Revista digital Yoga y Cristianismo Octava Edición

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Escritos del Padre Dávila palabras del Señor y realizaba lo que el Señor realizó. ¿Y por qué? Vuelvo a los que les decía a ustedes, es que esas palabras del Señor no se han perdido nunca, esas palabras del Señor siguen, este sacrificio del Señor se ofreció una vez para siempre. Y bueno, cuantas veces celebráis -decía- cuantas veces celebráis esto recordareis la muerte del Señor. Y esto es lo que nosotros hacemos, y esto es lo que la Iglesia realiza, esto es lo que celebramos nosotros este día. Entonces, este gran misterio está relacionado íntimamente con este recuerdo que quiso dejar el Señor de Su presencia sobre la tierra. Para nosotros es muy fácil entender por ejemplo esto: De que Dios está presente en todas partes y está presente en nosotros especialmente. Esto nosotros lo comprobamos y nosotros lo sentimos porque nosotros seguimos estudiando y seguimos meditando; y seguimos -digamos- escarbando en nuestro espíritu, en nuestra conciencia, hasta descubrir ese Reino de Dios, hasta descubrir al Dios en nosotros. Si, está bien. Pero tenemos también un signo además de esa presencia universal de Dios en nosotros, tenemos también otro signo, pero de esa presencia de Cristo, y ese signo de esa presencia de Cristo es el pan y es el vino, consagrados. ¿Y cómo se verifica la consagración? ¿Y cómo se verifica lo que en la teología cristiana se llama la transubstanciación? Cuando el sacerdote dice exactamente las mismas palabras que dijo Cristo, entonces también se hace presente el Cristo allí en aquello. ¿Por qué? Por la virtud que comunicó Cristo a Sus palabras, no por otra cosa; por la virtud que Él comunicó y Él comunica a Sus palabras. Esa transformación, esa presencia no se hace sino por la virtud de Él. Y se actualiza Su presencia porque se actualizan Sus palabras. Por eso, cuando está unido el signo y las palabras, se verifica el sacramento. En un sacramento hay esto: hay siempre el signo, hay la palabra, y hay también la unión entre el signo y la palabra, entonces tenemos lo que se llama sacramento; y si no, no hay sacramento. En la Sagrada Eucaristía hay el signo: el pan y el vino. Las palabras de Cristo. No palabras inventadas, no palabras que la tradición ha creado, no palabras que la tradición en el transcurso de los siglos ha escogido para esto: palabras que el mismo Cristo escogió. Entonces tenemos el signo: el pan y el vino; y los signos, -lo mismo- escogidos por Él. Él pronunció las palabras, y por las palabras se verificó el sacramento de la Eucaristía. Entonces, signo, palabra y unión de signo y de palabra: la Sagrada Eucaristía. Y así con los demás sacramentos. En todos los sacramentos también hay esto: signo, palabra, luego sacramento. El sacramento no es sino unión del signo y de la palabra. De tal manera que esa presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía es una presencia especial, es una presencia que llamamos sacramental, una presencia real, una presencia verdadera. Una presencia que se realiza mediante la aplicación del signo, es decir, mediante la aplicación de la palabra al signo. Y por eso es que nosotros celebramos la Sagrada Eucaristía, y por eso es que nosotros asistimos a la Santa Misa. Y nosotros celebramos -en otras palabras- no otra cosa sino que la misma Cena del Señor, porque sencillamente el sacerdote no está creando nada, ni el Papa por más Papa que sea, ni el Concilio por más Concilios que sean; el Papa es hombre, los Concilios son formados por hombres, los sacerdotes somos hombres, nosotros no podíamos hacer nada si Cristo no hubiera hecho lo que hizo, si Cristo no hubiera indicado lo que indicaba, y Él no hubiera mandado a hacer; por eso es que nosotros celebramos el Jueves Santo esto: La Institución de la Última Cena, la Institución de la Sagrada Eucaristía. Y por eso estamos nosotros aquí reunidos para esta celebración.

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