Edición 560 / JUNIO 2016
Separata
1
50 años
CURSO
PATRIA - UNIÓN - PROGRESO
ACORE
ISSN 0123-2894 Circulación nacional
55 años
Integrantes del curso reunidos durante la celebración de los 30 años de la graduación en junio de 1996. Para esa fecha aún se encontraban en servicio activo los Brigadieres Generales Mario F. Roa Cuervo y Gabriel F. Chemas Bernal y el Coronel Jaime Piñeros Rubio.
Bodas de oro
Curso de oficiales ‘Coronel José Cornelio Borda Sarmiento’ Por: Coronel (RA) Jaime Piñeros Rubio
El 30 de enero de 1963 ingresamos a la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova un grupo de 180 entusiastas estudiantes con apenas el cuarto año de bachillerato cursado. Hicimos parte para de la compañía Córdova bajo el mando del entonces Capitán Jaime Hernández López. Tres años y medio después, el primero de junio de 1966, sólo 53 de aquel grupo de cadetes recibíamos con orgullo el grado de subteniente, otorgado por el gobierno nacional en ceremonia militar realizada en el campo de paradas del alma mate de nuestro Ejército. Este contingente lo conformábamos jóvenes no mayores de 18 años, provenientes de diferentes regiones del país, quienes habíamos aceptado de manera espontánea el desafío personal de hacer propio el anhelado proyecto de seguir la carrera de las armas, surgido de las aspiraciones que en cada uno había despertado la todavía desconocida vocación militar.
Hace 50 años, aquella esperanza se insinuaba apenas como una lejana posibilidad de escalar con relativo éxito el primer peldaño en el camino de la profesión, señalado con la idea de portar con ostentación algún día el uniforme verde oliva, luciendo sobre las presillas la estrella de subtenientes del Ejército Nacional.
Todos sabíamos y así lo admitimos, que nuestras aspiraciones sólo cristalizarían una vez termináramos con éxito los estudios exigidos por el Ministerio de Educación dentro del pensum académico que regía para la Escuela Militar, por una parte, y la capacitación castrense contemplada dentro de los programas de instrucción y entrenamiento impuestos por aquel entonces, por la otra, condicionados estos dos aspectos a la manifestación del necesario espíritu militar que en nosotros pudiera fraguarse, con base en las experiencias de la vida de cuartel que pudiésemos obtener durante el tiempo de permanencia que nos esperaba en las aulas y campos de entrenamiento de aquellas formidables instalaciones.
Alternábamos el estudio que metódicamente se cumplía en los salones de clase desde las primeras horas de la mañana con la instrucción militar teórico-práctica desarrollada generalmente en las horas de la tarde. Los consabidos programas de la instrucción básica que incluían, entre otras materias, la de un intenso horario de orden cerrado durante el primer año, se entre tejían con algunas extenuantes jornadas de terreno que se programaban durante periódicos fines de semana como parte del llamado orden abierto en áreas retiradas de las instalaciones, fuera
de la ciudad habitualmente, en las frías laderas del municipio de La Calera sobre la vereda de Los Patios.
Los ejercicios de campaña se programaban bajo parámetros diferentes durante dos semanas y se desarrollaban cada seis meses, la mayor de las veces en los calurosos terrenos de la meseta de Chelenchele, dentro de los predios del Fuerte Militar de Tolemaida para entonces jurisdicción de la Décima Brigada. En otras contadas ocasiones, estos se cumplieron también en alguna región de los Llanos Orientales o del Magdalena Medio, y se caracterizaron porque en el planeamiento de su logística se incluía la participación de la totalidad del personal orgánico de la escuela. Por aquellos años, los primeros de la década del 60, la estructura orgánica solamente contemplaba tres compañías de cadetes, una de alféreces, y la compañía de Apoyo de Servicios para el Combate. Unos lustros después se fueron imponiendo los necesarios cambios requeridos para la vieja organización y además exigidos por la dinámica del crecimiento institucional, que dio pie a la creación de los primeros batallones de cadetes. Para 1964, el grupo inicialmente incorporado con la compañía Córdova se redujo a 65 cadetes, los que recibimos de manos del Director de la Escuela,
Brigadier General Guillermo Pinzón Caicedo, en noviembre de aquel año, el cartón que nos confirmó como bachilleres de la institución.
Dentro del esfuerzo que representó el logro de esta primera conquista académica, debemos destacar el valioso aporte y dedicación puestos en nuestra formación por el Capitán Hernández López, distinguido oficial del arma de Artillería y comandante de la unidad Fundamental desde enero de 1963, así como también la presencia de los oficiales que con acierto enrumbaron nuestros primeros pasos en el camino iniciado para la búsqueda de aquel particular objetivo profesional. El héroe de la Guerra de Corea, Teniente Nolasco Espinal Mejía desempeñó funciones como ejecutivo de la compañía durante dos años, mostrándose como un verdadero ejemplo de mística y superación al frente de los iniciados conscriptos. También, para esa primera etapa de formación, ejercieron como comandantes de pelotón los tenientes, Humberto González Rozo, Ramón Emilio Gil Bermúdez, Jaime Cuellar Zubieta, Ricardo Dalel Barón y Óscar Calderón Vanegas, todos ellos representantes como el que más de cada una de las cuatro armas de combate, por las que adelante tendríamos que decidirnos en sana
emulación para hacerlas parte indiscutible de nuestras aspiraciones a lo largo de la carrera.
La ruta seguida en ese naciente proceso alcanzó un valioso segundo escalón, cuando logramos materializar la más significativa nominación de soporte al propósito visualizado como una inminente realidad, al recibir, el 7 de diciembre de 1965 el sable que, como alféreces, nos ubicaba ad portas del paso final. Y el producto resultante de los esfuerzos emprendidos se reflejó al año siguiente, el primero de junio de 1966, en ceremonia presidida por el Presidente de la República, cuando 53 subtenientes desfilamos ante la Bandera de Guerra configurando curso de oficiales ‘Coronel José Cornelio Borda Sarmiento’.
Esta fecha acrisoló nuestra primera gran conquista, producto del fervor con que asumimos aquel reto emprendido el 30 de enero de 1963. Las alegrías y los sinsabores de los años de estudio militar quedaron atrás y se abrieron para el grupo de inexpertos subtenientes las puertas de un panorama profesional desconocido, que nos obligaba a reafirmar el compromiso de honor implícito en el juramento pronunciado un día como reclutas, porque a partir de allí la marcha del tiempo comenzó a marcar en cada uno el desafío a Bodas de oro / Sigue página 2