Osy, la nutria

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ra un raro y perfecto día alaskeño, el aire estaba en calma y la superficie del lago resplandecía como un espejo. Pero Osy, un bebé de nutria de río, difícilmente lo notó: se encontraba en una misión. Sigue de cerca a Osy en sus aventuras acuáticas mientras se encuentra con el río agitado y desbordado, lucha con un águila hambrienta y se hace amigo de un castor llamado Sage; y, al mismo tiempo, aprende a sobrevivir en la naturaleza alaskeña. Ken Crawford se crió en una familia de naturalistas, donde cultivó su profundo amor y fascinación por los lugares vírgenes y los animales que viven allí. Él y su esposa, Colleen, comenzaron su ministerio en Alaska como misioneros entre los esquimales, y se enamoraron del Ártico y de los amables esquimales.

OSY la nutria

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Kenneth C. Crawford

Alaska

Kenneth C. Crawford




Kenneth C. Crawford

ASOCIACIÓN CASA EDITORA SUDAMERICANA Av. San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste Buenos Aires, República Argentina


El sonido de la soledad, una dedicatoria

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i mal no recuerdo, era la primera hora de una gloriosa mañana de domingo estival, y yo tenía diez años. Mi padre estaba en la cocina de leña preparando panqueques de trigo negro, de una receta de muchas generaciones de antigüedad; de fondo, un coro entonaba himnos en la radio. Yo estaba parado al lado de mi papá, haciéndome un sándwich de manteca de maní y miel, como parte de mi preparación para un día de andar solo por el bosque. Vivíamos en un pequeño pueblo al borde de un gran lago rodeado de tierra virgen, y mi padre les había enseñado a sus hijos que el bosque no entrañaba ningún temor, solo expectativa. –Ahora recuerda, hijo –me dijo con su acostumbrada tranquilidad–, tienes el lago del lado sur, el arroyito Newcastle al este, las viejas vías del ferrocarril al oeste, y nuestra casa está al sur. A veces, tal vez te sientas perdido, pero estarás bien mientras te mantengas dentro de esos límites. El bosque es tuyo, te lo dio nuestro Creador; ve y disfrútalo. Estaré ansioso por saber lo que aprendiste hoy. Dedico este libro a ese recuerdo de mi padre, porque simboliza las generaciones anteriores a mí, que también disfrutaban de la naturaleza. Verdaderamente, es la segunda carta de amor de parte de Dios. 5


Índice

Prólogo Capítulo uno ¡Bebés recién nacidos! .................................13 Capítulo dos Solo en el paraíso ................................................19 Capítulo tres Ni un solo pescado .............................................25 Capítulo cuatro Arrastrado por la corriente...............29


Capítulo cinco Problema doble .....................................................33 Capítulo seis Travesuras subacuáticas ...........................39 Capítulo siete El malhumorado alce entre las provisiones .......................................................45 Capítulo ocho Salvado por los pelos ......................................51 Capítulo nueve ¡Al fin en casa! .......................................................57



Prólogo

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l breve verano alaskeño había pasado, y el olor penetrante del otoño se sentía en el aire. Los majestuosos alerces, en los valles inferiores se habían vuelto de un dorado brillante; un llamativo contraste con el rojo intenso de las praderas alpinas superiores. En las laderas inferiores, junto a un lago trémulo, los álamos majestuosos retiraban la savia hacia sus raíces, en preparación para un largo y frío invierno. Esta parte del interior de Alaska es un vasto territorio virgen, donde la presencia del hombre es tan rara que pasan las estaciones, y los animales viven y mueren por generaciones sin presenciar ninguna huella humana ni el sonido de un hacha. En lo alto de un acantilado un águila adulto se encaramaba cerca de su nido vacío. Hacía poco, un polluelo había salido del cascarón de un huevo, en este nido. El águila miraba hacia su compañera, que surcaba las corrientes de aire por encima. Pronto partirían en un largo viaje hacia la costa sudeste, y la cría debía practicar sus habilidades de vuelo para fortalecer sus alas. Pero el macho descansaba, contemplando la tierra hacia abajo como un rey en su trono. Debajo del nuevo límite de las nieves perpetuas, las interminables laderas se habían vuelto carmesí, por las hojas y los frutos de los elevados arbustos de arándanos. Al girar su cabeza regia, divisó el 9


movimiento ondulante de un pelaje castaño, a la distancia. Osos pardos gigantes vagaban por las laderas, despojando de sus frutos a los arbustos de zarzamoras. En la base de la montaña, una enorme columna de vapor subía del lago Kurupa, un remoto y estrecho espejo de agua de unos 16 kilómetros de largo y 1,5 kilómetros de ancho. El aire estaba más frío que el agua, de modo que los lagos y los arroyos continuarían evaporándose hasta congelarse. El agua del lago era cristalina, salvo por un leve tinte verde en la zona alta, donde un arroyo ancho desembocaba en el lago, alimentado por un inmenso glaciar en la distancia. La orilla norte del lago Kurupa descendía suavemente hasta las amplias playas de gravilla, donde los animales iban a beber. Pero, del otro lado, una enorme muralla vertical escalaba la imponente Cadena Montañosa Brooks donde las águilas tenían su nido. La mayoría de estas pendientes del sur estaban despojadas de árboles por las avalanchas primaverales que bajaban deprisa por sus frentes cada año. En el extremo oeste, el lago desembocaba en un río ancho y lento. Una gran laguna cerca del lago también desembocaba en el río; una familia de castores había fabricado la laguna construyendo un enorme dique a lo ancho de un arroyito cerca del lago. En ese día en especial, los agudos ojos del águila también captaron las consecuencias de una avalancha reciente de barro y rocas. Rocas tremendas, algunas más grandes que una casa, yacían en montones formados al azar a lo largo de la costa sur del lago, como si una mano invisible las hubiese arrojado allí. Grandes masas de árboles arrancados de raíz estaban tendidos en el agua, desgarrados a lo largo de la 10


montaña por el movimiento repentino de la tierra mojada. Y más allá de la maraña de rocas y árboles caídos desparramados por el borde de la playa, el águila espiaba una pequeña criatura que nadaba sola en las aguas claras del lago.

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¡Bebés recién nacidos!

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arios meses antes, al final de la primavera, Kayla, una nutria de río estadounidense, había dejado a su compañero, Karga, y descubrió un gran túnel subacuático debajo de un banco de arena que sobresalía en la laguna de los castores. Mientras grandes bandadas de gansos y cisnes salvajes llegaban a la laguna y chapoteaban, Kayla trabajaba enérgicamente, afanada por ampliar el antiguo túnel, para sus necesidades. Formó una curva ascendente en la entrada, y luego cavó la madriguera en sí por encima del nivel del agua, justo debajo de la superficie de la tierra. Iba y venía por el túnel, llevando barro y materiales mientras trabajaba. Una vez que la madriguera estuvo terminada, recogió pasto y hojas suaves a lo largo de la orilla, y las extendió en el piso de la madriguera. Con el tiempo se secarán un poco, formando una cama suave y perfumando el aire con el olor a moho del pasto en descomposición. Kayla estaba preñada, y como madre primeriza estaba preocupada por su madriguera. Cuando la terminó a su gusto, se acurrucó en la cama a esperar el momento del nacimiento. A veces, se despertaba con el sonido de los ratones que correteaban por sus túneles, quitándole pequeños pedacitos de pasto de su cama, y luego regresaban a construir sus propios nidos. Durante la noche 13


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hubo un gimoteo diferente, y Kayla giró la cabeza para lamer a los dos cachorros de nutria recién nacidos que estaban junto a ella. Las nutrias bebés se llaman crías o cachorros, y son indefensas al nacer. Osy fue el primogénito, y midió 12,5 centímetros desde la punta del hocico negro hasta el arranque de la cola. Como primogénito, se lo llama perro cachorro. Su pelaje era gris, y suave como la seda, muy parecido a un “diente de león”. Todos los cachorros de nutria nacen ciegos y sin dientes, y gimen como un bebito cuando tienen hambre. Tig fue el segundo en nacer; era más pequeño, pero igual de hambriento. Kayla se pasaba la mayor parte del tiempo acurrucada alrededor de sus nuevas crías, a fin de que pudieran hocicar en su suave pelaje para encontrar su fuente de leche y así mantener el calor. De tanto en tanto, cuando Osy y Tig estaban llenos de leche y dormían contentos, Kayla se iba sigilosamente para encontrar alimento para ella. Era una experta cazadora, y podía atrapar las truchas barrigonas de la laguna. La mayor parte del tiempo llevaba su comida hasta la orilla, lejos de la entrada de su madriguera, y luego la devoraba rápidamente mientras permanecía parcialmente en la laguna. Siempre estaba atenta a cualquier sonido de peligro para sus pequeñuelos. Entonces, con su pancita llena y con su reabastecimiento de leche, regresaba nadando al túnel subterráneo y subía a la acogedora madriguera a estar con sus crías. Osy y Tig tenían alrededor de un mes cuando sus ojos celestes finalmente se despegaron y pudieron espiar a su mamá y el nuevo mundo. A los dos meses, los cachorros estaban listos para dejar la madriguera; pero, como todas 14


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las crías de nutria, tenían miedo de meterse en el agua. Después de tratar sin éxito de persuadirlos a entrar en el agua, Kayla finalmente cavó un hoyo hacia arriba a través del techo de la madriguera y subió a sus bebés hasta tierra firme. Lo había planificado bien, y cuando sacó a Osy y a Tig fuera de la madriguera, había un gran espacio cubierto de pasto donde ellos podían jugar seguros. Cuando en el bosque se encuentra un lugar espacioso como este, casi seguro que hay una madriguera de nutrias cerca. Los bebés de nutrias crecen con rapidez, y les encanta explorar el espacio fuera de la madriguera. Al poco tiempo, cuando Osy y Tig eran bastante grandes para corretear por el pasto, apareció otra nutria adulta. Era su padre, Karga. Se había ausentado durante el nacimiento y mientras las crías eran muy pequeñas, pero había regresado para ayudar a criar a las dos nutrias jóvenes. Al principio le tenían miedo, pero rápidamente se ganó su confianza jugando con ellos frente a la madriguera. Les charlaba y los perseguía, se dejaba atrapar y jugaban a la lucha. Pronto, ambos cachorros lo seguían a todas partes. A medida que los cachorros maduraban, los llevaba a explorar a lo largo de la orilla de la laguna, y hasta se aventuraban entre la maleza. Nunca se quedaba con ellos en la madriguera, sino que se quedaba a dormir solo, en algún lugar junto al lago. Cuando Osy y Tig fueron llevados por primera vez hasta la orilla de la laguna, no les gustaba el agua; ni siquiera los peces ni las otras cosas que Kayla y Karga les traían para comer. Solo les gustaba presionar con sus patas el estómago suave y tibio de su mamá y tomar la rica leche calentita que les daba. Pero Kayla era paciente, y cada 15


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día traía algo interesante para los cachorros, un pedazo de pescado medio masticado o las sobras de un sapo, y con el tiempo adquirieron el gusto por los deliciosos bocados. Pronto los hermanos se peleaban en broma, y destrozaban los pedazos y se perseguían jugando al “no te acerques” con los pedacitos de carne. Antes de no mucho, llegaron a amar el olor del pescado o de cualquier otra criatura pequeña de la laguna. Pero, todavía tenían miedo al agua, así que Kayla y Karga hacían que lentamente los cachorros de nutria se acostumbraran a la sensación de frío. Cada uno de los padres permitía que un cachorro se subiera sobre su lomo, y luego lo llevaba a nadar por la laguna. Cuando el cachorro se sentía cómodo montado sobre el lomo de su progenitor, el adulto salía de debajo del cachorro. Al comienzo, los cachorros de nutria batían el agua frenéticamente para mantenerse a flote, y la mamá o el papá volvían a ponerse debajo, para sostenerlos y hacerlos sentir seguros. Las nutrias son padres dedicados, que pacientemente les enseñan a sus crías a nadar y a cazar para conseguir alimento. Pronto Osy y Tig flotaban libremente, y aprendieron a chapotear por sí solos. Cuando pasaron los meses de verano, los cachorros se convirtieron en exitosos nadadores, y ahora les encantaba estar en el agua más que jugar en tierra firme. Los cachorros a menudo jugaban cerca de la guarida, sobre una roca próxima a la laguna, y su actividad preferida era empujarse uno al otro al agua profunda. Cuando Osy y Tig tenían tres meses, pesaban unos tres kilos. Una nutria adulta, en promedio, pesa entre 16


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siete y once kilos. Es posible que en otros cinco o seis meses las jóvenes nutrias se cuiden solas, pero las familias de nutrias, por lo general, permanecen juntas hasta el nacimiento de una nueva camada, al año siguiente. Las nutrias jóvenes, generalmente, dejan el hogar cuando tienen entre doce y trece meses. A medida que pasaba el verano, Kayla y Karga sacaban a pasear a los cachorros cada vez más lejos de su casa. A fines de agosto, casi cinco meses después del nacimiento de los cachorros, Karga dejó a la familia para ponerse a buscar un lugar donde pasar el invierno. Kayla decidió llevar a los cachorros en una excursión exploradora por el lago: fue el primer viaje importante de los cachorros lejos de la laguna donde nacieron. Era una caminata sin prisa, aunque emocionante para los tres: exploraban arroyos, atrapaban truchas y jugaban en gigantes avalanchas de lodo, en un campo de juegos extenso y silvestre. Sin embargo, el viaje tenía un propósito, puesto que Kyla quería enseñar a Osy y a Tig a pescar y a cuidarse solos. Una cálida noche de verano, una brisa fuerte encrespaba las olas en la costa sur del lago. Osy y Tig jugaban en el agua junto a una gran pila de rocas, luchando y persiguiéndose entre sí mientras Kayla los observaba desde una roca en la orilla. Los tres habían acabado con una comida de pescado que ella había atrapado, y los cachorros jugaban despreocupadamente. Como pensaba que Tig lo perseguía, Osy se zambulló de cabeza en las aguas profundas lejos de la orilla rocosa, nadando cada vez más profundo en el agua. De repente su mundo explotó. Unas enormes olas subacuáticas hundieron a la pequeña nutria en las frías y oscuras profundidades del lago. Osy 17


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luchaba para nadar hasta la superficie, mientras una ola tras otra lo empujaba despiadadamente hacia el centro del lago; todo su mundo había cambiado. Fuertes lluvias habían caído durante varios días, ablandando el terreno del lado de la montaña. El viento había iniciado una enorme avalancha de lodo y rocas, y las rocas enormes se desprendían y se desplomaban por la montaña, estrellándose contra el lugar donde Osy había estado con su familia. Aunque chapoteaba en la superficie, grandes olas de agua barrosa corrían por el lago, arañándolo mientras se alejaba de la montaña y del peligro que allí había. Nadó hasta que quedó exhausto; y entonces descansó, confundido y desamparado, en la superficie picada del agua. Llamó a su mamá y a su hermano, pero no hubo respuesta. Estaba perdido... y solo.

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