Guerra Mundial Z

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momento recibimos una transmisión codificada, usando un mapa y coordenadas que no se habían usado desde el final de la guerra fría. Tuve que solicitar que nos confirmaran las coordenadas tres veces. Nos habían enviado a Schafstedt, al norte del Canal Nord-Ostsee. ¡Eso era prácticamente en Dinamarca! También recibimos órdenes estrictas de no mover a los civiles. Peor aún, ¡nos ordenaron que no les informáramos de nuestra partida! Eso no tenía sentido. ¿Querían que nos retiráramos hasta Schleswig-Holstein, pero que dejáramos a los civiles atrás? ¿Qué nos rindiéramos y corriéramos? Tenía que haber algún error. Pedí otra confirmación. Me la dieron. Les pregunté de nuevo. Quizá estaba mirando el mapa equivocado, o habían cambiado los códigos sin avisarnos. No sería la primera vez que pasaba algo así. De pronto me encontré hablando con el general Lang, comandante de todo el Frente Norte. Su voz temblaba. Pude notarlo a pesar de los disparos. Me dijo que las órdenes no habían sido un error, que debía reunir a todas las tropas que quedaran en Hamburgo y dirigirme de inmediato hacia el norte. “Esto no puede estar pasando,” pensé. ¿Curioso, no? Podía aceptar todas las demás cosas que estaban pasando, que los muertos se habían levantado y devorarían al mundo, pero eso… seguir unas órdenes que provocarían una masacre. Ahora bien, yo soy un buen soldado, pero nací en Alemania Occidental. ¿Entiende cuál es la diferencia? A los orientales siempre les dijeron que no debían sentirse responsables por las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, que como buenos comunistas, habían sido víctimas de Hitler tanto como cualquier otro. ¿Entiende por qué los cabezas rapadas y esos proto-fascistas eran casi todos de Alemania Oriental? Ellos no sentían ninguna responsabilidad por el pasado, no como nosotros en occidente. A nosotros nos enseñaron desde niños a cargar con la culpa y la vergüenza de nuestros abuelos. Nos enseñaron que, aunque llevásemos un uniforme, nuestro principal deber era obedecer a nuestra conciencia, sin importar las consecuencias. Así me criaron, y así respondí. Le dije a Lang que no podía obedecer esa orden, no con la conciencia tranquila, y que no podía dejar a esas personas desprotegidas. Al escuchar eso, estalló. Me dijo que cumpliría esa orden, o de lo contrario yo, y peor aún, mis hombres, seríamos acusados de traición y procesados con “eficiencia rusa.” Así que a esto hemos llegado, pensé. Todos habíamos escuchado lo que estaba sucediendo en Rusia… los motines, las revueltas, los diezmos. Miré a mis pobres muchachos, todos de dieciocho o diecinueve años, asustados y cansados de luchar por sus vidas. No podía hacerles eso. Dí la orden de retirada. ¿Y cómo lo tomaron? No hubo quejas, al menos no hacia mí. Discutieron un poco entre ellos. Fingí no notarlo. Ellos cumplieron con su deber. ¿Y qué pasó con los civiles? [Hace una pausa.] Nos dieron lo que nos merecíamos. “¿A dónde van?” nos gritaban desde los edificios. “¡Regresen, cobardes!” Yo traté de responder, “Vamos a volver por Traducción: m_earendil

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