CON ANIBAL A LAS PUERTAS
Ante Helmán, el dios terrible, las sacerdotisas cantan tocando adufes y crótalos, y tamboriles y flautas. Sobre sus túnicas negras, en ondulaciones largas, apretados en las sienes por una cinta escarlata, caen sus cabellos, más rubios que el sol cuando se levanta. Cíngulos bordados de oro lucen sus criaturas castas y en sus pies, que estar parecen hechos de espuma y de plata, sobre el carmesí encendido, brillante, de las sandalias, destellan piedras preciosas, verdes, pajizas, moradas… Perfumes embriagadores los pebeteros exhalan en ligeras nubes de humo entre azules y entre blancas. Ornan los muros del templo, formando bellas guirnaldas, flores hermosas y frescas de suavísimas fragancias. Y en riquísimos jarrones de forma elegante y rara se yerguen lirios gigantes de blancura inmaculada. -“¡Dios Helmán –cantan las vírgenes-, dios terrible en las batallas,