despues de ti

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encalada con techo de paja a dos aguas. Fuera, rosas escarlata revestían el arco de hierro de acceso al sendero del jardín y flores de tonos delicados luchaban por el espacio en primorosos arriates. En el camino de entrada había aparcado un pequeño coche con maletero integrado. —Ha perdido categoría —comentó Lily, mirando por la ventanilla. —Es bonita. —Es una caja de zapatos. Permanecí sentada, escuchando el tic del motor enfriándose. —Oy e, Lily. Antes de que entremos. Simplemente, no esperes demasiado — dije—. La señora Tray nor es más bien formal. Se refugia en los buenos modales. Es probable que se dirija a ti como si fuera una maestra. O sea, no creo que te abrace como hizo el señor Tray nor. —Mi abuelo es un hipócrita —dijo con desdén—. Da a entender que eres lo mejor del mundo, pero en realidad no es más que un calzonazos. —Haz el favor de no usar la palabra « calzonazos» . —Es absurdo fingir ser alguien que no soy —contestó Lily, enfurruñada. Nos quedamos allí sentadas un rato. Me di cuenta de que ninguna de las dos quería tomar la iniciativa de ir hacia la puerta. —¿Intento hablar con ella por teléfono una vez más? —dije, sujetando el teléfono en alto. Había hecho dos intentos esa mañana, pero había saltado directamente el buzón de voz. —No se lo sueltes a bocajarro —dijo ella de pronto—. Me refiero a quién soy. Es que… primero quiero ver cómo es. Antes de decírselo. —Claro —contesté, para quitarle hierro. Y, sin darme tiempo a añadir nada más, Lily salió del coche y se dirigió a grandes zancadas hacia la entrada con los puños cerrados, como un boxeador a punto de subir al ring.

A la señora Tray nor le habían salido canas. Llevaba el pelo —que siempre se había teñido castaño oscuro— corto y blanco, lo cual le daba un aire mucho más may or de lo que realmente era, como el de alguien recientemente recuperado de una grave enfermedad. Probablemente habría perdido unos seis kilos desde la última vez que la vi y unas ojeras cárdenas le surcaban el rostro. Por el desconcierto con el que miró a Lily intuí que no esperaba visitas de ningún tipo en ningún momento. Entonces, al verme a mí, puso los ojos como platos. —¿Louisa? —Hola, señora Tray nor. —Di un paso al frente y le tendí la mano—. Estábamos en la zona. No sé si recibió mi carta. Se me ocurrió pasar por aquí y saludarla… Mi voz —falsa y con una alegría poco natural— se apagó. La última vez que habíamos coincidido fue cuando la ay udé a vaciar la habitación de su difunto


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