BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS

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NOMBRE: CURSO:

Alba María Herrera Olivares

2º bach. C-T

PROFESOR:

Andrés

ASIGNATURA:

Informática


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La llamaban Blanca Nieves porque era hermosa como una flor. Su madre, la Reina, había muerto cuando ella era muy niña. El rey tomó por segunda esposa a una princesa muy bella. Blanca Nieves nunca pudo ganarse las simpatías de su madrastra, y eso la entristecía. Blanca Nieves bordaba hermosos vestidos o echaba de comer a sus palomas y siempre cantaba. Además acariciaba hermosos sueños de amor: - Día llegará en que un apuesto Alba Mª Herrera Olivares

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Príncipe me montará en su caballo para conducirme a su castillo. La soberana, por su parte, pasaba las horas muertas ante su tocador, contemplándose en un espejo mágico que respondía sinceramente a todas sus preguntas: - Dime, espejo sabio, ¿quién es la mujer más bella del Reino? - Vos, mi Señora, sois esa mujer. - ¿Lo seré por mucho tiempo? - Eso deseo, Majestad, pero nadie puede saberlo. Blanca Nieves creció hasta convertirse muy pronto en una deliciosa mujercita. La reina, ajena a todo ello, seguía interrogando al espejo mágico: Alba Mª Herrera Olivares

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- Espejo, espejito querido, responde: ¿Quién es la mujer más bella del Reino? - Blanca Nieves, mi señora. - ¿Qué dices, espejo insensato? – gritó ella colérica. - Vos sois aún muy bella, pero Blanca Nieves lo es mucho más – contestó el espejo, casi alegre. - ¡No puede ser! ¡No, y mil veces no! – se desesperó la Reina, golpeando su tocador con ambos puños. Impulsada por la curiosidad, se aproximó a una ventana que daba al jardín. Blanca Nieves jugaba muy contenta, a solas con sus pajarillos. - He de reconocer que Blanca Nieves es algo más bella que yo.

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Trastornada por los celos, tomó de un cofrecillo dorado un puñal. Breves instantes de reflexión le invitaron a actuar. Llamando al palafrenero que cuidaba sus caballos, le dijo: - Invita a Blanca Nieves a pasear por el bosque con mi caballo predilecto, que tanto le gusta. Y cuando estéis en un lugar apartado, mátala con este puñal, y tráeme luego su corazón. Blanca Nieves, en efecto, aceptó el paseo a caballo a caballo con alegría, y supo disfrutar como nunca de los encantos del bosque. Llegado el momento, le faltó valor al palafrenero para obedecer a la Reina y, conmovido, se arrojó a los pies de la muchacha, implorando:

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- ¡Perdonadme, oh, princesa, por lo que voy a deciros! - No comprendo, mi buen amigo. ¿Por qué he de perdonaros? – se desconcertó Blanca Nieves. - La reina, envidiosa de vuestra hermosura, me ha ordenado mataros. - ¿Matarme? ¡Oh! ¿Por qué? - ¡Ya os lo he dicho! Quiere ser a toda costa la mujer más bella del Reino. - No lo haréis, ¿verdad? – balbuceó la joven, asustada. - ¡oh, no! Soy incapaz, y ¡os tengo tanto afecto! A pesar de tal respuesta, Blanca Nieves echó a correr bosque adelante. El buen hombre la miraba en silencio. Desaparecer era lo mejor para ella. ¿Cómo arreglar lo del corazón? Encontró la repuesta en seguida: “Sacaré el corazón a aquel cervatillo, y se lo presentaré a la Reina. Ella no verá la diferencia” – pensó, con alivio.

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Blanca Nieves corrió hasta perder el aliento. Después cayó sobre la hierba, exhausta, y se quedó dormida. Despertó al sentir muchas pupilas fijas en ella; pertenecían a ardillas, conejos, cervatillos y pájaros revoloteándole. Los acarició agradecida, pensando qué haría a continuación. Por fín, se le ocurrió preguntarles: - ¿Dónde podría pasar la noche, amiguitos? Las fieras me asustan. Los animales se pusieron en marcha y ella los siguió, señalaron una extraña casita entre las hierbas. Blanca Nieves avanzó y llamó a la pequeña puerta. Nadie respondió. Entonces decidió entrar. Sobre una graciosa mesita, se alineaban siete platitos y otras tantas escudillas de barro. El

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mismo número de sillitas respaldaban en sus bordes. Vencida por el cansancio, subió unas escaleras que conducían al primer piso, siempre doblada sobre sí misma para no darse coscorrones. Siete camitas bien colocadas llenaban la estancia. Escogió la más cercana, y se tumbó en ella, sin preocuparse de que los pies le colgasen fuera, y se quedó dormida. Junto en ese momento, los habitantes de la casita abandonaban su trabajo en unas minas de cristal y, en rigurosa fila india, iniciaban la travesía del bosque, rumbo al hogar. Eran siete enanitos. Caminaban silbando y cantando rítmicamente, con los picos bailando en sus hombros. Al divisar la casita, se detuvieron alarmados: - ¡La luz del salón está encendida! – indicó el Alba Mª Herrera Olivares

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enanito de más edad. - ¿Quién podrá estar dentro? – se inquietó otro. - Por si acaso, dispongámonos a luchar – propuso un tercero. De puntillas, y en apretado racimo, los enanitos transpusieron la puesta: - Todo está en su sitio. - Miramos en el piso de arriba. - Tú delante, sí Asomaron la gaita, barandilla superior reparar en Blanca de golpe, sin otra de no hacer ruido.

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señor. uno a uno, por la de la escalera. Al Nieves, subieron casi preocupación que la

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- ¡Qué doncella tan hermosa! - ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? - Se parece al hada de mis sueños. Blanca Nieves se removió apenas en el lecho, y abrió sus ojos de azabache. - Buenas noches – saludó ella – Me perdí en el bosque, Y he venido a parar a vuestra casa. Por si no lo sabéis, soy la princesa Blanca Nieves. ¿Y vosotros? - Los enanitos del bosque – dijo Glotón solemne. - ¿Queréis decirme vuestros nombres? – se interesó ella. - Pues… yo soy Tenor, el mayor – dijo el que mejor cantaba. - Barbillón, Glotón, Marmolillo, Vistoso, Pulcro y Benjamín – resumió el de las barbas, señalando a los demás por turnos. Alba Mª Herrera Olivares

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Blanca Nieves acabó rogándoles su protección y hospitalidad. -

No creí que la Reina fuese tan malvada. Quédate con nosotros todo el tiempo que quieras. Y si es para siempre mejor. ¡Oh, qué buenos sois! – exclamó la muchacha agradecida. Desde ese día Blanca Nieves se encargó de todas las labores domésticas, y los enanitos vivieron encantados con su amada Princesa. La Reina, creyendo muerta a Blanca Nieves, se sentó una vez más ante su espejo mágico, dispuesta a interrogarle:

- ¿Qué dices ahora, espejo mío? ¿No soy yo acaso la mujer más bella de este Reino? Alba Mª Herrera Olivares

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- No, mi señora. Blanca Nieves sigue siendo la más hermosa- respondió. - ¡Desvarías! ¡Blanca Nieves ha muerto! – gritó ella, descompuesta. - Os engañáis, Majestad, Blanca Nieves vive sana y salva en casa de los enanitos del bosque. La Reina estudió la manera de destruir a Blanca Nieves. Disfrazada de vieja mendiga, llenó un cesto con manzanas en venadas, y se puso en camino hasta el hogar de los enanitos. Llegó a media mañana. - ¡Buenos días, jovencita! – saludó a Blanca Nieves, que cantaba alegremente-. ¡Cómo envidio tu porte y hermosura! Así era yo hace muchos, muchos años. Pero mírame ahora. Tengo el cuerpo lleno de arrugas y apenas resisto el cansancio del camino. Alba Mª Herrera Olivares

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- Sí, os veo fatigada. ¿Por qué no entráis y descansáis un rato, buena mujer? – la invitó Blanca Nieves, compasiva. - ¡Qué más quisiera yo! Pero llevo mucha prisa, y no puedo complacerte. Permíteme, sin embargo, que premie tu gentileza con una de estas manzanas. - Gracias, anciana. ¡Me encantan las manzanas! – confesó Blanca Nieves. Apenas la mordió, se sintió desfallecer. Una intensa palidez afloró a su rostro, y su sangre dejó de circular. Luego, se desplomó en el suelo. - ¡Ja ja ja! Esta vez no has podido librarte. – Se felicitó la Reina, mientras emprendía el retorno al palacio.

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Pero de nuevo se engañaba. Un error la había llevado a confundir el veneno mortal que buscaba con otro simplemente inductor de un profundo encantamiento. A no ser que el poder del amor lograse despertarla algún día, Blanca Nieves dormiría para siempre su mágico sueño, cerca, muy cerca, de las fronteras de la muerte. Grande fue el espanto de los enanitos al hallar a Blanca Nieves tendida en el suelo, muerta al parecer, y con la manzana sospechosa junto a su rostro. Todos adivinaron lo sucedido inmediatamente: - ¡Oh, qué reina tan cruel! – gimió Marmolillo. - Pobre Blanca Nieves!¡No debimos dejarte sola! – se reprochó Benjamín. Alba Mª Herrera Olivares

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En vano intentaron reanimarla. Pulcro, que era muy observador, advirtió tenues rubores en las mejillas de Blanca Nieves, y eso le hizo conjeturar: - Quizá no esté muerta. He hoy decir que la Reina es aficionada a los encantamientos y… - ¿Supones que la ha hechizado? – preguntó Vistoso, ilusionado. - Daría mi vida porque así fuese – confesó Pulcro, lleno de emoción. Al día siguiente, viendo que Blanca Nieves no despertaba, la depositaron sobre un lecho de rosas, en pleno claro del bosque. Al momento, legiones de animalitos acudieron a rendirle homenaje. De pronto, un gallardo Príncipe surgió de la espesura, y se aproximó: Alba Mª Herrera Olivares

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- ¿Por qué lloráis así? – preguntó a los enanitos, tras darse a conocer. - Nuestra hermosa Blanca Nieves, hija del Rey, ha sido envenenada por su madrastra, y tememos que ya nunca vuelva a despertar – explicó Barbillón. - ¡Oh!, ¿cómo pudo hacerle daño a esa mujer? ¡Nunca he visto criatura tan indefensa! – se admiró el Príncipe, contemplándola con arrobo. - No soportaba que fuese más bella y graciosa que ella – dijo Glotón. - Pero el veneno mata, y, sin embargo, noto que respira – comentó el Príncipe, inclinándose sobre la joven. Le explicaron lo del hechizo, y asintió débilmente. Después una sonrisa alegró su rostro, besó la frente de Blanca Nieves con dulzura, y dijo: - Espero que el amor te libre del sortilegio. Alba Mª Herrera Olivares

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Al punto, Blanca Nieves se estremeció, abrió lentamente los ojos y, sonriendo al Príncipe, murmuró: - ¿Qué es lo que me ha… pasado? - ¡Blanca Nieves vuelve a la vida! – gritaron los enanitos, alborozados. - ¡Al Príncipe se lo debemos! Mientras tanto, en su palacio, la Reina hacía trizas el espejo mágico, con violento furor, pues este le había dicho: - ¡Blanca Nieves es la mujer más bella del reino! ¡El amor de un Príncipe extranjero la ha despertado de su hechizo!

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Tal y como predijesen los pajarillos de su jardín, Blanca Nieves montó en el caballo del Príncipe, marcharon a su castillo y fueron muy felices.

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