Sección Literatura de la Revista "Cultura Actual"

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Literatura

“Una nación de setenta millones puede sufrir, pero no morir...”

La Paz de Compiègne El 11 de Noviembre del año 1918 se firmaría en el Bosque de Compiègne, Francia, el armisticio que significaría el fin de la Primera Guerra Mundial

Por Miguel S. Salas (miguel.ssalass@gmail.com)

B

osque de Compiègne . Matthias Erzberger tenía en sus manos la misma convicción desde hace un año. La guerra ya no tenía sentido, tal vez nunca lo tuvo, pero necesitó un estancamiento militar para darse cuenta y salir a dar un discurso pacificador en el Reichstag el pasado 06 de julio. Necesitó enterarse de que sus compatriotas luchaban a fuerza de perder, con un orgullo insolente, considerado instintivo en los militares; si las cosas continuaban de esa manera, Alemania caería por completo; ¡el gran imperio alemán colapsaría! Pero ahora no importaba el imperio, es más, era así como tenía que suceder para que al fin pudiera instaurarse una verdadera República. Así lo pensaba, especialmente después de que su Resolución por la paz fuera ignorada. — ¿Paralizada? Señor Canciller, con todo respeto, la resolución fue aprobada por votación, incluso Erich Ludendorff… — La resolución es inaplicable, muy ambigua, señor Erzberger. Se aplicará, como ya lo he dicho, se-

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gún mi interpretación. De otra manera, tendremos que paralizarla. — Pero señor Canciller… — Ya he hablado. Lo siento por Ludendorff, y también por usted. Pero ahora estaba ahí, dispuesto a negociar, y gracias al príncipe Maximilian von Baden, el nuevo Canciller, y un hombre de mayor confianza dado su espíritu liberal; y Woodrow Wilson, Presidente de EE.UU., artífice de los 14 puntos que asegurarían la paz. Lo acompañaban el Conde Alfred von Obersdorff, representando al Ministerio de Relaciones Exteriores, el Capitán Ernst Vanselow, de la Marina de Guerra, y el Mayor General Detlev von Winterfeldt. Ninguno de ellos dispuesto a perder demasiado. Tal vez por eso el viaje en tren hacia Compiègne no resultaba tan emocionante, porque sabían que, de cualquier forma, terminarían perdiendo, y que era lo mejor negociar la paz. “El Mariscal Foch los recibirá a las nueve”, les informó un soldado. El Mariscal Ferdinand Foch, Comandante en jefe, representante de Francia y de los Aliados

durante lo que dure la toma de decisiones, un hombre del que había oído hablar mucho pero que nunca había visto, un hombre visto como enemigo por Alemania, y sin embargo, una conversación con él podría hacer más que una Resolución de paz hace un año. Llegada la hora, Erzberger y sus acompañantes se dirigieron al va-

La pregunta consternó a toda la misión. Esperaban que Foch tuviera clara la razón de su visita

gón de Foch, donde fueron recibidos por el mismo soldado. “Los están esperando”, dijo. Y ahí estaban, el Mariscal y otros tres militares de alto rango, sentados a un escritorio con un mapa, periódicos de hace unos días y documentos. Al verlos entrar, Foch se puso de pie. Parecía más viejo de lo que era, pero los rasgos de su rostro denotaban una profunda disciplina. Los alemanes se presentaron, seguidos por su contraparte. Luego se hizo un pequeño silencio. Erzberger parecía querer hablar, pero sentía a cada instante que Foch di-


Estaba obligándolosa tomar una decisión, a convertir sus condiciones en ley

Tres días. Ese era el plazo. De inmediato se envió a uno de los acompañantes de la misión a la ciudad de Spa, donde se encontraba la base de operaciones. Solo quedaba esperar.

ría algo. Al fin se decidió; sin em- Entretanto, esa tarde el Mayor Gebargo, el Mariscal se le adelantó. neral Winterfeltd mantuvo una conversación con el General Wey— ¿A qué han venido? —cuestio- gand, que había leído las condinó. La pregunta consternó a toda ciones del armisticio, intentando la misión. Esperaban que Foch sembrar la duda en los aliados sotuviera clara la razón de su visita. bre paralizar al ejército alemán. — A escuchar las propues- “El bolchevismo podría hacerse tas de Francia para la rea- con el país”, dijo algo preocupado, lización de un armisticio. pero no por el supuesto, sino por — No tenemos propuestas — si su táctica daría resultado. Lafue tajante. Su tono de voz pa- mentablemente para él no fue así. recía querer negarlo todo en ese momento. Era claro que esta- Erzberger solo lo observaba. Sus días ba preparado para la ocasión. en el bosque se hicieron largos. Se La información fue solicitada una pasaba el tiempo dentro del vagón, vez más. La negativa persistía. esperando respuesta, escribiendo Finalmente, Erzberger mencionó a Woodrow Wilson. La última de sus notas diplomáticas con Alemania. De acuerdo a ella, Ferdinand Foch estaba a cargo de exponer las condiciones. No obstante, el Mariscal se rehusó a decir nada si el armisticio no era confirmado. Estaba obligándolos a tomar una decisión, a convertir sus condiciones en ley, pues sería imposible siquiera pensar en echarse para atrás. Erzberger lo sabía, pero Alemania necesitaba la paz. Desconfiaba de Foch, pero no había otra salida.

cartas que nunca enviaría, recordando su discurso en el Reichstag. “Nos esforzaremos por lograr una paz de entendimiento y una reconciliación duradera entre los pueblos. Anexiones forzadas y vio-

Se pasaba el tiempo dentro del vagón, esperando respuesta, escribiendo cartas que nunca enviaría...

lación política, económica o financiera son incompatibles con esta paz… El agradecimiento eterno de “Alemania pide un armisticio”, dijo toda la nación les está garantizado” entonces, y el hombre a la izquierda del Mariscal comenzó a reci- El agradecimiento de toda la natar las condiciones. Erzberger se ción… ni siquiera eso había consintió excesivamente responsable. vencido al Canciller Michaelis. ¡Qué hombre falto de sensibilidad!, — Debo enviar un informe al gobier- por suerte ahora estaba el prínno —dijo. Foch lo miró rudamente, cipe Maximilian. Pensar en otra como si no hubiera sido entendido cosa era fatal. La paz, la guerra —, ¿cesará el fuego hasta entonces? contraproducente, la pronta llega— No habrá cese de fuego, señor da de un mensaje. No había otra Erzberger. Necesitamos una res- cosa que le llamara la atención. puesta para el lunes a las 11 horas. La naturaleza alrededor era como la naturaleza en cualquier parte,

no podía pensar en ella si no ardiendo en fuego por un bombardeo. Entonces prefería evitarlo. La noche del 10 de noviembre terminaría su espera. Escuchó ansioso el sonido del telégrafo mientras el encargado comenzaba a decodificar los mensajes. Recibieron tres. Los dos primeros aceptaban las condiciones de Foch y autorizaban a Erzberger para firmar. Era Friedrich Ebert, un socialista, como Canciller. Maximilian había dimitido a su cargo. El tercero provenía de Paul von Hindenburg, jefe del Estado Mayor. Resaltaba la importancia del armisticio y del fin de la Guerra. Esa noche durmió más tranquilo. Ya era 11 de noviembre, el día pactado, y Erzberger tenía una respuesta. Así, la misión completa se acercó al vagón del Mariscal Foch. Éste los esperaba con los papeles en la mesa. — ¿A qué ha venido? —preguntó. — A firmar el armisticio. El Gobierno ha accedido a sus condiciones —Foch sonrió ligeramente. Era la primera vez que lo veía sonreír. Ambos procedieron a dibujar sus firmas. A Erzberger, a pesar de todo, aún le molestaban muchas de las condiciones. — No hay otro camino. Son nuestras condiciones, señor Erzberger.

La firma del Armisticio de Compiégne sería el primer paso para el fin de la 1ra Gran Guerra.

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Limítese a firmar —y así lo hizo, y no por seguir su palabra, sino porque ya no habría otra ocasión como esa. — Una nación de setenta millones puede sufrir, pero no morir —musitó lo suficientemente alto como para ser escuchado por Foch. El Mariscal no dijo nada.

Acto seguido, despidió a la misión alemana de su vagón. Todos salieron sin ningún cuidado, excepto Erzberger, que se detuvo a la puerta para, en señal de cortesía, estrechar la mano de Ferdinand Foch. Éste vio la mano del alemán y lo miró a la cara. “Très bien” fue lo único

que le dijo, a modo de despedida. Ninguna expresión más que “Très bien”. Erzberger dio la vuelta y se dirigió a su vagón. El armisticio entraría en vigor a las 11 horas. Era momento de volver a casa.

« ¿Lo lograremos?» «No es momento para preguntar…»

Huída de/a Berlín Conmemorando la Caída del Muro de Berlín: 28 años antes, un hombre murió cruzando hacia la otra Alemania Por Dennys Arellano (dennys.aj91@gmail.com)

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l sudor, la tentación, el miedo y las ganas de pertenecer a un lugar en el que no te encuentras, todo eso se junta en mi cabeza, mi mente. Solo un movimiento rápido, solo una vacilación, solo un momento y solo la soledad para ir en busca de compañía. Solo una valla de distancia, solo un mundo por dejar, solo…

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Nací … Antes de huir de la RDA

solo pienso hacia dónde voy, pensar de dónde vengo y lo que dejo aquí solo hará que gire la cabeza cuando no sea necesario. Tengo miedo, Helmut también - se nota – pero no nos lo decimos. Solo oímos como los pasos suenan, cerca o tal vez lejos. La adrenalina juega con nuestros sentidos, siento como la respiración de mi amigo aumenta. La fábrica ya no quiere producir y nosotros queremos estar en el otro Berlín.

«Peter, ¿hacia dónde te dirigirás cuando lleguemos al otro lado?» «Todavía no lo he pensado, en mi cabeza solo tengo “Esconderme en el taller de carpintería, que se vayan los guardias, saltar al corredor entre los muros y correr, subir por el pequeño rápidamente y caer hacia el otro lado, luego seguir corriendo hasta ya no sentirme perseguido”, eso es lo único en lo que he pensado, desde mucho.» « ¿Lo lograremos?» «No es momento para preguntar…»


¡Camsh! ¡Camsh! Nos callamos al oír aquellos pasos sobre la tierra mojada, aquella noche sonaba a angustia, a quietud taciturna, a … a… Sentía como

La fábrica ya no “quiere producir y

nosotros queremos estar en el otro Berlín.

las botas de los soldados se hundían en el barro y salían de él enojadas. El cielo era oscuro, el muro era demasiado sólido y nuestras voces silenciaban nuestros latidos, si eran muy fuertes alertarían a los vidrios de las ventanas del taller en el que estábamos. Afuera seguía el “Camsh, camsh” «¡Scheiße! Meine Stiefel schmutzig Schlamm.» « Mund halten, wie es, wenn es regnet» Esa noche no llovió, alguién dejó un grifo abierto y el agua solo corrió. Los pasos se fueron, los hombres sobre ellos los acompañaron. Se oyó al viento cochar contra el muro, nos llamaba. Salimos del escondite y comenzamos con nuestro movimiento. ¡Jamp,

spum!

¡Jamp,

spum!

Caímos sobre el canal[i], rodamos cuando llegamos a él para no hacernos daño. Caer bien siempre fue parte del trabajo y la vida misma, un deporte, una forma de vivir. Nos dirigimos rápidamente hacia el muro cercano de libertad.

hombre moverse de oriente a occidente mientras tras sus espaldas muchos duermen amargos y pocos ríen sinceros, mientras frente a ellos muchos duermen amargos y ríen porque la sonrisa se los permite. La luna observa un mundo que pocos entienden. A pocos metros del muro una sonrisa se escapa por mi rostro, supongo que por el de Helmut también. Las sonrisas en zona de guerra son peligrosas, alertan al enemigo. ¡Prriiittt Prriiittt...! Suenan silbatos a lo lejos, gritos también. «Hoch! Hoch es!» Memorial y corona a Peter Fechter en Suenan nuestros apresurados el lado Este del muro. Tomada en 1984 ritmos cardiacos y ... nos topamos fuertemente con el muro, ese fue un encuentro salvaje. rrer y llorar en algún lugar que ya no veía... mientras todos miraban con Uno, dos, tres. Saltamos, forceja- miedo cobarde e impotencia injusmos hacia arriba, trepamos, vimos tificada, ahí... sobre el suelo, nuevaBerlín del este y “shut, shut, shut“: mente y con un charco de sangre enorme, quedé yo, Peter Fechter, la primera víctima mortal de la opresión de un muro que separó una Suenan nuestros ciudad naturalmente ajena a diviapresurados ritmos siones políticas, un muro que caecardiacos y ... nos topamos ría 28 años después de su construcción, un 9 de noviembre de 1989, 27 fuertemente con el muro, años después de haberme muerto. ese fue un encuentro

salvaje.

tres disparos secos oí. En ese mo- [i] Nota del editor: Lugar ahora comento descubrí que el sonido es nocido como El canal de la muerte. más rápido que el dolor. Ya del otro lado sentí mi cintura adolorida, la vi enrojecida y el dolor dominaba lo que pensaba. Era gris, gris lo que veía, y rojas mis prendas manchadas. Helmut corría y yo miraba y lo seguía haciendo mientras todo el mundo federado hacía lo mismo conmigo, pese a que mis palabras eran directas. « HILF MIR, ICH WILL LEBEN»

La agitación, la respiración acelerada, el silencio ensordecedor de nuestras pisadas sobre el concreY... entonces... sobre el suelo... con to y la luna sobre el cielo, allá lemis sueños en la cabeza... mientras jos, mirándonos, mirando a dos oía a mi amigo, Helmut Kulbeik co-

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