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ANTTI TUURI

Ladogin romplo a reír, levantó su vaso, inclinó la cabeza hacia mí, y bebió. Yo también bebí un poco de mi vaso. - y ahora, como las cosas aquí van mal, nos envía cada rato sus peones para que le echemos una mano, ahora que ha hecho una chapuza de sus negocios. -Sin embargo, es un capitalista bastante simpático -<lijo Malmberg. Yo le hablé a Ladogin, en alemán, de mi padre, que había fundado la empresa, y de cómo en los sesenta la había desarrollado hasta el presente nivel, y le hablé de mi hijo, del que yo esperaba que se hiciese cargo de los negocios cuando yo me retirara. Ladogin dijo ahora que no entendía el alemán. Lo expliqué en finés, y la intérprete lo tradujo a l ruso. Ladogin no hizo ningún comentario. Se levantó, se tambaleó, empezó a caerse hacia un lado y, agarrándose a los respaldos de las sillas, derribando algunas, dio unos pasos. La intérprete se levantó para ayudarle, le sacó del comedor, y al poco tiempo volvió sola, se sentó en su silla y bebió un sorbo de su vaso de zumo de frutas . No dijo nada. Al cabo de un rato el presidente del consejo mun.icipal preguntó: -¿A dónde ha jdo el director? -Bueno -dijó la intérprete-, el señor Ladogin volverá pronto. y así lo hizo, sentándose de nuevo a la mesa. Dijo que estaba cansado de este comedor y que deseaba ir a otro restaurante, y exigió que el presidente del consejo municipal le acompañara puesto que ambos eran de la misma edad y había experimentado muchas cosas en su vida, mi,entras que todos los demás éramos jóvenes e inexpertos. -Oiga, ¿y si f uéramos al Hotel Municipal? -<li jo precipitadamente el presidente. Declaró que en todos los demás restaurantes tendríamos que explicar quién era Ladogin y por qué pretendíamos que una persona tan bebida entrara en un restaurante, pero que en el Hotel Municipal estaban acost umbrados a invitados, tanto extranjeros como nacionales, ya que la municipalidad tenía que echarles de beber. El presidente hizo una llamada telefónica, y yo pagué la cuenta. Ladogin observó cómo saldaba la cuenta y señaló que mi empresa no iría demasiado mal cuando yo todavía tenia recursos para tirar tarjetas de crédito sobre la mesa. Había empezado a hablar a lemán de nuevo. Yo dije que una tarjeta de crédito era simplemente un medio de aplazar los pagos, que un período de facturación de un mes era una ventaja importante para una empresa que vivía al día. Ladogin me miró solemnemente al principio y luego rompió a reír. Declaró que yo le gustaba porque tenía sentido del humor. Yo dije que, de lo contrario, ni siquiera <el mismo. demonio tendría nada que hacer en el comercio de trapos. Salimos al vestíbulo y recogimos nuestros abrigos de manos del portero. El presidente del consejo municipal se acercó a mí para murmurarme que e l Hotel Municipal nos había reservado una habitación privada detrás del comedor del segundo piso; nadie nos molestaría allí, pero había que pasar por la zona de los comedores. Yo dije que a esa hora no habría nadie allí, cosa q ue también deseaba el presidente del consejo municipal. El portero pidió un taxi por teléfono. Logramos meter a Ladogin, a la intérprete y al presidente en el coche de éste. Le dije al taxista que diera una vuelta bastante grande con objeto de dejarnos en el Hotel Municipal después de que los otro hubieran llegado al comedor privado. Malmberg empezó a contarnos en el taxi tal o cual historia sobre Ladogin en Moscú, pero DO puse


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