La Carlota en los relatos de viajeros y escritores de los siglos XVIII y XIX

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Adolfo Hamer


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LA CARLOTA EN LOS RELATOS DE VIAJEROS Y ESCRITORES DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX

Adolfo HAMER FLORES

BUBOK PUBLISHING MADRID 2009

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Adolfo Hamer

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo la fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito del titular del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y ss. del Código Penal) Impreso en España - Imprimé en Espagne - Made in Spain

© Adolfo Hamer Flores Primera edición: 2009 Diseño y maquetación de textos y cubierta: Adolfo Hamer Ilustración de la cubierta: Antigua calle Osario a comienzos del siglo XX (fotografía de Rafael Bernier Soldevilla).

Depósito Legal: PM 36-2009 I.S.B.N.: 978-84-92662-28-9 Editor: Bubok Publishing, S.L. Paseo de la Castellana, 180 - 1ª 28046 MADRID www.bubok.com


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A mi familia


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«Al salir de La Carlota, y por espacio de más de una legua, el camino que tu planta huella es el país más bello de la tierra. Casas blanquísimas con su cruz colorada hecha de tejas; otras color café con sus techumbres fabricadas de pieles como armiños; aquí un rebaño de ovejas triscando en las colinas; más allá brioso alazán cordobés pastando en la llanura; todo esmaltado de flores que mece este purísimo ambiente de Andalucía».

(1839)


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INTRODUCCIÓN

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El estudio de la literatura viajera en el ámbito de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía no es ciertamente un tema novedoso. Desde hace décadas, en mayor o menor medida, diversos trabajos se han ocupado de estudiar las referencias que sobre éstas en general, o sobre alguna colonia en particular, realizaron los distintos viajeros en sus libros. Sin embargo, es aún mucho lo que desconocemos sobre esta materia; fundamentalmente por el limitado número de testimonios empleados. Tanto es así que a excepción del trabajo presentado como ponencia al VI Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones por Antonio López Ontiveros (y que se publicaría tanto en las actas correspondientes como en un libro monográfico), los estudios restantes no suelen citar a más de diez viajeros distintos. Así pues, se hace imprescindible acometer una investigación profunda sobre la materia sirviéndonos de la mayor cantidad posible de referencias. Para contribuir, precisamente, al objetivo historiográfico que acabamos de enunciar, nos propusimos la realización del presente estudio. Éste, a pesar de centrarse sólo en una de las colonias, muestra a nuestro juicio que el tema aún está lejos de agotarse; y que sólo cuando contemos con estudios similares para todas las antiguas nuevas poblaciones estaremos en disposición de valorar acertadamente la visión que viajeros y escritores tuvieron (y transmitieron a otros a través de sus libros) sobre ellas.


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Así pues, el lector tiene en sus manos es el resultado de la recopilación y estudio de un considerable número de textos relativos a La Carlota salidos de la pluma de viajeros y escritores de los siglos XVIII y XIX. Esta particularidad es la que explica que para su elaboración hayan sido necesarios varios años, fundamentalmente dedicados a la localización de los referidos textos. Partíamos, ciertamente, de un significativo número de testimonios ya conocidos (unos diez), pero sospechábamos que debían existir bastantes más; y no nos equivocamos. Hasta la fecha hemos encontrado más de treinta referencias, algunas en verdad muy significativas. Por otro lado, teníamos también la impresión de que era muy arriesgado elaborar una hipótesis, como la defendida por el profesor López Ontiveros1, sobre un supuesto desinterés en el tema de las Nuevas Poblaciones en el siglo XIX basándose en las escasas y parcas menciones, en el mejor de los casos, que según éste realizaban de ellas los escritores y viajeros de dicho siglo. Pero esta tesis estaba basada en unos libros muy concretos, y no muchos ciertamente. Es decir, que en un tema tan delicado como la literatura de viajes se hace imprescindible establecer conclusiones, que siempre serán parciales, basándonos en el mayor número posible de referencias. Objetivos Con la realización de este trabajo hemos tratado de alcanzar fundamentalmente tres objetivos. En primer lugar, obtener una aproximación a cuál fue la visión que los foráneos tuvieron sobre La Carlota en su primer siglo de existencia, valiéndonos de las referencias que sobre ella hicieron escritores y viajeros en sus libros. Sin duda, ésta es una fuente de muy compleja utilización en estudios históricos, pues presenta muchos problemas. A modo de 1

Antonio LÓPEZ ONTIVEROS, «Sierra Morena y las poblaciones carolinas…», en Actas del VI Congreso Histórico…, pp. 66-67.


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ejemplo citaremos sólo los más destacados: su contenido es subjetivo; los temas tratados son los que el autor ha querido plasmar; y difícilmente podremos reunir la totalidad de textos publicados, y menos aún no editados, sobre una población concreta. Por tanto, sólo cuantos más textos tengamos en mejor medida podremos aproximarnos al modo en que ésta era vista y a la evolución que experimentó dicha visión a lo largo del tiempo. Ahora bien, aunque cada viajero y escritor tiene su propia manera de pensar y observa lo que le rodea de acuerdo a sus propias circunstancias, lo verdaderamente importante es que realiza una descripción. No podemos hablar, en verdad, de una mirada uniforme, pero basándonos en todas ellas en conjunto sí podemos establecer conclusiones muy interesantes. En cuanto a los otros dos objetivos, secundarios con respecto al ya mencionado pero no por ello menos destacados, el primero es el de realizar una recopilación cronológica que incluya todos los textos localizados; mientras que el segundo consiste en tratar de que esta obra, al margen de su vertiente investigadora, también pueda ser accesible al público en general e incluso que pueda servir de herramienta pedagógica. Fuentes y bibliografía Las fuentes de las que nos hemos valido para la elaboración de este trabajo han sido en su práctica totalidad de carácter impreso. Así pues, aunque en alguna ocasión hemos tomado los textos de autores que los reproducen en sus trabajos, todos ellos han sido extraídos de libros o prensa periódica de los siglos XVIII y XIX. Los documentos localizados estaban redactados en cinco idiomas distintos (inglés, francés, español, italiano y alemán), siendo los más abundantes los correspondientes al primer idioma enumerado; y habían sido publicados tanto en España como en diversos países europeos, e incluso en los Estados Unidos de Norteamérica.


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El resultado ha sido un conjunto de textos muy desiguales en su estructura y extensión; de este modo, frente a referencias de sólo un par de líneas tenemos otras de varias páginas. Finalmente, la bibliografía utilizada ha abarcado básicamente dos ámbitos: de una lado, los trabajos que hasta la fecha se han centrado en las descripciones realizadas sobre las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía por viajeros y escritores; y, de otro, estudios de carácter más general que nos ofrecieran datos de los viajeros y escritores que dedicaron algunas líneas a la localidad que estudiamos. Metodología Nuestra metodología ha consistido en la localización del mayor número posible de obras de viajeros y escritores que pudieran contener textos que hicieran mención de La Carlota. En primer lugar acudimos a trabajos de investigación que ya hubieran hecho uso de algunos de ellos, pero entre todos localizados apenas contábamos con una decena. Era, por tanto, necesario ampliar la búsqueda para, en caso de existir, poder localizar otros. Una labor lenta no sólo por la dificultad para consultar determinados libros, sino además porque la búsqueda resultaba infructuosa en la mayor parte de los casos al no haber hecho su autor ninguna referencia a esta colonia. Una vez recopilado un significativo número de textos, procedimos a traducir al español aquellos redactados en otras lenguas a fin de facilitar el estudio y la divulgación de su contenido. En este sentido, siempre que hemos podido, hemos tratado de ser fieles al texto original, aún a costa de perder en estilo; ahora bien, en algunas ocasiones nos hemos visto impelidos a traducir algunos giros y frases de un modo algo libre en aras, sobre todo, a evitar expresiones ambiguas o de difícil comprensión. Finalmente, y en último lugar, procedimos a estudiar la información que nos ofrecían


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sirviéndonos de varios temas generales, y que hemos plasmado como epígrafes en la primera parte de este libro. Aportación historiográfica Este trabajo consta de dos partes, las cuales están precedidas por una introducción y tienen como colofón un apartado dedicado a la mención de fuentes impresas y bibliografía consultada. Asimismo, también incluye un par de anexos, concebidos a la vez como apoyo y como complemento del texto del trabajo. La primera parte se corresponde con un análisis de la información más destacada que nos ofrecen los treinta y un textos localizados y empleados para este estudio. Para un mejor análisis hemos procedido a dividirla en seis epígrafes: medio físico y paisaje agrario; poblamiento disperso y vivienda rural; morfología urbana y edificios principales; organización política; los colonos; y origen y evolución histórica de La Carlota. El carácter heterogéneo de dichos textos dificulta, ciertamente, el estudio; pero las interesantes coincidencias que presentan nos posibilitan el extraer no pocas informaciones. Estas últimas han sido precisamente las más interesantes para elaborar nuestras conclusiones, pues en cierto modo evidencian los elementos que más llamaron la atención de viajeros y escritores. La segunda parte está dedicada a recopilar los textos que hemos utilizado en este trabajo. Se trata, como ya hemos indicado, de un total de treinta y un documentos, que se presentan aquí por vez primera de forma conjunta y que en su mayor parte no han sido reeditados ni reproducidos con posterioridad a la fecha de la publicación de los libros en los que se incluyen. Asimismo, y al objeto de facilitar la difusión de su contenido, hemos procedido a actualizar la ortografía de los textos escritos en español así como a traducir a nuestra lengua aquellos escritos en otras diferentes (inglés, francés e italiano). Su extensión, por razones obvias, es muy


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desigual, siendo posible encontrar desde algunos que apenas superan las tres o cuatro líneas hasta otros que se extienden a lo largo de varias páginas. Por otro lado, para su mejor comprensión también hemos incorporado en notas a pie de página un reducido pero imprescindible aparato crítico. Finalmente, los anexos contienen tanto una cronología en la que el lector puede visualizar mejor a qué fechas concretas hace referencia cada uno de los textos de los distintos viajeros y escritores, como un conjunto de reseñas biográficas de estos; las cuales hemos acompañado, en la medida de lo posible, con sus retratos.


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PRIMERA PARTE

LA CARLOTA VISTA POR VIAJEROS Y ESCRITORES DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX


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Medio físico y paisaje agrario Las características edáficas de La Carlota, en la que está muy presente la conocida como raña villafranquiense, no son las más idóneas para el cultivo del cereal; no en vano la mayor parte de las tierras con las que se conformó su término estaban entonces adehesadas. En este sentido, algún viajero, como Henry Swinburne, no duda en afirmar que «el suelo es pobre y estéril y queda agotado tras cada cosecha» (doc. V). Sin embargo, este mismo viajero, al igual que otros, no deja de elogiar el aspecto que presentaban los campos de esta colonia. Se remarca que todo estaba sembrado y bien cultivado (docs. II, VI y VII), no faltando en los elogios adjetivos como hermoso y exuberante (doc. IX). Aún más, un testimonio llega a sostener que allí podían encontrarse «campos mejor cultivados que los de la comarca» (doc. XXI), y otro que La Carlota es «un país donde vivir es morar en el cielo» (doc. XXVII). En suma, los distintos cultivos, unidos a las grandes encinas dispersas, a algún bosquecillo y a los rodales de maleza y árboles aislados, conferían al campo un aspecto hermoso (doc. V). Ahora bien, todas estas afirmaciones también cuentan con una visión contrapuesta. En 1884, a Charles Bogue Luffmann esta comarca le parecería «monótona y agreste» (doc. XXXI).


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Entre los cultivos se indica la existencia de cereales (trigo y cebada, sobre todo), viña (doc. IV) y olivares (docs. IV, XIV y XVI), siendo estos últimos más frecuentes en el tramo comprendido entre La Carlota y Écija (docs. VII, XII y XXXI). Zona en la que, precisamente, se establecería en el siglo XVIII el mayor espacio destinado a olivar de todas las Nuevas Poblaciones de Andalucía; el cual sería entregado por la Corona al marqués de Villaseca en 1803, privando a estas colonias de una considerable fuente de ingresos y a sus colonos de un espacio que se había pensado para su fomento1. Por otro lado, la estructura de la propiedad raramente es mencionada en los textos recopilados. Sólo Swinburne indica que todas las familias recibían suertes de iguales dimensiones para poder garantizarse con ellas su sustento, aunque se equivoca por defecto al precisar la extensión de dichas parcelas (doc. V). Poblamiento disperso y vivienda rural Uno de los elementos más repetidos por los viajeros y escritores es la existencia en La Carlota de un importante poblamiento disperso, que ellos indican sobre todo al referirse al camino real que atraviesa el término y junto al que afirman se distribuían las casas de los colonos de trecho en trecho. Particularidad que a Francisco de Miranda le parecía que hacía el camino «muy divertido y apacible» (doc. II); opinión que años después compartiría también Leandro Fernández de Moratín al indicar que estas casas «hacían agradable la vista» (doc. XIII). En lo concerniente al aspecto de estas viviendas, se señala su color blanco (docs. XXIV, XXVII y XXX) y su pulcritud (doc. XVII). Normalmente se trataba de casas con cubierta de teja, no apareciendo referencias a chozas, aunque probablemente las hubo, 1

Archivo Histórico Nacional (en adelante A.H.N.), Fondos Contemporáneos, Gobernación, leg. 2738, doc. 16.


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hasta el siglo XIX (doc. XXII). Su distribución interior consistía en tres o cuatro habitaciones bajas (doc. XXX). Se nos dice además que poseían todo lo necesario para las familias que las habitaban, a saber, horno, almacén, habitación para el dueño y cuadra para los animales (docs. VI y VII); que tenían sus parrales en la puerta a fin de obtener sombra (doc. XXIV), huertos de legumbres a su espalda (docs. XXIV y XXX), árboles frutales a su alrededor (docs. XVII, XXIV y XXX), un horno rústico para cocer pan y una noria (doc. XXX). Pero no sólo tenemos una aceptable descripción de las casas coloniales, además sabemos que a finales del siglo XVIII muchas de ellas, tanto en el casco urbano como en el término, estaban arruinadas (docs. XI y XIII). Una situación que afectó de manera general a todas las nuevas poblaciones y que podemos poner en relación con la excesiva premura con la que fue necesario levantar las casas en los inicios de la colonización. Ahora bien, junto a estas casas dispersas por los campos se mencionan además, ya en el siglo XIX, algunos de molinos de aceite (docs. XVI y XXXI). La puesta en marcha del plan de plantíos y ganadería del intendente Polo de Alcocer conllevó una significativa extensión del cultivo del olivar a partir de 1815, y con él se hizo imprescindible dotar a las colonias de las necesarias industrias de elaboración. Morfología urbana y edificios principales Emplazada sobre una colina (docs. V, VII, VIII, XXII y XXIX), La Carlota disfrutaba de una posición que Jean-François Peyron llegó a definir de agradable (doc. VI). Sus dimensiones no eran, ciertamente, muy grandes (docs. IV, VII, XII, XIII, XIV, XVI, XX y XXI), pero su trazado urbano y sus principales edificaciones atrajeron favorablemente la atención de casi todos los viajeros y escritores2. El casco urbano se describe compuesto por calles grandes y alineadas, y por una plaza en la que se encontraban edificios como


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la iglesia parroquial y la cárcel (docs. VI, VIII, XI, XV, XVIII y XXVI). Un urbanismo del que también formaba parte un significativo y abundante componente vegetal. Los testimonios más antiguos ya nos indican que se habían plantado varias avenidas de árboles a comienzos de la colonización, así como la existencia de la empalizada y el jardín que precedían al palacio de la Subdelegación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía (docs. VI y VII). Referencias que también continuarían en el siglo XIX (docs. XXIV y XXVII) con afirmaciones tan curiosas como la de George Dennis, que comparó en 1836 la disposición de los árboles en la calle Real con la de un boulevard francés (doc. XXVI). Entre las edificaciones se mencionan las más destacadas, como la iglesia, la cárcel, el hospital y el palacio de la Subdelegación. La iglesia es citada en diez textos, y de ella se dice que era bonita (docs. VI y VII) y buena (doc. XV). Además, se indica que tenía tres naves y dos torres (docs. XI, XII y XV), que posía retablos de jaspe y que estaba dedicada a Nuestra Señora de la Concepción (doc. VIII). El Palacio de la Subdelegación, por su parte, es aludido en siete textos, pero al igual que ocurre con la cárcel y el hospital (doc. VIII), no se aportan datos sobre el edificio; a excepción de que era una residencia cómoda (doc. XV) y de que delante de él existía de un jardín cerrado con una empalizada (docs. VI y VII)3. Ahora bien, el inmueble al que más atención se presta es la Real Posada y Fonda. Casi todos los escritores y viajeros, en mayor 2

En líneas generales, sólo podemos hablar de un viajero que no se llevó una buena impresión de La Carlota. Nos referimos a Théophile Gautier, quien, con el tono despectivo que le caracteriza en su descripción de España, y antes de narrar algunos sucesos si no difíciles de creer sí al menos muy exagerados, se refiere a La Carlota como una aldea sin importancia (doc. XXVIII). 3 A pesar de que aún desconocemos la fecha exacta en la que se concluyó este palacio, la referencia de Peyron es fundamental ya que parece indicarnos que en 1777 estaba concluido; tal vez no del todo, pero sí al menos hasta el punto de hacerlo habitable, pues de otro modo no tendría mucho sentido que ya existiera entonces el mencionado jardín.


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o menor medida, hacen referencia a ella en buenos términos. Veamos algunos ejemplos. Richard Twiss indicaba, en 1773, que era «la mejor que [había] encontrado a lo largo del camino por España» (doc. III); Jean-François Peyron decía, hacia 1777, que en ella se estaba «bastante limpiamente servido y bien alojado» (doc. VI); Charles Rochfort Scott, en los años veinte del siglo XIX, sostenía que esta posada «no desacreditaría al mismo Innsbruck» (doc. XXI); y Caroline Elizabeth Wilde Cushing afirmaba, en 1830, que el edificio era «grande y espacioso; y [que estaba] llevado de mejor modo que cualquier otra casa pública de esta parte del país» (doc. XXII). No obstante, también contamos con un testimonio que si bien no critica directamente el inmueble, sí ataca abiertamente a los posaderos; de los que se llega a afirmar que «tenían aspecto ligeramente de patibularios» (doc. XXVIII). Su autor, el francés Théophile Gautier, nos narra en él que aquellos trataron de robarle mientras que estuvo alojado en la posada; sin embargo, el tono despectivo y altanero con el que describe su viaje no contribuye precisamente a hacer muy creíble su relato. A pesar de ello, Gautier nos ofrece la descripción más extensa de cuantas hemos hallado sobre la posada; ciertamente se equivoca al pensar que el edificio fue un antiguo convento, pero ello no resta valor al testimonio:

«Largos claustros con especie de soportales formaban galería cubierta en las cuatro fachadas de los patios. En medio de uno de esos patios podía verse la boca negra de un enorme pozo, muy profundo, que nos prometía el delicioso festín de un agua clara y muy fría. Inclinándome en su brocal, vi que el interior estaba todo él tapizado con plantas de un verde precioso que habían nacido en el intersticio de las piedras».


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Organización política Las referencias al sistema de gobierno o a la organización política de la colonia son muy escasas en los textos estudiados. Tanto que prácticamente se limitan a indicar que La Carlota era la capital de las Nuevas Poblaciones de Andalucía (docs. VII y X), y a que tenía un alcalde mayor para administrar justicia (doc. XVI). Asimismo, también se incluyen algunas referencias al superintendente Pablo de Olavide, coincidentes en el sentido de elogiar sus iniciativas y de compadecerse de su desventura (docs. VI, XIV, XV, XVI y XXIX); así como orientadas a criticar a la Inquisición (doc. VII), que lo procesó y declaró culpable de herejía en 1778. Sin embargo, tampoco debe extrañarnos demasiado el no poder contar con datos de este tipo. Normalmente, los viajeros sólo permanecían unas horas en la colonia, y éstas las dedicaban sobre todo a descansar y a conocer un poco el lugar; por lo que difícilmente podrían adquirir muchos datos sobre el tema que nos ocupa. Aún más, pensamos que tampoco les interesaría demasiado ese tipo de información para plasmarla en sus libros. Triste realidad que, afortunadamente, cuenta con una interesante excepción: uno de los textos nos brinda una mención a la existencia de prácticas corruptas en las colonias (doc. XIII). Un testimonio que posee una importancia capital, pues coincide cronológicamente con otras referencias contenidas en documentación conservada en diferentes archivos4. Así pues nos encontramos ante una evidencia más acerca de los manejos corruptos que, al parecer, fueron demasiado frecuentes en La Carlota de los últimos años del siglo XVIII.

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Sobre este particular véase Adolfo HAMER FLORES, La Intendencia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía (1784-1835. Gobierno y administración de un territorio foral a fines de la Edad Moderna, Córdoba, Universidad de Córdoba y CajaSur, 2008; especialmente el capítulo 2 de la segunda parte.


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Los colonos Cuando la historiografía se ha ocupado de tratar de dilucidar los lugares de origen de los colonos centroeuropeos que fueron establecidos entre 1767 y 1769 en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, normalmente se ha encontrado con un problema al que no ha sabido dar hasta ahora una solución adecuada; y para el que, además, la documentación conservada en los diferentes archivos no puede arrojar suficiente luz. Éste no es otro que el de la confusión entre lengua y nación, es decir la tendencia que muestran tanto los documentos de época colonial como los estudios actuales de considerar, por ejemplo, como francés a un colono que tiene apellido francés o suponer alemán a otro que habla esta lengua, independientemente de su lugar de nacimiento. Esta cuestión no pasaría de ser una simple anécdota si no fuera porque la mayor parte de los colonos procedían de la zona fronteriza entre el Sacro Imperio Romano Germánico y Francia; es decir, de los estados de Sarre y Renania-Palatinado y de las regiones de Alsacia y Lorena. Una circunstancia que hacía habitual el poder encontrar individuos con apellidos alemanes pero que hablaban francés y otros con apellidos franceses que hablaban alemán, y esto a ambos lados de las fronteras. Todo ello sin contar además con las particularidades idiomáticas de los cantones suizos; y con la compleja distribución territorial de arzobispados y obispados católicos, que podían llevar a que un individuo nacido en un cantón suizo tuviese como lengua materna el francés y su parroquia perteneciese a un obispado alemán. En consecuencia, es sumamente difícil poder saber a ciencia cierta qué porcentaje de franceses, alemanes, italianos, etc. se establecieron en las colonias; pues los criterios utilizados por las autoridades neopoblacionales para su adscripción a una comunidad u otra fueron unas veces la lengua, otras su naturaleza y otras la circunscripción religiosa en la que se incluía su localidad natal. Y ello sólo en la teoría, porque en la práctica estas tres circunstancias


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se mezclaban aleatoriamente en una misma fuente documental; sobre todo por los escasos conocimientos existentes en las colonias acerca de la geografía política y eclesiástica de las zonas de origen de los colonos. Puntualizado lo anterior, estamos ya en disposición de analizar qué nos indican los textos que aquí estudiamos acerca de la naturaleza de los colonos establecidos en La Carlota. Las referencias a que se trata de una localidad colonizada con extranjeros son frecuentes; especialmente, y por razones obvias, durante sus primeras décadas de existencia. Sin embargo, con respecto al origen de estos lo habitual es mencionar sólo que eran alemanes (docs. II, IV, V y XXIII), junto a los cuales algún viajero incluye también a los italianos (doc. III) o a los franceses (doc. VIII). Ya en el siglo XIX, las indicaciones son aún más imprecisas, dándose casos como el del capitán Charles Rochfort Scott, que afirmaba que todos procedieron del Tirol (doc. XXI). Ahora bien, junto a testimonios tan imprecisos disponemos por suerte de una interesante descripción. Alexandre Ballet nos indicaba en 1782 que la mayor parte de los colonos eran alemanes, siendo la proporción de franceses en La Carlota menor que la existente entonces en La Carolina (doc. VII). Por otro lado, también poseemos unas pocas referencias sobre las características físicas de los colonos. Nos las proporciona, de nuevo, el capitán Scott, quien relaciona el origen germano de la población con la «palidez [que pudo observar] en los pilluelos de rubios cabellos reunidos alrededor de las puertas» (doc. XXI). Es decir, a sus ojos la fisonomía que mostraban era completamente «antiespañola»5.

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Nos parecen muy significativas las palabras del capitán Scott, sobre todo porque se refieren a los niños. A pesar de que ningún estudio médico ha analizado el fenómeno, es muy frecuente aún que muchos descendientes de colonos centroeuropeos muestren un cabello rubio en sus primeros meses o años de vida, el cual a medida que crecen se va oscureciendo hasta hacerse castaño o moreno.


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Finalmente, en lo concerniente a sus costumbres se insiste en la pulcritud de los colonos y de sus viviendas, realidad que se vincula recurrentemente al origen germano de la población (docs. V, XXI, XXII, XXIII y XXX). Origen que también era visible en el vestido de las mujeres, que consistía aún a mediados del siglo XIX «en media blanca, una saya de algodón teñida de azul oscuro, un pañuelo al cuello del mismo color con flores amarillas, manga corta y sobre la cabeza un sombrero de paja de ala ancha ribeteada de negro» (doc. XXX). Asimismo, dos textos –extrañamente coincidentes- nos indican además que Peyron y Ballet vieron cómo los vecinos de La Carlota se divertían por la noche cantando, bailando y tocando varios instrumentos (docs. VI y VII). Un proceder que a los ojos de los dos viajeros constituía una prueba evidente de que aquellos no estaban tristes ni eran infelices; pero, obviamente, esta es una conclusión muy precipitada. Acciones como cantar y bailar no implican siempre un estado de felicidad, pueden ser tan sólo un modo de establecer relaciones sociales y de desconectar temporalmente de unas difíciles condiciones de vida. Origen y evolución histórica de La Carlota Los textos estudiados también nos ofrecen diversos datos sobre la historia de La Carlota. Algunos no pasan de simples y curiosas anécdotas6, pero otros contribuyen notablemente al conocimiento 6

Aunque todo apunta a que el penúltimo texto (doc. XXX) recopilado en este estudio es un relato corto y, por tanto, su contenido fruto de la imaginación de su autor, lo cual, dicho de paso, lo convertiría en el primer texto de ficción ambientado en La Carlota; no nos atrevemos a descartar completamente que el relato tenga algún fundamento real. El apellido Campel no estuvo, ni está, presente en esta colonia; pero Guichot bien pudo haberlo sustituido por el original o haberlo hispanizado hasta el grado de hacerlo irreconocible. Lo precisos y exactos que son algunos detalles incluidos en el relato, que por su complejidad no detallaremos aquí, difícilmente podrían ser casualidad; y aunque la historia tiene tintes novelescos, no debemos perder de vista que en muchas ocasiones la realidad supera con creces a la ficción.


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del pasado de esta nueva población. En este sentido, el padre Enrique Flórez nos brinda el primer testimonio literario del nacimiento de esta colonia, pues nos indica que cuando él pasó por el cortijo de La Parrilla, en marzo de 1768, «se estaban echando líneas para hacer una nueva población» (doc. I). Obviamente estaba haciendo referencia a la delimitación del terreno, tanto para establecer el casco urbano como para fragmentarlo en parcelas o suertes para los colonos que comenzarían a llegar en el otoño de ese mismo año, que se estaba llevando a cabo desde finales de 1767 bajo la dirección y supervisión de Antonio José Salcedo7. Algunos autores mencionan la fecha de creación de la localidad, que tuvo lugar oficialmente en 1768 (docs. VIII, XI y XII); aunque un viajero se confunde y afirma que ello ocurrió en 1769 (doc. III), quizá debido a que la llegada de colonos se prolongó hasta septiembre de ese año. En otro orden de cosas, también se reseña la epidemia que afectó a buena parte de la población extranjera en los primeros meses de existencia de La Carlota (doc. V). Se trató de una epidemia de paludismo, enfermedad denominada entonces como tercianas, la cual segó la vida de aproximadamente el 25% de los colonos de las Nuevas Poblaciones de Andalucía; aunque tuvo mayor incidencia en unas colonias que en otras, pues mientras que San Sebastián de los Ballesteros apenas la sufrió, La Luisiana perdió a la mitad de sus habitantes. No obstante, y sin lugar a duda, el suceso más curioso de todos los reseñados es aquel que tuvo lugar en junio de 1823; y del cual nos hablan dos testigos presenciales (docs. XIX y XX). Tras varios años de permanencia en España de un régimen constitucional impuesto tras el pronunciamiento militar del general Rafael de Riego, las potencias absolutistas europeas decidieron acudir en auxilio del monarca español; el cual, forzado por las circunstancias, se había visto obligado a jurar en 1820 una constitución que él mismo había 7

A.H.N., Inquisición, leg. 3607-1, s.f.


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rechazado seis años antes. Así, en el congreso de Verona de diciembre de 1822 se decidió formar un ejército, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, destinado a invadir nuestro país y devolver al rey Deseado su poder absoluto. De este modo, en marzo de 1823 un impresionante ejército al mando del duque de Angulema cruzó los Pirineos. Su avance fue espectacularmente rápido, por lo que las autoridades constitucionales, ante la inminente entrada en Madrid, decidieron trasladarse apresuradamente a Cádiz llevándose consigo al rey. Éste, obviamente, se opuso; por lo que aquellas optaron por declararlo incapaz y llevarlo a la fuerza. Una decisión que llevaría a los Cien Mil Hijos de San Luis a seguirles los pasos. En los primeros días de junio ya habían llegado a Córdoba, y poco después el parque de reserva de la división Bodesoult se establecería en las proximidades de La Carlota. El armamento y todas las cajas de pólvora fueron emplazados sobre el seco rastrojo que había quedado tras la siega del trigo. Un proceder tan imprudente que sólo puede entenderse si consideramos que los soldados marchaban de noche. Sin embargo, al día siguiente, y mientras la mayor parte de estos descansaban protegiéndose de las altísimas temperaturas, el viento facilitó que se extendieran algunos fuegos de vivaque que habían encendido. Poco después, un fuerte alboroto rompió la calurosa calma. Los soldados iban de aquí para allá tratando de escapar al peligro de una explosión que se imaginaban terrible. Los jefes, sin embargo, conscientes de lo grave que hubiera sido perder toda su munición, y temiendo los efectos que un hecho de esta índole pudiera haber tenido en el ánimo de los constitucionalistas, decidieron arrojarse entre las llamas y sacar en brazos todas las cajas que pudieran; y ello a pesar de arriesgar en esta acción sus propias vidas. Algunos oficiales y soldados, a pesar de dudar en un primer momento, también les ayudaron.


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Entre los mencionados jefes estaban el príncipe de Carignan (que en 1831 se convertiría en rey de Cerdeña), el teniente coronel de la Hitte, el teniente de artillería a caballo Labajonnière y el capitán Montferré del tercer regimiento de la guardia. Precisamente este último resultó herido por la explosión de la única caja que no pudieron rescatar. Así, lo que en un primer momento pareció que iba a ser un seguro y grave revés para el avance de esta división, además de un daño considerable para el casco urbano de La Carlota, acabó tan sólo en una interesante anécdota8.

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Este suceso ya tuvimos ocasión de detallarlo en otro trabajo nuestro, por lo que aquí seguimos en gran medida aquel texto (Adolfo HAMER, La Carlota, apuntes para su historia..., pp. 149-151).


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SEGUNDA PARTE

TEXTOS DE VIAJEROS Y ESCRITORES DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX RELATIVOS A LA CARLOTA


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DOCUMENTO I 30 de abril de 1768 MÉNDEZ, Francisco, Noticias sobre la vida, escritos y viajes del Rmo. P. Mtro. Fr. Enrique Flórez, de la orden de San Agustín, asistente general de ella en las provincias de España, catedrático de Teología en la Universidad de Alcalá y primer escritor de la España Sagrada, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 2ª ed., 1860, p. 263.

De Córdoba se va a la venta de La Parrilla, junto a donde estaban echando líneas para hacer una nueva población; y después a Écija, ciudad de mucha nobleza, bien poblada y rica, metida en un barranco.


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DOCUMENTO II 18 de marzo de 1771 MIRANDA, Francisco de, Archivo del General Miranda. Viajes. Diario, 17501785, Caracas, Editorial Suramericana, 1929, I, p. 36.

Este día [18 de marzo de 1771] seguimos nuestro viaje hasta llegar a las 11 a La Gran Carlota, donde comimos. Es de la Nuevas Poblaciones que se han hecho de colonos alemanes, y todo el camino a un lado y otro está lleno de casas, lo que lo hace muy divertido y apacible; dista tres leguas [de Écija], todo está sembrado y bien cultivado.


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DOCUMENTO III 28 de mayo de 1773 TWISS, Richard, Travels trough Portugal and Spain in 1772 and 1773, London, Printed for the author, 1775, p. 250. Traducción al español de A. Hamer.

28 de mayo [de 1773]. Después de viajar tres leguas por una llanura entre campos de cereal, olivos y vides, bordeado el camino de setos, áloes1 y arrayanes2, cenamos en el pueblo de La Carlota, construido a expensas del rey en el año 1769 y cedido a familias alemanas e italianas, exentas de renta. Por todo el camino hay muchas casas pequeñas recién construidas rodeadas de cipreses3, asimismo habitadas por alemanes que forman parte de la colonia hasta el número de treinta mil4, traídos del Palatinado del Rin para repoblar Sierra Morena. Esta es una cadena montañosa que separa Andalucía de Castilla la Nueva, de ochenta leguas como mínimo de extensión pero de desigual anchura, y que por su color marrón se llama Morena. La posada de este pueblo, regentada por un italiano, es la mejor que he encontrado a lo largo del camino por 1

Plantas perennes de la familia de las liliáceas, con hojas largas y carnosas, que arrancan de la parte baja del tallo, las cuales terminan en una espiga de flores rojas y a veces blancas. De sus hojas se extrae un jugo resinoso y muy amargo que se emplea en medicina. 2 Arbustos de la familia de las mirtáceas, de dos a tres metros de altura, olorosos, con ramas flexibles, hojas opuestas, de color verde vivo, lustrosas, pequeñas, duras y persistentes, flores axilares, solitarias, pequeñas y blancas, y bayas de color negro azulado. 3 Es probable que el impresor se equivocase pues no nos consta que este árbol, ligado normalmente a los espacios de enterramiento, se emplazase en las proximidades de las casas de los colonos. 4 Esta cifra es exagerada. El número de colonos extranjeros no llegó a ocho mil para todas las colonias fundadas en Sierra Morena y Andalucía.


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EspaĂąa. DespuĂŠs de dormir la siesta, continuamos entre colinas por un camino pedregoso, y cruzamos un puente de ladrillos de cinco arcos.


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Una de las casas de colono que bordean el camino real a su paso por La Carlota (fotografĂ­a de Rafael Bernier Soldevilla)

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Portada de la traducciĂłn francesa de la obra original en inglĂŠs de W. Dalrymple


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DOCUMENTO IV 26 de junio de 1774 DALRYMPLE, William, Voyage en Espagne et en Portugal dans l’année 1774, avec une relation de l’expédition des espagnols contre les algériens en 1775, Paris, 1783, p. 17. Traducción al español de A. Hamer.

[En Écija] tomamos la gran ruta de Madrid. Allí sólo me detuve a cenar, afanoso por llegar a La Carlota, que estaba todavía a tres leguas; las cuales hicimos en tres horas a través de una bella comarca repleta de cereales, viñas y olivares. Vimos grandes granjas y bellas casas de campo. Pasamos delante de cuatro cruces. Este trayecto fue de los más agradables, y encontramos una posada cómoda. La Carlota es una colonia alemana establecida aquí hace ocho años5, y sobre la que os ofreceré algún día más detalles. La población es pequeña, pero bonitamente construida y emplazada en el centro de la colonia. Hay una iglesia para los habitantes servida por un cordelero alemán6.

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El mayor Dalrymple se equivoca al calcular esta cifra. Al margen de suponer que la fundación tuvo lugar en 1767, computa en el periodo tanto el año ya referido como el propio 1775. 6 Suponiendo que con la expresión ‘servir’ Dalrymple haga referencia a que se encargaba en ella del culto, puede que se esté refiriendo al fraile capuchino alemán Carlos María de Pontabia. Apoya esta hipótesis el que indique que era un cordelero, es decir, un franciscano (los capuchinos eran religiosos descalzos que pertenecían a la orden reformada de San Francisco).


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DOCUMENTO V 14 de abril de 1776 SWINBURNE, Henry, Travels through Spain, in the years 1775 and 1776, in which several monuments of roman and moorish architecture are illustrated by accurate drawings taken on the spot, London, P. Elwsly, 1779, p. 275. Tomado de Antonio LÓPEZ ONTIVEROS, «Sierra Morena y las poblaciones carolinas: su significado en la literatura viajera de los siglos XVIII y XIX», en Actas del VI Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones, Córdoba, Junta de Andalucía y otros, 1994, p. 62.

Ayer cenamos en La Carlota, otro establecimiento de gran extensión hecho hace ocho años en un bosque accidentado. Las casas se dispersan alrededor, la iglesia parroquial, posada, casa del director, algunas tiendas y viviendas para artesanos forman una aldea muy pulcra sobre una eminencia; como ellos han dejado en pie todas las verdes encinas de cierto tamaño, el aspecto del campo es muy hermoso, estando el verde trigo esmaltado con bosquecillos, rodales de maleza y árboles aislados. El lote por familia es de veinte o treinta acres7, con la obligación de permanecer en el lugar durante diez años; durante tal período, no están sujetos a impuestos de ninguna clase. A la expiración de este plazo, si deciden establecerse aquí, la tierra le es cedida en arrendamiento y comienzan el pago de una pequeña renta. El rey les proporciona las simientes, pero están obligados a reponerlas en sus graneros tras la cosecha; excepto 7

Swinburne comete un error significativo en la extensión de las parcelas. Un acre, medida inglesa de superficie, se corresponde aproximadamente con 4.047 metros cuadrados. Así pues, veinte acres equivaldrían a 80.940 metros cuadrados (13,22 fanegas) y treinta equivaldrían a 121.410 metros cuadrados (19,83 fanegas). Sin embargo, como mínimo, en La Carlota las suertes tenían una superficie de 28 fanegas (aproximadamente 42,35 acres).


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las paredes de la casa y algunos aperos de labranza, esto es todo el estímulo que reciben; y supuesto que ello en absoluto es ayuda suficiente, y supuesto también que gran cantidad del suelo es pobre y estéril y queda agotado tras cada cosecha, hay poderosas razones para inferir que esta colonia resultará ser de esas creaciones efímeras que tan frecuentemente surgen en los gobiernos monárquicos. Y casi inmediatamente después de su nacimiento, desaparecen. Algunos centenares de alemanes han muerto después de su establecimiento a causa de la pobreza, el exceso de la bebida, el mal alimento y el cambio de clima.


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DOCUMENTO VI ±1777-1778 PEYRON, Jean François, Nouveau voyage en Espagne, fait en 1777 et 1778, dans lequel on traite des moeurs, du caractère, des monuments anciens et modernes, du commerce, du théâtre et de la législation des tribunaux particuliers à ce royaume et de l’Inquisition; avec de nouveaux détails sur son état actuel et sur une procédure récente et fameuse, Londres-Paris, chez P. Elmsly-P. Théophile Barrois, 1782, 2 vols. Tomado de GARCÍA MERCADAL, José, Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, 1999, V, pp. 326-3278.

A varias leguas de Écija se entra en las poblaciones que formó el señor Olavide en estos desiertos de Andalucía, y todo viajero al pasar por allí debe bendecir su memoria. Estas montañas aterradoras, esa guarida de ladrones y de bandidos, que no se atravesaban sino temblando, se han convertido por los cuidados y el genio de un solo hombre en un país encantador y bien cultivado. Diversas granjas o casas de labradores adornan los dos lados del camino, reúnen todas las comodidades que el hombre de los campos puede desear: un horno pequeño, una granja para el forraje y el grano, una habitación sencilla para el dueño de la pequeña finca y la familia, una cuadra para los animales. Después de haber gozado de la vista de un centenar de esas casas dispersas en el campo se llega a un pueblo grande, que les sirve de capital, llamado La Carlota; está en una agradable posición, sus calles son grandes y alineadas, sus casas son uniformes y ligeras; 8

García Mercadal se equivoca al fechar este viaje entre 1772 y 1773. Confirman este hecho dos ediciones de la obra en francés (la de Génova de 1782 y la de LondresParís de 1783) y otra en alemán (la de Leipzig de 1781).


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Fachada del Palacio de la Subdelegación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, ubicado en La Carlota, hacia los años treinta del siglo XX (fotografía de Rafael Bernier Soldevilla)

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Detalle de la fachada del Palacio de la SubdelegaciĂłn de La Carlota (fotografĂ­a de Rafael Bernier Soldevilla)


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la del gobernador de la población se hace distinguir tan sólo por un poco más de extensión, está precedida de un patio y de un jardín cerrado con empalizadas. La Carlota está adornada de una plaza regular, de un mercado y de una linda iglesia; han plantado en los alrededores varias avenidas de árboles, que con el tiempo procurarán a esos interesantes colonos agradables paseos. En La Carlota es donde está el mercado público de todo el poblado; allí es donde van a vender sus granos y sus frutos. Todos los establecimientos en su principio son penosos; es difícil de hacer la felicidad de todo el mundo, pero hoy esos colonos andaluces me han parecido muy satisfechos. Se unen a la tierra que han cultivado y que comienza a mantenerlos. Paseándome de noche por las calles de La Carlota he oído cánticos, danzas y el sonido de varios instrumentos. El hombre no trata de divertirse cuando está triste; la posada de La Carlota no se parece a todas aquellas con que he tropezado ya, allí se está bastante limpiamente servido y bien alojado por el valor de cincuenta sueldos9 de Francia.

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Moneda antigua, de distinto valor según los tiempos y países, igual a la vigésima parte de la libra respectiva.


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DOCUMENTO VII Agosto de 1782 BALLET, Alexandre, «Voyage du comte d’Artois à Gibraltar, 1782», en Revue rétrospective ou Bibliothèque historique, contenant des mémoires et documents authentiques inédits et originaux pour servir a l’histoire proprement dite, a la biographie, a l’historie de la littérature et des arts, Paris, 1838, II, 61-62. Traducción al español de A. Hamer.

Pasamos el Guadalquivir por un antiguo puente de piedra que pronto se hundirá por el poco cuidado que se pone en conservarlo. El campo, durante una legua, está cultivado de trigo candeal y cebada; pronto se encuentran áridas lomas que ocupan la misma distancia; y la tercera legua hasta llegar a La Carlota está habitada y cultivada por los colonos de la fundación de Olavide. Los caminos son tan malos que empleamos seis horas para hacer estas tres leguas de Córdoba a La Carlota. Esta pequeña localidad es la capital de las colonias establecidas por Olavide en estos desiertos de Andalucía y, al igual que La Carolina, que he descrito más arriba, ésta está ubicada sobre una colina; sus casas están bien emplazadas y de un modo uniforme, sus calles alineadas, una plaza regular, un hermoso mercado, una bonita iglesia, la casa del gobernador precedida de una empalizada y un jardín, una muy buena posada donde fuimos bien alojados y tratados, de bellas avenidas de árboles, más de cien hogares repartidos en el campo circundante, una agricultura bien entendida, todo en estos lugares refleja la genialidad de su creador, de esta lamentable víctima de la infame Inquisición. Estos campos fértiles eran antaño refugio de partidas de bandidos que atacaban a los viajeros. Olavide, poblando la región, ha enriquecido al gobierno, y este mismo gobierno le ha abandonado en los dientes de un monstruo que no lo ha encontrado culpable


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más que de tener ocasión de despojar y apropiarse de su fortuna. El gobierno tiene una conducta muy débil; no hizo capturar a los acusadores y no debió dejar caer a un inocente. El rey de Francia no habría obrado así; pero el carácter ingrato y despreocupado de la nación española sufre el despotismo del clero, que es más pujante que el monarca, y que divierte a este pueblo indolente con mascaradas religiosas que le placen mucho. Después de haber recorrido la localidad, y muchas viviendas que encontramos bien conservadas y con habitaciones muy cómodas, volvimos a nuestro albergue. Nos ha agradado menos que La Carolina porque hemos encontrado pocos franceses; los habitantes son alemanes en su mayor parte, con muchos españoles. Cada hogar reúne sus elementos básicos: un horno, un granero, una cuadra, un corral para los animales y varias habitaciones para el propietario y su familia. Después de descansar hasta las siete de la tarde, cenamos y salimos enseguida. Las calles estaban llenas de individuos que se divertían, esto prueba que su existencia es feliz: uno no se divierte cuando es pobre. Aproximadamente durante una legua encontramos a derecha e izquierda del camino una cincuentena de pequeñas granjas, seguidas de un bosque de olivos que se extiende por dos leguas y que conduce a montañas estériles y quemadas por el sol.


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DOCUMENTO VIII ± 1784 ESPINALT GARCÍA, Bernardo, Atlante español o descripción general geográfica, cronológica e histórica de España, por reynos y provincias; de sus ciudades, villas y lugares más famosos; de su población, ríos, montes; adornado de estampas finas que demuestran las vistas perspectivas de todas las ciudades; trages propios de que usa cada reyno; y blasones que le son peculiares, Madrid, 1787, XI, 265-271.

Villa de La Gran Carlota. A cuatro leguas de la ciudad de Córdoba, a su mediodía y a igual distancia de la de Écija, está construida la villa de La Gran Carlota sobre un elevado cerro a los once grados y cuarenta y un minutos de longitud y treinta y siete grados y cuarenta y cuatro minutos de latitud en el camino real que va de Cádiz a Madrid. Es la villa capital de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, en la que reside[n] su intendente y [su] alcalde mayor; habitada de mil vecinos extranjeros y españoles, inclusos los de sus aldeas, en una iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Concepción, cuyos retablos son de jaspe, con cuatro capellanes, que el uno es clérigo, el otro religioso capuchino de nación alemán10, otro de San Pedro de Alcántara y el capellán mayor. Tiene una escuela de primeras letras; una fábrica de paños; otra de lienzos; otra de loza fina y basta; una almona de jabón blando y de piedra, cuyos maestros son de los mejores de España y Francia; un molino de aceite; un grande palacio donde habita el intendente, en la calle real, con un delicioso jardín; una magnífica posada con todas las comodidades necesarias; una plaza de cuarenta varas en cuadro; una cárcel; un buen hospital; y, a corta distancia, una copiosa fuente 10

Se trata de fray Ingenuino de Brixen, que falleció en La Carlota el 4 de agosto de 1784 (Archivo Parroquial de La Carlota, Libro 1º de Entierros, f. 140v).


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que llaman de Rabadanes. Su término tiene cuatro leguas de circunferencia, el que es fértil en trigo, cebada, lino, lentejas, garbanzos, todo género de semillas, vino y aceite, y sus huertas en fruta y hortaliza; está plantado de olivos, viñas y árboles frutales y sus montes de encinas, pinos y chaparros, con buenos pastos para la manutención de su ganado. Tiene en su inmediación varias casas de campo distantes una de otra treinta o cuarenta pasos, las que ocupan dos leguas, y las aldeas de Fuencubierta, Chica Carlota, Quintana o Veneguillas, que fue casería de los expulsos, los que la pusieron este último nombre11, Garabato y Pineda[s]; las tres primeras tienen cada una su capilla dedicada a Nuestra Señora de la Concepción, anexas a la iglesia parroquial de esta villa, y en todas ellas hay una escuela de primeras letras que costea el rey nuestro señor, y sus términos producen los mismos frutos que el del pueblo. Fue fundada esta villa el año de 1768 por el rey nuestro señor don Carlos III, que Dios guarde, y en su obsequio y memoria la pusieron el nombre que tiene. Esta población, y todos los que en Andalucía mandó fundar, están en unos baldíos de encinales y monte bajo donde se abrigaban grandes partidas de ladrones y bandidos, a cuyo sitio llamaron La Parrilla, dejando a sus vasallos las mismas tierras que poseían, comisionando para este fin algunos sujetos y personas prácticas, poniendo a ésta por nombre La Gran Carlota, que los extranjeros llaman Petit Carlota por haber algunas familias extranjeras12. La primera que se fundó fue la de San Sebastián de los Ballesteros, la segunda esta de La Carlota, la tercera La Lu[i]siana 11

La aldea de Vaneguillas, o Aldea de Quintana, no se establecería sobre tierras pertenecientes a los jesuitas; fue fundada en tierras ocupadas al conde de la Jarosa. 12 Espinalt se confunde al creer que la Petite Carlota fue el nombre que los colonos franceses dieron a La Gran Carlota. La Petite Carlota, actual Chica Carlota, fue muy probablemente la primera aldea fundada en esta colonia tras el establecimiento del casco urbano principal; por ello recibiría dicho nombre en contraposición al del núcleo principal.


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y la cuarta Fuente Palmera, y para su población vinieron varias familias alemanas y francesas, a quienes les ofreció partido nuestro real fundador, y darles tierras, casas ganados, utensilios, sueldo por un año y libertad en todo para no pagar alcabalas ni otras pensiones hasta estar bien radicados; y con todas estas prevenciones arribaron a Almería las familias de las dos dichas naciones, y desde allí, ya examinados en el catolicismo y fundamentos de él, para mayor seguridad se fueron a San Sebastián de los Ballesteros, por haber en aquel sitio una grande hacienda y casería de este nombre, cuya posesión era real por haber sido de los expulsos jesuitas, quienes la compraron a un hacendado rico que según tradición se llamó don Sebastián Ballesteros, y otros llaman a dicha hacienda la Compañía por haberla poseído dichos expulsos, la que fue capital de las nuevas poblaciones, pero cinco meses después se pobló esta villa de La Gran Carlota y la dieron la primacía, haciéndola capital de todas ellas; las que son realengas y tienen por escudo de armas las reales.


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DOCUMENTO IX 24 de febrero de 1787 TOWNSEND, Joseph, A journey through Spain in the years 1786 and 1787, with particular attention to the agriculture, manufactures, commerce, population, taxes and revenue of that country, and remarks in passing through a part of France, London, Printed for C. Dilly, 1791, II, pp. 280-281. Traducción al español de A. Hamer.

Llegamos al mediodía a La Carlota, una nueva población que al presente está en su infancia, como aquellas de Sierra Morena. El campo es hermoso, la tierra rica, la vegetación exuberante y los bueyes grandes. En la posada teníamos un cocinero francés, bien pagado. El precio de las provisiones es aquí: ternera dieciocho cuartos, carnero veinte, cabrito ocho, pan once por una porción de treinta y dos onzas, vino diez cuartos el cuartillo. Desde allí, después de almorzar, nos dirigimos a los alrededores y admiramos su extrema fertilidad, la cual, en bastantes lugares cultivados, pudimos juzgar por los bellísimos campos de granos entonces en completo crecimiento; estos estaban bien cultivados.


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DOCUMENTO X ± 1791 BOURGOING, Juan Francisco, barón de, Un paseo por España durante la revolución francesa. Tomado de José GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, 1999, V, pp. 534-535.

De Córdoba a Écija hay diez leguas de camino, a lo largo del cual están diseminadas las viviendas de nuevos colonos que, desde hace veinte años, van poblando esta comarca. Después del relevo de tiros en la nueva y aislada venta de Mango Negro se llega a La Carlota, linda aldea cuya fundación ha tenido el mismo objeto y la misma fecha que La Carolina. Es la jefatura de las nuevas poblaciones andaluzas. El mismo intendente se ocupa de ambas colonias. La Carlota, jefatura o cabeza de partido de la segunda, sólo tenía sesenta colonos en 1791, pero contaba seiscientos en el distrito de su mando.


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DOCUMENTO XI ± 1792 PONZ, Antonio, Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella, Madrid, por la viuda de don Joaquín Ibarra, 1792, XVII, pp. 156-158, 168-169 y 194-195.

Todo este camino [de Córdoba a Écija], que es de diez leguas, lo conocí yo hecho un despoblado peligroso e incómodo; pero hoy es un gusto el andarlo, acompañado por ambos lados de casas de colonos atravesando dos pueblos nuevos de los mismos: el uno es Mangonegro a tres leguas de Córdoba13, el otro La Carlota a otras tres leguas, desde cuyo pueblo a Écija cuentan cuatro. El río Badajocillo o Salado se atraviesa por muy buen puente nuevo a cosa de legua y media de Córdoba, con excelentes trozos de camino concluidos antes y después de él, y lo mismo hasta Écija con porción de puentes nuevos fabricados últimamente. En esta jornada se descubren por ambos lados del camino diferentes pueblos, es a saber, a la derecha Las Posadas, y más abajo Palma, orilla del Guadalquivir, en donde le entra el Genil; sobre mano izquierda Santaella, La Rambla, Montalbán, etc. Algunos trozos de monte, porción de olivos, viñas y sembrados, que con las caserías de los colonos en la orilla del camino forman una alternativa agradable a los ojos del caminante, que ahora tiene varios recursos en caso de necesidad donde antes poco o nada había sino soledad y tristes matorrales. La Carlota es ya un buen pueblo, con su razonable fonda, que tratan de mejorarla y ampliarla. Se reduce a una calle principal y otra menos espaciosa, adonde 13

Ponz se equivoca al afirmar que la casa de postas de Mangonegro fue una de las nuevas poblaciones fundadas por Olavide.


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corresponde la iglesia, que es de tres naves con su vestíbulo, la cual, sin embargo de tener defectos garrafales en materia de adornos así por dentro como por fuera, hace su papel desde alguna distancia por dos torrecillas que se elevan del edificio. En el principio de este gran establecimiento de las nuevas poblaciones no se pensó tanto en la perfección y solidez de los edificios, cuanto en disponer de pronto casas e iglesias para los nuevos colonos. Es de suma importancia reparar con más solidez algunas que se han arruinado en la misma Carlota y otras de los colonos esparcidos en las dilatadas llanuras que se extienden por ambos lados caminando a la ciudad de Écija. Sobre la mano derecha se descubren viñedos y muchas tierras peladas en las cuales se podrían establecer más colonos, sin embargo de que los dependientes de La Carlota me aseguraron llegar a seiscientos, siendo unos sesenta los del pueblo. […] Vamos ahora a las Nuevas Poblaciones que tuvieron principio el año de 1768, solamente de las que se plantificaron en el término de Écija: primeramente La Luisiana en el arrecife o camino real de Sevilla, distante de Écija tres leguas, con doscientos y cuarenta vecinos entre el pueblo y las aldeas que llaman el Campillo, Cañada Real y Carrajolilla14. En segundo lugar la Fuente Palmera, distante de Écija tres leguas y media, que consta de trescientos y cincuenta colonos, y su término llega al Guadalquivir por frente de la villa de las Posadas. A dicha población están anexas varias aldeas, unas en el término de Écija y otras en los términos incultos antes de Hornachuelos y Las Posadas. Los nombres de las aldeas son: Fuentecarreteros, los Cilillos15, Villaleón16, la Herrería, Peñalosa, la 14

Se equivoca al escribir los nombres de estas aldeas, en realidad se trata de Cañada Rosal y Carajolilla o Los Motillos. La primera aún existe, habiéndose segregado en 1986 del Ayuntamiento de La Luisiana. Ahora bien, la segunda desapareció a mediados del siglo XIX. 15 Silillos. 16 Villalón.


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Ventilla y el Ochavillo, y además sesenta y siete casas con sus respectivas suertes. La cabeza de las dichas poblaciones es La Carlota ya nombrada, en término de la villa de La Rambla; las casas de colonos que acompañan y hacen divertido el camino real, se extienden más de una legua antes de llegar a La Carlota, y asimismo se extienden dichos colonos, sin salir del término de Écija, por el arroyo que llaman del Garabato, en que se incluye la Pequeña Carlota17. […] No hay en mi opinión alabanzas que alcancen a celebrar esta grande empresa del señor Carlos III, ni monumentos que puedan ser dignos para eternizar su memoria. En este paraje [La Luisiana], que es el fin de las colonias (si fuera yo quien lo había de hacer) erigiría uno superior a cuantos la antigüedad consagró a sus príncipes más benéficos, y lo mismo haría en el nuevo pueblo de la Concepción de Almuradiel, al entrar en la Sierra Morena, que es en donde empiezan las nuevas colonias. Si los romanos por cualquiera reparación de caminos públicos consagraban tantas columnas, de cortas en cortas distancias de los mismos, a los príncipes que les hacían este bien, como vemos todavía muchos en Andalucía, y en otras provincias de España, ¿qué columnas, qué obeliscos, qué estatuas, qué lápidas y qué monumentos que durasen hasta el fin de los siglos no merecería la benéfica empresa del inmortal Carlos III. No se trataba de reparaciones o composturas, sino de abrir un nuevo y magnífico camino de muchas jornadas, ¿y por qué? Por los insuperables y peligrosos pasos de la Sierra Morena, por verdaderos desiertos y soledades, solamente buenas para gente perdida que fácilmente asaltaba al pasajero, despojándole de sus bienes y no pocas veces de la vida. 17

Versión castellana del nombre de una de las aldeas de La Carlota, denominada desde su origen hasta finales del siglo XIX con su nombre mixto de Petite Carlota. Ponz se equivoca al afirmar que la Pequeña Carlota estaba junto al arroyo Garabato, la que sí lo está es la aldea homónima de El Garabato.


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No se contentó con esto el inmortal Carlos. Pobló estas soledades, se puede decir que en la extensión de más de cuarenta leguas, pues tales eran los espacios entre Santa Cruz de Mudela y Bailén; entre esta villa y Andújar; lo mismo hasta Córdoba y mucho más desde Córdoba a Écija, y luego hasta Carmona. Así se han puesto en cultivo excelentes tierras que antes eran peligrosas espesuras y de ninguna utilidad.


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DOCUMENTO XII ± 1795 CONCA, Antonio, Descrizione o deporica della Spagna, in cui spezialmente si dà noticia delle cose spettanti alle belle arti degne dell’attenzione del curioso viaggiatore, Parma, Stamperia Reale, 1795, III, pp. 201-203. Traducción al español de A. Hamer.

Sin decir nada más, conducíamos de nuevo a nuestro viajero a Córdoba para dirigirnos hacia Écija, ciudad grande, bien construida y una de las más bellas de Andalucía, distante diez leguas de Córdoba. ¡Pero qué prodigioso cambio no encontrará el forastero que antes de 1768 haya hecho este tramo del camino, desierto entonces, peligroso e incómodo! Las casas que sirven de acomodo a los nuevos colonos se sitúan a un lado y al otro del camino, desde donde se puede cultivar el campo adyacente. El atractivo y alegre pueblo se ha construido nuevamente a semejanza de los ya descritos de Sierra Morena; las modernas plantaciones de variados árboles se muestran agradables de ver y hacen compañía al curioso viajero que toma esta ruta; en la cual, después de tres leguas de camino, se encuentra la nueva y pequeña edificación de Mangonegro18, donde se cambian los caballos; y hecho un trayecto similar se llega a La Carlota, que es la sede y metrópoli de las nuevas colonias de Andalucía, pequeña pero hermosa y alegre, con un iglesia de tres naves, la cual, aunque defectuosa en la ornamentación, hace su papel al ser observada desde lejos, principalmente por las dos torres que la flanquean. En las cuatro leguas que separan La Carlota de 18

Al igual que Antonio Ponz, en cuya obra parece basarse Conca para su descripción, este autor se equivoca al afirmar que la casa de postas de Mangonegro se creó a la par que las nuevas colonias de Sierra Morena y Andalucía.


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Écija, el camino es agradable por el buen cultivo del campo y por las extensas plantaciones de olivar que se extienden hasta el horizonte; como escribe Bourgoing, está sembrada de pequeñas casas de campo, de aldeas, de granjas y de molinos de aceite.


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DOCUMENTO XIII 25 de febrero de 1797 FERNÁNDEZ DE MORATIN, Leandro, Obras póstumas, Madrid, Imprenta y Esterotipia de M. de Rivadeneyra, 1867, II, Adiciones, p. 14.

Saliendo de Écija se ven a la izquierda olivares dilatadísimos, con muchas casas entre ellos que hacen agradable la vista, y más adelante otras a un lado y otro del camino, en medio de las cuales está La Carlota, población pequeña pero bien conservada y alegre. Vi, no obstante, entre las casas sueltas que hay por allí algunas arruinadas ya, otras muy próximas a arruinarse; las tierras que las rodean, muy deterioradas, las gentes que las habitan harto infelices. No es del caso poner aquí la conversación que tuve con una vieja porque nadie me ha de leer, pero si los que mandan el mundo hablasen de cuando en cuando con viejas semejantes, a costa de algunos ahorcados prosperarían aquellas poblaciones, y se enjugarían las lágrimas de muchos infelices19.

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Esta interesante afirmación de Fernández Moratín sobre las actividades irregulares y corruptas presentes en las nuevas colonias encuentra su perfecto complemento en toda una serie de documentos de archivo coetáneos. Sobre este particular véase nuestro trabajo La Intendencia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía (1784-1835). Gobierno y administración de un territorio foral a fines de la Edad Moderna, Córdoba, Universidad de Córdoba y Cajasur, 2008.


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DOCUMENTO XIV Enero de 1800 HUMBOLDT, Wilhelm von, Diario de viaje a España, 1799-1800, Madrid, Cátedra, 1998, p. 159.

Camino de Écija. Se pasa por [La] Carlota, otra de las colonias establecidas por Olavide. Ésta no es ni tan grande ni tan bien construida como La Carolina. Por lo demás, el camino resulta aburrido. Como es normal en esta parte de Andalucía, hay grandes llanuras interrumpidas ocasionalmente bien por colinas, bien por campos sembrados, bien por dehesas de encinas, bien por plantaciones de olivos, que aquí son muy numerosos. Rara vez se ven campos de frutos. Fuera de algunas aldeas o ciudades que sólo se encuentran cada 3, 4 ó 5 leguas, uno sólo encuentra cortijos aislados. En este camino, ya por la tarde, tuvimos la desgracia de volcar entre [La]Carlota y Écija. El carro cayó hacia la parte derecha, mi mujer quedó debajo y enfrente Gropius, encima y enfrente de mí Emilie y Theodor. Salimos totalmente ilesos.


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DOCUMENTO XV Mayo de 1801 CRUZ Y BAHAMONDE, Nicolás de la, Viage de España, Francia é Italia, Cádiz, Imprenta de D. Manuel Bosch, 1813, p. 385.

Continuando el camino, anduvimos cuatro leguas de amena campiña hasta La Carlota, fundada por Olavide en el sitio llamado Parrilla, anteriormente infestado de ladrones, que tendrá en el día sesenta vecinos; tiene una calle muy ancha, buena iglesia, cómoda casa para el asistente y una regular posada.


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DOCUMENTO XVI ± 1800-1805 LABORDE, Alexandre, Itinéraire descriptif de l’Espagne et tableau élémentaire des différentes branches de l’administration et de l’industrie de ce royaume, Paris, H. Nicole et Lenormant, 1808, II, pp. 38-39. Tomado de Antonio LÓPEZ ONTIVEROS, «Sierra Morena y las poblaciones carolinas: su significado en la literatura viajera de los siglos XVIII y XIX», en Actas del VI Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones, Córdoba, Junta de Andalucía y otros, 1994, pp. 63-64.

El camino que se va a seguir era casi impracticable en otros tiempos; recorría un desierto sin árboles, sin cultivo, sin aldeas, sin casas, ya cubierto de jaras y lentiscos, ya absolutamente desnudo, ya flanqueado por colinas estériles; en fin, a la vez desagradable, incómodo y peligroso; se extendía así hasta tres leguas antes de llegar a Écija, sin que se encontrase ni agua para apagar la sed. Pero desde hace algún tiempo se ha trazado una excelente carretera, se han construido casas de trecho en trecho, se han establecido aldeas, las tierras se han distribuido a nuevos colonos, están hoy bien cultivadas, se han multiplicado los árboles, los campos se han vuelto alegres y agradables; en fin, se le recorre cómodamente y con placer. Desgraciadamente las mismas causas que han originado la decadencia de la nueva colonia de la Sierra Morena han operado en estos otros establecimientos; incluso parece que han actuado ya aquí con una mayor eficacia. Se llega en tres horas a la venta de Mangonegro donde está la posta, y, tres horas después a La Carlota, capital de la nueva colonia: es una ciudadita pequeña pero bella. En 1791 sólo contaba con 60 colonos20; tiene un alcalde mayor para la administración de la justicia; su iglesia parroquial es de tres naves con una fachada flanqueada por dos torres.


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El terreno es aquí arcilloso y calcáreo; los campos empiezan a embellecerse; las plantaciones de olivos se multiplican; se aperciben pequeñas casas de campo, granjas, molinos de aceite. Se llega así a Écija, distante cuatro leguas de La Carlota.

20

Suponemos que esta cifra, que coincide con la casi coetánea aportada por Nicolás de la Cruz y Bahamonde, sólo debe referirse al número de vecinos que vivían en el casco urbano principal de La Carlota, pues los vecinos de toda esta colonia superaban por aquel entonces los cuatrocientos.


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DOCUMENTO XVII ± 1812 DAUDEBART DE FÉRUSSAC, M., «Coup d’œil général sur l’Andalousie», en M. MALTE-BRUN (éd.), Annales des voyages, de la géographie et de l’histoire; ou collection des voyages nouveaux les plus estimés, traduits de toutes las langues européennes ; des relations originales, inédites, communiquées par des voyageurs français et étrangers, et des mémoires historiques sur l’origine, la langue, les mœurs et les arts des peuples, ainsi que sur le climat, les productions et la commerce des pays jusqu’ici peu ou mal connus, Paris, Chez F. Buisson, Libraire-Éditeur, 1812, XIX, p. 332

Antes de llegar a Córdoba [desde Écija], encuentro una de las colonias modernas, La Carlota. El camino bordeado de casas durante más de una legua forma esta población. Cada hogar tiene su jardín, sus campos, está rodeado de árboles frutales y presenta la imagen de la simplicidad y de la prosperidad.


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DOCUMENTO XVIII 29 de marzo de 1823 QUIN, Michael J., A visit to Spain, detailing the transactions which occurred during a residence in that country in the latter part of 1822 and the first four months of 1823 with general notices of the manners, customs, costume and music of the country, London, Printed for Hust, Robinson and Co., 2nd edition, 1824, pp. 293-294. Traducción al español de A. Hamer.

Después de tres leguas de agradable camino llegamos a La Carlota, el «nuevo Oeste»21 y el más hermoso de los nuevos establecimientos de Sierra Morena. Está situada en un promontorio, y consiste en una calle larga y ancha desde la cual parten algunas más estrechas. Las casas en ella eran grandes y hermosas, especialmente la del intendente de las nuevas colonias, quien antiguamente vivía aquí, la cual parece un palacio. La posada es también un amplio y bello edificio, pero sólo la mitad de éste está acabado 22. Hay allí en total entre setecientos y ochocientos habitantes. Las jovencitas aparecían en la calle y en los balcones con rosas y claveles recién cortados entrelazados con su pelo, lo cual les otorgaba una sencillez pastoril.

21

Se trata, probablemente, de una comparación con el fenómeno de conformación de los Estados Unidos de Norteamérica. En este último caso, las colonias situadas más al Oeste son más recientes que las de la costa Atlántica; del mismo modo que las establecidas en Andalucía son posteriores a las fundadas en Sierra Morena. 22 No acertamos a comprender qué es lo que quiere nos decir Quin con esta afirmación, ya que tanto la posada como los dos pósitos de diezmos y el de labradores (que comparten con ella una misma manzana) estaban concluidos desde finales del siglo XVIII. Tal vez, este viajero esté haciendo referencia a alguna obra de mejora, como por ejemplo un retechado, que entonces se estuviera desarrollando y que afectara a la mitad de la posada.


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Nosotros encontramos allí un buen número de viajeros con destino a Sevilla, los cuales estaban detenidos por informaciones de que en los espesos campos de olivos situados más allá de la localidad había una partida de diez atracadores. Habían decidido esperar la escolta que venía con el rey23 o el primer convoy militar que pudiera llegar. El sol estaba oculto tras húmedas nueves cuando dejamos La Carlota y entramos en aquel espeso olivar donde se decía que los diez ladrones estaban esperando una presa que se pudiera ofrecer. Nuestra escolta nos precedía y como la noche se acercaba y la vegetación se hacía cada vez más espesa, esperábamos en cada momento escuchar disparos de una emboscada dirigida a la escolta o la diligencia. Los hombres se dividieron cuando llegamos a lo más espeso de la arboleda; dos guardas iban delante de nosotros, dos iban detrás a la misma distancia y los otros dos en los laterales del vehículo. A veces se reunían de nuevo, y otras veces dos o tres se separaban por el camino. Al cambiar sus posiciones, se deslizaban junto a nosotros con la rapidez de una flecha; y vestidos con sus grandes sombreros y negras capas y estando doblemente armados, ellos parecían de hecho más una partida de bandidos reconociendo nuestro vehículo que de guardas destinados a protegernos. La noche caía sobre nosotros, acompañada por una lluvia incesante, hasta que sobre las nueve llegamos a Écija, donde comimos y descansamos unas horas.

33

Ante el avance de los Cien Mil Hijos de San Luis, ejército reunido por las potencias absolutistas firmantes del Tratado de Verona para devolver al rey español Fernando VII su poder absoluto, el gobierno constitucional de Madrid decidió trasladarse con el referido monarca hasta la ciudad de Cádiz; pasando por La Carlota en marzo de 1823.


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DOCUMENTO XIX Junio de 1823 FAURE, Raymond, Souvenirs du Midi ou l’Espagne telle qu’elle est sous ses pouvoirs religieux et monarchiques, Paris, Chalet, Delaunay, Delangle, 1831, pp. 10-11. Traducción al español de A. Hamer.

A cuatro leguas de allí [Córdoba], una colonia ha roturado los campos incultos, y el viajero encuentra un albergue y algunos socorros contra los ladrones que infestaban la comarca. La Carlota, hermana y rival de La Carolina, debe ser un lugar memorable para nosotros ya que cambió el curso infeliz de nuestra expedición, hasta entonces tan fácil. La artillería y sus cajas habían sido emplazadas en un campo donde se acababa de segar el trigo. Los soldados, algunas veces tan imprudentes, habían encendido unos fuegos que, favorecidos por el viento, se extendieron a su lado sin que ello les preocupara; pero la tierra y el rastrojo que la cubría estaban tan secos por el calor de la estación que las llamas hicieron unos progresos inesperados. Coincidió todo esto con el momento en que las tropas fatigadas se rendían a un sueño necesario, después de marchar de noche. Mientras tanto, todo estaba calmado en el recinto de La Carlota; apenas se veían algunos soldados deambular por sus largas calles, donde el sol no hacía ninguna sombra. De golpe, unos gritos tumultuosos y el ruido de una multitud de hombres que corrían precipitadamente vinieron a romper ese silencio. Miramos a las ventanas y ¡se veía a los soldados de la guardia real huir espantados! ¿Era un ataque imprevisto, irresistible? Porque un incendio no podía asustar hasta ese punto. Pero los gritos sobre el fuego y las cajas de artillería nos hicieron comprender que se trataba de un peligro contra el cual el coraje no podía nada, es decir una explosión. Dirigiéndo-


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nos hacia la puerta de la localidad de donde venía la multitud espantada, allí vimos con más pena que temor ¡qué todas los cajas de pólvora estaban en medio de un campo de fuego! En un primer momento dudamos pero, a ejemplo de los jefes, finalmente decidimos precipitarnos a través de las llamas, llegar hasta aquellas y traerlas en brazos. Pronto todo estuvo seguro y pudimos librarnos de la idea del peligro que acabábamos de correr. ¡Quién sabe hasta donde habría podido llegar la influencia de un acontecimiento tal sobre el espíritu público! Hace quince años que, en la misma provincia, la rendición del general Dupont había levantado el coraje de los españoles abatidos y preparó sus acontecimientos posteriores, en una causa bien diferente es verdad.


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Fachada de la iglesia parroquial de La Carlota (fotografĂ­a A. Hamer)

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Vista de la plaza de Abastos de La Carlota desde el balcĂłn principal de la Real Posada (fotografĂ­a del Archivo General del Ayuntamiento de La Carlota)


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DOCUMENTO XX Junio de 1823 LEBEAUD, Monsieur, Souvenirs de l’armée d’Espagne, recueil des actions d’éclat, paroles mémorables et particularités intéressantes de la dernière campagne de Son Altesse Royale Monseigneur le duc d’Angoulême; accompagné de notices biographiques et de l’état des militaires de tous grades qui ont obtenu des récompenses ou qui ont été mentionnés honorablement pendant la campagne, Paris, chez l’auteur, Ponthieu et A. Guyot, 1824, pp. 47-48. Traducción al español de A. Hamer.

El parque de reserva de la división Bodesoult estaba situado en un campo recientemente segado en las proximidades de La Carlota, pequeña localidad emplazada entre Córdoba y Écija. Un fuego de vivaque 24 se comunicó con las llamas vecinas aproximándose al lugar donde se encontraban los cajones de pólvora; oficiales y soldados se precipitaron en medio de las llamas sin calcular el peligro y, a pesar de la explosión de un cajón que había alcanzado el fuego, el resto se salvó a fuerza de brazos al grito de ¡viva el rey! El príncipe de Carignan25, al que se encontraba en todas partes donde había un peligro que correr, llegó uno de los primeros al teatro del accidente y trabajó como un simple soldado hasta que todo estuvo seguro. El teniente coronel de la Hitte, el teniente de artillería a caballo Labajonnière y el capitán Montferré, del tercer regimiento de la guardia, no han cesado de dar el mejor ejemplo; este último, aunque herido por la explosión, no se ha retirado hasta el cese de todo peligro.

24

Fuego encendido en el lugar donde los militares para pasar la noche al raso. Carlos Alberto de Saboya Carignan, que se convirtió en 1831 en rey de Cerdeña. En 1849 abdicó a favor de su hijo Victor Manuel II. 25


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DOCUMENTO XXI ± 1822-1830 SCOTT, Charles Rochfort, Excursions in the mountains of Ronda and Granada, with characteristic sketches of the inhabitants of the south of Spain, London, Henry Colburn, 1838, II, pp. 2-4. Tomado de Antonio LÓPEZ ONTIVEROS, La imagen geográfica de Córdoba y su provincia en la literatura viajera de los siglos XVIII y XIX, Córdoba, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1991, p. 103.

Al dejar Córdoba dirigimos nuestros caballos hacia casa, tomando el arrecife o carretera general a Sevilla y Cádiz… La carretera no está pavimentada como se ha dicho que se ha hecho en estos tiempos; no obstante, es lo bastante buena como para permitir que una runruneante diligencia pulverice diariamente su grava en su tedioso caminar entre Madrid y Sevilla. Está también provista con relevos de caballos de posta, pero los establecimientos para este fin al estar, como en la mayoría de los otros países de Europa, bajo la dirección del gobierno, constituyen una sátira al término post haste26. Desde Córdoba a Écija hay diez leguas. La carretera, al alcanzar el río Badajocillo o Guadajoz, que se atraviesa por un elevado puente de piedra, tras ofrecer una hermosa vista en Córdoba, deja el valle aluvial del Guadalquivir y entra en un tramo de terreno ondulado, que se extiende casi hasta Écija. A tres leguas está la aldea dispersa y casa de postas de Mango-Negro y tres leguas más adelante esto mismo en el establecimiento de La Carlota. El camino carece en gran medida de interés, ya que es comarca de perfiles suaves y escasamente poblada, casi desprovista de árboles 26

Correo rápido.


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y en el verano de agua; aunque, a juzgar por el número extraordinario de puentes, especialmente cerca de La Carlota, debe existir superabundancia en invierno. La Carlota es una de las poblaciones que Carlos III colonizó con gentes procedentes del Tirol. Consta principalmente de viviendas aisladas, separadas entre sí por varios cientos de yardas27, y a la misma distancia de la carretera; pero hay una pequeña agrupación de casas alrededor de la iglesia, casa de postas, casa del Ayuntamiento y una posada, que puedo decir por personal experiencia no desacreditaría al mismo Innsbruck28. La parroquia tiene 250 casas y una población de 1.500 almas29. Los campos en torno a La Carlota ciertamente parecen estar mejor cultivados que los de otras partes de la comarca, y hay una pulcritud germana en sus blancas viviendas así como una palidez en los pilluelos de rubios cabellos reunidos alrededor de las puertas que son completamente antiespañolas. Nos dieron un excelente almuerzo en la Tyroler Adler, y por la tarde, tomando un camino vecinal que sale de la carretera principal a la derecha, caminamos a medio galope a través de plantaciones de olivos en casi todo el camino hacia Écija, a cuatro leguas. En toda esta distancia no vimos una gota de agua corriente, hasta que alcanzamos la cima de una colina desde la que se divisaba el río Genil.

27

Medida inglesa de longitud equivalente a 0,914 metros. Ciudad del oeste de Austria, capital de la provincia del Tirol desde 1420, a orillas del río Inn. Entre sus monumentos destaca el castillo de Fürstenburg, del siglo XV, un convento franciscano del siglo XVI que aloja la tumba del emperador Maximiliano I, la Universidad (1669) y el antiguo palacio imperial, construido en los siglos XVII y XVIII. 29 Las cifras que nos aporta el capitán Scott son algo inferiores a las reales, ya que el número de habitantes era entonces algo superior a los dos mil. 28


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DOCUMENTO XXII 14 de enero 1830 CUSHING, Caroline Elizabeth Wilde, Letters, descriptive of public monuments, scenery and manners in France and Spain, Newburyport [Massachusetts, USA], Printed by E.W. Allen & Co., 1832, II, pp. 203-204. Traducción al español de A. Hamer.

Durante algunas leguas de camino desde Córdoba, pasamos por un territorio extenso pero poco atractivo y muy escasamente poblado; después, alcanzamos una sucesión de aldeas, conocidas como la colonia o población de La Carlota. Ésta consiste en algunas localidades pequeñas principalmente compuestas por casitas de campo pulcras en su aspecto, y por humildes refugios de techos de paja de gente pobre. La Carlota es la villa principal en esta pequeña colonia, y está emplazada en un hermosísimo lugar, en la cima de una colina y conteniendo un buen número de edificios, entre los cuales está el Real Parador y Fonda, donde cenamos. Este hotel es grande y espacioso; y está llevado de mejor modo que cualquier otra casa pública de esta parte del país. El dueño es un alemán, y el maître un italiano que antiguamente hizo la mar; y que en sus viajes había disfrutado de buena fortuna, como él lo determinó. Había llegado a estar un tiempo en Boston, ciudad de la que parecía retener un recuerdo agradable; y habló de ella, así como de los Estados Unidos en general, en altos términos de elogio. Siempre es agradable escuchar a un extranjero en tierra extraña hablar del país de uno con aprobación, por lo que no pude dejar de sentir aprecio por alguien que, a pesar de su humilde condición, había visitado mi querido y apreciado hogar, situado más allá del ancho mar, y que todavía lo recordaba con amabilidad y respeto.


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Nos detuvimos un tiempo considerable en el hotel a causa de un retraso relativo a nuestro pasaporte pero tan pronto como Êste estuvo solucionado salimos inmediatamente hacia Écija, a la cual llegamos en una hora temprana de la tarde.


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DOCUMENTO XXIII 1830 INGLIS, Henry D., Spain in 1830, London, Printed by S. Manning and Co., 1831, II, p. 42. Traducción al español de A. Hamer.

Durante todo el camino desde Córdoba a La Carlota, el campo está bien cultivado y bien arbolado; y a una gran distancia en cada lugar del nuevo Oeste de estos nuevos establecimientos, ordenadas casas blancas se sitúan sobre el plano. La Carlota, sola, es un remarcable pueblo hermoso, y sus habitantes parecían pulcros y bien alimentados.


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DOCUMENTO XXIV ± 1835 F.B., «El anciano de La Carolina»30. Tomado de El Guardia Nacional, 27, 28 y 29 de enero de 1841.

Hay en medio de la Andalucía, a la orilla izquierda del Guadalquivir a unas cuatro o cinco leguas más allá del sitio donde este río baña los derruidos muros de la antigua Córdoba, un país tan pintoresco y tan favorecido de la naturaleza que sin temor de padecer equivocación puede compararse con los más bellos paisajes del mundo, y con aquellas hermosísimas forestas ya tantas veces descritas por los viajeros con que la naturaleza ha bordado las márgenes del Arno bajo el cielo despejado de la Italia. Este país que tiene un diámetro de muchas leguas está cubierto en toda la extensión de su superficie con bosques de olivos y encinares que dan sombra a unas campiñas llenas de mieses y abundantes pastos. El viajero que lo atraviesa ve con placer a su izquierda, y a pocas leguas del camino real que transita, pueblecitos pequeños, por lo común situados en el declive o falda de alguna colina poco elevada y coronados de sus correspondiente castillo de arquitectura oriental que trae a su memoria la larga dominación de los árabes en este suelo, su pesar al abandonarlo, y cuantos sucesos median desde la desgraciada jornada del Guadalete hasta el momento en que los Reyes Católicos asentaron sus pendones victoriosos sobre los muros de Granada. A la derecha, y a muy poca distancia, se ve al Guadalquivir llevando sus cristalinas aguas hacia el océano por medio de prados de flores, de bosques de adelfas y enramadas de 30

Aunque en el título se indica La Carolina, el contenido del texto muestra que el autor se refiere a La Carlota. Por tanto, debe tratarse de un error de imprenta.


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álamos silvestres que entretejiendo sus copas forman un dosel que en estos sitios pintorescos la imaginación cree destinada a dar sombra a las náyades31 de este río. Cualquiera que atraviesa por vez primera estos valles piensa, y con razón, que desde el principio del mundo o, al menos, desde que los hombres dejando la vida aventurera buscaron para vivir los parajes más fértiles y risueños habrían sido buscados y destinados para construir en ellos sus moradas. Con todo, no se sabe por qué causa hace algunos años a lo largo del camino que atraviesa el país que acabamos de describir no había ni un pueblo, ni una alquería, ni una sola choza donde el transeúnte pudiese pedir un vaso de agua, ni donde recibir la hospitalidad si acaso la noche le encontraba en medio de aquellas vastas campiñas. A las ocho leguas de caminar por un desierto se hallaba una mala venta, por lo común desprovista de todo y donde siempre se dormía con zozobra por cuanto la pública fama de aquellos tiempos hacía notorio que aquel era el sitio destinado por los malhechores para consumar sus crímenes, y en efecto algunas cruces de madera colocadas al pie de un olivo y diseminadas por todo el camino a la par que un sentimiento de piedad despertaban en el alma del viajero otro de terror, que combinados el uno con el otro le arrancaban sendos Padres Nuestros y promesas y mandas para las Vírgenes de sus pueblos porque los sacase en salvo de tan peligrosos lugares. Yo no sé si en estos tiempos que eran los del señor Carlos III y sus abuelos en Inglaterra y en nuestra vecina Francia estaban mucho más adelantados, lo que sí sólo sé es que todavía no se conocían los caminos de hierro, los coches de vapor, ni aún las modernas diligencias de que hoy pasamos, por lo tanto, cuando se trató de poblar aquel desierto, y hacer cómoda y transitable la carretera que lo atravesaba, se hizo cuanto podía hacerse en aquellos tiempos en que pocas personas y raras veces se viajaba deprisa; primero porque no había para qué y segundo porque no había otro 31

Ninfa que en la mitología clásica residía en los ríos y en las fuentes.


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medio para hacerlo que las apolilladas sillas que se hallaban en las casas de posta, y que era necesario pagar a peso de oro. No se debe culpar a los ministros de aquellos, para nosotros ya remotos y quizá envidiables tiempos, porque no hubiesen concebido y puesto en planta mucho antes esta idea, pues ya estaba reducida a decreto y para su compleja realización se presentaron cien mil dificultades, aunque yo pienso que de diversa naturaleza que las que se hubieran objetado en nuestros días. Probablemente si hoy tratase un ministro de poblar alguno de los muchos desiertos que aún quedan en nuestra España, la primera dificultad sería no hallar en las tesorerías 4 ó 5 millones disponibles para construir las nuevas colonias. Pero los dichosísimos ministros de aquella época tenían apuntaladas sus tesorerías que crujían con el peso del oro (y por esto creo que eran más estables), contaban con las flotas que de vez en cuando llegaban a Cádiz cargadas con los metales del Perú, y contaban sobre todo con algunas cantidades negativas que para nuestros gobernantes son muy positivas, sin que por esto sean más ricas, que son las viudas de los militares, las de los empleados que pagaron su monte pío, los cesantes y no cesantes, la marina que si bien no tan numerosa como entonces tampoco nos trae flotas, y otras mil atenciones; que comparados estos tiempos con aquellos, bien puede decirse que son cantidades negativas de que disfrutaban los ministros del señor don Carlos III, que fueron los que tuvieron la feliz idea que acabamos de mencionar. Con efecto, en medio de esta gran sabana se levantó un precisos pueblecito que hoy se llama La Carlota, con su iglesia, su reloj de sol en medio de la plaza, su calle ancha por donde pasa el camino real con árboles a uno y otro lado, y casas pequeñas pero de bella y elegante construcción. Y no bastando aún esta colonia para que el país estuviese perfectamente poblado, se construyeron, desde una legua antes de llegar a ella hasta dos o dos y media más allá, casitas de trecho en trecho que se ven hoy día descollar con su chimenea entre el verde de los olivos, tan blancas como las palomas que vienen a posarse


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sobre sus nuevos tejados con sus parrales que dan sombra a la puerta, sus huertos de legumbres a la espalda, con sus árboles frutales y rodeadas de una suerte de tierra feracísima que se le asignó a cada una de ellas y cuyos productos bastan para cubrir las extensiones anejas a la familia de un labrador. Hasta este momento la empresa fue feliz. El rey concedió a los futuros colonos toda clase de privilegios o inmunidades, y publicó edictos por sus Estados de España para todo el que se hallase necesitado viniese a poblar, esto es, a vivir con su mujer en una casa cómoda, y a ser dueño de una propiedad que podía mantenerlo y de los animales necesarios para labrarla. Yo no sé si en aquella época no había pobres en España o si todo el mundo estaba de tal manera satisfecho con su suerte que, trocándola por la de un labrador propietario, perdiese en el camino, el resultado fue que el desierto seguía desierto a pesar de su colonia, de su iglesia y de sus bien situadas heredades porque no hubo uno solo que abandonase su bien o mal estar (que esto yo no lo sé) para venir a cultivar las tierras recién repartidas y a hacer en ella una vida, si bien laboriosa, llena de paz y exenta de inquietudes. Si por acaso este hecho se ha consignado en nuestra historia, y la posteridad no es más lógica que la edad presente y sigue el tema de juzgar las cosas por las apariencias y de pensar que está alegre el que se ríe, lleno de salud el que tiene unas mejillas sonrosadas, rico el que no trabaja para tener dinero, y feliz el que lo tiene, al leer que hubo una época en que se ofrecieron a sus abuelos campos opimos32, llenos de mieses, casas que habitar y ganados de que servirse y que ellos no los necesitaron y vieron indiferentes a los extraños venir a disfrutarlos, pensarán que la sociedad en que vivían había llegado al último grado de perfección, puesto que daba por resultado la riqueza y la felicidad, y que las revueltas y revoluciones que han precedido a aquella época han sido innecesarias. Con todo, pasados algunos años llenarán en otra página 32

Ricos, fértiles, abundantes.


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de la historia que aquella riqueza de la América fue semejante al agua que da un manantial que se seca en los veranos, que bajo su influjo se crearon mil necesidades, que mil y mil familias pobres convirtieron los muebles de la labranza y los útiles del artesano en blasones y escudos que los hicieron orgullosos e ineptos para el día en que acabado el fruto de las conquistas y el monopolio de la esclavitud no podían ser ricos sino con la industria, ni poderosos, ni considerados sino por el talento. Mas sean las que sean las reflexiones que sobre este punto pueden hacerse, el resultado de los edictos reales fue tal como lo hemos consignado, y de los círculos más interiores de la Alemania y de viñedos que cubren las orillas del Rin, fue de donde vinieron las primeras familias que poblaron la colonia que el rey Carlos III, célebre por las obras útiles que emprendió, había establecido bajo los coposos olivos del Guadalquivir. Estas familias, al parecer, no tan satisfechas de su fortuna como nosotros, no dudan abandonar el suelo que los había visto nacer, atravesar reinos dilatados para venir a establecerse entre nosotros, y por este medio asegurar para ellos y sus hijos una suerte que les librará para siempre de las penurias de la indigencia. Así fue como en el centro de la Andalucía se estableció un pueblo extranjero que a los ojos el observador no podía menos que ser un testimonio irrefragable33 de la riqueza y holganza de nuestros padres. Hoy día el horroroso desierto de que hemos hablado ya no lo es, por el contrario está perfectamente poblado; las cruces han ido desapareciendo, pocas veces peligra la seguridad del viajero en estos sitios, y no puede pasarse por ellos sin encontrar a cada paso una robusta aldeana que con su cántaro en la cabeza va a llenarlo a algún arroyo inmediato o que sentada a la puerta de su casa cose o hila telas rodeada de sus hijos. Por lo regular a poca distancia se oye cantar algún hombre vigoroso que cava la tierra y que de cuando 33

Cierto, que no se puede contrarrestar.


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en cuando alza los ojos para mirar el sol que le señala la hora de comer y la del descanso. Estas familias descendientes de otras que recibieron la hospitalidad en nuestro país, suelen serlo con el viajero que demanda su ayuda para alguna cosa. En muchas de ellas se conservan las costumbres parciales de sus abuelos, y en estos últimos años aún vivían algunos de los primitivos colonos. Tal vez no basta atravesar el país y mirarlo por entre los cristales de un coche para conocerlo. Yo había transitado por él mil veces, y no sabía cuán puras eran sus costumbres y qué diferentes las de las otras colonias pequeñas. En 1835 pasé por estos parajes la última vez. Era el mes de julio y aquellos campos estaban iluminados por una luna clara que vibraba sus rayos sobre las capas de una atmósfera diáfana y serena. Seducido por la claridad de la noche y por el deseo de avanzar en mi viaje, dejé atrás la población y seguí mi camino por entre dos hileras de casas situadas de trecho en trecho, blancas y lindas como las hemos descrito más arriba. El susurro que produce el viento agitando las copas de los árboles, el murmullo de los lejanos arroyos, el perfume de las flores y el color melancólico de la noche que se marcaba en los horizontes oscuros tenían un encanto indefinible para mí, y sin duda lo hubiera tenido igualmente para cualesquiera que se hubiese hallado en mi situación. Había pasado dos años en Cádiz, rodeado de mar, respirando una atmósfera salitrosa; a mis oídos no había llegado en todo este tiempo el eco de la alondra y del jilguero que yo había oído cuando niño cantar en los campos de mi patria, solamente había percibido los gritos del alción34 que anuncia las tempestades, no había visto tampoco esas mujeres de 34

Pájaro de unos quince centímetros desde la punta del pico hasta la extremidad de la cola y treinta de envergadura, con cabeza gruesa, pico largo y recto, patas cortas, alas redondeadas y plumaje de color verde brillante en la cabeza, lados del cuello y cobijas de las alas, azul en el dorso, las penas y la cola, castaño en las mejillas, blanco en la garganta y rojo en el pecho y abdomen. Vive a orillas de los ríos y lagunas y se alimenta de peces pequeños, que coge con gran destreza.


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sonrosadas mejillas y mirar vago que se crían en los campos, sino rostros pálidos, ojos centelleantes que se fijan rodeados las más veces de lívidas ojeras, inequívocas señales de las pasiones y del pesar. Yo que había atravesado dos años antes los valles deliciosos donde ahora me encontraba, casi niño y lleno de salud, sin pesar y mirando con ojo indiferente aquella naturaleza tan lozana y aquellos colonos tan felices, como quien se encuentra en su propio elemento, volvía ahora hombre ya, pero con las mejillas hundidas, con el cuerpo demacrado, con el alma llena de pasiones y sin poder mirar cara a cara a la naturaleza pura, sin notar un sentimiento que ni era recuerdo, ni era remordimiento y que con todo me hacía llorar. En este estado anduve una media legua pero ya las fuerzas me faltaban y no tuve más recurso que buscar donde descansar. El sonido de una flauta que salía de entre los árboles me condujo a la casa de un colono. Bajo el emparrado de la puerta se había reunido casi toda la juventud de las inmediaciones para celebrar la boda del hijo de aquella familia que aquel día se había desposado con la hija de otro labrador. Yo pedí la hospitalidad, la función se interrumpió por un momento y un anciano como de 70 años que se hallaba colocado cerca de la puerta de la casa, sentado en una silla de brazos y apoyado en una muleta con la que al parecer ayudaba sus muchos años, me dijo «sea usted bienvenido; es usted joven y podrá divertirse, descansar un rato si gusta y continuar mañana su camino». Le di las gracias, me senté a su lado y la función continuó. Se han descrito ya tantas veces las danzas andaluzas, que son una mezcla de las zambras morunas y de los bailes que trajeron del nuevo mundo los caballeros de la conquista, que todo el mundo los conoce y sabe el partido que el escritor encargado de pintarlos puede sacar de la ligereza de sus movimientos, de su voluptuosidad y de la gracia con que se ejecutan en esta provincia de donde parece son peculiares o indígenas. Empezando por un ciego, una especie de bardo35 del país que parecía haber olvidado la desgracia para mezclarse y participar de las alegrías de los demás, así como participaba de su mesa y de su


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vino, hasta el último aldeanillo todos estaban contentos; todos eran felices. Y éste sin duda es el cuadro de la igualdad mejor acabado que yo he visto. Aquí todos eran ricos, el patrimonio de todos eran sus brazos igualmente robustos y terrenos iguales en fertilidad y extensión que todos habían recibido en herencia y que ninguno de ellos podía enajenar. El vino, el placer y las danzas habían animado sus rostros, y casi podría creerse que aquella era la mansión de la más completa y cumplida felicidad. Con todo, si con detención se observaba aquel cuadro de diez personas, fácilmente se pudiera observar que no todos los semblantes eran igualmente alegres, ni que todos estaban de un mismo modo contentos. En la frente calva del anciano, al través de los surcos que la cubrían, se divisaba una nube de melancólico disgusto, señal de esos pensamientos secretos que intranquilizan el alma corroyendo el corazón. Serían las diez de la noche cuando los colonos se dispersaron y quedó terminada la fiesta que los había reunido en torno del tálamo nupcial de su compañero. Yo me retiré también a mi cuarto que se me había señalado y al despedirme del anciano me dijo éste: «Que pase usted buenas noches. Gracias a Dios que ha llegado usted en un día de felicidad». Yo pasé la noche en una agitación temible, el poder mágico del sueño, que a veces tan felices y a veces tan desgraciados nos hace, me trasladó de nuevo al pueblo que acababa de abandonar. Pero cuando me desperté por la mañana no me vi envuelto en la bruma que se levanta del mar. El cielo estaba puro, las brisas armoniosas y las aves parleras. Los nuevos esposos habían ya recibido la bendición del anciano abuelo y aún estaban envueltos en esa atmósfera de felicidad que sigue a todos los acontecimientos de gozo que tan pronto se atraviesa, y en la que tal vez no se vuelve a entrar. Yo los miraba con envidia, y no pude abandonarlos porque una fiebre alta se había apoderado de mí. 35

Poeta heroico o lírico.


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A las pocas horas se divisó en la vereda que guiaba a la alquería una figura más siniestra en los campos que la del cuervo y los milanos. Un alguacil, un corchete que venía y que a los pocos minutos se hallaba entre nosotros. Era portador de un oficio en el que se delataba que Juan Campel, que no se había presentado para jugar su suerte en el sorteo celebrado en la colonia dos días antes, era declarado como prófugo y, por consiguiente, soldado. «Cuando yo vine con tu abuela aquí, dijo el anciano al novio, se nos ofreció que no entraríamos en quintas ni nosotros ni nuestros hijos. Pero ya han desaparecido esos privilegios». Es difícil pintar esta escena; en cada semblante había retratado un sentimiento doloroso. Entretanto el alguacil cumplía lo que él llamaba un oficio que no era otro que destruir una familia digna de ser muy dichosa. La ternura de los recién desposados, la aflicción de un padre, todo esto eran para él cosas muy comunes e insistía en llevarse preso a Juan Campel. Si tuviésemos 5.000 reales, dijo éste, podíamos poner un sustituto, pero los pobres no podemos ser felices. Sí pueden serlo, dijo el anciano, y apoyado en su muleta se dirigió a un antiguo cofre que allí había. Con sorpresa de todos sacó de él uno de esos anillos riquísimos, herencia de los príncipes y que acompañan las coronas ducales. Toma, le dijo, valdrá 20.000 reales, ve y véndelo, es lo último que me queda de tu pobre madre, de aquella mujer santa que dejó por mí la Alemania y que en este mismo sitio me hizo feliz veinte años, y que está enterrada allí. Sólo ella sabe cuánto me cuesta deshacerme de esta alhaja, pero qué importa, sin mí ella sería, y algo más, de los hijos de sus hijos. La vista del anillo mitigó los deberes del corchete, el anciano tomó su palo y se fue a rezar, su nieto Juan Campel corrió a Sevilla a depositar el misterioso y rico anillo en manos de algún usurero; yo quedé sólo envuelto en mis pensamientos y decidido a no abandonar aquella casa hasta saber la historia de aquel anciano singular enlazada, al parecer, con aquel misterioso anillo que ningún arqueólogo hubiera dejado de atribuir a un señor feudal.


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La escena que había presenciado en casa de aquellos colonos y que motivara la visita del corchete y oficio de que era portador, causó en mi alma una impresión tan viva como dolorosa porque al verlos yo propietarios de aquellos campos tan feraces y deliciosos, sin más cuidados que los que le producía su labranza, satisfechos de su fortuna, contentos con las heredades que de sus padres habían recibido y disfrutando las delicias de un amor puro, desinteresado y exento de celos e inquietudes, me había imaginado que la más completa felicidad residía entre ellos, y que aún no había alcanzado aquellas moradas ese influjo de las sociedades corrompidas que todo lo tala, que todo lo destruye y que después de algún tiempo acaba secando la esperanza, única fuente de felicidad que Dios ha puesto en nuestros corazones. Juan Campel volvió una semana después a los brazos de su familia, de quien fue recibido con el mayor regocijo, siendo portador no sólo de su licencia absoluta, sino de 15.000 reales que el anillo de su abuelo le había proporcionado, además de los 5.000 que le fueron necesarios para conseguirla. Solamente este viejo venerable no dio entrada en su corazón a aquellos trasportes de alegría; abrazo, sí, a su nieto con placer, pero sin ser dueño de sí mismo para ocultar una gruesa lágrima que resbalando por sus blancas y arrugadas mejillas me dio a conocer toda la extensión del sacrificio que había hecho al deshacerse de aquella alhaja preciosa, único recurso de que había podido disponer para comprar la libertad de su nieto. Desde este momento, o más bien desde aquel en que conocía la generosidad de este anciano, le dediqué todas mis atenciones, y procurando, en cuanto era dable, nivelar mis ideas y sentimientos con los suyos, logré al fin que me contase la historia de aquel antiquísimo anillo, tan sentido por él y que tan enlazada parecía estar con la de su juventud y la de su vida. En estas colonias, en un vallecito situado a casi igual distancia de todas ellas, hay una pared de poca altura y que circuye una gran porción de terreno destinado a colocar en él sepulturas de los que


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Fachada del cementerio de La Carlota (fotografĂ­a A. Hamer)

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Detalle del interior del cementerio de La Carlota (fotografĂ­a A. Hamer)


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durante su vida han vivido en aquellos campos. Este cementerio se diferencia tanto de los de las ciudades como los palacios de estas humildes alquerías que habitan los que vienen a ocuparlo. No se encuentran en él ni lápidas de mármol cubriendo los sepulcros, ni inscripciones lujosas, ni nichos de elegante arquitectura. Algunas cruces de madera y algún que otro árbol plantado por las familias son los únicos monumentos que señalan el lugar de descanso de los que en el mundo fueron más queridos. A este paraje fui citado por el anciano para saber la historia de su vida. Es un secreto para mi familia, me dijo, un secreto de cuya ignorancia pende acaso su felicidad. Con efecto, un día, después de comer, me dirigí a esta mansión de los muertos que no había visitado todavía. El viejo Campel había llegado ya. Estaba de pie removiendo con la punta de su palo las hojas secas que se habían desprendido de un álamo blanco que descollaba fértil y lozano en uno de los ángulos del cementerio. ¿Ve usted este arbolillo?, me dijo. Tiene veinte años, y veinte años hace que da sombra a la mujer a quien pertenecía ese anillo que usted ha visto en mis manos y que con razón ha excitado su curiosidad. Ella debería estar descansando muy lejos de aquí, en la orilla derecha del Rin y en la capilla del castillo de Belfort. Pero me amaba mucho y mis desgracias la trajeron a estos sitios. ¿Con qué son ciertas mis sospechas?, le dije, ¿usted pertenece a una familia ilustre y tal vez poderosa? Sí señor, no se ha equivocado usted. Sentémonos y sabrá usted una historia que hace muchos años que no ha salido de mi pecho. Es probable que esta sea la última vez que la refiera porque soy ya tan viejo que no cuento con vivir mucho, y después de mi muerte ella se sepultará para siempre conmigo. Mi familia es oriunda de uno de los círculos más interiores de la Alemania y mi padre, oficial al servicio del emperador, conoció al barón de Belfort en los ejércitos. Murió al lado de éste con las armas en la mano, y como había perdido a mi madre siendo muy niño, me dejó encomendado a este amigo que, concluida la campaña,


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me trasladó a su castillo, encargándose de mi educación que recibí tan esperada como la que se daba a sus hijos. Cuanto tuve quince años, mi mayor deseo fue seguir la carrera de mi padre e ilustrar el nombre de Campel, que éste había hecho célebre con sus hazañas y con su gloriosa muerte, y que tan respetado y conocido era en todo el país. Cuando tuve la orden para marchar en clase de oficial a un regimiento de caballería fue cuando únicamente conocí los obstáculos que a mi marcha oponía mi corazón. El barón de Belfort tenía un hijo mucho mayor que yo, y que hacía muchos años estaba ya en el servicio, y una hija de mi edad, que había sido la compañera de mi infancia, de una hermosura singular, con un carácter angélico y a cuyo lado había pasado el tiempo en los solitarios dominios de Belfort. Hasta aquel momento nunca le había hablado de mi amor porque puede decirse que ni aún lo había apercibido, pero cuando supe que debía dejarla, tal vez para siempre, no pude decidirme a este abandono sin asegurarme antes de si aquellos cuidados y deferencias que le había debido eran hijas de una amistad sencilla o de un afecto cual el que yo por ella experimentaba. En la tarde del día anterior a el en que debía verificarse mi marcha, la encontré en el jardín, sola, y según me pareció, más triste que de costumbre. Me acerqué a ella, nuestros corazones se entendieron bien pronto, nos juramos amor eterno y una fidelidad sin límites, y nos separamos al fin con la esperanza de que pasados algunos años ya habría obtenido por mis servicios un grado superior en el ejército que me nivelaría con la fortuna de su padre, de quien en este caso no debíamos esperar la menor oposición. En vano corrí después con mi regimiento toda la Alemania, inútilmente vi las más hermosas mujeres de aquel país; mi pensamiento no se separaba de los dominios de Belfort, y la linda María retratada en mi memoria con todas sus gracias y atractivos, me seguía a todas partes. Aunque separado de ella, era feliz porque seguro como lo estaba de su cariño, me era dado soñar con una dicha tal cual yo la apetecía; recibía sus cartas a menudo y la esperanza para nosotros


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era el bálsamo que mitigaba los dolores y las penas consiguientes a la ausencia y a la lentitud con que recibía mis ascensos en el ejército. Pero hasta esta felicidad incompleta e ideal duró poco tiempo. Cuando menos lo esperaba recibí una carta de María en que me anunciaba cómo su padre había dispuesto de su mano y que su enlace debía de verificarse dentro de pocas semanas. Me añadía que no sabía cómo desobedecer a su padre y que a mí solo tocaba trazarle el camino que debía seguir. Cuál fuese éste no lo sabía yo tampoco, así que, en medio de mi delirio, monté a caballo y me dirigí al castillo de Belfort. Llegué de noche sin que nadie me apercibiese, y precisamente pocas horas antes de la celebración del matrimonio, según supe después. María estaba en el salón del castillo al lado de su futuro esposo, y rodeada de toda la nobleza de las cercanías. Luego que supo mi arribo, precipitadamente y sin precaución de ninguna especie, se vino a donde yo estaba. Ella me pedía consejos, el peligro de su casamiento era inminente, y no sabía qué aconsejarla. En este momento se abre la puerta del cuarto donde estábamos encerrados, y se presenta el aspirante a la mano de María acompañado del señor de Belfort que, muy ajeno de la compañía de su hija, no tuvo inconveniente en llevar a su futuro yerno hasta su cuarto pues su falta se había advertido ya en los salones. Usted puede figurarse el efecto que esta aparición produjo en unos y otros. María llena de terror dio un grito. Su prometido esposo retiró en aquel momento la palabra que lo empeñaba con el barón, y éste se consideró deshonrado así como igualmente su hija. Al primer golpe de vista conoció las fatales consecuencias que para su casa, según supe después harto atrasada, podía traer este suceso. Fuera de sí, colérico y ayudado del que debía ser su yerno, se lanzó a mí espada en mano. Era necesario morir o defenderse. Nada oían, ninguna razón pudo detenerlos. Mi rival me acometió de cerca y con una impetuosidad extraordinaria, yo saqué mi espada que no podía conducir a mi arbitrio. De pronto lanza el barón un grito, suelta las armas y cae en tierra. Todos corren gritando «al asesino, al asesino».


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Me acerco al barón que no tuvo tiempo más que para maldecirnos, y expiró. No es necesario que pinte a usted la situación de María, yo tuve que huir y salir fuera de Alemania para librarme del cadalso. Desde Francia supe que el nuevo barón de Belfort había vuelto y hecho condenar mi memoria, fulminándose contra mi persona una sentencia de muerte. María, la purísima María, quedó deshonrada en todo el país cual pudiera quedarlo la mujer de peores costumbres. Se retiró a un convento cargada con la execración de su familia, con la maldición de su padre y con el odio de cuantos la conocían que, atendidas las circunstancias, la juzgaron culpable de tener un amante, de haber querido engañar a un hombre honrado y de haber asesinado en fin al autor de sus días. Yo la escribí ofreciéndola mi mano, que ella aceptó gustosa viniéndose a reunir conmigo al poco tiempo. A los dos años tuvimos un hijo que es el padre de Juan Campel. En vano, fuera de la Alemania procuré fijar una suerte digna de María. Todo fue inútil; la miseria más espantosa nos rodeaba, circunstancia que nos era más sensible por el inocente niño que nos seguía. En fin resolvimos venir a poblar estos campos y cultivarlos con mis propios brazos. Aquí ha vivido diez años conmigo, feliz al parecer de nuestros vecinos, pero devorada siempre por los recuerdos de aquella noche en que dejé la Alemania. Perdió su alegría, hablaba poco y quiso que su nacimiento fuese un misterio para sus hijos que ahí los tiene usted, pobres y rústicos labradores, cavando la tierra y muy ajenos de pensar que corre por sus venas la sangre ilustre de los poderosos barones de Belfort. No pienso que lo sepan nunca, pues en ese estado son más felices, tienen lo que desean y no aspiran a más. En cuanto a mí, sólo deseo unirme pronto a la sola mujer que a pesar de mis desgracias no me abandonó nunca. Una lágrima rodó por las mejillas del anciano. A los pocos días yo estaba muy lejos de allí, y cuando pasé la última vez por estas colonias fui a visitar la familia que me había dado en otro tiempo la hospitalidad.


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Juan Campel, el nieto de la hija del barón de Belfort, cavaba como siempre la tierra, cantando y sin más deseos que salud, lluvia a tiempo y vivir pacífico con su mujer. En cuanto al anciano, ya había muerto. Estaba enterrado al lado de su esposa debajo del álamo blanco. Todos los años el día de difuntos venía la familia de Campel al cementerio a encender una luz sobre su tumba y a derramar algunas flores. En ese día se recordaba siempre la escena del corchete, la quinta donde fue declarado prófugo Juan Campel y el auxilio que su abuelo sacó y que según ellos lo había recibido de un francés a quien libró del furor del pueblo después de la Guerra de la Independencia.


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DOCUMENTO XXV Otoño de 1835 ROSCOE, Thomas, The tourist in Spain. Viscay and the Castiles, London, Printed by Maurice, Clark and Co., 1837, p. 199. Traducción al español de A. Hamer.

Pasamos por el agradable valle del Guadalquivir, por la vieja colonia ruinosa de La Carlota, a través de cansadas cuestas sobre campos desnudos, con la sola excepción de algún olivo aquí y allá. El camino nos llevó a la famosa ciudad de Écija, próxima al Genil.


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DOCUMENTO XXVI Verano de 1836 DENNIS, George, A summer in Andalucia, London, Richard Bentley, 1839, I, p. 283. Traducción al español de A. Hamer.

Al romper el día, entramos en La Carlota, una pulcra localidad que tiene sobre mil quinientos habitantes36, con una calle larga y ancha bordeada de árboles como un boulevard francés. Éste es uno de los nuevos establecimientos fundados por don Pablo de Olavide, uno de los españoles más industriosos y patriotas del pasado siglo, quien formó, y en parte llevó a efecto, planes de colonización y cultivo de enormes extensiones de tierra baldía perteneciente a la Corona. Más allá de La Carlota, la tierra estaba labrada y ricamente arbolada, y el paisaje era sumamente pintoresco.

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En realidad, La Carlota contaba por aquel entonces con algo más de tres mil habitantes.


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DOCUMENTO XXVII 1839 D.C. y Q., «Recuerdos de viaje. De Sevilla a Córdoba, 1839», Semanario pintoresco español, 22 de marzo de 1840, pp. 92-93.

A dos leguas y media [de La Luisiana] está Écija, sepultada en un hoyo, con su puente de Carlos III, con sus doradas estatuas y sus vagos recuerdos perdidos en la noche de los siglos. Ya no vuelve a encontrarse más población que La Carlota, y esto merced a que el hijo de Felipe V dirigió una mirada de protección a estas hermosas y casi desiertas provincias. No ha un siglo, desde la vieja Carmona hasta la antigua Córdoba, en una extensión de diez y ocho leguas, sola Écija se ostentaba señora de aquellos extendidos llanos. Parece incomprensible tamaña despoblación en provincias tan feraces y bajo el cielo de la encantadora Andalucía. Preciso es achacarla al descubrimiento de un nuevo mundo, en pos del cual volaron los españoles abandonando el país más bello de la tierra, a las contiendas con los árabes, a la larga y desastrosa guerra de sucesión y acaso, más que a nada, a la amortización de la propiedad. Dormimos en La Carlota, pueblo lindísimo con su única calle de árboles y casas, con su humilde palacio, con sus serenos y alumbrado. Nada quiero decirte con respecto a las costumbres de estos pueblos. La Andalucía es muy conocida y la índole de sus moradores demasiado marcada para no manifestarse a primera vista. Tal vez en estos pueblos, jóvenes hoy, se encuentra un recuerdo de las costumbres patriarcales; será tal vez una ilusión de mi alma, pero he creído hallar más sencillez que en otros pueblos de la baja Andalucía. Por lo demás, si quieres tradiciones, si buscas esa poesía que nace del corazón y de los encantos del suelo, corre a unirte conmigo y recorreremos todos estos contornos.


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El modesto palacio que hizo Carlos [III] es hoy el local donde se reúne el concejo municipal. Allí se dan las boletas de alojado, y allí recibí la mía de mano de un joven de quince años que, sabiendo leer y escribir menos mal que los demás del pueblo, ejerce la jurisdicción administrativa37. Vendrá un tiempo en que los convoyes se hayan olvidado, hoy aún no ha llegado este instante. Antes una galera, un coche, contenía una familia; hoy un convoy es todo un pueblo que se mueve. Tal vez esto tendrá sus inconvenientes, mas para mí tiene palpables ventajas. Por de pronto tienes sociedad, y yo creo que no envidias al hombre origen del pacto social. En fin, en un pueblo encuentras todo. ¡Cuántos y cuántos amores habrán debido su origen a estas caravanas! Tienes a más la casi seguridad de no ser robado, y si te saliera una partida, antes de hacerlo te enviaría al otro mundo, y ya ves que esto no deja de ser ventajoso. Al menos lo es en mi opinión, pues creo que nada hay tan terrible como vivir sin camisa en este siglo de la civilización y de las luces. Al salir de La Carlota, y por espacio de más de una legua, el camino que tu planta huella es el país más bello de la tierra. Casas blanquísimas con su cruz colorada hecha de tejas; otras color café con sus techumbres fabricadas de pieles como armiños; aquí un rebaño de ovejas triscando en las colinas; más allá brioso alazán38 cordobés pastando en la llanura; todo esmaltado de flores que mece este purísimo ambiente de Andalucía. Con razón colocaron los antiguos en estas regiones los Elíseos Campos39, y ahora, y sólo ahora, conozco con cuanta razón nuestros poetas han llenado sus obras de idilios y canciones pastoriles. Si no 37

Dejando al margen la irregularidad de que un joven de sólo quince años le extendiera al viajero su cédula de alojamiento, no podemos admitir la afirmación de que éste era quien ejercía la jurisdicción administrativa; esto era competencia del alcalde de la localidad, y sólo transferible a otros regidores en caso de no poder ejercerla él mismo por ausencia o por enfermedad. 38 Caballo o yegua de un color parecido a la canela.


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he encontrado las bellas zagalas y las lindas pastoras de los pies de nieve y rosa, de las trenzas de oro, he hallado por do quiera una naturaleza rica, un suelo lleno de encantos y poesía, un país donde el vivir es morar en el cielo. Mas cual si la naturaleza quisiera ostentar su poderío mostrándose a cada instante bajo distintas formas, engalanada con variados atavíos, esta escena cambia bien pronto y la vista no descubre por do quiera más que desnudas cañadas, sin un árbol, sin una choza. Los pastores desaparecieron con sus rebaños, y la venta del Mangonegro se mira señora de aquellos contornos. La situación de ésta, unida a su nombre, a las mil y mil tradiciones a que diera objeto, imprime un aspecto verdaderamente fantástico a esta antigua guarida de bandidos.

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En las obras de Homero, los Campos Elíseos, eran una tierra en el extremo más lejano y occidental del mundo adonde eran llevados los grandes héroes, en cuerpo y alma, para hacerlos inmortales. Allí eran libres de continuar con sus actividades favoritas, y las penas y las enfermedades eran desconocidas. Pronto, sin embargo, el Elíseo fue considerado como la residencia de los muertos bienaventurados, donde las almas de los héroes, poetas y sacerdotes vivían en total felicidad, rodeados de hierba, árboles y suaves brisas, y envueltos en una luz rosada perpetua.


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DOCUMENTO XXVIII 1840 GAUTIER, Théophile, Viaje a España, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 318320.

El camino de Écija a La Carlota, donde debíamos pasar la noche, atraviesa una comarca poco interesante, de aspecto árido y polvoriento, o por lo menos que la estación lo hacía parecer tal, y que no ha dejado gran huella en nuestro recuerdo. De vez en cuando, a bastante distancia, aparecían algunos olivares y algunos grupos de encinas, y las pitas mostraban sus hojas azuladas de un efecto siempre característico. La perra del empleado de las minas (porque llevábamos cuadrúpedos auténticos, además de los niños) levantó algunas perdices de las que dos o tres fueron abatidas por mi compañero de viaje. Éste es el incidente más destacable de esta etapa. La Carlota, donde nos detuvimos para pasar la noche, es una aldea sin importancia. El albergue ocupa un antiguo convento convertido primero en cuartel40, como ocurre casi siempre en los tiempos de revolución, por ser la vida militar la que más fácilmente encaja y puede ser alojada en los edificios dispuestos para la vida monacal. Largos claustros con especie de soportales formaban galería cubierta en las cuatro fachadas de los patios. En medio de uno de esos patios podía verse la boca negra de un enorme pozo, muy profundo, que nos prometía el delicioso festín de un agua clara y muy fría. Inclinándome en su brocal, vi que el interior estaba 40

Gautier se refiere a la Real Posada y Fonda. Se equivoca al pensar que fue un antiguo convento, pues se creó con el objeto de servir de posada. En lo relativo a su uso como cuartel, sí parece que tuvo este destino durante la ocupación francesa.


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todo él tapizado con plantas de un verde precioso que habían nacido en el intersticio de las piedras. Para encontrar algún verdor y algún frescor, era en efecto necesario ir a mirar en el pozo, porque el calor era tal que podía parecer producido por la proximidad de un incendio. La temperatura de los invernaderos en los que se cultivan plantas tropicales es la única que en cierto modo puede dar una idea de ello. El aire mismo quemaba, y las bocanadas de viento parecían acarrear moléculas ígneas. Traté de salir para ir a dar una vuelta por el pueblo, pero el vapor de estufa o más bien de sudadero que me acogió en la puerta misma del parador me hizo volver atrás y desistir de mi proyecto. Nuestra cena se compuso de pollos partidos en trozos, un poco como cayeran sobre una capa de arroz sazonado con tanto azafrán como si fuera un arroz turco, y además una ensalada de hojas verdes nadando en un diluvio de agua con vinagre y con algunos chorros de aceite sin duda cogido de la lámpara. Una vez acabada esta suntuosa comida, nos llevaron a nuestras habitaciones que estaban ya tan habitadas que decidimos ir a pasar el resto de la noche en medio del patio, envueltos en nuestros mantos y sirviéndonos de almohada una silla tumbada en el suelo. Aquí, por lo menos, sólo estábamos expuestos a los mosquitos, pero poniendo guantes y tapando la cara con un pañuelo de cuello quedamos libres con tan sólo cinco o seis picotazos. Era un tanto molesto y doloroso, pero por lo menos no era repugnante. Nuestros hoteleros tenían aspecto ligeramente de patibularios, aunque desde hace ya tiempo no le dábamos importancia, acostumbrados como estábamos a fisonomías más o menos hoscas. Sin embargo, un fragmento de su conversación que pudimos captar nos reveló que sus sentimientos se correspondían con su físico. Preguntaban al escopetero, creyendo que no entendíamos el español, si no cabría dar un golpe contra nosotros, yendo a esperamos unas leguas más allá. El antiguo asociado de José María les contestó de manera perfectamente noble y majestuosa: «No lo consentiré, pues estos jóvenes señores vienen conmigo y, además, como piensan que podrían ser robados, no llevan encima más que


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Detalle de la fachada de la Real Posada de La Carlota (fotografĂ­a A. Hamer)

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Detalle del pozo principal de la Real Posada de La Carlota (fotografía de Constancio Bernaldo de Quirós, incluida en su libro Los reyes y la colonización interior de España desde el siglo XVI al XIX, Madrid, Ministerio de Trabajo y Previsión, 1929)


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el dinero estrictamente necesario para el viaje y lo demás en letras de cambio negociables en Sevilla. Y por si fuera poco, los dos son grandes y fuertes. Y en cuanto al empleado de minas, es mi amigo y tenemos cuatro carabinas en la galera». Este razonamiento persuasivo convenció a nuestro posadero y a sus acólitos y se contentaron por esta vez con los medios de expolio permitidos a los hoteleros de todas las comarcas. A pesar de todas las historias horripilantes acerca de los bandoleros referidas por los viajeros y por los naturales del país, nuestras aventuras se limitaron a esto, y este fue el incidente más dramático de nuestra larga peregrinación a través de las comarcas que tienen mas reputación de peligrosas de toda España, en una época ciertamente favorable para este género de encuentros. El bandolero español ha sido para nosotros un ser puramente quimérico, una abstracción, una simple poesía. Jamás hemos visto la sombra de un trabuco, y hemos llegado a ser, respecto al ladrón, tan incrédulos al menos como aquel joven gentleman inglés cuya historia cuenta Mérimee, que, caído en manos de una banda que lo estaba desvalijando, se obstinaba en no ver en ello más que comparsas de melodramas para chasquearle. Dejamos La Carlota hacia las tres de la tarde, y al atardecer hicimos un alto en una miserable cabaña de bohemios, cuyo tejado estaba formado por simples ramas de árbol cortadas y colocadas encima a manera de tosca chamiza, sobre unas varas transversales.


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DOCUMENTO XXIX 1847 WALLIS, Severn Tesckle, Glimpses of Spain or notes of an unfinished tour in 1847, New York, Harper & Brother, 1849, p. 262. Traducción al español de A. Hamer.

La villa de La Carlota, por la que pasamos, de noche, en nuestro camino, atrajo mi atención por ser una de las colonias o nuevas poblaciones fundadas por el pobre Olavide en los días de Carlos III como desarrollo de su plan de reforma agraria. Emplazada sobre una colina, bajo la cual un amplio valle muestra algunos vestigios, todavía, de lo que se había hecho para cultivar durante la breve duración del experimento. La recompensa de Olavide fue un calabozo. Es lo máximo que podía haber esperado de la nunca agradecida casa de Borbón.


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DOCUMENTO XXX Mediados del siglo XIX GUICHOT, «Un viaje», en MARTÍNEZ DE MORENTIN, Manuel, Estudios filológicos, o sea examen razonado de las principales dificultades en la lengua española, Londres, Imprenta C. Wood, 1857, pp. 240-242.

Algunas horas después dejábamos a Écija, la antigua Astigi de los romanos, donde hicimos una corta parada. Écija es rival en riqueza y población de Carmona, y no menos célebre que aquella en los fastos de la historia; pero no conserva como su hermana recuerdos de piedra que memoren la estancia de sus dominadores. Su situación topográfica en medio de un dilatado y bien cultivado valle es tan notable como pintoresca; parece una ciudad edificada ayer. Desde Écija a La Carlota, nada encuentra el viajero que mueva su curiosidad o excite su admiración, el país es monótono hasta fatigar la vista. Mas así que se llega al término de esta última población, todo cambia de aspecto, todo sonríe a la mirada; parece que la mano de un hada bienhechora ha dirigido el brazo del labrador sobre aquel ameno país. A los poblados olivares en donde el caminante no encuentra fresco, sombra ni verdor, a los dilatados campos sembrados de trigo y cebada, cuyas doradas espigas habían desaparecido bajo la hoz del segador, sucede una naturaleza risueña, una vegetación lozana y variada, y multitud de accidentes que el hombre no se cansa de contemplar. Sin el conocimiento de la historia del siglo pasado no es posible darse razón de este cambio tan repentino, de este contrate que ofrecen dos poblaciones tan próximas la una a la otra que sus términos se tocan sirviéndose de mutuo límite. El término de Écija, como toda la Andalucía, revela una agricultura rutinaria y un pueblo indolente y cansado de la fertilidad


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de su suelo. El de La Carlota parece la cuna donde se meció la poesía bucólica; es la idea viva de un idilio de Gessner41. Mucho antes de entrar en la población, se ven diseminadas con el más pintoresco desorden, si bien próximas unas a otras, multitud de casitas blancas que dan al país el aspecto de un prado matizado de flores. La descripción de una bastará para darte una idea exacta de las demás. Cuatro paredes cubiertas de teja o paja constituyen la vivienda de cada familia, a la derecha se encuentra un horno rústico para cocer el pan y a la izquierda suele haber una noria, un espeso emparrado que forma dosel a la entrada intercepta los rayos del sol y mantiene la frescura en las tres o cuatro habitaciones bajas de que se compone la casa; a la espalda un espacioso corral y luego en derredor árboles frutales, huertos y tierras para sembrar. Entré en la que te describo, aprovechando los cortos momentos empleados en mudar el tiro de la diligencia, y si su aspecto exterior me había agradado tanto, creció mi admiración así que hube pasado el umbral de la puerta. La franqueza, el aseo hasta la nimiedad y la afabilidad son las dotes características de aquellas buenas gentes; sus costumbres son patriarcales y su atención y respeto para los viajeros no conocen límites; son bastante ricos para cubrir holgadamente sus escasa necesidades, pues a los bienes que anteriormente he enumerado, reúnen, por lo menos, una yunta de bueyes, un caballo o asno, cerdos, cabras y ovejas. ¡Juzga tú cuán felices deben ser! El aspecto de vigor y lozanía que se nota en todos los semblantes desde el niño hasta el anciano, abonan lo saludable del clima y la pureza y sobriedad de sus costumbres domésticas. El traje de los hombres es el que usan generalmente los aldeanos de Andalucía, el de las mujeres revela por el contrario su 41

Se refiere a Salomon Gessner (Zurich, 1730-1788), escritor suizo en lengua alemana. Sus obras principales son Daphnis (1754), poema bucólico, e Idilios (1756), de un fuerte sentimentalismo. Es autor también de la epopeya pastoral La muerte de Abel (1758).


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Casa colonial de La Carlota con su tierra de cultivo alrededor (fotografĂ­a A. Hamer)

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Mujer de La Carlota ataviada con ropa de trabajo a comienzos del siglo XX (fotografĂ­a de Rafael Bernier Soldevilla)


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origen alemán. Su vestido consiste en media blanca, una saya de algodón teñida de azul oscuro, un pañuelo al cuello del mismo color con flores amarillas, manga corta y sobre la cabeza un sombrero de paja de ala ancha ribeteada de negro. Nada puedes imaginarte más gracioso que la vista de una encina plantada en la vertiente de un cerro, y haciendo labor en tanto que tres o cuatro vacas rollizas y un par de docenas entre cabras y ovejas pastan a la sombra en derredor de ella. Y estoy seguro que al leer esta descripción me acusarás de exagerado, o preguntarás si estamos en España; pero ten presente, amigo mío, que el país que ligeramente te acabo de bosquejar es una de las colonias que se fundaron al pie de Sierra Morena durante el reinado del gran Carlos III. ¡Qué contrate ofrece el corto término de La Carlota con las cuatro quintas partes de España, de las cuales dos por lo menos están yermas y despobladas, siendo tan susceptibles de cultivo y producción como el limitado país que acabo de atravesar! ¿Qué hacen nuestros hombres de Estado que poseyendo los mismos medios que los ministros de aquel sabio rey no siguen sus huellas? ¿Por qué han de lindar con el vergel de La Carlota los feraces, incultos y despoblados términos de Pozoblanco, Orbejuna 42, Hornachuelos y tantos otros que sólo esperan la mano del hombre para transformarse en deliciosos jardines?... La España necesita solamente brazos y vías de comunicación para ser en pocos años lo que fue durante el siglo XVI, la primera nación del mundo.

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Debe referirse a Fuente Obejuna.


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DOCUMENTO XXXI 1884 LUFFMANN, Charles (Bogue), A vagabond in Spain, London, John Murray, 1895, pp. 274-276. Tomado de Antonio LÓPEZ ONTIVEROS, «Sierra Morena y las poblaciones carolinas: su significado en la literatura viajera de los siglos XVIII y XIX», en Actas del VI Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones, Córdoba, Junta de Andalucía y otros, 1994, pp. 68 y 70-71.

El caminar de algunas horas en la oscuridad me llevó a una pequeña aldea, dormida y como muerta. No pude encontrar abiertos ningún establo ni granero, de forma que mi única cama fue la Madre Tierra. La noche era muy fría: una fuerte helada blanca, y cuando me desperté por la mañana mis miembros estaban tan entumecidos y doloridos que tuvo que pasar bastante rato hasta poder continuar mi viaje. En La Carlota, que es la ciudad hermana de La Carolina, construida por Carlos III, y denominadas según sus dos hijas43, yo di con un inglés44 que me trató con mucha franqueza y generosidad. Pasé un día y una noche bajo su techo, obtuve información sobre asuntos locales y agrícolas y fui acompañado por él durante un trecho en la carretera hacia Écija. La comarca es también monótona y agreste, y el agua más escasa que nunca. La carretera está llena de olivos. Estos proyectan 43

Se trata de un leyenda popular que Luffmann quizá oyó en las propias colonias, donde aún se puede escuchar esta errónea afirmación. Tanto La Carlota como La Carolina deben su topónimo a las versiones castellana y latina, respectivamente, del nombre del rey Carlos III. 44 Es bastante probable que este inglés fuese Walter Horne, industrial traído a La Carlota por el marqués de Santa Rosa para que se ocupase de la fábrica de harina que éste había instalado en el arroyo Guadalmazán, junto al Charco Bermejo.


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sobre el paisaje una sombra gris, triste, que tiñe de melancolía su escena. Los molinos aceiteros y viviendas dispersas –completamente blancas como la nieve- aparecen a través del aire soñoliento y nada habla de vida activa excepto la esperanza que permite que el viaje prosiga.


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CONCLUSIONES

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A pesar de las limitaciones y dificultades que un estudio de esta índole presenta, su elaboración nos ha permitido aproximarnos a una temática que por muy subjetiva que sea no deja de concitar el interés de historiadores y ciudadanos en general. Es decir, a todas las comunidades les ha preocupado, y preocupa, saber cuál es la imagen que los foráneos han tenido y tienen de ellas. Conocer el modo en cómo observaban a La Carlota los distintos viajeros y escritores que la visitaron o escribieron sobre ella, nos permite no sólo valorar mejor la significación de determinadas particularidades locales sino además conocer no pocos aspectos que difícilmente podríamos saber de otro modo. Así pues, la literatura de viajes es una interesante fuente para conocer el pasado. Ahora bien, este uso de la literatura de viajes como fuente histórica debe ser muy cuidadoso, pues se puede correr el riesgo de conformar un relato histórico en el que la realidad se confunda, o incluso sustituya, por la visión subjetiva y parcial de alguien que por muchos datos que hubiera podido recopilar sobre un lugar, ni vivía en él ni lo conocía con profundidad. Para el caso concreto que aquí nos ocupa, nos ha sido posible comprobar a lo largo de las páginas precedentes el impacto generalizado que causaba entre los visitantes la existencia en La Carlota de un significativo poblamiento disperso, especialmente bordeando el camino real que atraviesa su término, y de campos bien cultivados de manera generalizada. En la mayor parte de los documentos analizados, estos dos elementos son casi una constante; dejando un testimonio elocuente de las profundas diferencias que


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había con un entorno en el que el poblamiento disperso era muy escaso y en el que la gran propiedad condicionaba un aprovechamiento agrario distinto e imprimía en el viajero la sensación de no estar suficientemente bien rentabilizada. No quedan ahí, sin embargo, las aportaciones alcanzadas, ya que también se nos ofrecen interesantes pinceladas sobre el urbanismo, así como sobre las principales edificaciones. La regularidad del trazado urbano y el generoso uso de elementos vegetales en él son quizá las características que más llamaron la atención en la época estudiada, tanto que incluso uno de los viajeros, George Dennis, no dudó en 1836 en comparar la calle Real de La Carlota con un boulevard francés. Las principales edificaciones, por su parte, tampoco fueron olvidadas. De este modo, contamos con referencias, no muy extensas en verdad, de casi todas ellas; pero la que más líneas y atención recibió fue la Real Posada. La mayor parte de los viajeros señalan que su estancia en ella fue muy buena y cómoda, dándose por ejemplo la circunstancia de que Richard Twiss, cuando ya había recorrido buena parte de España, llegó a afirmar, en mayo de 1773, que era la mejor de cuantas había conocido en el país. Una opinión que unos años después compartía Jean-François Peyron al sostener que «allí se esta[ba] bastante limpiamente servido y bien alojado». Asimismo, no podemos dejar de mencionar algunos testimonios de carácter antropológico y etnológico; entre los primeros destaca una mención del capitán Charles Rochfort Scott a las características físicas de varios niños que por su tez blanca y cabellos rubios no podían ocultar el origen centroeuropeo de sus antepasados, y entre los segundos una curiosa descripción realizada a mediados del siglo XIX de la indumentaria usada tradicionalmente tanto por hombres como por mujeres; y que en el caso de estas últimas aún mostraba elementos de origen alemán. Finalmente, también nos ha sido posible acceder gracias a los textos estudiados a varios episodios históricos, unos más anecdóticos que otros, que contribuyen notablemente a completar las lagunas que hoy tenemos


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en el conocimiento del pasado de La Carlota. Tal vez el más destacado sea aquel que nos narra lo sucedido en junio de 1823 con el incendio que imprudentemente ocasionaron varios soldados integrantes de los Cien Mil Hijos de San Luis y que a punto estuvo de costarles la pérdida de la totalidad de la pólvora que transportaban en su avance. Así pues, y a pesar de lo expuesto anteriormente, este trabajo tiene a nuestro juicio la virtualidad de ofrecernos una visión aproximada del modo en cómo los viajeros y escritores de los siglos XVIII y XIX vieron a la colonia de La Carlota. Ciertamente, resulta conveniente no olvidar nunca que los textos estudiados tienen una naturaleza literaria; pero junto a las apreciaciones subjetivas también encontramos datos sobre población, urbanismo, etnología, antropología, etc., así como la narración de algunos episodios históricos interesantes, los cuales debidamente analizados y contrastados contribuyen notablemente a enriquecer el conocimiento de la historia de esta nueva población carolina.


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FUENTES IMPRESAS Y BIBLIOGRAFĂ?A


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CONCA, Antonio, Descrizione o deporica della Spagna, in cui spezialmente si dà noticia delle cose spettanti alle belle arti degne dell’attenzione del curioso viaggiatore, Parma, Stamperia Reale, 1793-1797, 4 vols. CRUZ Y BAHAMONDE, Nicolás de la, Viage de España, Francia é Italia, Cádiz, Imprenta de D. Manuel Bosch, 1813. CUSHING, Caroline Elizabet Wilde, Letters, descriptive of public monuments, scenery and manners in France and Spain, Newburyport [Massachusetts, USA], Printed by E.W. Allen & Co., 1832, 2 vols. DALRYMPLE, William, Voyage en Espagne et en Portugal dans l’année 1774, avec une relation de l’expédition des espagnols contre les algériens en 1775, Paris, 1783. DAUDEBART DE FÉRUSSAC, Monsieur, «Coup d’œil général sur Andalousie», en MALTE-BRUN, Monsieur (éd.), Annales des voyages de la géographie et de l’histoire ou collection des voyages nouveaux les plus estimés, traduits de toutes las langues européennes; des relations originales, inédites, communiquées par des voyageurs français et étrangers, et de mémoires historiques sur l’origine, la langue, les mœurs, et les arts des peuples, ainsi que sur le climat, les productions et le commerce des pays jusqu’ici peu o mal connus, Paris, chef F. Buisson, libraireéditeur, 1812, XIX, pp. 273-339. DENNIS, George, A summer in Andalucia, London, Richard Bentley, 1839, 2 vols. D.C. y Q., «Recuerdos de viaje. De Sevilla a Córdoba, 1839», Semanario pintoresco español, 22 de marzo de 1840, pp. 92-93. ESPINALT GARCÍA, Bernardo, Atlante español o descripción general geográfica, cronológica e histórica de España, por reynos y provincias; de sus ciudades, villas y lugares más famosos; de su población, ríos, montes; adornado de estampas finas que demuestran las vistas perspectivas de todas las ciudades; trages propios de que usa cada reyno; y blasones que le son peculiares, Madrid, 1787, XI.


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ANEXOS

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ANEXO 1

Cronología

Año 1768 1771 1773 1774 1776 ± 1777-1778 1782 ± 1784 1787 ± 1791 ± 1792 ± 1795 1797 1800 1801 ± 1800-1805 ± 1812 1823 1823 1823 ± 1822-1830 1830 1830 ± 1835 1835 1836 1839 1840 1847 Mediados siglo XIX 1884

Viajero o escritor Méndez, Francisco Miranda, Francisco de Twiss, Richard Dalrymple, William Swinburne, Henry Peyron, Jean François Ballet, Alexandre Espinalt, Bernardo Townsend, Joseph Bourgoing, Jean François de Ponz, Antonio Conca, Antonio Fernández de Moratín, Leandro Humboldt, Wilhelm von Cruz Bahamonde, Nicolás de la Laborde, Alexandre Daudebart de Férussac, M. Quin, Michael J. Faure, Raymond Lebeaud, M. Scott, Charles Rochfort Cushing, Caroline Elizabeth Wilde Inglis, Henry D. F.B. Roscoe, Thomas Dennis, George D.C. y Q. Gautier, Théophile Wallis, Severn Teackle Guichot Luffman, Charles (Bogue)

Documento I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX XXXI


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ANEXO 2

Reseñas biográficas

BALLET, Alexandre Primer valet de chambre de monsieur de Vaudreuil, grand fauconnier de Francia. Acompañó en 1782 al conde de Artois, futuro Carlos X, en su viaje hasta Gibraltar; dejándonos una relación escrita sobre éste1. BOURGOING, Jean François de. Nació en Nevers (Francia) en 1748. Alumno de la Escuela Militar desde 1760 hasta 1765. Una de sus primeras misiones diplomáticas, por su dominio de la lengua alemana, fue la de representante francés en la Dieta de Ratisbonne. Su carrera como diplomático se desarrolló bajo el reinado de Luis XVI. Desde 1777 fue primer secretario de embajada y encargado de asuntos exteriores de Francia en Madrid. Ministro plenipotenciario de Francia en España desde 1791 hasta 1793. Permaneció en nuestro país casi doce años, lo que le permitió conocerlo en profundidad. Murió en Carlsbad en 1811. CARLOS X DE FRANCIA (conde de Artois). Nieto de Luis XIV y hermano menor de Luis XVI y Luis XVIII. Nació en 1757. Se le conoció como Carlos Felipe, conde de Artois, hasta que fue proclamado rey. Fue uno de los líderes de los émigres (refugiados) durante la Revolución Francesa. Residió en Gran 1

Alexandre BALLET, «Voyage du comte d’Artois…», en Revue rétrospective ou Bibliothèque historique…, I, p. 193.


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Bretaña entre 1795 y 1814. Acto seguido, regresó a Francia donde encabezaría el partido ultramonárquico. Cuando llega al poder en 1824, pone en práctica una política ultraconservadora a favor de la iglesia católica y de la aristocracia, que desencadenó un levantamiento que se denominó la Revolución de julio de 1830, que fuso fin a su reinado. Se exilió en el Reino Unido. CONCA, Antonio. Jesuita nacido en Onteniente, provincia de Valencia, en 1746. Al decretarse en 1767 la expulsión de la Compañía de Jesús, se exilió a Ferrara. Durante su estancia en Italia fue miembro de la Real Academia Florentina y escribió su Descrizione odeporica della Spagna, obra que él mismo reconoce ser deudora de los contenidos del Viaje a España de Antonio Ponz. Asimismo, tradujo al italiano y dio a la imprenta en 1787 el Discurso sobre el fomento de la industria popular del conde de Campomanes. Restaurada la Orden por Pío VII en 1814, regresó a Valencia donde, dos años más tarde, fue nombrado rector del Seminario de Nobles. Falleció en esta ciudad en 18202. CRUZ BAHAMONDE, Nicolás de la. (I conde de Maule) Nació el Talca (Chile) en 1757. En 1779 fue nombrado teniente de milicias y en 1782, con motivo de la guerra con Inglaterra, pasó a Concepción con el grado de capitán. Tradujo la segunda parte del Compendio de la historia natural y civil del reyno de Chile, de Juan Ignacio Molina (Madrid, 1795). Se hizo comerciante y pasó a Cádiz. Poseedor de una fortuna considerable viajó por Europa y España. Fue gran amigo del virrey del Perú Ambrosio O’Higgins. En 1809 se instaló en San Bartolomé de Chillán, donde fue elegido diputado para las Cortes españolas. Murió en esta última ciudad en 1826.

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Clara E. PERAGÓN LÓPEZ y Alfredo UREÑA UCEDA, «Notas para el estudio del arte…», Cuadernos de Arte e Iconografía, 25 (2004), p. 223.


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Carlos X de Francia (Museo del Prado, Madrid)

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Nicolรกs de la Cruz Bahamonde (http://es.wikipedia.org)


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CUSHING, Caroline Elizabeth Wilde. Nació en 1802. Hija de un juez del tribunal supremo de Massachusetts. En 1829 contrajo matrimonio con el abogado, estadista y diplomático Caleb Cushing. La salud delicada de su esposo, que sufría frecuentes jaquecas, los llevaría a realizar un prolongado viaje por Europa; visitando España entre finales de 1829 y comienzos de 1830. Falleció en 18323. DALRYMPLE, William. Fue comandante de la guarnición de Gibraltar. Aprovechando sus permisos viajó por la Península, llegando hasta Madrid en 1774. DAUDEBART DE FÉRUSSAC, M. Oficial de infantería. Miembro de la Academia Céltica4. DENNIS, George. Realizó su viaje por España en el verano de 1836. La publicación del libro en el que lo narra se hizo de forma anónima tres años después. ESPINALT Y GARCÍA, Bernardo. Nació en Sampedor (Barcelona). Trabajó como administrador principal del Correo del Reino de Valencia y del General de Madrid. Redactó la Guía general de postas y travesías de España (1783), obra que se reimprimió en numerosas ocasiones, y el Atlante español o descripción de todo el reino de España (1778-1795). Perteneció a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País5.

3

Antonio GARRIDO DOMÍNGUEZ, Viajeros americanos en la Andalucía…, pp. 229 y 235. 4 M. DAUDEBART DE FÉRUSSAC, «Coup d’oeil general sur l’Andalousie», en M. MALTE-BRUN (éd.), Annales des voyages, de la géographie et de l’histoire…, XIX, p. 273.


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FAURE, Raymond. Nació en Lot-et-Garone (Francia) el 28 de septiembre de 1786. Cursó estudios de medicina en París. Su tesis doctoral se tituló Reflexions sur la mort causée par quelques affections aigües du bas-ventre ou quelques poisons. Fue movilizado para la campaña de Rusia en 1812, y en 1823 para la campaña de España. Trabajó en el Hospital Militar de Estrasburgo. Sobre su estancia en Rusia escribió Souvenirs du Nord ou la guerre: la Russie et les Russes ou l’esclavage (1821). FERNÁNDEZ DE MORATÍN, Leandro. Nació en Madrid en 1760. Hijo Nicolás Fernández de Moratín. Autodidacta. Trabajó como empleado en un obrador de joyería. En 1787, gracias a su amistad con Jovellanos, viajó por Francia, Gran Bretaña, Alemania, Suiza, Bélgica e Italia como secretario de Francisco Cabarrús. Cuando regresó a España obtuvo del ministro Floridablanca un modesto beneficio. En 1796 el favorito de Carlos IV, Manuel Godoy, lo nombra secretario de interpretación de lenguas, iniciándose un tranquilo periodo de diez años para Moratín, dedicado a sus quehaceres literarios. Esta tranquilidad se vio quebrantada por la invasión napoleónica de España, convirtiéndose el dramaturgo en un partidario del rey José I, partidarios popularmente conocidos como «afrancesados». La derrota francesa motivará que el escritor se refugie en Valencia pero es detenido y juzgado en Barcelona, consiguiendo la absolución. La presión absolutista que se vive en el país le invita a refugiarse en Francia, regresando con motivo de la instauración del Trienio Liberal. El triunfo de Fernando VII le lleva de nuevo a París donde fallecerá en 1828. Fue una de las figuras más representativas de la Ilustración española, entre sus obras podemos destacar: La derrota de los pedantes (1789),

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Clara E. PERAGÓN LÓPEZ y Alfredo UREÑA UCEDA, «Notas para el estudio del arte…», Cuadernos de Arte e Iconografía, 25 (2004), pp. 222-223.


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El viejo y la niña (1790) y El sí de las niñas (1806). Se le nombró en 1796 director de la Junta de Interpretación y reforma de los Teatros. Colaboró con las tropas francesas y durante dicha época ocupó el cargo de Bibliotecario Mayor de la Biblioteca Real. FLÓREZ DE SETIÉN, Enrique. Nació en Villadiego (Burgos) el 21 de julio de 1702. En 1718 tomó el hábito de San Agustín en el convento de Salamanca. Estudió en esta ciudad, Valladolid, Ávila y Alcalá de Henares. A los veintitrés años se ordenó sacerdote en el convento de San Felipe el Real de Madrid. En 1729 se doctoró en Alcalá de Henares. En 1743 publicó el primer estudio sobre Historia antigua titulado Clave Historial. Comenzó sus viajes por distintos puntos de la península ibérica en 1755, de los que dejó cumplida cuenta su acompañante, el padre Francisco Méndez; tocando el turno a Andalucía a partir de 1767. Sin embargo, de entre toda su producción escrita, la obra que más fama le dio fue su España Sagrada, obra iniciada en 1747 y en la que trabajó hasta su muerte en 1773. Sin embargo, aunque hasta entonces había publicado veintisiete volúmenes, y dejaba inéditos otros dos, ésta no estaba concluida; por lo que la continuaría el padre Manuel Risco6. GAUTIER, Théophile. Nació en Torbés (Francia) el 31 de agosto de 1811. Escritor y periodista, colaboró con varias publicaciones periódicas francesas como La Prense y Revue de Deux Mondes. Viajó por España en 1840 acompañado por Eugenio Piot, especialista en arte y en antigüedades. En sus descripciones da una visión de España más cercana a la de los viajeros norteamericanos que a la de los europeos, pues trata de buscar lo diferente. En su época se consideró que

6

Clara E. PERAGÓN LÓPEZ y Alfredo UREÑA UCEDA, «Notas para el estudio del arte…», Cuadernos de Arte e Iconografía, 25 (2004), pp. 219-220.


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hacía una burla a la vida española. Murió en Neuilly-sur-Seine, el 22 de octubre de 1872. HUMBOLDT, Wilhelm von. Nació en Potsdan en 1767. Hermano de Alexander von Humboldt. Estudió en las universidades de Frankfurt, Göttingen, Weimar y Jena. Ministro de Instrucción Pública del gobierno prusiano, de ideas liberaels, reformó la enseñanza, siguiendo las ideas pedagógicas del suizo Pestalozzi. Fundó la Universidad de Berlín en 1810, que lleva su nombre. Viajó por España a finales del siglo XVIII y principios XIX. Embajador en Viena entre 1810 y 1813. Abandonó en gobierno en 1819. Murió en 1835. LABORDE, Alexandre de. Nació en París en 1773. Hijo de un banquero de origen español. Fue marino, alumno de la escuela de Juilly, por la difícil situación política francesa interrumpe sus estudios y en 1789 marcha a Viena con cartas de su padre para el emperador José II. Se incorporó al ejército austriaco en el que sirvió hasta 1797. Regresó a su patria ese mismo año, y se dedicó a viajar por Inglaterra, Holanda, Italia y España. Fue destinado a España en 1800 como agregado de embajada de Luciano Bonaparte. Recorrió la península durante algunos años (1800-1805) junto a dibujantes. El resultado de los viajes se publico con el título Voyage pittoresque et historique de l’Espagne. Murió en 1842. LUFFMAN, Charles (Bogue). Nació en Cockington, Devon (Inglaterra) el 15 de febrero de 1862. Cuando aún era pequeño, su familia se trasladó a Knowle, Bristol. Casi a los treinta años, Luffman se dedicó durante casi un lustro al negocio de la fruta en Italia, Francia y España; trabajando dos años como representante de Delius Bros en Málaga. Volvió a Inglaterra durante un breve periodo, en el que publicó A vagabond in Spain (1895). Su editor, John Murray, «romantizó» su nombre llamándolo


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Leandro FernĂĄndez de MoratĂ­n, de Francisco de Goya (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid)

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El padre Enrique Flรณrez (Universidad de Alcalรก, Madrid)


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Theóphile Gautier (Jesús ÁVILA GRANADOS, Viajeros por Andalucía..., 131)

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Wilhelm von Humboldt (Š Bidarchiv PreuĂ&#x;ischer Kulturbesitz Original: Frankfurt am Main, Freies Deutsches Hochstift / Frankfurter Goethe-Museum mit Goethe-Haus)


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C. Bogue Luffmann. En 1995 se trasladó a Victoria (Australia), donde se dedicó a la horticultura. En 1903 dio a la imprenta The Principles of Gardening for Australia. Volvió a visitar España a comienzos del siglo XX, publicando sobre estas nuevas estancias Quiet Days in Spain en 1910. Durante la Gran Guerra trabajó como jardinero en Wyke Regis (Dorset, Inglaterra). Falleció de cáncer el 6 de mayo de 1920 en Babbacombe, Devon7. MÉNDEZ, Francisco. Religioso perteneciente a la orden de San Agustín. Acompañó al padre Enrique Flórez en sus viajes por diferentes puntos de la Península Ibérica, dejando testimonio escrito de ellos8. MIRANDA, Francisco de. Nació el 28 de marzo de 1750, en Caracas, cuando Venezuela dependía todavía del virreinato de Nueva Granada. Era hijo de un comerciante español y de una caraqueña. En enero de 1771, después de haber estudiado el bachillerato en Artes en la universidad de su ciudad natal, zarpó hacia España y allí completó su formación ilustrada. Con el grado de capitán del Ejército español, participó en la defensa de Melilla (que dio comienzo el 9 de diciembre de 1774 ante el ataque marroquí) y en el fallido desembarco español en Argel (verano de 1775). En 1780, fue destinado a la ciudad cubana de La Habana, como capitán del Regimiento de Aragón y edecán del capitán general de Cuba, Juan Manuel Cagigal. Después de intervenir junto a Bernardo de Gálvez en 1781 en la conquista de la colonia británica de Pensacola, en Florida (acción vinculada a la participación española en la guerra de la Independencia estadounidense que le valió el ascenso a teniente coronel), tuvo 7

J. PATRICK, «Luffman, Charles (Bogue) (1862-1920)», Australian Dictionary of Biography, Melbourne University Press, 1986, X, pp. 166-167. 8 Clara E. PERAGÓN LÓPEZ y Alfredo UREÑA UCEDA, «Notas para el estudio del arte…», Cuadernos de Arte e Iconografía, 25 (2004), p. 220.


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que escapar de Cuba al ser acusado de facilitar información de las defensas habaneras a los británicos. Pasó a Londres el 1 de febrero de 1785, para presentar al gobierno británico el que ya era su proyecto revolucionario e independentista para Hispanoamérica. Entre los años 1785 y 1789, recorrió casi toda Europa con el espíritu crítico propio de la Ilustración. En Kiev, el 14 de febrero de 1787, conoció a la emperatriz de Rusia, Catalina II la Grande, quien le brindó toda clase de atenciones, autorizándole incluso a vestir el uniforme del ejército ruso. Dos años más tarde, el 18 de junio de 1789, ya de regreso a Londres, insistió en sus propósitos independentistas ante William Pitt (el Joven); pero las continuas excusas del primer ministro británico incomodaron a Miranda, quien se dirigió a París el 19 de marzo de 1792. Allí, ingresó en el Ejército revolucionario francés con el grado de mariscal de campo. Se destacó en la victoria francesa en la batalla de Valmy, que tuvo lugar el 20 de septiembre de 1792, por lo que fue ascendido a general. Como jefe del Ejército del Norte tomó dos ciudades, la belga de Amberes y la neerlandesa de Roermond (habitualmente llamada en español Ruremonde), pero su jefe, el general Dumouriez, le acusó de ser el responsable de otros reveses militares. Ingresó en prisión, si bien, después de un largo juicio, fue declarado inocente el 15 de mayo de 1793; al salir en libertad, el pueblo le llevó en hombros. Acosado por los jacobinos, huyó de París, con lo que puso fin a su participación en la Revolución Francesa. Llegó el 15 de enero de 1798 a Londres y reanudó sus entrevistas con Pitt, quien entonces sí se decidió a apoyarle. Ese mismo año, fundó en la capital británica una sociedad francmasónica, la Gran Reunión Americana de Londres o Logia de los Caballeros Racionales, de la que en 1812 surgiría la seminal Logia Lautaro. Decepcionado por la actitud británica, el 9 de noviembre de 1805 se trasladó a la ciudad estadounidense de Nueva York, donde organizó una expedición que hizo su primera escala, en Haití, el 18 de febrero de 1806. En aguas haitianas, a bordo del Leander, Miranda enarboló, el 12 de marzo de 1806, en La Vela de Coro, la que se convertiría en bandera


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de Venezuela. Allí se le unieron las goletas Bachus y Bee. Frente a Ocumare de la Costa, en Venezuela, la expedición fue rechazada por los realistas españoles el 28 de abril; un segundo intento, que se produjo entre el 1 y el 4 de agosto de ese mismo año 1806, terminó igualmente en fracaso. Regresó a Londres el 1 de enero de 1808. Allí, en 1810, el también independentista venezolano Simón Bolívar, que acababa de llegar en busca del apoyo británico, le convenció para que regresara a Venezuela. El 13 de diciembre, Miranda se encontraba ya en Caracas, donde se había constituido una Junta Suprema de Gobierno. Como diputado del Congreso Constituyente, para el cual se le eligió presidente, luchó ardientemente por la declaración de la independencia, de cuya acta fue, el 5 de julio de 1811, uno de los firmantes. El nuevo país nacía sumido en diferencias y enfrentamientos de facciones internas, que impedían su fortalecimiento. Ante el anuncio de la llegada de una expedición militar española desde Puerto Rico, fue nombrado general en jefe y se le concedieron todos los poderes; pero, incapaz de organizar un ejército disciplinado y eficaz, tras la caída en manos españolas de Puerto Cabello, aceptó la firma de una capitulación en San Mateo con el jefe realista Domingo Monteverde el 25 de julio de 1812, lo que puso punto y final al llamado II triunvirato. Cuando se encontraba a punto de embarcarse hacia el extranjero, Miranda fue arrestado por los suyos el día 31 de ese mes en La Guaira y, poco más tarde, apresado por los realistas. Enviado de la prisión de Puerto Cabello a la de San Juan (en Puerto Rico) y, en 1814, a Cádiz, murió en el arsenal de La Carraca, junto a esta última ciudad, el 14 de julio de 1816. Sus restos fueron enterrados en una fosa común. Su Diario (1771-1792) está considerado la mejor obra escrita en prosa por un venezolano durante el periodo colonial. PEYRON, Jean François. Nació en Aix en 1748. Escritor, traductor y diplomático. Fue secretario de embajada en Bruselas en 1774, y en Madrid desde 1777 hasta 1778. Secretario del gobernador de Pondichéry, M.


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Bussy. Murió siendo comisario de las colonias en Goudelour (India), en 1784. Su experiencia española le permitió publicar Essais sur l’Espagne (1780), donde narra una serie de sucesos que serán repetidos por los demás viajeros que narran sus experiencias en España. Esta obra se imprimió en diversas ocasiones en el siglo XVIII, traduciéndose incluso al alemán. Algunos pasajes se tradujeron al inglés y se imprimieron junto al viaje de Bourgoing, Travels in Spain (1789) y en Moderns state of Spain (1808). PONZ Y PIQUER, Antonio. Nació en la villa de Bechí (Valencia) el 25 de junio de 1725. Estudió Gramática y Humanidades con los jesuitas de Segorbe y terminó Filosofía en Valencia. Se doctoró en Teología por la Universidad de Gandía. Hablaba y leía lenguas clásicas y modernas. Pasó cinco años en Madrid donde cursó Bellas Artes, especialmente dibujo y pintura. En 1751 marchó a Roma, donde permaneció unos diez años. En 1759 marchó a Nápoles. En 1761 se encontraba en España, recibiendo el encargo de Carlos III de aumentar la colección de retratos de la Biblioteca de El Escorial, tarea que le ocupó durante seis años. Se le encargó recoger las obras artísticas de los jesuitas tras su expulsión en Andalucía. En 1771 empezó a recorrer España, publicando el primer tomo de sus viajes en 1772. En 1773 se le nombró académico de la Academia de la Historia y en 1776 secretario de la Real Academia de Artes de San Fernando. En 1791 reemprendió sus viajes para rectificar algunos datos que había apuntado, especialmente sobre Andalucía, Toledo y Madrid. Murió en Madrid, el 4 de diciembre de 1792. SCOTT, Charles Rochfort. Nació en el Reino Unido en la última década del siglo XVIII. Se decantó por la vida militar. Estuvo destinado en la guarnición de Gibraltar entre 1822 y 1830, periodo que aprovechó para viajar por diversos puntos de la geografía andaluza. Entre 1864 y 1868


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sería teniente de gobernador de Guernsey, isla británica situada en el Canal de la Mancha. Falleció en 1872. SWINBURNE, Henry. Nació en Bristol en 1743. Estudió en varias de las principales ciudades europeas: París, Burdeos y Turín. En 1774 viajó por Europa junto con su amigo sir Thomas Gascoigne. Por España viajó entre 1775 y 1776. Desde la Península Ibérica pasó a Italia, y por Francia llegó a Inglaterra. En 1801 se marchó a la isla de Trinidad para ocupar un puesto como subastador, falleciendo allí el 1 de abril de 1803. TOWNSEND, Joseph. Nació el 4 de abril de 1739. Cursó estudios, en 1762, en el colegio Clare Hall de Cambridge y medicina en Edimburgo. Recibió las órdenes sagradas en 1763. Viajó a Irlanda en 1769 y por Francia, Holanda y Flandes en 1770. Entre enero de 1786 y febrero de 1787 recorrió España, siendo probablemente el suyo uno de los itinerarios más largos de los realizados en el siglo XVIII. Murió en Pewsey el 9 de noviembre de 1816. TWISS, Richard. Nació en Inglaterra en 1747. Hijo de un rico comerciante inglés residente en Holanda, heredó riquezas suficientes para dedicarse a viajar y escribir sobre sus desplazamientos. Después de un primer viaje a finales de los años sesenta del siglo XVIII, en el que recorrió Holanda, Bélgica, Francia, Suiza, Italia, Alemania y Bohemia, visitó España y Portugal en sendos viajes realizados en 1772 y 1773. Una experiencia que narraría en Travels through Portugal and Spain in 1772 y 1773. Fue admitido en la Royal Society. Falleció en 1821. WALLIS, Severn Teackle. Nació en Baltimore (Estados Unidos de Norteamérica) el 8 de septiembre de 1816, ciudad donde pasó toda su vida –a excepción


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de varias visitas al extranjero y un periodo de encarcelamiento durante la guerra civil estadounidense- y donde tuvo un próspero gabinete de abogados. En 1847 viajó a España buscando alivio a su delicada salud, un viaje para el que le sería muy útiles las clases de lengua y literatura española que recibió en el Saint Mary’s College; donde se había graduado como abogado en 1832. Como resultado de las experiencias vividas en nuestro país, escribió Glimpses of Spain or notes of an unfinished tour in 1847. En 1849 volvió a España enviado en misión diplomática por su gobierno para examinar e informar acerca del título de tierras públicas en Florida afectadas por concesiones hechas durante negociaciones, en 1819, entre los dos países. Falleció el 11 de abril de 18949. *** Salvo indicación expresa, las reseñas biográficas anteriores han sido elaboradas en base las informaciones contenidas en Carlos GARCÍAROMERAL PÉREZ, Bio-bibliografía de viajeros por España y Portugal (siglo XVIII), Madrid, Ollero & Ramos Editores, 2000; y en Carlos GARCÍAROMERAL PÉREZ, Bio-bibliografía de viajeros por España y Portugal (siglo XIX), Madrid, Ollero & Ramos Editores, 1999.

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Antonio GARRIDO DOMÍNGUEZ, Viajeros americanos en la Andalucía…, p. 331.


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Charles (Bogue) Luffman La fotografía apareció en la revista Leader de 18 de febrero de 1894, página 34 (State Library of Victoria, Australia).

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Francisco de Miranda (Museo del Prado, Madrid)


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Retrato de Antonio Ponz (Antonio PONZ, Viage de EspaĂąa..., tomo XVIII)

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Joseph Townsend (http://www.bocos.com/biografia_Townsend.html)


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FotografĂ­a de Severn Teackle Wallis (Daniel Coit Gilman Papers Ms. 1 ColecciĂłn de la Biblioteca Milton S. Eisenhower)

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN...........................................................................................

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PRIMERA PARTE. LA CARLOTA VISTA POR VIAJEROS Y ESCRITORES DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX......................................

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Medio físico y paisaje agrario..................................................................... Poblamiento disperso y vivienda rural..................................................... Morfología urbana y edificios principales................................................. Organización política................................................................................ Los colonos............................................................................................... Origen y evolución histórica de La Carlota...............................................

19 20 21 24 25 27

SEGUNDA PARTE. TEXTOS DE VIAJEROS Y ESCRITORES DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX SOBRE LA CARLOTA...............................

31

CONCLUSIONES.........................................................................................

113

FUENTES IMPRESAS Y BIBLIOGRAFÍA..............................................

119

ANEXOS.........................................................................................................

127

Cronología........................................................................................... Reseñas biográficas....................................................................................

129 131


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Vista de la antigua calle Osario hacia los aĂąos treinta del siglo XX (detalle de una fotografĂ­a de Rafael Bernier Soldevilla)

Agradecemos a Pilar Bernier Delgado, hija de Rafael Bernier, el habernos facilitado las distintas fotografĂ­as antiguas de La Carlota que ilustran este libro.


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