente o el editorial oportuno, le gustaba escribir de manera mas reposada fuera de la redacción del periódico y en la quietud de cualquier lugar que lo alejase del bullicio que se respira en el mismo. Pronto acabamos confesándonos nuestras mutuas debilidades literarias y pronto supimos que escribir novela de aventuras agarrado a cualquier hecho histórico, era algo que aun estando cada vez mas en boga, no por ello está exento de padecer la difícil entrada en un mercado ya de por si bastante saturado.

E

contacto antoniovelasc@gmail.com

Foto: Manuel Lama

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Aquél atardecer

l verano siguiente fue cuando él me trajo una copia de su primera novela de aventuras, que editada por un conocido que regentaba una modesta editorial, lo único que quizás pretendiese fuera ver esa primera novela en el escaparate de una librería, circunstancia ésta con lo que así llenaba esa especie de vacío que siente todo aquel que, habiendo dedicado tantas horas en concebir una ficción, al final del camino sea solo él quien crea en ella. Con más de trescientas páginas y una llamativa portada, la trama se situaba en las aguas del Atlántico en un cañonero de ayuda contra los corsarios y piratas que en el siglo XVI amenazaban o incluso abordaban, a esos otros barcos que tenían la concesión para hacer la regular travesía de las indias. Lanzado a su lectura fue en el capitulo segundo, cuando al describir un atardecer en un lugar de su recorrido, me di cuenta de que ese lugar y ese promontorio eran justo los del pueblo que ahora nos acogía, pero con la estructura y los edificios de bastantes años antes. No había duda, se hablaba de un gran almacén que hoy eran jardines municipales, así como de aquella diferente entrada para los barcos que yo conocí antes de ampliarse. Cuando informé a mi “colega” del descubrimiento, con una discreta sonrisa me contesto sin más que esa licencia era un recuerdo dedicado a su padre; pero supongo que al ver mi cara de decepción, fue cuando me contó que cuando él estaba dudando sobre qué hacer con su futuro, le preguntó a su padre para qué valía eso del periodismo, y su padre le contesto ofreciéndole esa descripción de un atardecer en un puerto pesquero, que mire usted por donde, era justo al que él entonces iba de verano por estar allí la casa de su suegra, y donde ahora seguía yendo ese nieto que acabó siendo también periodista como su padre.


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