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La escuela, según los resultados de G. VULLIAMY, se nos vuelve a mostrar como legitimadora de una definición de cultura coincidente con la que sostienen los grupos sociales con capacidad para hacer valer y difundir sin límites sus gustos. Esto explicaría por qué, en muchas ocasiones, cuando un determinado personaje público, sea político, banquero, etc., manifiesta su preferencia por algún estilo o compositor consigue que esas elecciones se revitalicen y que muchas personas se vean «obligadas» a coincidir en público con tales preferencias, pese a que estas selecciones no sean de su agrado o no puedan entenderlas. Pero también en esta investigación existe un olvido de las reacciones de los grupos de estudiantes que «pasan» de esta modalidad de enseñanza musical. Estudiantes que muy pronto caen en la cuenta de que ésa es una forma de hablar de la música, pero que hay otras más interesantes para ellos y ellas, e incluso más rentables social y económicamente hablando. Por los medios de comunicación y a través de su propio círculo de amistades les llegan noticias de que hay otros muchos estilos musicales; estilos que en un principio comienzan siendo de protesta y marginales, pero con los que pueden obtener más prestigio en el interior de sus grupos de pertenencia. Estos chicos y chicas saben también que existe la posibilidad de que sus opciones musicales lleguen a traspasar las fronteras de clase y a universalizarse; esto les ayuda a relativizar el discurso oficial y, muchas veces, a proseguir en el dominio y la búsqueda de nuevas formas musicales. No tenemos que ir muy atrás en la historia para observar cómo se despreciaba un estilo musical como el jazz, una música creada por los grupos más marginados de la población norteamericana y que los «entendidos» en música consideraban que no merecía ni ser considerada como tal, sino simplemente como una colección de ruidos y sonidos sin estilo ni calidad. En la actualidad los grandes santuarios de la música clásica acogen también los conciertos de los músicos de jazz. Lo mismo cabe decir de la música rock. Los libros de texto, en tanto que productos culturales, están escritos y producidos por particulares que a su vez son miembros de grupos sociales y de comunidades científicas que, por una parte, efectúan determinadas interpretaciones de la realidad y, por otra, efectúan selecciones de entre todo el gran volumen de conocimientos que la humanidad posee para ser transmitido a las nuevas generaciones. En este proceso de selección de lo que debe contener un libro de texto vimos que es frecuente que se produzcan cinco clases principales de operaciones de distorsión de esa realidad: 1. Supresiones. Estas se producen tanto al omitir como al negar la existencia de personajes, acontecimientos, objetos, etc., de la realidad, con el fin de ocultar su significado e importancia. 2. Adiciones. Consiste en inventar la existencia de sucesos o de características de acontecimientos, objetos o personas que no son tales. 3. Deformaciones. Suele ser una de las estrategias a las que más se recurre. Ahora se trataría de seleccionar y ordenar los datos de tal forma que se alteren los significados de los acontecimientos, elementos, objetos o personas sobre los que se proporciona información. Dentro de esta clase de operación de manipulación podemos diferenciar tres subcategorías: a. Deformaciones cuantitativas. O lo que es lo mismo, la exageración o minimización de los datos. 97


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