Microbiomas vegetales: los aliados invisibles del agro
GANADERÍA
¿Y si la carne no era la culpable?
SD - SOCIA DESTACADA
Todo empezó con una entrada al Congreso
MAÍZ Y SORGO
La fórmula para ajustar densidad y Nitrógeno en maíz
ARC: la certificación que le pone números a la regeneración
EDITORIAL
El sorgo, un guerrero todoterreno
El sorgo granífero (Sorghum bicolor) se ha consolidado como una de las principales alternativas agrícolas en el sudeste de Córdoba, gracias a su adaptabilidad, resistencia a condiciones adversas y alto valor nutritivo.
Si bien es un cultivo más adaptado a zonas de menor productividad, la persistencia de condiciones secas en las últimas campañas le brindó al productor de la zona núcleo una opción válida. Esto ocurrió frente a cultivos extensivos más comunes, como la soja, el maíz o el doble cultivo de trigo/soja 2º o trigo/maíz 2º, que venían mostrando rendimientos erráticos y márgenes negativos.
Hay que cambiar el “chip”
Quizás el desafío más importante para introducir el cultivo en esta zona de alta productividad sea adaptar su manejo dentro de un esquema de siembra directa, de manera que se aproveche el potencial de estos suelos para maximizar el rendimiento. Muchas veces se comete el error de pensar que el sorgo es un cultivo marginal. Sin embargo, bien manejado y con tecnología adecuada, puede alcanzar muy buenos rendimientos y brindar rentabilidad en lotes donde otros cultivos no lo logran.
El sorgo produce el doble de volumen de raíces que el maíz y tolera mejor tanto la salinidad como el estrés termo-hídrico. Esto no significa que sea infalible, pero sí que es un “guerrero todoterreno” que nos ofrece una opción de estabilidad en ciertos ambientes.
También contribuyó mucho el progreso genético, con tecnologías como “Igrowth” (que le otorga tolerancia a herbicidas de la familia de las imidazolinonas) o “Aphix”, que brinda mayor resistencia al pulgón amarillo (Melanaphis sacchari).
Esto implica, por ejemplo, planificar una fertilización adecuada, como lo hacemos con maíz o trigo: calcular los kilos de nutrientes necesarios para alcanzar un tonelaje objetivo. También es clave considerar una fertilización balanceada al arranque. Hay que tener en cuenta que el sorgo tiene una semilla muy pequeña y que la fecha de siembra ideal en nuestra zona es mediados de octubre, cuando la temperatura del suelo todavía puede ser baja, especialmente en suelos con alta cobertura.
Aunque el sorgo se adapta bien a distintas densidades de siembra -según el ciclo del híbrido, la fecha de siembra y el ambiente-, un buen establecimiento y un arranque vigoroso son claves para lograr un buen número de panojas por unidad de superficie, principal componente del rendimiento.
Si aplicamos una estrategia de fertilización inteligente, como lo haríamos con cualquier otro cultivo de verano, sumamos una adecuada elección del híbrido, densidad y fecha de siem-
¿Y
hay mercado para el sorgo?
Hoy la respuesta es sí. China, principal importador mundial, está muy participativo en el mercado internacional, comprando principalmente en Estados Unidos, Australia y Argentina. A esto se suma que el Senasa está trabajando en un nuevo estándar de comercialización, que ajusta los límites de grano partido e impurezas e incorpora el peso hectolítrico para cumplir con los requerimientos del mercado chino.
El año pasado, ante los estragos que causó la chicharrita en el maíz durante la campaña 2023/2024, la superficie sembrada con sorgo se estimó en 1,3 millones de hectáreas. Esto representó un incremento del 30% respecto de campañas anteriores, cuando la base rondaba entre 800.000 y 900.000 hectáreas.
No hace mucho, el sorgo llegó a cotizar entre 200 y 210 dólares por tonelada. Hoy ronda los
bra, y un correcto manejo de malezas, aprovechando las tecnologías disponibles, tranquilamente podemos alcanzar rendimientos por encima de las 7 tn/ha.
Pensando en la irrupción del cultivo en zonas de mayor productividad, quizás falten aún más alternativas dentro del porfolio de híbridos disponibles. Hay mucho por trabajar en planteos de sorgo para exportación, donde la calidad del grano cosechado es un factor fundamental.
USD 180, pero con un costo de producción mucho menor al del maíz. Sumado a su gran adaptabilidad a diferentes ambientes, todo indica que podría mantenerse o incluso aumentar su superficie en la campaña 2025/26.
El sorgo llegó para quedarse y ocupar espacios que antes no tenía, como una alternativa de estabilidad y producción en campos productivos, especialmente en años en los que las condiciones climáticas amenazan con jugarnos una mala pasada.
Microbiomas vegetales: los aliados invisibles del agro
Los microorganismos benéficos se consolidan como aliados claves frente al cambio climático y la degradación de los suelos. Entender cómo se forman e interactúan estas comunidades invisibles con las plantas permite desarrollar inoculantes más efectivos.
Por Dr. Hugo Permingeat
Comité de Prospectiva Tecnológica de Aapresid
Las plantas interactúan con una amplia gama de microorganismos en sus distintos órganos: raíces, tallos, hojas, frutos y semillas. Ese conjunto, conocido como microbioma vegetal, ha coevolucionado con sus hospedantes formando una unidad biológica integrada llamada "holobionte", que reúne a la planta y su microbioma. Estas comunidades microbiomas contribuyen a la adquisición de nutrientes, estimulan el crecimiento, mejoran la resistencia a enfermedades y favorecen la adaptación al estrés ambiental.
Aunque su importancia es cada vez más reconocida, todavía es un desafío aprovechar todo el potencial de los microbiomas vegetales para fortalecer la resiliencia de los cultivos frente al cambio climático y otras situaciones de estrés. Para avanzar en esa dirección, hay que entender a fondo cómo se ensamblan estas comunidades microbianas y cómo interactúan con las plantas y el ambiente en distintos escenarios. Este conocimiento abre la puerta al desarrollo de nuevos bioinoculantes para una agricultura más sostenible.
Microbioma vegetal y cambio climático
Un artículo reciente de Zeng Q y col. (2025) ofrece una mirada actualizada sobre los procesos de ensamblaje de los microbiomas vegetales y sus factores determinantes, en el contexto del cambio climático. Los autores analizan cómo el dióxido de carbono (eCO2), el calentamiento, los patrones de precipitación y la sequía afectan al microbioma vegetal, y cómo estos factores influyen en la adaptación de las plantas. Esta perspectiva puede servir de base para diseñar estrategias que mejoren la resiliencia de los cultivos.
El ensamblaje del microbioma vegetal es un proceso ecológico que ocurre en etapas sucesivas, fuertemente influenciado por la planta hospedante. Factores como el tipo de tejido vegetal (rizosfera, rizoplano, endosfera, etc.), la especie, el genotipo y el estadio de desarrollo de la planta determinan qué microorganismos son reclutados y cómo se organiza esa comunidad microbiana.
Los compartimentos de la planta generan ambientes muy distintos entre sí, con propiedades físicas, químicas e inmunológicas que imponen filtros selectivos sobre los microorganismos. Esta selección se intensifica desde el suelo hacia el interior de la planta, siendo máxima en la endosfera, donde el sistema inmunológico actúa con mayor fuerza.
"El microbioma puede considerarse una “extensión funcional del sistema inmunitario de la planta”, gracias a su capacidad para fortalecer las defensa del hospedante."
El desarrollo de la planta también influye en la composición del microbioma: por ejemplo, en arroz y maíz se observa una comunidad microbiana más dinámica en las etapas iniciales y una mayor estabilización posterior. Además, las funciones de los microorganismos cambian a lo largo del ciclo: en maíz, las bacterias se asocian más con la nutrición en fases tempranas, mientras que los hongos intervienen más en procesos de descomposición en etapas maduras.
Mientras que los microbiomas internos (endófitos) están más influenciados por el hospedante, los microorganismos de la rizosfera y la superficie foliar también responden a factores ambientales como el tipo de suelo, el manejo agrícola, la temperatura y el CO₂ atmosférico. En estos casos, los exudados de raíces y hojas juegan un papel importante en la configuración de las comunidades.
Finalmente, se reconoce que el cambio climático puede alterar el microbioma vegetal al afectar la fisiología y el metabolismo de las plantas. A corto plazo, los microbiomas pueden ayudar a los cultivos a adaptarse a condiciones cambiantes; a largo plazo, la coevolución planta-microbioma podría dar lugar a nuevas dinámicas ecosistémicas. Comprender estos procesos será clave para anticipar y gestionar los impactos del cambio climático en la agricultura y los ecosistemas naturales (Zeng Q y col., 2025).
Microbioma vegetal y cultivos resistentes a enfermedades
Otro enfoque sobre el rol del microbioma vegetal es el que plantean Du y col. (2025), centrado en la resistencia de los cultivos a enfermedades. Allí analizan cómo las plantas reclutan activamente microbios benéficos y cómo estos confieren resistencia frente a patógenos. También estudian cómo las prácticas agrícolas actuales influyen sobre los microbiomas y, en consecuencia, en la resistencia de las plantas. Finalmente, proponen que la investigación futura se centre en estudios mecanísticos que conecten directamente las prácticas agrícolas con la dinámica del microbioma vegetal. Así, se abre un gran potencial para aplicar bioinoculantes de nueva generación y manejar el microbioma en el campo como estrategia de control de enfermedades.
Tradicionalmente, los estudios sobre inmunidad vegetal se han enfocado en el sistema inmunológico innato, que permite a las plantas reconocer patógenos mediante receptores (PRRs) y proteínas de resistencia intracelulares (NLRs), activando defensas como la producción de especies reactivas de oxígeno (ROS), señales hormonales (como ácido salicílico o jasmonato) y la expresión de genes de defensa.
Actualmente, esta visión se amplía con el reconocimiento del papel fundamental del microbioma vegetal en la modulación de la inmunidad. Las comunidades microbianas que colonizan la planta no sólo coexisten con ella, sino que pueden contribuir activamente a su salud: inhiben patógenos, compiten por nutrientes o nichos ecológicos, producen metabolitos antimicrobianos, modulan la fisiología vegetal o inducen resisten-
cia sistémica. Una de las ideas centrales del artículo es que el microbioma puede considerarse una “extensión funcional del sistema inmunitario de la planta”, gracias a su capacidad para fortalecer las defensa del hospedante mediante mecanismos directos e indirectos.
Por ejemplo, especies de Pseudomonas, Bacillus y Streptomyces producen compuestos bioactivos que inhiben fitopatógenos, mientras que ciertos hongos micorrízicos y endófitos inducen resistencia sistémica adquirida (RSA) sin necesidad de una infección previa. Además, la planta no es pasiva en esta relación: libera exudados, compuestos fenólicos, flavonoides y señales hormonales que influyen en qué microorganismos colonizan sus tejidos. Esta capacidad
de “selección” microbiana puede ser alterada por condiciones ambientales, el desarrollo de la planta o su estado fisiológico, lo que subraya el carácter dinámico de estas interacciones.
El artículo también explora cómo distintas prácticas agrícolas -como la rotación de cultivos, el manejo del suelo, el uso de variedades resistentes o la agricultura orgánica- afectan la composición y función del microbioma vegetal. Ciertos sistemas de cultivo promueven comunidades microbianas más diversas y estables, reduciendo el riesgo de enfermedades; mientras que otras prácticas (como el uso intensivo de fertilizantes o pesticidas) pueden alterar el equilibrio del microbioma y favorecer la emergencia de patógenos oportunistas (Du y col., 2025).
Instituciones que nos acompañan
Microorganismos en la construcción de inoculantes
Uno de los grandes desafíos actuales es traducir todo este conocimiento en estrategias de manejo más sostenibles. Aunque el uso de bioinoculantes y consorcios microbianos diseñados para suprimir enfermedades o mejorar el crecimiento vegetal ha avanzado, su desempeño en campo aún es limitado. Parte de esta limitación se debe a fenómenos ecológicos como los efectos de prioridad en el ensamblaje del microbioma: los microorganismos presentes en etapas tempranas pueden impedir el establecimiento de nuevos colonizadores, incluso si estos son beneficiosos.
Frente a este panorama, los autores proponen una agenda de investigación enfocada en entender mejor los mecanismos moleculares que regulan las interacciones planta-microbioma-patógeno, mejorar las herramientas de análisis microbiológico (por ejemplo, la metagenómica funcional, el cultivo de especies clave y la espectroscopía in situ), y desarrollar tecnologías de microbioma sintético resilientes al estrés y adaptables a distintos contextos agroecológicos (Du y col., 2025).
En el mismo sentido, Díaz-Rodríguez y col. (2025) plantean que, ante la crisis ambiental, la degradación de suelos y la necesidad de producir más con menos, los inoculantes microbianos se consolidan como una de las estrategias emergentes más prometedoras para lograr sistemas agrícolas más eficientes y resilientes. Entre los géneros más utilizados se destacan Rhizobium, Azospirillum, Bacillus, Pseudomonas y Trichoderma, cada uno con funciones específicas.
Estos microorganismos pueden ayudar a las plantas de varias maneras:
Fijan nitrógeno atmosférico, transformándolo en una forma utilizable por las raíces.
Solubilizan nutrientes como fósforo o potasio, que normalmente están en formas poco disponibles.
Producen fitohormonas que estimulan el crecimiento de raíces y brotes.
Compiten con patógenos o los inhiben mediante sustancias antimicrobianas.
Aumentan la tolerancia al estrés, como sequías o suelos salinos, mediante mecanismos fisiológicos y bioquímicos.
Se trata de aliados invisibles que operan en el microambiente de la planta para mejorar su salud y productividad. La creación de consorcios microbianos, es decir, combinaciones de distintas especies que colaboran entre sí, pueden ser más efectivos que los inoculantes de cepas únicas, al adaptarse mejor a diversas condiciones del suelo y responder de forma más robusta a factores ambientales.
A esto se suman las tecnologías “ómicas” (metagenómica, transcriptómica, metabolómica), que están revolucionando el estudio de estos microorganismos. Gracias a estas herramientas, hoy es posible entender mejor cómo interactúan con las plantas, qué genes expresan en distintos ambientes y cómo responden al estrés. Esta información es clave para diseñar inoculantes más eficientes y específicos.
A pesar del potencial demostrado en laboratorio y condiciones controladas, los inoculantes microbianos todavía enfrentan desafíos importantes en campo abierto:
Variabilidad en los resultados: su eficacia depende del tipo de suelo, clima, cultivo y microbiota nativa.
Dificultades en la formulación y conservación: mantener vivos y activos a los microorganismos en condiciones de almacenamiento es complejo.
Competencia con microorganismos autóctonos: una vez aplicados al suelo, los inoculantes deben “ganar espacio” frente a comunidades microbianas ya establecidas, lo cual no siempre ocurre con éxito.
Baja adopción: el desconocimiento por parte de productores y la escasa regulación en algunos países limitan su expansión.
Para superar estas barreras se proponen diversas estrategias: mejorar las formulaciones usando portadores más eficientes y combinaciones de especies que cooperen entre sí; desarrollar protocolos de aplicación adaptados a cada cultivo, suelo y clima local; e integrar herramientas biotecnológicas complementarias como los probióticos vegetales (moléculas que estimulan el reclutamiento de microbios benéficos) y los postbióticos (metabolitos con efectos positivos). Finalmente, será clave el desarrollo de programas de formación y capacitación dirigidos a productores, técnicos y asesores, así como el fortalecimiento de políticas públicas que fomenten la investigación, regulación y uso de estos insumos biológicos (Díaz-Rodríguez y col., 2025).
Conclusiones
El cambio climático altera directamente el ambiente abiótico y, de forma indirecta, la fisiología vegetal, afectando la composición y función de los microbiomas. Esto puede favorecer a patógenos, pero también abre oportunidades: los microorganismos benéficos pueden cumplir un rol clave en la mitigación del estrés climático.
Integrar el conocimiento sobre los microbiomas vegetales en las estrategias de manejo de enfermedades representa una oportunidad concreta para avanzar hacia una agricultura más resiliente. Sin embargo, esto requerirá enfoques interdisciplinarios que combinen microbiología, fitopatología, ecología, genómica, agronomía y biotecnología, así como una mayor comprensión de la dinámica ecológica de las comunidades microbianas.
Los inoculantes microbianos no son una panacea, sino una herramienta estratégica. Aprovechar su potencial requerirá combinar ciencia básica, biotecnología aplicada y saberes agronómicos locales. Si logramos diseñar soluciones microbianas adaptadas a las condiciones reales del campo, estaremos más cerca de un modelo agrícola menos dependiente de los insumos químicos y más alineado con los ciclos naturales.
REFERENCIAS
Consulte las referencias ingresando a www.aapresid.org.ar/blog/revista-aapresid-n-242
¿Y si la carne no era la culpable?
Desde dietas que buscan limitarla hasta discursos que la tildan de peligrosa, la carne roja enfrenta una batalla en la opinión pública. Un repaso crítico desde la evidencia.
Por Dr. Ing. Agr. José Martín Jáuregui
Profesor Adjunto- Cátedra Forrajes (FCA - UNL).
El sector agropecuario enfrenta desafíos cada vez más complejos. A los factores productivos y económicos tradicionales, se suma una variable de enorme impacto estratégico: la opinión pública. Es ahí donde hoy se libra una de las batallas más decisivas para el futuro de la cadena de la carne.
Una narrativa persistente, impulsada por propuestas de alto perfil como la de la comisión
EAT-Lancet —que busca limitar el consumo de carne roja a unos simbólicos 15 gramos diarios— ha logrado posicionar a este alimento como un riesgo para la salud. Se la ha vincu-
lado con enfermedades crónicas como cáncer, diabetes u obesidad, y en algunos discursos llega a ser señalada como un factor de riesgo relevante para la salud pública.
El impacto de estos mensajes es profundo y afecta a toda la cadena de valor. El desafío no es solo para el productor, sino también para el técnico que asesora, la industria que procesa y el país que exporta. Entender qué tan sólidas —o débiles— son estas afirmaciones es una necesidad estratégica. ¿Por qué la carne, pilar nutricional en la evolución humana, hoy es señalada como culpable? La respuesta, como veremos, tiene más de dogma y comunicación tendenciosa que de ciencia robusta.
Contrario a la creencia popular, la idea de que la carne es perjudicial para la salud no es un fenómeno del siglo XXI. Para entender la división entre alimentos de origen animal y vegetal, hay que remontarse a la Inglaterra y Estados Unidos del siglo XIX. En ese contexto, surgieron movimientos de templanza y corrientes religiosas que intentaron enmarcar la dieta en términos de disciplina personal y "apetitos civilizados".
Grupos como los Cristianos Bíblicos, los Grahamitas y, sobre todo, los Adventistas del Séptimo Día, promovieron una dieta idealizada del "Jardín del Edén", en la que los alimentos de origen vegetal ocupaban un lugar central. En esta visión, la carne roja -por su valor simbólico y su riqueza nutricional- era percibida como
un alimento demasiado asociado al disfrute y al exceso. Entre los referentes de la época se expresaban críticas que apuntaban a un supuesto impacto sobre la conducta y la moral, lo que contribuyó a consolidar una mirada restrictiva.
Estas ideas se mezclaron con el "Movimiento de Reforma Alimentaria" y se infiltraron en disciplinas incipientes como la "economía doméstica" y la "dietética". Así, lo que nació como un dogma moral se vistió con el guardapolvo blanco de la ciencia. Este fue el punto de partida del sesgo anti-carne: no nació de un descubrimiento científico, sino de una cruzada ideológica. Y esa marca de origen aún contamina el debate.
El origen de la grieta
Cuatro mitos sobre la carne y sus “antídotos”
Mito: "La gente que come menos carne es más sana"
Antídoto: La ilusión de causalidad y el sesgo del "usuario saludable"
Los estudios que sostienen esta idea son observacionales: muestran correlaciones, pero jamás prueban causa y efecto. Aunque intenten "ajustar" estadísticamente por factores como el tabaquismo o el sedentarismo, este ajuste es un colador. No puede eliminar la "confusión residual": miles de variables no medidas.
El "sesgo del usuario saludable" es clave: las personas que siguen las guías dietarias oficiales (que recomiendan comer menos carne) también tienden a tener mayor nivel educativo, mejores ingresos, fuman menos, hacen más ejercicio y, en general, se cuidan más. Atribuir su buena salud a la falta de carne es metodológicamente errado. Es como decir que ir a la ópera alarga la vida, ignorando que ese público suele tener un nivel socioeconómico que le permite un mejor acceso a la salud.
"Más del 90% de la energía que consume un novillo durante toda su vida proviene del pasto." 1 2
Mito: "La carne aumenta drásticamente el riesgo de enfermedades"
Antídoto: El engaño del riesgo relativo
Este es uno de los recursos más usados para generar titulares alarmistas. Se comunica el "riesgo relativo" (RR), que suena más impac-
tante. El ejemplo más claro es el del IARC, que asoció el consumo de carne procesada con un aumento del 18% en el riesgo de cáncer colorrectal. Ese 18% es el RR. Pero el "riesgo absoluto" (RA) es otra historia: el riesgo de desarrollar ese cáncer es del 6%. Un aumento del RR del 18% sobre esa base eleva el RA a un 7%. La probabilidad de no tener la enfermedad cambia apenas del 94% al 93%. Pero al comunicar solo el RR, se genera una percepción de peligro desproporcionada.
Mito: "Existe un consenso científico sobre sus peligros"
Antídoto: La evidencia de máxima calidad (Sistema GRADE)
La idea de un consenso se cae al revisar la evidencia científica con criterios rigurosos. Para eso, existe el sistema GRADE, el estándar de oro metodológico usado por la OMS. En 2019, un panel internacional de expertos (Consorcio NutriRECS), que incluía a los propios desarrolladores del sistema, publicó en Annals of Internal Medicine una serie de revisiones sistemáticas. La conclusión fue contundente: la certeza de la evidencia que vincula carne y efectos negativos es "baja a muy baja". Tan débil que la recomendación formal del panel de expertos fue que los adultos continuaran con su consumo actual de carne.
Mito: "La grasa y el colesterol de la carne tapan las arterias"
Antídoto: La caída de una teoría y los nuevos sospechosos
Durante décadas, la grasa saturada y el colesterol fueron el enemigo público número uno. Hoy, esa teoría se está desmoronando. La ciencia ha demostrado que la relación entre grasa saturada dietaria y enfermedad cardiovascular es mucho más compleja y menos directa de lo que se pensaba. La atención científica actual comienza a enfocarse en otros factores dietarios de mayor impacto, como el consumo excesivo de azúcares, granos refinados, aceites vegetales industriales y alimentos ultraprocesados, algunos de los cuales son promocionados como "bajos en grasa", aunque no necesariamente más saludables.
El derrumbe de esta hipótesis revela una ventaja competitiva de la producción argentina. Nuestro sistema es eminentemente pastoril: más del 90% de la energía que consume un novillo durante toda su vida proviene del pasto. Esto se traduce en un perfil lipídico superior en la carne, con una proporción de ácidos grasos Omega-3 a Omega-6 significativamente más favorable para la salud cardiovascular y una mayor concentración de Ácido Linoleico Conjugado (CLA), asociado a efectos anticarcinogénicos. Es un diferencial medible que convierte a la carne argentina en una elección inteligente para la salud.
Reflexión
La narrativa que demoniza a la carne se apoya sobre cimientos muy débiles: un origen ideológico, el uso engañoso de estadísticas y se derrumba cuando se la somete a los estándares más rigurosos de evaluación científica.
Entender esto nos da una ventaja estratégica y nos saca de la defensa emocional y nos posiciona en el terreno de la evidencia. La táctica ganadora no es enfrascarse en debates con militantes, sino en desarmar sus argumentos con claridad, exponiendo con simpleza sus fallas metodológicas para mostrar al resto del público que los titulares alarmistas se basan en ciencia endeble.
La estrategia es doble: primero, usar herramientas sólidas como la lógica del riesgo absoluto y la evidencia de máxima calidad. Segundo, y más importante, construir nuestro caso positivo, mostrando con convicción las fortalezas de nuestro producto: su densidad nutricional (con proteínas completas, hierro heme y vitamina B12) y un modelo productivo que, con su sólida base pastoril, nos diferencia de otras regiones y le otorga al producto mejores características organolépticas.
Dejemos de pedir permiso para producir uno de los alimentos más completos y naturales de la historia. Es momento de comunicar con la misma convicción y la misma calidad con la que producimos la mejor carne del mundo: con datos y sin miedo.
Todo empezó con una entrada al congreso
Eugenia Oggero, ingeniera agrónoma y becaria del Conicet, es socia activa de Aapresid. Todo arrancó con una entrada al congreso cuando era estudiante y hoy su compromiso es marca registrada en los grupos en los que participa.
Fue gracias a las entradas que Aapresid ofrecía a estudiantes y facultades para asistir a los congresos que conoció la institución. Mientras cursaba Ingeniería Agronómica en Esperanza, viajó a varias de las ediciones que se hicieron en Rosario. Años más tarde, cuando empezó el doctorado y buscaba un espacio vinculado al cuidado del suelo y al trabajo con productores, volvió a pensar en Aapresid. Habló con una amiga que participaba en la Regional Rafaela, consiguió el contacto de la ATR, y así se sumó.
Por Lucía Cuffia
Perfil express
✓ Ingeniera agrónoma formada en Esperanza (UNL).
✓ Becaria doctoral de Conicet: estudia suelos compactados y cómo recuperarlos.
✓ Oriunda de Virginia, “un pueblo tan chiquito que no tiene farmacia ni estación de servicio”.
✓ El tambo de su papá fue su primera escuela.
✓ Forma parte de la Regional Rafaela y del Equipo Congreso.
✓ Fan declarada de Harry Potter y Agatha Christie.
Detrás de esta historia está Eugenia Oggero, ingeniera agrónoma, becaria doctoral de Conicet y socia de Aapresid desde hace cuatro años. Con 27 años, hoy forma parte activa de la red, incluso como parte del Equipo congreso, evento que la acercó a la institución y en el que hoy le toca coordinar uno de los ejes más grandes, ‘Sistemas productivos sustentables’, con más de 15 charlas.
En Aapresid encontró un espacio donde no solo profundizar sobre conservación y cuidado del suelo -el tema de su doctorado es la compactación, principalmente por maquinaria, y
Oriunda de un pueblo “tan chiquito que no tiene farmacia, ni banco, ni estación de servicio”
Eugenia es de Virginia, un pequeño pueblo que queda en el centro-oeste de Santa Fe. Cada vez que le preguntan de dónde es, se prepara para responder: “Soy de un pueblo re chiquito, no lo vas a conocer”. Pero como casi siempre le insisten para que diga el nombre, termina diciéndolo. Y ahí pueden pasar dos cosas: a veces le mencionan Moisés Ville, la primera colonia judía del país que queda cerca, y aprovecha para usarlo de referencia. Otras, intenta ubicarlo con una fórmula un tanto particular: “Una vez le dije a alguien que Virginia estaba entre Rafaela y San Cristóbal, y me respondió ‘¡¿cómo vas a decir un espacio tan grande?!”. Es que, claro, entre una ciudad y otra hay unos 100 kilómetros. “Pero bueno, está justo al medio”, dice Eugenia.
cómo prevenirla con tecnologías de proceso-, sino también conectar con productores y colegas de todo el país. “Me interesaba ver qué se estaba haciendo en Argentina en relación al suelo, pero al mismo tiempo, conocer qué otros problemas tienen los productores y sumar desde otro lugar”, dice.
“Mucha gente piensa que Aapresid es solo siembra directa, y cuando te metés te das cuenta de que es mucho más. Ya no se trata solo de una técnica, sino de cómo cuidar el suelo en distintas situaciones y con distintas herramientas”, destaca.
"Le gusta escribir y en sus redes suele compartir lo que piensa, incluso no descarta la posibilidad de escribir un libro. “Tal vez algún día llegue ese momento."
El pueblo de Virginia no llega a los 300 habitantes. “Es tan chiquito que no tiene farmacia, ni banco, ni estación de servicio; sólo algunos almacenes, que uno es de mi mamá”. Si bien ahora tiene colegio secundario, en el momento en que Eugenia tuvo que cursar, no había, por lo que tuvo que hacerla en Humberto, a 15 kilómetros de Virginia. “Iba y venía todos los días; tenía una tía abuela que vivía ahí y me quedaba a comer cuando tenía contraturno”. Para volver, se tomaba el colectivo o se venía con alguna maestra.
Su vínculo con el campo viene por parte de su familia paterna. Su abuelo tenía un tambo con sus hermanos, y cuando Eugenia nació, se hizo cargo su papá con dos primos. “Me acuerdo varias madrugadas, cuando mi papá tenía que ir a hacer el tambo y había tormenta, nos levantaba a todos a las 2 de la mañana y nos íbamos para el campo antes de que se largara”. Muchas veces hacer el tambo se convertía en el plan y caminata familiar del fin de semana. “Salíamos con mi familia y mis perros, y caminábamos los 5 kilómetros que hay hasta el campo, era la caminata del domingo”.
Familia completa: su papá Walter, su mamá Marta, Eugenia y Ángela.
La decisión sin plan B que salió bien
Además de que siempre le gustó, eligió estudiar agronomía un poco como forma, quizás, de darle una mano a su papá y devolver algo a esa vida entre campos, tambos y caminos rurales.
“Siempre dije que si no me gustaba, no sabía qué iba a hacer, porque no tenía plan B”. Empezó en 2016 y no se equivocó.
Hizo la carrera al día junto con un grupo de amigos con quienes se sigue juntando. Lo único que le costaba eran las materias humanísticas.
“No me gustan para nada. Yo soy muy lógica. Me gusta razonar, pensar, interpretar”.
“Compartir experiencias de lo que le pasa a cada uno como productor es fundamental, es una manera de acompañarnos y también una forma de vincularnos entre colegas.”
Amigos de la facultad.
En su último año se metió en la cátedra de ‘Diagnóstico y tecnología de tierras’ y ahí conoció a Silvia Imhoff, que le propuso hacer el doctorado. “Ya venía con ganas de seguir en la facultad, así que le dije que sí”. Hoy Silvia es su directora y Eugenia continúa con las investigaciones que ella venía desarrollando a campo. El título y tema de su investigación doctoral es: “Aporte de calcio soluble a suelos con tránsito controlado: ¿afecta la transitabilidad, la calidad estructural y la productividad de los cultivos?”.
En su tesis de grado había abordado la problemática de las malezas, pero para el doctorado quiso elegir una temática más amplia. “Quería algo que abarque más a la producción en general y que sea un problema de todos, como es el suelo”. También lo pensó como una manera de tener una formación más amplia, por si en el futuro quiere dedicarse al asesoramiento agronómico. “Me da una visión más sistémica. No solo ver la planta desde arriba, sino entender qué pasa abajo, que al final es lo que la hace crecer”.
Mientras avanza con el doctorado -le queda un año y medio-, también da clases en la materia de Tierras. Este año también se largó con un emprendimiento de decoración junto a su hermana. “Siempre quisimos hacer algo juntas y como a las dos nos gusta todo lo que es decoración y cosas para el hogar, decidimos probar”. Todo online, a pulmón, y con muchos tutoriales de YouTube de por medio. Algo de la veta vendedora de su mamá parece también estar presente en este proyecto compartido.
La abuela Clelia, Harry y Agatha, y una posible conversión al pádel
Le gusta mucho cocinar, sus especialidades son los ñoquis de papa (sin receta, "a ojo"), un tiramisú con receta que no falla, tomada de Cocineros Argentinos, y la torta matera que aprendió de su abuela Clelia. “No hay receta escrita, hay que hacerla con ella, porque te dice tipo: ‘si el huevo es grande, no le pongo leche; si es chico, le agrego un chorrito’”.
También es una gran lectora de novelas policiales (de chiquita leía a Agatha Christie) y fanática de Harry Potter. En materia de deportes, jugó mucho tiempo al tenis, pero el boom del pádel está dificultando la tarea de encontrar gente, por lo que está evaluando la posibilidad de pasarse al pádel.
Con su hermana Ángela y la abuela Clelia, autora de la receta de la torta matera.
Disertando en el Congreso de Suelos 2022.
“Compartir experiencias de lo que le pasa a cada uno como productor es fundamental, es una manera de acompañarnos y también una forma de vincularnos entre colegas.”
Con Carlos, recolectando maíces.
La fórmula para ajustar densidad y Nitrógeno en maíz
Un estudio del INTA Marcos Juárez y la Chacra Aapresid
Justiniano Posse reveló una metodología para definir densidad de plantas y dosis de nitrógeno según el potencial del ambiente, y así optimizar el rendimiento de maíz.
Por Ing. Agr. María
Eugenia Magnelli
Para Aapresid Prospectiva
Construir rendimiento y potenciar los resultados a cosecha es un desafío que el productor enfrenta en cada campaña. Por eso, las decisiones agronómicas deben apoyarse en el conocimiento de la fisiología del rendimiento de cada cultivo a lo largo del ciclo y en la interacción con la variabilidad temporal y espacial del ambiente de producción.
Como sucede en la mayoría de los cultivos de grano, en maíz existe una estrecha relación entre el rendimiento y la producción de biomasa
aérea, que depende de la cantidad de radiación fotosintéticamente activa que intercepta el canopeo. A su vez, la eficiencia de intercepción está fuertemente ligada a la generación y mantenimiento del área foliar a lo largo del ciclo.
En la región Pampeana, los principales factores que limitan la producción del maíz son la oferta de agua y de nitrógeno (N) (Maddonni et al., 2003). Como muestra la Figura 1, ambas variables impactan sobre el índice de área foliar (IAF= Superficie foliar fotosintéticamente activa por unidad de superficie de suelo) de la gramínea. Así, las deficiencias hídricas y nutricionales reducen el tamaño de las hojas y aceleran su senescencia, lo que afecta la tasa de expansión foliar, la eficiencia de intercepción de la radiación (Uhart y Andrade, 1995) y, en consecuencia, la tasa de crecimiento y el número de granos. Es importante aclarar que el efecto de un estrés abiótico sobre el rendimiento depende tanto del momento en que ocurre como de su intensidad.
En maíz, más que en otros cultivos extensivos, el número de plantas por unidad de área tiene un mayor impacto en la captura de recursos, la producción de biomasa y su partición entre estructuras vegetativas y reproductivas. Por eso, ajustar la densidad de plantas es una práctica especialmente crítica en este cultivo (Vega, C. et al., 2023)
En este contexto, el manejo de la densidad de siembra es una alternativa válida para mitigar los efectos del estrés hídrico y/o nutricional. Adaptar las prácticas agronómicas al potencial de rendimiento de cada ambiente es clave para maximizar la eficiencia.
Como se observa en la Figura 2 a y b, la densidad óptima y el rendimiento alcanzable aumentan ante mejoras en la provisión de recursos del ambiente. Así, en ambientes de mayor potencialidad (zona núcleo, por ejemplo) se busca maximizar la captura de recursos y la fijación de granos por unidad de superficie, principal componente del rendimiento, con densidades de siembra superiores a 7,5 pl m-2 y niveles de rendimiento superiores a los 9000 kg/ha. Por el contrario, en ambientes restrictivos (ambientes marginales), los productores reducen la densidad de siembra (≤6,5 pl m-2) con el objetivo de no penalizar el rendimiento (Maddonni, et al., 2021).
Figura 1: Cultivo de maíz bajo diferentes condiciones hídricas (con y sin riego) y nutricionales (con y sin nitrógeno (N)) y efecto de dichas variables en el índice de área foliar (IAF). Maddonni, 2011.
Figura 2: espuesta del rendimiento del cultivo de maíz a la densidad de siembra, en ambientes con distinto grado de restricción hídrica (a) o nutricional (b). Fuente: Maddonni, et al. (2021).
Con el objetivo de desarrollar una metodología simple para definir la densidad de plantas y la necesidad de nitrógeno en función del potencial de rinde del ambiente, técnicos de INTA Marcos Juárez y de la Chacra Aapresid Justiniano Posse realizaron, entre 2015 y 2024, una red de ensayos en el centro-sur de Córdoba. Se evaluaron 27 ex-
periencias en las que se estudió cómo interactúan la densidad de plantas (DP) y la disponibilidad de N en la respuesta del rendimiento de maíz, ajustando una función cuadrática que permitió determinar los niveles óptimos de ambos factores: la Densidad Óptima Agronómica de Plantas (DOAP) y la Dosis Óptima Agronómica de Nitrógeno (DOAN).
La metodología propuesta se basa en tres pasos clave y puede aplicarse en distintos ambientes de la región Pampeana:
Una metodología práctica para decisiones precisas 1
Estimar el potencial de rinde del ambiente, expresado como el rendimiento limitado por la disponibilidad de agua. Este valor puede calcularse a partir del conocimiento previo del lote o sumando el agua útil a la siembra más la lluvia esperada, y multiplicando el resultado por una eficiencia de uso del agua de 17 kg de grano por milímetro.
Referencias: PP= Productividad por planta. Yw= Rendimiento potencial limitado por agua. DOA= Densidad óptima agronómica. NDOA= Dosis óptima agronómica de nitrógeno.
Figura 3: Diagrama de flujo de recomendación de densidad de plantas y necesidad de nitrógeno. Fuente: Videla-Mensegue, et al. (2024).
Definir la densidad de plantas óptima, dividiendo el rinde objetivo por la productividad individual de cada planta. Según los ensayos, este valor promedio es de 0,140 kg de grano por planta, aunque puede ajustarse de acuerdo al híbrido utilizado.
Por ejemplo, en un ambiente con un rendimiento esperado de 10.000 kg/ha, la densidad óptima sería de aproximadamente 71.400 pl/ ha, y la necesidad de nitrógeno de 180 kg/ha.
Calcular la necesidad de nitrógeno, multiplicando el rendimiento estimado por 18 kg de nitrógeno por tonelada de grano producido, según los datos obtenidos en la red de ensayos mencionada.
Respuesta del cultivo de maíz a distintos tratamientos: densidad de plantas (plantas/hectárea) y disponibilidad de nitrógeno (N kg/ha), evaluados en la Red de ensayos “Interacción de la densidad de plantas y la disponibilidad de nitrógeno en la respuesta del maíz en el centro-sur de Córdoba”, INTA Marcos Juárez y Chacra Aapresid Justiniano Posse (2024). Gentileza: Claudio Razquín.
Herramienta para decisiones estratégicas
Esta propuesta metodológica no solo permite estimar con precisión los requerimientos del cultivo según el ambiente, sino que también se presenta como una herramienta valiosa para productores y técnicos. Su aplicación favorece un mejor uso de los recursos, reduce riesgos y aumenta la eficiencia productiva.
El estudio es resultado del trabajo conjunto entre el sector público y privado, y fue presentado en el 32° Congreso de Aapresid bajo el lema "Todo está conectado", destacando el valor de la articulación institucional para generar conocimiento útil al sector agropecuario.
gradecemos a Claudio Razquin por su valiosa colaboración en esta nota.
REFERENCIAS
Consulte las referencias ingresando a www.aapresid.org.ar/blog/revista-aapresid-n-242
ARC: la certificación que le pone números a la regeneración
La regeneración va más allá de conservar: busca mejorar los recursos naturales y sociales del agroecosistema. Aapresid lanza “ARC”, un protocolo de certificación para medir cuán regenerativos estamos siendo.
¿Qué es lo regenerativo?
En el ámbito agropecuario, el enfoque regenerativo viene ganando terreno como una evolución del paradigma sostenible. Mientras la sostenibilidad busca mantener la productividad sin comprometer los recursos a futuro, la regeneración propone un objetivo más ambicioso: mejorar los
Autores: Garfagnoli, R. (Aapresid Certificaciones - UNR); Masiá Rojkín, M. (Aapresid Certificaciones); Belda, R. (Aapresid Certificaciones)
ecosistemas, recuperar su funcionalidad y vitalidad y, al mismo tiempo, potenciar los aspectos sociales y económicos del sistema productivo.
Desde Aapresid creemos que hay ciertos pilares o guías “no negociables” para cualquier agricultura que aspire a ser verdaderamente regenerativa. Desde nuestra mirada histórica, una Agricultura de Regeneración debe implicar, como condición de base: la “cero labranza” (o Siembra Directa) y la “diversificación e intensificación de rotaciones” (Figura 1).
Figura 1. Pilares del sistema de producción de menor impacto ambiental. Fuente: Adaptation of Lal, 2015, A system approach to conservation agriculture.
Según el Rodale Institute (2020), uno de los pioneros en el concepto, la agricultura regenerativa es aquella que “mejora la salud del suelo, aumenta la biodiversidad, mejora el ciclo del agua y fortalece la resiliencia del sistema frente al cambio climático”. A esto se suma el enfoque holístico: regenerar no es sólo una cuestión agronómica, sino también social y cultural.
En ese sentido, el término ha trascendido lo técnico para convertirse en un movimiento que interpela al sistema agroalimentario en su conjunto, y que exige indicadores concretos para evaluar si una producción realmente se está regenerando o no.
¿Cómo
se regeneran los suelos?
Regenerar los suelos implica devolverles atributos que han sido degradados por prácticas extractivas o mal manejo. Esto incluye mejorar su estructura, aumentar el contenido de carbono orgánico (COS), potenciar la actividad biológica y restablecer los ciclos hidrológicos y de nutrientes.
Regenerando suelos.
Entre las principales prácticas regenerativas podemos destacar:
Cobertura permanente del suelo: evita la erosión, mejora la infiltración y alimenta la biología edáfica.
Diversificación de cultivos (rotaciones, cultivos de servicio): fortalece las redes tróficas del suelo y reduce el riesgo de plagas y enfermedades.
No remoción del suelo: como propone el sistema de siembra directa, mantiene la estructura y protege los agregados del suelo.
¿Regenerar qué y para quién?
Aunque la regeneración suele asociarse a procesos ecológicos, también implica recuperar vínculos sociales, reconstruir tramas comunitarias y restablecer relaciones más equitativas dentro del territorio rural. Por eso, los indicadores sociales –como las condiciones laborales, el arraigo o el diálogo con la comunidad– son claves al momento de hablar de producción regenerativa.
Además, un sistema regenerativo debe ser productivo, no sólo en términos de rendimiento físico, sino también de estabilidad económica. Porque sin rentabilidad, no hay sustentabilidad ni regeneración posible.
Integración de la ganadería: el pastoreo planificado, si se maneja con criterios técnicos, puede estimular la regeneración.
Minimización del uso de insumos externos: a través de bioinsumos, fertilización racional y manejo integrado.
Estudios como los de Lal (2015) muestran que el manejo regenerativo puede aumentar el contenido de carbono orgánico del suelo (SOC), mejorar su calidad, mitigar la degradación y potenciar la productividad a largo plazo.
“La regeneración suele asociarse a procesos ecológicos, también implica recuperar vínculos sociales, reconstruir tramas comunitarias y restablecer relaciones más equitativas dentro del territorio rural.”
La experiencia de Aapresid: medir lo regenerativo
Frente al avance de estos conceptos y la necesidad de llevarlos a la práctica, desde Aapresid –a través del área de Certificaciones– surgió un nuevo desafío: construir un protocolo que permita medir cuán regenerativos estamos siendo.
Este proceso no fue una imposición externa, sino una demanda genuina de productores comprometidos con ir más allá de la sostenibilidad. Así nació la certificación ARC: Agricultura
Regenerativa Certificada, una propuesta desarrollada junto a expertos técnicos, investigadores y referentes territoriales.
La certificación ARC se basa en indicadores concretos agrupados en tres grandes ejes:
1 Productivo: contempla prácticas como la no remoción, la cobertura permanente del suelo, la diversidad y rotación de cultivos, y la intensidad de uso del suelo.
2 Ambiental: se enfoca en variables como el contenido de carbono orgánico del suelo (COS), el uso eficiente del agua, el índice de impacto ambiental (EIQ), la huella de carbono y el principio de no conversión de ambientes naturales.
Un nuevo contrato con la tierra y la sociedad
Medir para mejorar. Ésta es la premisa que impulsa esta iniciativa de certificación regenerativa. Porque sin datos ni indicadores, el concepto de regeneración corre el riesgo de diluirse en discursos vacíos. Y porque sólo a través de sistemas medibles, auditables y adaptables podremos construir un modelo agrícola que no sólo produzca, sino que también cuide, recupere y potencie los bienes comunes que sostienen nuestra vida.
En definitiva, regenerar es comprometerse con un futuro mejor. No sólo desde la agronomía, sino desde una mirada sistémica que integra suelo, producción, personas y territorio.
3 Social: evalúa condiciones laborales, seguridad e higiene, vínculos con la comunidad, y otros aspectos vinculados al capital humano.
A diferencia de otros esquemas, el Protocolo ARC utiliza estos indicadores para realizar un diagnóstico inicial del sistema, con el objetivo de trazar un camino de mejora continua, adaptable a la realidad de cada productor y cada región.
REFERENCIAS
Consulte las referencias ingresando a www.aapresid.org.ar/blog/revista-aapresid-n-242