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La soledad de una bruja

Ja me s N ico l

Traducciรณn de Milo J. Krmpotic

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Primera edición: octubre de 2018 Título original inglés: A Witch Alone Maquetación: Marquès, S.L. Diseño de cubierta: Luis Tinoco Edición: Helena Pons Dirección editorial: Iolanda Batallé Prats La edición inglesa fue publicada en 2018 en la editorial Chicken House, 2 Palmer Street, Frome, Somerset BA11 1DS © 2018, James Nicol © 2018, Milo J. Krmpotic, de la traducción © 2018, La Galera SAU, de la edición en lengua castellana Casa Catedral® Josep Pla, 95 – 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com twitter.com/lagalerayoung facebook.com/lagalerayoung instagram.com/lagalerayoung Impreso en Egedsa Depósito legal: B-10.001-2018 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-6146-5

Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

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Antes de presentarte como una bruja en toda regla y ocupar tu nuevo cargo allí donde te haya tocado, asegúrate de hacerte estas tres preguntas capitales: 1. ¿Qué esperas conseguir como bruja?

2. ¿Qué puedes ofrecerle a la comunidad en la que servirás durante los próximos meses y años?

3. ¿Cómo piensas desarrollar tus virtudes y corregir tus debilidades?

Al embarcarte en este nuevo capítulo de tu carrera, recuerda que ya no eres una aprendiz. Habrá gente que ahora buscará tu consejo, tu conocimiento y tu apoyo. ¿Estás preparada para la tarea en cuestión?

LA SOLEDAD DE UNA BRUJA. MANUAL DE LA BRUJA RECIÉN LICENCIADA

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Capítulo 1 EL DESAYUNO

os restos del desayuno estaban esparcidos por la cocina. Bandejas y tazones se amontonaban sobre la mesa, las cáscaras de huevo yacían rotas y vacías en el interior de las hueveras, las cortezas de las tostadas descansaban abandonadas en los platos.

El mantel estaba salpicado de migas, manchado aquí y allá con una mermelada de intenso color naranja, con mantequilla o con una brillante confitura de frambuesa. De fondo se oía el parloteo de una radio.

Arianwyn tomó un sorbo de su taza de té, levantó los ojos de la fórmula del hechizo en el que había estado trabajando y miró, más allá de la ventana, la extensión de tejados de Kingsport. Las volutas de humo se elevaban serpenteantes hacia el cielo brillante y sereno. Las hojas de un árbol cercano comenzaban ya a marchitarse, pálidas y grisáceas, y el aire que entraba por la ventana abierta transmitía una fresca y vigorizante sensación otoñal.

Se sentía maravillosamente relajada. La verdad era

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que necesitaba unas vacaciones tras todo lo que había sucedido en Lull durante el verano.

Salle, su mejor amiga en el mundo, soltó un chillido de emoción y le plantó un periódico arrugado delante de la cara.

—¡Mira! Esta tarde hay un desfile en el palacio.—Sonrió de oreja a oreja—. ¿Podemos ir, Wyn? ¿Por favor?

—le preguntó con los ojos muy abiertos, haciendo batir las pestañas.

—¿Pero hoy no tenías una prueba? —le preguntó Arianwyn.

Iba a ser la cuarta audición de Salle desde que había llegado hacía una semana y media. Estaba decidida a convertirse en una gran actriz.

—Ay, sí. —Salle sonrió y apartó la mirada durante un instante—. Pero es un papel tonto y aburrido, apenas tiene diálogo… Preferiría mil veces ir a ver al rey, ¿tú no? ¿Por favoooor, Arianwyn?

Arianwyn se rio.

—Supongo que sí. También podríamos ir al Museo de Hylund, que está a la vuelta de la esquina del palacio real.

Salle asintió con entusiasmo, se embutió el último trozo de tostada dentro de la boca y volvió a sonreír.

—Aún tengo que ir a Leighton & Dennison’s para comprarle un regalo a la tía Grace —dijo.

Aquella era la primera vez que Salle visitaba Kingsport, y habían estado sacándole el mayor provecho posible. Habían explorado la ciudad a pie y en autobús, habían visitado parques, galerías de arte y el mercado del puerto… y, entre medias, habían acudido 10

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corriendo a teatros de toda la capital con la esperanza de que Salle consiguiera al fin su primer papel en una obra, en un espectáculo o en una revista de variedades. En ese momento no parecía importarle de qué se tratara, siempre y cuando tuviera lugar en un teatro de verdad.

Desde el vestíbulo les llegó el sonido de la puerta de la calle, que se abrió lentamente; le siguieron los golpes de unos zapatos que caían sobre el suelo del vestíbulo como si alguien se los hubiera quitado dando sendas patadas, y el repiqueteo de unas llaves lanzadas hacia el cuenco que había sobre la mesita de la entrada.

—¿Chicas? —preguntó la abuela de Arianwyn—. ¿Aún estáis en casa?

—¡Estamos aquí! —gritó Salle alegremente mientras esparcía algunas migas más a lo largo de la mesa.

La abuela apareció en la puerta, se apoyó contra el marco y bostezó.

—¿Una reunión que se ha alargado hasta tarde?

—preguntó Arianwyn.

—¡O hasta temprano,no estoy del todo segura! —contestó la abuela dejándose caer en el sillón que había junto al hogar de la cocina. A continuación, suspiró satisfecha, estiró las piernas y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento—. Cuando acepté reincorporarme al Consejo de Venerables, no tenía ni idea de que se celebrarían tantas reuniones.

—Supongo que, con motivo de la guerra, están pasando un montón de cosas. ¿Sigue habiendo escasez de brujas cualificadas? —preguntó Salle.

La abuela asintió con poca energía.

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La guerra contra los urisios, en el reino septentrional de Virslandia, y el aumento de la actividad mágica en los Cuatro Reinos durante los últimos años hacía que fueran necesarias más brujas cualificadas. Pero simplemente parecía no haber suficientes.

—Te haré un té bien caliente —dijo Arianwyn poniéndose en pie, y comenzó a ir y venir con rapidez por la cocina—. ¿Quieres que te prepare algo para desayunar? —preguntó mientras volvía a poner la tetera sobre el fogón y preparaba una taza y un platito para servir la infusión.

—Bueno, en realidad creo que ya es casi la hora de comer. ¿Qué diantres habéis estado haciendo toda la mañana? ¡Si aún estáis en camisón! —Se rio la abuela.

—Habíamos pensado ir a ver el desfile de palacio y quizás a visitar el museo —dijo Salle animada.

—Eso suena muy bien —opinó la abuela, que cerró los ojos por un instante.

—¿Por qué no nos acompaña? —preguntó Salle—.

Y se toma el día libre…

—Si pudiera… —La abuela suspiró—. Pero tengo informes pendientes de leer. —Estiró el brazo en busca de su bolso, que estaba a rebosar de carpetas y documentos—. Y tengo que reunirme con algunos miembros del Senado Real. No tengo la menor idea de por qué la bruja superiora me ha pedido que lo haga, teniendo en cuenta que lidiar con un montón de políticos es lo último que me apetece. No puedo con sus bravatas y sus tonterías.

—Quizás por eso te lo ha pedido a ti. —Arianwyn le alcanzó la taza de té.

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La abuela puso los ojos en blanco y lanzó un gruñido, pero sonrió mientras volvía a acomodarse en el asiento y sorbía con cuidado la infusión.

—Deberíamos ir a arreglarnos… No queremos perdernos el desfile —dijo Salle antes de salir disparada de la cocina.

Arianwyn se puso a recoger las cosas del desayuno y las llevó hasta el fregadero.

—Yo me encargaré de eso.Ve a arreglarte —le dijo la abuela con una sonrisa.

Arianwyn pegó un salto en dirección a la puerta, pero se detuvo con la mano sobre el marco.

—¿Todo bien? —preguntó la abuela con la taza de té detenida frente a sus labios.

—Yo… —La pregunta había estado carcomiéndole la cabeza desde su llegada a Kingsport—. Quería saber lo que ha pasado con… —Sintió un escalofrío solo de pensar en la abominación nocturna con la que se había encontrado en Lull. No se atrevía a pronunciar las palabras, ansiosa ante la posibilidad de que el más terrible de los espíritus oscuros pudiera aparecer de repente ante ellas en toda su horripilante tenebrosidad.

La abuela suspiró y dejó cuidadosamente la taza sobre el platillo.

—¿La abominación nocturna? —preguntó, poniéndose en pie. Era una mujer alta y llevaba el largo pelo canoso perfectamente recogido. Puso una mano sobre el hombro de Arianwyn—.Ya te he dicho que no hay absolutamente nada de lo que preocuparse.

El consejo ha analizado todos los informes. El mío, 13

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el tuyo, el del alcalde Belcher, incluso el de la chica Alverston…

—¿Gimma? —preguntó Arianwyn, que tampoco se había atrevido a pronunciar ese nombre durante las últimas semanas.

La abuela le sonrió.

—Todo eso ya ha pasado, lo has dejado atrás. No tienes que preocuparte por nada, Arianwyn. Hiciste lo que pudiste. No fue culpa de nadie.

Arianwyn sonrió, pues las palabras de su abuela la habían tranquilizado. Siempre sabía cómo hacer que las cosas volvieran a su lugar. Entonces, Salle cruzó disparada el pasillo, mientras se ponía el abrigo a la vez que intentaba colocarse un pasador de pelo.

—Date prisa, Wyn, o llegaremos tarde… A menos que quieras presentarte en el desfile real vestida así.

Arianwyn le sonrió y dio una vuelta rápida sobre sí misma, con lo que el camisón ondeó a su alrededor como si fuera una capa.

—¡Pero si me han dicho que esto es el último grito en Highbridge! —dijo riendo, tras haber ahuyentado de momento sus pensamientos más oscuros.

Salle y Arianwyn caminaban apresuradamente. Las calles estaban a rebosar de gente que agitaba banderitas y se abría paso a empujones camino del palacio.

—¡Banderas de Hylund! ¡Dos por un chelín! —clamaba en la esquina un hombre que blandía con firmeza un manojo de banderitas como si fuera un ramo 14

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de flores—. ¿Banderas, señoritas? —les preguntó a Salle y Arianwyn cuando se acercaron a él.

—¡No, gracias! —contestó Arianwyn, y, al ver a Salle cariacontecida, añadió—: No querrás perderte el desfile, ¿verdad? —Y tiró de ella mientras su amiga seguía mirando con expresión triste al vendedor de banderas.

Doblaron una esquina para abandonar la calle principal y adentrarse en una avenida más pequeña y tranquila, llena de las típicas casas blancas y resplandecientes de Highbridge, todas idénticas entre sí, con sus setos recortados y altas rejas metálicas, con sus puertas principales de ébano y brillantes picaportes de latón.

—Por aquí podemos atajar camino hacia Royal Crescent —le explicó Arianwyn a Salle, recordando todos los trayectos que había realizado con su abuela para ir a ver el palacio o a visitar los parques de los alrededores.

Las aceras de Highbridge estaban inmaculadas, ni siquiera las primeras hojas dispersas del otoño ensuciaban sus adoquines. Pasaron junto a una niñera de aspecto impoluto que empujaba un enorme cochecito de bebé cuyas inmensas ruedas plateadas lanzaban destellos bajo el cálido sol del mediodía.

—Bueno, desde luego que esta es la zona más estilosa de Kingsport, ¿verdad? —observó Salle, deteniéndose para dar una vuelta sobre sí misma mientras una mujer impecablemente vestida salía de su jardín delantero. La patosa pirueta de la chica la obligó a hacerse a un lado y estuvo a punto de caerse sobre el seto recortado con esmero.

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La mujer murmuró algo con un marcado y cortante acento de Highbridge.

—¡Perdone! —se apresuró a disculparse Arianwyn, pero la mujer se limitó a fulminarlas con la mirada y se alejó sin decir nada más, con unos restos de seto pegados al trasero.

—¡Esnob! —dijo Salle sin realizar el menor esfuerzo por bajar el tono de voz, y, a continuación, se puso a imitar los andares rígidos y estirados con que la mujer se alejaba calle abajo.

Arianwyn soltó una risita y corrió tras su amiga.

Justo delante de ellas, la avenida se ensanchaba y los edificios trazaban una curva a derecha e izquierda abriéndose hacia Royal Crescent, que ya estaba llena de gente. Al dejar atrás la última de las casas se vieron arrastradas entre risas por la multitud como barcos de papel por la corriente de un río.

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