despues de ti

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—Sí, la verdad es que sí. —Extendí la mano—. El teléfono, por favor. Garside volvió a mirar a su alrededor, y por fin echó mano a su bolsillo y me lo dio. Se lo lancé a Lily. —Compruébalo, Lily. Aparté la mirada del teléfono mientras lo hacía, por respeto a Lily. —Bórrala —le dije—. Bórrala y y a está. —Cuando volví a mirarla, tenía el teléfono en la mano, con la pantalla en blanco. Asintió ligeramente con la cabeza. Sam le hizo un gesto para que se lo lanzara. Lo dejó caer al suelo y lo aplastó con el pie derecho haciendo añicos el plástico. Lo pisoteó con tal violencia que el suelo tembló. Cada vez que su bota golpeaba el suelo, me estremecía por reflejo, y también el señor Garside. Finalmente, Sam se agachó y cogió con delicadeza la diminuta tarjeta SIM, que se había deslizado debajo del sofá. La examinó, y se la puso delante de la cara a Garside. —¿Es la única copia? Garside asintió. El sudor ensombrecía el cuello de su camisa. —Claro que es la única copia —dijo Donna—. Un miembro responsable de la comunidad no se arriesgaría a que algo así apareciera en ninguna parte, ¿verdad? Imagina qué diría la familia del señor Garside si se supiera su repugnante secretito. La boca de Garside se había reducido a una fina línea fruncida. —Ya tienen lo que quieren. Ahora dejen que me vay a. —No. Me gustaría decir algo. —Noté vagamente que mi voz temblaba por el esfuerzo de contener la furia—. Es usted un hombrecillo ruin y patético. Y si… Los labios del señor Garside se curvaron en una sonrisa burlona. Era de esa clase de hombres que nunca se han sentido amenazados por una mujer. —Cállate y a, niñata ridícula… Algo duro brilló en los ojos de Sam y se abalanzó sobre él. Estiré el brazo para pararle. Y no recuerdo echar mi otro puño hacia atrás, pero sí la sensación de dolor en los nudillos al golpear la cara de Garside. Se echó hacia atrás, embistiendo la puerta con el torso, y y o me tambaleé, sorprendida por la fuerza del impacto. Cuando se enderezó, me quedé asombrada al ver que le sangraba la nariz. —Déjenme salir —dijo siseando, tapándose la boca con la mano—. Ahora mismo. Sam me miró pestañeando, y abrió la puerta. Donna se apartó lo justo para dejarle pasar. Y se inclinó hacia él. —¿Está seguro de que no quiere una tirita antes de irse? Garside mantuvo el paso medido mientras se iba, pero, en cuanto la puerta se cerró detrás de él, oímos cómo aceleraba y echaba a correr con sus zapatos


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