Conéctate, septiembre de 2025: Comunicar tu fe

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PROCLAMAR LAS BUENAS NUEVAS

Embajadores de Cristo

Hablamos de lo que nos entusiasma

«Era ciego y ahora veo»

Descubrí mi razón de ser

Peregrinaje por la paz

Año 26, número 9

A NUESTROS AMIGOS

clientes satisfechos

¿Te has puesto a pensar alguna vez cómo llegó a difundirse el cristianismo desde la pequeña provincia de Judea en la cuenca del Mediterráneo hasta alcanzar prácticamente cada rincón del globo una veintena de siglos después? ¿Te causó admiración enterarte de que la cristiandad sobrevivió e inclusive prosperó bajo férreas dictaduras y regímenes totalitarios? ¿O has tomado en cuenta el caso de padres de familia que de generación en generación logran transmitir su fe a sus hijos en países en que los creyentes son minoría dentro de la cultura imperante? Es más, ¿te ha intrigado saber cómo delincuentes incorregibles pueden llegar a la fe viviendo tras las rejas?

Por insólito que parezca, la fe en Cristo se propaga con mayor eficacia y rapidez de persona a persona, a través de individuos que comunican el evangelio a sus pares. Desde los primeros seguidores de Cristo en las callejuelas de las ciudades de Judea hasta nosotros hoy en día, el plan de Dios siempre ha sido el mismo: Simplemente difundir las buenas nuevas. Jesús dijo: «Como me ha enviado el Padre, así también yo los envío a ustedes» ( Juan 20:21).

El gran evangelista Billy Graham, que condujo a millones de personas a la fe en Cristo en encuentros multitudinarios durante sus giras de difusión de la fe, entendía la importancia del trato personalizado. Después de cada encuentro, pequeños grupos de creyentes se ponían a disposición para conectar singularmente con los que hubieran aceptado a Jesús y ofrecerles así orientación y apoyo en la fe que acababan de abrazar.

En nuestro número de Conéctate de este mes se destacan testimonios, consejos prácticos, estrategias y una buena dosis de aliento para ayudarnos en la grandísima pero apasionante misión que nos legó Jesús a Sus seguidores, encapsulada en las siguientes palabras: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15).

Philip Kotler, padre de la mercadotecnia, dijo una vez: «La mejor publicidad la hacen los clientes satisfechos». Eso precisamente hacemos: campaña publicitaria para Dios.

Gabriel y Sally García Redacción

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Todas las semanas realizo una labor voluntaria para entregar donaciones de alimentos a una organización benéfica de mi ciudad.

Acababa de descargar los víveres y entré para hacer el papeleo necesario. Mientras caminaba por el pasillo, una escena se desplegó ante mí.

MERECE LA PENA MOSTRAR UN POCO DE INTERÉS

Una familia de inmigrantes se comunicaba en español con empleados de la entidad benéfica que se expresaban en inglés gesticulando con las manos. Era evidente que ninguno entendía lo que el otro quería decir. Al acercarme pude percibir una leve irritación en ambas partes.

Mi español es muy limitado y aunque entiendo algo, me da bastante vergüenza intentar hablarlo más allá de unas pocas frases memorizadas. Al acercarme me decidí a ayudar en lo que pudiera. Sonreí y empecé con el saludo más sencillo: «¡Hola!» Eso fue todo lo que hizo falta para que una de las empleadas de la institución suspirara aliviada y exclamara: «¡Ay, qué maravilla! ¿Hablas español?» Le expliqué que sabía un poco y me preguntó si podía ayudarlos a comunicarse.

Las preguntas de la empleada de la beneficencia eran bastante sencillas: «¿Cuántos hijos tienen?» «¿Necesitan

útiles escolares?»

«¿Dónde viven? La familia tenía una hija de 11 años y no llevaban sino dos semanas en Estados Unidos. Ayudé a explicarles lo que necesitaban. Hablé torpemente el poco español que sabía. Aunque me enredé con los tiempos verbales y cometí muchos errores, nunca olvidaré la gratitud que brillaba en los ojos de la madre. Me dijo que era muy duro para ellos no poder comunicarse. Buscaba trabajo con urgencia. No tenían ropa para el invierno.

Conversé con ella un rato sobre el amor y los cuidados que nos prodiga Dios. Me agradeció efusivamente y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando le dije que rezaría por ella y su familia.

Ese pequeño acto, aunque al principio incómodo y un poco tosco, me hizo sentir muy feliz sabiendo que había podido ayudar a alguien. Haberme aventurado a comunicarme con ellos en su idioma les llegó al corazón y fue una forma de ofrecerles el consuelo y el ánimo que necesitaban.

Marie Knight es misionera voluntaria a plena dedicación en los Estados Unidos. ■

Marie Knight

PROCLAMAR LAS BUENAS NUEVAS

Jesús nos encomendó a los cristianos proclamar el evangelio y pregonar las buenas nuevas del reino de Dios. Después de Su resurrección, el último mandato de Cristo a Sus discípulos fue: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado» (Mateo 28:19,20).

la gente, lo que derivó en que muchas personas se convirtieran al cristianismo (Hechos 8:5–12).

A cada uno de nosotros los cristianos se nos convoca a ser testigos en el curso de nuestra vida cotidiana. La Biblia nos enseña que por medio de Cristo nos hemos reconciliado con Dios. Como consecuencia se nos ha encomendado el ministerio

El libro de los Hechos narra con gráficos detalles el vertiginoso crecimiento de la iglesia primitiva y la amplia divulgación del evangelio, impulsada por los primeros seguidores de Cristo que proclamaron fielmente las buenas nuevas por los cuatro puntos cardinales. En Hechos 8, por ejemplo, leemos el relato de Felipe, discípulo de Jesús, que tras viajar a la ciudad de Samaria «anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Cristo Jesús» a

de la reconciliación para llevar a otros a la fe en Jesús. Cada uno de nosotros tiene la vocación de ser embajador de Cristo en el reino de Dios: «Somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios”» (2 Corintios 5:18–20 nvi).

La verdad del evangelio y el amor de Dios son las necesidades más grandes de la humanidad.

Independientemente de su etnia, posición social, dogmas y creencias o bagaje cultural, cada persona fue creada a imagen de Dios (Génesis 1:27) y cada una enfrentará penas y quebrantos, pecado y frustración, dolor y temor a la muerte. Fue Dios el que creó en nosotros la sed de conocer la verdad, de hallar sentido a la existencia y de

experimentar alegría y paz interior. Con ello Él se propone atraer a todos hacia Él ( Juan 12:32).

La Biblia dice que Dios «ha puesto eternidad en el corazón de» los seres humanos (Eclesiastés 3:11). Ha dado a cada individuo la conciencia de que hay algo más que esta vida terrenal, la que inevitablemente pasará. «¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Santiago 4:14). Esa conciencia lleva a la gente a buscar verdades eternas que respondan a sus interrogantes más profundos y la ayuden a encontrar un sentido y una razón de ser en medio de las pruebas y aflicciones de esta vida.

Jesús manifestó que había venido «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). En cierta ocasión caminó kilómetros apartándose de Su camino en el calor del día para ir al encuentro de una extranjera que sacaba agua de un pozo. Aquella mujer se emocionó tanto al descubrir la verdad por medio de ese desconocido que «dejó su cántaro, volvió al pueblo y decía a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?”» ( Juan 4:29 nvi). En

consecuencia, «muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en Él por el testimonio que daba la mujer» ( Juan 4:39–42 nvi).

El apóstol Pablo fue un magnífico testigo. El relato de su conversión figura en la Biblia narrado por él mismo (véase Hechos 22:1–21).

Cuando hables de tu fe con otras personas puede ser útil que cuentes tu propia vivencia de cómo llegaste a Cristo. A la mayoría de la gente le encantan los relatos y anécdotas; y la historia de vida de una persona suele ser un eficaz testimonio. Si una persona llega a reconocer que es posible que tu vida se haya trasformado por medio de la fe, se siembra en ella una semilla de mostaza de fe y se abre una posibilidad de que llegue a creer en Jesús.

Así pues, anuncia a Cristo y relata cómo Él transformó tu vida. Cuéntales a los demás que el verdadero Dios es bueno, amable y amoroso, que se preocupa por Sus hijos y odia la guerra, deplora la pobreza y la opresión de los pobres y anhela que todo corazón sea redimido y se acerque a Él. Descríbeles el plan de salvación que dispuso Dios cuando envió a Su Hijo Jesús al mundo, que con Su vida y Su muerte en la cruz obtuvo nuestra redención e hizo posible que recibiéramos Su don de vida eterna ( Juan 3:16,17).

Jesús enseñó que los cristianos son «la luz del mundo», y añadió que una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar y que quien tiene un candelero no lo pone debajo de una mesa; lo coloca encima de la mesa para que alumbre toda la casa (Mateo 5:14,15). Una vez que

has reconocido en Jesús a tu Salvador recibes la vocación de alumbrar tu luz delante de los hombres para que vean tus buenas acciones y glorifiquen a tu Padre que está en los cielos (Mateo 5:16).

Tal vez nos sintamos incompetentes o inseguros de cómo proceder para comunicar nuestra fe, pero Jesús prometió que Sus seguidores recibirían un ungimiento de Su poder para ayudarlos a ser Sus testigos. «Recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos» (Hechos 1:8). Si cumplimos la parte que nos corresponde —sembrar semillas de fe y dirigir a otros hacia la

el camino de esa persona hacia la fe. Puede que una persona siembre la semilla y que otra la riegue, pero es Dios el que da el crecimiento (1 Corintios 3:6–8).

A todos se nos llama a poner de nuestra parte para preparar el terreno, ablandarlo con nuestras oraciones y sembrar la semilla de la Palabra de Dios. Depende de la persona acoger la semilla; y solo Dios puede hacer que eche raíz, crezca y produzca fruto. (V. la parábola del sembrador en Lucas 8:4-15.)

Palabra de Dios— podemos confiar en que el Espíritu de Dios obrará en el corazón y en la vida de la gente por medio de nuestro testimonio.

Aunque se nos llama a ser mensajeros de Dios que señalan el camino de la salvación, solo el Espíritu Santo puede obrar en la vida y el corazón de la gente y llevarla a una decisión para nacer de nuevo en el reino de Dios ( Juan 3:3). Cada persona es la que en definitiva decide creer en Cristo y aceptarlo o no. Nuestro deber es ser simples portadores de la Palabra de Dios y sembrarla en corazones receptivos.

Tal vez no siempre veamos la cosecha o la huella que dejó nuestro testimonio en la vida de alguien; y puede que muchas otras personas cumplan un papel en

También es importante que tú mismo te esmeres por aprender tanto como puedas sobre los fundamentos de tu fe y por incrementar tu conocimiento de la Biblia a fin de llegar a ser «un buen obrero, […] que explica correctamente la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15 ntv). Así podrás responder a las preguntas de la gente, citar pasajes de la Escritura y estar siempre listo para responder a todo el que te pida razón de la esperanza que hay en ti (1 Pedro 3:15).

La Biblia nos enseña que «Dios es amor» (1 Juan 4:8) y que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» ( Juan 3:16). Por ser mensajeros Suyos, Él nos llama a transmitir Su amor a los demás, de modo que ellos también puedan experimentar ese amor y conocer a Dios. Siempre hay oportunidades para reflejar Su amor a los demás a lo largo del día, aunque a veces no se trate sino de una palabra de ánimo o un acto de bondad, cariño o preocupación a fin de que puedan palpar

el amor de Dios. En una ocasión San Agustín (354-430 DC) escribió que el amor «tiene oídos para escuchar los gemidos y penas de los hombres. Tiene manos para ayudar a los demás. Tiene pies para apresurarse en auxilio de los pobres y los necesitados».

Jesús vino a «dar buenas nuevas a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18). Y a los cristianos nos encomendó la misión de predicar el evangelio a todos y en todo el mundo (Marcos 16:15). El Espíritu de Dios te conducirá a los que responderán al mensaje, ya sea ahí mismo o en el futuro. Su Espíritu te dotará de poder para que hables con

otras personas sobre Jesús y les des a conocer el amor que Él tiene por ellas: «El amor de Cristo nos impulsa» (2 Corintios 5:14).

Como embajadores de Cristo, se nos emplaza a llevar el amor de Dios a todas las personas, independientemente de su situación socioeconómica, cosmovisión, creencias, etnia u origen cultural. Hagamos lo que esté dentro de nuestras posibilidades para llevar las buenas nuevas del evangelio y reflejar la luz y el amor de Dios a los demás, de manera que lo puedan conocer y recibir. «Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» ( Juan 17:3).

Texto adaptado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional. ■

SOMOS EMBAJADORES DE CRISTO

Los cristianos de toda época reciben el llamado de ser embajadores de Cristo. Un embajador es un emisario enviado por un jefe de estado. Así como un jefe de gobierno envía a un embajador en misión diplomática, Cristo nos envía a representarlo tanto de palabra como de obra. «Somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!» (2 Corintios 5:20 nbla).

Siendo embajadores de Cristo, tenemos un rol protagónico en el gran drama de la redención. Dios está reconciliando al mundo consigo mismo y quiere que nosotros participemos en esa tarea. Aunque Él no nos necesita para llevar a cabo Sus planes, nos concede ese privilegio. Nos invita a unirnos a Él en la tarea de redimir la creación y participar junto con el Espíritu Santo en la función de atraer a la gente a Él. Infinitamente sabio como es, Dios dispuso que Su soberanía y el deber humano trabajaran codo a codo para cumplir Sus designios. Ya que semejante empresa trasciende nuestra limitada comprensión, Dios nos insta a que creamos con fe y cumplamos el papel que tenemos en la trama de Su obra haciendo discípulos. […] Ninguno de nosotros está a la altura de la tarea, pero afortunadamente Dios sí lo está. La capacidad de Dios, no la nuestra, es lo que a fin de cuentas nos inspira confianza en la labor evangelística. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). theologyofwork.org ■

Transmitir nuestra fe en condiciones desfavorables

Se instruye a los cristianos que «prediquen el evangelio a toda criatura» y «hagan discípulos de todas las naciones». Claro que del dicho al hecho hay largo trecho, sobre todo en el mundo actual, en el que se nos desaconseja y —en algunos casos— se nos se nos prohíbe difundir la fe.

Viví en muchos años en países en que no se permitía predicar abiertamente el evangelio. Corrías el riesgo de que te detuvieran o te deportaran. Cuando me mudé a los Estados Unidos me encontré con una nueva serie de obstáculos para expresar mi fe. En muchos de los sitios en que trabajé te disuadían de hablar de religión o era muy mal visto.

Gracias a Dios logré llegar a muchos corazones tratando de ser coherente con mi fe en mi manera de actuar, a través de interacciones positivas, labrando buenas relaciones e incorporando valores cristianos en mis conversaciones cuando las circunstancias lo permiten, eso sí, respetando el entorno y teniendo siempre en cuenta las restricciones a las que estoy sujeta.

Sea que vivan o no en un ambiente restrictivo, les entrego a continuación algunos consejos que me han servido para divulgar mi fe en diversas situaciones en las que me he visto.

Dar un ejemplo positivo

Demostrar valores cristianos por medio de nuestra conducta, bondad, compasión y servicio al prójimo hace que nuestras acciones sean más elocuentes que nuestras palabras, en circunstancias en que hablar directamente de Jesús sea mal visto o esté prohibido. Muchas veces me sorprendió ver que un pequeño acto de consideración y amabilidad puede derivar en una íntima conversación sobre los rigores de la vida y cómo la fe nos puede ayudar a sortearlos. Hubo un caso concreto en que una persona con la que charlé me comentó después: «Gracias por ser una cristiana gentil, una que podemos aceptar con facilidad».

Escuchar activamente

Te sorprendería saber cuántas personas necesitan alguien que les preste oído y el buen efecto que tiene en ellas que alguien las escuche activamente. Por ejemplo,

yo tengo una amiga que está pasando por un momento complicado. Suele presentarse en mi casa sin previo aviso, deseosa de que la invite a tomar una taza de té y le dedique un poco de tiempo. Escuchar y entender las perspectivas y preocupaciones de otras personas nos da la posibilidad de crear un espacio seguro para conversar abiertamente sobre el amor y la bondad de Dios sin ser demasiado aseverativos sobre nuestras creencias.

Relatar nuestra propia vivencia

Soy cuidadora de un joven autista y muchas veces me preguntan cómo lo hago.

¿De dónde saco fuerzas para seguir adelante y cómo hago para mantenerme positiva, sobre todo en días difíciles? Cuando las circunstancias lo permiten, he podido introducir suavemente en la conversación el camino de fe que he recorrido. Sin predicar explícitamente, puse de relieve la forma en que mis creencias cristianas han tenido una fuerte influencia positiva en mi vida. Reconocer mis batallas y mis imperfecciones y explicar que la oración y la fe me sacaron a flote, incentivó muchas veces a otros a reconocer sus propias necesidades y solicitar oración.

Hacer preguntas que inciten a pensar

Entablar conversaciones que induzcan a reflexionar sobre los asuntos profundos de la vida puede crear oportunidades para dialogar sobre la fe. Eso mismo me sucedió hace poco mientras visitaba en un hogar de ancianos a una amiga que este año cumple 90. Ella no estaba segura de si llegaría a su cumpleaños. Le pregunté cómo se sentía al respecto. Me confidenció que por la vida que había llevado, dudaba que tuviera los méritos para llegar al Cielo. Eso nos condujo a una hermosa conversación sobre la otra vida, y aproveché para explicarle que ir al Cielo no depende de nuestras obras, sino exclusivamente de la gracia de Dios y la fe en Jesús.

Ofrecer apoyo y ánimo

Ofrecer ayuda práctica y demostrar que los cristianos de veras nos interesamos por nuestros compañeros de

Si todavía no has llegado a conocer al Padre y Su amor aceptando a Jesús, puedes hacerlo repitiendo la siguiente oración:

Jesús, creo sinceramente que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí en la cruz para que, gracias a Tu sacrificio, yo pudiera vivir eternamente contigo en el Cielo. Te ruego que me perdones mis pecados. Te abro la puerta de mi corazón. Por favor, lléname de Tu Espíritu Santo y ayúdame a llevar una vida que te glorifique. Guía mis caminos y enséñame a seguirte. En Tu nombre te lo pido. Amén.

trabajo puede causar una honda impresión. A una de las profesoras con las que yo trabajaba en un aula con estudiantes de educación especial le costaba mucho mantenerse al día con su cartera de alumnos y todo el papeleo que suponía. Le compré una rica golosina y una tarjeta. En esta le expresé mi admiración por todo lo que hacía. Para aliviarle la carga, me ofrecí a ayudarla con las calificaciones y le dije que rezaría por ella. Más tarde me agradeció con lágrimas por el pequeño obsequio que le hice y sobre todo por haber orado por ella.

Al dar preferencia al amor, la compasión y la genuina preocupación en nuestras interacciones, damos lugar a que la luz de Dios brille a través de nosotros con mucha mayor elocuencia de la que tendrían nuestras palabras. Cuando establecemos conexiones auténticas, cuando demostramos sensibilidad ante las circunstancias y nos aproximamos a otros con actitud comprensiva, creamos oportunidades para que Dios obre a través de nosotros por medios de los que ni siquiera somos conscientes. Si estamos siempre preparados para hablar de la esperanza que albergamos, con agrado, respeto y el corazón lleno de gracia (1 Pedro 3:15), reflejamos el amor de Dios y sembramos semillas de fe que germinan en el momento que Él disponga.

Lilia Potters es escritora y especialista titulada en recursos para el autismo. Vive en los Estados Unidos. ■

Yo era adolescente cuando un joven que acababa de conocer me habló de la salvación. Me explicó el poder que tenía Jesús para llenar mi vida de alegría y sentido. Oré con él para pedir a Jesús que entrara en mi corazón. En los meses siguientes mi vida, mis intereses, mis amistades y mi concepto del plan de Dios para mi vida cambiaron. Hasta el día de hoy sigo creciendo espiritualmente y aprendiendo sobre el maravilloso amor que abriga Jesús por toda la humanidad. Estoy eternamente agradecida por el momento en que aquel joven me habló. Recién introducida al cristianismo, había empezado a transmitir mi fe en Jesús a jóvenes que conocía y otros que iba conociendo. Jesús me impulsó entonces a charlar sobre mis creencias con un señor de mediana edad. Al principio lo abordé tímidamente, pensando que no prestaría mucha atención a una jovencita. Sin embargo, dejó lo que estaba haciendo y hablamos por una hora. Le conté la transformación que Jesús había provocado en mi vida. Él me habló un poco de sí mismo. Conversamos sobre los problemas del mundo. Me ofrecí a rezar por él, cosa que aceptó. Después de rezar por él y por la situación difícil que me había relatado, oró conmigo para aceptar a Jesús como su Salvador. Luego, con una gran sonrisa, dijo:

—¡Tu oración acaba de salvar dos vidas! Me quedé perpleja. Entonces me enseñó una pistola que llevaba en el cinturón bajo el abrigo, y me dijo:

EFECTO MULTIPLICADOR

Rosane Cordoba

—¡Iba a matar a mi socio! Estaba furioso con él porque me había traicionado en un negocio. Pero después de hablar contigo hoy, me di cuenta de que iba a arruinar mi vida, la suya y la de nuestras familias. He decidido confiar en Dios para resolver el problema de manera pacífica. ¡Muchas gracias por la luz con que has iluminado hoy mi camino!

Al principio me sorprendió la franqueza con que me reveló las intenciones que tenía antes de hablar conmigo. Luego di gracias a Dios por haber obedecido el aviso del Espíritu Santo que me movió a hablar con él. Nunca volví a ver a ese señor, pero aquella experiencia me mostró claramente el cambio para bien que el amor del Señor puede generar en un alma confundida. Los efectos de esa conversación solo se conocerán en la eternidad. Reflexiono sobre lo que dijo C. T. Studd, el famoso misionero a la China, la India y África: «Solo una vida, pronto pasará. Solo lo que se haga por Cristo perdurará».

Rosane Cordoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■

HABLAMOS DE LO QUE NOS ENTUSIASMA

En el capítulo 9 de Juan Jesús cura a un ciego de nacimiento. Había sido ciego toda su vida y todo el mundo lo sabía. Cuando Jesús lo sanó el milagro fue evidente. Aquello despertó la curiosidad de todos, particularmente de los líderes religiosos, que mandaron llamar al hombre para interrogarlo.

Para no entrar en todos los detalles del relato, baste decir que a los fariseos no les hacía gracia la buena acogida que tenía Jesús entre la gente y tampoco los hechos que contaba aquel ciego curado repentinamente.

«Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron:

—Es Dios quien debería recibir la gloria por lo que ha pasado, porque sabemos que ese hombre, Jesús, es un pecador.

—Yo no sé si es un pecador —respondió el hombre—, pero lo que sé es que yo antes era ciego, ¡y ahora puedo ver!» ( Juan 9:24,25 ntv.)

Hasta ese momento el ciego no conocía a Jesús; sin embargo, inmediatamente después de conocerlo le pidieron que diera testimonio. No acertó a decir otra cosa que: «No sé mucho sobre Él. Lo que sí sé es que mi vida cambió. Estaba ciego y ahora veo».

A mí antes me costaba mucho divulgar mi fe. Me preocupaba que fuera a decir algo que no correspondía o que no pudiera responder a las preguntas que me hacían. Pero aprendí que dar testimonio es tan sencillo como expresar que Jesús forma parte de mi vida cotidiana.

Desde el principio de mi carrera profesional me propuse soltar frases como «he rezado por ti» o mencionar versículos de la Biblia, no sermoneando, sino en el mismo tono casual con que hablamos de otras cosas normales y corrientes que nos pasan a todos. Esa manera de presentarlo me ha proporcionado muchas oportunidades para hablar de la fe y de Jesús, y día a día sigo aprendiendo a llevar a Jesús conmigo a mi lugar de trabajo.

Hace unas semanas conversé con una de las jefas de mi departamento. Después de la charla me mandó un mensaje para decirme que siempre se siente muy animada después que hablamos y que le transmito esperanza y paz. Aunque habíamos hablado de varios temas —algunos de índole personal, otros relacionados con el trabajo—, siempre introduzco a Jesús y la fe en la conversación. Así soy, así vivo.

Es natural que las cosas que nos entusiasman afloren en nuestras conversaciones. La gente querrá oír hablar de un Jesús que entusiasma tanto a sus seguidores que no pueden evitar hablar de Él.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■

Descubrí mi razón de ser

Nací en el verano de 1955 en una ciudad siderúrgica de la región industrial de Alemania, en el seno de una familia obrera. Durante los tumultuosos años sesenta era una joven feliz y despreocupada, hasta que un grave trastorno de salud alteró profundamente mi visión de la vida. Mi estado físico y mi rebelión ante aquel sombrío pronóstico me destrozaron y fueron quizá lo que incitaron mi atracción por la rebeldía.

Ya por los años setenta la emergente cultura hippie se extendió como un reguero de pólvora por toda Europa y nuestro pueblo se vio envuelto en ella. En todo mi entorno se veían signos de una nueva forma de vida y de un liberalismo vigorizante. Tenía diecinueve años cuando mi formación de enfermera se vio truncada por el empeoramiento de una escoliosis con la que llevaba luchando desde la adolescencia.

En medio de las turbulencias emocionales propias de la adolescencia sentí un fuerte deseo de irme de casa para emprender mi propio camino. Al principio fui dando tumbos, abriéndome paso a tientas en el movimiento de la contracultura. Para sobrellevar mi decepción, las drogas me ofrecían una vía de escape de las presiones y las críticas.

Acababa de cumplir veinte años cuando mi novio y yo nos embarcamos en una aventura inolvidable, viajando en una vieja autocaravana acondicionada. Nuestra búsqueda de valores más sublimes y de algo más trascendental nos llevó en un recorrido de más de 20.000 kilómetros a través de varios países de Europa, Oriente Medio y allende. Fue un peregrinaje en busca de paz y una razón de ser, una odisea que muchas veces nos llevó al límite, en la que experimentamos pérdidas, enfermedades y peligros que nos dejaron profundas huellas en el corazón.

En varios momentos de mi viaje me acorde de las clases de religión de mi último año de colegio y de una canción que me gustaba mucho, Castillo fuerte es nuestro Dios, de Martín Lutero. Cada vez que entonaba esa canción se me alegraba el alma y se me elevaba el espíritu. Dios estaba llamando a la puerta de mi corazón. Recordé que, de jovencita, el día de mi confirmación en la vieja capilla de piedra, recibí a Jesús en mi corazón y me comprometí a seguir principios piadosos. Pero en medio de la nueva libertad e inconformismo que experimentaba casi había olvidado aquella promesa.

Al cabo de dos años de viaje, todavía anhelando un propósito que trascendiera aspiraciones terrenales, llegué

30 años de labor misionera en el continente africano

a una encrucijada en mi vida. Vacía, desilusionada y desgastada por el consumo de drogas, comprendí que no podía seguir practicando aquella forma de vida marginal mucho más tiempo.

En 1978, después de un viaje nocturno en auto desde la frontera de Nepal, nos detuvimos a descansar en un pequeño albergue. Mi vida estaba a punto de dar un vuelco. Al entrar en la cantina me di cuenta de que los únicos huéspedes eran un grupo de misioneros que estaban desayunando. Como era raro encontrarse con viajeros extranjeros en un pueblo del norte de la India, pronto entablamos una animada conversación. La afinidad que teníamos en espíritu y sus sencillas explicaciones de versículos bíblicos me llevaron a consagrar mi vida a Jesús,

Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 2

Corintios 5:17

Si fueras renovado por la gracia y te encontraras con tu viejo yo, no me cabe duda de que estarías muy ansioso por evitar su compañía. Charles H. Spurgeon

Un verdadero reavivamiento significa nada menos que una revolución, echar fuera el espíritu de mundanalidad y egoísmo, y hacer que Dios y Su amor se impongan en tu corazón y en tu vida.

lo que supuso un nuevo comienzo y una renovación para mi alma inquieta y sedienta.

Unos años más tarde decidí dedicarme a labores misioneras y encontré gran satisfacción sirviendo en poblaciones de escasos recursos de diversos países en desarrollo. Ese derrotero fue consecuencia directa de la bondad de personas desinteresadas y entregadas, como los misioneros que conocí en mi viaje a la India, que a la postre cambió mi vida.

A lo largo de más de 40 años de ayuda comunitaria, 30 de ellos laborando en Kenia, fui testigo de provisión inesperada de bienes en los momentos que más hacían falta, protección ante el peligro, así como el favor, la gracia y la fortaleza de Jesús en temporadas ahogo. Como misionera y madre de siete hijos, aprendí y sigo aprendiendo a confiar en la fuerza divina más que en la mía propia. Desde que conocí a Jesús soy más consciente de que cada tarea, reto, lucha y experiencia es un peldaño que me va amoldando en la persona que estoy destinada a ser.

Al mirar atrás y ver todo lo sucedido desde entonces, me doy cuenta de que la presencia de Dios estaba entretejida en el tapiz de mi vida desde el principio. A veces los hilos eran oscuros y pasaban inadvertidos, hasta el momento en que Su presencia pasó a primer plano y encontré mi razón de ser.

Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■

Practiquen la hospitalidad entre ustedes sin quejarse.  Cada uno ponga al servicio de los demás [según convenga] el don que haya recibido [talento espiritual, la habilidad con que lo haya agraciado Dios], administrando bien la gracia de Dios en sus diversas formas [aprovechando fielmente los distintos dones y aptitudes concedidos a los cristianos como favor inmerecido de Dios]. 1 Pedro 4:9,10 nvi amp

LA SANTA DEL RESTAURANTE

Josephine Kind

Apenas entras en el restaurante no puedes escapar de su cálida sonrisa. Aunque la conozco desde hace más de 20 años, su aspecto sigue siendo el mismo. Es bajita, discreta, siempre va de un lado a otro atendiendo las innumerables urgencias que enfrenta cada día un gran restaurante como el suyo. Da la impresión de que conoce a todo el mundo, pero lo más destacado es que siempre luce una sonrisa y ofrece una palabra de aliento. Cada vez que la visito me asombra.

Su vida está lejos de ser perfecta. Tuvo conflictos familiares y graves trastornos de salud. En un momento dado le vinieron unas migrañas tan fuertes que no podía mantenerse en pie. Los médicos le descubrieron un tumor bien grande en el cerebro y tuvieron que operarla. Tardó unos años en volver a la normalidad, pero no dejó de trabajar. A pesar de las molestias y el dolor, faltó muy pocos días.

Creo que mucha gente acude a su restaurante solo para llevarse una de sus sonrisas y una simple palabra de ánimo. No obstante, la vida de aquella mujer es mucho más fecunda.

A menudo ofrece comida a los necesitados.

Afortunadamente, cada vez más dueños de restaurantes han empezado a hacerlo y gran parte de la comida que de otro modo se desecharía, se sirve en albergues para indigentes.

Emplea a exdrogadictos y presidiarios. Se necesita una gran dosis de fe y confianza para dar una oportunidad a algunos de esos rudos personajes. Muchos se han conmovido y hasta se han redimido, pues recobrar la confianza de la gente es un regalo de incalculable valor.

Además, ofrece hospitalidad a madres solteras y a sus hijos. Para mí eso es el cristianismo en su máxima expresión: abrir tu vida y compartir con tus prójimos necesitados. Puede llegar a ser agotador, complicado y hasta un poco arriesgado. En algunas ocasiones su apoyo fue decisivo para salvar a alguien de una sobredosis. Me quedé de piedra cuando me enteré, y la primera pregunta que me vino a la cabeza fue: ¿Tendría yo tanto amor?

Para mí, es una santa moderna.

Josephine Kind ha participado activamente durante las últimas tres décadas en labores humanitarias en países del sur de Europa. ■

Reflexiones

NUNCA DEJES DE SEMBRAR

Nunca se sabe qué faceta de tu historia contribuirá a la sanación de otra persona. Jennifer Williamson

No podemos cambiar a las personas, pero sí podemos sembrar semillas que un día florezcan en ellas. Mary Davis

Sembrar una semilla y que se convierta en flor, entregar un poco de conocimiento y que se interiorice en el otro, sonreír a alguien y recibir una sonrisa a cambio, son para mí ejercicios espirituales continuos. Leo Buscaglia

De las cosas que hiciste en la vida nunca sabrás del todo cuáles dejaron atrás una semilla de la que brotó un roble. Michael Portillo

Puede parecer que un favor intrascendente o alguna ayuda compasiva que brindamos a alguien, al principio no conduce a nada, pero quizá entierre una semilla que ahora mismo no podemos ver. A veces no nos queda otra opción que hacer lo que esté dentro de nuestras posibilidades y confiar en un desenlace que no podemos proyectar ni decretar. Sharon Salzberg

No juzgues cada día por la cosecha que recoges, sino por las semillas que siembras. Robert Louis Stevenson

Sembrar semillas de fe perpetúa el crecimiento del reino de Dios, pues la gente se va haciendo seguidora de Jesús. Perpetúa estilos de vida que honran y obedecen a Dios. Perpetúa la bondad, la amabilidad y el amor en nuestros hogares, en nuestros barrios y en el mundo. [...] Por eso, cada vez que veas brotar una flor, que sea un dulce recordatorio del tremendo privilegio y responsabilidad que tenemos de sembrar semillas de fe en la vida de las personas que conocemos. ¿Por qué? Porque es de vital importancia. Y además es eterno. Roxanne Dru

Todos los santos días siembras semillas en el mundo y en los demás, con cada pensamiento que tienes, cada palabra que dices y cada acción que realizas. Ejerces influencia. Jennifer Williamson

No nos cansemos, pues, de hacer el bien porque a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos. Gálatas 6:9

Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida.  Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero; y así alumbra a todos los que están en la casa. Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos Mateo 5:14-16 ■

ASÍ TAMBIÉN YO ENVÍOLOS

Los he amado con amor eterno y los llamé a dar un ejemplo vivo de Mi amor a la gente con la que interactúan a lo largo del día. Como me ha enviado el Padre, así también yo los envío a ustedes al mundo que los rodea ( Juan 20:21). Mi Espíritu les dará un corazón compasivo con los pobres en espíritu y un deseo de ir al encuentro de los que tienen hambre y sed de verdad y de justicia (Mateo 5:3–6).

Desde el momento en que den un paso adelante para llevar las buenas nuevas a otros, representarán Mis manos que salen al encuentro de los necesitados. Serán Mis ojos que lloran por los que están cansados y afligidos. Encarnarán Mis pies que caminan una milla más para llevar Mi mensaje de amor, esperanza, salvación y perdón (Mateo 5:41).

Mis primeros discípulos eran hombres y mujeres comunes y corrientes como ustedes. Cuando regresé al Cielo envié el Espíritu Santo para guiarlos y encaminarlos y les encomendé la misión de ir por todo el mundo a proclamar el evangelio (Mateo 28:19,20). A medida que fueron cumpliendo Mi misión, Mi iglesia creció, y el mundo cambió para siempre.

A cada uno de Mis seguidores se le dio una misión y una vocación que consiste en dar testimonio y ejemplo vivo de Mi amor todos los días. Mis discípulos son la sal de la Tierra, y Yo los espolvoreo generosamente sobre los países de modo que hagan resaltar el sabor de Mi amor y Mi verdad y den a conocer Mi nombre a las naciones (Mateo 5:13).

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