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CURSOS
Curso Bodas de Oro Teniente General Gustavo Rojas Pinilla
Hace 54 años
Mayor HERNÁN ARBELÁEZ ARBELÁEZ Curso Teniente General Gustavo Rojas Pinilla
E
l 20 de julio pasado se conmemoraron 54 años de haber egresado de la Escuela Militar de Cadetes, como subtenientes, los oficiales del Curso Bodas de Oro Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Ese 20 de julio de 1957, en el Campo de Paradas de La Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova, las bandas militares, ejecutaban los himnos y marchas que, como pregones ascendían al cielo, indicando que una nueva promoción de oficiales del Ejército, acababa de salir airosa para servir a su Patria: el curso Bodas de Oro Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Jóvenes llegados de todos los rincones del país, habían ingresado al Alma Mater del Ejército, atendiendo el llamado, que a través de sus espíritus juveniles, les había hecho la Patria algunos años atrás. Hace 54 años, el sol de julio era igual de brillante al de ahora; la brisa sabanera igual de fresca; el campo de paradas, igual de verde, y el arco de la entrada a la Escuela, igual de solemne y soberbio como el mascarón de proa de un buque insignia. Ese mes de julio era verano en Colombia y primavera en las almas de los nuevos oficiales. Hace 54 años, egresaban cerca de dos centenares de espíritus juveniles, llevando en el alma una carga inmensa de alegría, optimismo y fe; y en sus presillas la anhelada estrella dorada; tan deseada durante años. Por eso, en las noches de guardia, imitando a Galileo, a Copérnico y a Ptolomeo, le coqueteaban al cielo, y alargaban sus brazos para arrancarle al firmamento alguna estrella para lucirla orgullosos en sus uniformes.
Hace 54 años, los nuevos subtenientes, cuyos cuerpos, fueron forjados al calor de la dura disciplina espartana, y sus espíritus moldeados bajo las reglas de los más altos valores morales, aceptaban el reto que el destino les hacía, de ser guardianes de la soberanía de Colombia, y garantes de la paz de sus ciudadanos. Hace 54 años, aún se podía confiar en la palabra de las personas, en la lealtad de los amigos, en la honradez de los ciudadanos, y en la ética de los profesionales. Hace 54 años, era menor la temperatura en la tierra, pero mayor el calor en los espíritus. Se sentía más frío en los cuerpos, pero más ardor en los corazones. Hace 54 años se adoraba más a Dios que al dinero. La gente invertía más en valores espirituales, que en las bolsas de valores. Hace 54 años, nos guiaba el signo de la cruz, no el signo pesos. Pensábamos más en hacernos buenos profesionales, que hombres ricos. El dinero se utilizaba para comprar bienes de consumo o pagar servicios, pero no para comprar conciencias, ni virginidades. Hace 54 años, la amistad era sincera y el amor más puro. Hace 54 años, los colombianos podíamos viajar por el mundo sin el estigma que llevamos hoy. A Bogotá se le comparaba con Atenas, y a Colombia como una Universidad. Hace 54 años, se cantaban más bambucos que responsos, porque había menos viudas y menos huérfanos. Hace 54 años, el campesino y el obrero eran igual de pobres, a los de hoy, pero no odiaban a los que tenían más.
Hace 54 años, competíamos por ser mejores ciudadanos, hoy se compite para tener más dinero y lujos. Hace 54 años, en fin, mirábamos hacia delante, y hacíamos proyectos de vida; ahora, medio siglo después nos toca mirar hacia atrás, hacer balances y prepararnos para el inexorable destino al final de nuestras vidas. Hace 54 años, jamás nos imaginamos los grandes sufrimientos que nuestro país tendría que soportar en los años venideros, y el peligro que se cernía sobre él. Hace 54 años, muchos de nuestros compañeros jamás se imaginaron que iban entregar sus vidas combatiendo por Colombia, o en actos del servicio, y que sus carreras promisorias iban a ser interrumpidas por el brazo siniestro de Tánatos. Muchos, tampoco imaginaron, que en esta celebración irían a estar ausentes. Hoy, 54 años después de haber salido airosos, con paso triunfal a enfrentar el destino, no podemos menos de sentir nostalgia, al recorrer la vida con nuestra mente, como si estuviéramos leyendo el libro que fuimos escribiendo a lo largo de nuestra existencia. Hoy, 54 años después de haber iniciado nuestras carreras de oficiales,
desde la cumbre de los años, con más satisfacción que amargura, con más pesar que envidia, podemos dedicar muchos momentos para refugiarnos en el solemne templo del silencio, no solo a revivir recuerdos con nostalgia, sino a meditar con tristeza la suerte de nuestra Patria, a la que le dedicamos tantos años de nuestras vidas, y algunos hasta nuestra cuota de sangre, con la esperanza de verla, como dice nuestra cotidiana oración a ella: siempre grande, respetada y libre. Dentro de medio siglo, la promoción de oficiales egresados este año, estarán celebrando, al igual que hoy nosotros lo hicimos ya, sus 50 años; muy seguramente mirando hacia el pasado y viendo un mundo mejor que el que les tocará vivir. Entretanto, nosotros estaremos, convertidos en polvo de estrellas y disfrutando, en algún lugar de tantos universos, una vida mejor que las que no tocó vivir en esta tierra. Pero, a Dios gracias, ya no tendremos que esperar otros 54 años, como los que llevamos en esta violencia demencial, para que Colombia tenga la paz que se merece, y la puedan disfrutar nuestros hijos, nuestros nietos, y el resto de generaciones.