Zorrozaurre - Mikel Alonso

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© de las fotografías:

Mikel Alonso © de los textos:

José Fernández de la Sota © del prólogo:

Imanol Zubero © para esta edición:

Departamento de Cultura. Gobierno Vasco. Eusko Jaurlaritza. Kultura Saila. Diseño y maquetación:

Paradox

ISBN: XXXXXXXX L.G./D.L.: XXXXXX

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[I]

(Re)Encontrarnos en/con Zorrozaurre

Imanol Zubero Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

“Algún día les diré a los del Ayuntamiento que en los mapas que dan en las oficinas de turismo han cortado Zorrozaurre”, suele decir Manu Gómez-Álvarez, alma mater de ZAWP (Zorrozaurre Art Working Progress). Y realmente es así: ni uno solo de los 45 puntos de interés señalados en el mapa de la ciudad proporcionado por Bibao Turismo está ubicado en la península de Zorrozaurre, de la que tan solo su extremo sur aparece en el cuadrante inferior izquierdo del plano, sin nada que atraiga la atención del visitante, a modo de terra incognita, gris, decadente, irrelevante y hasta –¡hic sunt leones!–, un tanto amenazadora. Y es que Zorrozaurre ha tenido siempre algo de territorio misterioso. Al menos para quienes sólo lo conocíamos de vista –y en mi caso, a vista de pájaro, pues durante una buena parte de mi vida he contemplado la península a diario desde el tren que me llevaba hasta Bilbao. Cuando el tren dejaba atrás la estación de Zorroza podía verse, ahí abajo, un puzle de pabellones industriales que empujaban hacia el agua, con aviesos fines, una frágil línea de viviendas que, desde la lejanía, se antojaba un trampantojo, un decorado destinado a proporcionar un barniz de humanidad a un espacio consagrado a la producción industrial. ¿Estaban ocupadas esas viviendas, habría en ellas vida, personas que cocinan, duermen o aman en sus habitaciones? ¿O sería una cinecittà, un escenario bucólico de fachadas de otro tiempo, evocadoras de una pequeña ciudad de provincias o de un barrio de pescadores, que al caer la noche se abandona una vez que las industrias y talleres que funcionan tras esas fachadas finalizan la jornada laboral?


Con el tiempo he llegado a conocer mucho mejor ese Zorrozaurre ignoto. Un Zorrozaurre anfibio y mestizo, construido de tierra y de agua, de historia y de futuro, de tradición y de modernidad. Un atractor cultural y creativo que, sin perder su fisonomía industrial, va adquiriendo cada vez más las características esenciales de esos cultural quarters convertidos en el alma de la moderna ciudad global. Mucha de esta creatividad no se percibe a simple vista, a la luz del día: hay que buscarla, mirando en el interior de antiguos talleres o de pabellones aparentemente abandonados. Aún resuenan en Zorrozaurre, cinco décadas después, los juramentos de Anton y de Gilen –“Porque la injusticia no es políglota y trata igual al castellano y al vasco”– procedentes desde el vecino muelle de Zorroza. Pero la nueva Zorrozaurre está transformando aquellas maldiciones políglotas en afirmaciones políglotas de imaginación constructiva.

[II] ¿Qué le pedimos a la ciudad?, se interroga Massimo Cacciari: “¿Le pedimos que sea un espacio donde se reduzca a la mínima expresión toda forma de obstáculo al movimiento, a la movilización universal, al intercambio? ¿O le pedimos que sea un espacio donde haya lugares de comunicación, lugares fecundos desde el punto de vista simbólico, donde se preste atención al otium? Desgraciadamente se piden ambas cosas con la misma intensidad, pero de ningún modo pueden proponerse ambas conjuntamente y, por tanto, nuestra postura frente a la ciudad parece cada vez más literalmente esquizofrénica”. En una era de capitalismo cognitivo-cultural la ciudad se ha convertido tanto en un agente económico como en un objeto económico de primer orden. Las riberas y costas urbanas (riversides, waterfronts) se han convertido, por cierto, en escenario privilegiado para este tipo de intervenciones. La orientación preferente hacia la construcción especulativa del lugar como objeto político y económico inmediato en detrimento de una perspectiva territorial más compleja, atenta a mejorar las condiciones de vida y trabajo dentro de una jurisdicción determinada, entraña el riesgo de perder de vista las posibilidades y necesidades del lugar

concreto sobre el que se desarrolla la intervención urbanística. Richard Rogers señala como (mal) ejemplo de este enfoque mercantilista la reurbanización de los muelles en desuso de la Isle of Dogs, en Londres. El resultado de esa intervención ha sido “una sobreabundancia de espacio de oficinas, una mezcla improvisada de desarrollos comerciales, montones de oficinas entremezcladas con viviendas apiñadas, lo que representa un desarrollo insostenible, carente de una verdadera calidad cívica y de beneficios comunitarios permanentes”. La confianza en las virtudes taumatúrgicas de la arquitectura mágica; la reducción de la atractividad urbana a un simple mecanismo determinista (el megaproyecto de firma como imán infalible de atención, turismo e inversión); la festivalización o la reducción de la ciudad a acontecimiento… todas estas perspectivas acaban por incapacitarnos, como señala Zaida Muxí, para relacionarnos con los lugares reales, concretos, y para enraizar con las lógicas de entretejido urbano existentes en esos lugares, de manera que los proyectos desarrollados acaban “en una sumatoria de objetos que, independientemente de su posible calidad arquitectónica aislada, generan un área urbana de fácil degradación, al imposibilitar su apropiación cotidiana y doméstica”; y “sin esta apropiación no hay ciudad, sino mera escenografía vacua”. Zorrozaurre es ya, con sus insurgencias ciudadanas y sus emergencias culturales, una ciudad imprevista en el sentido en que Paolo Cottino utiliza este término: “En nuestras ciudades surgen continuamente prácticas, acciones y comportamientos que, al margen de los usos tradicionales del espacio y sin respetar las reglas establecidas para el disfrute de los recursos espaciales urbanos, proponen formas nuevas de relacionarse con el territorio, de aprovechar el recurso «ciudad». Sus protagonistas, por necesidad o por voluntad propia, no se someten a la disciplina impuesta y tratan de controlar ellos mismos el proceso de construcción de la territorialidad, es decir, de la relación social con el territorio”. (Re)descubrir Zorrozaurre. Empezar por las evocadoras fotografías de Mikel Alonso. Continuar con los hermoso textos de José Fernández de la Sota. (Re)encontrarnos perdiéndonos por su paisaje industrial, urbano y humano. Zorrozaurre: proa afilada de un Bilbao que quiere, para continuar siendo ciudad, escapar de sí mismo, apuntar siempre más lejos, tirar del botxo para seguir las corrientes de la creatividad y la convivialidad. Zorrozaurre, balsa de piedra siempre dispuesta a dejarse llevar por la ría hacia el mar, que es el vivir.


Zorrotzaurre-n/-rekin (ber)aurkitzen

Imanol Zubero Euskal Herriko Unibertsitatea/Universidad del País Vasco

[I] “Egunen batean esan behar diet udaletxekoei turismo bulegoetan ematen dituzten mapetan Zorrotzaurre moztuta agertzen dela”, esan ohi du Manu Gómez-Álvarezek, ZAWPZorrotzaurre Art Working Progress taldearen alma materrak. Halaxe baita, izan ere: Bilbao Turismo erakundeak banatzen dituen Bilboko mapan agertzen diren 45 interes guneetatik bakar bat ere ez dago kokatua Zorrotzaurreko penintsulan, eta penintsula horren hegoaldeko muturra baino ez da agertzen planoko ezkerreko beheko laukian, bisitariaren interesa pizteko deus gabe, terra incognita bat dirudi, grisa, endekatua, munta gabea eta, kasik esango nuke –¡hic sunt leones!–, apur bat mehatxatzailea ere. Egia baizik ez da Zorrotzaurrek beti izan duela lurralde misteriotsuaren airea. Behintzat bistaz baizik ezagutzen ez genuenontzat –nire kasuan, goiko bistaz esan beharko, nire bizitzako puska handi batean penintsula hori egunero ikusi baitut neure oinetan Bilbora ninderaman trenetik. Trenak Zorrotzako geltokia atzean uzten zuenean han agertzen zen behe aldean industria pabiloi anabasa bat, asmo zitalez ur ertzeraino pusatzen zuena etxebizitza lerro mehetxo bat, urrundik ikusita amarru bat zirudiena, alegia, dekoratu bat gizatasunezko bernizadura bat ematen industriagintzak beretutako espazio bati. Bizi ote zen inor etxe haietan? Ba ote zuten bizilagunik barnean? Gela haietan ari ote zen inor erregosiak egiten, lo egiten, maitatzen? Ala cinecittà bat ote zen dena, iraganeko garai bateko fatxadez osatutako eszenario bukoliko bat, hiri txiki probintzial edo arrantzale auzo baten antzekoa, gaua abailtzean jendez husten zena behin fatxada haien gibelean lanean ziharduten lantegi eta tailerrek eguneko lana bukatzen zutenean?


Denborarekin askoz hobeto ezagutzera heldu naiz Zorrotzaurre ezezagun hori. Zorrotzaurre anfibio eta mestizoa, lurrez eta urez egina, historiaz eta etorkizunez moldatua, tradizioz eta modernitatez oratua. Kultura eta kreatibitate erakartzaile bat, bere itxura industriala galdu gabe gero eta gehiago hartzen ari dena hiri global modernoaren arima bihurtu diren cultural quarters direlakoen funtsezko ezaugarriak. Kreatibitate horretatik asko ikusiezina da lehen behakoan, egun argiz: norberak bilatu behar du kirika eginez lantegi zaharren barnean edo pabiloi ustez abandonatuetan. Bost hamarkada igaro zaizkigun arren, egundaino bezain ozen aditzen dira oraindik Zorrotzaurren Anton eta Gilenen biraoak –“Okerbideak ezpaitaki mintzaerarik, berdin tratatzen baitu erdalduna eta euskalduna”–, alboko Zorrotzako moilatik helduak. Bizkitartean, Zorrotzaurre berrian garai bateko birao eleanitzak irudimen sortzaileko baieztapen eleanitzak bihurtzen ari dira.

(txar) gisa aipatzen ditu Londresko Isle of Dogs uharteko moila abandonatuen berrurbanizazio lanak. Interbentzio horren emaitza izan da “bulegoetarako espazio sobraniazko bat, garapen komertzialen nahasketa inprobisatua, bulego mordo bat etxebizitza metatuekin nahaste, hots, garapen jasanezina, benetako kalitate zibikorik ez duena eta onura komunitario iraunkorrik gabea”.

[II]

Arkitektura magikoa delakoaren bertute taumaturgikoen aldeko fedea; erakarmen urbanoa mekanismo determinista soil batera murriztu nahia (izen ospetsu batek sinatutako megaproiektuak baliatzea arreta, turismoa eta inbertsioa erakartzeko iman hutsegin ezina bezala); jaialdizazioa edo hiria gertakari soil bihurtzea… ikuspegi horiek guztiek azkenerako ezgai bihurtzen gaituzte –Zaida Muxí-k dioen bezala– egiazko toki zehatzekin erlazionatzeko eta toki horietan dauden iragazki urbanoko logiketan sustraitzeko, halako gisaz non gauzatzen diren proiektuak azkenean zera bilakatzen baitira: “objektu batuketa bat, objektu horietako bakoitzak izan dezakeen kalitate arkitektonikoa gorabehera osotara gune urbano degradaerraz bat sortzen dutenak, ezinezkoa delako euren eguneroko jabetze domestikoa”; eta “jabetze hori gabe ez dago hiririk, eszenografia barren-huts bat baino”.

Zer eskatzen diogu hiriari?, galdetzen du Massimo Cacciarik: “Izan dadila espazio bat bere espresio txikienera gutxituko dituena mugimenduaren, mobilizazio unibertsalaren eta trukaketaren era guztietako oztopoak? Ala izan dadila espazio bat non komunikazio tokiak egongo diren, toki emankorrak ikuspegi sinbolikotik, non arreta ematen zaion otium-ari? Zoritxarrez gauza biak eskatzen dira indar berdinez, baina inolaz ere ezin gauzatu daitezke biak batera eta, hortaz, hiriaren aurrean dugun jarrerak gero eta gehiago dirudi, literalki, eskizofrenikoa”.

Bere matxinaldi hiritarrekin eta bere kultur emergentziekin, honezkero Zorrotzaurre aurreikusigabeko hiri bat dugu, Paolo Cottinok kontzeptu horri ematen dion zentzuan: “Gure hirietan etengabe sortzen diren praktika, ekintza eta portamen batzuek –espazioaren erabilera tradizionaletik at daudenak eta hiriko baliabide espazialez gozatzeko finkatuta dauden arauak errespetatzen ez dituztenak– modu berriak proposatzen dituzte lurraldearekin harremantzeko, “hiria” izeneko baliabidea aprobetxatzeko. Beren protagonistek, premiaz nahiz borondatez, ez diote men egiten inposatutako diziplinari, eta lurraldetasuna eraikitzeko prozesua, hots, lurraldearekiko harreman soziala kontrolatzen saiatzen dira ”.

Jakintza eta kultur kapitalismoko garai batean hiria lehen mailako eragile ekonomiko bihurtu da, baina orobat lehen mailako objektu ekonomiko. Bidenabar esateko, hirietako urbazterrak eta kostak (riversides, waterfronts) toki pribilegiatuak bihurtu dira horrelako interbentzioak egiteko. Toki batean eraikuntza espekulatiboa hobesten denean, toki hori objektu politiko-ekonomiko gisa ulerturik lurralde ikuspegi konplexuago baten kaltetan, zuzenean kolpatzen dira jurisdikzio jakin bateko lan- eta bizi-baldintzak hobetzeko aukerak, eta arriskua dago bistatik galtzeko interbentzio urbanistikoa aplikatzen zaion toki zehatz horrek dituen aukerak eta beharrizanak. Richard Rogersek ikuspegi merkantilista horren adibide

Zorrotzaurre (ber)aurkitu. Hasi Mikel Alonsoren argazki ebokatzaileekin. Jarraitu José Fernández de la Sotaren testu ederrekin. Geure burua (ber)aurkitu Zorrotzaurreko paisaia industrial, urbano eta humanoan galduz. Zorrotzaurre: Bilboren branka zorrotza, hiri izaten jarraitu beharrez bere buruari ihesi egin nahi dion Bilbo, beti urrutiago begira, botxoari tiraka eginez Zorrotzaurreren kreatibitate eta bizikidetasun korronteetan murgiltzen dena. Zorrotzaurre: harrizko baltsa bat beti prest itsasadarreko uretan bere burua joatera uzteko itsasorantz, bizitzarantz.


Todas las fotos de espacios, objetos y texturas que aparecen en este libro se han hecho en la Península de Zorrozaurre y alrededores durante el año 2010. Para hacerlas conté, con la colaboración desinteresada y a veces imprescindible de Manu, Ruth, Aritz… con el equipo de “activistas culturales” que con Manu Gómez-Alvarez a la cabeza se mueve en torno a la H@cería, el Proyecto Zwap, Fábricas de Creación, etc. Gracias a Roberto Martínez de Metal Duro, Tomás López de Cadenas Vicinay, a Jose del Hostal Ría de Bilbao, que me abrieron las puertas de sus “caladeros” fotográficos. Y gracias, también, a Imanol Zubero y José Fernández de la Sota por sus textos, a Paradox por el diseño del libro, y a la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco por su ayuda en la edición del libro. Mikel Alonso. Fotógrafo.



La montaña dejó de ser de piedra bajo la claridad del cielo azul. Nubes heridas que no pesan, pasan, nubes blancas que van hacia su fin. Luz más luz puede ser oscuridad como una piedra negra. Pero el cerro de papel no es de piedra. No es un cerro de mármol. Es sólo una montaña de papel en un país del Norte, una extraña Península. Una montaña de papel impreso. Una montaña viva de noticias muertas. Ideas de otros días, pensamientos borrados, éxitos y fracasos deportivos, columnas abatidas por el tiempo, caras que ya no están, nombres que ya no son, crímenes que han prescrito, sucesos del olvido. Extrañas flores de papel prosperan al pie de la montaña. Claridad y extrañeza en la península de Zorrozaurre.


El futuro está escrito en la próxima página, la que acabas de pasar con los dedos antes de que la gran montaña se eche a andar. Antes de que la gran montaña se deshaga. Eterno reciclaje. Nueva vida. Noticias de mañana para el día de hoy.





Una extraña Península, dijiste. Todas lo son. Un territorio fronterizo, dices. Sabes que nada es lo que parece, pero a menudo el horizonte enseña que hay cosas que parecen lo que son, que son lo que parecen.


Horizontes de hierro y hormigón que anuncian el milagro de un arte sin nosotros o a pesar de nosotros. El azar es un gran escultor. Una extraña Península, dijiste. Entre el agua y la tierra, el cielo y el cemento. Materia fronteriza. Naturaleza y técnica. Un cuerpo con los ojos perdidos en el agua. Es difícil, dijiste, distinguir entre el antes y el después dentro de esta Península. Es difícil saber. Es gozoso mirar.


Ahora, dijiste, ya no importa de qué lado estás. Detrás. Delante. ¿Dónde estás? No hay lugar.


Hay ventanilla. Hay polvo. No hay nada al otro lado porque nunca hubo nada. Tal vez todo fue un sueño. A este lado estás tú o quizás nadie. Depende. Solamente una extraña ventanilla, una inquietante ventanilla inútil. Inquietante tal vez porque está ahí, fosilizada, retenida en la imagen fotográfica. Completamente inútil. Da lo mismo en qué lado te encuentras. La ventanilla ha sido clausurada. ¿Estás?



La Península estaba ordenada. El mundo, lo decía un poeta, un tal Jorge Guillén (y llegaba su voz claramente hasta los pabellones y talleres, hasta los cargaderos y las fábricas, hasta el cemento y el ladrillo visto de la extraña Península) estaba francamente, realmente bien hecho. Un planeta ordenado. Un planeta Guillén.


Las olas leves de la ría se alineaban por orden alfabético, una detrás de otra, sin saltarse la cola ni atropellarse nunca. Por entonces llovía (lo dijo en un poema otro poeta, un poeta del lugar, que patentó el soneto de acero inoxidable) siempre en letra cursiva. Con orden y concierto. Conciertos y orden, orden, orden. Los trabajos y los días con huella. Los días con salario. Los días con entrada y con salida. Días manchados sobre los tableros del taller incesante y ordenado. Pero el orden no puede ser eterno. El orden, sabes, deviene caos. La entropía es hermosa. Una hermosa palabra. Esos tableros, piensas, son orden abolido. Las fichas de colores –amarillas, azules, anaranjadas, verdes– no significan nada esta mañana. Letras que nada indican. Códigos que nadie puede descifrar. Referencias inútiles. ¿Quién sabe dónde estás?


Parece que te miran, dices, cada vez que las miras y no sabes si ven, no sabes lo que piensan estas mรกquinas quietas que te miran, no sabes lo que miran. Parece que te miran. Parece que te piden que las pongas en marcha o que les des la mano y pongas sus relojes en hora. Estรกn parados. Todas estรกn paradas. Parece que te miran y que te echan en cara su quietud, su destino, su nada.


Sirvieron, ya no sirven. Nos sirvieron entonces. Ya no nos interesan sus servicios. Parece que no entienden. Tú tampoco terminas de entender para qué sirve nada, para qué sirve todo. ¿Quién entiende? ¿Quién sabe lo que pasa? ¿Qué ha pasado? Sólo ha pasado el tiempo, esa perplejidad. Esa máquina muda que te mira, nos mira, nos espera. Metales del olvido. Cuando ya nada sirve para nada. Esa máquina quieta. La poesía –entonces, ahora– empieza a entrar en ella dulcemente.





En la pared persiste un teléfono blanco. Suspendido. Olvidado. Colgado de la nada. Aunque quisieras, piensas, no podrías descolgar ese teléfono. Nadie va a levantarlo. Puede sonar, te dices, toda una eternidad. Te están llamando desde no sabés dónde, desde hace diez minutos o diez años. Diez vidas o diez muertes. La eternidad es eso: un teléfono blanco en la pared de una casa vacía...


...una casa en el aire.


Hay un ojo que mira. Puedes verlo. Con tu ojo puedes verlo. Leonardo vio países, continentes, montañas, valles amplios y ríos y colinas con árboles donde había una pared desconchada.


Un muro mutilado. Una plancha comida por el óxido. Cartografía de la destrucción. Sólo hace falta un ojo para verlo, para viajar allí, para encontrarte aquí, frente al ojo que mira y recuerda. Es el mapa del mundo. La cicatriz del mundo. La belleza del mundo que te ve, del ojo que lo mira.




Era lo descifrable y predecible. La rueda que giraba. El engranaje que movía el mundo en la extraña Península. Un mundo que giraba. Plenitud de tornillos, seguridad de tuercas. Trabajaba –giraba– dieciséis horas diarias. En turnos de ocho horas fabricaba este mundo, construía las cosas de este mundo que está lleno de cosas. ¿Qué hacemos con las cosas? Hay demasiadas cosas en el mundo. Nuestras hijas las cosas. Nuestras dueñas las cosas.


Pero las ruedas, dices, son perfecta inocencia. Ya no giran. InĂştiles. Son perfectas. Descansan.


El tiempo estaba aquí después de todo, antes de nada, el tiempo. No sabemos muy bien dónde vive. Los relojes no son un lugar demasiado seguro. En la extraña Península vivían los relojes en la seguridad de los contratos y de las horas extra. Eran las once y trece. Nadie más. Nada más. Nunca más. En ese instante se detuvo el tiempo. Se fugó de la extraña Península. Se abrió. Se olvidó de fichar.





Mientras contaba el tiempo lo contaban en la extraña Península. Porque entonces el tiempo contaba, era contado. Nadie podía ignorar el año en que vivía. Era hermoso estrenar calendario anualmente para contar el tiempo. Doce meses y un nuevo paisaje, una fotografía diferente, una nueva mujer maravillosa.


La vida se contaba en días, meses, hojas de calendario en la oficina de la activa Península. Pero ha pasado el tiempo. Se fugó del reloj, se dio de baja en la Seguridad Social. El tiempo, dijo un poeta (¿quién podría decirlo si no?), es como el mar. Nos va gastando hasta transparentarnos lo mismo que a las conchas de la playa. Nos convierte en un eco. Ahora los calendarios –1979, 1985, 1989, 2007– se vuelven transparentes en la pared manchada por el tiempo. Es el eco del tiempo. Esos años contados ya no cuentan, no significan nada, incluso las mujeres más hermosas se arrugan, fantasmas que se borran sobre los calendarios.



Descubrimiento de la soledad. Cadena que no ata. Liberaci贸n del tiempo. Mansedumbre. Porque el tiempo desata los nudos. Pudre los eslabones. Ablanda las cadenas. Luego crece la hierba sobre el tiempo como crece el olvido.



El tiempo tiene grietas en la extraña Península. En la extraña Península se cifra el corazón del mundo. El Universo habita en la península de Zorrozaurre. Un Universo extraño como el nuestro, donde lo artificial se funde con lo natural, donde todo es frontera. Cuestiones fronterizas. Donde todo (por eso) puede ser otra cosa, debe ser otra cosa. Grietas para pasar al otro lado...


Hacia el lado mรกs puro de la sombra y hacia la luz mรกs clara del futuro.











Entra la luz del día en esta nave. Fábrica de futuro. Y todas las palabras que no están y que fueron, que volaron de aquí en tantos papeles, volverán de otra forma en otros labios, nos dirán nuestro nombre en otras lenguas, nos acompañarán hasta nosotros y saldrán de nosotros.



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