
Ecos en el desierto Ecos en el desierto Ecos en el desierto

Bastian se apoyó en el viejo Ford oxidado y encendió un cigarrillo, el humo serpenteando hacia el cielo abrasador. La arena dorada de Nuevo México parecía arder bajo sus botas, pero eso no le importaba. El calor era el menor de sus problemas.
—Malditos alienígenas —murmuró, mirando el cielo

Desde el incidente del 2 de julio, cuando ese dichoso "objeto volador no identificado" había caído del cielo, el desierto de Roswell se había convertido en un hervidero de rumores.



Las noticias hablaban de globos meteorológicos, pero Bastian, exoficial de la CIA y uno de los que solía pisar los pasillos del Área 51, sabía que eso era una mentira podrida. El gobierno siempre ocultaba la verdad tras capas de burocracia y silencio.
Las noticias hablaban de globos meteorológicos, pero Bastian, exoficial de la CIA y uno de los que solía pisar los pasillos del Área 51, sabía que eso era una mentira podrida. El gobierno siempre ocultaba la verdad tras capas de burocracia y silencio.

Algo raro había ocurrido aquí. Algo paranormal.
Ya en casa apretó los dientes y, sacando una libreta arrugada de su bolsillo, repasó los últimos casos de desapariciones en la zona: ganado encontrado desmembrado, luces extrañas en el cielo y personas desaparecidas sin dejar rastro.


—¿Sigues hablando solo, Bastian? —Una voz irritantemente jovial lo hizo voltear. Era Eddie, su antiguo compañero en la CIA. Más joven, más optimista, y todo lo que Bastian odiaba. Pero Eddie era el único dispuesto a ayudarlo.
—¿Tienes algo nuevo o solo viniste a molestar? —bufó Bastian, aplastando el cigarrillo bajo su bota. Eddie negó con una sonrisa torcida y le tendió una foto: una imagen borrosa de dos figuras humanoides con cabezas alargadas y extremidades delgadas, paradas frente a una vaca destrozada. Bastian frunció el ceño. Aquellos seres, con piel grisácea y ojos negros sin pupilas, eran la viva imagen de las pesadillas.
—Se mueven rápido —dijo Eddie—. Pero los periodistas están empezando a sospechar.



Bastian resopló. Sabía que alguien no quería que la verdad saliera a la luz, y ese alguien tenía nombre y cara: el director del Área 51, Richard Crowe. Un hombre bajo, con cabello absurdamente rubio y una presencia que apestaba a autoridad. Literalmente: el hombre olía a cigarro barato y perfume rancio.

—Si Crowe se entera de que andamos husmeando, estaremos acabados —murmuró Bastian.
—¿"Estaremos"? Yo solo soy el idiota que te da información —rió Eddie, pero su risa murió al ver el ceño fruncido de su compañero—. Tranquilo, viejo cascarrabias.
—No soy viejo. Tengo 22 años —gruñó Bastian, sintiendo su habitual oleada de amargura.
Eddie iba a replicar cuando un ruido sordo cortó el aire. Un zumbido grave, como si algo vibrára en otra frecuencia. Ambos miraron al cielo y sus rostros se endurecieron. Allí estaba: un disco metálico flotando a unos cien metros, girando sobre su eje y reflejando la luz del sol. Entonces, sin aviso, se precipitó hacia el suelo.

-¡Al auto! - gritó Bastian.
Se lanzaron al interior del Ford justo antes de que la onda expansiva los golpeara. La arena voló en todas direcciones, y el parabrisas se cubrio de polvo. Bastian pisó el acelerador y se adentraron en la nube de polvo


Cuando el aire se despejó, vieron los restos de los OVNI. Trozos de metal humeante y una brecha abierta en el suelo. Y entre los escombros, dos figuras. Los aliens.


Flacos, escuálidos, cambian de forma y con piel que parecía gelatina bajo el sol, se movían con precisión quirúrgica, ignorando por completo a los dos hombres. Uno de ellos, con movimientos espasmódicos, arrastraba el cuerpo sin vida de un hombre hacia la brecha. El otro sostenía algo en sus manos: un órgano palpitante.
Bastian sintió una arcada subirle por la garganta. Era grotesco, pero su instinto de supervivencia lo obligó a centrarse.
—Están recolectando... partes —dijo Eddie, su voz quebrada.
—Están creando algo nuevo —respondió Bastian, recordando antiguos informes secretos sobre experimentos extraterrestres—. Una nueva raza. De repente, un disparo resonó en el aire. Una bala impactó cerca de los aliens, quienes levantaron sus cabezas sin expresión. Del polvo emergió una figura familiar: Richard Crowe, con su traje impoluto y su cara de fastidio.
—¡Bastian! ¡Apártate de ahí! —rugió Crowe.
—¿Por qué no me sorprende verte aquí, Crowe? — escupió Bastian.
—Esto no te incumbe. Vuelve a tu agujero antes de que te entierren en él.

—¿Enterrarme? No esta vez.

Bastian desenfundó su revólver, pero antes de poder disparar, los aliens se movieron. Sus brazos se extendieron como látigos y atraparon a Crowe. El hombre chilló, su arrogancia evaporándose en un segundo de puro terror.
—¡No, suéltenme! ¡Yo los ayudé!

Bastian y Eddie retrocedieron mientras los aliens arrastraban a Crowe hacia la brecha. Un grito gorgoteante quedó suspendido en el aire. Luego, silencio. Bastian tragó saliva.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Eddie, temblando.


Bastian miró los restos del OVNI y luego al horizonte, donde más luces empezaban a aparecer en el cielo. —La verdad está ahí afuera. Y no vamos a dejar que la oculten otra vez.
Encendió otro cigarrillo y lo sostuvo entre sus labios, el humo perdiéndose en el viento seco del desierto.

En "Ecos en el Desierto", Bástian, un exoficial de la CIA, investiga extraños sucesos en Roswell, Nuevo México, tras el famoso incidente de un OVNI en 1947. Junto a su compañero Eddie, descubren evidencias de actividad extraterrestre: desapariciones, ganado mutilado y seres alienígenas recolectando partes humanas. Al confrontar al director del Área 51, Richard Crowe, con la verdad, Bástian y Eddie son testigos de cómo los aliens capturan y matan a
Crowe. A pesar del peligro, Bástian decide no dejar que el gobierno oculte la verdad, comprometiéndose a seguir buscando respuestas.

Hola, soy noah espero que te halla gustado mucho, si quieres mas libros de misterio lee “Sombras En La Cumbre”. pronto hare la parte 2 de este emocionante libro, y bueno adios raros. (no creo q haga mas cuentos con ilustraciones por que es todo un quilombo -_-)