Hernando Rojas - Puta Vida

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¡PUTA VIDA! PA’ QUE LE CUENTO

Hernando Rojas R. 2012

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¡PUTA VIDA! PA’ QUE LE CUENTO Hernando Rojas Quito, Ecuador Cuarta edición, 1000 ejemplares, año 2012 Impresión: La Imprenta Diagramación: Biodesign Fotografía: Matthew Blair Corrección de texto: Davina Sofía Pasos, Galo Vega P. No hay derechos de autor, parte o todo el contenido de este texto se puede utilizar libremente, citando la fuente. Comentarios y sugerencias a: evocultural@gmail.com

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Gracias a: Iván Dario y Astrid Claudia Pamela Andrés Ailín

Estas páginas están dedicadas a mis nietas y nietos, a mis hijos, a mis hermanos y a mis otros hermanos: gamines, prostitutas, ladrones, pordioseros, esquizofrénicos, negros, originarios, blancos; a todos los desposeídos de bienes y de espíritu con quienes compartimos esta vida. Sin otra pretensión (por si alguna vaca sagrada de la literatura opina…) que la de tocar lo poco de dignidad que nos queda como individuos y como pueblos.

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¡PUTA VIDA…! PA’ QUE LE CUENTO Que se siente vergüenza cuando un hombre se desnuda y mucho más tratándose de él, con esa cara de purgante y sus berridos de todos los días. Aunque, la verdad sea dicha: cuando le vi la tripa requeteinflada y peluda como oso casi suelto la risa. Fue cuando se aflojó la correa que yo cerré los ojos; miedo no es que sintiera, porque ni me encomendé a la virgencita. Quizá es por las cosas que me decía… que siempre yo le había gustado, y que la señora Angelita era su mujer pero que eso era diferente. Quizá por eso se siente una igualada. Y es que parecía un niño jugando a quitarme las cobijas y metiendo manos por todas partes. Yo dejé que lo hiciera, aunque, eso sí, cuando me arranchó los calzones yo me enrosqué todita; que a una le enseñaron a no dejarse ver y, además, se me coló frío por atrás. 5


Si hasta me olvidé del anillito y más bien, me acordé de doña Angelita y ahí si me entró terronera que nos fuera a pescar puriticos en pelota. Por eso cerré las piernas y hasta lo arañé. Y que sí y que no y que estese quieto y que déjese y en esas el condenado se me apega jadeando, sudando como bestia y hurga que hurga. Después, no me acuerdo, porque me cogió un calorcito y todita yo me fui como por un agujero, allá lejos, en medio de mis piernas.

Que solo la puntica. ¡Bah!

¡Es que una es pendeja! Creerles a los hombres… ¡Qué bruta! ¿Y ahora qué le digo a Gumersindo cuando vuelva del reclutamiento? Y, fíjese usted, exactico cuando se me empezó a notar la barriga, todavía no me explico cómo doña Angelita se topó el anillito. Y que yo me lo había robado y que me iba pa’ la cárcel. Y él que no chistó nada. Y ahí mismo solté todo. ¡Puta! me dijo doña Angelita cuando me puso de paticas en la calle con todo colchón y baulito. Y ¡Puta! me dijo mi padrastro cuando me notó el encargo. Todos me dijeron lo mismo, menos mamá María que desde 6


ese día me quitó el habla, hasta un instante antes de su muerte cuando me dijo: la perdono, mi’ja. Gumersindo, igual. Me amenazó con cambiarme por la burra que servía en el pelotón. No valió que le jurara y rejurara que sería su esclava si me perdonaba la metida de patas. De tanto que me dijeron, me hicieron sentir como animal apestado. Por eso me pasaba acurrucada en el junco, berreando y sin tragar, sin ver la luz del día. Es que quería matarme de hambre junto con el encargo para sacarme el pecado. Fue cuando ya parecía lechuza de lo ojerosa que estaba que, por un resquicio, vi a la yegua zaina que limpia, que acaricia a meros lengüetazos al potranquito patiespernancado y tembleque, que de puro esmirriado ya se paraba, ya se escurría. Entonces me entró el sentimiento, y lo abracé con tanta fuerza que me dolió la barriga, y no paré de prometerle que lo iba a cuidar mejor que el animalito a su crío, y que me haría la pendeja cuando me dijeran culipronta. Y ahí sí me volvió el alma al cuerpo y las ganas de vivir, y que ya correteaba las gallinas y guapeaba con los hombres en el surco y atizaba los rescoldos en la hornilla; que ya me tumbaba con el sol en el trigal al venirse la tarde o volaba con el viento hasta lo alto de las nubes y dejaba pasar el tiempo haciendo casas de ensueño, donde, aunque se rían, yo era la señora. 7


Hasta que entraba la noche y se las tragaba. Y entonces me apretaba el hambre y con el hambre llegaban las angustias. ¿Qué sería de mí, mañana? ¿Qué sería del crío?, que necesitaba un padre. Y que si ya lo tenía. Que con la barriga adelante y los recuerdos atrás me volvería a la capital. Y dale con que no es mío. Que me lo pruebe. Que déjelo que nazca pa’ que vea que es igualito a usted. Que vuelva entonces y hablamos. Que se va a enterar la señora Angelita. Que déjese de vainas, que yo me encargo. Y así fui a parar con todo y barriga a un vecindario. ¡Y qué vecinos! Como ratas flacas se esconden en sus troneras, que a veces hasta dan ganas de llorar. Que aquí son tan raros, pobrecitos, como que tienen el alma envenenada; por eso será que son tan quisquillosos: que si las navajas, que si las botellas rotas, que si las palabrotas, si hasta revólver y bala. Que fiera parecía la que llaman Mileydi, el día que se enredó a cocotazos con el Bonito. Ese mismo día, por la nochecita, estuve puje que puje y bramé como vaca, solita, y nadie se comedía. ¡Virgencita del Perpetuo Socorro, sácame de este apuro! 8


Yo sí había visto que él tenía cara de bueno, aunque decían que era subversivo. Pero esa noche, apenas se arrimó por la puerta le vi la cara de santo. Y él que traigan y que lleven, y yo que reventaba. ¡Parir! Parir es pa’ mujeres, y hay que ser mujer para aguantar tanto. Pero ahí tiene a mi pequeñita, sin ojitos de cielo ni cunita. Pero véale usted la gana con que busca el pezón. Quién pudiera creer; aquí todos como con la amargura entre los dientes, y ella dale que sonríe. Por eso me dio por llamarla Alegría. Pero no valió. Pronto vinieron las tristezas. La vieja de la renta, que desocupe, y él que se hace el pendejo y no quiere dar más. Por las mismas corrí a la pieza, le encendí una velita a la Virgencita del Perpetuo Socorro, le di la teta a mi Alegría hasta que estuvo satisfecha; arropadita hasta la punta de la nariz, la dejé en un camastro, encima, bien en lo alto porque, ¡Dios me libre! no quiero ni pensarlo, las ratas le quitaron la otra noche una orejita al mocosito ese, como bobito, que babea y se caga por todos los rincones. Cerré el candado, me santigüé con la llave y me la metí en el regazo. Pase tonteando todito el día, mide calles para arriba y para abajo, con el pedacito de periódico entre las manos. “Avenida de los Condes… 9


necesitan doméstica”, creo que decía, o será porque no fui a la escuela, el caso es que no entendía. Pobrecitos los dos viejitos, solitos, y para colmo de males, trabaditos, y en semejante caserón. ¿Cómo no se pierden? Si por acá, el cuarto de planchar; si por allá, el de las máquinas; más acá, el de huéspedes; por acá, el del señor; más allá, el de la señora, y muchos más. Y hasta el cuarto pa’ las muñecas. Y que si “yu jav beibis”, y el negro del uniforme que me lo dice en cristiano, y yo, ni corta ni perezosa, le digo al Mister –que así lo llamanque sí, que mi Alegría. Pero, si ni ratas ni goteras ni los tiestos sucios ni que se cae el techo ni mierda que pisar, pero si el cuarto de las muñecas está que ni pintado. ¿Por qué será que no hay lugar para mi Alegría? Y dale para otro lado y otro más. Vuelva mañana. Vuelva por si acaso. Vuelva. A quién le importa ¡carajo! si una sufre. Si ya no hay, si ya se acaba. Hasta que al fin mi Diosito se acuerda de mí, y a donde el jefe fui a parar; y no me pregunta qué se hacer, ni si niños, ni si nada. No más se queda viéndome, y que sí, que el trabajo es suyo. Y el subversivo se burla, que no es milagro, y yo que sí, y él que sonríe y piensa. Porque siempre estaba así, como despabilado. 10


Madrugadita me meto entre ellas. Van llegando, afanándose, cuchicheando. Hay que verlas. Ponen caras largas, y dale, dale, y no paran. ¡Dios mío! Si se ven sufridas ya se desmayan ya se orinan ya se duermen, suspiran, tienen hambre. Y el jefe zumba, y no para de zumbar. Falta poco, ya mismo…Suena la sirena, se empujan, se hace tarde, ya no alcanzan. Más allá, la otra, calladita como alma en pena, coge la paga y se va. No hay más para ella. Que espere la nueva, que el jefe quiere hablarle. Se me viene por atrás, no me dice nada. Y ¡zas!, cuando me doy cuenta ya está encima. Me aprieta contra él y siento como si me entrara tembladera en el cuerpo. Ya que me zafo, ya que me agarra. Que, ¿Cómo te va en el trabajo? Yo le entiendo lo torcido y pienso que mejor será, o si no, va y de pronto. Pero, eso sí, ¡los calzones no! Y empieza con su resabio y no atina con los botones. El cráneo y el cogote se le ponen colorados. Las venas se le tiran a reventar. Va babeando por mi cuello y hurgando con su hocico entre mis pechos. ¡El pezón no! viejo asqueroso, que eso es pa’ mi´ja. Pero las palabras se me hacen tarugo con las lágrimas. De tanto que me desea, los estertores de la muerte parece que le dieran. Y ya no para de temblar y yo de correr de la misma terronera. Mañana seré la otra que, calladita como alma en pena, coge su paga y se va, porque no hay más para ella. 11


Razón tenía él. Si es que abusan de una porque es bien hembra; si es que abusan de una porque es bien pobre. Que ya son cinco años que vino al mundo mi Alegría, y no he parado de bregar. Que aquí no pagan, que allí te insultan, que allí te tratan peor que a negra. ¿Qué quería usted que hiciera? ¿Qué aguantara toda la vida? Una será pobre pero no pendeja. Si trabajando se hiciera plata, las burras tendrían chequera. La plata es para los patrones, y para una: la joda. Por eso, cuando el padrastro, que en paz descanse, se fue a mejor vida, y me cayeron toditos ocho a la pieza, y nos pisábamos el hambre unos con otros, ya no le dije más no a “Mileydi”. Y aprovechando lo oscurito me fui con ella. Y ¡Diosito lindo! como en el mismo purgatorio, esperando que vinieran, viendo pasar la noche en vela, allí estaba yo, metida entre ellas. ¡Pobrecitas! Su único tesoro oculto entre las piernas, como socavón viejo, van enseñando a todos. Solo ellas saben que las herramientas de muchos hombres las han dejado vacías. Por eso, a quién le importa ¡Carajo! si es rico fanfarrón; si marino sidoso; si político maricón; si sacerdote arrepentido; si estudiante pobretón. Lo que 12


importa es que vengan. Si es que ya ni vergüenza tan sólo queda, si el humo se las tragó, si las consumió el alcohol, si las enloqueció la música. Y yo ahí, con ellas. ¡Puta vida! pa’ qué le cuento.

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Sí al Amor Hoy vi la metralla arrastrar a los hombres tras sus cadáveres en busca de la gloria... Aterrorizado como un niño preferí esconderme en la trinchera de tu sexo. Y en combate cuerpo a cuerpo de aguerridos amantes, en tu campo de batalla fértil, orgulloso derroté a la muerte.

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SOLA, INMENSAMENTE SOLA ¡Ay, mamá! Ya empezaste con el sermón. Qué pesados son todos. La profe, dale con que “niña, cúbrete” y Juan, loquísimo, “déjame verte más” Quién los entiende. ¿Cierto espejito? Las muñecas, ¡qué fastidio! Me aburre todo. El colegio, mi casa, todo, todo menos la música de los Jack Start y bailar, bailar sin parar, como si tuviera un resorte con ritmo en lugar de cerebro. También me gusta masticar chicle y besuquearme con Andrés, hasta que me duela la lengua. Sentir, sentir ¡Quiero sentir! Y entonces, al diablo con la trigonometría. ¡Boba! Ponte las pilas, vámonos de rumba, no te quedes atrás.

Y me paso todo el día zombi.

Entonces mi vieja me dice: ponte decente, niña, o te vas de la casa. Y me voy con Billy. Me gusta su piel transparente y sus sandalias. Me enseña a vivir del aire, a tomar la píldora y a llegar al clímax.

Pero algo sale mal y, niña, tienes que abortar. 15


Entonces me pongo seria.

Mi padre: -tienes que trabajar.

Mi madre: -mejor te buscas un marido, pero con plata, pero con apellidos, pero que tenga buena posición. Entonces vete a la fiesta, ponte la tanga, quizás en la misa…Dile que eres virgen. Déjalo ver pero no tocar. Y pórtate educada. Sonríe sin parar, aguanta los gases. Pensará que eres un ángel. -¡Basta! yo sabré cómo hacerlo. -¡Ay, hombre, qué lanzado eres!

-Entonces, ¿vamos a un motel mi vida?

-¡Ni loca! ¿Por quién me tomas?

-No digas eso, amor, que te adoro.

Eres única. Eres especial. Eres sin igual.

Te quiero mía, solo mía.

-¿Para toda la vida?

-Sí, para toda la vida.

-Pero, ¿y qué dirán? Pero, ¿si nos ven?

OK. Pero no vas a pensar que lo hago con cualquiera. Contigo por que te quiero. OK. Pero no te demores. 16


¡Ay, amor! ¡Ay! Qué rico es el amor ¡Ay! ¡Ay!

Luego… Que papi te mata, que mami te ahorca, que no me llega… Entonces, yo los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe. -Ahora quiero un penthouse con muebles, carro y chequera, dos criadas, todo para estrenar.

-¡Sí mi vida, sí mi cielo!

Y él en la oficina y yo ocupadísima al teléfono. Y en seguida al peluquero, ¡mariconsísimo!, sí. En la tarde el té canasta y, luego, de compras. ¿Tiempo? No querida, ni para orinar. Y en la noche ya puedes imaginarte, lo que más le gusta: el deshabillé. Y entonces, sorpresa, la cigüeña se adelanta. Sí, rubio, de ojos verdes. ¿Qué te parece? ¡Ah! Y Fifi, la perrita, tan bella, duerme con nosotros. Hogar dulce hogar. ¡Qué felicidad! Pero no sé qué pasa. Todo cambia. Empieza con que no tengo, no me esperes, no me gusta. Y acaba buscándome en la cama. 17


-¡No seas tonta! No le des gusto.

-¡Claro, mi’ja! Nada de nada.

-Pero querida, si solo me busca para eso. Si hasta le da por hacer cosas raras, tú sabes, eso de bésame acá, súbete, bájate, muévete así. Pero yo: no te beso, no te miro, no te hablo, no te quiero.

Ahora duerme solo, en el sofá.

Pero las cartas y el cigarrillo me dicen todo al pie de la letra. Rubia, veintidós años, sexy.

¿Quién podría ser? Pues claro, su secretaria.

Con razón nunca tiene plata, ni tiempo para nada. Pero eso sí, va a ver quién soy yo, me va a oír: ¿De dónde vienes? ¡Hueles a perfume! Tienes los calcetines al revés. ¿Con quién estabas? Sinvergüenza ¡No me toques! ¡Descarado! Vete donde la puta ésa, que te haga lo que quieres. Yo soy una mujer decente. ¡Lárgate! Que no te vea.

Y no le he visto desde ese día.

No sé qué hacer. Si irme a casa de mami.

Pero el niño, qué problema, tiene que ir a la escuela. ¿Y la perrita? ¿Quién la cuida? Y las compras, y la plata en el banco, y me siento sola, mejor que vuelva. 18


Entonces lo recibo con los brazos y las piernas abiertas. Pero ¡qué va! ya no funciona. ¿Será la celulitis? ¿serán mis senos? ¿serán los años? Pero no se fija en mí. Y me aburre todo y no sé que hacer: yoga, meditación profunda, cerámica, repostería, un viaje a Europa. Nada, nada me llena.

Y se va con otra y me entra la depresión.

Empiezo con tranquilizantes, un pito, un pasesito, sigo con la botella y acabo en la cama con el chofer, después el pediatra, el siquiatra, el lechero, el portero.

¡Dios mío!

Quiero morir, me siento sola, inmensamente sola ¡sola! ¡sola!

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El rebelde No vaya, que lo joden a usted también, le dijeron. Pero el viejo era necio y fue. Se quedó mirándolo fijamente, tragando lágrimas a borbotones. Estuvo así el tiempo suficiente para verlo renacer en su memoria: ¡Mi vástago!, como le decía orgulloso a sus amigos. Para llevarlo por los caminos, sin soltarlo de su mano callosa y fuerte. Para tartamudear sin saber cómo decirle: Vamos donde las hembras ¡Carajo! para que te hagan hombre. Para que fuera todo lo que él no pudo ser. Por eso, cuando lo tuvo en frente, con su cuerpo de niño grande desnudo, y vio escapar sus ilusiones por ese agujero en el pecho, les gritó orgulloso: ¡Sí! ¡El rebelde era mi’jo! ¡Carajo!

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EL HÁBITO SÍ HACE AL MONJE Nadie entendió cómo ni por qué esa mañana los habitantes del pueblo, al salir de sus casas, lo hacían a hurtadillas, caminaban como si llevaran el rabo entre las piernas. Llenos de vergüenza, no les alcanzaban las manos para ocultar la cara y otras partes del cuerpo. Y tampoco podían disimular la contrariedad que, por alguna razón, los embargaba. Hasta que poco a poco, al tropezar en las esquinas, no pudieron evitarse más, se miraron de reojo y cayeron en cuenta de que todos estaban en la misma situación. Entonces, lo que en principio fue un ir y venir de sonrisas suspicaces, se convirtió en hilaridad que no cesó hasta que, uno a uno, hombres, mujeres, niños y ancianos, fueron cayendo muertos de risa. Después de esa mañana ya nada volvería a ser como antes. Sin embargo, el alcalde, hombre que siempre llevaba los pantalones bien puestos, convencido como estaba de que guardar el orden establecido era su más alta misión, fue el primero en pensar que las cosas debían volver a la normalidad. Por eso, apoyándose en el asesor jurídico, un petrimete que escondía su condición detrás de metro y 21


medio de paño inglés, decidió llamar a los uniformados para que impusieran el orden. Éstos, acostumbrados a obedecer sin pestañear, lo hicieron a regañadientes, porque no aceptaban la idea de marchar sin sus galones y medallitas puestas sobre el pecho. Entre tanto, la gente en el pueblo se negaba a circular. Personas que vivían por años en el mismo lugar, que tenían casas contiguas o dormían bajo el mismo techo, no paraban de observarse. El tendero se esforzaba por reconocer a cada uno de sus clientes. El solterón del piso bajo, sin dar crédito a sus ojos, no dejaba de parlotear con la viuda del piso alto, cuando vio cumplido el más secreto de sus deseos. Un joven estudiante sentía que se le saltaban los sesos al ver tan de bulto a su profesora de humanidades, con quien desde hacía tiempo venía sosteniendo un interminable monólogo de amor. La niña de quince años encontró resueltas, de un momento a otro, muchas de las incógnitas que no alcanzaba a develar en sus clases de anatomía cuando, absorta, admiró a sus compañeros y a su maestro que aún se esforzaba por aparecer circunspecto. 22


Otros disfrutaban descubriendo a sus amigos y parientes, y no faltó quien se deleitara repasando ángulos olvidados de sí mismo. Las abuelitas, que en un primer momento obstinadas, cerraron los ojos, ahora los tenían muy abiertos, evitando así que escapara el recuerdo de tiemposidos. Tan ocupados estaban todos en conocerse que apenas si prestaron atención al desfile de cascos, escudos y fusiles en mano que, sigiloso, se acercaba. Pero definitivamente, ese día el mundo andaba de cabeza. El sargento y los soldaditos tan acostumbrados como estaban a jugar con sus boticas: pateando cabezas y costillas, haciendo saltar canicas con picanas, agujereando corazones con sus pistolitas y tantas otras sutilezas, ante aquel espectáculo de nalgas, penes y panzas, tan frágiles y semejantes a las suyas, arrepentidos, no se atrevieron a pellizcar siquiera. El cura, que junto con el sacristán y tres beatas habían encontrado en el templo un fortín contra la indecencia, echó a volar las campanas, hizo un llamamiento a las conciencias, repitió el cuento de Adán y Eva, leyó un exorcismo y roció a todos con agua bendita hasta que, cansado en su lucha contra el pecado, acabó mandando al infierno a sus feligreses.

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Pero la cosa no paró ahí. Los comerciantes cerraron sus puertas y botaron las llaves porque ya nadie quería sus baratijas. ¿Para qué diablos sirven las corbatas? ¿Dónde guardamos los pañuelos? ¡Me veo ridículo con zapatos!, decían sus clientes.

Cosas increíbles estaban ocurriendo.

Por primera vez de cara al sol y a las hembras, los negros no quisieron parecerse a los blancos, y éstos nunca antes habían deseado tanto ser negros. Como los ricos ya no podían distinguirse de los pobres, y no queriendo deshacerse de sus tesoros por las buenas, decidieron guardarlos en el mismo sitio donde estaban empolvados sus títulos de nobleza. Así como se acabaron los robos y desaparecieron las prostitutas y masturbadores, así cambiaron muchas cosas. De las armas y las guerras, solo se volvió a saber por los cuentos de las abuelas, porque si todos somos iguales, ¡JiJi! ¿entonces para qué? Y aunque el cura, el alcalde y su asesor jurídico culparon al demonio y a la subversión de todos estos despropósitos, nadie nunca supo que desnudar a la gente fuera obra de un escritor vago, en cuya cabeza caliente tenían cabida lo posible y lo imposible. 24


La protesta Tenía el aspecto de un niño grande, tenía los ojos muy abiertos mirando al infinito, los labios morados y un hilito de sangre.

Pregunté: ¿Qué pasó, compañero?

Respondió que había salido temprano. Que él, Juana, Andrés y José, llegaron con libros en la mano. Que estaban ahí en la entrada, con escudos y cascos. Que ese día no hubo clase. Que vamos a la calle compañero, le dijeron. Que pudo oír a los otros que gritaban: ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! Que todos iban de la mano y que él iba con ellos. Que le salieron al paso ¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres! Que ellos gritaron: ¡Libros sí, fusiles no!

Que contestaron: ¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres!

Que allí todos corrían. Que a Juana la golpearon. Que a José se lo llevaron. Que palos venían y piedras iban. Que alguien ordenó: ¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres! ¡Maten a ese perro terrorista! Que al día siguiente su nombre estaba en letras de molde. Que su madre lloró. Que su padre calló. Que a su paso los puños se alzaron. Que las gargantas roncas gritaron: ¡Compañero José María! ¡Presente! Que los días pasaron, las protestas terminaron. Que las cosas siguieron como antes. Que el nunca supo por qué? tenía el aspecto de un niño grande, tenía los ojos muy abiertos mirando al infinito, los labios morados y un hilito de sangre. 25


EL MOSCARDÓN Mañana será otro día. Se había dicho lo mismo todas las noches después de orinar. Pero esta vez el sobresalto no lo dejó. Algo le estuvo zumbando en la cabeza – que era inevitable-. Había pasado las horas en blanco, dando botes, sin embargo, contra la voluntad de su cuerpo, abrió los ojos porque creyó que ver despuntar el día tendría particular significado. Pero solo vio una pared de ladrillo y un gorrión aferrado a la línea de alto voltaje. Se preguntó si su destino tendría algo en común con el animalito aquel, y sintió un fuerte escalofrío. Por eso se encogió, y al hacerlo encontró el bulto de carne tibia y amorfa de su mujer que todavía insistía en roncar. Solo así la podía soportar. No quiso despertarla y prefirió escurrirse de la cama calladamente. Apenas dio tres pasos torpes y la fuerza de la costumbre lo sentó en el retrete. Estuvo allí largo rato meditando sobre si habría alguna forma de evitarlo, pero no encontró ninguna. Entonces, prefirió pensar que estaba estreñido. Se levantó rascándose el testículo derecho al tiempo que halaba la trampa del agua, a sabiendas que no correría porque la factura empolvada permanecía encima del radio. 26


Mientras buscaba un punto atrás en la correa, bostezó; y se encontró mentido de cabeza entre los espacios vacíos de pan y café. Cuando componía el cuello pringoso de la camisa vió el rosario de extremidades huesudas de sus ocho hijos, y tuvo la impresión de que la corbata le apretaba la garganta. Quiso zafarse, poniendo la puerta de por medio entre él y su miseria. Se tiró a la calle. El aire helado le llenó la boca y terminó haciéndole crujir los intestinos. Levantó la solapa del saco hasta las orejas y escondió las manos en los bolsillos, intentando sacarle el cuerpo a la lluvia, pero sintió la humedad trepando por la suela izquierda hasta la médula del fémur. Cerca de él, una bicicleta se deslizó con el vendedor oculto tras el bulto de periódicos; la vieja de la tienda botó la basura a la calle y dió vuelta a su descomunal trasero; el borracho escupió tres veces y siguió dando tumbos sin percatarse de su presencia. Sintió crujir la mandíbula mecánica del carro recolector que avanzaba pesadamente, y se hizo a un lado porque tuvo miedo de que se lo tragara junto con las fundas negras. Siguió andando, perseguido por sus temores, y no se detuvo hasta que llegó a la parada. 27


Ni siquiera logró sacarlo del ensimismamiento la secretaria rubia con la que todos los días tomaba desquite de su mujer. Acercándose morbosamente hasta rozarle la nalga, quitándole una prenda a cada paso que daba hasta desnudarla completamente al término de la fila, haciéndole el amor dentro del bus; unas veces cuando iban colgados del pasamanos, otras, cuando ella se doblaba sobre los pasajeros sentados hasta que, al punto del orgasmo, aprovechaba una parada brusca para batirse en retirada. Esta vez, la ignoró todo el tiempo, y no se ocupó de nada hasta que el bus lo escupió en la gran avenida. Estando allí, se sintió atrapado por una telaraña de ruidos; quiso respirar, pero terminó atragantándose de monóxido de carbono. Se le ocurrió que esa sería una manera fácil de hacerlo. Por eso miró a los lados para asegurarse que nadie se enteraba de lo que estaba pensando, pero solo vio muchas caras vacías que nada le dijeron. Entonces, estuvo seguro de que le rodeaban los fantasmas de su soledad, y para librarse de ellos gritó con fuerza; pero le creyeron loco, se rieron de él. Y ya no paró de correr hasta que se detuvo frente al reloj para marcar la tarjeta. Adentro, le recriminaron con los ojos, porque la manecilla de los minutos estaba más allá: nunca comprendió por qué siempre le pasaba lo mismo.

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Como de costumbre, estuvieron diciéndole lo que


tenía que hacer todo el día, minuto a minuto. Y aunque lo miraban con ojos incrédulos, y amenazaron con despedirlo se pasó toda la mañana y parte de la tarde observando una tecla, sin importarle un higo los demás, incluido el jefe. Sí, lo había encontrado encima de la “i”, observándolo a él, con sus malditos ocelos inquisidores. Deseó atraparlo para ponerle punto final a aquello, pero empezó a zumbarle encima de la calva, describiendo círculos. Aquel ruido infernal le pareció familiar; lo había estado escuchando toda la noche anterior, mientras daba botes sin poder conciliar el sueño. Lo había escuchado cuando estaba en el retrete y cuando se lo quiso tragar el carro recolector de basura; y ahora estaba ahí, encima de él, como una advertencia de lo que habría de pasarle. Fingió no darle importancia y continuó buscando las teclas, pero vino a posarse exactamente sobre su nariz. Se sintió humillado, pensó aplastarlo, pero terminó abofeteándose a sí mismo. Incapaz de soportar más, escapó y fue a esconderse en un bar; entre el humo, el ruido de la rockola, detrás de media docena de vasos de cerveza. No bien había terminado el último, cuando lo vió multiplicarse a su alrededor una y mil veces. Entonces huyó de allí despavorido. El terror siguió pisándole los talones en medio de la oscuridad hasta que cruzó la puerta de su casa, cerró con doble seguro y se desplomó. 29


No alcanzó a reponerse, cuando ya estaba ahí, en el aire, zumbando sin dejarse ubicar. Al borde de la desesperación, se incorporó resuelto a darle muerte con sus propias manos pero no pudo, porque se detuvo frente a él aceptando el reto. Entonces, le vino a la memoria, como la noche anterior había estado zumbándole en su oreja: que tipejos como él no tenían oportunidad en este maldito mundo, que los hombres lobo le habían convertido en un guiñapo y que, inexorablemente, acabarían liquidándolo igual que a tantos otros. Ahora lo tenía allí de nuevo, taladrándole el cerebro hasta la locura. Y no paró de zumbar hasta que acabó por convencerlo de que no valía la pena continuar, que quien debía morir era él. Por eso, en la última y desesperada acción por derrotar a la vida apretó su propia garganta con los dedos crispados por los estertores de la muerte, hasta que en sus ojos desorbitados desapareció el moscardón. Al otro día, las mandíbulas del recolector volvieron a crujir, la vieja de la tienda botó la basura a la calle y dió vuelta a su descomunal trasero; el borracho escupió tres veces y siguió dando tumbos sin percatarse de su ausencia. 30


Rebélate Cuando el fantasma de la soledad llene tus calles de rostros vacíos, de manos frías, de amigos que nunca fueron, de pasado sin presente ni futuro… Cuando vivas la angustia de no ser… ¡Rebélate! ¡Rebélate!

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LA DIFÍCIL VIDA DE MI GENERAL NAPOLEÓN

Cómprame una pistola para jugar.

¡Bang! ¡Bang! Te maté, papá. ¡Bang! ¡Bang! Te maté, mamá. Este niño, cuando grande, será militar. ¡Cabrones! ¡Atención! ¡Firmes! ¡A la izquier...! ¡Media vuelta! ¡Marrr!

Un, dos, tres.

Lavado de cerebro y corte de pelo. Que el mundo es cuadrado, le vamos a enseñar. A obedecer sin pensar, que así es la disciplina. ¡Sí, señor! ¡No, señor! O en el calabozo a golpes de culata lo van a recordar.

¡Recluta Napoleón! ¡Pararse en la cabeza!

¡Atención! Carrera... ¡Marrr!

Como ordene mi teniente.

Como ordene mi capitán.

Ahora va a conocer el ABC de la vida militar.

Con un fusil lo vamos a premiar. Tiro al blanco. Tiro al negro.

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Tiro al pobre.


Y no pare de tirar, que matando a sus hermanos lo hemos de entrenar. ¡Soldado de la Patria! ¿Jura usted defender con su vida: haciendas, fábricas, bancos y otros valores que integran el patrimonio nacional?

¡Si, juro!

¡Pelotón...! Presenten ¡armas!

¡Cadete Napoleón! Aquí empieza su carrera militar. La primera medalla sobre el pecho y el ascenso a teniente para que sepa qué bueno es mandar sin tener que trabajar. Y ahora vaya al pueblo a fanfarronear ¡Y pise duro con las botas!

Un, dos, tres…

Que todos se pongan a temblar, y si alguien se atreve a protestar, ¡dele con el sable! para que aprenda el uniforme a respetar. Un curso tome luego en USA para manejar chatarra en paradas y desfiles, juegue al Zorro del Desierto en guerritas de mentiras.

Ra-ta-ta-ta. Ra-ta-ta-ta.

Y ya será ilustre, capitán Napoleón, en técnicas de inquisición aplicada: el mejor alumno de Torquemada. 33


Héroe de guerra en Vietnam y Corea. Experto en genocidios, matando niños, matando niños, loco de remate…

Ra-ta-ta-ta Ra-ta-ta.

Por tan brillante ejecutoria, mi mayor Napoleón, dé media vuelta al mundo, supervise la compra de cohetes, traiga en un avión las condecoraciones, regalos y juguetes que le otorgue el fabricante de la muerte por servicios prestados en el frente.

Ra-ta-ta-ta. Ra-ta-ta-ta.

Pero si no quiere que en el té canasta le den de baja a mi general, póngale cuernos con la ayuda de su esposa. Y entonces, teniente coronel Napoleón, vaya usted de agregado militar a recibir instrucciones y, de regreso, dese un golpecito de Estado en defensa de la Patria, familia y propiedad.

Ra-ta-ta-ta. Ra-ta-ta-ta.

Y ya en palacio, todos le dirán:

Excelentísimo Señor Presidente de la República, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, Teniente General Napoleón Augusto César Pinochet Somoza Trujillo Batista y Stroessner! 34

¡Salve usted a la Patria!


Autorretrato Cuarenta y cinco años de respirar, comer y defecar en medio de millones de seres como yo, me han convertido en un hombre de pequeños hábitos: sorber café, correr la vista por el diario, menear incrédulo la cabeza y rezongar impotente.

-¡Dios mío! !A dónde iremos a parar!

Volver al café, mirar el reloj, alcanzar la puerta, sacar pecho y partir a la oficina perseguido por el tiempo. Regresar al atardecer, doblado el espinazo, doblada el alma, dejarme caer frente a la pantalla que da al otro lado de mi mundo, sumido en un letargo de estúpida ficción. Hasta que los compases marciales anuncian el cierre, me hacen levantar, pasar al baño, orinar y escupir sobre el lavabo, apagar la luz y terminar la noche en posición fetal, masturbándome con la mujer ideal…

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OJO POR OJO Estaba ahí, en el centro del cuadrante, escurrió el cuerpo para no dejarse alcanzar de la muerte. Lo seguí con un ojo, mientras que con el otro hacía culo de gallina. La toalla empapada corrió pegajosa del arco ocular al párpado y con ella el sudor.

Se ocultó tras el vapor que opacó el vidrio.

-No te escapas ¡hijo de puta…! mascullé. Las palabras biliosas se fueron pegadas a la saliva quesaltó escupida con fuerza. Él pareció comprender lo que pasaba y bajó el bulto. Vi su cabeza rapada y la gorra terciada al descuido, y desapareció tras una mata de monte. Apoyé firme la carne molida y caliente de la lustrosas, las mismas que llevaba puestas aquel día. Y sentí como se clavaban inmisericordes, brutales, a la altura de la segunda costilla falsa.

Apreté el gatillo…

Gastó el tiempo que media entre el ser y el no ser; entre hoy, ahora y la eternidad. Se me cerraron los ojos y recordé cómo aquel día… 36


Se acercó con pasos de animal grande, con las botas gigantes, puntiagudas, lustrosas…Oí el taconeo retumbar en el asfalto caliente, me echaron aire en la cara al pasar. Las vi pisar una cáscara de plátano y tambalearse como un gigante de pies de barro; apoyarse en la culata del fusil y seguir por entre las piñas; bordear incómodas el bulto de papa; llenarse de tierra seca y seguir; espantar diez moscas y el hocico húmedo de un perro flaco; esquivar ágiles la mierda calcinada al rayo del sol; tropezar con la caja de madera, romper la botella con agua de panela y ahogar el silbido bronquial de un ángel; caer sobre el montón de naranjas y hacerlas rodar espantadas para ir a parar unas junto a la cresta del gallo que, colgado de una espuela, había dejado de cantar, y las otras en fila a la alcantarilla después de saltar, juguetonas, el bordillo… …Las seguí con mis pies de niño asustado. Y las vi posarse prepotentes, desafiantes…y de las cañas de las botas salió un uniforme verde con la raya bien hecha, que llegó hasta una espalda ancha, junto a la cabeza rapada por arriba de la oreja. Y de la gorra que caía de lado al descuido, y de las mangas del uniforme debajo de los galones y de las tres estrellitas doradas, le brotaron garras que la atraparon a ella por el hombro como halcón a su presa. -¡Al hueco vieja berrionda! ¡Por ladrona!, le gritó a la cara. Ella chilló y pateó como cuando el padrastro llegaba borracho a pegarle…

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No sé cuántas patas –que no eran pies- callosas, renegridas, cuarteadas, volaron por entre los bultos y canastas, debajo de las toldas, por encima de una cerda rechoncha. Y las más se agolparon temerosas, curiosas, impotentes. Yo me escurrí como pude con mis pies de niño asustado por entre los faldones de las viejas. Y vi cuando la pusieron presa.

Y la vi defenderse como una perra parida…

La arrastraron por mi lado, maltratada, humillada. Me miró como miran a sus terneros las vacas cuando van al matadero. Y siguió gritando a los oídos sordos, a los cobardes, a la injusticia… …Las botas gigantes, puntiagudas, lustrosas, se clavaron inmisericordes, brutales, a la altura de la segunda costilla falsa.

El dolor la dobló y ya no gritó más…

…Y corrí como corren todos los niños detrás de la madre. Para que no me dejara solo. Para que me diera la mano. Y hubiera alcanzado al carro patrulla con mis pies de niño asustado si no fuera porque las botas me regañaron: ¡Espérala! ¡Mocoso de mierda! que ya regresa… 38


...Y estuve quince años esperándola a ella. Tragando tristeza y rencor, junto a la caja de madera nueva que fue del tomate, donde murió un ángel… Y hoy, ahora, en este instante, abro los ojos y le pregunto por ella. Pero ya no me dice nada porque gastó el tiempo que media entre el ser y el no ser; entre hoy, ahora, y la eternidad. Porque lleva puestas las botas gigantes, puntiagudas, lustrosas…

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Soy el día y la noche Soy el día y la noche, cuando no pueda serlo, me declararé muerto, y no se oirá la risa acallando el llanto; ni el amor, acariciando el desamor.

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VAMOS A PINTAR EL AMOR Siempre había pensado:…cuando hagamos el amor empezaré por tus pies… Pero todo empezó por tus ojos que aparecieron vacíos, como cuando eras solo una de tantas mujeres con un cuerpo hermoso, delicadamente envuelto en sedas. Igual al maniquí que se puede ver pero no tocar, pues hay una etiqueta o un vidrio que nos impide entrar. Hasta que fueron cobrando vida como esos milagros de la creación y, entonces, se abrieron como si despertaran de un largo sueño, llenándose de ese indefinible color que tiene el mar cuando el sol, cansado, se tiende sobre las olas; mientras el viejo marino fuma su pipa sin parar de soñar, sin dejar de mirar, porque solo el sabe que cuando en alta mar se dibuje, pequeño, un barco, él volverá a zarpar… Ese color que permite extraviarme y dejar por un momento lo cotidiano para alcanzar el mundo de las emociones, de la poesía, en esos ojos grandes que en un primer momento me miraron preguntando por todo, un poco sorprendidos, un poco distraídos. Hasta que a fuerza de observar se acercaron cada vez más a la realidad, y vieron el dolor, la soledad y también la esperanza, tornándose comprensivos, llenos de ternura, 41


plenos de amor. Pero ahora era yo quien, sin que nadie pudiera impedirlo, hacía que quedara fija en ellos la expresión única e incomparable de la entrega. Mis manos siguieron dibujando tu rostro y no dejaron escapar uno solo de tus rasgos, ni siquiera esas dos rayitas cerca de la comisura de tus labios que enmarcan tu sonrisa de playa abierta, donde fondea mi espíritu cuando la tormenta arrecia. Dos rayitas que desaparecen al vaivén de tu incierta manera de sentir, dejándome disfrutar de unos labios sin fronteras que podían ir del ¡hola! al ¡te vas a la mierda!...recreando ese terrible pasar tras el mostrador de la vida, donde la absurda necesidad nos obliga a realizar el acto de la compra-venta de nuestros instantes, minutos, horas y días, hasta terminar irremediablemente en ese agujero cerrado de la insatisfacción… Labios que dejaban volar en un beso toda la incontenible tentación de tus veinte años con la que yo podía ahora deleitarme haciendo que jugaran con los míos: llevándolos poco a poco al desenfreno, a mi antojo, para dejarlos abiertos a la espera de no se sabe qué inconfesable satisfacción; igual a la fotografía de almanaque que siempre está ahí, en la pared, sin agotar su sensualidad, regalándola a cuanto viajante afortunado acierta a pasar… 42


Ya no pude detenerme y caminé sin rumbo en busca de no sé qué. Como ocurre cada vez que nos atrevemos a rebasar el límite, esperando hallar la respuesta que nadie puede dar. Grité con la desesperación del náufrago, del que quiere encontrar un norte para poner punto final al eterno navegar. Envuelto en fragancias me perdí en la selva de tu pelo, pintándolo de tintes negros, dejándolo caer caprichoso sobre tu espalda para terminar suspendido en el aire como si modelaras la insinuación para el más exigente de los pinceles. Y, por tu espalda me deslicé piel a piel, buscando en tu cuerpo de niña incierta, coqueta, caprichosa, el secreto no contado. Retozando con tus nalgas de gacela en celo hasta lograr de ellas la disposición que había intuido cuando, sin proponértelo, las dejabas ofrecerse con el grácil movimiento que imprimían tus piernas mientras, inalcanzable, interpretabas la iniciación de una virgen en el teatrino de mi vida. Pero fue la caracola de tus senos, pequeña, frágil, tibia, escondida en la caricia de mis manos la que me confesó: -quiero ser mujer mañana… La magia de esta revelación logró que me abandonara al extraño ser que deambulaba en mí, enfermo de soledad que, cuando sentía acercarse la 43


amistad, reaccionaba huraño, que siempre estuvo a la caza del amor pero incapaz de reconocerlo, se perdía en el bosque de la apariencia. Y que cuando sus sentidos, a punto de explotar, lo atormentaban negándole el sueño de la paz interior, prefería ocultarse orgulloso en el más absurdo egocentrismo. Había colmado mi imaginación transportándome al monte Venus, y en el jardín multicolor de Himeneo ejecuté magistral el rito del deseo, desflorando pétalo a pétalo en ti a las mil y una vírgenes. Había logrado que abrieras de par en par tus ventanas para gozar en el más cálido abandono la pasión de la infinita e indescriptible penetración de tu yo por este extraño ser… Sí, había plasma-do la consumación del amor con toda la fuerza del color. Me sentí realizado y, como Dios, decidí descansar. Dejé la paleta a un lado y observé por largo tiempo con delectación de artista mi obra, que no era más que otro sueño nacido de esta mi incorregible necesidad de amar…

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Sin ti Cuando el día se consuma en la carátula de mi reloj y los carros busquen ruidosos sus garajes, me quedaré solo con el recuerdo. Serán las doce en la noche y tu sonrisa sin límite se confundirá con el presentimiento de un sexo tibio y desbordado, que me llevará irremediablemente a través del gran agujero negro donde tiene principio y fin el universo de mi lívido. Hasta que tu cuerpo satisfecho se desparrame sobre la alfombra y yo, como un niño, esconda mi cara en el plumón de tu pecho. Entonces serán las seis en la mañana y una vez más, el gran imán de cemento y asfalto nos tragará junto con el desfile interminable de automóviles y buses repletos de pasiones que al término del día, quizá una vez más se convierta en otro gran montón de chatarra y decepción y ¿por qué no? en una nueva ilusión: volver a verte.

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SUEÑOS DE PERRO

… Atención… Apunten… ¡Fuego!

La noche de cadenas y tormentos se ha tragado el sol con su fiesta de trinos y verdes…

Al padre. Al hermano. Al hijo. Al compañero.

-¿Están bien muertos? -Sí, señor Presidente.

Ahora podré dormir en paz. “-¡Perros asesinos! ¡Escuchad!: ¡Cristo vive! ¡El Che vive! -Señor Secretario, ¿usted ha oído? -Sí señor Presidente. Usted sabe: tres o cuatro estudiantes vagos. ¡Libros sí, fusiles no! ¡Libros sí, fusiles no! Dos estudiantes muertos. Allanada la Universidad. -Señor Secretario, ¿usted ha oído? -Sí, señor Presidente. Unos cuantos indios alzados.

-¡A desalambrar! -¡A desalambrar!

Desalojo campesino. Diez cadáveres flotando en el río. -Señor secretario, ¿usted ha oído? -Sí, señor. Son los del sindicato. ¡Vamos a la huelga! ¡A la huelga compañeros!

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Diez desaparecidos. La huelga es ilegal.

Ahora podré dormir en paz…

¡Oh!...no… Esas malditas voces de muertos, casi muertos arrastrándose, de caras horribles, de manos callosas, de cuerpos contrahechos, de sifilíticos, de alcohólicos, de drogadictos, de hampones, de hambrientos, de vagos, de peones, de obreros, de indios, de negros, de blancos… ¡Miserables! Quieren nuestras fábricas, haciendas, bancos, nuestras mujeres. ¡Dios mío!

Nuestros bancos… ¡Imposible!

Debemos hacer algo…

Un discurso, muchos discursos.

Yo, el Presidente, ¡os ofrezco alza de salarios, reforma agraria, pan, techo, empleo…!

-Señor, ya no quieren mendrugos.

-Entonces dadles circo, ofrecedles reinado de belleza, mundial de football, elecciones libres. -Imposible Señor. Ya es tarde. Están por todas partes, son cientos, miles. ¡Millones!… -General ¡Sálvenos usted! -Con su bendición señor obispo. 47


-Excelentísimo Embajador, usted no permitirá que la Patria sucumba ante la subversión. -¡Dadme armas!, quiero armas, ¡Más y más armas! Para sacarles los ojos y la lengua, para destrozarles el corazón y los intestinos, para extirparles los testículos...para que los niños aterrorizados lloren sobre los cadáveres putrefactos de sus padres.

Para masacrar un pueblo.

Todo lo que sea necesario antes que perder una sola de mis monedas. -Señor Presidente, están a las puertas del palacio.

-¡Imposible! Nosotros tenemos las armas.

¡Pero el pueblo tiene la razón…!

Escuchad: ¡perros asesinos…! El poder y la justicia popular han encontrado a este hombre, culpable de crímenes de lesa humanidad, por lo que se le condena a morir por las armas…

-...Atención… Apunten… ¡Fuego…!

-Despierte...Señor Presidente, -Gracias, Señor Edecán, gracias. ¡Uff…! 48

¡despierte…!


La vida está llena de ilusiones La vida está llena de ilusiones… Un día reímos, otro lloramos, pero seguimos caminando sin saber qué buscamos, y cuando lo encontramos… volvemos a reír, volvemos a llorar… entonces nos tomamos de la mano y descubrimos que hemos vuelto a amar.

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HA LLEGADO UN MAGO

Érase una vez un pueblito de casitas blancas con una plaza en el centro, una iglesita y un cielo azul. Es día domingo. Por los caminos van llegando, muy temprano, hombres, mujeres y niños de alpargata en mano, con un gallito y con un cerdo que no para de chillar. Se reúnen en la plaza y comienzan a comentar: …que la papa subió de precio, que el compadre Salustino se enfermó, que la sementera se echó a perder.

Y entre unas y otras, ponen sus cosas a vender.

El que no trae un atado, trae un bulto y el que no, lo que buenamente alcanzó a recoger. Hasta que el lugar se llena de parroquianos, tomates, lechugas, zanahorias, un ternero, dos conejos y un perro, que no dejan de moverse debajo de los toldos.

Pero de pronto… -¡ya llegó, ya llegó! corre la voz.

Y entonces unos desfilan con calma, otros aprietan el paso mientras, con cohetes y campanas, se anuncia la función. La gente, como es feriado, con sus mejores galas puestas, al principio bulliciosa, luego silenciosa, se va acomodando. 50


Las comadres y las viejas que no quieren perderse nada de lo que allí pueda ocurrir, ocupan los primeros puestos; los niños, como siempre, no se pueden quedar quietos; las mocitas se empeñan en ocultar sus blancos pechos con sus mantillas, de las miradas de los muchachos que las persiguen de reojo; los hombres, queriendo aparentar ser más machos el uno que el otro, permanecen de pie. Pero eso sí, allí está todo el pueblo: el alcalde, el boticario, el tendero y el carnicero. Los pordioseros están afuera porque huelen mal y, además, cómo van a entrar si no tienen con qué; si antes bien, esperan que al termino de la función su bolsa puedan llenar. Los ayudantes, con mucho esmero, lo van componiendo todo. Y una vez vestido el mago con su traje negro, se da comienzo a la función. Mientras hace pases de manos, de una cajita, como por encanto, van apareciendo: un copón de oro, un recipiente con vino, otro con agua y algo más que nadie sabe si es pan o qué. Lo cierto es que mientras el humo invade el ambiente suena música de ultratumba que llena a todos de sobrecogimiento. El mago invoca a los espíritus en el misterioso lenguaje del aquelarre y los espectadores, sin 51


saber como ni por qué repiten el conjuro. Y cuando todos parecen estar lejos del bien y del mal, les da a probar agua, vino y pan, para que vean que no los va a engañar. Pero aquello resulta ser, ni más ni menos, que una extraña mezcla hecha de la misma sangre y carne de un hombre que por decir su verdad fue crucificado. Una vez que ingieren el brebaje, todos se sienten poseidos de un gran espíritu que el mago hace revolotear en el cielo, metido en el buche de una paloma, y es entones cuando aquel famoso embaucador logra el prodigio que ningún otro pudo realizar: hace levitar al hombre que mil años antes había sido muerto y sepultado. Y todas aquellas buenas gentes consternadas, de rodillas, se hacen cruces y llenas de fe lo ven subir al cielo. Por un instante se olvidan de sus enemigos, de sus deudores, acreedores, y de la mujer del vecino. Y es cuando el mago, aprovechando el estado de gracia, les toca el bolsillo y se oyen las monedas repicar, cayendo de mano en mano. En ese momento, por supuesto, la función termina y con una bendición van saliendo todos muy contentos; menos los pordioseros que afuera maldicen a Dios y al cura porque nada les tocó. Entonces, suenan las campanas de nuevo y el pueblito vuelve a ser el mismo de antes con sus casitas blancas, una plaza en el centro, una iglesia, y un cielo azul. 52


Estas manos mías Dónde están… estas manos mías hechas de sol, hechas de barro, hechas de historia. Que llegaron a la vida... atrapando ternuras de regazos, revoloteando mariposas, descubriendo mundos en lo alto de las nubes. Riendo, corriendo, tropezando. Que encendieron fuego de juventud, desflorando vírgenes, amasando pasiones, preñadas de fe y de ilusión, en los más puros ideales de hombres nuevos, de pueblos libres. Que vieron pasar lunas de plenitud, empuñando fusiles, azadones y tractores, forjando hijos, árboles y libros de vida. ¿Dónde están estas manos mías... ahora vacías?

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PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD -Échenle cal al Genio para que no se le pudra el cerebro, gritó concluyente el Cuadrado, y los Gónadas obedecieron dándole la razón a María, cuando recogida entre sus temores me había dicho: -Ocúpate de lo tuyo y no andes metiendo la nariz donde no te importa. Nada cambiará, ¡Nada! Sus palabras resbalando una tras otra sobre la máquina de coser llegaban a mis oídos sin fuerza.

Entonces, insistía:

-Una golondrina no hace verano. Y yo, sin parar de escribir, contestaba: -Algún día lo haré, acuérdate. Y el día llegó. Lo supe cuando Pedro, el mayor de los doce, sentenció: - Ésta es época de vacas flacas, mejor déjate de cosas y te pones a trabajar. Lo que tenía que hacer era arrodillarme ante el Signo y esperar. Haría como todos los otros: iría a su templo, puntual, ofrecería mi sacrificio día a día, sin perder la esperanza. -¡Pero no! No lo haré, no quiero ser un Quebrado más, le había dicho una y mil veces a María. 54


-Tú eres inteligente, usa tu inteligencia, replicaba ella. Las voces de María, y de Pedro, el mayor de los doce, venían a mí, recurrentes, en un vano intento por doblegarme. Ciertamente, los tiempos no podían ser peores. En la memoria de los ancianos no había registro de nada semejante, y no era que los dioses así lo quisieran, como aseguraban algunos, pues, aunque tenían sobrada razón para estar enojados, y a veces lo dejaban saber enviándonos inviernos y sequías interminables, ellos jamás se habrían ensañado de esa manera con los que vivíamos en el mundo del Signo. La culpa de todo la tenía precisamente él, el Signo, pero nadie se atrevía por temor a los Cuadrados. Y, a pesar de que los campos continuaban pintándose de tonos verdes y dorados, ante la sonrisa llena de grosera satisfacción de los Redondos, seguían los Quebrados desfilando por millones de la mano con la muerte: unos vacíos de pan, otros llenos de plomo. Tenían la edad de los niños, la tristeza de los viejos y la dignidad de los héroes. -¿Por qué siempre estás pensando?, me interrogaba María. 55


-Es lo único que puedo hacer, respondía yo, sin acabar de convencerme. Por aquella época apareció cabalgando el más joven de los apóstoles, que había seguido al Profeta y predicaba sobre el hombre nuevo, quien habría de venir. Llevaba una estrella en su frente y, los que la vieron, lo siguieron. Y cuando los adoradores del Signo quisieron apagar su luz, lo convirtieron en héroe. Entonces, muchos decidieron seguir su ejemplo. Una gran antorcha prendió. Para apagarla, llegaron del norte órdenes en código y máquinas de la muerte. Los Cuadrados aplastaron la más hermosa flor y desde ese día, una madre da vueltas a la Plaza de Mayo. Había empezado la cosecha de mártires. -No nos queda otro camino que la resignación, volvió a insistir María, mientras la luz del candil se agotaba. -Siempre queda uno, lo buscaré mañana… mañana, replicaba yo, y la oscuridad terminaba tragándose las palabras. Ante la mirada vigilante de los Cuadrados que, trepados sobre sus máquinas de la muerte, se declararon salvadores del mundo del Signo, más y más Quebrados, masa blanquioscura, sumida en todos los opios del siglo, seguían alimentando con lo mejor de sus frutos los 56


vientres de los Redondos que, henchidos, amenazaban con reventar. -¡María...! llegó el día...me voy, me voy. Le comuniqué. La máquina de coser dejó de sonar, como si presintiera lo que habría de venir. Yo comprendí y no dije más. -No podemos seguir pagando tributo al Signo, se oyó al Profeta. O podrá ocurrir lo impredecible. Pero todos pusieron oídos sordos a su voz que se levantaba premonitoria, desde la isla del Sol, donde lo habían condenado al ostracismo, y que él llamó de la Libertad. No hicimos nada. Y aunque los Quebrados, hambrientos, tomaron calles y tiendas por asalto en una especie de suicidio colectivo, y los adoradores del Signo temblaban tras espejuelos de banquero, y las úlceras hacían crisis en los vientres de los Redondos, no hicimos nada. Habíamos perdido la fe. La violencia sería el estigma de nuestro tiempo, y el afán por sobrevivir se convirtió en afán por morir. Mil muertes violentas se pusieron de moda, pero la más cotidiana era matar niños de hambre. Ya nadie volvería a morir de viejo. El hombre había creado el Signo para ponerlo a su servicio. Pero este acabó convirtiendo al hombre en su esclavo. Así había escrito el Gran Sabio. -Mejor duérmete…duérmete. María lo sabía, mi conciencia nunca me dejaría en paz y esta noche me tuvo despierto.

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El Profeta lo había anunciado. Su palabra, igual que su barba, era respetable. Todo indicaba lo que parecía imposible de evitar: el genocidio. -¡María! ¡María!, fui gritando mientras me alejaba. –He encontrado el camino, he encontrado el camino. Y corrí, desnudo, hasta la colina más alta y, desde allí pude divisar por última vez un gran infierno.

-Va a morir de hambre, se preocupaba María

-Ahora sí, está loco, susurró Pedro, el mayor de los doce, desconcertado, al oído de María. Yo había decidido purificar mi espíritu, ayu¬nando treinta días con sus noches, al cabo de los cuales tuvo lugar un espectáculo de niños que danzaban en medio de un gran bosque tomados de la mano con elefantes y peces de colores, lo hacían acompañados por el tintineo del agua y los violines del viento. Pero, de pronto, fue el silencio absoluto, y un estado sobrecogedor de infinita quietud se impuso a mi alrededor. He ahí que en ese momento se escuchó la voz de los dioses. Y se me ordenó vestir la túnica blanca e ir por todos los rincones llevando su palabra. Entonces brilló el arco iris indicándome el camino de retorno. -Te lo dije, se ha vuelto loco, comentó Pedro, el mayor de los doce. 58


-Como van las cosas, así acabaremos todos… todos, añadió María. Yo me sentía poseido por la fuerza que rige a los iluminados; provenía de la extraña fiesta de música y color que nuevamente tuvo lugar y que me siguió camino a la gran ciudad. Y dicen que se vió y se escuchó por todas partes. Y los que la vieron y escucharon, se acercaron. Primero llegaron Caritas de Trapo. Y fue grande mi alegría, como grande el alboroto que armaron. -¿Por qué permites que se acerquen?, preguntó Pedro, el mayor de los doce. -Dejad que vengan a mí porque de ellos será el reino de la tierra, contesté, mientras quedaba atrás la montaña de basura.

Y fueron más los que llegaron.

-¡Solo esto nos faltaba!, exclamó Pedro, el mayor de los doce, ante la desnudez provocadora de tantas y tantas nalgas, que traían el recuerdo de noches inconfesables. -¡Qué descaro!, chilló el coro de damas, desde un lujoso coche que acertó a pasar por allí.

-No hay lugar a escándalo, les dije. Ellas han

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entregado su cuerpo, pero vosotras habéis entregado cuerpo y alma. Que levante su mano la que no lo haya hecho y os aseguro que estará limpia.

Ninguna se atrevió, y siguieron su camino.

-¡Quién pudiera creer!, comentó María, ¡quién pudiera creer...! Ya estábamos a las puertas de la ciudad, cuando nos alcanzaron otros de piel curtida, quienes venían arreando sus ganados. Y como uno de ellos, viéndome descalzo, me ofreciera su asno, aceptándolo le dije: -Vosotros siempre habéis entregado todo a cambio de nada, es justo que ahora seáis compensados con largueza, por lo que os invito a venir. Entonces subí en el bruto y como éste se negara a andar, uno de los niños que allí estaba, me entregó un ramito de olivo.

-Ahora ya nada nos podrá detener. ¡Nada!, les dije.

Y dicho y hecho, tocado que fue el asno, se dio a trotar alegre, y todos rieron de buena gana, menos Pedro, el mayor de los doce que, incrédulo, se resistía. -Vamos, vamos, le urgió María. –Algo le puede pasar, uno no sabe, uno no sabe... Y no habíamos avanzado mucho cuando, al ritmo de la tambora, con la cara pintada de blanco para 60


alejar su mal, vinieron otros preguntando:

-¿Por qué? si somos iguales…

-¡Hermanos!, respondí, mas no lo sois a los ojos del Signo, que son los de sus adoradores; pero sí lo sois a los ojos de nuestra única madre, por lo que os aseguro que seréis redimidos. Pero no había terminado de hablar y ya el golpeteo de innumerables ollas vacías llegó a nosotros, junto con mujeres que traían un hijo de pecho, otro en el vientre, otro de la mano, y les seguían uno por cada año de estar con su hombre, por lo que eran muchos. Y fueron más y más, cuando las máquinas callaron y la ciudad pareció expirar. Entonces llegaron ellos, con los brazos caídos, y detrás otros que arrastraban cadenas, llagas y tristeza. Como éramos tantos decidimos ir hacia la plaza mayor, con otros a los que se les dijo hermanos, cuando se acercaron desnudos apuntando cerbatanas. Y eso hacíamos, cuando se escuchó un ruido atronador que venía del aire y de la tierra. Eran más y más máquinas de la muerte. Y delante, las pesadas botas de los Gónadas que, rodeándonos, marcaban el paso. -¡Alto! Se oyó la voz tras un escaparate de insignias, medallas y condecoraciones.

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Pero como el asno, que asno era, no entendió y siguió de largo, de nuevo tronó el Cuadrado: ¡Alto o disparo!

-¿De qué se me acusa, hermano?, pregunté.

-De alterar el orden, intervinieron, omnipotentes, los de toga y birrete que, como pájaros de mal agüero, se hicieron presentes en la parte más alta. -Y yo os aseguro que ha llegado la hora del nuevo orden, y que éste surgirá del caos. Dije. Entonces, los de cinturón púrpura y casulla, se santiguaron; los de cuello blanco y lentes, sud¬aron frío; los de vientres hinchados que llegaron presurosos con sus damas y rozagantes hijitos. Todos los Redondos nos maldijeron. -Y del caos, continué, renacerá y será con vosotros el hombre nuevo. Y esta es su palabra, que para predicarla he venido. El imperio del Signo caerá y ya no le rendiremos culto ni se matará ni se explotará ni se humillará en su nombre. Y Sodoma y Gomorra, y todas las grandes ciudades serán abandonadas. Y retornaremos a vivir en armonía con la naturaleza, nuestra única y gran madre, de la que hemos nacido, porque tierra somos y a la tierra volveremos. Y las naciones pequeñas se unirán y serán una sola y grande. Y sus pueblos decidirán no pagar más tributo al Signo, amaremos a nuestros 62


hermanos, que lo son de todos los credos y colores. Y a cada quien le será dado de acuerdo a su necesidad y trabajo. Y ya no educaremos en los valores del Signo a nuestros hijos, mas, sí lo haremos para compartir con nuestra comunidad. Y todos seremos libres para pensar y para decir. Y lo seremos también para amar, porque descubierto el sexo, ya no será objeto de codicia ni vergüenza. -¡Miente! ¡Miente!, gritaron al unísono los Redondos. -Yo os digo que es verdad, respondí. Y antes de partir de entre vosotros os mostraré el camino, y prueba será de ello... Por lo que pregunté a los Quebrados si querían pan para sus hijos.

-¡Pan! ¡Pan!, fue el clamor general.

-Pero no tenemos nada, se lamentaron algunos.

-Y yo os digo, respondí, que tenéis todo y que solo os falta fe en vosotros mismos, y que por la fe seréis salvados. Entonces, fui tocando con el ramito de olivo, una por una, las máquinas de la muerte. -¡Milagro! ¡Milagro!, gritaron alborozados los Quebrados, cuando vieron que éstas se convertían por

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todas partes en más y más espigas de trigo y que, poco a poco, sus manos se iban llenando de flores y alegrías. Y empecé a caminar a lo largo de un haz de luz, al tiempo que miles y miles de palomas alzaban el vuelo. Entonces, se escuchó en las alturas: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Y ya no pude oír al Cuadrado cuando, disparándome en la frente, gritó una vez más: - Échenle cal al Genio para que no se le pudra el cerebro. -Que Dios lo tenga en su seno, rogó María.-Así sea, respondió Pedro, el mayor de los doce.

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La Libertad Ha llegado la noche, voy a mi celda y siento un extraño placer entregándome al tormento. Es la certeza de que mañana entrará un esquivo rayo de luz y soñaré de nuevo ¡Y gritaré y cantaré! Y quizá también llore.Y cuando intente, en vano, atrapar su cuerpo y su calor dirán que estoy loco y me encerrarán de nuevo. Porque, ¡nadie!, nunca ¡Nadie!, sabrá cuánto amé ese rayo de luz.

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EL PECADO ORIGINAL* El que sabemos, para conquistar a Eva, valiéndose de la serpiente le da a probar a cambio de sus favores la manzana del bien y del mal. Pecan ante los ojos de Dios que, enojado, los expulsa del paraíso y, avergonzados, cubren su sexo con hojas de parra. Así empieza la historia, para algunos no muy sagrada, de la gran frustración sexual de la humanidad que da origen a la profesión más antigua: la terapia sexual, mal llamada prostitución. El sexo se desnaturaliza cuando a su valor de uso, compartir para reproducir la especie, se le agrega el valor de cambio y, como a vulgar mercancía, se le envuelve para ofertarla con un manto de misterio y otro de lino, haciendo de éste algo oculto e inalcanzable a nuestros sentidos. La relación sexual, que debería ser el acto más natural y espontáneo se convierte en la mercancía más codiciada de la humanidad al punto que por su posesión han caído imperios, desatado guerras, derrochado fortunas. Por supuesto, mercancía tan apetecida tenía muchos enemigos o mejor amigos, por lo que hizo su aparición el cinturón de castidad, una versión nada sofisticada de lo que hoy se llama tanga o hilo dental, una 66


especie de caja fuerte no muy fuerte, donde se esconde el preciado tesoro a la espera del mejor postor. Como ocurre con toda mercadería el problema de su adquisición se resolvía en términos de quién da más, es entonces cuando aparece la dote. En la actualidad su compra-venta se formaliza, ante testigos y autoridad, en un contrato matrimonial que plantea las obligaciones de las partes así: sumisión y fidelidad sexual a cambio de seguridad económica. Es por esta razón que el matrimonio moderno, entre mamá cama y papá chequera, se deshace cuando a mamá cama le aparece celulitis y a papá chequera sobregiros en su cuenta corriente. Por otra parte, la sexualidad sufre las consecuencias del hacinamiento. Las enfermedades del sexo, desde las trasmitidas por un humilde beso hasta el SIDA, se propagan aceleradamente y Eros se ve obligado a convertirse en el cliente número uno de la próspera industria del condón, adminículo que arruinará la más apasionada de las relaciones sexuales haciendo, además, del mundo un lugar aburrido por la ausencia de niños. Caso contrario nos veremos forzados a convertirnos en sexo-manos, acepción vulgar que significa: hacer el sexo con la mano, masturbarse en la más intima de las soledades. 67


Claro, que si usted tiene condiciones económicas suficientes, podrá atarse a una pareja no tan pareja y serle fiel o tendrá otra opción: acudir a una terapista sexual que a un bajo costo, comparado con el de los pañales, le resolverá el problema de su frustración sexual. Terapia recomendada para adolescentes injustamente culpados por masturbarse, boyeristas, adictos a la pornografía, consecuencias estas, junto con el acné, de la represión sexual. También para aquellos que sufren de insomnio, estrés, migrañas, retención de gases, viagritis aguda, timidez, voto de castidad, virginidad o simplemente aburrimiento. Aunque, eso sí, llegarán a la misma conclusión a que llegaron Adán y Eva: el que peca paga. O, por último, podemos rebelarnos contra esta absurda frustración y, como Diógenes, aburridos del barril, salir en pelotas por la calle gritando ¡Muera el vestido...! ¡Viva la sexualidad! * Versión actualizada y modificada según San hernando.

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Para ti... Valeria Tú eres el más bello poema Para una canción que hable de amor De pájaros errantes Que en medio de la tormenta del desamor Se atrevieron a volar De pájaros errantes Que un día se encontraron a punto de naufragar Unieron sus alas y en vuelo supremo Alcanzaron las más altas cumbres de la pasión y el amor De pájaros errantes Que se negaron a morir Y dejaron sus alas abiertas en el acantilado Para que los enamorados de siempre los vieran volar y volar. 69


LA CARIDAD Una amiga me ha pedido que escriba un artículo sobre la caridad. Como de ese tema no conozco nada le digo que sí solo por tratarse de una mujer que, además de inteligente, siempre se acuerda de la fecha de mi cumpleaños. ¿Qué será la caridad? La biblioteca o el diccionario bien podrían resolverme el problema de llenar una página pero pretendo ser original, y decido ir por las calles de la gran ciudad en busca de la caridad... Encuentro a una niña, envuelta en un trapo, que en su espalda lleva otro crío y en sus manos un ramo de flores. Con voz lastimera me cuenta que la despertaron a las cinco de la madrugada, bajó del cerro, compró las flores, recorrió las calles, tomó un buche de agua y un poco de mote, que son las diez en la noche, está lloviendo, no fue a la escuela, que una señora le dio una moneda y exclamó ¡Dios mío! ...que mañana será lo mismo. Que ella no sabe qué es eso de la caridad. En la otra esquina tropiezo con un desecho humano, se arrastra sobre el pavimento envuelto en una nube de contaminación, en medio de una sinfonía de pitos, gritos y ruido de motores. Intento preguntarle pero no me escucha, tampoco el ciego, ocupado siguiendo su bastón ni el anciano con la mano extendida persiguiendo a la muerte. 70


Oculto en un cajón, a las puertas de un prostíbulo, duerme lo que queda de un niño después del hambre, de los parásitos, del frío, del miedo, de la humillación, de la soledad, de la falta de amor. No me responde y no me importa, bien se ve que él no sabe qué es la caridad. Si no saben los que no tienen nada, quizá los que tienen mucho, pienso. Metropolitan Bank, en el penthouse diez úlceras calvas sangrando absortas en la pantalla del computador y un gramo de coca. He leído el Times y Play boy. La recepcionista de hermosas piernas me insinúa que vuelva mañana, que la bolsa hizo ¡crak, crak! Oprimo planta baja y pienso: pobres usureros no tienen tiempo para la caridad. Un hombre de Dios, desde el púlpito, en medio de gigantescas columnas de mármol, mientras pregona caridad extiende la mano y recoge limosnas para terminar el templo; en la puerta un pordiosero espera y desespera en busca de la caridad. En el restaurante un hombre alimenta su gordura atragantándose con un emparedado triple, dos caras sucias lo observan, él mueve la cabeza indicando que no, porque tiene la boca llena y no quiere que caigan sus migajas. Entro al supermercado atiborrado de comida, y en ninguna de las perchas hay espacio para la caridad. 71


El cajero, muy atento, me dice que revise en la lista de precios pero no la encuentro. Entonces, decido consultar la caja electrónica que lo sabe todo y veo a un hombre que, con su metralla, despanzurra a no sé cuántos, como estoy seguro que allí también murió la caridad cambio de canal y encuentro un desfile de fantasmasnegros que recorren África exclamando aterradores ayes sin despertar caridad. Decepcionado, acudo al diccionario, ahí está la respuesta. Caridad: virtud teologal que consiste en amar a Dios y al prójimo. Auxilio que se presta a los necesitados. No se puede definir algo que no existe, argumento, pero en ese preciso momento aparece en la pantalla un carruaje que rueda lento, se observa a lo lejos gente que con sus lágrimas, rinde homenaje a una mujer que en vida se llamó Teresa, todos dicen que es una santa porque practicó la caridad. Apago el aparato y termino mi escrito así: la caridad es una virtud tan extraña entre los seres humanos que cuando alguien la practica lo elevan a los altares. María Esperanza, hermosa niña, yo sé que en este punto estarás en un gran problema: botar o no esta nota al tacho de la basura. Perdóname, siempre te dije que no soy escritor, que solo expreso con palabras lo que siento en las vísceras. Un abrazo, Hernando. 72


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