EDICIÓN Nº 4 Diciembre 2018
NOTAS ESTIVALES PARA UNA APROXIMACION A LA CREACIÓN POÉTICA
Para D. C. ¡Torres de Dios! ¡Poetas Pararrayos celestes… Rompeolas de las eternidades! Rubén Darío.
Habiéndome yo dedicado durante muchos años a la tarea de la composición (o compostura) de esa extraña y compleja categoría de textos (es decir: objetos, artilugios, artefactos de carácter verbal) a los que de manera tan convencional como generalizada y cómoda) denominamos en la actualidad “poemas”, o “poesías”, (a saber, enunciados de carácter “lírico”, adjetivo este que nos llevaría a nuevos laberintos conceptuales donde extraviarnos) y habiendo demostrado esta dedicación “continua y virtuosa” a través de numerosas publicaciones, no sin cierta justificación puedo reclamar el título de “poeta”, con el que de igual manera convencional y cómoda denominamos a aquellos que se dedican a tan compleja y extraña dedicación, a la “praxis poética: al “poetizar”, pues los poetas “poetizan” como los pintores pintan, y este verbo tan útil no es de ningún modo ni convencional ni generalizado, pero sí esclarecedor, y merecedor de una profundización en su sentido, y en una extensión de su uso. Insisto en esta indiscutible condición personal de “poeta” al comienzo de las breves reflexiones que seguirán, para cimentar en la primera la legitimidad de las segundas, es decir, reclamo el derecho a mis lucubraciones a un personal “conocimiento de causa” del específico proceso de “creación poética”, y reivindico la “vuelta al autor”, como eje en todo al que pivota todo el amplísimo fenómeno poético, que abarca desde la primera chispa o vislumbre, desde la primera ráfaga de inspiración, en que se comienza a barruntar el paso del no ser al ser del poema hasta el efecto de impacto, de sacudida que la recepción de ese texto ya ocasionalmente acabado, pueda producir en el lector (denominaremos también de esta forma por convención y comodidad a dicho receptor empírico, que no “destinario” teórico) no sólo en el acto puntual de la recepción (ya sea a través de la lectura o de
ECO Y LATIDO 4
Página 98