Cervantes, miguel, novelas ejemplares

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criados me preguntaron cuál era el mejor médico de esta ciudad. Se lo dije y fueron a buscarlo. Después de verla a solas, el médico mandó que le preparasen la cama en otro aposento donde no le molestara ningún ruido. Trasladaron a la señora a una habitación del piso de arriba. Mi mujer y yo les preguntamos a los criados quién era aquella señora, adónde iba y por qué vestía el hábito de peregrina. Nos dijeron que era una rica viuda castellana, que llevaba algunos meses enferma, y que iba en romería al monasterio de Guadalupe. En cuanto a su nombre, tenían orden de llamarla la Señora Peregrina. Tres días después, la señora nos mandó llamar a mi mujer y a mí. Delante de sus doncellas, casi con lágrimas en los ojos, nos contó que estaba preñada y que ya empezaba a sentir los dolores del parto. Sus criados no lo sabían, pero a sus doncellas no había querido ocultárselo. Para escapar a las habladurías de la gente, había hecho la promesa de ir a aquel monasterio. Pero como, al parecer, Nuestra Señora de Guadalupe había dispuesto que diera a luz en nuestra casa, nos rogó que la ayudásemos a guardar el secreto. Puso una bolsa con doscientos escudos de oro en manos de mi mujer y nos pidió que, cuando tuviera lugar el parto, llevásemos a la criatura a alguna aldea. Mientras tanto, ella pensaría en el monasterio qué sería lo más conveniente.


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