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Desafíos y Obstáculos en el Camino hacia la Reindustrialización

Desde los años noventa, cuando comenzó el periodo llamado de globalización, muchos países sufrieron un proceso de desindustrialización. Los países que ofrecían mano de obra barata, facilidades de inversión y moderna infraestructura, se convirtieron en un imán para la deslocalización de plantas de producción industrial. Esto afectó las economías industrializadas de Europa y a Estados Unidos y favoreció a las economías emergentes, como las asiáticas. 

El caso más representativo de esta tendencia está en la relación entre la República Popular China y Estados Unidos. En las últimas décadas, muchos empresarios estadounidenses invirtieron en China e instalaron allí sus fábricas, pues tenían el estímulo adicional de producir y vender en uno de los mercados de más rápido crecimiento como es el mercado asiático y en particular el chino.

El caso estadounidense no fue el único. Muchos países occidentales siguieron este ejemplo y fue uno de los factores que explica el enorme crecimiento de la economía china en los últimos lustros. Fenómenos similares se presentaron en países como Vietnam, pero también varios asiáticos.

El resultado con los años fue un proceso de desindustrialización de una parte de la economía occidental y en particular la estadounidense. Esto explica la política de los últimos gobiernos de ese país en el sentido de reindustrializar la potencia del norte, estimular la protección y declarar una guerra comercial a China.

En el caso de países en desarrollo como Colombia, la desindustrialización tuvo otras características. En algún momento la inversión extranjera promovió la creación de maquilas, o sea plantas de ensamblaje que usaban materias y productos importados para ensamblar productos finales. Entre los casos más representativos está el del sector de confecciones, como los jeans, en zonas de Antioquia y Risaralda, que básicamente era una producción para la exportación localizada en sitios puntuales.

Sin embargo, la tendencia predominante desde el lanzamiento de la apertura económica a comienzos de los noventa, fue la desindustrialización producto de la afluencia de mercancías importadas y del abandono de la política industrial que, aunque limitada, fue determinante para la consolidación de diversas actividades manufactureras en las décadas anteriores, especialmente desde los años cincuenta.

La desindustrialización, que se extendió por toda América Latina, se vio reforzada por el tratado de libre comercio con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial. En el caso de Colombia la industria pasó de representar en la década del sesenta, en 23% del Producto Interno Bruto, a representar un 12% entre 2020 y 2022.

En el caso de México la caída fue un poco menor, pero en esos mismos años la industria pasó del 22% al 18% esto debido a que muchas empresas estadounidenses se instalaron allí para aprovechar la cercanía y la mano de obra barata.

En Estados Unidos la industria en relación al PIB pasó del 25% en los sesenta al 12% entre 2020 y 2022, explicado en buena medida por la deslocalización industrial dentro del marco de la globalización.

La crisis de 2008 y los enfrentamientos geopolíticos globales marcaron el comienzo de un proceso de replanteamiento de esta situación. En los últimos años, en Estados Unidos y muchos países de América Latina se ha hablado insistentemente de la necesidad de una reindustrialización.

El enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China ha llevado a que las estrategias comerciales tengan en cuenta lo que se ha denominado como “nearshoring”. Esto es fortalecer el comercio y las cadenas productivas con países cercanos. En el caso de México, ha llevado a que empresas estadounidenses con inversiones en China, trasladen algunas de sus plantas a ese país y en cierta medida se puede hablar de la posibilidad de una nueva relocalización de esas inversiones en América Latina.

En el caso de Colombia la desindustrialización se ha visto agravada por el denominado costo país. La deficiente infraestructura, los altos impuestos a las empresas, las tarifas de energía, los trámites engorrosos y el tono antiempresarial del gobierno de Gustavo Petro, ha llevado a que importantes dirigentes gremiales señalen que un factor que debilita la inversión es la desconfianza y la incertidumbre sobre las medidas gubernamentales.

En este sentido, las políticas de reindustrialización del gobierno, aun cuando han sido vistas con optimismo por sectores empresariales, dejan muchos interrogantes y es necesario esperar  su concreción.

Entre los interrogantes, está la confusión sobre los Tratados de Libre Comercio, especialmente el suscrito con Estados Unidos, sobre cuya revisión, renegociación o aprovechamiento hay mensajes contradictorios. Por otra parte, el énfasis sobre una reindustrialización verde puede convertirse en una carga adicional para el tejido empresarial existente, más cuando se plantea una reindustrialización sin petróleo ni carbón, pues se puede limitar al fomento de ciertos sectores muy específicos.

El énfasis gubernamental se concentra en productos agrícolas como el maíz y en el terreno de apoyos financieros a la llamada “economía popular”, pero en lo referente a la pequeña, mediana e incluso gran empresa, no aparece claro el panorama.

No aparece como muy realista en lo inmediato el traslado de factorías estadounidenses ubicadas en China al país, ni una promoción de la capacidad de compra de la población agobiada por la inflación propiciada por los anunciados incrementos en el precio de los combustibles.

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