al mismo tiempo resumida, en ese corto tiempo durante el cual la florescencia de los cerezos parece ejercer su deslumbrante dominio. De tal manera, la nueva versión diría: ¡Oh!, Universo. ¡Cómo no ver el instante del cerezo!3
En otras palabras, se concluiría que es imposible separar las flores de su entorno, y que la suma de todos los partícipes en el hecho estético es la que reproduce la magia del descubrimiento. Sin las consideraciones anteriores, otra hubiera sido la interpretación dada a estos versos del Heike Monogatari (Cuentos de Heike): Si me sorprende la noche y encuentro pequeño abrigo bajo la luz de la luna, ¿podría pedir por último la compañía de las flores? 4 El poema japonés, un tanka, dice:
La traducción literal:
(1) yukikurete (2) kono shitakage o (3) yado to seba (4) hana ya koyoi no (5) aruji naramashi5
(1) si fuera tomado por la oscuridad (2) este/ sitio cubierto por árboles (3) posada/ como/ si (4) flor/ esta noche/de (5) dueña mía/supondría
Estamos ante el anochecer —la muerte misma— que nos acoge bajo su techo donde confiamos encontrar una flor que nos haga suyos. Todo este mundo/ que no dura los tres días/ de los cerezos. Trad. de Jaime Barrera. 4 Fernando Barbosa, “Poética japonesa de la muerte”, Magazín Dominical, núm. 613, El Espectador, 12 de febrero de 1995, pp. 11-13. 5 The Tale of Heike, trad. de Helen Craig McCollough. Stanford University Press, 1988, p. 314. 3
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